miércoles, 10 de junio de 2020

NO PUEDO CREER POR POCO, NO ES TIEMPO, ES DE POCA CANTIDAD, POCA CALIDAD,...DE QUE ESTEMOS COMO REGRESANDO,...RETROGADANDO,...HACIA LA EXCLAVITUD ??¡¡; NO, NO CREO QUE SEA ESO,...ES QUE SOBRAMOS MÁS DE LA MITAD, PARA LA TECNOPLUTOCRACIA,...ESO ES LO QUE HAY HERMANO PROLETARIO,...UHP,...NO PAGA NA DE NÁ,...''.



NO PUEDO CREER POR POCO, NO ES TIEMPO, ES DE POCA CANTIDAD, POCA CALIDAD,...DE QUE ESTEMOS COMO REGRESANDO,...RETROGADANDO,...HACIA LA EXCLAVITUD ??¡¡; NO, NO CREO QUE SEA  ESO,...ES QUE SOBRAMOS MÁS DE LA MITAD, PARA LA TECNOPLUTOCRACIA,...ESO ES LO QUE HAY HERMANO PROLETARIO,...UHP,...NO PAGA NA DE NÁ,...''.



Clint Smith
Cómo hacer que una caja de cartón desaparezca en 10 pasos
https://americanliteraryreview.com/2018/12/05/clint-smithmdash8203how-to-make-a-cardboard-box-disappear-in-10-steps/
1) Encuentra las tijeras

2) Corta los lados del cubo
3) Asiste al mitin de Trayvon Martin
4) Asiste al mitin de Renisha McBride
5) Asiste al mitin de Jordan Davis
6) Asiste al mitin de Michael Brown
7) Asiste al manifestación de Eric Garner
8) Asistir a la manifestación de Freddie Gray
9) Encontrar otra caja vacía
10) Asistir a la manifestación de _________

Para Charles
El 8 de enero de 1811, tres hombres se reunieron y planearon la que sería la mayor

revuelta de esclavos en la historia de Estados Unidos, reuniendo a un ejército de 500 esclavos en Nueva Orleans, LA, para
luchar y morir por la libertad. Charles Deslondes, un controlador esclavo de raza mixta, era su líder.

Charles, imagino que llegó un punto

en el que decidiste que ya era suficiente,
el sonido de piel de vaca contra carne,

la alquimia de sangre y sudor sentado

sobre tu labio, cómo el viento
del Mississippi lo enfriaba cuando

corrió por tu boca, provocando

tu lengua para seguirlo más allá de este
lugar. O tal vez te llamaron chico

una vez demasiados; te emasculó

frente a los que querías. O tal vez
te cansaste de sostener el látigo

en tu propia mano, te diste cuenta de que te habían hecho

un representante de sus acciones. Cuando tú
y los demás se unieron para planificar

los inevitables susurros lanzados de plantación

en plantación, una llamada de atención de lo que ya
no podía esperar, si ya hubieras aceptado

¿Qué se haría de ti? ¿Anticipó

cómo le cortarían las manos en la muñeca?
Renderiza tus fémures con dos jarrones rotos. Quemar

usted en la hoguera mientras los observaba decapitar a

los demás, sacar los intestinos por
la boca y envolverlos alrededor de los cuerpos.

Un viajero escribió: Sus cabezas, que decoran

nuestro dique, hasta la costa,
parecen cuervos sentados en largos postes.

¿Podrías haber sabido que te harían

un espantapájaros? Crecí escuchando estas
historias, de cabezas arrojadas del cuerpo

y montado sobre las farolas para que todos

puedan ver el brillo en sus ojos. Charles,
que me dejará asar en el sol para que todos puedan ver, una advertencia de que esto es no hay lugar para la revolución, que el dulce susurro del Mississippi debe persistir.





Clint Smith es un profesor, escritor y estudiante de doctorado en la Universidad de Harvard. Es campeón nacional de Poesía Slam 2014 y fue orador en la Conferencia TED 2015. Ha recibido becas de la National Science Foundation y del Taller de escritura creativa de Callaloo. Su poesía ha sido publicada o está próxima en Kinfolks, Lime Hawk, Still: The Journal, Off the Coast, Harvard Educational Review y en otros lugares. Nació y creció en Nueva Orleans, LA.







DIASPORA # 1

KALYPSO

https://cosmonautsavenue.com/khalypso-poetry/
Mi alegría es un idioma muerto.
los querubines sollozan cuando los paso
como si mis dedos llevaran la marchitez
del aliento del bebé.
Me acuesto en la cama y de repente estoy más cerca de mis fantasmas.
otro chico me dice que me ama y
no puedo mirarlo a los ojos. otra
madre dice: "sonríe, niña", y las nubes se
abren para tragarme por completo.
La última vez que amé, las palabras murieron en mi vientre.
las chispas cesaron luego, y luego el niño.
Yo digo que no puedo soportar otro día y las sombras se
alegran. Digo que hoy me amaré
y puedo escuchar risas.
Preocúpate por mi. no estoy bien. un niño
desapareció dentro de mí y
no dejó ni detritos. Todas las cosas en este mundo
destinadas a matarme invaden
la única sonrisa que puedo ofrecerle en un nuevo día.
Lo he dicho una vez y si no
lo vuelvo a decir , los tigres que arañan el interior
de mi cerebro nunca dormirán: el hogar no está en ninguna parte
cuando eres una cosa robada. una herencia de
odio y odio.

KHALYPSO es un activista, actor y poeta residente en Sacramento. Son gordos, negros, 

neurodivergentes, queer y rudos. Su trabajo se puede encontrar en Calamus Journal, Drunk

 in a Midnight Choir, Rigorous Journal, Wusgood Magazine y Shade Journal, así como en 

algunos otros. Son una cúspide de Leo-Virgo, quieren ser tu amigo, y puedes encontrarlos en

 Twitter en KhalypsoThePoet


Strange fruit


“Southern 
trees bearing strange fruit

Blood on the leaves and blood at the roots

Black bodies swinging in the southern breeze

Strange fruit hanging from the poplar trees”.
“Árboles del sur con extraña fruta,
sangre en las hojas y sangre en las raíces,
cuerpos negros balanceados por la brisa sureña;
extraña fruta colgando de los álamos”.
Así empieza “Extraña fruta”, una de las canciones más dramáticas de la dramática
 trayectoria profesional y vital de Billie Holiday, denunciando el horrendo espectáculo, 
frecuente en los estados meridionales de Estados Unidos hasta las primeras décadas
 del siglo XX, de cuerpos de hombres negros colgando de los árboles, ahorcados, sin 
, por racistas blancos que aplicaban la popularmente conocida “ley de Lynch”.
Charles Lynch, hacendado virginiano y expeditivo coronel de la milicia continental, 
presidía un irregular tribunal que juzgaba a los sospechosos de ser leales a Inglaterra
 durante los años de la guerra de la Independencia. Se dice, que, en 1780, un jurado
 popular no encontró pruebas para acusar a un grupo de personas del delito de 
rebelión a favor del rey Jorge III, por lo que declaró su absolución, pero Lynch ordenó
 que fueran ahorcadas igualmente.
Desde entonces, el “linchamiento” fue un modo abusivo de aplicar la máxima pena al
 margen de la ley, con el que turbas enfurecidas solían tomarse la justicia, o la 
venganza, por su mano, como hemos visto en tantas películas.
Un procedimiento arbitrario que no respetaba los requisitos legales para juzgar a la 
brava, delitos ciertos o supuestos y colgar por el cuello hasta la muerte, 
preferentemente, a personas de color. Lo que espantó al autor de la canción, Abel 
Meeropol, judío neoyorquino del Bronx y miembro del Partido Comunista.
En su libro “Poder Negro” (1967), Stokely Carmichael y Charles Hamilton indican que
 esa forma de mantener por el terror la sumisión de la población que había dejado de
 ser esclava, pero que realmente no era libre, se aplicaba también a hombres que 
habían mostrado su patriotismo luchando en la I Guerra Mundial en peores 
condiciones que los soldados de raza blanca.
Acabada la guerra, los veteranos negros regresaban a casa, pero debían hacer frente
 a otra guerra. Más de setenta fueron linchados durante el año siguiente al armisticio,
 algunos de ellos vistiendo todavía el uniforme militar. Cuentan, también, que, en la II
 Guerra Mundial, a veces los soldados estadounidenses negros eran peor tratados
 que los prisioneros alemanes blancos.
La “técnica” del linchamiento, que es provocar la asfixia, se ha convertido en un brutal
l método de la policía para inmovilizar a las personas que se puedan resistir a ser 
detenidas. Pero con George Floyd se ha aplicado sin motivo, pues no ofrecía 
resistencia, y con notable ensañamiento. Tanto que le ha producido la muerte.
Floyd no es una fruta extraña colgando de un árbol del sur, sino un ciudadano
 humillado en Minnesota, un estado del norte, aprisionado contra el suelo por un 
policía blanco, que hizo ostentación de su poder y su cobardía sobre un hombre 
negro, esposado e inmovilizado.

Como en otras ocasiones, ha sido la violencia de las fuerzas del “orden” la que ha
 provocado las protestas y desórdenes de los que Trump responsabiliza a la izquierda
antifascista, cuando son decenas de miles de ciudadanos de todas las razas las que
 están en las calles de todo el país expresando su indignación y su pesar.
Debería recordar que el de Floyd no es un caso único, sino que viene precedido por
una larga serie de casos análogos, que produjeron decenas de muertos y heridos y
 centenares de detenidos: Watts (1965), Detroit (1967), Luther King (1968), Amadou 
Diallo (1999), Trayvon Martin (2012) y Rodney King (2012), donde el abuso policial, 
amparado en una ciega confianza en la impunidad ante la ley, se ha disfrazado de 
exceso de celo ante la presunta peligrosidad de las víctimas. A veces, frutas extrañas
 pendiendo de los árboles en los caminos del sur; a veces, despojos humanos sobre 
el pavimento urbano.

Profesor jubilado de la Universidad Complutense.




Minneapolis: ahora esta lucha tiene dos lados periodicolaboina.wordpress.com/2020/05/28/min a través de
@wordpressdotcom
Minneapolis: ahora esta lucha tiene dos lados
Lo que significan los disturbios para la era COVID-19Texto extraído de CrimenthInc Las manifestaciones de esta semana en Minneapolis marcan un hito histórico en la era COVID-19. Como discutimo…periodicolaboina.wordpress.com




«A los judíos les estaba prohibido escrutar el futuro. La Torá y la plegaria los instruyen en cambio en la rememoración. Y esto venía a desencantarles el futuro, ése del cual son víctimas quienes recaban información de los adivinos. Pero, por eso mismo, no se les convirtió a los judíos el futuro en un tiempo vacío y homogéneo. Dado que así en él cada segundo constituía la pequeña puerta por la que el Mesías podía penetrar». Walter Benjamin, «Sobre el concepto de historia». El universo fílmico nos ha bombardeado hasta el cansancio con sus películas de catástrofes: zombies, extraterrestres, monstruos nucleares, tornados con tiburones, meteoritos, virus, bombas atómicas y todo cuanto se pueda pensar que puede afectar y comprometer la existencia al punto de anularla o disminuirla a un punto mínimo. La humanidad en tanto que condición de lo humano como escisión de lo animal se ha preparado, por lo menos simbólicamente, para su desaparición desde hace mucho tiempo. La aparición del Covid-19 durante los primeros días del 2020 es la materialización de todo ese proyecto que estaba en la ficción. O por lo menos es el traspaso hacia el mundo material de un proyecto imaginativo. Sin embargo ninguna medida adoptada por los diversos estados a escala global se acerca mínimamente a lo que la ficción nos tenía acostumbrados. El espacio de ficción que es la cinematografía nos tenía acostumbrados a la distancia, tanto real como imaginaria, para entrar en un mundo simbólico distinto. Distancia que también entendemos como escisión productiva para no confundir que lo que acontece en la pantalla es una ficción que se diferencia con lo que acontece a este lado, evitando caer en la paranoia de lo que ahí pasa es verídico, pero que por lo menos tiene un índice de veracidad. Ahora dicha distancia se ve anulada por la anticipación que el cine le da a la realidad. El tono espectacular que toma la catástrofe a partir de su antecedente mediático termina por generar la idea de que toda catástrofe debe ser calcada a lo que las industrias culturales han generado y que, por tanto, toda catástrofe debe ser espectacularmente narrada y representada. Si Fredric Jameson planteaba que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, la coyuntura actual que se abre con la pandemia del Covid-19 exige reformular dicha sentencia. Con los comentarios de la población en el espacio digital y analógico, así como la cobertura que hacen los medios de comunicación, y por otro lado las medidas deficientes de prevención que se han tomado a lo largo y ancho del globo, es notorio que si la crisis actual del capitalismo es de un nivel nunca antes visto, el fin del mundo imaginado a partir de tal crisis es igualmente apoteósico. Pero no es casual que este fin de mundo deseado sea así de apoteósico ni que sea producto exclusivamente de la industria cultural. En términos del psicoanálisis, las fantasías sobre el fin del mundo son proyecciones del propio derrumbe del individuo, debido a una escisión del propio yo, resultado de procesos esquizoides que encuentran en el modo de producción moderno capitalista un caldo de cultivo capaz de proyectar e introyectar medidas tanto auto-represivas como de desborde narcisista. El juego de doble posiciones, opuestas y contradictorias, en torno a un mismo asunto es la lógica constitutiva de nuestra subjetividad empobrecida. Volviendo en torno a la distancia entre la representación cinematográfica y lo que podríamos denominar “vida cotidiana”, es que existe un rasgo particular que es posible detectar en esta distancia entre la ficción y la realidad —en el caso de la existencia específica de esta de manera uniforme y totalizante— y es que en las películas hay un elemento que actúa como factor que no se pondera: la productividad del trabajo humano con sus contradicciones en el plano material dentro del mundo moderno capitalista. En un mundo volcado a la productividad, a la autovalorización del valor y a la desvalorización del trabajo humano, una crisis sanitaria nunca es una crisis exclusivamente de estas características porque lo que se devela es, precisamente, las condiciones y las contradicciones del modo de producción, su administración social y las formas de socialización que se desprenden de él. En este sentido, la circulación global del Covid-19 viene a expresar contemporáneamente la circulación de mercancías que lo antecede. Antecedentes históricos hay de sobra: la peste bubónica de Asia a Europa, la gripe y la viruela desde el “Viejo Mundo” al “Nuevo Mundo”, la gripe española a principios del siglo XX son el corolario epidemiológico de la expansión global del capitalismo. Un microrganismo es más letal que un dispositivo, pero esto no recae en un asunto de salubridad sino en la dimensión de la economía política y de sus formas de administración y gestión. El salto cualitativo de la época moderna es haber transformado el concepto de guerra desde una perspectiva militar a una operatividad socioeconómica. “La guerra es la continuación de la política por otros medios” anotaba Karl von Clausewitz en el siglo XIX, lo que queda manifestado en los estados de catástrofe como el que actualmente estamos viviendo. Además tenemos que considerar que buena parte de la intervención teórica de este autor se daba cuando existía, efectivamente, una distinción entre milicias y sociedad civil, división que contemporáneamente se ha pulverizado hasta el punto de homologar a la sociedad con una guerra permanente. La sociedad se considera cada vez más como una máquina de guerra, lo cual desencadena una serie de fuerzas que se expresa en la idea del enemigo interno, cuyo asentamiento en los territorios suele coincidir con la expansión sistemática de la lógica del capital a todo ámbito de la vida que se ha denominado “neoliberalismo”. De este modo, todo conflicto político se juega de inmediato en el terreno económico, que se transforma en la verdadera continuación de la guerra, más allá del espectáculo de la llamada política internacional. La economía no sería otra cosa que la continuación de la política por otros medios. Ese estado de guerra económica permanente, al no poder resolverse externamente como conflicto armado, es resuelto internamente por cada órgano como un estado de guerra interno contra todo aquello que obstaculiza la reproducción del capital. Ello no se limita a las medidas de vigilancia y control —en los que pone énfasis Agamben por ejemplo—, sino que se extiende a cada individuo en particular, a una internalización del conflicto en cada individuo no sólo en tanto agente productivo/consumidor/ciudadano, sino que fundamentalmente en su experiencia del mundo, que se pasa a vivir como algo inmediatamente hostil, algo que solo puede resolverse a través de la escisión, tanto de sí mismo como de su propia experiencia. Estamos en presencia de un terror que no se impone a través de una represión física directa, sino que a través de la introducción del terror en la psique de cada individuo, que a través de la explotación de miedos que tienen su origen en última instancia en fantasías infantiles, permite la configuración de una subjetividad esquizoide, que en su ambivalencia es aquella más apta para recibir y transmitir órdenes al mismo tiempo que las rechaza por no dejar construir ni desatar su propia subjetividad. La autoconfinación al espacio privado es la interiorización de la especulación financiera, con su derrumbe de las bolsas a nivel global y un colapso gradual de las políticas económicas neoliberales. El distanciamiento social propagado estos días como medida cautelar es la expresión interiorizada de la reificación subjetivo-económica. La política de autocuidado es la consumación de la política narcisista de la sociedad de la mercancía porque se realiza individualmente y no colectivamente, desatando las fuerzas individuales que en ningún punto se cruzan con las comunitarias. Se propaga el narcisismo social pero no una forma alternativa de vida que se oponga a lo que posibilita ese tipo de narcisismo. Lo que se expresa y se busca en el espacio privado es la capacidad de cada individuo de no aburrirse. Series, películas, libros, actividades online, videoconferencias, etc., terminan por transformarse en un paliativo a la posibilidad de aburrimiento. O sea, frente a una crisis sanitaria lo que importa es no caer en ese espacio de vacío que es el aburrimiento. La pseudovida por sobre la muerte. ¡Que humanidad tan vacía, tan enajenada, tan empobrecida nos ha tocado! Una pobreza del todo nueva nos ha caído al tiempo que el enorme desarrollo de las fuerzas productivas y de la técnica propician, e imaginan, viajes en el tiempo y en el espacio a lugares remotos del universo. Y el reverso de esa pobreza es la sofocante riqueza de ideas que se dio entre la gente —o más bien que se les vino encima— al reanimarse la astrología y la sabiduría del yoga, la Christian Science y la quiromancia, el vegetarianismo y la gnosis, la escolástica y el espiritismo. Al no resolverse la contradicción material entre escasez real y escasez artificial, la salida que queda es el “enriquecimiento espiritual” que hace más tolerable esa contradicción. Esta pobreza ya no se puede caracterizar desde el punto de vista de los recursos materiales ni desde el punto de vista de la distribución de ingresos, porque el empobrecimiento de la experiencia es de orden cualitativo. La pobreza de nuestra experiencia no es sino una parte de la gran pobreza que ha cobrado rostro de nuevo, tan exacto y perfilado como el de los mendigos en la Edad Media. ¿Para qué valen los bienes de la educación si no nos une a ellos la experiencia? Y a dónde conduce simularla o solaparla, es algo que la espantosa malla híbrida de estilos y cosmovisiones del siglo pasado nos ha mostrado con tanta claridad que debemos tener por honroso confesar nuestra pobreza. Sí, confesémoslo: la pobreza de nuestra experiencia no es sólo pobre en experiencias privadas, sino en las de la humanidad en general. Se trata de una especie de nueva barbarie. No faltará quien profese que la pandemia del Covid-19 fue propagada por el turismo internacional. En parte tienen razón al pensarlo. El problema que resalta en esta formulación es que el turismo mismo y su forma de desarrollo en los últimos setenta años es producto de la pobreza sistémica en la que nos vemos envueltos. ¿Por qué se turistea? Principalmente para escapar de la cotidianidad del mundo. Nadie va de turista a un mundo que conoce porque todo le resulta familiar. Ser turista es exponerse de manera mediada a otros mundos, buscando que la experiencia de lo ya conocido se refuerce al comprobar que lo que se busca como novedad era lo que se prometía de antemano. En este sentido, el turismo es lo contrario a la aventura, experiencia anticipada y clausurada por la circulación de mercancías a escala global. Ahí donde se busca novedad solo existe el mismo mundo mercantil del que se intenta huir, reforzando la condición de una individualidad fracturada, desmoronada pero no liquidada, que solo puede expresarse como un nihilismo hostil frente al mundo. El hecho de que muchas personas contagiadas no se hayan autoaislado del resto de la población es síntoma de una pulsión de muerte generalizada y que en ningún caso es expresión individual sino colectiva. Tampoco faltará quien termine por izar la bandera del “humano virus” o “capitalismo virus”, que resultan ser tan irracionales como lo que provoca esta reacción. En este sentido, se puede establecer una homologación entre el “sálvese quien pueda” que han desarrollado algunos estados a la maquinaria higiénica de los totalitarismos del siglo XX, que apuntaba a una desaparición forzosa de una buena parte de la población. La única respuesta que se ha tomado como efectiva frente a la crisis sanitaria del Covid-19 es la represión y el control de la población, técnicas sociales ampliamente conocidas y divulgadas hace décadas. A pesar de esto, el ejército productivo/consumidor de reserva se sigue moviendo porque la producción no puede detenerse y alguien —siempre Otro, nunca Yo— se debe sacrificar. Todos los estados han preferido salvar la economía antes que salvar a las personas. Esto es válido tanto para el presente como para el futuro, porque si bien ya hay indicios claros de la crisis económica que se arrastra por lo menos desde el 2008, con el correr de los días o meses se agudizará si no se salva desde ahora. Va a ser un mañana de gente en el paro o en el endeudamiento creciente con la banca, la cual se verá enriquecida nuevamente por la pobreza de las masas y por los salvatajes que le han dado todos los estados. Hay quienes en la izquierda hoy claman por un estado protector de viejo cuño, incluso en sus tácticas del movimiento obrero clásico con ciertos llamados a una Huelga General frente al Covid-19. También han reaparecido los llamados a un estado más fuerte, “que nos proteja”, cosa que en Chile vemos desde la revuelta de octubre y su prolongación como estallido social hasta el día de hoy. Aquí la Huelga General no puede ser un llamado voluntarista por el simple hecho de que, dado el panorama, se articula como medida sanitaria y que recae, querámoslo o no, en una medida de control. ¿Habían pensado en esa posibilidad regresiva? Es increíble saber que los límites del proceso civilizatorio moderno capitalista nos han llevado nuevamente a pensar que el estado es la única salvación posible en un mundo en creciente descomposición. Creemos que lo que se desmorona en algunas partes del mundo occidental es el estado neoliberal. Es cosa de ver como se ha reaccionado frente al Covid-19 en España, Italia y Chile, tres países alejados geográficamente pero con estructuras institucionales bien similares y próximas entre sí. Al existir sistemas de salud bien limítrofes, lo que queda es la represión y el control. Nada ha sido preventivo sino solamente represivo. El estado neoliberal en descomposición, con todos los matices que puedan existir entre los distintos estados particulares, deja claro que no hay posibilidad alguna de salvación ante una emergencia como la que vivimos hoy si no es mediante el control y la represión. Este principio es básico porque ahí donde el mercado se ha desatado como una segunda potencia de primer orden en términos de gestión de la sociedad, tiende a actuar mediante el despliegue exponencial del sujeto automático tan bien conocido y que ahora llega a un punto en que, con toda su potestad y arrogancia, decide más que nunca sobre la vida de las personas. No es de extrañar por ello que la vida de cada quien y el conjunto de todas las vidas valgan menos que la producción que hay que salvar a toda costa. El estado neoliberal no se puso en crisis por una acción de masas ni por un microorganismo, sino por sí mismo al privilegiar su rol administrativo de la vida mercantil. El guardián se dio un puñetazo en su propia cara, dejándose a sí mismo fuera de combate. Pero volverá fortalecido y preparado para ser otro, para volver a ser él mismo. La única forma de salir de la crisis sanitaria es poner en entredicho los límites y proyecciones del proyecto civilizatorio en el que nos desarrollamos y que manifiesta su crisis de manera rampante con miles, y posiblemente millones, de muertos en todo el planeta a partir de un episodio específico. Esta humanidad está condenada a la muerte y a una pseudovida, por lo que es necesario que se geste una de nuevo tipo que aprenda e incorpore en negativo lo que la civilización moderno-capitalista le entregó. No se trata de encontrar el verdadero sentido de la humanidad porque este no existe en cuanto tal sino solo como articulación histórica específica. No existe una humanidad esencial, pero sí la posibilidad de transformarla constantemente en la historia. No hay ningún lugar donde volver a rescatar esa esencia de “lo humano”. A esa posibilidad reinventiva es lo que nombramos “comunismo”. Círculo de Comunistas Esotéricos Santiago de Chile, Marzo de 2020«A los judíos les estaba prohibido escrutar el futuro. La Torá y la plegaria los instruyen en cambio en la rememoración. Y esto venía a desencantarles el futuro, ése del cual son víctimas quienes recaban información de los adivinos. Pero, por eso mismo, no se les convirtió a los judíos el futuro en un tiempo vacío y homogéneo. Dado que así en él cada segundo constituía la pequeña puerta por la que el Mesías podía penetrar». Walter Benjamin, «Sobre el concepto de historia». El universo fílmico nos ha bombardeado hasta el cansancio con sus películas de catástrofes: zombies, extraterrestres, monstruos nucleares, tornados con tiburones, meteoritos, virus, bombas atómicas y todo cuanto se pueda pensar que puede afectar y comprometer la existencia al punto de anularla o disminuirla a un punto mínimo. La humanidad en tanto que condición de lo humano como escisión de lo animal se ha preparado, por lo menos simbólicamente, para su desaparición desde hace mucho tiempo. La aparición del Covid-19 durante los primeros días del 2020 es la materialización de todo ese proyecto que estaba en la ficción. O por lo menos es el traspaso hacia el mundo material de un proyecto imaginativo. Sin embargo ninguna medida adoptada por los diversos estados a escala global se acerca mínimamente a lo que la ficción nos tenía acostumbrados. El espacio de ficción que es la cinematografía nos tenía acostumbrados a la distancia, tanto real como imaginaria, para entrar en un mundo simbólico distinto. Distancia que también entendemos como escisión productiva para no confundir que lo que acontece en la pantalla es una ficción que se diferencia con lo que acontece a este lado, evitando caer en la paranoia de lo que ahí pasa es verídico, pero que por lo menos tiene un índice de veracidad. Ahora dicha distancia se ve anulada por la anticipación que el cine le da a la realidad. El tono espectacular que toma la catástrofe a partir de su antecedente mediático termina por generar la idea de que toda catástrofe debe ser calcada a lo que las industrias culturales han generado y que, por tanto, toda catástrofe debe ser espectacularmente narrada y representada. Si Fredric Jameson planteaba que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, la coyuntura actual que se abre con la pandemia del Covid-19 exige reformular dicha sentencia. Con los comentarios de la población en el espacio digital y analógico, así como la cobertura que hacen los medios de comunicación, y por otro lado las medidas deficientes de prevención que se han tomado a lo largo y ancho del globo, es notorio que si la crisis actual del capitalismo es de un nivel nunca antes visto, el fin del mundo imaginado a partir de tal crisis es igualmente apoteósico. Pero no es casual que este fin de mundo deseado sea así de apoteósico ni que sea producto exclusivamente de la industria cultural. En términos del psicoanálisis, las fantasías sobre el fin del mundo son proyecciones del propio derrumbe del individuo, debido a una escisión del propio yo, resultado de procesos esquizoides que encuentran en el modo de producción moderno capitalista un caldo de cultivo capaz de proyectar e introyectar medidas tanto auto-represivas como de desborde narcisista. El juego de doble posiciones, opuestas y contradictorias, en torno a un mismo asunto es la lógica constitutiva de nuestra subjetividad empobrecida. Volviendo en torno a la distancia entre la representación cinematográfica y lo que podríamos denominar “vida cotidiana”, es que existe un rasgo particular que es posible detectar en esta distancia entre la ficción y la realidad —en el caso de la existencia específica de esta de manera uniforme y totalizante— y es que en las películas hay un elemento que actúa como factor que no se pondera: la productividad del trabajo humano con sus contradicciones en el plano material dentro del mundo moderno capitalista. En un mundo volcado a la productividad, a la autovalorización del valor y a la desvalorización del trabajo humano, una crisis sanitaria nunca es una crisis exclusivamente de estas características porque lo que se devela es, precisamente, las condiciones y las contradicciones del modo de producción, su administración social y las formas de socialización que se desprenden de él. En este sentido, la circulación global del Covid-19 viene a expresar contemporáneamente la circulación de mercancías que lo antecede. Antecedentes históricos hay de sobra: la peste bubónica de Asia a Europa, la gripe y la viruela desde el “Viejo Mundo” al “Nuevo Mundo”, la gripe española a principios del siglo XX son el corolario epidemiológico de la expansión global del capitalismo. Un microrganismo es más letal que un dispositivo, pero esto no recae en un asunto de salubridad sino en la dimensión de la economía política y de sus formas de administración y gestión. El salto cualitativo de la época moderna es haber transformado el concepto de guerra desde una perspectiva militar a una operatividad socioeconómica. “La guerra es la continuación de la política por otros medios” anotaba Karl von Clausewitz en el siglo XIX, lo que queda manifestado en los estados de catástrofe como el que actualmente estamos viviendo. Además tenemos que considerar que buena parte de la intervención teórica de este autor se daba cuando existía, efectivamente, una distinción entre milicias y sociedad civil, división que contemporáneamente se ha pulverizado hasta el punto de homologar a la sociedad con una guerra permanente. La sociedad se considera cada vez más como una máquina de guerra, lo cual desencadena una serie de fuerzas que se expresa en la idea del enemigo interno, cuyo asentamiento en los territorios suele coincidir con la expansión sistemática de la lógica del capital a todo ámbito de la vida que se ha denominado “neoliberalismo”. De este modo, todo conflicto político se juega de inmediato en el terreno económico, que se transforma en la verdadera continuación de la guerra, más allá del espectáculo de la llamada política internacional. La economía no sería otra cosa que la continuación de la política por otros medios. Ese estado de guerra económica permanente, al no poder resolverse externamente como conflicto armado, es resuelto internamente por cada órgano como un estado de guerra interno contra todo aquello que obstaculiza la reproducción del capital. Ello no se limita a las medidas de vigilancia y control —en los que pone énfasis Agamben por ejemplo—, sino que se extiende a cada individuo en particular, a una internalización del conflicto en cada individuo no sólo en tanto agente productivo/consumidor/ciudadano, sino que fundamentalmente en su experiencia del mundo, que se pasa a vivir como algo inmediatamente hostil, algo que solo puede resolverse a través de la escisión, tanto de sí mismo como de su propia experiencia. Estamos en presencia de un terror que no se impone a través de una represión física directa, sino que a través de la introducción del terror en la psique de cada individuo, que a través de la explotación de miedos que tienen su origen en última instancia en fantasías infantiles, permite la configuración de una subjetividad esquizoide, que en su ambivalencia es aquella más apta para recibir y transmitir órdenes al mismo tiempo que las rechaza por no dejar construir ni desatar su propia subjetividad. La autoconfinación al espacio privado es la interiorización de la especulación financiera, con su derrumbe de las bolsas a nivel global y un colapso gradual de las políticas económicas neoliberales. El distanciamiento social propagado estos días como medida cautelar es la expresión interiorizada de la reificación subjetivo-económica. La política de autocuidado es la consumación de la política narcisista de la sociedad de la mercancía porque se realiza individualmente y no colectivamente, desatando las fuerzas individuales que en ningún punto se cruzan con las comunitarias. Se propaga el narcisismo social pero no una forma alternativa de vida que se oponga a lo que posibilita ese tipo de narcisismo. Lo que se expresa y se busca en el espacio privado es la capacidad de cada individuo de no aburrirse. Series, películas, libros, actividades online, videoconferencias, etc., terminan por transformarse en un paliativo a la posibilidad de aburrimiento. O sea, frente a una crisis sanitaria lo que importa es no caer en ese espacio de vacío que es el aburrimiento. La pseudovida por sobre la muerte. ¡Que humanidad tan vacía, tan enajenada, tan empobrecida nos ha tocado! Una pobreza del todo nueva nos ha caído al tiempo que el enorme desarrollo de las fuerzas productivas y de la técnica propician, e imaginan, viajes en el tiempo y en el espacio a lugares remotos del universo. Y el reverso de esa pobreza es la sofocante riqueza de ideas que se dio entre la gente —o más bien que se les vino encima— al reanimarse la astrología y la sabiduría del yoga, la Christian Science y la quiromancia, el vegetarianismo y la gnosis, la escolástica y el espiritismo. Al no resolverse la contradicción material entre escasez real y escasez artificial, la salida que queda es el “enriquecimiento espiritual” que hace más tolerable esa contradicción. Esta pobreza ya no se puede caracterizar desde el punto de vista de los recursos materiales ni desde el punto de vista de la distribución de ingresos, porque el empobrecimiento de la experiencia es de orden cualitativo. La pobreza de nuestra experiencia no es sino una parte de la gran pobreza que ha cobrado rostro de nuevo, tan exacto y perfilado como el de los mendigos en la Edad Media. ¿Para qué valen los bienes de la educación si no nos une a ellos la experiencia? Y a dónde conduce simularla o solaparla, es algo que la espantosa malla híbrida de estilos y cosmovisiones del siglo pasado nos ha mostrado con tanta claridad que debemos tener por honroso confesar nuestra pobreza. Sí, confesémoslo: la pobreza de nuestra experiencia no es sólo pobre en experiencias privadas, sino en las de la humanidad en general. Se trata de una especie de nueva barbarie. No faltará quien profese que la pandemia del Covid-19 fue propagada por el turismo internacional. En parte tienen razón al pensarlo. El problema que resalta en esta formulación es que el turismo mismo y su forma de desarrollo en los últimos setenta años es producto de la pobreza sistémica en la que nos vemos envueltos. ¿Por qué se turistea? Principalmente para escapar de la cotidianidad del mundo. Nadie va de turista a un mundo que conoce porque todo le resulta familiar. Ser turista es exponerse de manera mediada a otros mundos, buscando que la experiencia de lo ya conocido se refuerce al comprobar que lo que se busca como novedad era lo que se prometía de antemano. En este sentido, el turismo es lo contrario a la aventura, experiencia anticipada y clausurada por la circulación de mercancías a escala global. Ahí donde se busca novedad solo existe el mismo mundo mercantil del que se intenta huir, reforzando la condición de una individualidad fracturada, desmoronada pero no liquidada, que solo puede expresarse como un nihilismo hostil frente al mundo. El hecho de que muchas personas contagiadas no se hayan autoaislado del resto de la población es síntoma de una pulsión de muerte generalizada y que en ningún caso es expresión individual sino colectiva. Tampoco faltará quien termine por izar la bandera del “humano virus” o “capitalismo virus”, que resultan ser tan irracionales como lo que provoca esta reacción. En este sentido, se puede establecer una homologación entre el “sálvese quien pueda” que han desarrollado algunos estados a la maquinaria higiénica de los totalitarismos del siglo XX, que apuntaba a una desaparición forzosa de una buena parte de la población. La única respuesta que se ha tomado como efectiva frente a la crisis sanitaria del Covid-19 es la represión y el control de la población, técnicas sociales ampliamente conocidas y divulgadas hace décadas. A pesar de esto, el ejército productivo/consumidor de reserva se sigue moviendo porque la producción no puede detenerse y alguien —siempre Otro, nunca Yo— se debe sacrificar. Todos los estados han preferido salvar la economía antes que salvar a las personas. Esto es válido tanto para el presente como para el futuro, porque si bien ya hay indicios claros de la crisis económica que se arrastra por lo menos desde el 2008, con el correr de los días o meses se agudizará si no se salva desde ahora. Va a ser un mañana de gente en el paro o en el endeudamiento creciente con la banca, la cual se verá enriquecida nuevamente por la pobreza de las masas y por los salvatajes que le han dado todos los estados. Hay quienes en la izquierda hoy claman por un estado protector de viejo cuño, incluso en sus tácticas del movimiento obrero clásico con ciertos llamados a una Huelga General frente al Covid-19. También han reaparecido los llamados a un estado más fuerte, “que nos proteja”, cosa que en Chile vemos desde la revuelta de octubre y su prolongación como estallido social hasta el día de hoy. Aquí la Huelga General no puede ser un llamado voluntarista por el simple hecho de que, dado el panorama, se articula como medida sanitaria y que recae, querámoslo o no, en una medida de control. ¿Habían pensado en esa posibilidad regresiva? Es increíble saber que los límites del proceso civilizatorio moderno capitalista nos han llevado nuevamente a pensar que el estado es la única salvación posible en un mundo en creciente descomposición. Creemos que lo que se desmorona en algunas partes del mundo occidental es el estado neoliberal. Es cosa de ver como se ha reaccionado frente al Covid-19 en España, Italia y Chile, tres países alejados geográficamente pero con estructuras institucionales bien similares y próximas entre sí. Al existir sistemas de salud bien limítrofes, lo que queda es la represión y el control. Nada ha sido preventivo sino solamente represivo. El estado neoliberal en descomposición, con todos los matices que puedan existir entre los distintos estados particulares, deja claro que no hay posibilidad alguna de salvación ante una emergencia como la que vivimos hoy si no es mediante el control y la represión. Este principio es básico porque ahí donde el mercado se ha desatado como una segunda potencia de primer orden en términos de gestión de la sociedad, tiende a actuar mediante el despliegue exponencial del sujeto automático tan bien conocido y que ahora llega a un punto en que, con toda su potestad y arrogancia, decide más que nunca sobre la vida de las personas. No es de extrañar por ello que la vida de cada quien y el conjunto de todas las vidas valgan menos que la producción que hay que salvar a toda costa. El estado neoliberal no se puso en crisis por una acción de masas ni por un microorganismo, sino por sí mismo al privilegiar su rol administrativo de la vida mercantil. El guardián se dio un puñetazo en su propia cara, dejándose a sí mismo fuera de combate. Pero volverá fortalecido y preparado para ser otro, para volver a ser él mismo. La única forma de salir de la crisis sanitaria es poner en entredicho los límites y proyecciones del proyecto civilizatorio en el que nos desarrollamos y que manifiesta su crisis de manera rampante con miles, y posiblemente millones, de muertos en todo el planeta a partir de un episodio específico. Esta humanidad está condenada a la muerte y a una pseudovida, por lo que es necesario que se geste una de nuevo tipo que aprenda e incorpore en negativo lo que la civilización moderno-capitalista le entregó. No se trata de encontrar el verdadero sentido de la humanidad porque este no existe en cuanto tal sino solo como articulación histórica específica. No existe una humanidad esencial, pero sí la posibilidad de transformarla constantemente en la historia. No hay ningún lugar donde volver a rescatar esa esencia de “lo humano”. A esa posibilidad reinventiva es lo que nombramos “comunismo”. Círculo de Comunistas Esotéricos Santiago de Chile, Marzo de 2020«A los judíos les estaba prohibido escrutar el futuro. La Torá y la plegaria los instruyen en cambio en la rememoración. Y esto venía a desencantarles el futuro, ése del cual son víctimas quienes recaban información de los adivinos. Pero, por eso mismo, no se les convirtió a los judíos el futuro en un tiempo vacío y homogéneo. Dado que así en él cada segundo constituía la pequeña puerta por la que el Mesías podía penetrar». Walter Benjamin, «Sobre el concepto de historia». El universo fílmico nos ha bombardeado hasta el cansancio con sus películas de catástrofes: zombies, extraterrestres, monstruos nucleares, tornados con tiburones, meteoritos, virus, bombas atómicas y todo cuanto se pueda pensar que puede afectar y comprometer la existencia al punto de anularla o disminuirla a un punto mínimo. La humanidad en tanto que condición de lo humano como escisión de lo animal se ha preparado, por lo menos simbólicamente, para su desaparición desde hace mucho tiempo. La aparición del Covid-19 durante los primeros días del 2020 es la materialización de todo ese proyecto que estaba en la ficción. O por lo menos es el traspaso hacia el mundo material de un proyecto imaginativo. Sin embargo ninguna medida adoptada por los diversos estados a escala global se acerca mínimamente a lo que la ficción nos tenía acostumbrados. El espacio de ficción que es la cinematografía nos tenía acostumbrados a la distancia, tanto real como imaginaria, para entrar en un mundo simbólico distinto. Distancia que también entendemos como escisión productiva para no confundir que lo que acontece en la pantalla es una ficción que se diferencia con lo que acontece a este lado, evitando caer en la paranoia de lo que ahí pasa es verídico, pero que por lo menos tiene un índice de veracidad. Ahora dicha distancia se ve anulada por la anticipación que el cine le da a la realidad. El tono espectacular que toma la catástrofe a partir de su antecedente mediático termina por generar la idea de que toda catástrofe debe ser calcada a lo que las industrias culturales han generado y que, por tanto, toda catástrofe debe ser espectacularmente narrada y representada. Si Fredric Jameson planteaba que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, la coyuntura actual que se abre con la pandemia del Covid-19 exige reformular dicha sentencia. Con los comentarios de la población en el espacio digital y analógico, así como la cobertura que hacen los medios de comunicación, y por otro lado las medidas deficientes de prevención que se han tomado a lo largo y ancho del globo, es notorio que si la crisis actual del capitalismo es de un nivel nunca antes visto, el fin del mundo imaginado a partir de tal crisis es igualmente apoteósico. Pero no es casual que este fin de mundo deseado sea así de apoteósico ni que sea producto exclusivamente de la industria cultural. En términos del psicoanálisis, las fantasías sobre el fin del mundo son proyecciones del propio derrumbe del individuo, debido a una escisión del propio yo, resultado de procesos esquizoides que encuentran en el modo de producción moderno capitalista un caldo de cultivo capaz de proyectar e introyectar medidas tanto auto-represivas como de desborde narcisista. El juego de doble posiciones, opuestas y contradictorias, en torno a un mismo asunto es la lógica constitutiva de nuestra subjetividad empobrecida. Volviendo en torno a la distancia entre la representación cinematográfica y lo que podríamos denominar “vida cotidiana”, es que existe un rasgo particular que es posible detectar en esta distancia entre la ficción y la realidad —en el caso de la existencia específica de esta de manera uniforme y totalizante— y es que en las películas hay un elemento que actúa como factor que no se pondera: la productividad del trabajo humano con sus contradicciones en el plano material dentro del mundo moderno capitalista. En un mundo volcado a la productividad, a la autovalorización del valor y a la desvalorización del trabajo humano, una crisis sanitaria nunca es una crisis exclusivamente de estas características porque lo que se devela es, precisamente, las condiciones y las contradicciones del modo de producción, su administración social y las formas de socialización que se desprenden de él. En este sentido, la circulación global del Covid-19 viene a expresar contemporáneamente la circulación de mercancías que lo antecede. Antecedentes históricos hay de sobra: la peste bubónica de Asia a Europa, la gripe y la viruela desde el “Viejo Mundo” al “Nuevo Mundo”, la gripe española a principios del siglo XX son el corolario epidemiológico de la expansión global del capitalismo. Un microrganismo es más letal que un dispositivo, pero esto no recae en un asunto de salubridad sino en la dimensión de la economía política y de sus formas de administración y gestión. El salto cualitativo de la época moderna es haber transformado el concepto de guerra desde una perspectiva militar a una operatividad socioeconómica. “La guerra es la continuación de la política por otros medios” anotaba Karl von Clausewitz en el siglo XIX, lo que queda manifestado en los estados de catástrofe como el que actualmente estamos viviendo. Además tenemos que considerar que buena parte de la intervención teórica de este autor se daba cuando existía, efectivamente, una distinción entre milicias y sociedad civil, división que contemporáneamente se ha pulverizado hasta el punto de homologar a la sociedad con una guerra permanente. La sociedad se considera cada vez más como una máquina de guerra, lo cual desencadena una serie de fuerzas que se expresa en la idea del enemigo interno, cuyo asentamiento en los territorios suele coincidir con la expansión sistemática de la lógica del capital a todo ámbito de la vida que se ha denominado “neoliberalismo”. De este modo, todo conflicto político se juega de inmediato en el terreno económico, que se transforma en la verdadera continuación de la guerra, más allá del espectáculo de la llamada política internacional. La economía no sería otra cosa que la continuación de la política por otros medios. Ese estado de guerra económica permanente, al no poder resolverse externamente como conflicto armado, es resuelto internamente por cada órgano como un estado de guerra interno contra todo aquello que obstaculiza la reproducción del capital. Ello no se limita a las medidas de vigilancia y control —en los que pone énfasis Agamben por ejemplo—, sino que se extiende a cada individuo en particular, a una internalización del conflicto en cada individuo no sólo en tanto agente productivo/consumidor/ciudadano, sino que fundamentalmente en su experiencia del mundo, que se pasa a vivir como algo inmediatamente hostil, algo que solo puede resolverse a través de la escisión, tanto de sí mismo como de su propia experiencia. Estamos en presencia de un terror que no se impone a través de una represión física directa, sino que a través de la introducción del terror en la psique de cada individuo, que a través de la explotación de miedos que tienen su origen en última instancia en fantasías infantiles, permite la configuración de una subjetividad esquizoide, que en su ambivalencia es aquella más apta para recibir y transmitir órdenes al mismo tiempo que las rechaza por no dejar construir ni desatar su propia subjetividad. La autoconfinación al espacio privado es la interiorización de la especulación financiera, con su derrumbe de las bolsas a nivel global y un colapso gradual de las políticas económicas neoliberales. El distanciamiento social propagado estos días como medida cautelar es la expresión interiorizada de la reificación subjetivo-económica. La política de autocuidado es la consumación de la política narcisista de la sociedad de la mercancía porque se realiza individualmente y no colectivamente, desatando las fuerzas individuales que en ningún punto se cruzan con las comunitarias. Se propaga el narcisismo social pero no una forma alternativa de vida que se oponga a lo que posibilita ese tipo de narcisismo. Lo que se expresa y se busca en el espacio privado es la capacidad de cada individuo de no aburrirse. Series, películas, libros, actividades online, videoconferencias, etc., terminan por transformarse en un paliativo a la posibilidad de aburrimiento. O sea, frente a una crisis sanitaria lo que importa es no caer en ese espacio de vacío que es el aburrimiento. La pseudovida por sobre la muerte. ¡Que humanidad tan vacía, tan enajenada, tan empobrecida nos ha tocado! Una pobreza del todo nueva nos ha caído al tiempo que el enorme desarrollo de las fuerzas productivas y de la técnica propician, e imaginan, viajes en el tiempo y en el espacio a lugares remotos del universo. Y el reverso de esa pobreza es la sofocante riqueza de ideas que se dio entre la gente —o más bien que se les vino encima— al reanimarse la astrología y la sabiduría del yoga, la Christian Science y la quiromancia, el vegetarianismo y la gnosis, la escolástica y el espiritismo. Al no resolverse la contradicción material entre escasez real y escasez artificial, la salida que queda es el “enriquecimiento espiritual” que hace más tolerable esa contradicción. Esta pobreza ya no se puede caracterizar desde el punto de vista de los recursos materiales ni desde el punto de vista de la distribución de ingresos, porque el empobrecimiento de la experiencia es de orden cualitativo. La pobreza de nuestra experiencia no es sino una parte de la gran pobreza que ha cobrado rostro de nuevo, tan exacto y perfilado como el de los mendigos en la Edad Media. ¿Para qué valen los bienes de la educación si no nos une a ellos la experiencia? Y a dónde conduce simularla o solaparla, es algo que la espantosa malla híbrida de estilos y cosmovisiones del siglo pasado nos ha mostrado con tanta claridad que debemos tener por honroso confesar nuestra pobreza. Sí, confesémoslo: la pobreza de nuestra experiencia no es sólo pobre en experiencias privadas, sino en las de la humanidad en general. Se trata de una especie de nueva barbarie. No faltará quien profese que la pandemia del Covid-19 fue propagada por el turismo internacional. En parte tienen razón al pensarlo. El problema que resalta en esta formulación es que el turismo mismo y su forma de desarrollo en los últimos setenta años es producto de la pobreza sistémica en la que nos vemos envueltos. ¿Por qué se turistea? Principalmente para escapar de la cotidianidad del mundo. Nadie va de turista a un mundo que conoce porque todo le resulta familiar. Ser turista es exponerse de manera mediada a otros mundos, buscando que la experiencia de lo ya conocido se refuerce al comprobar que lo que se busca como novedad era lo que se prometía de antemano. En este sentido, el turismo es lo contrario a la aventura, experiencia anticipada y clausurada por la circulación de mercancías a escala global. Ahí donde se busca novedad solo existe el mismo mundo mercantil del que se intenta huir, reforzando la condición de una individualidad fracturada, desmoronada pero no liquidada, que solo puede expresarse como un nihilismo hostil frente al mundo. El hecho de que muchas personas contagiadas no se hayan autoaislado del resto de la población es síntoma de una pulsión de muerte generalizada y que en ningún caso es expresión individual sino colectiva. Tampoco faltará quien termine por izar la bandera del “humano virus” o “capitalismo virus”, que resultan ser tan irracionales como lo que provoca esta reacción. En este sentido, se puede establecer una homologación entre el “sálvese quien pueda” que han desarrollado algunos estados a la maquinaria higiénica de los totalitarismos del siglo XX, que apuntaba a una desaparición forzosa de una buena parte de la población. La única respuesta que se ha tomado como efectiva frente a la crisis sanitaria del Covid-19 es la represión y el control de la población, técnicas sociales ampliamente conocidas y divulgadas hace décadas. A pesar de esto, el ejército productivo/consumidor de reserva se sigue moviendo porque la producción no puede detenerse y alguien —siempre Otro, nunca Yo— se debe sacrificar. Todos los estados han preferido salvar la economía antes que salvar a las personas. Esto es válido tanto para el presente como para el futuro, porque si bien ya hay indicios claros de la crisis económica que se arrastra por lo menos desde el 2008, con el correr de los días o meses se agudizará si no se salva desde ahora. Va a ser un mañana de gente en el paro o en el endeudamiento creciente con la banca, la cual se verá enriquecida nuevamente por la pobreza de las masas y por los salvatajes que le han dado todos los estados. Hay quienes en la izquierda hoy claman por un estado protector de viejo cuño, incluso en sus tácticas del movimiento obrero clásico con ciertos llamados a una Huelga General frente al Covid-19. También han reaparecido los llamados a un estado más fuerte, “que nos proteja”, cosa que en Chile vemos desde la revuelta de octubre y su prolongación como estallido social hasta el día de hoy. Aquí la Huelga General no puede ser un llamado voluntarista por el simple hecho de que, dado el panorama, se articula como medida sanitaria y que recae, querámoslo o no, en una medida de control. ¿Habían pensado en esa posibilidad regresiva? Es increíble saber que los límites del proceso civilizatorio moderno capitalista nos han llevado nuevamente a pensar que el estado es la única salvación posible en un mundo en creciente descomposición. Creemos que lo que se desmorona en algunas partes del mundo occidental es el estado neoliberal. Es cosa de ver como se ha reaccionado frente al Covid-19 en España, Italia y Chile, tres países alejados geográficamente pero con estructuras institucionales bien similares y próximas entre sí. Al existir sistemas de salud bien limítrofes, lo que queda es la represión y el control. Nada ha sido preventivo sino solamente represivo. El estado neoliberal en descomposición, con todos los matices que puedan existir entre los distintos estados particulares, deja claro que no hay posibilidad alguna de salvación ante una emergencia como la que vivimos hoy si no es mediante el control y la represión. Este principio es básico porque ahí donde el mercado se ha desatado como una segunda potencia de primer orden en términos de gestión de la sociedad, tiende a actuar mediante el despliegue exponencial del sujeto automático tan bien conocido y que ahora llega a un punto en que, con toda su potestad y arrogancia, decide más que nunca sobre la vida de las personas. No es de extrañar por ello que la vida de cada quien y el conjunto de todas las vidas valgan menos que la producción que hay que salvar a toda costa. El estado neoliberal no se puso en crisis por una acción de masas ni por un microorganismo, sino por sí mismo al privilegiar su rol administrativo de la vida mercantil. El guardián se dio un puñetazo en su propia cara, dejándose a sí mismo fuera de combate. Pero volverá fortalecido y preparado para ser otro, para volver a ser él mismo. La única forma de salir de la crisis sanitaria es poner en entredicho los límites y proyecciones del proyecto civilizatorio en el que nos desarrollamos y que manifiesta su crisis de manera rampante con miles, y posiblemente millones, de muertos en todo el planeta a partir de un episodio específico. Esta humanidad está condenada a la muerte y a una pseudovida, por lo que es necesario que se geste una de nuevo tipo que aprenda e incorpore en negativo lo que la civilización moderno-capitalista le entregó. No se trata de encontrar el verdadero sentido de la humanidad porque este no existe en cuanto tal sino solo como articulación histórica específica. No existe una humanidad esencial, pero sí la posibilidad de transformarla constantemente en la historia. No hay ningún lugar donde volver a rescatar esa esencia de “lo humano”. A esa posibilidad reinventiva es lo que nombramos “comunismo”. Círculo de Comunistas Esotéricos Santiago de Chile, Marzo de 2020«A los judíos les estaba prohibido escrutar el futuro. La Torá y la plegaria los instruyen en cambio en la rememoración. Y esto venía a desencantarles el futuro, ése del cual son víctimas quienes recaban información de los adivinos. Pero, por eso mismo, no se les convirtió a los judíos el futuro en un tiempo vacío y homogéneo. Dado que así en él cada segundo constituía la pequeña puerta por la que el Mesías podía penetrar». Walter Benjamin, «Sobre el concepto de historia». El universo fílmico nos ha bombardeado hasta el cansancio con sus películas de catástrofes: zombies, extraterrestres, monstruos nucleares, tornados con tiburones, meteoritos, virus, bombas atómicas y todo cuanto se pueda pensar que puede afectar y comprometer la existencia al punto de anularla o disminuirla a un punto mínimo. La humanidad en tanto que condición de lo humano como escisión de lo animal se ha preparado, por lo menos simbólicamente, para su desaparición desde hace mucho tiempo. La aparición del Covid-19 durante los primeros días del 2020 es la materialización de todo ese proyecto que estaba en la ficción. O por lo menos es el traspaso hacia el mundo material de un proyecto imaginativo. Sin embargo ninguna medida adoptada por los diversos estados a escala global se acerca mínimamente a lo que la ficción nos tenía acostumbrados. El espacio de ficción que es la cinematografía nos tenía acostumbrados a la distancia, tanto real como imaginaria, para entrar en un mundo simbólico distinto. Distancia que también entendemos como escisión productiva para no confundir que lo que acontece en la pantalla es una ficción que se diferencia con lo que acontece a este lado, evitando caer en la paranoia de lo que ahí pasa es verídico, pero que por lo menos tiene un índice de veracidad. Ahora dicha distancia se ve anulada por la anticipación que el cine le da a la realidad. El tono espectacular que toma la catástrofe a partir de su antecedente mediático termina por generar la idea de que toda catástrofe debe ser calcada a lo que las industrias culturales han generado y que, por tanto, toda catástrofe debe ser espectacularmente narrada y representada. Si Fredric Jameson planteaba que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, la coyuntura actual que se abre con la pandemia del Covid-19 exige reformular dicha sentencia. Con los comentarios de la población en el espacio digital y analógico, así como la cobertura que hacen los medios de comunicación, y por otro lado las medidas deficientes de prevención que se han tomado a lo largo y ancho del globo, es notorio que si la crisis actual del capitalismo es de un nivel nunca antes visto, el fin del mundo imaginado a partir de tal crisis es igualmente apoteósico. Pero no es casual que este fin de mundo deseado sea así de apoteósico ni que sea producto exclusivamente de la industria cultural. En términos del psicoanálisis, las fantasías sobre el fin del mundo son proyecciones del propio derrumbe del individuo, debido a una escisión del propio yo, resultado de procesos esquizoides que encuentran en el modo de producción moderno capitalista un caldo de cultivo capaz de proyectar e introyectar medidas tanto auto-represivas como de desborde narcisista. El juego de doble posiciones, opuestas y contradictorias, en torno a un mismo asunto es la lógica constitutiva de nuestra subjetividad empobrecida. Volviendo en torno a la distancia entre la representación cinematográfica y lo que podríamos denominar “vida cotidiana”, es que existe un rasgo particular que es posible detectar en esta distancia entre la ficción y la realidad —en el caso de la existencia específica de esta de manera uniforme y totalizante— y es que en las películas hay un elemento que actúa como factor que no se pondera: la productividad del trabajo humano con sus contradicciones en el plano material dentro del mundo moderno capitalista. En un mundo volcado a la productividad, a la autovalorización del valor y a la desvalorización del trabajo humano, una crisis sanitaria nunca es una crisis exclusivamente de estas características porque lo que se devela es, precisamente, las condiciones y las contradicciones del modo de producción, su administración social y las formas de socialización que se desprenden de él. En este sentido, la circulación global del Covid-19 viene a expresar contemporáneamente la circulación de mercancías que lo antecede. Antecedentes históricos hay de sobra: la peste bubónica de Asia a Europa, la gripe y la viruela desde el “Viejo Mundo” al “Nuevo Mundo”, la gripe española a principios del siglo XX son el corolario epidemiológico de la expansión global del capitalismo. Un microrganismo es más letal que un dispositivo, pero esto no recae en un asunto de salubridad sino en la dimensión de la economía política y de sus formas de administración y gestión. El salto cualitativo de la época moderna es haber transformado el concepto de guerra desde una perspectiva militar a una operatividad socioeconómica. “La guerra es la continuación de la política por otros medios” anotaba Karl von Clausewitz en el siglo XIX, lo que queda manifestado en los estados de catástrofe como el que actualmente estamos viviendo. Además tenemos que considerar que buena parte de la intervención teórica de este autor se daba cuando existía, efectivamente, una distinción entre milicias y sociedad civil, división que contemporáneamente se ha pulverizado hasta el punto de homologar a la sociedad con una guerra permanente. La sociedad se considera cada vez más como una máquina de guerra, lo cual desencadena una serie de fuerzas que se expresa en la idea del enemigo interno, cuyo asentamiento en los territorios suele coincidir con la expansión sistemática de la lógica del capital a todo ámbito de la vida que se ha denominado “neoliberalismo”. De este modo, todo conflicto político se juega de inmediato en el terreno económico, que se transforma en la verdadera continuación de la guerra, más allá del espectáculo de la llamada política internacional. La economía no sería otra cosa que la continuación de la política por otros medios. Ese estado de guerra económica permanente, al no poder resolverse externamente como conflicto armado, es resuelto internamente por cada órgano como un estado de guerra interno contra todo aquello que obstaculiza la reproducción del capital. Ello no se limita a las medidas de vigilancia y control —en los que pone énfasis Agamben por ejemplo—, sino que se extiende a cada individuo en particular, a una internalización del conflicto en cada individuo no sólo en tanto agente productivo/consumidor/ciudadano, sino que fundamentalmente en su experiencia del mundo, que se pasa a vivir como algo inmediatamente hostil, algo que solo puede resolverse a través de la escisión, tanto de sí mismo como de su propia experiencia. Estamos en presencia de un terror que no se impone a través de una represión física directa, sino que a través de la introducción del terror en la psique de cada individuo, que a través de la explotación de miedos que tienen su origen en última instancia en fantasías infantiles, permite la configuración de una subjetividad esquizoide, que en su ambivalencia es aquella más apta para recibir y transmitir órdenes al mismo tiempo que las rechaza por no dejar construir ni desatar su propia subjetividad. La autoconfinación al espacio privado es la interiorización de la especulación financiera, con su derrumbe de las bolsas a nivel global y un colapso gradual de las políticas económicas neoliberales. El distanciamiento social propagado estos días como medida cautelar es la expresión interiorizada de la reificación subjetivo-económica. La política de autocuidado es la consumación de la política narcisista de la sociedad de la mercancía porque se realiza individualmente y no colectivamente, desatando las fuerzas individuales que en ningún punto se cruzan con las comunitarias. Se propaga el narcisismo social pero no una forma alternativa de vida que se oponga a lo que posibilita ese tipo de narcisismo. Lo que se expresa y se busca en el espacio privado es la capacidad de cada individuo de no aburrirse. Series, películas, libros, actividades online, videoconferencias, etc., terminan por transformarse en un paliativo a la posibilidad de aburrimiento. O sea, frente a una crisis sanitaria lo que importa es no caer en ese espacio de vacío que es el aburrimiento. La pseudovida por sobre la muerte. ¡Que humanidad tan vacía, tan enajenada, tan empobrecida nos ha tocado! Una pobreza del todo nueva nos ha caído al tiempo que el enorme desarrollo de las fuerzas productivas y de la técnica propician, e imaginan, viajes en el tiempo y en el espacio a lugares remotos del universo. Y el reverso de esa pobreza es la sofocante riqueza de ideas que se dio entre la gente —o más bien que se les vino encima— al reanimarse la astrología y la sabiduría del yoga, la Christian Science y la quiromancia, el vegetarianismo y la gnosis, la escolástica y el espiritismo. Al no resolverse la contradicción material entre escasez real y escasez artificial, la salida que queda es el “enriquecimiento espiritual” que hace más tolerable esa contradicción. Esta pobreza ya no se puede caracterizar desde el punto de vista de los recursos materiales ni desde el punto de vista de la distribución de ingresos, porque el empobrecimiento de la experiencia es de orden cualitativo. La pobreza de nuestra experiencia no es sino una parte de la gran pobreza que ha cobrado rostro de nuevo, tan exacto y perfilado como el de los mendigos en la Edad Media. ¿Para qué valen los bienes de la educación si no nos une a ellos la experiencia? Y a dónde conduce simularla o solaparla, es algo que la espantosa malla híbrida de estilos y cosmovisiones del siglo pasado nos ha mostrado con tanta claridad que debemos tener por honroso confesar nuestra pobreza. Sí, confesémoslo: la pobreza de nuestra experiencia no es sólo pobre en experiencias privadas, sino en las de la humanidad en general. Se trata de una especie de nueva barbarie. No faltará quien profese que la pandemia del Covid-19 fue propagada por el turismo internacional. En parte tienen razón al pensarlo. El problema que resalta en esta formulación es que el turismo mismo y su forma de desarrollo en los últimos setenta años es producto de la pobreza sistémica en la que nos vemos envueltos. ¿Por qué se turistea? Principalmente para escapar de la cotidianidad del mundo. Nadie va de turista a un mundo que conoce porque todo le resulta familiar. Ser turista es exponerse de manera mediada a otros mundos, buscando que la experiencia de lo ya conocido se refuerce al comprobar que lo que se busca como novedad era lo que se prometía de antemano. En este sentido, el turismo es lo contrario a la aventura, experiencia anticipada y clausurada por la circulación de mercancías a escala global. Ahí donde se busca novedad solo existe el mismo mundo mercantil del que se intenta huir, reforzando la condición de una individualidad fracturada, desmoronada pero no liquidada, que solo puede expresarse como un nihilismo hostil frente al mundo. El hecho de que muchas personas contagiadas no se hayan autoaislado del resto de la población es síntoma de una pulsión de muerte generalizada y que en ningún caso es expresión individual sino colectiva. Tampoco faltará quien termine por izar la bandera del “humano virus” o “capitalismo virus”, que resultan ser tan irracionales como lo que provoca esta reacción. En este sentido, se puede establecer una homologación entre el “sálvese quien pueda” que han desarrollado algunos estados a la maquinaria higiénica de los totalitarismos del siglo XX, que apuntaba a una desaparición forzosa de una buena parte de la población. La única respuesta que se ha tomado como efectiva frente a la crisis sanitaria del Covid-19 es la represión y el control de la población, técnicas sociales ampliamente conocidas y divulgadas hace décadas. A pesar de esto, el ejército productivo/consumidor de reserva se sigue moviendo porque la producción no puede detenerse y alguien —siempre Otro, nunca Yo— se debe sacrificar. Todos los estados han preferido salvar la economía antes que salvar a las personas. Esto es válido tanto para el presente como para el futuro, porque si bien ya hay indicios claros de la crisis económica que se arrastra por lo menos desde el 2008, con el correr de los días o meses se agudizará si no se salva desde ahora. Va a ser un mañana de gente en el paro o en el endeudamiento creciente con la banca, la cual se verá enriquecida nuevamente por la pobreza de las masas y por los salvatajes que le han dado todos los estados. Hay quienes en la izquierda hoy claman por un estado protector de viejo cuño, incluso en sus tácticas del movimiento obrero clásico con ciertos llamados a una Huelga General frente al Covid-19. También han reaparecido los llamados a un estado más fuerte, “que nos proteja”, cosa que en Chile vemos desde la revuelta de octubre y su prolongación como estallido social hasta el día de hoy. Aquí la Huelga General no puede ser un llamado voluntarista por el simple hecho de que, dado el panorama, se articula como medida sanitaria y que recae, querámoslo o no, en una medida de control. ¿Habían pensado en esa posibilidad regresiva? Es increíble saber que los límites del proceso civilizatorio moderno capitalista nos han llevado nuevamente a pensar que el estado es la única salvación posible en un mundo en creciente descomposición. Creemos que lo que se desmorona en algunas partes del mundo occidental es el estado neoliberal. Es cosa de ver como se ha reaccionado frente al Covid-19 en España, Italia y Chile, tres países alejados geográficamente pero con estructuras institucionales bien similares y próximas entre sí. Al existir sistemas de salud bien limítrofes, lo que queda es la represión y el control. Nada ha sido preventivo sino solamente represivo. El estado neoliberal en descomposición, con todos los matices que puedan existir entre los distintos estados particulares, deja claro que no hay posibilidad alguna de salvación ante una emergencia como la que vivimos hoy si no es mediante el control y la represión. Este principio es básico porque ahí donde el mercado se ha desatado como una segunda potencia de primer orden en términos de gestión de la sociedad, tiende a actuar mediante el despliegue exponencial del sujeto automático tan bien conocido y que ahora llega a un punto en que, con toda su potestad y arrogancia, decide más que nunca sobre la vida de las personas. No es de extrañar por ello que la vida de cada quien y el conjunto de todas las vidas valgan menos que la producción que hay que salvar a toda costa. El estado neoliberal no se puso en crisis por una acción de masas ni por un microorganismo, sino por sí mismo al privilegiar su rol administrativo de la vida mercantil. El guardián se dio un puñetazo en su propia cara, dejándose a sí mismo fuera de combate. Pero volverá fortalecido y preparado para ser otro, para volver a ser él mismo. La única forma de salir de la crisis sanitaria es poner en entredicho los límites y proyecciones del proyecto civilizatorio en el que nos desarrollamos y que manifiesta su crisis de manera rampante con miles, y posiblemente millones, de muertos en todo el planeta a partir de un episodio específico. Esta humanidad está condenada a la muerte y a una pseudovida, por lo que es necesario que se geste una de nuevo tipo que aprenda e incorpore en negativo lo que la civilización moderno-capitalista le entregó. No se trata de encontrar el verdadero sentido de la humanidad porque este no existe en cuanto tal sino solo como articulación histórica específica. No existe una humanidad esencial, pero sí la posibilidad de transformarla constantemente en la historia. No hay ningún lugar donde volver a rescatar esa esencia de “lo humano”. A esa posibilidad reinventiva es lo que nombramos “comunismo”. Círculo de Comunistas Esotéricos Santiago de Chile, Marzo de 2020 NO ME ACEPTA EL COPIARLO UN BUEN ARTICULO,...¡¡. La única forma de salir de la crisis sanitaria es poner en entredicho los límites y proyecciones del proyecto civilizatorio en el que nos desarrollamos y que manifiesta su crisis de manera rampante con miles, y posiblemente millones, de muertos en todo el planeta a partir de un episodio específico. Esta humanidad está condenada a la muerte y a una pseudovida, por lo que es necesario que se geste una de nuevo tipo que aprenda e incorpore en negativo lo que la civilización moderno-capitalista le entregó. No se trata de encontrar el verdadero sentido de la humanidad porque este no existe en cuanto tal sino solo como articulación histórica específica. No existe una humanidad esencial, pero sí la posibilidad de transformarla constantemente en la historia. No hay ningún lugar donde volver a rescatar esa esencia de “lo humano”. A esa posibilidad reinventiva es lo que nombramos “comunismo”. Círculo de Comunistas Esotéricos Santiago de Chile, Marzo de 2020

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