viernes, 5 de junio de 2020

DEL SOCIALISMO UTÓPICO AL SOCIALISMO CIENTÍFICO Y LA REVOUCIÓN DEOCTUBRE Y EL MITO DE LA REVOLUCIÓN MUNDIAL,...¡¡.

LIBRITO DE F. ENGELS DEL SOCIALISMO UTÓPICO AL SOCIALISMO CIENTÍFICO,... LUKYRH.COM : 

Portada libro de Pentalfa Ediciones

Daniel López 

http://helicon.es/pen/7848614.htm

La Revolución de Octubre
y el mito de la revolución mundial

Pentalfa, Oviedo 2019


ISBN 9788478486144 · 155×235 mm · 367 pgs
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ISBN 9788478486151 · 367 pgs · pdf: 3 Mb
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El presente libro es tanto un esbozo de la filosofía política del materialismo filosófico, tal y como fue expuesta por Gustavo Bueno en el Primer ensayo sobre las categorías de las ‘ciencias políticas’ (Logroño 1991) y en otros ensayos, como una crítica al marxismo-leninismo en torno a su desarrollo en la política real en la Unión Soviética. No se trata de una historia del comunismo ni de la Unión Soviética sino de una filosofía de la historia que pretende llevar a cabo la crítica a la concepción de la revolución mundial, cuyos planes y programas fueron triturados sobre el escenario complicadísimo de la Realpolitik, posiblemente la situación más difícil de la Historia Universal. Del humus de la revolución mundial salió la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría y el consecuente fin del comunismo gubernamental en tanto quinta generación de izquierda definida por el Estado.
El relato de la revolución mundial no fue demostrativo ni operable políticamente. Por ello, la obra que tiene en sus manos procura mitificar la teoría de la revolución mundial, es decir, señalar a semejante teoría como un mito tenebroso. Procuraremos mostrar la condición oscurantista y utópica de dicho mito que, en su momento, podríamos decir que fue considerado como aureolar, ya que los protagonistas involucrados creían que la marcha de la historia iba inexorablemente hacia la revolución mundial y el fin de la explotación del hombre por el hombre y el consecuente reino de la libertad.
La presente obra no consisten en relatar una yuxtaposición de saberes históricos, como si sólo se tratase de mera erudición, sino más bien plasma una sistematización de los mismos; es decir, se muestra una filosofía de la historia de la Unión soviética desde la artillería crítico-sistemática del materialismo filosófico. El tiempo histórico que estudiaremos irá desde la Primera Guerra Mundial hasta el principio de la Segunda Guerra Mundial, es decir, no desarrollaremos los 74 años de existencia del régimen soviético (en todo caso eso quedaría para futuras publicaciones).
Daniel López (1980), doctor en Filosofía por la Universidad de Sevilla, es investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno.

COMENTARIO QUE LE HE MANDADO,...¡¡: Hola, saludos. Soy Lmm, editor del blog revolución de la humanidad lukyrh.blogspot.com Te lo indico por si quieres leerlo un poco,...¿¿. Después con el tiempo te pediré que me pases tu texto del libro "la revolución de Octubre y el mito de la revolución mundial,...¡¡. Hasta otra,...lo que escribo, es gratis,...y llevo más de 1.500 en este blog,...y no pasa ná de ná,...¡¡.  Luky de Málaga.

Índice

Introducción 11
I. ¿Por qué en este libro hablamos de «marxismo-leninismo» y no de «marxismo» a secas o en general?
II. ¿Por qué tomamos partido por el «materialismo filosófico» para analizar y criticar la realidad política e histórica del marxismo-leninismo?
III. Planteamiento dialéctico y contramaniqueo de la exposición
IV. Crítica a la leyenda negra
V. Plan de la obra
Primera Parte. Materialismo político y teoría del Estado 45
I. Ciencia política y filosofía política
II. Formalismo político y materialismo político
III. La eutaxia como núcleo de la sociedad política
IV. Ramas y capas del poder político
  1) Capa conjuntiva
  2) Capa basal
  3) Capa cortical
  4) Poderes disociables pero inseparables
V. Dialéctica de clases y dialéctica de Estados
VI. La Idea filosófica de Imperio
Segunda Parte. La vuelta del revés al marxismo-leninismo por el materialismo filosófico 83
I. La vuelta del revés no consiste en dar un giro de 180º
II. Capa conjuntiva: imposibilidad de la clase universal
  1) El funcionariado de Hegel y el proletariado de Marx
  2) Proceso de trituración de la Idea de clase universal
  3) La falta de unidad y armonía en el movimiento obrero
III. Capa basal: Base y superestructura
  1) La metáfora arquitectónica de Marx: los cimientos y el muro
  2) La metáfora orgánica de Bueno: el esqueleto y los tejidos
IV. Capa cortical: apropiación y propiedad
  1) Clases sociales y Estado
  2) Apropiación
  3) Propiedad
Tercera Parte. Dialéctica de clases y dialéctica de Estados: el mito de la revolución mundial y la política real en la Unión Soviética 111
I. El mito de la revolución mundial
  1) El fin de la revolución mundial es el reino de la libertad
  2) La ideología de la revolución mundial en los planes y programas de la URSS
  3) La komintern
  4) El ocaso de la ideología de la revolución mundial
II. Los planes y programas para transformar la Gran Guerra en una serie de guerras civiles
  1) Guerra y revolución
  2) La bancarrota de la Segunda Internacional
  3) Imperialismo y socialchovinismo
  4) Zimmerwald, Kienthal y el pacifismo wilsoniano
  5) La Revolución de Febrero y el Gobierno provisional
  6) La Revolución de Octubre y la guerra civil
  7) La sublevación de Kronstadt y el fin de la guerra civil
III. La paz «vergonzosa» de Brest-Litovsk
  1) La gestión de Trotsky en el comisariado de Exteriores
  2) Lenin contra la guerra revolucionaria
  3) La paz vergonzosa
  4) La tregua
  5) Atentado eserista contra el embajador alemán
  6) Continuación del avance alemán y firma de un tratado adicional
  7) ¿Fue la paz de Brest-Litovsk prudente o imprudente?
IV. La revolución en Alemania y su fracaso
  1) La revolución alemana entendida como condición de la revolución mundial
  2) Las escisiones de la socialdemocracia alemana
  3) La Revolución de Noviembre
  4) La Liga Espartaquista ante la Revolución de Noviembre
  5) La fracasada revolución espartaquista
  6) La represión
  7) Causas del fracaso espartaquista
  8) Los espartaquistas frente a los bolcheviques
  9) Otros fracasos revolucionarios en Alemania
V. Guerra contra Polonia
  1) Revolución desde arriba y desde fuera sobre Polonia
  2) Resistencia y agresión polaca, resistencia y agresión soviética y, finalmente, resistencia polaca
  3) ¿Guerra revolucionaria o guerra defensiva?
  4) La Polonia de Pilsudski y sucesores
VI. De la NEP a los Planes Quinquenales
  1) El comunismo de guerra
  2) La concesión a los kulaks
  3) La construcción del socialismo desde el capitalismo de Estado: un paso hacia atrás, dos hacia adelante
  4) La NEP y el socialismo en un solo país
  5) El fin de la NEP: industrialización y colectivización
  6) Urbanización e imperialismo generador
VII. El establecimiento de relaciones diplomáticas normales
  1) La Realpolitik y la estabilidad en la dialéctica de Estados
  2) La Rusia soviética y la Alemania republicana
  3) La Rusia soviética y el Imperio Británico
  4) La URSS y Oriente
  5) La Entente Internacional contra la Tercera Internacional
  6) El Pacto Briand-Kellogg
  7) La Unión Soviética y la Italia fascista
  8) La Unión Soviética y los Estados Unidos
  9) Antes de la guerra
  10) La Unión Soviética y la Alemania nazi
  11) La Unión Soviética y el Japón imperial
Conclusión: del mito de la revolución mundial a la realidad de la guerra mundial 335
Bibliografía 343
Índice onomástico 355

Daniel López, La Revolución de Octubre y el mito de la revolución mundial (1h 41m)


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PRÓLOGO A LA EDICIÓN INGLESA DE 1892


El pequeño trabajo que tiene delante el lector, formaba parte, en sus orígenes, de una obra mayor. Hacia 1875, el Dr. E. Dühring, privat-docent en la Universidad de Berlín, anunció de pronto y con bastante estrépito su conversión al socialismo y presentó al público alemán, no sólo una teoría socialista detalladamente elaborada, sino también un plan práctico completo para la reorganización de la sociedad. Se abalanzó, naturalmente, sobre sus predecesores, honrando particularmente a Marx, sobre quien derramó las copas llenas de su ira.
Esto ocurría por los tiempos en que las dos secciones del Partido Socialista Alemán —los eisenachianos y los lassalleanos[2]— acababan de fusionarse, adquiriendo éste así, no sólo un inmenso incremento de fuerza, sino algo que importaba todavía más: la posibilidad de desplegar toda esta fuerza contra el enemigo común. El Partido Socialista Alemán se iba convirtiendo rápidamente en una potencia. Pero, para convertirlo en una potencia, la condición primordial era no poner en peligro la unidad recién conquistada. Y el Dr. Dühring se aprestaba públicamente a formar en torno a su persona una secta, el núcleo de un partido futuro aparte. No había, pues, más remedio que recoger el guante que se nos lanzaba y dar la batalla, por muy poco agradable que ello nos fuese.
Por cierto, la cosa, aunque no muy difícil, había de ser, evidentemente, harto pesada. Es bien sabido que nosotros, los alemanes, tenemos una terrible y poderosa Gründlichkeit, un cavilar profundo o una caviladora profundidad, como se le quiera llamar. En cuanto uno de nosotros expone algo que reputa una nueva doctrina, lo primero que hace es elaborarla en forma de un sistema universal. Tiene que demostrar que lo mismo los primeros principios de la lógica que las leyes fundamentales del Universo, no han existido desde toda una eternidad con otro designio que el de llevar, al fin y a la postre, hasta esta teoría recién descubierta, que viene a coronar todo lo existente. En este respecto, el Dr. Dühring estaba cortado en absoluto por el patrón nacional. Nada menos que un "Sistema completo de la Filosofía" —filosofía intelectual, moral, natural y de la Historia—, un "Sistema completo de Economía Política y de Socialismo" y, finalmente, una "Historia crítica de la Economía Política" —tres gordos volúmenes en octavo, pesados por fuera y por dentro, tres cuerpos de ejército de argumentos, movilizados contra todos los filósofos y economistas precedentes en general y contra Marx en particular—; en realidad, un intento de completa «subversión de la ciencia». Tuve que vérmelas con todo eso; tuve que tratar todos los temas posibles, desde las ideas sobre el tiempo y el espacio hasta el bimetalismo[3], desde la eternidad de la materia y el movimiento hasta la naturaleza perecedera de las ideas morales; desde la selección natural de Darwin hasta la educación de la juventud en una sociedad futura. Cierto es que la sistemática universalidad de mi contrincante me brindaba ocasión para desarrollar frente a él, en una forma más coherente de lo que hasta entonces se había hecho, las ideas mantenidas por Marx y por mí acerca de tan grande variedad de materias. Y ésta fue la razón principal que me movió a acometer esta tarea, por lo demás tan ingrata.
Mi réplica vio la luz, primero, en una serie de artículos publicados en el "Vorwärts"[4] de Leipzig, órgano central del Partido Socialista, y, más tarde, en forma de libro, con el título de "Herrn Eugen Dührings Umwälzung der Wissenschaft" ["La subversión de la ciencia por el señor E. Dühring"], del que en 1886 se publicó en Zurich una segunda edición.
A instancias de mi amigo Paul Lafargue, actual representante de kille en la Cámara de los diputados de Francia, arreglé tres capítulos de este libro para un folleto, que él tradujo y publicó en 1880 con el título de "Socialisme utopique et socialisme scientifique". De este texto francés se hicieron una versión polaca y otra española. En 1883 nuestros amigos de Alemania publicaron el folleto en su idioma original. Desde entonces, se han publicado, a base del texto alemán, traducciones al italiano, al ruso, al danés, al holandés y al rumano. Es decir, que, contando la actual edición inglesa, este folleto se halla difundido en diez lenguas. No sé de ninguna otra publicación socialista, incluyendo nuestro Manifiesto Comunista de 1848 y "El Capital" de Marx, que haya sido traducida tantas veces. En Alemania se han hecho cuatro ediciones, con una tirada total de unos veinte mil ejemplares.
El apéndice "La Marca"[5] fue escrito con el propósito de difundir entre el Partido Socialista Alemán algunas nociones elementales respecto a la historia y al desarrollo de la propiedad rural en Alemania. En aquel entonces era tanto más necesario cuanto que la incorporación de los obreros urbanos al partido estaba en vía de concluirse y se planteaba la tarea de ocuparse de las masas de obreros agrícolas y de los campesinos. Este apéndice fue incluido en la edición, teniendo en cuenta la circunstancia de que las formas primitivas de posesión de la tierra, comunes a todas las tribus teutónicas, así como la historia de su decadencia, son menos conocidas todavía en Inglaterra que en Alemania. He dejado el texto en su forma original, sin aludir a la hipótesis recientemente expuesta por Maxim Kovalevski, según la cual al reparto de las tierras de cultivo y de pastoreo entre los miembros de la Marca precedió el cultivo en común de estas tierras por una gran comunidad familiar patriarcal, que abarcó a varias generaciones (de ejemplo puede servir la zádruga de los sudeslavos, que aún existe hoy día). Luego, cuando la comunidad creció y se hizo demasiado numerosa para administrar en común la economía, tuvo lugar el reparto de la tierra[6]. Es probable que Kovalevski tenga razón, pero el asunto se encuentra aún sub judice[*].
Los términos de Economía empleados en este trabajo coinciden, en tanto que son nuevos, con los de la edición inglesa de "El Capital" de Marx. Designamos como «producción mercantil» aquella fase económica en que los objetos no se producen solamente para el uso del productor, sino también para los fines del cambio, es decir, como mercancías, y no como valores de uso. Esta fase va desde los albores de la producción para el cambio hasta los tipos presentes; pero sólo alcanza su pleno desarrollo bajo la producción capitalista, es decir, bajo las condiciones en que el capitalista, propietario de los medios de producción, emplea, a cambio de un salario, a obreros, a hombres despojados de todo medio de producción, salvo su propia fuerza de trabajo, y se embolsa el excedente del precio de venta de los productos sobre su coste de producción. Dividimos la historia de la producción industrial desde la Edad Media en tres períodos: 1) industria artesana, pequeños maestros artesanos con unos cuantos oficiales y aprendices, en que cada obrero elabora el artículo completo; 2) manufactura, en que se congrega en un amplio establecimiento un número más considerable de obreros, elaborándose el artículo completo con arreglo al principio de la división del trabajo, donde cada obrero sólo ejecuta una operación parcial, de tal modo que el producto está acabado sólo cuando ha pasado sucesivamente por las manos de todos; 3) moderna industria, en que el producto se fabrica mediante la máquina movida por la fuerza motriz y el trabajo del obrero se limita a vigilar y rectificarlas operaciones del mecanismo.
Sé muy bien que el contenido de este libro indignará a gran parte del público británico. Pero si nosotros, los continentales, hubiésemos guardado la menor consideración a los prejuicios de la «respetabilidad» británica, es decir, del filisteísmo británico habríamos salido todavía peor parados de lo que hemos salido. Esta obra defiende lo que nosotros llamamos el «materialismo histórico», y en los oídos de la inmensa mayoría de los lectores británicos la palabra materialismo es una palabra muy malsonante. «Agnosticismo» aún podría pasar, pero materialismo es de todo punto inadmisible.
Y sin embargo, la patria primitiva de todo el materialismo moderno, a partir del siglo XVII, es Inglaterra.
«El materialismo es hijo nativo de la Gran Bretaña. Ya elescolástico británico Duns Escoto se preguntaba si la materia no podría pensar.
«Para realizar este milagro, iba a refugiarse en la omnipotencia divina, es decir, obligaba a la propia teología a predicar el materialismo. Duns Escoto era, además, nominalista. El nominalismo[7] aparece como elemento primordial en los materialistas ingleses y es, en general, la expresión primera del materialismo.
«El verdadero padre del materialismo inglés es Bacon. Para él, las ciencias naturales son la verdadera ciencia, y la física experimental, la parte más importante de las ciencias naturales. Anaxágoras con sus homoiomerias[8] y Demócrito con sus átomos son las autoridades que cita con frecuencia. Según su teoría, los sentidos son infalibles y constituyen la fuente de todos los conocimientos. Toda ciencia se basa en la experiencia y consiste en aplicar un método racional de investigación a lo dado por los sentidos. La inducción, el análisis, la comparación, la observación, la experimentación son las condiciones fundamentales de este método racional. Entre las propiedades inherentes a la materia, la primera y más importante es el movimiento, concebido no sólo como movimiento mecánico y matemático, sino más aún como impulso, como espíritu vital, como tensión, como «Qual»[†] —para emplear la expresión de Jakob Böhme— de la materia.
«Las formas primitivas de la última son fuerzas substanciales vivas, individualizantes, a ella inherentes, las fuerzas que producen las diferencias específicas.
«En Bacon, como su primer creador, el materialismo guarda todavía de un modo ingenuo los gérmenes de un desarrollo multilateral. La materia sonríe con un destello poéticamente sensorial a todo el hombre. En cambio, la doctrina aforística es todavía de por sí un hervidero de inconsecuencias teológicas.
«En su desarrollo ulterior, el materialismo se hace unilateral. Hobbes sistematiza el materialismo de Bacon. La sensoriedad pierde su brillo y se convierte en la sensoriedad abstracta del geómetra. El movimiento físico se sacrifica al movimiento mecánico o matemático, la geometría es proclamada como la ciencia fundamental. El materialismo se hace misántropo. Para poder dar la batalla en su propio terreno al espíritu misantrópico y descarnado, el materialismo se ve obligado también a flagelar su carne y convertirse en asceta. Se presenta como una entidad intelectual, pero desarrolla también la lógica despiadada del intelecto.
«Si los sentidos suministran al hombre todos los conocimientos —argumenta Hobbes partiendo de Bacon—, los conceptos, las ideas, las representaciones mentales, etc., no son más que fantasmas del mundo físico, más o menos despojado de su forma sensorial. La ciencia no puede hacer más que dar nombres a estos fantasmas. Un nombre puede ponérsele a varios fantasmas. Puede incluso haber nombres de nombres. Pero sería una contradicción querer, de una parte, buscar el origen de todas las ideas en el mundo de los sentidos, y, de otra parte, afirmar que una palabra es algo más que una palabra, que además de los seres siempre individuales que nos representamos, existen seres universales. Una sustancia incorpórea es el mismo contrasentido que un cuerpo incorpóreo. Cuerpo, ser, sustancia, es una y la misma idea real. No se puede separar el pensamiento de la materia que piensa. Es ella el sujeto de todos los cambios. La palabra «infinito» carece de sentido, si no es como expresión de la capacidad de nuestro espíritu para añadir sin fin. Como sólo lo material es perceptible, susceptible de ser sabido, nada se sabe de la existencia de Dios. Sólo mi propia existencia es segura. Toda pasión humana es movimiento mecánico que termina o empieza. Los objetos de los impulsos son el bien. El hombre se halla sujeto a las mismas leyes que la naturaleza. El poder y la libertad son cosas idénticas.
«Hobbes sistematizó a Bacon, pero sin aportar nuevas pruebas en favor de su principio fundamental: el de que los conocimientos y las ideas tienen su origen en el mundo de los sentidos.
«Locke, en su obra "Essay on the Human understanding" [Ensayo sobre el entendimiento humano], fundamenta el principio de Bacony Hobbes.
«Del mismo modo que Hobbes destruyó los prejuicios teísticos del materialismo baconiano, Collins, Dodwell, Coward, Hartley, Priestley, etc., derribaron la última barrera teológica del sensualismo de Locke. El deísmo[9] no es, por lo menos para los materialistas, más que un modo cómodo y fácil de deshacerse de la religión»[‡].
Así se expresaba Carlos Marx hablando de los orígenes británicos del materialismo moderno. Y si a los ingleses de hoy día no les hace mucha gracia este homenaje que Marx rinde a sus antepasados, lo sentimos por ellos. Pero es innegable, a pesar de todo, que Bacon, Hobbes y Locke fueron los padres de aquella brillante escuela de materialistas franceses que, pese a todas las derrotas que los alemanes y los ingleses infligieron por mar y por tierra a Francia, hicieron del siglo XVIII un siglo eminentemente francés; y esto, mucho antes de aquella revolución francesa que coronó el final del siglo y cuyos resultados todavía hoy nos estamos esforzando nosotros por aclimatar en Inglaterra y en Alemania. No puede negarse. Si a mediados del siglo un extranjero culto se instalaba en Inglaterra, lo que más le sorprendía era la beatería y la estupidez religiosa —así tenía que considerarla él— de la «respetable» clase media inglesa. Por aquel entonces, todos nosotros éramos materialistas, o, por lo menos, librepensadores muy avanzados, y nos parecía inconcebible que casi todos los hombres cultos de Inglaterra creyesen en una serie de milagros imposibles, y que hasta geólogos como Buckland y Mantell tergiversasen los hechos de su ciencia, para no dar demasiado en la cara a los mitos del Génesis; inconcebible que, para encontrar a gente que se atreviese a servirse de su inteligencia en materias religiosas, hubiese que ir a los sectores no ilustrados, a las «hordas de los que no se lavan», como en aquel entonces se decía, a los obreros, y principalmente a los socialistas owenianos.
Pero, de entonces acá, Inglaterra se ha «civilizado». La Exposición de 1851[10] fue el toque a muerte por el exclusivismo insular inglés. Inglaterra fue, poco a poco, internacionalizándose en cuanto a la comida y la bebida, en las costumbres y en las ideas, hasta el punto de que ya desearía yo que ciertas costumbres inglesas encontrasen en el continente una acogida tan general como la que han encontrado otros usos continentales en Inglaterra. Lo que puede asegurarse es que la difusión del aceite para ensalada (que antes de 1851 sólo conocía la aristocracia) fue acompañada de una fatal difusión del escepticismo continental en materias religiosas, habiéndose llegado hasta el extremo de que el agnosticismo, aunque no se considere todavía tan elegante como la Iglesia anglicana oficial, está no obstante, en lo que a la respetabilidad se refiere, casi a la misma altura que la secta baptista y ocupa, desde luego, un rango mucho más alto que el Ejército de Salvación[11]. No puedo por menos de pensar que para muchos que deploran y maldicen con toda su alma estos progresos del descreimiento será un consuelo saber que estas ideas flamantes no son de origen extranjero, no circulan con la marca de «Made in Germany», fabricado en Alemania, como tantos otros artículos de uso diario, sino que tienen, por el contrario, un añejo y venerable origen inglés y que sus autores británicos de hace doscientos años iban bastante más allá que sus descendientes de hoy día.
En efecto, ¿qué es el agnosticismo si no un materialismo vergonzante? La concepción agnóstica de la naturaleza es enteramente materialista. Todo el mundo natural está regido por leyes y excluye en absoluto toda influencia exterior. Pero nosotros, añade cautamente el agnóstico, no estamos en condiciones de poder probar o refutar la existencia de un ser supremo fuera del mundo por nosotros conocido. Esta reserva podía tener su razón de ser en la época en que Laplace, como Napoleón le preguntase por qué en la Mécanique Céleste[§] del gran astrónomo no se mencionaba siquiera al creador del mundo, contestó con estas palabras orgullosas: «Je n'avais pas besoin de cette hypothèse»[**]. Pero hoy nuestra idea del universo en su desarrollo no deja el menor lugar ni para un creador ni para un regente del universo; y si quisiéramos admitir la existencia de un ser supremo puesto al margen de todo el mundo existente, incurriríamos en una contradicción lógica, y además, me parece, inferiríamos una ofensa inmerecida a los sentimientos de la gente religiosa.
Nuestro agnóstico reconoce también que todos nuestros conocimientos descansan en las comunicaciones que recibimos por medio de nuestros sentidos. Pero, ¿cómo sabemos —añade— si nuestros sentidos nos transmiten realmente una imagen exacta de los objetos que percibimos a través de ellos? Y a continuación nos dice que cuando habla de las cosas o de sus propiedades, no se refiere, en realidad, a estas cosas ni a sus propiedades, acerca de las cuales no puede saber nada de cierto, sino solamente a las impresiones que dejan en sus sentidos. Es, ciertamente, un modo de concebir que parece difícil rebatir por vía de simple argumentación. Pero los hombres, antes de argumentar, habían actuado.
Im Anfang war die That[††] Y la acción humana había resuelto la dificultad mucho antes de que las cavilaciones humanas la inventasen. The proof of the pudding is in the eating[‡‡]. Desde el momento en que aplicamos estas cosas, con arreglo a las cualidades que percibimos en ellas, a nuestro propio uso, sometemos las percepciones de nuestros sentidos a una prueba infalible en cuanto a su exactitud o falsedad. Si estas percepciones fuesen falsas, lo sería también nuestro juicio acerca de la posibilidad de emplear la cosa de que se trata, y nuestro intento de emplearla tendría que fracasar ferzosamente. Pero si conseguimos el fin perseguido, si encontramos que la cosa corresponde a la idea que nos formábamos de ella, que nos da lo que de ella esperábamos al emplearla, tendremos la prueba positiva de que, dentro de estos límites, nuestras percepciones acerca de esta cosa y de sus propiedades coinciden con la realidad existente fuera de nosotros. En cambio, si nos encontramos con que hemos dado un golpe en falso, no tardamos generalmente mucho tiempo en descubrir las causas de nuestro error; llegamos a la conclusión de que la percepción en que se basaba nuestra acción era incompleta y superficial, o se hallaba enlazada con los resultados de otras percepciones de un modo no justificado por la realidad de las cosas; es decir, habíamos realizado lo que denominamos un razonamiento defectuoso. Mientras adiestremos y empleemos bien nuestros sentidos y ajustemos nuestro modo de proceder a los límites que trazan las observaciones bien hechas y bien utilizadas, veremos que los resultados de nuestros actos suministran la prueba de la conformidad de nuestras percepciones con la naturaleza objetiva de las cosas percibidas. Ni en un solo caso, según la experiencia que poseemos hasta hoy, nos hemos visto obligados a llegar a la conclusión de que las percepciones sensoriales científicamente controladas originan en nuestro cerebro ideas del mundo exterior que difieren por su naturaleza de la realidad, o de que entre el mundo exterior y las percepciones que nuestros sentidos nos transmiten de él media una incompatibilidad innata.
Pero, al llegar aquí, se presenta el agnóstico neokantiano y nos dice: Sí, podremos tal vez percibir exactamente las propiedades de una cosa, pero nunca aprehender la cosa en sí por medio de ningún proceso sensorial o discursivo. Esta «cosa en sí» cae más allá de nuestras posibilidades de conocimiento. A esto, ya hace mucho tiempo, que ha contestado Hegel: desde el momento en que conocemos todas las propiedades de una cosa, conocemos también la cosa misma; sólo queda en pie el hecho de que esta cosa existe fuera de nosotros, y en cuanto nuestros sentidos nos suministraron este hecho, hemos aprehendido hasta el último residuo de la cosa en sí, la famosa e incognoscible Ding an sich de Kant. Hoy, sólo podemos añadir a eso que, en tiempos de Kant, el conocimiento que se tenía de las cosas naturales era lo bastante fragmentario para poder sospechar detrás de cada una de ellas una misteriosa «cosa en sí». Pero, de entonces acá, estas cosas inaprehensibles han sido aprehendidas, analizadas y, más todavía, reproducidas una tras otra por los gigantescos progresos de la ciencia. Y, desde el momento en que podemos producir una cosa, no hay razón ninguna para considerarla incognoscible. Para la química de la primera mitad de nuestro siglo, las sustancias orgánicas eran cosas misteriosas. Hoy, aprendemos ya a fabricarlas una tras otra, a base de los elementos químicos y sin ayuda de procesos orgánicos. La química moderna nos dice que tan pronto como se conoce la constitución química de cualquier cuerpo, este cuerpo puede integrarse a partir de sus elementos. Hoy, estamos todavía lejos de conocer exactamente la constitución de las sustancias orgánicas superiores, los cuerpos albuminoides, pero no hay absolutamente ninguna razón para que no adquiramos, aunque sea dentro de varios siglos, este conocimiento y con ayuda de él podamos fabricar albúmina artificial. Y cuando lo consigamos, habremos conseguido también producir la vida orgánica, pues la vida, desde sus formas más bajas hasta las más altas, no es más que la modalidad normal de existencia de los cuerpos albuminoides.
Pero, después de hechas estas reservas formales, nuestro agnóstico habla y obra en un todo como el materialista empedernido, que en el fondo es. Podrá decir: a juzgar por lo que nosotros sabemos, la materia y el movimiento o, como ahora se dice, la energía, no pueden crearse ni destruirse, pero no tenemos pruebas de que ambas no hayan sido creadas en algún tiempo remoto y desconocido. Y, si intentáis volver contra él esta confesión en un caso dado, os llamará al orden a toda prisa y os mandará callar. Si in abstracto reconoce la posibilidad del espiritualismo, in concreto no quiere saber nada de él. Os dirá: por lo que sabemos y podemos saber, no existe creador ni regente del Universo; en lo que a nosotros respecta, la materia y la energía son tan increables como indestructibles; para nosotros, el pensamiento es una forma de la energía, una función del cerebro. Todo lo que nosotros sabemos nos lleva a la conclusión de que el mundo material se halla regido por leyes inmutables, etcétera, etcétera. Por tanto, en la medida en que es un hombre de ciencia, en la medida en que sabe algo, el agnóstico es materialista; fuera de los confines de su ciencia, en los campos que no domina, traduce su ignorancia al griego, y la llama agnosticismo.
En todo caso, lo que sí puede asegurarse es que, aunque yo fuese agnóstico, no podría dar a la concepción de la historia esbozada en este librito el nombre de «agnosticismo histórico». Las gentes de sentimientos religiosos se reirían de mí, los agnósticos me preguntarían, indignados, si quería burlarme de ellos. Así pues, confío en que la «respetabilidad» británica, que en alemán se llama filisteísmo, no se enfadará demasiado porque emplee en inglés, como en tantos otros idiomas, el nombre de «materialismo histórico» para designar esa concepción de los derroteros de la historia universal que ve la causa final y la fuerza propulsora decisiva de todos los acontecimientos históricos importantes en el desarrollo económico de la sociedad, en las transformaciones del modo de producción y de cambio, en la consiguiente división de la sociedad en distintas clases y en las luchas de estas clases entre sí.
Se me guardará, tal vez, esta consideración, sobre todo si demuestro que el materialismo histórico puede incluso ser útil para la respetabilidad británica. Ya he aludido al hecho de que, hace cuarenta o cincuenta años, el extranjero culto que se instalaba a vivir en Inglaterra se veía desagradablemente sorprendido por lo que necesariamente tenía que considerar como beatería y mojigatería de la respetable clase media inglesa. Ahora demostraré que la respetable clase media inglesa de aquel tiempo no era, sin embargo, tan estúpida como el extranjero inteligente se figuraba. Sus tendencias religiosas tenían su explicación.
Cuando Europa salió del medioevo, la clase media en ascenso de las ciudades era su elemento revolucionario. La posición reconocida, que se había conquistado dentro del régimen feudal de la Edad Media, era ya demasiado estrecha para su fuerza de expansión. El libre desarrollo de esta clase media, la burguesía, no era ya compatible con el sistema feudal; éste tenía forzosamente que derrumbarse.
Pero el gran centro internacional del feudalismo era la Iglesia católica romana. Ella unía a toda Europa Occidental feudalizada, pese a todas sus guerras intestinas, en una gran unidad política, contrapuesta tanto al mundo cismático griego como al mundo mahometano. Rodeó a las instituciones feudales del halo de la consagración divina. También ella había levantado su jerarquía según el modelo feudal, y era, en fin de cuentas, el mayor de todos los señores feudales, pues poseía, por lo menos, la tercera parte de toda la propiedad territorial del mundo católico. Antes de poder dar en cada país y en diversos terrenos la batalla al feudalismo secular había que destruir esta organización central sagrada.
Paso a paso, con el auge de la burguesía, iba produciéndose el gran resurgimiento de la ciencia. Volvían a cultivarse la astronomía, la mecánica, la física, la anatomía, la fisiología. La burguesía necesitaba, para el desarrollo de su producción industrial, una ciencia que investigase las propiedades de los cuerpos físicos y el funcionamiento de las fuerzas naturales. Pero, hasta entonces la ciencia no había sido más que la servidora humilde de la Iglesia, a la que no se le consentía traspasar las fronteras establecidas por la fe; en una palabra, había sido cualquier cosa menos una ciencia. Ahora, la ciencia se rebelaba contra la Iglesia; la burguesía necesitaba a la ciencia y se lanzó con ella a la rebelión.
Aquí no he tocado más que dos de los puntos en que la burguesía en ascenso tenía necesariamente que chocar con la religión establecida; pero esto bastará para probar: primero, que la clase más directamente interesada en la lucha contra el poder de la Iglesia católica era precisamente la burguesía y, segundo, que por aquel entonces toda lucha contra el feudalismo tenía que vestirse con un ropaje religioso y dirigirse en primera instancia contra la Iglesia. Pero el grito de guerra lanzado por las universidades y los hombres de negocios de las ciudades, tenía inevitablemente que encontrar, como en efecto encontró, una fuerte resonancia entre las masas del campo, entre los campesinos, que en todas partes estaban empeñados en una dura lucha contra sus señores feudales eclesiásticos y seculares, lucha en la que se ventilaba su existencia.
La gran campaña de la burguesía europea contra el feudalismo culminó en tres grandes batallas decisivas.
La primera fue la que llamamos la Reforma protestante alemana. Al grito de rebelión de Lutero contra la Iglesia, respondieron dos insurrecciones políticas; primero, la de la nobleza baja, acaudillada por Franz von Sickingen, en 1523, y luego la gran guerra campesina, en 1525. Ambas fueron aplastadas, a causa, principalmente, de la falta de decisión del partido más interesado en la lucha: la burguesía de las ciudades: falta de decisión cuyas causas no podemos investigar aquí. Desde este instante, la lucha degeneró en una reyerta entre los príncipes locales y el poder central del emperador, trayendo como consecuencia el borrar a Alemania por doscientos años del concierto de las naciones políticamente activas de Europa. Cierto es que la Reforma luterana condujo a una nueva religión; aquella precisamente que necesitaba la monarquía absoluta. Apenas abrazaron el luteranismo, los campesinos del noreste de Alemania se vieron degradados de hombres libres a siervos de la gleba.
Pero, donde Lutero falló, triunfó Calvino. El dogma calvinista cuadraba a los más intrépidos burgueses de la época. Su doctrina de la predestinación era la expresión religiosa del hecho de que en el mundo comercial, en el mundo de la competencia, el éxito o la bancarrota no depende de la actividad o de la aptitud del individuo, sino de circunstancias independientes de él. «Así que no es del que quiere ni del que corre, sino de la misericordia» de fuerzas económicas superiores, pero desconocidas. Y esto era más verdad que nunca en una época de revolución económica, en que todos los viejos centros y caminos comerciales eran desplazados por otros nuevos, en que se abría al mundo América y la India y en que vacilaban y se venían abajo hasta los artículos económicos de fe más sagrados: los valores del oro y de la plata. Además, el régimen de la Iglesia calvinista era absolutamente democrático y republicano: ¿cómo podían los reinos de este mundo seguir siendo súbditos de los reyes, de los obispos y de los señores feudales donde el reino de Dios se había republicanizado? Si el luteranismo alemán se convirtió en un instrumento sumiso en manos de los pequeños príncipes alemanes, el calvinismo fundó una república en Holanda y fuertes partidos republicanos en Inglaterra y, sobre todo, en Escocia.
En el calvinismo encontró acabada su teoría de lucha la segunda gran insurrección de la burguesía. Esta insurrección se produjo en Inglaterra. La puso en marcha la burguesía de las ciudades, pero fueron los campesinos medios (la yeomanry) de los distritos rurales los que arrancaron el triunfo. Cosa singular: en las tres grandes revoluciones burguesas son los campesinos los que suministran las tropas de combate, y ellos también, precisamente, la clase, que, después de alcanzar el triunfo, sale arruinada infaliblemente por las consecuencias económicas de este triunfo. Cien años después de Cromwell, la yeomanry de Inglaterra casi había desaparecido. En todo caso, sin la intervención de esta yeomanry y del elemento plebeyo de las ciudades, la burguesía nunca hubiera podido conducir la lucha hasta su final victorioso ni llevado al cadalso a Carlos I. Para que la burguesía se embolsase aunque sólo fueran los frutos del triunfo que estaban bien maduros, fue necesario llevar la revolución bastante más allá de su meta: exactamente como habría de ocurrir en Francia en 1793 y en Alemania en 1848. Parece ser ésta, en efecto, una de las leyes que presiden el desarrollo de la sociedad burguesa.
Después de este exceso de actividad revolucionaria, siguió la inevitable reacción que, a su vez, rebasó también el punto en que debía haberse mantenido. Tras una serie de vacilaciones, consiguió fijarse, por fin, el nuevo centro de gravedad, que se convirtió, a su vez, en nuevo punto de arranque. El período grandioso de la historia inglesa, al que los filisteos dan el nombre de «la gran rebelión», y las luchas que le siguieron, alcanzan su remate en el episodio relativamente insignificante de 1689, que los historiadores liberales señalan con el nombre de la «gloriosa revolución»[12].
El nuevo punto de partida fue una transacción entre la burguesía en ascenso y los antiguos grandes terratenientes feudales. Estos, aunque entonces como hoy se les conociese por el nombre de aristocracia estaban ya desde hacía largo tiempo en vías de convertirse en lo que Luis Felipe había de ser mucho después en Francia: en los primeros burgueses de la nación. Para suerte de Inglaterra, los antiguos barones feudales se habían destrozado unos a otros en las guerras de las Dos Rosas[13]. Sus sucesores, aunque descendientes en su mayoría de las mismas antiguas familias, procedían ya de líneas colaterales tan alejadas, que formaban una corporación completamente nueva; sus costumbres y tendencias tenían mucho más de burguesas que de feudales; conocían perfectamente el valor del dinero, y se aplicaron en seguida a aumentar las rentas de sus tierras, arrojando de ellas a cientos de pequeños arrendatarios y sustituyéndolos por rebaños de ovejas. Enrique VIII creó una masa de nuevos landlords burgueses, regalando y dilapidando los bienes de la Iglesia; y a idénticos resultados condujeron las confiscaciones de grandes propiedades territoriales, que se prosiguieron sin interrupción hasta fines del siglo XVII, para entregarlas luego a individuos semi o enteramente advenedizos. De aquí que la «aristocracia» inglesa, desde Enrique VII, lejos de oponerse al desarrollo de la producción industrial procurase sacar indirectamente provecho de ella. Además, una parte de los grandes terratenientes se mostró dispuesta en todo momento, por móviles económicos o políticos a colaborar con los caudillos de la burguesía industrial y financiera. La transacción de 1689 no fue, pues, difícil de conseguir. Los trofeos políticos —los cargos, las sinecuras, los grandes sueldos— les fueron respetados a las familias de la aristocracia rural, a condición de que defendiesen cumplidamente los intereses económicos de la clase media financiera, industrial y mercantil. Y estos intereses económicos eran ya, por aquel entonces, bastante poderosos; eran ellos los que trazaban en último término los rumbos de la política nacional. Podría haber rencillas acerca de los detalles, pero la oligarquía aristocrática sabía demasiado bien cuán inseparablemente unida se hallaba su propia prosperidad económica a la de la burguesía industrial y comercial.
A partir de este momento, la burguesía se convirtió en parte integrante, modesta pero reconocida, de las clases dominantes de Inglaterra. Compartía con todas ellas el interés de mantener sojuzgada a la gran masa trabajadora del pueblo. El comerciante o fabricante mismo ocupaba, frente a su dependiente, a sus obreros o a sus criados, la posición del amo, o la posición de su «superior natural», como se decía hasta hace muy poco en Inglaterra. Tenía que estrujarles la mayor cantidad y la mejor calidad de trabajo posible; para conseguirlo, había de educarlos en una conveniente sumisión. Personalmente, era un hombre religioso; su religión le había suministrado la bandera bajo la cual combatió al rey y a los señores; muy pronto, había descubierto también los recursos que esta religión le ofrecía para trabajar los espíritus de sus inferiores naturales y hacerlos sumisos a las órdenes de los amos, que los designios inescrutables de Dios les habían puesto. En una palabra, el burgués inglés participaba ahora en la empresa de sojuzgar a los «estamentos inferiores», a la gran masa productora de la nación, y uno de los medios que se empleaba para ello era la influencia de la religión.
Pero a esto venía a añadirse una nueva circunstancia, que reforzaba las inclinaciones religiosas de la burguesía: la aparición del materialismo en Inglaterra. Esta nueva doctrina no sólo hería los píos sentimientos de la clase media, sino que, además, se anunciaba como una filosofía destinada solamente a los sabios y hombres cultos del gran mundo; al contrario de la religión, buena para la gran masa no ilustrada, incluyendo a la burguesía. Con Hobbes, esta doctrina pisó la escena como defensora de las prerrogativas y de la omnipotencia reales e invitó a la monarquía absoluta a atar corto a aquel puer robustus sed mailitiosus[§§] que era el pueblo. También en los continuadores de Hobbes, en Bolingbroke, en Shaftesbury, etc., la nueva forma deística del materialismo seguía siendo una doctrina aristocrática, esotérica[***] y odiada, por tanto, de la burguesía, no sólo por ser una herejía religiosa, sino también por sus conexiones políticas antiburguesas. Por eso, frente al materialismo y al deísmo de la aristocracia, las sectas protestantes, que habían suministrado la bandera y los hombres para luchar contra los Estuardos, eran precisamente las que daban el contingente principal de las fuerzas de la clase media progresiva y las que todavía hoy forman la médula del «gran partido liberal».
Entretanto, el materialismo pasó de Inglaterra a Francia donde se encontró con una segunda escuela materialista de filósofos, que habían surgido del cartesianismo[14], y con la que se refundió. También en Francia seguía siendo al principio una doctrina exclusivamente aristocrática. Pero su carácter revolucionario no tardó en revelarse. Los materialistas franceses no limitaban su crítica simplemente a las materias religiosas, sino que la hacían extensiva a todas las tradiciones científicas y a todas las instituciones políticas de su tiempo; para demostrar la posibilidad de aplicación universal de su teoría, siguieron el camino más corto: la aplicaron audazmente a todos los objetos del saber en la "Encyclopédie", la obra gigantesca que les valió el nombre de «enciclopedistas». De este modo, el materialismo, bajo una u otra forma —como materialismo declarado o como deísmo—, se convirtió en el credo de toda la juventud culta de Francia; hasta tal punto, que durante la Gran Revolución la teoría creada por los realistas ingleses sirvió de bandera teórica a los republicanos y terroristas franceses, y de ella salió el texto de la "Declaración de los Derechos del Hombre"[15].
La Gran Revolución francesa fue la tercera insurrección de la burguesía, pero la primera que se despojó totalmente del manto religioso, dando la batalla en el campo político abierto. Y fue también la primera que llevó realmente la batalla hasta la destrucción de uno de los dos combatientes, la aristocracia, y el triunfo completo del otro, la burguesía. En Inglaterra, la continuidad ininterrumpida de las instituciones prerrevolucionarias y postrrevolucionarias y la transacción sellada entre los grandes terratenientes y los capitalistas, encontraban su expresión en la continuidad de los precedentes judiciales, así como en la respetuosa conservación de las formas legales del feudalismo. En Francia la revolución rompió plenamente con las tradiciones del pasado, barrió los últimos vestigios del feudalismo y creó, con el Code civil[16], una adaptación magistral a las relaciones capitalistas modernas del antiguo Derecho romano, de aquella expresión casi perfecta de las relaciones jurídicas derivadas de la fase económica que Marx llama la «producción de mercancías»; tan magistral, que este Código francés revolucionario sirve todavía hoy en todos los países —sin exceptuar a Inglaterra— de modelo para las reformas del derecho de propiedad. Pero, no por ello debemos perder de vista una cosa. Aunque el Derecho inglés continúa expresando las relaciones económicas de la sociedad capitalista en un lenguaje feudal bárbaro, que guarda con la cosa expresada la misma relación que la ortografía con la fonética inglesa —«vous écrivez Londres et vous prononcez Constantinople»[†††], decía un francés—, este Derecho inglés es el único que ha mantenido indemne a través de los siglos y que ha transplantado a Norteamérica y a las colonias la mejor parte de aquella libertad personal, aquella autonomía local y aquella salvaguardia contra toda injerencia, fuera de la de los tribunales; en una palabra, aquellas antiguas libertades germánicas que en el continente se habían perdido bajo el régimen de la monarquía absoluta y que hasta ahora no han vuelto a recobrarse íntegramente en ninguna parte.
Pero volvamos a nuestro burgués británico. La revolución francesa le brindó una magnífica ocasión para arruinar, con ayuda de las monarquías continentales, el comercio marítimo francés, anexionarse las colonias francesas y reprimir las últimas pretensiones francesas de hacerle la competencia por mar. Fue ésta una de las razones de que la combatiese. La segunda razón era que los métodos de esta revolución le hacían muy poca gracia. No ya su «execrable» terrorismo, sino también su intento de implantar el régimen burgués hasta en sus últimas consecuencias. ¿Qué iba a hacer en el mundo el burgués británico sin su aristocracia, que le imbuía maneras (¡y qué maneras!) e inventaba para él modas, que le suministraba la oficialidad para el ejército, salvaguardia del orden dentro del país, y para la marina, conquistadora de nuevos dominios coloniales y de nuevos mercados en el exterior? Cierto es que también había dentro de la burguesía una minoría progresiva, formada por gentes cuyos intereses no habían salido tan bien parados en la transacción, esta minoría, integrada por la clase media de posición más modesta, simpatizaba con la revolución, pero era impotente en el parlamento.
Por tanto, cuanto más se convertía el materialismo en el credo de la revolución francesa, tanto más se aferraba el piadoso burgués británico a su religión. ¿Acaso la época del terror en París no había demostrado lo que ocurre, cuando el pueblo pierde la religión? Conforme se extendía el materialismo de Francia a los países vecinos y recibía el refuerzo de otras corrientes teóricas afines, principalmente el de la filosofía alemana; conforme en el continente ser materialista y librepensador era, en realidad, una cualidad indispensable para ser persona culta, más tenazmente se afirmaba la clase media inglesa en sus diversas confesiones religiosas. Por mucho que variasen las unas de las otras, todas eran confesiones decididamente religiosas, cristianas.
Mientras que la revolución aseguraba el triunfo político de la burguesía en Francia, en Inglaterra Watt, Arkwright, Cartwright y otros iniciaron iniciaron una revolución industrial, que desplazó completamente el centro de gravedad del poder económico. Ahora, la burguesía enriquecíase mucho más aprisa que la aristocracia terrateniente. Y, dentro de la burguesía misma, la aristocracia financiera, los banqueros, etc., iban pasando cada vez más a segundo plano ante los fabricantes. La transacción de 1689, aun con las enmiendas que habían ido introduciéndose poco a poco a favor de la burguesía, ya no correspondía a la posición recíproca de las dos partes interesadas. Había cambiado también el carácter de éstas: la burguesía de 1830 difería mucho de la del siglo anterior. El poder político que aún conservaba la aristocracia y que se ponía en acción contra las pretensiones de la nueva burguesía industrial, hízose incompatible con los nuevos intereses económicos. Planteábase la necesidad de renovar la lucha contra la aristocracia; y esta lucha sólo podía terminar con el triunfo del nuevo poder económico. Bajo el impulso de la revolución francesa de 1830, se impuso en primer término, pese a todas las resistencias, la ley de reforma electoral[17]. Esto dio a la burguesía una posición fuerte y reconocida en el parlamento. Luego, vino la derogación de las leyes cerealistas[18], que instauró de una vez para siempre el predominio de la burguesía, y sobre todo de su parte más activa, los fabricantes, sobre la aristocracia de la tierra. Fue éste el mayor triunfo de la burguesía, pero fue también el último conseguido en su propio y exclusivo interés. Todos sus triunfos posteriores hubo de compartirlos con un nuevo poder social, aliado suyo en un principio, pero luego rival de ella.
La revolución industrial había creado una clase de grandes fabricantes capitalistas, pero había creado también otra, mucho más numerosa, de obreros fabriles. Esta clase crecía constantemente en número, a medida que la revolución industrial se iba adueñando de una rama industrial tras otra. Y con su número, crecía también su fuerza, que se demostró ya en 1824, cuando obligó al parlamento a derogar a regañadientes las leyes contra la libertad de coalición[19]. Durante la campaña de agitación por la reforma electoral, los obreros formaban el ala radical del partido de la reforma; y cuando la ley de 1832 los privó del derecho de sufragio, sintetizaron sus reivindicaciones en la Carta del Pueblo (People's Charter)[20] y se constituyeron, en oposición al gran partido burgués que combatía las leyes cerealistas[21], en un partido independiente, el partido cartista, que fue el primer partido obrero de nuestro tiempo.
A continuación, vinieron las revoluciones continentales de febrero y marzo de 1848, en las que los obreros desempeñaron un papel tan importante y en las que plantearon, por lo menos en París, reivindicaciones que eran resueltamente inadmisibles, desde el punto de vista de la sociedad capitalista. Y luego sobrevino la reacción general. Primero, la derrota de los cartistas del 10 de abril de 1848[22]; después, el aplastamiento de la insurrección obrera de París, en junio del mismo año; más tarde, los descalabros de 1849 en Italia, Hungría y el Sur de Alemania; y por último, el triunfo de Luis Bonaparte sobre París, el 2 de diciembre de 1851[23]. Con esto, habíase conseguido ahuyentar, por lo menos durante algún tiempo, el espantajo de las reivindicaciones obreras, pero ¡a qué costa! Por tanto, si el burgués británico estaba ya antes convencido de la necesidad de mantener en el pueblo vil el espíritu religioso, ¡con cuánta mayor razón tenía que sentir esa necesidad, después de todas estas experiencias! Por eso, sin hacer el menor caso de las risotadas de burla de sus colegas continentales, continuaba año tras año gastando miles y decenas de miles en la evangelización de los estamentos inferiores. No contento con su propia maquinaria religiosa, se dirigió al Hermano Jonathan[24] Revivalismo: corriente de la Iglesia protestante surgida en Inglaterra en la primera mitad del siglo XVIII y propagada en Norteamérica; sus adeptos se valían de las prédicas religiosas y la organización de nuevas comunidades de creyentes para consolidar y ampliar la influencia de la religión cristiana., el más grande organizador de negocios religiosos por aquel entonces, e importó de los Estados Unidos el revivalismo, a Moody y Sankey, etc.; y, por último, aceptó incluso hasta la ayuda peligrosa del Ejército de Salvación, que viene a restaurar los recursos de propaganda del cristianismo primitivo, que se dirige a los pobres como a los elegidos, combatiendo al capitalismo a su manera religiosa y atizando así un elemento de lucha de clases del cristianismo primitivo, que un buen día puede llegar a ser molesto para las gentes ricas que hoy suministran de su bolsillo el dinero para esta propaganda.
Parece ser una ley del desarrollo histórico el que la burguesía no pueda detentar en ningún país de Europa el poder político —al menos, durante largo tiempo—, de la misma manera exclusiva con que pudo hacerlo la aristocracia feudal durante la Edad Media. Hasta en Francia, donde se extirpó tan de raíz el feudalismo, la burguesía, como clase global, sólo ejerce todo el poder durante breves períodos de tiempo. Bajo Luis Felipe (1830-1848), sólo gobernaba una pequeña parte de la burguesía, pues otra parte mucho más considerable quedaba excluida del sufragio por el elevado censo de fortuna que se exigía para poder votar. Bajo la segunda República (1848-1851), gobernó toda la burguesía, pero sólo durante tres años; su incapacidad abrió el camino al Segundo Imperio. Sólo ahora, bajo la tercera República[25], vemos a la burguesía en bloque empuñar el timón por espacio de veinte años, pero en eso revela ya gratos síntomas de decadencia. Hasta ahora, una dominación de la burguesía mantenida durante largos años sólo ha sido posible en países como Norteamérica, que nunca conocieron el feudalismo y donde la sociedad se ha construido desde el primer momento sobre una base burguesa. Pero hasta en Francia y en Norteamérica llaman ya a la puerta con recios golpes los sucesores de la burguesía: los obreros.
En Inglaterra, la burguesía no ha ejercido jamás el poder indiviso. Hasta el triunfo de 1832 dejó a la aristocracia en el disfrute casi exclusivo de todos los altos cargos públicos. Yo no acertaba a explicarme la sumisión con que la clase media rica se resignaba a tolerar esto, hasta que un día el gran fabricante liberal Mr. W. A. Forster, en un discurso, suplicó a los jóvenes de Bradford que aprendiesen francés si querían hacer carrera, contando a este propósito el triste papel que había hecho él cuando, siendo ministro, se vio metido de pronto en una sociedad en que el francés era, por lo menos, tan necesario como el inglés. En efecto, los burgueses ingleses de aquel entonces eran, quien más quien menos, unos nuevos ricos sin cultura, que tenían que ceder a la aristocracia, quisieran o no, todos aquellos altos puestos del gobierno que exigían otras dotes que la limitación y la fatuidad insulares, salpimentadas por la astucia para los negocios[‡‡‡]. Todavía hoy los debates inacabables de la prensa sobre la middle-class-education[§§§] revelan que la clase media inglesa no se considera aún bastante buena para recibir la mejor educación y busca algo más modesto. Por eso, aun después de la derogación de las leyes cerealistas, se consideró como algo muy natural que los que habían arrancado el triunfo, los Cobden, los Bright, los Forster, etcétera, quedasen privados de toda participación en el gobierno oficial, hasta que por último, veinte años después, una nueva ley de Reforma[26] les abrió las puertas del ministerio. Hasta hoy día está la burguesía inglesa tan profundamente penetrada de un sentimiento de inferioridad social, que sostiene a costa suya y del pueblo una casta decorativa de zánganos que tienen por oficio representar dignamente a la nación en todos los actos solemnes y se considera honradísima cuando se encuentra a un burgués cualquiera reconocido como digno de ingresar en esta corporación selecta y privilegiada, que al fin y al cabo ha sido fabricada por la misma burguesía.
Así pues, la clase media industrial y comercial no había conseguido aún arrojar por completo del poder político a la aristocracia terrateniente, cuando se presentó en escena el nuevo rival: la clase obrera. La reacción que se produjo después del movimiento cartista y las revoluciones continentales, unida a la expansión sin precedentes de la industria inglesa desde 1848 a 1866 (expansión que suele atribuirse sólo al librecambio, pero que se debió en mucha mayor parte a la extensión gigantesca de los ferrocarriles, los transatlánticos y los medios de comunicación en general) volvió a poner a los obreros bajo la dependencia de los liberales, cuya ala radical formaban, como en los tiempos anteriores al cartismo. Pero, poco a poco, las exigencias obreras en cuanto al sufragio universal fueron haciéndose irresistibles. Mientras los «whigs», los caudillos de los liberales, temblaban de miedo, Disraeli demostraba su superioridad; supo aprovechar el momento propicio para los «tories» introduciendo en los distritos electorales urbanos el régimen electoral del household suffrage[****] y, en relación con éste, una nueva distribución de los distritos electorales.
A esto, siguió poco después el ballot[††††], luego, en 1884, el household suffrage hízose extensivo a todos los distritos, incluso a los de condado, y se introdujo una nueva distribución de las circunscripciones electorales, que las nivelaba hasta cierto punto. Todas estas reformas aumentaron de tal modo la fuerza de la clase obrera en las elecciones, que ésta representaba ya a la mayoría de los electores en 150 a 200 distritos. ¡Pero no hay mejor escuela de respeto a la tradición que el sistema parlamentario! Si la clase media mira con devoción y veneración al grupo que lord John Manners llama bromeando «nuestra vieja nobleza», la masa de los obreros miraba en aquel tiempo con respeto y acatamiento a la que entonces se llamaba «la clase mejor», la burguesía. En realidad, el obrero británico de hace quince años era ese obrero modelo cuya consideración respetuosa por la posición de su patrono y cuya timidez y humildad al plantear sus propias reivindicaciones ponían un poco de bálsamo en las heridas que a nuestros socialistas alemanes de cátedra[27] les inferían las incorregibles tendencias comunistas y revolucionarias de los obreros de su país.
Sin embargo, los burgueses ingleses, como buenos hombres de negocios, veían más allá que los profesores alemanes. Sólo de mala gana habían compartido el poder con los obreros. Durante el período cartista, habían tenido ocasión de aprender de lo que era capaz el pueblo, ese puer robustus sed malitiosus. Desde entonces, habían tenido que aceptar y ver convertida en ley nacional la mayor parte de la Carta del Pueblo. Ahora más que nunca, era importante tener al pueblo a raya mediante recursos morales; y el recurso moral primero y más importante con que se podía influenciar a las masas seguía siendo la religión. De aquí la mayoría de puestos otorgados a curas en los organismos escolares y de aquí que la burguesía se imponga a sí misma cada vez más tributos para sostener toda clase de revivalismos, desde el ritualismo[28] hasta el Ejército de Salvación.
Y entonces llegó el triunfo del respetable filisteísmo británico sobre la libertad de pensamiento y la indiferencia en materias religiosas del burgués continental. Los obreros de Francia y Alemania se volvieron rebeldes. Estaban totalmente contaminados de socialismo, y además, por razones muy fuertes, no se preocupaban gran cosa de la legalidad de los medios empleados para conquistar el poder. Aquí, el puer robustus se había vuelto realmente cada día más malitiosus. Y al burgués francés y alemán no le quedaba más recurso que renunciar tácitamente a seguir siendo librepensador, como esos guapos mozos que cuando se ven acometidos irremediablemente por el mareo, dejan caer el cigarro humeante con que fantocheaban a bordo. Los burlones fueron adoptando uno tras otro, exteriormente, una actitud devota y empezaron a hablar con respeto de la Iglesia, de sus dogmas y ritos, llegando incluso, cuando no había más remedio, a compartir estos últimos. Los burgueses franceses se negaban a comer carne los viernes y los burgueses alemanes se aguantaban, sudando en sus reclinatorios, interminables sermones protestantes. Habían llegado con su materialismo a una situación embarazosa. Die Religion muss dem Volk erhalten werden («¡Hay que conservar la religión para el pueblo!»); era el último y único recurso para salvar a la sociedad de su ruina total. Para desgracia suya, no se dieron cuenta de esto hasta que habían hecho todo lo humanamente posible para derrumbar para siempre la religión. Había llegado, pues, el momento en que el burgués británico podía reírse, a su vez, de ellos y gritarles: «¡Ah, necios, eso ya podía habérselo dicho yo hace doscientos años!»
Sin embargo, me temo mucho que ni la estupidez religiosa del burgués británico ni la conversión post festum[‡‡‡‡] del burgués continental, consigan poner un dique a la creciente marea proletaria. La tradición es una gran fuerza de freno; es la vis inertiae[§§§§] de la historia. Pero es una fuerza meramente pasiva; por eso tiene necesariamente que sucumbir. De aquí que tampoco la religión pueda servir a la larga de muralla protectora de la sociedad capitalista. Si nuestras ideas jurídicas, filosóficas y religiosas no son más que los brotes más próximos o más remotos de las condiciones económicas imperantes en una sociedad dada, a la larga estas ideas no pueden mantenerse cuando han cambiado completamente aquellas condiciones. Una de dos: o creemos en una revelación sobrenatural, o tenemos que reconocer que no hay dogma religioso capaz de apuntalar una sociedad que se derrumba.
Y la verdad es que también en Inglaterra comienzan otra vez los obreros a moverse. Indudablemente, el obrero inglés está atado por una serie de tradiciones. Tradiciones burguesas, como la tan extendida creencia de que no pueden existir más que dos partidos, el conservador y el liberal, y de que la clase obrera tiene que valerse del gran partido liberal para laborar por su emancipación. Y tradiciones obreras, heredadas de los tiempos de sus primeros tanteos de actuación independiente, como la eliminación, en numerosas y antiguas tradeuniones, de todos aquellos obreros que no han tenido un determinado tiempo reglamentario de aprendizaje; lo que significa, en rigor, que cada una de estas uniones se crea sus propios esquiroles. Pero, a pesar de todo esto y mucho más, la clase obrera inglesa avanza, como el mismo profesor Brentano se ha visto obligado a comunicar, con harto dolor, a sus hermanos, los socialistas de cátedra. Avanza, como todo en Inglaterra, con paso lento y mesurado, vacilante aquí, y allí mediante tanteos, a veces estériles; avanza a trechos, con una desconfianza excesivamente prudente hacia el nombre de Socialismo, pero asimilándose poco a poco la esencia. Avanza, y su avance va comunicándose a una capa obrera tras otra. Ahora, ha sacudido el letargo de los obreros no calificados del East End de Londres, y todos nosotros ya hemos visto qué magnífico empuje han dado, a su vez, a la clase obrera estas nuevas fuerzas. Y si el ritmo del movimiento no es aconsonantado a la impaciencia de unos u otros, no deben olvidar que es precisamente la clase obrera la que mantiene vivos los mejores rasgos del carácter nacional inglés y que en Inglaterra, cuando se da un paso hacia adelante, ya no se pierde jamás. Si los hijos de los viejos cartistasno dieron de sí, por los motivos indicados, todo lo que de ellos se podía esperar, parece que los nietos van a ser dignos de sus abuelos.
Pero, el triunfo de la clase obrera europea no depende solamente de Inglaterra. Este triunfo sólo puede asegurarse mediante la cooperación, por lo menos, de Inglaterra, Francia y Alemania[29]. En estos dos últimos países, el movimiento obrero le lleva un buen trecho de delantera al de Inglaterra. En Alemania, se halla incluso a una distancia ya mesurable del triunfo. Los progresos obtenidos aquí desde hace veinticinco años, no tienen precedente. El movimiento obrero alemán avanza con velocidad acelerada. Y si la burguesía alemana ha dado pruebas de su carencia lamentable de capacidad política, de disciplina, de bravura, de energía y de perseverancia, la clase obrera de Alemania ha demostrado que posee en grado abundante todas estas cualidades. Hace ya casi cuatrocientos años que Alemania fue el punto de arranque del primer gran alzamiento de la clase media de Europa; tal como están hoy las cosas, ¿es descabellado pensar que Alemania vaya a ser también el escenario del primer gran triunfo del proletariado europeo?

20 de abril de 1892
F. Engels

Publicado por primera vez en el libro: «Socialism Utopian and Scientific», London,  1892, y con algunas omisiones en la traducción alemana del autor en la revista "Die Neue Zeit", Bd. 1Nº1, 2, 1892-1893. Traducido del inglés. Se publica de acuerdo con el texto de la edición inglesa, cotejado con el de la revista.




Notas

[*] En el estado de dimensión. (N. de la Edit.)
[†]Qual es un juego de palabras filosófico. Qual significa, literalmente, tortura, dolor que incita a realizar una acción cualquiera. Al mismo tiempo, el místico Böhme transfiere a la palabra alemana algo del término latino qualitas (calidad). Su Qual era, por oposición al dolor producido exteriormente, un principio activo, nacido del desarrollo espontáneo de la cosa, de la relación o de la personalidad sometida a su influjo y que, a su vez, provocaba este desarrollo.
[‡] K. Marx und F. Engels, "Die heilige Familie", Frankfurt am M., 1845, S. 201-204. (C. Marx y F. Engels. La Sagrada Familia, Francfort del Meno, 1845, págs. 201-204.) (N. de la Edit.)
[§] P. Laplace, Traité de mécanique céleste ("Tratado de mecánica celeste») Vols. I—V, Paris, 1799-1825. (N. de la Edit).
[**] «No tenía necesidad de recurrir a esta hipótesis». (N. de la Edit.)
[††] «En el principio era la acción». Goethe, Fausto, parte I, escena III. (N. de la Edit.)
[‡‡] «El pudin se prueba comiéndolo». (N. de la Edit).
[§§] Muchacho robusto, pero malicioso. (N. de la Edit.)
[***] Oculta, sólo destinada a los iniciados. (N. de la Edit.)
[†††] Se escribe Londres y se pronuncia Constantinopla. (N. de la Edit.)
[‡‡‡] Y hasta en materia de negocios la fatuidad del chovinismo nacional es un mal consejo. Hasta hace muy poco, el fabricante inglés corriente consideraba denigrante para un inglés hablar otro idioma que no fuese el suyo propio y le enorgullecía en cierto modo que esos «pobres diablos» de los extranjeros se instalasen a vivir en Inglaterra, descargándole con ello del trabajo de vender sus productos en el extranjero. No advertía siquiera que estos extranjeros, alemanes en su mayor parte, se adueñaban de este modo de una gran parte del comercio exterior de Inglaterra —tanto del de importación como del de exportación— y que el comercio directo de los ingleses con el extranjero iba circunscribiéndose casi exclusivamente a las colonias, a China, a los Estados Unidos y a Sudamérica. Y tampoco advertía que estos alemanes comerciaban con otros alemanes del extranjero, que con el tiempo iban organizando una red completa de colonias comerciales por todo el mundo. Y cuando, hace unos cuarenta años, Alemania empezó seriamente a fabricar para la exportación, encontró en estas colonias comerciales alemanas un instrumento que le prestó maravillosos servicios en la empresa de transformarse, en tan poco tiempo, de un país exportador de cereales en un país industrial de primer orden. Por fin, hace unos diez años, los fabricantes ingleses empezaron a inquietarse y a preguntar a sus embajadores y cónsules cómo era que ya no podían retener a todos sus clientes. La respuesta unánime fue ésta: 1º porque no os molestáis en aprender la lengua de vuestros clientes y exigís que ellos aprendan la vuestra, y 2º porque no intentáis siquiera satisfacer las necesidades, las costumbres y los gustos de vuestros clientes, sino que queréis que se atengan a los vuestros, a los de Inglaterra.
[§§§] Educación de la clase media (N. de la Edit.)
[****] El household suffrage establecía el derecho de voto para todo el que viviese en casa independiente. (N. de la Edit.)
[††††] Votación secreta. (N. de la Edit.)
[‡‡‡‡] Después de la fiesta, o sea, retardada. (N. de la Edit.)
[§§§§] La fuerza de la inercia. (N. de la Edit.)


[1] El trabajo de Engels "Del socialismo utópico al socialismo científico" consta de tres capítulos del "Anti-Dühring" revisados por él con el fin especial de ofrecer a los obreros una exposición popular de la doctrina marxista como concepción íntegra.
[2] En el "Congreso de Gotha", celebrado del 22 al 25 de mayo de 1875, se unieron las dos corrientes del movimiento obrero alemán: el Partido Obrero Socialdemócrata (los eisenachianos), dirigido por A. Bebel y W. Liebknecht, y la lassalleana Asociación General de Obreros Alemanes. El partido unificado adoptó la denominación de Partido Obrero Socialista de Alemania. Así se logró superar la escisión en las filas de la clase obrera alemana. El proyecto de programa del partido unificado, propuesto al Congreso de Gotha, pese a la dura crítica que habían hecho Marx y Engels, fue aprobado en el Congreso con insignificantes modificaciones.
[3] Bimetalismo: sistema monetario, en el que las funciones de dinero las cumplen simultáneamente dos metales monetarios: el oro y la plata.
[4] "Vorwärts" («Adelante»): órgano central del Partido Obrero Socialista Alemán, se publicó en Leipzig desde el 1 de octubre de 1876 hasta el 27 de octubre de 1878. La obra de Engels "Anti-Dühring" se publicó en el periódico desde el 3 de enero de 1877 hasta el 7 de julio de 1878.
[5] En la presente edición no se inserta el trabajo de F. Engels "La Marca".
[6] Engels se refiere a los trabajos de M. Kovalevski "Tableau des origines et de l'évolution de la famille et de la proprieté" («Ensayo acerca del origen de la familia y la propiedad») publicado en 1890 en Estocolmo, y "Pervobytnoye pravo" («Derecho primitivo») fascículo 1, "La Gens", Moscú, 1886.
[7] Nominalistas: representantes de una tendencia de la filosofía medieval que consideraba que los conceptos generales genéricos eran nombres, engendrados por el pensamiento y el lenguaje humanos y no valían más que para designar objetos sueltos, existentes en realidad. En oposición a los realistas medievales, los nominalistas negaban la existencia de conceptos como prototipos y fuentes creadoras de las cosas. De este modo reconocían el carácter primario de la realidad y secundario del concepto. En este sentido, el nominalismo era la primera expresión del materialismo en la Edad Media.
[8] Nomoiomerias: minúsculas partículas cualitativamente determinadas y divisibles infinitamente. Anaxágoras consideraba que las homoiomerias constituían la base inicial de todo lo existente y que sus combinaciones daban origen a la diversidad de las cosas.
[9] Deísmo: doctrina filosófico-religiosa que reconoce a Dios como causa primera racional impersonal del mundo, pero niega su intervención en la vida de la naturaleza y la sociedad.
[10] Se alude a la primera exposición comercial e industrial mundial que se celebró en Londres de mayo a octubre de 1851.
[11] Ejército de Salvación: organización reaccionaria religioso-filantrópica fundada en 1865 en Inglaterra y reorganizada en 1880 adoptando el modelo militar (de ahí su denominación). Apoyada en medida considerable por la burguesía, esta organización fundó en muchos países una red de instituciones de beneficencia, con el fin de apartar a las masas trabajadoras de la lucha contra los explotadores.
[12] La historiografía burguesa inglesa llama «revolución gloriosa» al golpe de Estado de 1688 con el que se derrocó en Inglaterra la dinastía de los Estuardos y se instauró la monarquía constitucional (1689) encabezada por Guillermo de Orange y basada en el compromiso entre la aristocracia terrateniente y la gran burguesía.
[13] La guerra de las Dos Rosas (1455-1485): guerra entre dos familias feudales inglesas que luchaban por el trono: los York, en cuyo escudo figuraba una rosa blanca, y los Lancaster, que tenían en el escudo una rosa roja. Alrededor de los York se agrupaba una parte de los grandes feudales del Sur (más desarrollado económicamente), los caballeros y los ciudadanos; los Lancaster eran apoyados por la aristocracia feudal de los condados del Norte. La guerra llevó casi al total exterminio de las antiguas familias feudales y concluyó al subir al trono la nueva dinastía de los Tudor que implantó el absolutismo en Inglaterra.
[14] Filosofía cartesiana: doctrina de los seguidores del filósofo francés del siglo XVII Descartes (en latín Cartesius), que dedujeron conclusiones materialistas de su filosofía.
[15] La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano fue aprobada por la Asamblea Constituyente en 1789. Se proclamaban en ella los principios políticos del nuevo régimen burgués. La Declaración fue incluida en la Constitución francesa de 1791; sirvió de base a los jacobinos al redactar la Declaración de los Derechos del Hombre de 1793, que figuró como prefacio a la primera Constitución republicana de Francia adoptada por la Convención Nacional en 1793.
[16] Aquí y en adelante, Engels no entiende por Código de Napoleón únicamente el Code civil (Código civil) de Napoleón adoptado en 1804 y conocido con este nombre, sino, en el sentido lato de la palabra, todo el sistema del Derecho burgués, representado por los cinco códigos (civil, civil-procesal, comercial, penal y penal-procesal) adoptados bajo Napoleón I en los años de 1804 a 1810. Dichos códigos fueron implantados en las regiones de Alemania Occidental y Sudoccidental conquistadas por la Francia de Napoleón y siguieron en vigor en la provincia del Rin incluso después de la anexión de ésta a Prusia en 1815.
[17] El proyecto de ley de la primera reforma electoral en Inglaterra fue llevado al Parlamento en marzo de 1831 y aprobado en junio de 1832. La reforma abrió las puertas al Parlamento sólo a los representantes de la burguesía industrial. El proletariado y la pequeña burguesía, que eran la fuerza principal en la lucha por la reforma, fueron engañados por la burguesía liberal y se quedaron, al igual que antes, sin derechos electorales.
[18] El bill de abolición de las leyes cerealistas fue aprobado en junio de 1846. Las llamadas leyes cerealistas, aprobadas con vistas a restringir o prohibir la importación de trigo del extranjero, fueron promulgadas en Inglaterra en beneficio de los grandes terratenientes (landlords). La aprobación del bill de 1846 fue un triunfo de la burguesía industrial, que luchaba contra las leyes cerealistas bajo la consigna de libertad de comercio.
[19] En 1824, el Parlamento inglés, presionado por el movimiento obrero de masas, tuvo que promulgar un acto aboliendo la prohibición de las uniones obreras (las tradeuniones).
[20] La Carta del Pueblo, que contenía las exigencias de los cartistas, fue publicaba el 8 de mayo de 1838 como proyecto de ley a ser presentado en el Parlamento; la integraban seis puntos; derecho electoral universal (para los varones desde los 21 años de edad), elecciones anuales al Parlamento, votación secreta, igualdad de las circunscripciones electorales, abolición del requisito de propiedad para los candidatos a diputado al Parlamento, remuneración de los diputados. Las tres peticiones de los cartistas con la exigencia de la aprobación de la Carta del Pueblo, entregadas al Parlamento, fueron rechazados por éste en 1839, 1842 y 1849.
[21] La Liga anticerealista: organización de la burguesía industrial inglesa, fundada en 1838 por los fabricantes Cobden y Bright, de Manchester. Al presentar la exigencia de la libertad completa de comercio, la Liga propugnaba la abolición de las leyes cerealistas con el fin de rebajar los salarios de los obreros y debilitar las posiciones económicas y políticas de la aristocracia terrateniente. Después de la abolición de las leyes cerealistas (1846), la Liga dejó de existir.
[22] La manifestación de masas que los cartistas anunciaron para el 10 de abril de 1848 en Londres, con el fin de entregar al Parlamento la petición sobre la aprobación de la Carta popular, fracasó debido a la indecisión y las vacilaciones de sus organizadores. El fracaso de la manifestación fue utilizado por las fuerzas de la reacción para arreciar la ofensiva contra los obreros y las represalias contra los cartistas.
[23] Trátase del golpe de Estado organizado por Luis Bonaparte el 2 de diciembre de 1851, que dio comienzo al régimen bonapartista del Segundo Imperio.
[24] Hermano Jonathan: mote dado por los ingleses a los norteamericanos durante la guerra de las colonias norteamericanas de Inglaterra por la independencia (1775-1783).
[25] El Segundo Imperio de Napoleón III existió en Francia de 1852 a 1870, y la Tercera República, de 1870 a 1940.
[26] En 1867, en Inglaterra, bajo la influencia del movimiento obrero de masas, se llevó a cabo la segunda reforma parlamentaria. El Consejo General de la I Internacional tomó parte activa en el movimiento que reivindicaba esta reforma. Como resultado de ella, el número de electores en Inglaterra aumentó en más del doble y cierta parte de obreros calificados conquistó el derecho a votar.
[27] Socialismo de cátedra: corriente de la ideología burguesa de los años 70-90 del siglo XIX. Sus representantes, ante todo profesores de universidades alemanas, predicaban desde sus cátedras el reformismo burgués, tratando de presentarlo como socialismo. Afirmaban (entre otros A. Wagner, H. Schmoller, L. Brentano y W. Sombart) que el Estado era una institución situada por encima de las clases, podía reconciliar las clases enemigas e implantar gradualmente el «socialismo» sin afectar los intereses de los capitalistas. Su programa se reducía a la organización de los seguros de los obreros contra enfermedades y accidentes y a la aplicación de ciertas medidas en la esfera de la legislación fabril. Los socialistas de cátedra estimaban que, habiendo sindicatos bien organizados, no había necesidad de lucha política, ni de partido político de la clase obrera. El socialismo de cátedra constituyó una de las fuentes ideológicas del revisionismo.
[28] Ritualismo: corriente surgida en la Iglesia anglicana en los años 30 del siglo XIX, sus adeptos llamaban a la restauración de los ritos católicos (de ahí la denominación) y de ciertos dogmas del catolicismo en la Iglesia anglicana.
[29] Esta conclusión de la posibilidad de la victoria de la revolución proletaria únicamente en el caso de ser simultánea en los países capitalistas avanzados y, por consiguiente, de la imposibilidad de la revolución en un solo país, era justa para el período del capitalismo premonopolista. En las nuevas condiciones históricas, en el período del capitalismo monopolista, Lenin, partiendo de la ley, descubierta por él, de la desigualdad del desarrollo económico y político del capitalismo en la época del imperialismo, llegó a una nueva conclusión, a la de la posibilidad de la victoria de la revolución socialista primero en unos cuantos o, incluso, en un solo país, y de la imposibilidad de la victoria simultánea de la revolución en todos los países o en la mayoría de ellos. Lenin formula por vez primera esta conclusión nueva en su artículo "La consigna de los Estados Unidos de Europa" ))....



HACE FALTA TENER ESE LIBRO EN EL BLOG : 

ÍNDICE 

PRESENTACIÓN CRONOLOGÍA 

CAPÍTULO I EL PARTIDO BOLSHEVIQUE DURANTE EL PERÍODO DE PREPARACIÓN Y REALIZACIÓN DE LA REVOLUCIÓN SOCIALISTA DE OCTUBRE (ABRIL 1917-1918) Jossif V. Stalin 

CAPÍTULO II LENIN COMO ORGANIZADOR DEL PARTIDO Nadieszhda Krupskaya 

CAPÍTULO III TEXTOS DE LENIN V. I. Lenin 1. La dualidad de poderes 2. El Estado y la revolución. La experiencia de la Comuna de París de 1871. El análisis de Marx 3. Los bolcheviques deben tomar el poder 4. ¿Se sostendrán los bolcheviques en el Poder? 5. Carta al C.C., a los Comités de Moscú y Petrogrado y a los bolcheviques miembros de los Soviets de Petrogrado y Moscú. 6. Consejos de un ausente. 7. Carta a los camaradas bolcheviques que participan en el Congreso de los Soviets de la Región del Norte 8. Carta a los miembros del Partido Bolchevique 9. Carta a los miembros del C.C. 82 9 13 77 79 19 69 98 101 143 145 148 153 157 10. ¡A los ciudadanos de Rusia! 11. Llamamiento del Comité Central del Partido Obrero Social Demócrata (bolchevique) de Rusia. 12. Congreso Extraordinario de los Soviets de diputados campesinos de toda Rusia. 13. Informe sobre la situación económica de los obreros de Petrogrado y las tareas de la clase obrera, pronunciado en la reunión de la sección obrera del Soviet de diputados obreros y soldados de Petrogrado. 14. Tesis sobre la Asamblea Constituyente 15. Por el pan y la paz 16. Proyecto de Decreto sobre la puesta en práctica de la nacionalización de los bancos y las medidas indispensables derivadas de ella 

CAPÍTULO IV LA INSURRECCIÓN DE OCTUBRE León Trotski 

CAPÍTULO V LA REVOLUCIÓN CONTRA EL CAPITAL Antonio Gramsci 

CAPÍTULO VI LA REVOLUCIÓN RUSA (UN ANÁLISIS CRÍTICO) Rosa Luxemburgo 

CAPÍTULO VII OCTUBRE DE 1917 Samir Amin 

BIBLIOGRAFÍA GENERAL 160 164 166 177 199 205 243 168 173 174 159 275 

PRESENTACIÓN 

A cien años de la Revolución Bolchevique de Octubre de 1917, que permitió romper el eslabón más débil de la cadena imperialista, representada por la Rusia zarista a principios del Siglo XX, se hace necesario un balance y una evaluación de sus avances y retrocesos, de sus éxitos y fracasos, por parte de los partidos, organizaciones políticas, personalidades y estudiosos de la izquierda mundial. Indudablemente, la Toma del Palacio de Invierno de San Petersburgo, dirigida y encabezada por los bolcheviques, fue una acción revolucionaria muy meritoria, ya que permitió la toma del Poder por los Soviets de obreros, campesinos y soldados, y así el comienzo de la gran hazaña y desafío de empezar la construcción del primer Estado Obrero Socialista, después del efímero “asalto al cielo” que representó la experiencia de la Comuna de París en 1871. Al tiempo, hacemos la reflexión de que la tarea de construir el socialismo en un solo país no es una labor fácil, cuando se está rodeado de un océano capitalista. Podemos afirmar que la complejidad de este proceso de la edificación del socialismo, llevó a cometer los llamados “errores necesarios” obligados por las difíciles circunstancias y contextos que los sobredeterminaron. El heroísmo del pueblo soviético, no solo fue en el terreno militar, sino sobre todo, en los quehaceres del campo, las fábricas, los servicios públicos, el desarrollo científico y tecnológico, en el ámbito de la educación, la salud, la vivienda, y la gran audacia que significó la lucha por construir una sociedad sin explotados ni explotadores. Después de la desaparición del campo socialista que inició en 1989 con la caída del Muro de Berlín y terminó en 1991 con la desintegración de la Unión Soviética en 15 Estados independientes, hacer el balance de la Revolución de Octubre y de su obra nos genera sentimientos encontrados, toda vez que el proyecto de Nación por el que lucharon los bolcheviques, encabezados por el gran Lenin, fue un enorme esfuerzo y sacrificio que terminó en catástrofe. Nos duele profundamente aceptar que el modelo de socialismo realmente existente haya fracasado y enfrentar la realidad de lo que fue esa gran epopeya que significó la Revolución Bolchevique de Octubre y que permitió la fundación de las URSS, también que el llamado socialismo de los países de Europa oriental haya terminado en una brutal involución a la injusticia, barbarie y ferocidad del capitalismo. 

¿Se puede concluir que la lucha por la construcción del socialismo es un proyecto fracasado e inviable? 

¿Podemos afirmar que la lucha de los socialistas y comunistas no tiene ya razón de ser ni perspectiva histórica? En un primer momento, 

¿se puede llegar a la conclusión que la lucha por el socialismo, entendido por la construcción de una sociedad sin explotados ni explotadores, es una utopía irrealizable? 

¿Será verdad, como dicen los apologistas de la derecha que el capitalismo es el fin de la historia y que es eterno? 

Consideramos que esas afirmaciones son simplistas y apresuradas, que la lucha por construir una sociedad socialista y comunista sigue siendo el futuro luminoso de la humanidad, y del mundo del trabajo. El fracaso del llamado socialismo real solo fue la derrota del proyecto denominado socialismo eurosoviético, y al igual que la Comuna de París, el modelo del socialismo eurosoviético debe servir de base para hacer una evaluación crítica que nos permita discernir entre los aciertos y errores y las insuficiencias de este modelo, en aras de edificar a futuro un esquema socialista moderno, productivo, rentable, democrático y libertario, que sea capaz de superar en el orden económico, social y político al injusto sistema de explotación capitalista. La crítica a los errores históricos de la izquierda, en primer lugar es un derecho y un deber de la propia izquierda. Es tarea de los revolucionarios de hoy y de siempre no abandonar el sueño, la lucha ideológica fraterna y la esperanza de que un mundo mejor es posible, con la crítica y la autocritica debemos reformular un modelo socialista exitoso, que responda a los grandes reclamos históricos del pueblo trabajador. La antología que presentamos en esta obra contiene un conjunto de textos de gran importancia para entender y valorar su verdadera magnitud, el significado y trascendencia de la Revolución Bolchevique de 1917. 

El primer texto es una magistral exposición de las distintas etapas de la Revolución de Octubre reseñada en la “Cronología”, cuya compilación fue presentada por Sonia Almazán del Olmo y Jacinto Valdés-Dapena Vivanco, del texto Bolcheviques en el Poder. En el primer Capítulo que se presenta, intitulado “El Partido Bolshevique durante el período de la preparación y realización de la Revolución Socialista de Octubre (Abril 1917-1918)”, Jossif V. Stalin realiza una brillante síntesis de la etapa precursora y de la Revolución Socialista. 

En el Capítulo II llamado “Lenin como organizador del Partido”, Nadieszhda Krupskaya expone en forma sintética la pasión, la perseverancia y las distintas expresiones de militancia y cualidades organizativas y de agitación de Lenin que igual desde la cárcel, la deportación, la clandestinidad, siempre tuvo una gran capacidad de dirección. 

 En el Capítulo III se presentan un conjunto de artículos, cartas y materiales, entre ellos destaca: “La dualidad de poderes”; “El Estado y la Revolución”; “¿Se sostendrán los bolcheviques en el Poder?”; “Por el pan y la paz”, que van desde la Revolución de Febrero en 1917 a las primeras semanas después del asalto al Palacio de Invierno de San Petersburgo y la toma del Poder por los bolcheviques. 

El Capítulo IV está compuesto por un texto de León Trotski intitulado “La Insurrección de Octubre”, en el que nos hace una reseña de los movimientos, acciones conspirativas y actividades preparatorias, así como la forma en que se desenvolvieron desde el período de la Revolución de Febrero 1917 a la toma por los Soviets dirigidos por los bolcheviques que desembocaron el 25 de octubre en la insurrección final de San Petersburgo. 

En el Capítulo V se presenta un artículo de Antonio Gramsci con el nombre de “La Revolución contra El Capital”, en donde hace unas reflexiones en torno a la gran tarea que tienen los bolcheviques de pasar de un país evidentemente rural a un desarrollo industrial en donde el proletariado ruso juega un papel sobresaliente. 

En el Capítulo VI se presenta el texto de Rosa Luxemburgo sobre “La Revolución Rusa”, en el que hace un análisis crítico de la misma. Llama la atención de que los grandes méritos y errores que expone, lo hace tanto de Lenin como de Trotski, poniéndolos prácticamente al mismo nivel. Advierte que con la suspensión de la libertad de expresión y la libertad de elección en la formación de los Soviets de obreros, campesinos y soldados, se genera ya el embrión de la burocracia, quedando en este grupo social el verdadero ejercicio del Poder, despojando a los Soviets de esa función. 

En el texto del Capítulo VII de Samir Amin, cuyo nombre es “Octubre 1917”, el autor hace una ponderación del modelo soviético, señalando que “la humanidad entera debe mucho a la Unión Soviética surgida de esta revolución, pues fue el Ejército Rojo, y solo él, el que derrotó a las hordas nazis. El modelo de la Unión Soviética, el de un Estado plurinacional basado en el apoyo aportado por los menos necesitados a los más necesitados, sigue al día de hoy sin haber sido igualado. El apoyo de la Unión Soviética a las luchas de liberación nacional de los pueblos de Asia y África obligó en su momento a las potencias imperialistas a retroceder y a aceptar una mundialización policéntrica, menos desequilibrada, más respetuosa con la soberanía de las naciones y con sus culturas”. Sin embargo, también criticó el proceso de burocratización de la Unión Soviética que tiene como consecuencia despojar de los Soviets de obreros, campesinos y soldados, el ejercicio de Poder sobre la base de la propiedad social generando una suerte de burguesía de Estado, y reseña cómo fue perdiendo la carrera económica, de desarrollo social y armamentista, situación que llevó a la desaparición del campo socialista a partir de 1989 y la desintegración de la Unión Soviética en 1991. En conmemoración de la Revolución de Octubre, el Partido del Trabajo edita esta compilación de textos con el propósito de que sean de utilidad para orientar el quehacer político de las personalidades democráticas, de los partidos y revolucionarios que hoy buscan un mejor futuro para la humanidad trabajadora. Gonzálo Yáñez 

CRONOLOGÍA Revolución bolchevique 1917 Abril: Tesis de abril, esbozadas por Lenin para la Revolución rusa. Junio: Acciones espontáneas de los grupos bolcheviques en Petrogrado. La dirigencia bolchevique considera que aún falta el factor subjetivo. Septiembre-octubre: El Gobierno Provisional burgués de Kerenski trata de eliminar la ola revolucionaria bolchevique. Comienza la campaña para acusar a Lenin como «espía alemán». Septiembre-octubre: Los bolcheviques ponderan y reflexionan sobre la Revolución Socialista. Octubre: Se desencadena en Petrogrado la revolución armada bolchevique. El Comité Militar Revolucionario ejecuta las directivas del Comité Central de los bolcheviques. Se constituye el Consejo de Comisarios del Pueblo: Los bolcheviques en el Poder. El Estado de los Soviets, como nueva forma de democracia popular, aprobó los decretos sobre la Paz, la Tierra y el Control obrero. 1918 Marzo: Paz de Brest-Litovsk con Alemania, que Lenin califica de «abyecta». 1918-1920 Los bolcheviques establecen el comunismo de guerra como método táctico para salvar el socialismo en período de agresión militar extranjera, contrarrevolución interna y ausencia de revolución europea. 1919 Marzo: 

Creación de la III Internacional Comunista, heredera de la I Internacional de Marx y Engels. 1921 Marzo: X Congreso de los bolcheviques acuerda la Nueva Política Económica (NEP) que combina métodos socialistas y capitalistas para garantizar el desarrollo del socialismo en la URSS. Traza la unidad del Partido como decisiva para los objetivos de la Revolución. 1922 En diferentes trabajos teóricos Lenin diseña los retos y desafíos que enfrenta el socialismo en materia de alianza obrero-campesina, democracia, burocracia, nacionalidades, control estatal, economía, educación y cultura. Con extraordinaria visión de futuro, Lenin pronostica el costo político de una escisión entre los bolcheviques. Propone al XII Congreso de los bolcheviques cambios en la dirección del Partido, en sus cargos dirigentes y la incorporación de cuadros jóvenes y experimentados al Comité Central. 1922-1924 Se evidencian serios indicios de discrepancias entre los principales dirigentes bolcheviques: Stalin, Trotski, Bujarin, Kámenev, Zinóviev y otros. 1924 Enero: Después de una prolongada enfermedad que lo alejó desde 1922 de la escena política, fallece Vladimir I. Lenin, el primero entre los iguales de los bolcheviques, cuya obra y acciones políticas contribuyeron a modelar la historia del siglo xx. 

CAPÍTULO I EL PARTIDO BOLSHEVIQUE DURANTE EL PERÍODO DE PREPARACIÓN Y REALIZACIÓN DE LA REVOLUCIÓN SOCIALISTA DE OCTUBRE (ABRIL 1917-1918) Jossif V. Stalin 

Este capítulo del libro J.V. Stalin. Obras completas en 17 tomos, Ed. Actividad EDA, México, 1977, se redactó por un grupo bajo la dirección de Stalin. Este es el título original, por ello las palabras “bolshevique” y “menshevique” así escritas. 21 

1. Situación del país después de la Revolución de Febrero. - El Partido sale de la clandestinidad y pasa a la labor política abierta. - Llegada de Lenin a Petrogrado. - Sus Tesis de Abril. - El Partido se orienta hacia la Revolución Socialista. Los acontecimientos y la conducta del Gobierno Provisional confirmaban día tras día la justeza de la línea bolshevique. Todos los hechos indicaban que el Gobierno Provisional no estaba con el pueblo, sino en contra de él, no defendía la paz, sino la guerra, no quería ni podía dar al país la paz, ni la tierra, ni el pan. La labor de esclarecimiento de los bolsheviques encontraba un terreno favorable. Mientras los obreros y los soldados derribaban al gobierno zarista y destruían las raíces de la monarquía, el Gobierno Provisional se inclinaba claramente hacia la conservación del régimen monárquico. El 2 de marzo envió subrepticiamente a Guchkov y Shulguin a entrevistarse con el zar. La burguesía quería entregar el Poder al gran duque Miguel, hermano de Nicolás Romanov. Pero cuando, en un mitin de ferroviarios, Guchkov terminó su discurso con el grito de “¡Viva el emperador Miguel!”, los obreros exigieron que el orador fuese inmediatamente detenido y cacheado, y exclamaron indignados: “¡Tan bueno es Juan como Diego!”. Era evidente que los obreros no estaban dispuestos a consentir la restauración de la monarquía. Mientras los obreros y los campesinos, llevando a cabo la revolución y derramando su sangre, esperaban que se pusiese fin a la guerra, luchaban por el pan y la tierra y reclamaban medidas resueltas en la lucha contra el desastre económico, el Gobierno Provisional permanecía sordo a estas reivindicaciones vitales del pueblo. Aquel Gobierno, formado por los más caracterizados representantes de los capitalistas y terratenientes, no pensaba siquiera en satisfacer las exigencias de los campesinos, entregándoles la tierra. Ni podía tampoco dar pan a los trabajadores, ya que para esto hubiera tenido que lesionar los intereses de los grandes comerciantes en cereales y arrebatar el trigo por todos los medios a los terratenientes y a los kulaks, cosa que no se decidía a hacer un gobierno como aquél, vinculado con los intereses de estas clases. Tampoco podía dar al pueblo la paz. 

El Gobierno Provisional, enlazado a los imperialistas anglofranceses, no solamente no pensaba en poner fin a la guerra, sino que, lejos de ello, intentaban valerse de la revolución para intensificar todavía más la participación de Rusia en la guerra imperialista y para dar satisfacción a sus ambiciones imperialistas sobre la conquista de Constantinopla y de los Dardanelos y sobre la anexión de Galitzia. Era evidente que pronto terminaría la actitud de confianza de las masas del pueblo en la política del Gobierno Provisional. Cien años de la Revolución Bolchevique 22 Veíase claramente que la dualidad de poderes, que se había creado después de la Revolución de Febrero, no podría sostenerse ya por mucho tiempo, pues la marcha de los acontecimientos exigía que el Poder se concentrase en uno de los dos sitios: o en el regazo del Gobierno Provisional o en manos de los Soviets. Es cierto que la política oportunista de los mensheviques y socialrevolucionarios encontraba aún apoyo en las masas del pueblo. Todavía eran muchos los obreros, y más aún los soldados y campesinos, que confiaban en que “pronto vendría la Asamblea Constituyente a arreglarlo todo como era debido”, que creían que la guerra no se hacía por obtener conquistas, sino porque era necesaria para la defensa del Estado. 

A estos era a los que Lenin llamaba defensistas honradamente equivocados. Esta gente consideraba todavía acertada la política de promesas y exhortaciones de los socialrevolucionarios y mensheviques. Pero era indudable que las promesas y las exhortaciones no seguirían surtiendo efecto durante mucho tiempo, pues la marcha de los acontecimientos y la conducta del Gobierno Provisional descubrían y ponían de manifiesto día tras día que la política oportunista de los socialrevolucionarios y mensheviques no hacía otra cosa que postergar la acción y engañar a la gente confiada. El Gobierno Provisional no siempre se limitaba a seguir una política de lucha solapada contra el movimiento revolucionario de las masas, una política de manejos subrepticios contra la revolución. De vez en cuando, intentaba pasar a la ofensiva franca y abierta contra las libertades democráticas, intentaba “restablecer la disciplina”, principalmente entre los soldados, intentaba “imponer el orden”, es decir, hacer entrar a la revolución dentro del marco conveniente para la burguesía. Pero, por mucho que se esforzase en lograr esto, no lo conseguía, y las masas populares ponían en práctica celosamente las libertades democráticas: la libertad de palabra, de prensa, de reunión, de asociación y de manifestación. Los obreros y los soldados se esforzaban en utilizar plenamente los primeros derechos democráticos conquistados por ellos, para participar de un modo activo en la vida política del país, con objeto de poder comprender y esclarecer la situación creada y decidir acerca de su actuación ulterior. 

Después de la Revolución de Febrero, las organizaciones del Partido Bolshevique, que bajo las duras condiciones del zarismo habían trabajado ilegalmente, salieron de la clandestinidad y comenzaron a desarrollar abiertamente su labor política y de organización. Por aquel entonces, la cifra de afiliados al Partido Bolshevique era de 40 a 45.000. Pero eran cuadros templados en la lucha. Los Comités del Partido fueron reorganizados sobre la base del centralismo democrático y se estableció el principio de designar por elección de abajo arriba todos los órganos del Partido. El paso del Partido a la legalidad puso de manifiesto las discrepancias existentes en su seno. Kamenev y algunos militantes de la organización de Jossif V. Stalin 23 Moscú, como, por ejemplo, Rykov, Bubnov y Noguin, abrazaron la posición semimenshevique de apoyo condicionado al Gobierno Provisional y a la política de los defensistas. Stalin, que acababa de regresar del destierro, Molotov y otros, en unión de la mayoría del Partido, defendieron la política de desconfianza en el Gobierno Provisional, se manifestaron en contra del defensismo y preconizaron la lucha activa por la paz y contra la guerra imperialista. Una parte de los militantes del Partido vacilaba, reflejando con ello su atraso político, resultado de su larga estada en la cárcel o en el destierro. Se notaba la ausencia del jefe del Partido, de Lenin. El 3 (16) de abril de 1917, después de una larga expatriación, 

Lenin regresó a Rusia. 

La llegada de Lenin tuvo una importancia enorme para el Partido y para la revolución. Hallándose aún en Suiza, apenas recibió las primeras noticias de la revolución, Lenin escribió al Partido y a la clase obrera de Rusia, en sus “Cartas desde lejos”: “¡Obreros! Habéis hecho prodigios de heroísmo proletario y popular, en la guerra civil contra el zarismo. Tendréis que hacer prodigios de organización del proletariado y de todo el pueblo para preparar vuestro triunfo en la segunda etapa de la revolución” (Lenin, t. XX, pág. 19, ed. rusa). Lenin llegó a Petrogrado el 3 de abril por la noche. En la estación de Finlandia y en la plaza que da acceso a ella, se congregaron para recibirle miles de obreros, de soldados y de marinos. Un entusiasmo indescriptible se apoderó de las masas, cuando Lenin bajó del tren. El jefe de la revolución fue cogido y llevado en volandas hasta la gran sala de espera, donde aguardaban los mensheviques Chjeidse y Skobelev para dirigirle un saludo de “bienvenida” en nombre del Soviet de Petrogrado, saludo en el que “expresaban la esperanza” de que Lenin “marcharía de acuerdo” con ellos. Pero Lenin, sin escucharles, pasó de largo, dirigiéndose a la masa de los obreros y soldados, y, subido a un carro blindado, pronunció su famoso discurso, en el que llamaba a las masas a luchar por el triunfo de la Revolución Socialista. “¡Viva la Revolución Socialista!”, fueron las palabras con que Lenin puso fin a este discurso, el primero que pronunciaba, después de largos años de destierro. A su llegada a Rusia, Lenin se entregó con toda energía al trabajo revolucionario. Al día siguiente de su llegada, pronunció en una reunión del Partido Bolshevique un informe sobre la guerra y la revolución, volviendo luego a exponer las tesis de este informe en una asamblea a la que asistieron, además de los miembros del Partido, los mensheviques. 

 Cien años de la Revolución Bolchevique 24 

Tales fueron las célebres Tesis de Abril de Lenin, que trazaron al Partido y al proletariado la línea revolucionaria clara del paso de la revolución burguesa a la Revolución Socialista. 

Las Tesis de Lenin tuvieron una importancia enorme para la revolución y para el trabajo ulterior del Partido. La revolución significaba un viraje grandioso en la vida del país, y el Partido, en las nuevas condiciones de lucha planteadas después del derrocamiento del zarismo, necesitaba una nueva orientación para marchar con paso audaz y seguro por el nuevo camino. Esta orientación fue dada al Partido por las Tesis de Lenin. Las Tesis de Abril de Lenin trazaban un plan genial de lucha del Partido para el paso de la primera a la segunda etapa de la revolución, para el paso de la revolución democráticoburguesa a la Revolución Socialista. Toda la historia anterior del Partido le preparaba para esta misión grandiosa. Ya en 1905, en su folleto titulado: “Las dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática”, decía Lenin que, después de derrotar al zarismo, el proletariado pasaría a la realización de la Revolución Socialista. Lo que las Tesis contenían de nuevo era la fundamentación teórica, el plan concreto para abordar el paso a la Revolución Socialista. En el terreno económico, las medidas de transición podían resumirse así: nacionalización de toda la tierra del país, mediante la confiscación de las tierras de los terratenientes; fusión de todos los bancos en un solo Banco Nacional sometido al control del Soviet de diputados obreros; implantación del control sobre la producción social y el reparto de los productos. 

En el terreno político, Lenin preconizaba el paso de la República parlamentaria a la República de los Soviets. Esto significaba un importante avance en el terreno de la teoría y la práctica del marxismo. Hasta entonces, los teóricos marxistas venían considerando la República parlamentaria como la mejor forma política de transición hacia el socialismo. Ahora, Lenin preconizaba la sustitución de la República parlamentaria por la República de los Soviets, como la forma más adecuada de organización política de la sociedad en el período de transición del capitalismo al socialismo. “La peculiaridad del momento actual en Rusia −decían las Tesis− consiste en el paso de la primera etapa de la revolución, que ha dado el Poder a la burguesía por carecer el proletariado del grado necesario de conciencia y de organización, a su segunda etapa, que pondrá el Poder en manos del proletariado y de los campesinos más pobres” (Lenin, t. XX, pág. 88, ed. rusa). Y un poco más adelante: “No una República parlamentaria −volver a ello desde los Soviets de diputados obreros sería dar un paso atrás−, sino una República de los Soviets de diputados Jossif V. Stalin 25 obreros, campesinos y jornaleros del campo: en todo el país, de abajo arriba” (Obra citada, pág. 88). La guerra, decía Lenin, sigue siendo una guerra de rapiña, una guerra imperialista, aun bajo el nuevo gobierno, bajo el Gobierno Provisional. Y es misión del Partido explicar esto a las masas y hacerles comprender que, sin derrocar la burguesía, es imposible poner fin a la guerra, no con una paz impuesta por la fuerza, sino con una paz verdaderamente democrática. En relación con el Gobierno Provisional, Lenin lanzó esta consigna: “¡Ni el menor apoyo al Gobierno Provisional!”. 

En sus Tesis, Lenin señalaba además que, por el momento el Partido Bolshevique estaba en minoría dentro de los Soviets y que en éstos predominaba el bloque menshevique-socialrevolucionario, que servía de vehículo a la influencia de la burguesía sobre el proletariado. Por tanto, la misión del Partido consistía en: “Explicar a las masas que el Soviet de diputados obreros es la única forma posible de gobierno revolucionario, por cuya razón, mientras este gobierno se someta a la influencia de la burguesía, nuestra misión solo puede consistir en explicar los errores de su táctica de un modo paciente, sistemático, tenaz y adaptándose especialmente a las necesidades prácticas de las masas. Mientras estemos en minoría, desarrollaremos una labor de crítica y esclarecimiento de los errores, manteniendo, al mismo tiempo, la necesidad de que todo el Poder del Estado pase a los Soviets de diputados obreros...” (Lenin, t. XX, pág. 88, ed. rusa). Esto quiere decir que Lenin no incitaba a la insurrección contra el Gobierno Provisional, sostenido en aquel momento por la confianza de los Soviets, que no exigía su derrocamiento, sino que aspiraba, por medio de una labor de esclarecimiento y de reclutamiento, a conquistar la mayoría dentro de los Soviets, a cambiar la política de éstos y, a través de ellos, la composición y la política del Gobierno. El punto de vista que aquí se adoptaba era el del desarrollo pacífico de la revolución. 

Lenin exigía, además, que el Partido se quitase la “ropa sucia”, que dejase de llamarse Partido socialdemócrata. Socialdemócratas se llamaban también los Partidos de la Segunda Internacional y los mensheviques rusos. Era un nombre manchado, deshonrado por los oportunistas, por los traidores al socialismo. Lenin proponía que el Partido Bolshevique adoptase el nombre de Partido Comunista, que era como llamaban a su Partido Marx y Engels. Esta denominación es científicamente exacta, puesto que la meta final del Partido Bolshevique es la consecución del comunismo. La Humanidad, al salir del capitalismo, solo puede pasar directamente al socialismo, es decir, al régimen de propiedad colectiva de los medios de producción y de distribución de los productos en proporción al Cien años de la Revolución Bolchevique 26 trabajo de cada cual. Pero nuestro Partido, decía Lenin, ve más allá. El socialismo deberá inevitablemente irse convirtiendo poco a poco en el comunismo, cuya divisa es: “De cada cual con arreglo a su capacidad, a cada cual con arreglo a sus necesidades”. Finalmente, Lenin en sus Tesis de Abril exigía la fundación de la nueva Internacional, de la Tercera Internacional o Internacional Comunista, libre de las taras del oportunismo y del socialchovinismo. 

Las Tesis de Lenin levantaron un griterío rabioso entre la burguesía, los mensheviques y los socialrevolucionarios. Los mensheviques dirigieron un llamamiento a los obreros, poniéndoles en guardia con el grito de que “la revolución estaba en peligro”. Para los mensheviques, el peligro consistía en que los bolsheviques lanzasen la reivindicación del paso del Poder a los Soviets de diputados obreros y soldados. Plejanov publicó en su periódico titulado Edinstvo (Unidad) un artículo en el que calificaba el discurso de Lenin como “el discurso de un hombre que deliraba”. Y remitíase a las palabras del menshevique Chjeidse, quien había declarado: “Lenin quedará solo al margen de la revolución, pero nosotros seguiremos nuestro camino”. 

El 14 de abril se celebró la Conferencia bolshevique de la ciudad de Petrogrado. En esta Conferencia, fueron ratificadas las Tesis de Lenin, que sirvieron de base para sus deliberaciones. Poco después, las organizaciones locales del Partido ratificaron también las Tesis de Lenin. Todo el Partido, con excepción de algunos individuos aislados del tipo de Kamenev, Rykov y Piatakov, aprobó las Tesis de Lenin con extraordinario entusiasmo. Jossif V. Stalin 27 2. Comienza la crisis del Gobierno Provisional. - La Conferencia de Abril del Partido Bolshevique. Mientras los bolsheviques se preparaban para el desarrollo ulterior de la revolución, el Gobierno Provisional proseguía sus manejos contra el pueblo. 

El 18 de abril, el ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno Provisional, Miliukov, declaró a los aliados que “todo el pueblo aspiraba a proseguir la guerra mundial hasta conseguir un triunfo decisivo” y les aseguraba que era “intención del Gobierno Provisional cumplir escrupulosamente los deberes asumidos para con nuestros aliados”. Es decir, que el Gobierno Provisional juraba lealtad a los tratados zaristas y prometía seguir derramando cuanta sangre del pueblo fuese necesaria para que los imperialistas consiguiesen su “victoria final”. El 19 de abril llegó a conocimiento de los obreros y soldados esta declaración (la “nota de Miliukov”). El 20 de abril, el Comité Central del Partido Bolshevique invitó a las masas a protestar contra la política imperialista del Gobierno Provisional. El 20 y el 21 de abril (3 y 4 de mayo) de 1917, salieron a la calle en manifestación masas de obreros y soldados, en número que no bajaría de 100.000 hombres, movidas por un sentimiento de indignación contra la “nota de Miliukov”. En los carteles leíanse estas consignas: “¡Que se publiquen los tratados secretos!”, “¡Abajo la guerra!”, “¡Todo el Poder a los Soviets!”. 

Los obreros y los soldados marcharon desde los suburbios hasta el centro de la ciudad, en dirección a la residencia del Gobierno Provisional. En la avenida Nevski y en otros puntos se produjeron choques con algunos grupos sueltos de burgueses. Los contrarrevolucionarios más descarados, como el general Kornilov, declaraban que debía disolverse a tiros la manifestación, y llegaron incluso a dar las órdenes pertinentes. Pero las tropas, a quienes cursaron estas órdenes se negaron a ejecutarlas. Un pequeño grupo de miembros del Comité del Partido en Petrogrado (Bagdatiev y otros) lanzó durante esta manifestación la consigna del derrocamiento inmediato del Gobierno Provisional. El C.C. del Partido Bolshevique condenó severamente la conducta de estos aventureros de “izquierda”, reputando aquella consigna como extemporánea y falsa, como una consigna que impedía al Partido ganar la mayoría dentro de los Soviets y que se hallaba en contradicción con el punto de vista del desarrollo pacífico de la revolución, adoptado por el Partido. Los acontecimientos del 20 y 21 de abril marcaron el comienzo de la crisis del Gobierno Provisional. Era la primera grieta importante que se abría en la política oportunista de los mensheviques y socialrevolucionarios. 

 Cien años de la Revolución Bolchevique 28 

El 2 de mayo de 1917, Miliukov y Guchkov fueron separados del Gobierno Provisional bajo la presión de las masas. Se constituyó el primer Gobierno Provisional de coalición, en el que entraron, al lado de los representantes de la burguesía, los mensheviques (Skobelev y Tsereteli ) y los socialrevolucionarios (Chernov, Kerenski y otros). Por donde los mensheviques, que en 1905 no admitían que los representantes de la socialdemocracia participaren en un Gobierno Provisional revolucionario, reputaban ahora admisible dar sus representantes a un Gobierno Provisional contrarrevolucionario. Con esto, los mensheviques y los socialrevolucionarios se pasaban al campo de la burguesía contrarrevolucionaria. El 24 de abril de 1917 inauguró sus tareas la VII Conferencia (Conferencia de Abril) del Partido Bolshevique. Por primera vez, desde que existía el Partido, se reunía abiertamente una conferencia bolshevique, que, por su importancia, ocupa en la historia del Partido el mismo lugar que un congreso. La Conferencia de Abril, en la que estaban representados los bolsheviques de toda Rusia, reveló el desarrollo impetuoso del Partido. Asistieron a ella 133 delegados con voz y voto y 18 con voz pero sin voto, representando en total a 80.000 miembros organizados del Partido. La Conferencia de Abril discutió y trazó la línea del Partido en todos los problemas fundamentales de la guerra y la revolución: la situación del momento, la guerra, el Gobierno Provisional, los Soviets, el problema agrario, el problema nacional, etc. Lenin desarrolló en su informe los puntos de vista expuestos ya por él en las Tesis de Abril. La misión del Partido consistía en realizar el paso de la primera etapa de la revolución, “que ha dado el Poder a la burguesía... a su segunda etapa, que pondrá el Poder en manos del proletariado y de los campesinos más pobres” (Lenin). El Partido deberá poner rumbo hacia la preparación de la Revolución Socialista. Como la tarea más inmediata del Partido, Lenin lanza la consigna de “¡Todo el Poder a los Soviets!”. La consigna de “¡Todo el Poder a los Soviets!” significaba que era necesario acabar con la dualidad de poderes, es decir, con la división del Poder entre el Gobierno Provisional y los Soviets, que era necesario entregar a éstos todo el Poder y expulsar de los órganos del Poder a los representantes de los terratenientes y los capitalistas. La Conferencia de Abril estableció que una de las tareas más importantes del Partido consistía en explicar incansablemente a las masas la verdad de que “el Gobierno Provisional es, por su carácter, el órgano de dominación de los terratenientes y de la burguesía” y desenmascarar la funesta política oportunista de los socialrevolucionarios y mensheviques, que engañaban al pueblo con Jossif V. Stalin 29 promesas mentirosas y lo sometían a los golpes de la guerra imperialista y de la contrarrevolución. En esta Conferencia, Kamenev y Rykov se levantaron contra Lenin. Siguiendo las huellas de los mensheviques, repetían que Rusia no estaba preparada para la Revolución Socialista, que en Rusia solo era posible una República burguesa, y proponían al Partido y a la clase obrera limitarse a “controlar” el Gobierno Provisional. En realidad, su posición, al igual que la de los mensheviques, era la de mantener el capitalismo, la de mantener el Poder de la burguesía. Zinoviev intervino también en la Conferencia de Abril contra Lenin respecto al problema de si el Partido Bolshevique debía continuar dentro de la unión de Zimmerwald o romper con ella, para crear la nueva Internacional. Los años de guerra habían demostrado que aquella organización, aun haciendo propaganda en favor de la paz, no había llegado a romper, de hecho, con los defensistas burgueses. Por eso, Lenin insistía en la necesidad de salir inmediatamente de esta organización, y crear una nueva Internacional, la Internacional Comunista. Zinoviev proponía seguir con los zimmerwaldianos. Lenin condenó enérgicamente esta actitud de Zinoviev, calificando su táctica de “archioportunista y perniciosa”. La Conferencia de Abril enjuició también los problemas agrario y nacional. Después de escuchar el informe de Lenin sobre el problema agrario, la Conferencia aprobó una resolución sobre la confiscación de las tierras de los terratenientes para ponerlas a disposición de los Comités de Campesinos y sobre la nacionalización de todas las tierras del país. Los bolsheviques llamaban a los campesinos a luchar por la tierra y hacían ver a las masas campesinas que el Partido Bolshevique era el único Partido revolucionario que ayudaba a los campesinos de una manera real a derrocar a los terratenientes. Tuvo gran importancia el informe del camarada Stalin sobre el problema nacional. Ya antes de la revolución, en vísperas de la guerra imperialista, Lenin y Stalin habían trazado las bases para la política del Partido Bolshevique respecto al problema nacional. Lenin y Stalin decían que el Partido proletario debía apoyar al movimiento de liberación nacional de los pueblos oprimidos contra el imperialismo. En relación con esto, el Partido Bolshevique defendía el derecho de autodeterminación de las naciones hasta llegar a la separación del Estado a que pertenecían para formar Estados propios e independientes. Este punto de vista fue el que defendió en la Conferencia, informando por el C.C., el camarada Stalin. En contra de Lenin y Stalin intervino Piatakov, quien ya durante la guerra había adoptado ante el problema nacional, en unión de Bujarin, una posición nacionalchovinista. Piatakov y Bujarin eran contrarios al derecho de autodeterminación de las naciones. Cien años de la Revolución Bolchevique 30 La posición resuelta y consecuente del Partido ante el problema nacional, la lucha del Partido por la igualdad plena de derechos de las naciones y por la destrucción de todas las formas y modalidades de opresión y desigualdad nacionales, le valieron la simpatía y el apoyo de las nacionalidades oprimidas. He aquí el texto de la resolución sobre el problema nacional aprobado por la Conferencia de Abril: “La política de opresión nacional, herencia de la autocracia y de la monarquía, es defendida por los terratenientes, los capitalistas y la pequeña burguesía en interés de la conservación de sus privilegios de clase y de la desunión de los obreros de distintas nacionalidades. El imperialismo moderno, con su tendencia reforzada a la sumisión de los pueblos débiles, es un nuevo factor, de agudización del yugo nacional. En la sociedad capitalista es posible acabar con la opresión nacional, en la medida en que ésta lo permite, solo mediante un régimen republicano consecuentemente democrático y un sistema de gobierno que garantice la plena igualdad de derechos de todas las naciones y lenguas. Debe reconocerse a todas las naciones enclavadas dentro de Rusia el derecho a separarse libremente y a formar Estados independientes. La negación de este derecho y la negativa a tomar las medidas encaminadas a garantizar su realización práctica, equivale a apoyar la política de conquistas o anexiones. El reconocimiento por el proletariado del derecho de las naciones a su separación es lo único que garantiza la plena solidaridad de los obreros de distintas naciones y permite un acercamiento verdaderamente democrático entre éstas... El problema del derecho de las naciones a separarse libremente, no debe confundirse con el problema de la conveniencia de que se separe tal o cual nación y de que esta separación se lleve a cabo en tal o cual momento. Este problema deberá resolverlo el Partido del proletariado de un modo absolutamente independiente en cada caso concreto, desde el punto de vista de los intereses del desarrollo de toda la sociedad y de la lucha de clases del proletariado por el socialismo. El Partido exige una amplia autonomía regional, que se acabe con la fiscalización desde arriba, que se suprima la existencia de una lengua oficial obligatoria y se delimiten las fronteras de los territorios descentralizados y autónomos, sobre la base de las condiciones económicas y de vida, apreciadas por la propia población local, del censo nacional de población, etc. El Partido del proletariado rechaza resueltamente la llamada “autonomía nacional-cultural”, que consiste en sustraer de la competencia del Estado los asuntos escolares, etc., para ponerlos en manos de una especie de dietas nacionales. La autonomía nacional-cultural traza fronteras artificiales entre los Jossif V. Stalin 31 obreros que viven en la misma localidad y que incluso trabajan en la misma empresa, según pertenezcan a ésta o a la otra “cultura nacional”, con lo que refuerzan los lazos entre los obreros y la cultura burguesa de cada nación por separado, siendo así que la misión de la socialdemocracia consiste en fortalecer la cultura internacional del proletariado del mundo entero. El Partido exige que se incluya en la Constitución una ley fundamental por la que se declare nula cualquier clase de privilegios a favor de una nación y toda clase de infracciones contra los derechos de las minorías nacionales. Los intereses de la clase obrera exigen la fusión de los obreros de todas las nacionalidades de Rusia en organizaciones proletarias únicas, tanto políticas como sindicales, cooperativas, culturales, etc. Sin esta fusión de los obreros de diversas nacionalidades en organizaciones únicas, el proletariado no podría mantener una lucha victoriosa contra el capitalismo internacional y contra el nacionalismo burgués” (“Resoluciones del P.C. (b) de la U.R.S.S.”, parte I páginas 239-240). Así fue desenmascarada, en la Conferencia de Abril, la línea oportunista, antileninista, de Kamenev, Zinoviev, Piatakov, Bujarin, Rykov y sus contados adeptos. La Conferencia marchó unánimemente detrás de Lenin, adoptando una actitud clara y decidida ante todos los problemas fundamentales y trazando el rumbo hacia la victoria de la Revolución Socialista. Cien años de la Revolución Bolchevique 32 3. Éxitos del Partido Bolshevique en la capital. - Fracasa la ofensiva de las tropas del Gobierno Provisional en el frente. - Es aplastada la manifestación de julio de los obreros y soldados. El Partido, tomando como base los acuerdos de la Conferencia de Abril, desplegó una labor intensísima por la conquista de las masas, por su educación combativa y por su organización. La línea del Partido, durante este período, estribaba en conquistar la mayoría dentro de los Soviets y aislar de las masas a los Partidos menshevique y socialrevolucionario por medio del esclarecimiento paciente de la política bolshevique y el desenmascaramiento de la política de compromisos de aquellos Partidos. Además de su labor en el seno de los Soviets, los bolsheviques desarrollaban un trabajo gigantesco en los sindicatos y en los comités de fábricas y empresas industriales. Pero donde los bolsheviques realizaban la labor más intensa era en el seno del ejército. Por todas partes comenzaron a crearse organizaciones militares. Los bolsheviques trabajaban incansablemente en los frentes y en la retaguardia por organizar a los soldados y a los marinos. A la obra de revolucionarización de los soldados contribuyó en sumo grado un periódico destinado al frente que publicaban los bolsheviques con el título de Okopnaia Pravda (Pravda de las Trincheras). Gracias a esta labor de propaganda y agitación de los bolsheviques, se consiguió que ya en los primeros meses de la revolución los obreros de muchas ciudades procediesen a reelegir los Soviets, en particular los de distrito, expulsando de ellos a los mensheviques y socialrevolucionarios y sustituyéndolos por afiliados al Partido Bolshevique. La labor de los bolsheviques dio excelente resultado, sobre todo en Petrogrado. En la Conferencia de Comités de fábricas que se celebró en Petrogrado del 30 de mayo al 3 de junio de 1917, se agrupaban ya en torno a los bolsheviques las tres cuartas partes de los delegados. El proletariado de la capital marchaba ya casi en su totalidad bajo la consigna bolshevique de “¡Todo el Poder a los Soviets!”. El 3 (16) de junio de 1917 se reunió el I Congreso de los Soviets de toda Rusia. Los bolsheviques estaban aún en minoría dentro de los Soviets; en este Congreso contaban con poco más de 100 delegados, contra 700 a 800 que tenían los mensheviques, socialrevolucionarios y otros Partidos. En el I Congreso de los Soviets, los bolsheviques pusieron al desnudo con gran insistencia lo funesta que era la poIítica de compromisos con la burguesía y desenmascararon el carácter imperialista de la guerra. Lenin pronunció en este Congreso un discurso en el que demostró la justeza de la línea bolshevique, Jossif V. Stalin 33 declarando que solo el Poder de los Soviets podía dar pan a los trabajadores, la tierra a los campesinos, arrancar la paz y sacar al país del desastre económico. Por aquellos días, desarrollábase en los barrios obreros de Petrogrado una campaña de masas para organizar una manifestación que llevase al Congreso de los Soviets las reivindicaciones del pueblo. Queriendo adelantarse a esta manifestación organizada libremente por los propios obreros y especulando con la idea de utilizar en su provecho la actitud revolucionaria de las masas, el Comité Ejecutivo del Soviet de Petrogrado acordó convocar una manifestación en la capital para el 18 de junio (1 de julio). Los mensheviques y los socialrevolucionarios creían que esta manifestación desfilaría bajo consignas antibolsheviques. El Partido Bolshevique se entregó con gran energía a la preparación de este acto de masas. El camarada Stalin escribió, por aquel entonces, en la Pravda que “...nuestra misión consiste en conseguir que la manifestación del 18 de junio en Petrogrado desfile bajo nuestras consignas revolucionarias”. La manifestación del 18 de junio de 1917, que desfiló por delante de la tumba de las víctimas de la revolución, se convirtió en una verdadera revista de las fuerzas del Partido Bolshevique. Reveló el grado de madurez revolucionaria, cada vez mayor, de las masas y la creciente confianza de éstas en el Partido Bolshevique. Las consignas de los mensheviques y socialrevolucionarios, predicando la confianza en el Gobierno Provisional y la necesidad de continuar la guerra, se perdían entre la inmensa masa de consignas bolsheviques. 400.000 manifestantes marchaban bajo banderas en las que campeaban estas consignas: “¡Abajo la guerra!”, “¡Abajo los diez ministros capitalistas!”, “¡Todo el Poder a los Soviets!”. Era el fracaso completo de los mensheviques y socialrevolucionarios, el fracaso del Gobierno Provisional en la capital. No obstante, el Gobierno Provisional, sostenido por el apoyo del I Congreso de los Soviets, decidió proseguir su política imperialista. Y fue precisamente el 18 de junio cuando el gobierno, cumpliendo la voluntad de los imperialistas anglofranceses, lanzó a las tropas del frente a la ofensiva. La burguesía veía en esta ofensiva la única posibilidad de acabar con la revolución. Si la ofensiva tenía éxito, la burguesía confiaba en que podría tomar en sus manos todo el Poder, desalojar a los Soviets y aplastar a los bolsheviques. Si fracasaba, podría echar la culpa de todo a los mismos bolsheviques, acusándoles de desmoralizar al ejército. No podía caber la menor duda de que la ofensiva se derrumbaría, como, en efecto, se derrumbó. El cansancio de los soldados, su ignorancia de los fines perseguidos con la ofensiva, su desconfianza en los mandos, extraños a la tropa, la escasez de municiones y artillería: todo contribuyó al derrumbamiento de la ofensiva en el frente. Las noticias acerca de la ofensiva emprendida y luego las de su ruidoso fracaso, excitaron los ánimos de la capital. La indignación de los obreros y Cien años de la Revolución Bolchevique 34 soldados no tenía límites. Dábanse cuenta de que, cuando predicaba una política de paz, el Gobierno Provisional engañaba al pueblo. Dábanse cuenta de que el Gobierno Provisional abogaba por la continuación de la guerra imperialista. Dábanse cuenta de que el Comité Ejecutivo Central de los Soviets y el Soviet de Petrogrado no querían o no podían oponerse a los actos criminales del Gobierno Provisional y marchaban a rastras a la zaga de él. La indignación revolucionaria de los obreros y soldados de Petrogrado se desbordaba. El 3 (16) de julio, comenzaron a producirse manifestaciones espontáneas en Petrogrado, en la barriada de Víborg. Estas manifestaciones continuaron durante todo el día. Algunas de ellas desembocaron en una grandiosa manifestación general con armas bajo la consigna del paso del Poder a los Soviets. El Partido Bolshevique era contrario a la acción armada en aquel momento, por entender que la crisis revolucionaria no estaba aún madura, que el ejército y las provincias no estaban aún preparados para apoyar la insurrección en la capital, que una insurrección aislada y prematura en Petrogrado solo serviría para facilitar a la contrarrevolución el aplastamiento de la vanguardia revolucionaria. Pero, cuando se vio que era imposible contener a las masas y evitar que se lanzasen a la manifestación, el Partido acordó tomar parte en ella, con el fin de darle un carácter pacífico y organizado. El Partido Bolshevique logró lo que se proponía, y cientos de miles de manifestantes marcharon hacia el Soviet de Petrogrado y hacia el Comité Ejecutivo Central de los Soviets, donde exigieron que éstos se hiciesen cargo del Poder, rompiesen con la burguesía imperialista y emprendiesen una política activa de paz. A pesar del carácter pacífico de la manifestación, fueron lanzadas contra los manifestantes las tropas de la reacción, los destacamentos de cadetes y de oficiales. Por las calles de Petrogrado corrió abundante la sangre de los obreros y los soldados. Para aplastar a los obreros, se trajeron del frente las unidades militares más retrógradas y contrarrevolucionarias. Los mensheviques y socialrevolucionarios, unidos a la burguesía y a los generales blancos, después de aplastar la manifestación de los obreros y los soldados, se lanzaron rabiosamente sobre el Partido Bolshevique. La redacción de la Pravda fue saqueada y destruida. Fueron suspendidos la Pravda, la Soldatskasia Pravda (Pravda del soldado) y otra serie de periódicos bolsheviques. El obrero Voinov fue asesinado en la calle por los cadetes por el solo hecho de estar vendiendo el Listok Pravdi (Hoja de la Pravda). Comenzó el desarme de los guardias rojos. Las unidades revolucionarias de la guarnición de Petrogrado fueron alejadas de la capital y enviadas al frente. Menudearon las detenciones, tanto en los frentes como en la retaguardia. El 7 de julio, se dio la orden de detener a Lenin. Fue detenida toda una serie de militantes prestigiosos del Partido Bolshevique. Fue destruida la imprenta “Trud “ (“Trabajo”), donde se imprimían las publicaciones Jossif V. Stalin 35 bolsheviques. En la requisitoria del Fiscal de la Audiencia de Petrogrado, se decía que Lenin y gran número de bolsheviques debían comparecer ante los tribunales como reos de “alta traición” y responsables de la organización de un levantamiento armado. La acusación contra Lenin había sido urdida en el Estado Mayor del general Denikin sobre la base de datos inventados por espías y provocadores. Con esto, el Gobierno Provisional de coalición, del que formaban parte representantes tan caracterizados de los mensheviques y socialrevolucionarios como Tsereteli y Skobelev, Kerenski y Chernov, se sumía en la charca del imperialismo y de la contrarrevolución abierta y descarada. En vez de una política de paz, desarrollaba una política de continuación de la guerra. En vez de defender los derechos democráticos del pueblo, adoptaba la política de liquidación de estos derechos y de represión armada contra los obreros y los soldados. Lo que no se habían atrevido a hacer los representantes de la burguesía, Guchkov y Miliukov, lo hacían los “socialistas” Kerenski y Tsereteli, Chernov y Skobelev. Se había acabado la dualidad de poderes. Y se había acabado en provecho de la burguesía, pues todo el Poder pasó a manos del Gobierno Provisional, y los Soviets, con su dirección social revolucionaria y menshevique, se convirtieron en un apéndice del Gobierno Provisional. Había terminado el período pacífico de la revolución, poniéndose a la orden del día la fuerza de las bayonetas. Ante los cambios operados en la situación, el Partido Bolshevique decidió cambiar de táctica. Pasó a la clandestinidad, ocultando a su jefe, Lenin, en un sitio rigurosamente secreto, y comenzó a prepararse para la insurrección, con el fin de derrocar el Poder de la burguesía mediante las armas e instaurar el Poder Soviético. Cien años de la Revolución Bolchevique 36 4. El Partido Bolshevique rumbo a la preparación de la insurrección armada. - El VI Congreso del Partido. En medio de una campaña increíblemente encarnizada de la prensa burguesa y pequeñoburguesa, se reunió en Petrogrado el VI Congreso del Partido Bolshevique. Reuníase este Congreso a los diez años del V Congreso de Londres y a los cinco años de la Conferencia bolshevique de Praga. Sus sesiones duraron desde el 26 de julio hasta el 3 de agosto de 1917, y tuvieron carácter clandestino. La prensa se limitó a anunciar la convocatoria del Congreso, sin indicar el sitio en que había de reunirse. Las primeras sesiones se celebraron en la barriada de Víborg. Las últimas, en la escuela de las inmediaciones de la Puerta de Narva, en el sitio donde ahora se levanta la Casa de Cultura. La prensa burguesa pedía la detención de todos los congresistas. Pero, aunque se pusieron en campaña los sabuesos de la policía para descubrir el sitio en que se reunía el Congreso, no pudieron averiguarlo. Es decir, que a los cinco meses de derribado el zarismo, los bolsheviques tenían que reunirse subrepticiamente, y el jefe del Partido proletario, Lenin, veíase obligado a vivir oculto en una choza, cerca de la estación de Rasliv. Lenin, acechado por los esbirros del Gobierno Provisional, no pudo asistir al Congreso, pero dirigió sus tareas desde el retiro clandestino en que se encontraba, por medio de sus discípulos y colaboradores en Petrogrado: Stalin, Sverdlov, Molotov y Ordzhonikidse. Asistieron al Congreso 157 delegados con voz y voto, y 128 con voz solamente. El Partido contaba, por aquel entonces, con unos 240.000 afiliados. Hacia el 3 de julio, es decir, antes de ser aplastada la manifestación obrera de este mes, cuando los bolsheviques trabajaban aún en la legalidad, el Partido tenía 41 órganos de prensa, de los cuales se publicaban 29 en ruso y 12 en otras lenguas. La batida contra los bolsheviques y contra la clase obrera en las jornadas de Julio, lejos de disminuir la influencia del Partido Bolshevique, solo sirvió para acrecentarla. Los delegados de base expusieron ante el Congreso multitud de hechos demostrativos de que los obreros y soldados comenzaban a abandonar en masa a los mensheviques y socialrevolucionarios, a los que motejaban despreciativamente con el nombre de “socialcarceleros”. Los obreros y, los soldados afiliados a los Partidos menshevique y socialrevolucionario rompían sus carnets y salían con maldiciones de estos Partidos, pidiendo a los bolsheviques que les admitiesen en su filas. Los problemas fundamentales planteados en el VI Congreso fueron: el informe político del Comité Central y el problema de la situación política. En sus informes sobre estos problemas, el camarada Stalin puso de manifiesto con toda claridad y precisión que, a pesar de todos los esfuerzos de la burguesía por Jossif V. Stalin 37 aplastar la revolución, ésta crecía y se desarrollaba. Señaló que la revolución planteaba el problema de la implantación del control obrero sobre la producción y distribución de los productos, de la entrega de la tierra a los campesinos y del paso del Poder de manos de la burguesía a manos de la clase obrera, y de los campesinos pobres. Y dijo que la revolución se convertía, por su carácter, en una Revolución Socialista. Después de las jornadas de julio, cambió bruscamente la situación política del país. Ya no existía dualidad de poderes. Por no querer tomar todo el Poder, los Soviets, con su dirección socialrevolucionaria y menshevique, quedaron reducidos a la impotencia. El Poder se concentró en manos del Gobierno Provisional de la burguesía, el cual continuaba desarmando a la revolución, aplastando sus organizaciones y persiguiendo al Partido Bolshevique. La posibilidad de un desarrollo pacífico de la revolución había desaparecido. Solo cabía −decía el camarada Stalin− una solución: derrocar el Gobierno Provisional y tomar el poder por la fuerza. Y solo el proletariado, aliado a los campesinos pobres, podía tomar el Poder por la fuerza. Los Soviets, cuya dirección seguía en manos de los mensheviques y socialrevolucionarios, se habían ido deslizando al campo de la burguesía y, en la situación existente, solo podían actuar como auxiliares del Gobierno Provisional. Después de las jornadas de julio, la consigna de “¡Todo el Poder a los Soviets!” debía abandonarse, dijo el camarada Stalin, pero sin que el abandono temporal de esta consigna significara, ni mucho menos, que se renunciaba a luchar por el Poder de los Soviets. No se trataba de los Soviets en general, es decir, de los Soviets como órganos de lucha revolucionaria, sino que se trataba solamente de aquellos Soviets concretos, dirigidos por los mensheviques y socialrevolucionarios. “El período pacífico de la revolución ha terminado −dijo el camarada Stalin−; ha comenzado el período no pacífico de la revolución, un período de choques y explosiones...” (“Actas del VI Congreso del P.C. (b) de la U.R.S.S.”, página 111). El Partido marchaba hacia la insurrección armada. En el Congreso hubo gente que, reflejando la influencia burguesa, se manifestó en contra del rumbo hacia la Revolución Socialista. El trotskista Preobrazhenski propuso que en la resolución sobre la conquista del Poder se dijese que solo se podría encaminar al país por la senda socialista si triunfaba la revolución proletaria en la Europa occidental. El camarada Stalin rebatió esta proposición trotskista. “No está descartada −dijo el camarada Stalin− la posibilidad de que sea precisamente Rusia el país que rompa la marcha hacia el socialismo... Hay que rechazar esa idea caduca de que solo Europa puede señalarnos el camino. Hay Cien años de la Revolución Bolchevique 38 un marxismo dogmático y un marxismo creador. Yo me sitúo en el terreno del segundo” (Obra citada, págs. 233-234). Bujarin, abrazando posiciones trotskistas, afirmó que los campesinos tenían ideas defensistas, que formaban un bloque con la burguesía y no marcharían con la clase obrera. Refutando a Bujarin, el camarada Stalin demostró que había diversas clases de campesinos: los campesinos ricos, que apoyaban a la burguesía imperialista, y los campesinos pobres, que deseaban aliarse a la clase obrera y la apoyaban en la lucha por el triunfo de la revolución. El Congreso rechazó las enmiendas de Preobrazhenski y Bujarin y aprobó el proyecto de resolución del camarada Stalin. El Congreso examinó y aprobó la plataforma económica del Partido Bolshevique, cuyos puntos fundamentales eran: confiscación de las tierras de los terratenientes y nacionalización de toda la tierra del país, nacionalización de los bancos, nacionalización de la gran industria, control obrero sobre la producción y la distribución. Subrayó el Congreso la importancia de la lucha por el control obrero sobre la producción, que desempeñaba un gran papel, como medida de transición hacia la nacionalización de la gran industria. En todos los acuerdos, el VI Congreso insistió de un modo especial en la importancia de la tesis leninista sobre la alianza del proletariado y de los campesinos pobres, como condición para el triunfo de la Revolución Socialista. La teoría menshevique de la neutralidad de los sindicatos fue condenada por el Congreso. Este señaló que, para poder resolver los grandes problemas que se le planteaban a la clase obrera de Rusia, era indispensable que los sindicatos fuesen organizaciones combativas de clase que acatasen la dirección política del Partido Bolshevique. El Congreso aprobó una resolución “Sobre las organizaciones juveniles”, que por aquel entonces surgían no pocas veces espontáneamente. Con su trabajo sucesivo, los bolsheviques lograron afianzar los lazos de estas organizaciones juveniles con el Partido, convertirlas en reservas de éste. Uno de los problemas que se examinaron en el Congreso fue el de la comparecencia de Lenin ante los Tribunales. Kamenev, Rykov, Trotski y otros habían sostenido, ya con anterioridad al Congreso, que Lenin debía entregarse a los tribunales de la contrarrevolución. El camarada Stalin se manifestó resueltamente en contra de esta tendencia. El VI Congreso compartió también el punto de vista de Stalin, por entender que lo que se preparaba no era un proceso, sino una represión. El Congreso no dudó ni un momento que el propósito de la burguesía no era otro que el de deshacerse físicamente de Lenin, como de su más peligroso enemigo. Formuló su protesta contra la enconada campaña policíaco-burguesa Jossif V. Stalin 39 de que se hacía objeto a los jefes del proletariado revolucionario y dirigió un saludo a Lenin. En el VI Congreso fueron aprobados los nuevos estatutos del Partido. En ellos, se determinaba que toda la organización del Partido se basaría en los principios del centralismo democrático. Esto significaba lo siguiente: 1) Carácter electivo de todos los órganos de dirección del Partido de abajo arriba; 2) rendición periódica de cuentas de la gestión de los órganos del Partido ante las organizaciones del Partido correspondientes; 3) severa disciplina de Partido y sumisión de la minoría a la mayoría; 4) obligatoriedad incondicional de los acuerdos de los órganos superiores para los inferiores y para todos los miembros del Partido. Los estatutos del Partido disponían que los nuevos afiliados fuesen admitidos por las organizaciones de base, mediante recomendación de dos miembros del Partido y previa ratificación de la Asamblea general de afiliados de la organización de base. El VI Congreso admitió en el Partido a los llamados “mezhraiontzi”, con su líder Trotski. Era éste un pequeño grupo que había sido creado en Petrogrado en 1913 y del que formaban parte elementos trotskistas-mensheviques y algunos antiguos bolsheviques, desviados del Partido. Durante la guerra, esta organización tuvo un carácter centrista. Luchaba contra los bolsheviques, pero sin estar de acuerdo tampoco en muchas cosas con los mensheviques, por lo que ocupaba una posición intermedia, centrista, vacilante. Al celebrarse el VI Congreso, los miembros de esta organización declararon que estaban identificados en un todo con los bolsheviques y pidieron su ingreso en el Partido. El Congreso accedió a su petición, confiando en que con el tiempo llegarían a ser verdaderos bolsheviques. Algunos de ellos, como, por ejemplo, Volodarski, Uritski y otros, llegaron, en efecto, a convertirse en bolsheviques después de su ingreso en el Partido. Pero Trotski y los elementos más afines a él, que no eran muchos, no ingresaron en el Partido, como había de demostrarse andando el tiempo, para trabajar en favor de él, sino para quebrantar y minar su fuerza desde dentro. Todos los acuerdos del VI Congreso se encaminaban a preparar al proletariado y a los campesinos pobres para la insurrección armada. El VI Congreso encauzó el Partido hacia la insurrección armada, hacia la Revolución Socialista. El manifiesto del Partido lanzado por el VI Congreso invitaba a los obreros, a los soldados y a los campesinos a preparar sus fuerzas para los encuentros decisivos con la burguesía. Y terminaba con estas palabras: Cien años de la Revolución Bolchevique 40 “¡Preparaos para nuevas batallas, camaradas de lucha! ¡Permaneced firmes, valientes y serenos, sin dejaros llevar de provocaciones, acumulando fuerzas y formando vuestras columnas de combate! ¡Agrupaos bajo la bandera del Partido, proletarios y soldados! ¡Formad bajo nuestra bandera, oprimidos del campo!”. Jossif V. Stalin 41 5. La intentona del general Kornilov contra la Revolución. - Aplastamiento de la intentona. - Los Soviets de Petrogrado y Moscú se pasan al lado de los bolsheviques. Después de adueñarse de todo el Poder, la burguesía comenzó a prepararse para aplastar a los ya impotentes Soviets e instaurar una dictadura contrarrevolucionaria descarada. El millonario Riabushinski declaraba cínicamente que no veía más que una salida a la situación, y era que “la mano descarnada del hambre, la miseria del pueblo, agarrase por el cuello a los falsos amigos de éste, los Soviets y Comités democráticos”. En el frente hacían estragos los Consejos de Guerra, prodigando la pena de muerte contra los soldados. El 3 de agosto de 1917, el general en jefe Kornilov pidió que se implantase también la pena de muerte en la retaguardia. El 12 de agosto, se abrió en el Gran Teatro de Moscú la Conferencia de Estado convocada por el Gobierno Provisional para movilizar las fuerzas de la burguesía y de los terratenientes. A esta Asamblea asistieron, principalmente, los representantes de los terratenientes, de la burguesía, del generalato, de la oficialidad y de los cosacos. Los Soviets estuvieron representados en ella por los mensheviques y los socialrevolucionarios. El día en que comenzaba sus sesiones la Conferencia de Estado, los bolsheviques organizaron en Moscú, en señal de protesta, una huelga general, en la que tomó parte la mayoría de los obreros. Estallaron también huelgas en una serie de ciudades. El socialrevolucionario Kerenski amenazó fanfarronamente, en su discurso ante la Conferencia, con aplastar “a sangre y fuego” cualquier intento de movimiento revolucionario, incluyendo las tentativas de los campesinos de apoderarse por sí y ante sí de las tierras de los terratenientes. El general contrarrevolucionario Kornilov pidió, sin andarse con rodeos, que se “suprimiesen los Comités y los Soviets”. En el Estado Mayor del general en jefe pululaban alrededor del general Kornilov banqueros, comerciantes e industriales, con promesas de dinero y ayuda. También se entrevistaron con él los representantes de los “aliados”, es decir, de Inglaterra y Francia, exigiendo que no se demorase el ataque contra la revolución. Las cosas combinaban para la conspiración contrarrevolucionaria del general Kornilov. Esta conspiración preparábase sin recato. Con el fin de desviar la atención de lo que tramaban, los conjurados hicieron correr el rumor de que los bolsheviques de Petrogrado preparaban un levantamiento para el 27 de agosto, fecha en que se cumplirían los seis meses del día de la revolución. El Gobierno Provisional, con Kerenski a la cabeza, se lanzó a perseguir rabiosamente a los bolsheviques y acentuó el terror contra el Partido del proletariado. Al mismo tiempo, el general Cien años de la Revolución Bolchevique 42 Kornilov concentraba tropas para hacerlas marchar sobre Petrogrado, con el fin de acabar con los Soviets e instaurar un gobierno de dictadura militar. Kornilov se puso de acuerdo con Kerenski respecto a su proyectada acción contrarrevolucionaria. Pero, en el mismo momento en que Kornilov comenzó a actuar, Kerenski, dando un brusco viraje, cambió de frente y se separó de su aliado. Temía que las masas del pueblo, después de levantarse contra los kornilovistas y aplastarlos, barriesen también, echándole al mismo montón, al gobierno burgués de Kerenski, si éste no se desentendía a tiempo de los autores de la korniloviada. El 25 de agosto, Kornilov envió sobre Petrogrado el 3er cuerpo de caballería, al mando del general Krimov, y declaró que se proponía “salvar la Patria”. Como respuesta a la sublevación kornilovista, el Comité Central del Partido Bolshevique hizo un llamamiento a los obreros y a los soldados para que opusiesen una resistencia activa y armada a la contrarrevolución. Los obreros comenzaron a armarse y a prepararse rápidamente para la lucha. En estos días, se multiplicaron los destacamentos de guardias rojos. Los sindicatos movilizaron a sus afiliados. Las unidades revolucionarias de tropas de Petrogrado se prepararon también para el combate. Alrededor de Petrogrado se abrieron trincheras, se tendieron alambradas y se levantaron los rieles de las vías férreas. De Cronstadt llegaron unos cuantos miles de marinos armados para la defensa de la capital. Se enviaron al encuentro de la “División salvaje”, que avanzaba sobre Petrogrado, delegados que explicaron a aquellos soldados montañeses la intención del movimiento kornilovista, consiguiendo que estas tropas se negasen a marchar sobre la capital. Se enviaron también agitadores a otras unidades kornilovistas. Fueron creados Comités revolucionarios y Estados Mayores para la lucha contra los sublevados en todos los sitios donde había algún peligro. En aquellos días, los líderes socialrevolucionarios y mensheviques, entre ellos Kerenski, muertos de miedo, iban a buscar amparo en los bolsheviques, convencidos de que éstos eran la única fuerza efectiva de la capital capaz de aplastar a Kornilov. Pero, aun movilizando a las masas para aplastar el movimiento de Kornilov, los bolsheviques no cejaron en su lucha contra el Gobierno Kerenski, desenmascarando ante las masas a este Gobierno y a los mensheviques y socialrevolucionarios, que, con toda su política, ayudaban objetivamente a la intentona contrarrevolucionaria de Kornilov. Gracias a todas estas medidas, fue aplastada la intentona de Kornilov. El general Krimov se pegó un tiro. Kornilov y sus cómplices, Denikin y Lukomski, fueron detenidos (aunque pronto habían de ser puestos de nuevo en libertad por Kerenski) . El aplastamiento de la intentona kornilovista puso al descubierto e iluminó de golpe la correlación de fuerzas entre la revolución y la contrarrevolución. Jossif V. Stalin 43 Demostró el fracaso total de todo el campo contrarrevolucionario, desde los generales y el Partido kadete hasta los mensheviques y los socialrevolucionarios, cogidos en las redes y prisioneros de la burguesía. Era evidente que la política de prolongación de aquella guerra agotadora, que al, alargarse provocaba el desastre económico del país, había quebrantado definitivamente la influencia de estos Partidos entre las masas del pueblo. El aplastamiento de la korniloviada revelaba, además, que el Partido Bolshevique se había convertido ya en la fuerza decisiva de la revolución, en una fuerza capaz de deshacer los manejos de la contrarrevolución, cualesquiera que ellos fuesen. El Partido Bolshevique no era todavía un Partido gobernante, pero durante los días de la korniloviada actuó como una verdadera fuerza de gobierno, pues sus instrucciones eran seguidas sin vacilar por los obreros y los soldados. Finalmente, el aplastamiento de la intentona kornilovista vino a demostrar que aquellos Soviets que se creía agonizantes, encerraban en su seno, en realidad, una grandiosa fuerza de resistencia revolucionaria. No cabía dudar de que habían sido precisamente los Soviets y sus Comités revolucionarios los que habían cerrado el paso a las tropas de Kornilov y contra los que se habían estrellado sus fuerzas. La lucha contra la korniloviada infundió nuevos ánimos en los languidecidos Soviets de diputados obreros y soldados, los arrancó de la política oportunista que los tenía prisioneros, los empujó al ancho camino de la lucha revolucionaria y los colocó junto al Partido Bolshevique. La influencia de los bolsheviques dentro de los Soviets era mayor que nunca. Comenzó también a ganar terreno rápidamente la influencia de los bolsheviques en el campo. La sublevación kornilovista hizo ver a las grandes masas campesinas que los terratenientes y los generales, una vez destrozados los bolsheviques y los Soviets, se cebarían luego en los campesinos. Por eso, las grandes masas de campesinos pobres empezaron a agruparse cada vez más estrechamente en torno a los bolsheviques. Los campesinos medios, cuyas vacilaciones habían frenado el desarrollo de la revolución durante los meses de abril a agosto de 1917, después de la derrota de Kornilov, comenzaron a volverse de un modo decidido hacia el Partido Bolshevique, uniéndose a la masa de los campesinos pobres. Las grandes masas campesinas empezaron a comprender que el Partido Bolshevique era el único que podía liberarlas de la guerra, el único capaz de acabar con los terratenientes y el único que estaba dispuesto a dar la tierra a los campesinos. Los meses de septiembre y octubre de 1917 registraron un alza enorme en el número de incautaciones de tierras de los terratenientes por los campesinos. El cultivo de las tierras de los terratenientes por decisión de los propios campesinos, adquirió un carácter general. Persuaciones y destacamentos de castigo ya no eran capaces de contener a los campesinos en su marcha arrolladora hacia la revolución. Cien años de la Revolución Bolchevique 44 La revolución iba en ascenso. Comenzó a desarrollarse la fase de animación y renovación de los Soviets, la fase de bolshevización de los Soviets. Las fábricas y empresas industriales y las unidades militares, al reelegir a sus diputados, ya no enviaban a los Soviets a mensheviques y socialrevolucionarios, sino a representantes del Partido Bolshevique. Al día siguiente de aplastar la intentona de Kornilov, el 31 de agosto, el Soviet de Petrogrado se pronunció a favor de la política de los bolsheviques. El antiguo Presidium del Soviet de Petrogrado, formado por mensheviques y socialrevolucionarios, con Chjeidse a la cabeza, se retiró, dejando el puesto libre a los bolsheviques. El 5 de septiembre, el Soviet de diputados obreros de Moscú se pasó al lado de los bolsheviques. También se retiró por el foro, dejando el camino abierto a los bolsheviques, el Presidium socialrevolucionario-menshevique de este Soviet. Esto significaba que se daban ya las premisas fundamentales necesarias para una insurrección victoriosa. Volvía a estar a la orden del día la consigna de “¡Todo el Poder a los Soviets!”. Pero ya no era la antigua consigna del paso del Poder a manos de los Soviets mensheviques y socialrevolucionarios. No; ahora era la consigna de la insurrección de los Soviets contra el Gobierno Provisional, con el fin de entregar todo el Poder del país a los Soviets dirigidos por los bolsheviques. Comenzó a producirse la desbandada entre los Partidos oportunistas. En el seno del Partido socialrevolucionario se formó, bajo la presión de los campesinos de orientación revolucionaria, un ala izquierda, el ala de los socialrevolucionarios de “izquierda” que comenzó a manifestar su descontento por la política de compromisos con la burguesía. También en el Partido menshevique se definió un grupo de “izquierda”, el de los llamados “internacionalistas”, que comenzaban a oscilar hacia los bolsheviques. Los anarquistas, que formaban un grupo insignificante en cuanto a su influencia, se escindieron definitivamente en varios grupitos, de los cuales unos se mezclaron con delincuentes vulgares y provocadores, con los desechos de la sociedad, mientras que otros se convirtieron en expropiadores “ideológicos”, que robaban a los campesinos y a las gentes modestas de las ciudades y arrebataban a los clubs obreros sus edificios y sus ahorros, y otros, finalmente, se pasaron sin recato al campo contrarrevolucionario, acoplando su vida personal a la escalera de servicio de la burguesía. Todos ellos eran contrarios a cualquier clase de Poder, pero muy especialmente al Poder revolucionario de los obreros y campesinos, pues estaban seguros de que este Poder revolucionario no les permitiría desvalijar al pueblo ni expoliar los bienes del pueblo. Jossif V. Stalin 45 Después del aplastamiento de la intentona de Kornilov, los mensheviques y socialrevolucionarios hicieron una nueva tentativa para quebrantar el creciente auge de la revolución. Con este fin, convocaron el 12 de septiembre de 1917, a una conferencia democrática de representantes de los Partidos socialistas, de los Soviets oportunistas, de los sindicatos, de los Zemstvos, de los círculos comerciales e industriales y de las unidades militares de toda Rusia. De esta conferencia salió el Preparlamento (Consejo provisional de la República). Con ayuda de este Preparlamento, los oportunistas confiaban en que podrían detener la marcha de la revolución y desviar al país de la senda de la revolución soviética a la del desarrollo burgués-constitucional, a la senda del parlamentarismo burgués. Fue una tentativa desesperada de aquellos políticos fracasados, que se empeñaban en volver atrás la rueda de la revolución. Era una idea condenada a dar en quiebra, como, en efecto, ocurrió. Los obreros, que se burlaban de Ia gimnasia parlamentaria de los oportunistas, pusieron en solfa el Preparlamento, bautizándole con un nombre despectivo (“ante-baño”). El C.C. del Partido Bolshevique acordó boicotear el Preparlamento. Y, aunque la fracción bolshevique de este organismo, en que figuraban individuos como Kamenev y Teodorovich, no quería abandonar sus escaños, el C.C. del Partido la obligó a dejarlos. Kamenev y Zinoviev defendieron tenazmente la participación en el Preparlamento, confiando en que con ello podrían desviar al Partido de la labor preparatoria de la insurrección. El camarada Stalin intervino enérgicamente en la fracción bolshevique de la Conferencia democrática de toda Rusia en contra de la participación en el Preparlamento, que calificó de “aborto kornilovista”. Lenin y Stalin consideraron un grave error la participación en el Preparlamento, aunque hubiese sido por poco tiempo, ya que aquello pudo infundir a las masas la esperanza engañosa de que aquel organismo era capaz de hacer algo por los trabajadores. Al mismo tiempo, los bolsheviques preparaban tenazmente la convocatoria del II Congreso de los Soviets, en el que confiaban contar con la mayoría. Y, pese a todos los subterfugios de los mensheviques y socialrevolucionarios encastillados en el Comité Ejecutivo Central, ante la presión de los Soviets bolsheviques, hubo de ser convocado el II Congreso de los Soviets de toda Rusia para la segunda quincena de octubre de 1917. 

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ÍNDICE




Prólogo a la edición inglesa de 1892


Del socialismo utópico al socialismo científico



I.

II.

III.



Escrito: Entre 1876 y 1878..
Primera Edición: Apareció por vez primera en Vorwarts de Leipzeig, órgano del Partido Socialista, entre 1876 y 1878, cuando cesó la revista. El texto formaba entonces parte de una obra mayor hoy conocida como el Anti-Dühring. En 1880, Paul Lafargue publica una traducción de los tres primero capitulos con el titulo Socialisme utopique et Socialisme scientifique. Esa edición forma la base las subsiguientes ediciones de Del socialismo utópico al socialismo cientifico.
Fuente: Unión de Juventudes Socialistas de Puerto Rico.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 2000.


F. ENGELS


DEL SOCIALISMO UTÓPICO AL SOCIALISMO CIENTÍFICO





El socialismo moderno es, en primer término, por su contenido, fruto del reflejo en la inteligencia, por un lado, de los antagonismos de clase que imperan en la moderna sociedad entre poseedores y desposeídos, capitalistas y obreros asalariados, y, por otro lado, de la anarquía que reina en la producción. Pero, por su forma teórica, el socialismo empieza presentándose como una continuación, más desarrollada y más consecuente, de los principios proclamados por los grandes ilustradores franceses del siglo XVIII. Como toda nueva teoría, el socialismo, aunque tuviese sus raíces en los hechos materiales económicos, hubo de empalmar, al nacer, con las ideas existentes.

Los grandes hombres que en Francia ilustraron las cabezas para la revolución que había de desencadenarse, adoptaron ya una actitud resueltamente revolucionaria. No reconocían autoridad exterior de ningún género. La religión, la concepción de la naturaleza, la sociedad, el orden estatal: todo lo sometían a la crítica más despiadada; cuanto existía había de justificar los títulos de su existencia ante el fuero de la razón o renunciar a seguir existiendo. A todo se aplicaba como rasero único la razón pensante. Era la época en que, según Hegel, «el mundo giraba sobre la cabeza»[*****], primero, en el sentido de que la cabeza humana y los principios establecidos por su especulación reclamaban el derecho a ser acatados como base de todos los actos humanos y de toda relación social, y luego también, en el sentido más amplio de que la realidad que no se ajustaba a estas conclusiones se veía subvertida de hecho desde los cimientos hasta el remate. Todas las formas anteriores de sociedad y de Estado, todas las ideas tradicionales, fueron arrinconadas en el desván como irracionales; hasta allí, el mundo se había dejado gobernar por puros prejuicios; todo el pasado no merecía más que conmiseración y desprecio. Sólo ahora había apuntado la aurora, el reino de la razón; en adelante, la superstición, la injusticia, el privilegio y la opresión serían desplazados por la verdad eterna, por la eterna justicia, por la igualdad basada en la naturaleza y por los derechos inalienables del hombre.
Hoy sabemos ya que ese reino de la razón no era más que el reino idealizado de la burguesía, que la justicia eterna vino a tomar cuerpo en la justicia burguesa; que la igualdad se redujo a la igualdad burguesa ante la ley; que como uno de los derechos más esenciales del hombre se proclamó la propiedad burguesa; y que el Estado de la razón, el «contrato social» de Rousseau pisó y solamente podía pisar el terreno de la realidad, convertido en república democrática burguesa. Los grandes pensadores del siglo XVIII, como todos sus predecesores, no podían romper las fronteras que su propia época les trazaba.
Pero, junto al antagonismo entre la nobleza feudal y la burguesía, que se erigía en representante de todo el resto de la sociedad, manteníase en pie el antagonismo general entre explotadores y explotados, entre ricos holgazanes y pobres que trabajaban. Y este hecho era precisamente el que permitía a los representantes de la burguesía arrogarse la representación, no de una clase determinada, sino de toda la humanidad doliente. Más aún. Desde el momento mismo en que nació, la burguesía llevaba en sus entrañas a su propia antítesis, pues los capitalistas no pueden existir sin obreros asalariados, y en la misma proporción en que los maestros de los gremios medievales se convertían en burgueses modernos, los oficiales y los jornaleros no agremiados transformábanse en proletarios. Y, si, en términos generales, la burguesía podía arrogarse el derecho a representar, en sus luchas contra la nobleza, además de sus intereses, los de las diferentes clases trabajadoras de la época, al lado de todo gran movimiento burgués que se desataba estallaban movimientos independientes de aquella clase que era el precedente más o menos desarrollado del proletariado moderno. Tal fue en la época de la Reforma y de las guerras campesinas en Alemania la tendencia de los anabaptistas[31] y de Tomás Münzer; en la Gran Revolución inglesa, los «levellers»[32], y en la Gran Revolución francesa, Babeuf. Y estas sublevaciones revolucionarias de una clase incipiente son acompañadas, a la vez, por las correspondientes manifestaciones teóricas: en los siglos XVI y XVII aparecen las descripciones utópicas de un régimen ideal de la sociedad[33]; en el siglo XVIII, teorías directamente comunistas ya, como las de Morelly y Mably. La reivindicación de la igualdad no se limitaba a los derechos políticos, sino que se extendía a las condiciones sociales de vida de cada individuo; ya no se trataba de abolir tan sólo los privilegios de clase, sino de destruir las propias diferencias de clase. Un comunismo ascético, a lo espartano, que prohibía todos los goces de la vida: tal fue la primera forma de manifestarse de la nueva doctrina. Más tarde, vinieron los tres grandes utopistas: Saint-Simon, en quien la tendencia burguesa sigue afirmándose todavía, hasta cierto punto, junto a la tendencia proletaria; Fourier y Owen, quien, en el país donde la producción capitalista estaba más desarrollada y bajo la impresión de los antagonismos engendrados por ella, expuso en forma sistemática una serie de medidas encaminadas a abolir las diferencias de clase, en relación directa con el materialismo francés.

Rasgo común a los tres es el no actuar como representantes de los intereses del proletariado, que entretanto había surgido como un producto de la propia historia. Al igual que los ilustradores franceses, no se proponen emancipar primeramente a una clase determinada, sino, de golpe, a toda la humanidad. Y lo mismo que ellos, pretenden instaurar el reino de la razón y de la justicia eterna. Pero entre su reino y el de los ilustradores franceses media un abismo. También el mundo burgués, instaurado según los principios de éstos, es irracional e injusto y merece, por tanto, ser arrinconado entre los trastos inservibles, ni más ni menos que el feudalismo y las formas sociales que le precedieron. Si hasta ahora la verdadera razón y la verdadera justicia no han gobernado el mundo, es, sencillamente, porque nadie ha sabido penetrar debidamente en ellas. Faltaba el hombre genial que ahora se alza ante la humanidad con la verdad, al fin, descubierta. El que ese hombre haya aparecido ahora, y no antes, el que la verdad haya sido, al fin, descubierta ahora y no antes, no es, según ellos, un acontecimiento inevitable, impuesto por la concatenación del desarrollo histórico, sino porque el puro azar lo quiere así. Hubiera podido aparecer quinientos años antes ahorrando con ello a la humanidad quinientos años de errores, de luchas y de sufrimientos.

Hemos visto cómo los filósofos franceses del siglo XVIII, los precursores de la revolución, apelaban a la razón como único juez de todo lo existente. Se pretendía instaurar un Estado racional, una sociedad ajustada a la razón, y cuanto contradecía a la razón eterna debía ser desechado sin piedad. Y hemos visto también que, en realidad, esa razón eterna no era más que el sentido común idealizado del hombre del estado llano que, precisamente por aquel entonces, se estaba convirtiendo en burgués. Por eso cuando la revolución francesa puso en obra esta sociedad racional y este Estado racional, resultó que las nuevas instituciones, por más racionales que fuesen en comparación con las antiguas, distaban bastante de la razón absoluta. El Estado racional había quebrado completamente. El contrato social de Rousseau venía a tomar cuerpo en la época del terror[34], y la burguesía, perdida la fe en su propia habilidad política, fue a refugiarse, primero, en la corrupción del Directorio[35] y, por último, bajo la égida del despotismo napoleónico. La prometida paz eterna se había trocado en una interminable guerra de conquistas. Tampoco corrió mejor suerte la sociedad de la razón. El antagonismo entre pobres y ricos, lejos de disolverse en el bienestar general, habíase agudizado al desaparecer los privilegios de los gremios y otros, que tendían un puente sobre él, y los establecimientos eclesiásticos de beneficencia, que lo atenuaban. La «libertad de la propiedad» de las trabas feudales, que ahora se convertía en realidad, resultaba ser, para el pequeño burgués y el pequeño campesino, la libertad de vender a esos mismos señores poderosos su pequeña propiedad, agobiada por la arrolladora competencia del gran capital y de la gran propiedad terrateniente; con lo que se convertía en la «libertad» del pequeño burgués y del pequeño campesino de toda propiedad. El auge de la industria sobre bases capitalistas convirtió la pobreza y la miseria de las masas trabajadoras en condición de vida de la sociedad. El pago al contado fue convirtiéndose, cada vez en mayor grado, según la expresión de Carlyle, en el único eslabón que enlazaba a la sociedad. La estadística criminal crecía de año en año. Los vicios feudales, que hasta entonces se exhibían impúdicamente a la luz del día, no desaparecieron, pero se recataron, por el momento, un poco al fondo de la escena; en cambio, florecían exuberantemente los vicios burgueses, ocultos hasta allí bajo la superficie. El comercio fue degenerando cada vez más en estafa. La «fraternidad» de la divisa revolucionaria[36] tomó cuerpo en las deslealtades y en la envidia de la lucha de competencia. La opresión violenta cedió el puesto a la corrupción, y la espada, como principal palanca del poder social, fue sustituida por el dinero. El derecho de pernada pasó del señor feudal al fabricante burgués. La prostitución se desarrolló en proporciones hasta entonces inauditas. El matrimonio mismo siguió siendo lo que ya era: la forma reconocida por la ley, el manto oficial con que se cubría la prostitución, complementado además por una gran abundancia de adulterios. En una palabra, comparadas con las brillantes promesas de los ilustradores, las instituciones sociales y políticas instauradas por el «triunfo de la razón» resultaron ser unas tristes y decepcionantes caricaturas. Sólo faltaban los hombres que pusieron de relieve el desengaño y que surgieron en los primeros años del siglo XIX. En 1802, vieron la luz las "Cartas ginebrinas" de Saint-Simon; en 1808, publicó Fourier su primera obra, aunque las bases de su teoría databan ya de 1799; el 1 de enero de 1800, Roberto Owen se hizo cargo de la dirección de la empresa de New Lanark[37].

Sin embargo, por aquel entonces, el modo capitalista de producción, y con él el antagonismo entre la burguesía y el proletariado, se habían desarrollado todavía muy poco. La gran industria, que en Inglaterra acababa de nacer, era todavía desconocida en Francia. Y sólo la gran industria desarrolla, de una parte, los conflictos que transforman en una necesidad imperiosa la subversión del modo de producción y la eliminación de su carácter capitalista -conflictos que estallan no sólo entre las clases engendradas por esa gran industria, sino también entre las fuerzas productivas y las formas de cambio por ella creadas- y, de otra parte, desarrolla también en estas gigantescas fuerzas productivas los medios para resolver estos conflictos. Si bien, hacia 1800, los conflictos que brotaban del nuevo orden social apenas empezaban a desarrollarse, estaban mucho menos desarrollados, naturalmente, los medios que habían de conducir a su solución. Si las masas desposeídas de París lograron adueñarse por un momento del poder durante el régimen del terror y con ello llevar al triunfo a la revolución burguesa, incluso en contra de la burguesía, fue sólo para demostrar hasta qué punto era imposible mantener por mucho tiempo este poder en las condiciones de la época. El proletariado, que apenas empezaba a destacarse en el seno de estas masas desposeídas, como tronco de una clase nueva, totalmente incapaz todavía para desarrollar una acción política propia, no representaba más que un estamento oprimido, agobiado por toda clase de sufrimientos, incapaz de valerse por sí mismo. La ayuda, en el mejor de los casos, tenía que venirle de fuera, de lo alto.

Esta situación histórica informa también las doctrinas de los fundadores del socialismo. Sus teorías incipientes no hacen más que reflejar el estado incipiente de la producción capitalista, la incipiente condición de clase. Se pretendía sacar de la cabeza la solución de los problemas sociales, latente todavía en las condiciones económicas poco desarrolladas de la época. La sociedad no encerraba más que males, que la razón pensante era la llamada a remediar. Tratábase por eso de descubrir un sistema nuevo y más perfecto de orden social, para implantarlo en la sociedad desde fuera, por medio de la propaganda, y a ser posible, con el ejemplo, mediante experimentos que sirviesen de modelo. Estos nuevos sistemas sociales nacían condenados a moverse en el reino de la utopía; cuanto más detallados y minuciosos fueran, mas tenían que degenerar en puras fantasías.

Sentado esto, no tenemos por qué detenernos ni un momento más en este aspecto, incorporado ya definitivamente al pasado. Dejemos que los traperos literarios revuelvan solemnemente en estas fantasías, que hoy parecen mover a risa, para poner de relieve, sobre el fondo de ese «cúmulo de dislates», la superioridad de su razonamiento sereno. Nosotros, en cambio, nos admiramos de los geniales gérmenes de ideas y de las ideas geniales que brotan por todas partes bajo esa envoltura de fantasía y que los filisteos son incapaces de ver.

Saint-Simon era hijo de la Gran Revolución francesa, que estalló cuando él no contaba aún treinta años. La revolución fue el triunfo del tercer estado, es decir, de la gran masa activa de la nación, a cuyo cargo corrían la producción y el comercio, sobre los estamentos hasta entonces ociosos y privilegiados de la sociedad: la nobleza y el clero. Pero pronto se vio que el triunfo del tercer estado no era más que el triunfo de una parte muy pequeña de él, la conquista del poder político por el sector socialmente privilegiado de esa clase: la burguesía poseyente. Esta burguesía, además, se desarrollaba rápidamente ya en el proceso de la revolución, especulando con las tierras confiscadas y luego vendidas de la aristocracia y de la Iglesia, y estafando a la nación por medio de los suministros al ejército. Fue precisamente el gobierno de estos estafadores el que, bajo el Directorio, llevó a Francia y a la revolución al borde de la ruina, dando con ello a Napoleón el pretexto para su golpe de Estado. Por eso, en la idea de Saint-Simon, el antagonismo entre el tercer estado y los estamentos privilegiados de la sociedad tomó la forma de un antagonismo entre «obreros» y «ociosos». Los «ociosos» eran no sólo los antiguos privilegiados, sino todos aquellos que vivían de sus rentas, sin intervenir en la producción ni en el comercio. En el concepto de «trabajadores» no entraban solamente los obreros asalariados, sino también los fabricantes, los comerciantes y los banqueros. Que los ociosos habían perdido la capacidad para dirigir espiritualmente y gobernar políticamente, era un hecho evidente, que la revolución había sellado con carácter definitivo. Y, para Saint-Simon, las experiencias de la época del terror habían demostrado, a su vez, que los descamisados no poseían tampoco esa capacidad. Entonces, ¿quiénes habían de dirigir y gobernar? Según Saint-Simon, la ciencia y la industria unidas por un nuevo lazo religioso, un «nuevo cristianismo», forzosamente místico y rigurosamente jerárquico, llamado a restaurar la unidad de las ideas religiosas, rota desde la Reforma. Pero la ciencia eran los sabios académicos; y la industria eran, en primer término, los burgueses activos, los fabricantes, los comerciantes, los banqueros. Y aunque estos burgueses habían de transformarse en una especie de funcionarios públicos, de hombres de confianza de toda la sociedad, siempre conservarían frente a los obreros una posición autoritaria y económicamente privilegiada. Los banqueros serían en primer término los llamados a regular toda la producción social por medio de una reglamentación del crédito. Ese modo de concebir correspondía perfectamente a una época en que la gran industria, y con ella el antagonismo entre la burguesía y el proletariado, apenas comenzaba a despuntar en Francia. Pero Saint-Simon insiste muy especialmente en esto: lo que a él le preocupa siempre y en primer término es la suerte de «la clase más numerosa y más pobre» de la sociedad («la classe la plus nombreuse et la plus pauvre»).

Saint-Simon sienta ya, en sus "Cartas ginebrinas", la tesis de que «todos los hombres deben trabajar». En la misma obra, se expresa ya la idea de que el reinado del terror era el gobierno de las masas desposeídas.


«Ved -les grita- lo que aconteció en Francia, cuando vuestros camaradas subieron al poder, ellos provocaron el hambre». Pero el concebir la revolución francesa como una lucha de clases, y no sólo entre la nobleza y la burguesía, sino entre la nobleza, la burguesía y los desposeídos, era, para el año 1802, un descubrimiento verdaderamente genial. En 1816, Saint-Simon declara que la política es la ciencia de la producción y predice ya la total absorción de la política por la Economía. Y si aquí no hace más que aparecer en germen la idea de que la situación económica es la base de las instituciones políticas, proclama ya claramente la transformación del gobierno político sobre los hombres en una administración de las cosas y en la dirección de los procesos de la producción, que no es sino la idea de la «abolición del Estado», que tanto estrépito levanta últimamente. Y, alzándose al mismo plano de superioridad sobre sus contemporáneos, declara, en 1814, inmediatamente después de la entrada de las tropas coligadas en París[†††††], y reitera en 1815, durante la guerra de los Cien Días[38], que la alianza de Francia con Inglaterra y, en segundo término, la de estos países con Alemania es la única garantía del desarrollo próspero y la paz en Europa. Para predicar a los franceses de 1815 una alianza con los vencedores de Waterloo[39], hacía falta tanta valentía como capacidad para ver a lo lejos en la historia.

Lo que en Saint-Simon es una amplitud genial de conceptos que le permite contener ya, en germen, casi todas las ideas no estrictamente económicas de los socialistas posteriores, en Fourier es la crítica ingeniosa auténticamente francesa, pero no por ello menos profunda, de las condiciones sociales existentes. Fourier coge por la palabra a la burguesía, a sus encendidos profetas de antes y a sus interesados aduladores de después de la revolución. Pone al desnudo despiadadamente la miseria material y moral del mundo burgués, y la compara con las promesas fascinadoras de los viejos ilustradores, con su imagen de una sociedad en la que sólo reinaría la razón, de una civilización que haría felices a todos los hombres y de una ilimitada perfectibilidad humana. Desenmascara las brillantes frases de los ideólogos burgueses de la época, demuestra cómo a esas frases altisonantes responde, por todas partes, la más mísera de las realidades y vuelca sobre este ruidoso fiasco de la fraseología su sátira mordaz. Fourier no es sólo un crítico; su espíritu siempre jovial hace de él un satírico, uno de los más grandes satíricos de todos los tiempos. La especulación criminal desatada con el reflujo de la ola revolucionaria y el espíritu mezquino del comercio francés en aquellos años, aparecen pintados en sus obras con trazo magistral y deleitoso. Pero todavía es más magistral en él la crítica de la forma burguesa de las relaciones entre los sexos y de la posición de la mujer en la sociedad burguesa. El es el primero que proclama que el grado de emancipación de la mujer en una sociedad es la medida de la emancipación general. Sin embargo, donde más descuella Fourier es en su modo de concebir la historia de la sociedad. Fourier divide toda la historia anterior en cuatro fases o etapas de desarrollo: el salvajismo, el patriarcado, la barbarie y la civilización, fase esta última que coincide con lo que llamamos hoy sociedad burguesa, es decir, con el régimen social implantado desde el siglo XVI, y demuestra que el «orden civilizado eleva a una forma compleja, ambigua, equívoca e hipócrita todos aquellos vicios que la barbarie practicaba en medio de la mayor sencillez». Para él, la civilización se mueve en un «círculo vicioso», en un ciclo de contradicciones, que está reproduciendo constantemente sin acertar a superarlas, consiguiendo de continuo lo contrario precisamente de lo que quiere o pretexta querer conseguir. Y así nos encontramos, por ejemplo, con que «en la civilización la pobreza brota de la misma abundancia». Como se ve, Fourier maneja la dialéctica con la misma maestría que su contemporáneo Hegel. Frente a los que se llenan la boca hablando de la ilimitada capacidad humana de perfección, pone de relieve, con igual dialéctica, que toda fase histórica tiene su vertiente ascensional, mas también su ladera descendente, y proyecta esta concepción sobre el futuro de toda la humanidad. Y así como Kant introduce en la ciencia de la naturaleza la idea del acabamiento futuro de la Tierra, Fourier introduce en su estudio de la historia la idea del acabamiento futuro de la humanidad.

Mientras el huracán de la revolución barría el suelo de Francia, en Inglaterra se desarrollaba un proceso revolucionario, más tranquilo, pero no por ello menos poderoso. El vapor y las máquinas-herramienta convirtieron la manufactura en la gran industria moderna, revolucionando con ello todos los fundamentos de la sociedad burguesa. El ritmo adormilado del desarrollo del período de la manufactura se convirtió en un verdadero período de lucha y embate de la producción. Con una velocidad cada vez más acelerada, iba produciéndose la división de la sociedad en grandes capitalistas y proletarios desposeídos, y entre ellos, en lugar del antiguo estado llano estable, llevaba una existencia insegura una masa inestable de artesanos y pequeños comerciantes, la parte más fluctuante de la población. El nuevo modo de producción sólo empezaba a remontarse por su vertiente ascensional; era todavía el modo de producción normal, regular, el único posible, en aquellas circunstancias. Y, sin embargo, ya entonces originó toda una serie de graves calamidades sociales: hacinamiento en los barrios más sórdidos de las grandes ciudades de una población desarraigada de su suelo; disolución de todos los lazos tradicionales de la costumbre, de la sumisión patriarcal y de la familia; prolongación abusiva del trabajo, que sobre todo en las mujeres y en los niños tomaba proporciones aterradoras; desmoralización en masa de la clase trabajadora, lanzada de súbito a condiciones de vida totalmente nuevas: del campo a la ciudad, de la agricultura a la industria, de una situación estable a otra constantemente variable e insegura. En estas circunstancias, se alza como reformador un fabricante de veintinueve años, un hombre cuyo candor casi infantil rayaba en lo sublime y que era, a la par, un dirigente innato de hombres como pocos. Roberto Owen habíase asimilado las enseñanzas de los ilustradores materialistas del siglo XVIII, según las cuales el carácter del hombre es, de una parte, el producto de su organización innata, y de otra, el fruto de las circunstancias que rodean al hombre durante su vida, y principalmente durante el período de su desarrollo. La mayoría de los hombres de su clase no veían en la revolución industrial más que caos y confusión, una ocasión propicia para pescar en río revuelto y enriquecerse aprisa. Owen vio en ella el terreno adecuado para poner en práctica su tesis favorita, introduciendo orden en el caos. Ya en Mánchester, dirigiendo una fábrica de más de quinientos obreros, había intentado, no sin éxito, aplicar prácticamente su teoría. Desde 1800 a 1829 encauzó en este sentido, aunque con mucha mayor libertad de iniciativa y con un éxito que le valió fama europea, la gran fábrica de hilados de algodón de New Lanark, en Escocia, de la que era socio y gerente. Una población que fue creciendo paulatinamente hasta 2.500 almas, reclutada al principio entre los elementos más heterogéneos, la mayoría de ellos muy desmoralizados, convirtióse en sus manos en una colonia modelo, en la que no se conocía la embriaguez, la policía, los jueces de paz, los procesos, los asilos para pobres, ni la beneficencia pública. Para ello, le bastó sólo con colocar a sus obreros en condiciones más humanas de vida, consagrando un cuidado especial a la educación de su descendencia. Owen fue el creador de las escuelas de párvulos, que funcionaron por vez primera en New Lanark. Los niños eran enviados a la escuela desde los dos años, y se encontraban tan a gusto en ella, que con dificultad se les podía llevar a su casa. Mientras que en las fábricas de sus competidores los obreros trabajaban hasta trece y catorce horas diarias, en New Lanark la jornada de trabajo era de diez horas y media. Cuando una crisis algodonera obligó a cerrar la fábrica durante cuatro meses, los obreros de New Lanark, que quedaron sin trabajo, siguieron cobrando íntegros sus jornales. Y, con todo, la empresa había incrementado hasta el doble su valor y rendido a sus propietarios hasta el último día, abundantes ganancias.

Sin embargo, Owen no estaba satisfecho con lo conseguido. La existencia que había procurado a sus obreros distaba todavía mucho de ser, a sus ojos, una existencia digna de un ser humano «Aquellos hombres eran mis esclavos» -decía. Las circunstancias relativamente favorables, en que les había colocado, estaban todavía muy lejos de permitirles desarrollar racionalmente y en todos sus aspectos el carácter y la inteligencia, y mucho menos desenvolver libremente sus energías. «Y, sin embargo, la parte productora de aquella población de 2.500 almas daba a la sociedad una suma de riqueza real que apenas medio siglo antes hubiera requerido el trabajo de 600.000 hombres juntos. Yo me preguntaba: ¿a dónde va a parar la diferencia entre la riqueza consumida por estas 2.500 personas y la que hubieran tenido que consumir las 600.000?» La contestación era clara: esa diferencia se invertía en abonar a los propietarios de la empresa el cinco por ciento de interés sobre el capital de instalación, a lo que venían a sumarse más de 300.000 libras esterlinas de ganancia. Y el caso de New Lanark era, sólo que en proporciones mayores, el de todas las fábricas de Inglaterra. «Sin esta nueva fuente de riqueza creada por las máquinas, hubiera sido imposible llevar adelante las guerras libradas para derribar a Napoleón y mantener en pie los principios de la sociedad aristocrática. Y, sin embargo, este nuevo poder era obra de la clase obrera»[‡‡‡‡‡]. A ella debían pertenecer también, por tanto, sus frutos. Las nuevas y gigantescas fuerzas productivas, que hasta allí sólo habían servido para que se enriqueciesen unos cuantos y para la esclavización de las masas, echaban, según Owen, las bases para una reconstrucción social y estaban llamadas a trabajar solamente, como propiedad colectiva de todos, para el bienestar colectivo.
Fue así, por este camino puramente práctico, como fruto, por decirlo así, de los cálculos de un hombre de negocios, como surgió el comunismo oweniano, que conservó en todo momento este carácter práctico. Así, en 1823, Owen propone un sistema de colonias comunistas para combatir la miseria reinante en Irlanda y presenta, en apoyo de su propuesta, un presupuesto completo de gastos de establecimiento, desembolsos anuales e ingresos probables. Y así también en sus planes definitivos de la sociedad del porvenir, los detalles técnicos están calculados con un dominio tal de la materia, incluyendo hasta diseños, dibujos de frente y a vista de pájaro, que, una vez aceptado el método oweniano de reforma de la sociedad, poco sería lo que podría objetar ni aun el técnico experto, contra los pormenores de su organización.

El avance hacia el comunismo constituye el momento crucial en la vida de Owen. Mientras se había limitado a actuar sólo como filántropo, no había cosechado más que riquezas, aplausos, honra y fama. Era el hombre más popular de Europa. No sólo los hombres de su clase y posición social, sino también los gobernantes y los príncipes le escuchaban y lo aprobaban. Pero, en cuanto hizo públicas sus teorías comunistas, se volvió la hoja. Eran principalmente tres grandes obstáculos los que, según él, se alzaban en el camino de la reforma social: la propiedad privada, la religión y la forma vigente del matrimonio. Y no ignoraba a lo que se exponía atacándolos: la proscripción de toda la sociedad oficial y la pérdida de su posición social. Pero esta consideración no le contuvo en sus ataques despiadados contra aquellas instituciones, y ocurrió lo que él preveía. Desterrado de la sociedad oficial, ignorado completamente por la prensa, arruinado por sus fracasados experimentos comunistas en América, a los que sacrificó toda su fortuna, se dirigió a la clase obrera, en el seno de la cual actuó todavía durante treinta años. Todos los movimientos sociales, todos los progresos reales registrados en Inglaterra en interés de la clase trabajadora, van asociados al nombre de Owen. Así, en 1819, después de cinco años de grandes esfuerzos, consiguió que fuese votada la primera ley limitando el trabajo de la mujer y del niño en las fábricas. El fue también quien presidió el primer congreso en que las tradeuniones de toda Inglaterra se fusionaron en una gran organización sindical única[40]. Y fue también él quien creó, como medidas de transición, para que la sociedad pudiera organizarse de manera íntegramente comunista, de una parte las cooperativas de consumo y de producción -que han servido por lo menos para demostrar prácticamente que el comerciante y el fabricante no son indispensables-, y de otra parte, los bazares obreros, establecimientos de intercambio de los productos del trabajo por medio de bonos de trabajo y cuya unidad era la hora de trabajo rendido; estos establecimientos tenían necesariamente que fracasar, pero anticiparon a los Bancos proudhonianos de intercambio[41], diferenciándose de ellos solamente en que no pretendían ser la panacea universal para todos los males sociales, sino pura y simplemente un primer paso dado hacia una transformación mucho más radical de la sociedad.

Los conceptos de los utopistas han dominado durante mucho tiempo las ideas socialistas del siglo XIX, y en parte aún las siguen dominando hoy. Les rendían culto, hasta hace muy poco tiempo, todos los socialistas franceses e ingleses, y a ellos se debe también el incipiente comunismo alemán, incluyendo a Weitling. El socialismo es, para todos ellos, la expresión de la verdad absoluta, de la razón y de la justicia, y basta con descubrirlo para que por su propia virtud conquiste el mundo. Y, como la verdad absoluta no está sujeta a condiciones de espacio ni de tiempo, ni al desarrollo histórico de la humanidad, sólo el azar puede decidir cuándo y dónde este descubrimiento ha de revelarse. Añádase a esto que la verdad absoluta, la razón y la justicia varían con los fundadores de cada escuela: y, como el carácter específico de la verdad absoluta, de la razón y la justicia está condicionado, a su vez, en cada uno de ellos, por la inteligencia subjetiva, las condiciones de vida, el estado de cultura y la disciplina mental, resulta que en este conflicto de verdades absolutas no cabe más solución que éstas se vayan puliendo las unas a las otras. Y, así, era inevitable que surgiese una especie de socialismo ecléctico y mediocre, como el que, en efecto, sigue imperando todavía en las cabezas de la mayor parte de los obreros socialistas de Francia e Inglaterra; una mescolanza extraordinariamente abigarrada y llena de matices, compuesta de los desahogos críticos, las doctrinas económicas y las imágenes sociales del porvenir menos discutibles de los diversos fundadores de sectas, mescolanza tanto más fácil de componer cuanto más los ingredientes individuales habían ido perdiendo, en el torrente de la discusión, sus contornos perfilados y agudos, como los guijarros lamidos por la corriente de un río. Para convertir el socialismo en una ciencia, era indispensable, ante todo, situarlo en el terreno de la realidad.


Notas

[*****] He aquí el pasaje de Hegel referente a la revolución francesa: «La idea, el concepto de Derecho, se hizo valer de golpe, sin que pudiese oponerle ninguna resistencia la vieja armazón de la injusticia. Sobre la idea del Derecho se ha basado ahora, por tanto, una Constitución, y sobre ese fundamento debe basarse en adelante todo. Desde que el Sol alumbra en el firmamento y los planetas giran alrededor de él, nadie había visto que el hombre se alzase sobre la cabeza, es decir, sobre la idea, construyendo con arreglo a ésta la realidad. Anaxágoras fue el primero que dijo que el nus, la razón, gobierna el mundo: pero sólo ahora el hombre ha acabado de comprender que el pensamiento debe gobernar la realidad espiritual. Era, pues, una espléndida auroraTodos los seres pensantes celebraron esta nueva épocaUna sublime emoción reinaba en aquella época, un entusiasmo del espíritu estremecía el mundo, como si por vez primera se lograse la reconciliación del mundo con la divinidad». Hegel, "Philosophie der Geschichte", 184O, S. 535 (Hegel, "Filosofía de la Historia", 1840, pág. 535). ¿No habrá llegado la hora de aplicar la ley contra los socialistas a estas doctrinas subversivas y atentatorias contra la sociedad, del difunto profesor Hegel?
[†††††] El 31 de marzo de 1814. (N. de la Edit.)
[‡‡‡‡‡] De "The Revolution in Mind and Practice" («La revolución en el espíritu y en la práctica»), un memorial dirigido a todos «los republicanos rojos, comunistas y socialistas de Europa» y enviado al Gobierno Provisional francés de 1848, así como «a la reina Victoria y a sus consejeros responsables».

[31] Anabaptistas (rebautizados). Los miembros de esta secta se denominaban así porque reivindicaban un segundo bautismo a la edad consciente.
[32] Engels se refiere a los «verdaderos levellers» («igualadores»), o los «diggers» («cavadores»), representantes de la extrema izquierda en el período de la revolución burguesa inglesa del siglo XVII y portavoces de los intereses de los pobres del campo y de la ciudad. Reivindicaban la supresión de la propiedad privada sobre la tierra, propagaban las ideas del comunismo primitivo igualitario y trataban de llevarlas a la práctica mediante la roturación colectiva de las tierras comunales.
[33] Engels se refiere, ante todo, a las obras de los representantes del comunismo utópico: "Utopía", de Tomás Moro, y "Ciudad del Sol", de Tomás Campanella.
[34] Epoca del terror: período de la dictadura democrático-revolucionaria de los jacobinos de junio de 1793 a julio de 1794.
[35] El Directorio constaba de cinco miembros, uno de los cuales se elegía cada año. Era el órgano dirigente del poder ejecutivo de Francia en el período de 1795 a 1799. Apoyaba el régimen de terror contra las fuerzas democráticas y defendía los intereses de la gran burguesía.
[36] Trátase de la divisa de la revolución burguesa francesa de fines del siglo XVIII: «Libertad. Igualdad. Fraternidad».
[37] New-Lanark: fábrica de hilados de algodón cerca de la ciudad escocesa de Lanark. Fue fundada en 1784, con un pequeño poblado anejo.
[38] Los Cien Días: breve período de la restauración del Imperio de Napoleón I que duró desde el momento de su regreso del destierro en la isla de Elba a París, el 20 de marzo de 1815, hasta su segunda abdicación, el 22 de junio del mismo año.
[39] El 18 de junio de 1815, el ejército de Napoleón I fue derrotado en la batalla de Waterloo (Bélgica) por las tropas anglo-holandesas acaudilladas por Wellington y el ejército prusiano de Blücher.
[40] En octubre de 1833, en Londres, bajo la presidencia de Owen, se celebró el Congreso de las sociedades cooperativas y los sindicatos en el que fue fundada formalmente la "Gran Unión Consolidada Nacional de las producciones de Gran Bretaña e Irlanda". Al tropezar con una gran resistencia por parte de la sociedad burguesa y del Estado, la Unión se desmoronó en agosto de 1834.
[41] Proudhon hizo un intento de organizar un banco de intercambio durante la revolución de 1848-1849. Su "Banque du peuple" (Banco del pueblo) fue fundado en París el 31 de enero de 1849 y existió cerca de dos meses, quebrando antes de comenzar a funcionar. A principios de abril el banco fue clausurado.



Del socialismo utópico al socialismo científico

http://www.filosofia.org/enc/ros/del.htm

Del socialismo utópico al socialismo científico

Título de la obra de Federico Engels, aparecida en edición separada en 1880. Engels compuso esta obra, para editarla en Francia, con tres capítulos de su libro Anti-Dühring (ver) (el primer capítulo “Introducción” y los dos primeros de la sección “Socialismo”). En este trabajo, Engels prueba que el marxismo, continuación ideológica de las mejores conquistas del pensamiento humano, había reelaborado las doctrinas de sus antecesores, creando una concepción científica revolucionaria del mundo. Poniendo al descubierto de manera brillante, las deficiencias de las doctrinas sociales del pasado, y ante todo del socialismo utópico, explica cómo con la creación de la teoría del materialismo histórico y de la teoría de la plusvalía, Marx había convertido el socialismo, de objeto de sueños utópicos, en una ciencia, en socialismo científico. Tal es la idea y el contenido fundamental de este trabajo de Engels. El grupo “Emancipación del Trabajo” lo imprimió en el extranjero traducido al ruso y lo divulgó clandestinamente en Rusia. En la propia Rusia se publicó en 1902 con un prólogo de J. V. Plejanov. Desde entonces fue reiteradamente reeditado, sobre todo después de la revolución.

Del socialismo utópico al socialismo científico

Obra de Engels, aparecida en París en 1880, compuesta de tres capítulos del Anti-Dühring (ver) (el primer capítulo de la introducción y los dos primeros capítulos de la parte “Socialismo”) completada con algunas explicaciones. Engels muestra que gracias al marxismo, las más bellas adquisiciones del pensamiento humano, incluidas las teorías de los socialistas utópicos, se presentan bajo un aspecto nuevo, el de una nueva concepción del mundo, revolucionaria y la única científica. La aparición del materialismo dialéctico señala una revolución en la historia del pensamiento. Engels señala los méritos y descubre los defectos de las teorías socialistas del pasado, ante todo, los del socialismo utópico (ver), y explica que al crear la doctrina del materialismo histórico y la teoría de la plusvalía, Marx hizo que el socialismo, hasta entonces un sueño utópico, se transformara en ciencia, en socialismo científico. Engels agrega que en la sociedad capitalista, las fuerzas productivas han rebasado las relaciones burguesas de producción y se hallan en conflicto con éstas, que el capitalismo engendra su propio sepulturero, el proletariado, fuerza que, so pena de perecer, debe realizar necesariamente la revolución socialista. Tales son las ideas esenciales de la obra de Engels, aparecida en Francia en la época en que el ala izquierda del movimiento socialista sostenía una lucha encarnizada contra los anarquistas-bakuninistas y todos los elementos oportunistas, por la constitución de un partido marxista. Este libro tuvo un éxito inmenso entre los obreros. El primer grupo marxista ruso “Emancipación del Trabajo”, lo tradujo e imprimió en el extranjero y lo repartió clandestinamente en Rusia. Posteriormente, esta obra ha sido reeditada numerosas veces, sobre todo después de la Gran Revolución de Octubre.

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