viernes, 10 de julio de 2020

Revisitando el debate marxista sobre el ‘derrumbe’ del capitalismo. Una crítica metodológica


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DEBATES TEÓRICOS E INTELECTUALES DE LA TEORÍA DE LA HEGEMONÍA DE ERNESTO LACLAU CON/FRENTE A LAS TRADICIONES MARXISTAS Y DE IZQUIERDAS: ¿TEORÍA POST-MARXISTA?

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Resumen

El artículo problematiza el auto-posicionamiento de la teoría de la hegemonía de Laclau en el campo “post-marxista” y en las tradiciones socialistas, a partir del análisis de los posicionamientos y debates del pensador argentino con los referentes intelectuales que lo cuestionaron desde las tradiciones marxistas y de izquierdas. Con base en el análisis de sus convergencias, tensiones y rupturas teóricas y onto- epistemológicas con/frente a las tradiciones marxistas y socialistas, se procura contribuir a evaluar la validez de las críticas recibidas y, al mismo tiempo, promover un mayor dialogismo y debate con estas concepciones teórico-sociales y políticas.

Resumo

O artigo questiona o auto-posicionamento da teoria da hegemonia de Laclau no campo “pós-marxista” e nas tradições socialistas a partir da análise das posições e discussões do pensador argentino com os referentes intelectuais que o questionaram a partir de tradições marxistas e de esquerda. Com base na análise das convergências, tensões e rupturas teóricas e onto-epistemológica com/contra as tradições marxistas e socialistas, procura-se contribuir para avaliar a validade das críticas recebidas e ao mesmo tempo promover uma maior dialogismo e discussão destas concepções teórico-sociais e políticas.

Palabras clave

Ernesto Laclau
teoría de la hegemonía
marxismo
socialismo
postmarxismo
teoría política y social contemporánea.

Keywords

Ernesto Laclau
theory of hegemony
marxism
socialism
post- marxism
political and social contemporary theory.

Palavras-chave

Ernesto Laclau
teoria da hegemonia
marxismo
socialismo
pós-marxismo
política e teoria social contemporânea.

1. Introducción

La teoría de la hegemonía de Ernesto Laclau presenta herramientas fundamentales para el análisis sociopolítico y crítico, desde una perspectiva que, desde los textos de mediados de los años ochenta, ha sido autodefinida como “post-marxista”.1 Este posicionamiento, sin embargo, resulta problemático, o al menos ha sido ampliamente problematizado desde distintas vertientes del campo marxista, quienes han presentado una batería de críticas teóricas, conceptuales, metodológicas, epistemológicos y políticas al proyecto posmarxista de Laclau. En relación con las críticas teóricas y onto-epistemológicas, ejes de análisis del presente trabajo, las vertientes del marxismo coinciden en criticar el presunto “idealismo” (ya sea kantiano o hegeliano) de la teoría de la hegemonía, que niega o abandona la materialidad “objetiva” de la “lucha de clases”, en pos de un mero “discursivismo” mentalista. En ocasiones, la perspectiva de Laclau ha sido vinculada a un “nihilismo posmoderno”, en el que la realidad objetiva y material de la lucha de clases y la explotación capitalista son reducidas a un mero juego del lenguaje, de manera tal que el discurso actúa como un “fetiche” de la realidad social. La teoría posfundacional laclauciana también ha sido criticada por disolver la primacía “objetiva” de la “base material” (economía), en tanto “antagonismo primario” y “fundamental” del capitalismo, en pos de un pluralismo epistemológico de lo social. En ese sentido, Laclau abandonaría uno de los ejes centrales del marxismo, vinculado a la determinación económica de lo social, colocando el centro en los aspectos “secundarios” de lo superestructural y rechazando los intereses “objetivos” y “necesarios” de la clase obrera por el socialismo, que son independientes de la “intervención externa de las esferas de la ideología y la política”.2 Finalmente, algunos autores han indicado que la teoría de la hegemonía del pensador argentino realiza una “subestimación” de la importancia de la “violencia extradiscursiva”3 en las relaciones sociales, vinculado a la dimensión “coercitiva” que actúa como coraza de la construcción de todo orden hegemónico. En el marco de estas críticas, que suelen presentarse de forma combinada, se ha destacado el abandono de los vínculos teóricos y políticos de Laclau con el marxismo, al punto tal que su perspectiva posfundacional ha sido considerada, con frecuencia, como “anti-marxista” o “contrapuesta al marxismo”4 como “pre-marxista”,5 como una teoría “exmarxista” cercana al “anti-marxismo”,6 o que realizó en los años ochenta un “abandono del marxismo y de los principios del materialismo histórico en los que éste se basa”.7
En otros casos, el cuestionamiento se ha extendido al auto- posicionamiento de Laclau dentro del campo del socialismo democrático. Se ha señalado, en ese sentido, que, pese al énfasis en el igualitarismo social, la llamada “teoría de la democracia radical y plural” de Laclau no establece una “ruptura” con el “régimen capitalista” y su forma “burguesa”, ubicándose en una concepción cercana a las ideas “socialdemócratas” y sus tesis “gradualistas”, reducidas a la mera defensa de “mejoras paulatinas” dentro del sistema. Si le sumamos a ello la defensa explícita de la “ideología liberal”, la teoría laclauiana “carece de cualquier punto de contacto con un programa socialista genuino”.8 Otros referentes de izquierda coinciden en que la teoría de la democracia radical realiza una “degradación” que “se despide de todo lo conocido como socialismo”,9 para defender a la “demo- cracia capitalista” y su distinción (clasista) entre lo político y lo económico, de modo tal que Laclau “quiere incoherentemente ser socialista” (cuando en realidad es “liberal”).10
Con la publicación de la más reciente teoría posfundacional del populismo, las críticas desde el campo marxista han reforzado los argumentos que hemos mencionado, agregando el rechazo a la elaboración de un “concepto históricamente vacío”, que lo escinde de su experiencia histórica concreta y lo “evapora” como categoría útil.11 En ese marco, el populismo se desentiende de su origen histórico vinculado a “ciertos momentos del desarrollo capitalista” y de la “lucha de clases”, para convertirse en una categoría con una “extrema vaguedad”,12 y que legitima la formación de “un sujeto popular disociado de las contradicciones de clase”.13
Junto a las críticas provenientes del campo marxista, los vínculos de la teoría de la hegemonía de Laclau con la(s) tradicion(es) marxista(s) ha sido problematizada también desde una perspectiva que podemos definir como de izquierda posfundacional. En ese contexto, se ha criticado el relegamiento del papel de la economía como aspecto privilegiado que condiciona de una manera fundamental la dinámica política, así como el abandono de la cuestión de las clases sociales,14 reclamando su retorno deconstruido.15 La más reciente teoría del populismo ha reforzado las críticas posfundacionales por abandonar el proyecto de democratización socialista16 y la praxis transformadora17 y por subordinar la tradición democrático- pluralista al papel central del líder populista y sus potenciales decisiones personalistas y “autoritarias”.18
En ese marco, Balsa ha sostenido que la teoría de la hegemonía de Laclau, acusada desde el marxismo de “antimarxista”, en realidad debería ser considerada como “no marxista”.19 Palti, en cambio, la sitúa en el campo de los “marxistas post-estructuralistas”, distinguiéndolo de los referentes posmodernos más conservadores, como Lyotard.20 Para Arditi, la teoría de Laclau debería ser posicionada como “posgramsciana”,21 mientras que Borón, desde una tradición marxista, considera que rompe con el “rico y fecundo legado gramsciano”.22 En esas circunstancias, más allá de la existencia de fuertes desacuerdos, no queda claro qué aspectos convertirían a la teoría de la hegemonía de Laclau en “post”, “neo” o “anti”, en relación con el campo marxista y sus múltiples tradiciones sedimentadas.
El presente trabajo se propone problematizar el auto-posicionamiento de la teoría de la hegemonía de Laclau en el campo “post-marxista” y en las tradiciones socialistas, examinando su grado de validez. Existe consenso en ubicar a los trabajos de Laclau de mediados de los años ochenta, sistematizados en el artículo “Tesis acerca de la forma hegemónica de la política” y en el libro Hegemonía y estrategia socialista, ambos de 1985, como una ruptura, al menos parcial, con los presupuestos básicos del marxismo y los inicios de una teoría política posfundacional. En este trabajo proponemos pensar a la teoría de Laclau como una perspectiva de izquierda posfundacional, para distinguirlo de otras corrientes del llamado “pensamiento político posfundacional”23 que no dialogan (o sólo marginalmente) con la tradición marxista, y sí lo hacen centralmente con la filosofía nietzscheana, heideggeriana o pragmática.24 Sin embargo, el nivel de dialogismo con la “herencia” de Marx y sus herederos no ha estado exento de dificultades y limitaciones, e incluso ha ido variando en el transcurso de su obra. A continuación, examinaremos los principales posicionamientos y debates de Laclau con los referentes intelectuales que lo cuestionaron “por izquierda”, de manera tal de contribuir a evaluar la validez de las críticas recibidas y, al mismo tiempo, promover un mayor dialogismo con estas tradiciones emancipadoras.25

2. Breves consideraciones acerca del significante flotante “teoría marxista” desde una perspectiva posfundacional

Antes de iniciar el análisis de la obra de Laclau y sus posicionamientos y debates frente a/con la teoría marxista, resulta importante precisar qué entendemos aquí por teoría social marxista. Lo primero que debemos afirmar es que, desde el campo posfundacional, la teoría marxista es un significante en disputa por su sentido, de modo tal que no existe una esencia, sustancia o fundamento ahistórico, universal y objetivo de lo que es en sí mismo. En los términos de Laclau, el marxismo constituye un significante “flotante”, al ser motivo de una disputa político-cultural para fijar sus significaciones legítimas y válidas. En ese sentido, tal vez sea preferible referirse a teorías marxistas, o mejor aún, a tradiciones marxistas en pugna.
Ahora bien, partimos de la base que, aunque no existen esencias o fundamentos últimos, no todo puede ser considerado rigurosamente como marxista.26 Así, aunque las tradiciones culturales suelen presentar formas mixtas, y hasta contradictorias, contienen determinados núcleos teóricos y ontológicos básicos. Asumimos, entonces, que existen ciertas limitaciones teórico-políticas e intelectuales (parcialmente) sedimentadas para referirse a la(s) tradición(es) marxista(s), aunque con la salvedad que las mismas no pueden ser fijadas de forma apriorista, ni establecidas por decreto o para siempre.
Un segundo problema es que lo que podría definirse como la teoría marxista no es un cuerpo homogéneo y cerrado. Por el contrario, existe una pluralidad casi inabarcable de corrientes y vertientes dentro del campo marxista (estructuralistas, instrumentalistas, derivacionistas, del marxismo abierto, leninistas, maoístas, trotskistas, existencialistas, humanistas, de la Escuela de Frankfurt, dependentistas, autonomistas, eurocomunistas, con las sucesivas escuelas de marxismo inglés, alemán, francés, italiano, etc.). Además, entre estas perspectivas, y desde sus principales referentes intelectuales, existen fuertes desacuerdos, en algunos casos con concepciones antagónicas sobre cuestiones teóricas, metodológicas y políticas.27 Un problema adicional es que la mayor parte de los referentes intelectuales presentan diferentes puntos de vista en el transcurso de sus obras, en ocasiones mixturándose con otras tradiciones dentro del campo marxista.28 Sin embargo, podemos vislumbrar ciertos consensos mínimos, como aquel que ubica a la figura de Karl Marx como fundador y principal exponente del marxismo.29 En cuanto a los teóricos, analistas y estudiosos que se posicionan (o son posicionados habitualmente) en el campo marxista, las divergencias y contradicciones de nueva cuenta son inabarcables.30 Sin embargo, si dejamos a un lado estos desacuerdos, y excluimos el delicado problema de la praxis histórica del socialismo real, podemos reagrupar a las perspectivas teóricas marxistas a partir de dos presupuestos básicos compartidos:
a)
La existencia de dos clases sociales (burguesía y proletariado), con intereses objetivamente contradictorios entre sí, y enfrentados socialmente a partir de la explotación de la fuerza de trabajo, con base en la existencia del sistema de propiedad privada y la apropiación capitalista de la plusvalía del trabajador.
b)
La praxis transformadora que lucha para superar y eliminar las formas de explotación social del orden capitalista, basadas en la existencia de propiedad privada y la apropiación de plusvalía, alcanzando una sociedad libre y emancipada.

2. 1 Aclaraciones teórico-metodológicas acerca del análisis de la obra de E. Laclau

El presente trabajo se propone examinar los principales posicionamientos y debates teóricos e intelectuales de Ernesto Laclau con/frente a las tradiciones marxistas, a partir de su abandono de los reductos esencialistas del estructuralismo neomarxista y su auto-posicionamiento en el campo “post-marxista”.31 El marco teórico y ontológico parte desde una perspectiva posfundacional. El posfundacionalismo rechaza tanto a las posturas antifundacionales del perspectivismo radical (idealismo, nihilismo y sus derivaciones teóricas, filosóficas, sociológicas y políticas), como a las concepciones fundacionales y esencialistas (realismo, positivismo, funcionalismo y sus derivaciones teóricas, filosóficas, sociológicas y políticas). Frente a esta lógica binaria, asume un fundamento “parcial” del orden, que reconoce la existencia de la realidad social, aunque destacando la materialidad del orden significante y el papel central que adquiere la dimensión político-ideológico-discursiva, con sus efectos de contingencia, precariedad, historicidad y relatividad, en la estructuración y percepción social del orden existente. En ese marco, se rechazan las formas esencialistas, economicistas, objetivistas, deterministas y plenamente racionalistas de intelección de la realidad social, priorizando el carácter interpretativo, precario, contingente y parcial de todo análisis sociopolítico.

3. Convergencias y divergencias teóricas y onto-epistemológicas de la perspectiva de Laclau frente a/con las tradiciones marxistas

A partir de sus trabajos de mediados de los años ochenta, sistematizados en el libro Hegemonía y estrategia socialista (publicado en español en 1987), la teoría política de Laclau ha sido situada, con frecuencia, dentro de una concepción post-estructuralista. Al mismo tiempo, el pensador argentino realizó una ruptura teórica y onto-epistemológica con las tradiciones marxistas y con su propia perspectiva neomarxista de los años setenta, auto-definiéndose en el campo del “post-marxismo”.32 Sin embargo, al analizar este texto fundacional, observamos que Laclau privilegia notablemente la crítica teórica y epistemológica a las premisas centrales del marxismo. En ese marco, en los primeros dos capítulos realiza una deconstrucción genealógica que sintetiza los principales problemas de las interpretaciones esencialistas, economicistas, mecanicistas, racionalistas, deterministas, objetivistas y teleológicas del marxismo ortodoxo. En una segunda instancia, incluye en esta crítica a lo que define como los “reductos” esencialistas de las posiciones más “heterodoxas” de Althusser y Gramsci.33 El problema inicial que percibimos radica en que, en su crítica teórica y epistemológica, Laclau sobredesarrolla la dimensión de la “negatividad”.
En ese marco, luego de contrastar las premisas de la teoría con la realidad empírica del capitalismo contemporáneo, rechaza aspectos nucleares de las tradiciones marxistas.
A nivel onto-epistemológico:
1) La existencia de la objetividad científica.
1a) En ese marco, la crítica a la existencia de intereses objetivos y a la posibilidad de realizar un análisis científico de lo social.
1b) En el marco de la crítica general al objetivismo, el cuestionamiento a los textos de Marx (incluyendo a El Capital) como trabajos científicos (en el sentido de objetivos).
2) La crítica al lenguaje como expresión objetiva de la “dominación”, “falsa conciencia”, “fetichismo” o “alienación” social.
2a) En el marco de la crítica al fetichismo del lenguaje, el rechazo a la caracterización de las identidades sociales no clasistas como formas objetivamente “alienadas”, o que “ocultan” la verdadera conciencia de clase (para sí).
2b) La crítica a la concepción representacionalista del lenguaje y de las ideologías, en tanto contrapuestas a la expresión científica-objetiva de la realidad social externa.
3) El determinismo económico-material.
3a) En el marco de la crítica al economicismo, el cuestionamiento al determinismo económico de la “base material”, en cualquiera de sus instancias (determinación “dialéctica”, “en última instancia”, como “autonomía relativa”, etc.).
4) La concepción teleológica de la Historia.
4a) En el marco del punto anterior, la crítica al determinismo histórico y a la existencia de una teleología positiva de lo social, lo que implica el rechazo a la idea de progreso y evolución indefinida (ya sea lineal o dialéctica) de la Historia, la sociedad y/o el hombre.
4b) En el marco del punto anterior, el rechazo a las tesis mecanicistas o derrumbistas, que sostienen que el capitalismo, por sí mismo, encuentra el germen de su propia destrucción.
4c) El cuestionamiento a la concepción optimista sobre el futuro, que cree posible concluir en un orden no capitalista con las formas de explotación y opresión social y las relaciones desiguales de poder, para alcanzar una sociedad transparente y plenamente liberada, basada en la administración social, el libre desenvolvimiento de los hombres y/o la plena emancipación e igualdad de la humanidad.
A nivel teórico, Laclau asume las siguientes tesis críticas de las teorías marxistas:
1) El reduccionismo de clase como supuesto fundamental de la teorización política.
1a) En el marco del punto anterior, la reducción y simplificación de la división social a la contradicción fundamental y unidimensional (ya sea lógica o estructural) clase obrera-clase capitalista.
1b) El cuestionamiento al concepto de clase social y de lucha de clases entre el capital y el trabajo como ejes explicativos a priori del funcionamiento del sistema capitalista.
1c) El rechazo a la tesis de la clase obrera como el agente privilegiado de la historia.
2) La existencia de concepciones empiristas, racionalistas y objetivistas de las clases sociales.
2a) En el marco del punto anterior, la crítica a la oposición rígida base/ superestructura.
2b) La crítica a la identificación primaria de las clases con base enl proceso de producción capitalista, del que se derivan “intereses de clase” que pueden ser claramente definidos.
2c) La tesis de que las formas políticas y de conciencia de los agentes sociales son formas necesarias, derivadas de la “naturaleza” de clase de los mismos.
2d) El rechazo a la premisa que afirma que la toma de conciencia social procede del trabajo.
3) La existencia de fundamentos sociales a priori que permitan explicar la dominación del capitalismo.
3a) En el marco del punto anterior, el cuestionamiento a la existencia de plusvalía como un mecanismo objetivo y esencial de explotación social del capital.
Frente a estas críticas nodales a la obra de Marx y a las teorías marxistas, Laclau asume las siguientes tesis alternativas:
1) La creciente fragmentación, heterogeneización y complejización de la estructura social y de las identidades políticas y culturales del capitalismo actual.
1a) En el marco del declive histórico de la clase obrera y su papel ontológicamente privilegiado, la asunción de una multiplicidad de antagonismos, luchas sociales, identidades políticas y formas de protesta social de los grupos oprimidos y explotados, no reductibles a aspectos económicos y a oposiciones binarias de clase.
2) El reemplazo del objetivismo, el racionalismo y el determinismo social (incluyendo las tesis de la “falsa conciencia”) por una concepción constructivista, signada por una visión contingente, precaria, polisémica y performativa del lenguaje, las identidades y el orden social.
2a) En el marco del punto anterior, la asunción de la tesis que la realidad social y la propia teoría marxista son motivo de debates e interpretaciones diferentes y potencialmente legítimas.
2b) En ausencia de esencialismos y objetivismos sociales, el énfasis en la necesidad de efectuar una repolitización discursiva que construya y permita percibir las relaciones sociales y las identidades de los agentes subordinados como antagónicas y contradictorias con el orden capitalista.
3) En el marco de la crítica a la escatología teleológica, y en ausencia de fundamentos últimos de lo social, la necesidad de enfatizar en la construcción histórico-política de formas emancipadoras, signadas por su carácter parcial, precario y contingente.
4) La imposibilidad constitutiva de eliminar los antagonismos y las relaciones desiguales de poder del seno de la sociedad, con independencia del modo de producción y del sistema de dominación vigente, en el marco de la existencia de un “exterior discursivo” y de una dimensión de “negatividad” estructurales.
El problema del sobre-desarrollo de la dimensión de negatividad de la herencia marxista se potencia cuando nos desplazamos desde las críticas y desacuerdos ontológicos, hacia los puntos en común, que permitirían validar su auto-posicionamiento como “postmarxista”. Aunque Laclau, sintomáticamente, no se preocupa en destacar los ejes centrales que resguarda de las tradiciones marxistas, podemos señalar los siguientes aspectos:
1)
La existencia de conflictos, antagonismos y formas de dominación y opresión social de los grupos dominantes sobre los sectores subalternos, como ejes explicativos del modo de funcionamiento del sistema capitalista.
2)
La tesis de Marx de la filosofía de la praxis (Tesis XI de Feuerbach), que busca trascender las meras formas de pensamiento especulativo, para transformar radicalmente las condiciones sociales (materiales) de existencia de los sectores oprimidos. En ese marco, Laclau comparte con el marxismo:
a)
Las críticas al idealismo y su concepción justificadora del orden vigente, con base en la separación ficticia de la teoría y la praxis social.
b)
La importancia central que adquiere la lucha política contra las formas de explotación y opresión material del capitalismo.
c)
La lucha para superar el capitalismo con el objetivo de alcanzar un orden socialista, basado en la igualdad, la emancipación y la humanización social.

Como se puede apreciar, la deconstrucción genealógica que realiza Laclau (junto a Mouffe) de Marx y las tradiciones marxistas sobre-desarrolla la dimensión de negatividad, expresando fuertes desacuerdos a nivel ontológico y subordinando los elementos de positividad y reconstrucción teórica y política. Laclau, además, guarda un llamativo silencio frente a las tesis nodales de El Capital vinculadas al papel de la “acumulación primitiva” y de la “violencia originaria” para explicar la “concentración” y “centralización” del capital y el rol medular de la propiedad privada y la maximización de ganancias como mecanismos que permiten explicar el modo de funcionamiento y reproducción del sistema de dominación y explotación capitalista. Estas críticas y silencios nos permiten reconocer la validez de las críticas provenientes desde el campo marxista y sostener que la perspectiva de Laclau debería ser considerada al menos como no estrictamente marxista.

4. Laclau y las perspectivas gramscianas y del marxismo heterodoxo

Siguiendo la diferencia de dos niveles de “reduccionismo” que realiza Laclau en su texto fundacional, podemos distinguir, dentro de las tradiciones marxistas, entre las perspectivas “ortodoxas”, signadas por visiones más simplificadoras de la realidad social (mecanicistas, racionalistas, objetivistas, deterministas, teleológicas), y las vertientes más “heterodoxas” (historicistas, subjetivistas, complejas). Esta distinción se vincula a las críticas teóricas y políticas que diversos referentes neo-marxistas han realizado en las últimas décadas (centralmente, desde vertientes estructuralistas, instrumentalistas y derivacionistas), reconociendo los límites de las interpretaciones marxistas “tradicionales” para explicar algunos fenómenos contemporáneos, como el crecimiento de una “nueva clase media”, la importancia de los temas ecológicos y los problemas de la concepción “derrumbista” del capitalismo,34 además de las críticas compartidas a las contradicciones fácticas del “socialismo real” en la Unión Soviética.
A partir de la ruptura teórica y onto-epistemológica de sus trabajos de 1985, Laclau recupera algunos conceptos centrales de las tradiciones más “heterodoxas” (complejas, no deterministas, objetivistas ni mecanicistas) del marxismo, mediante una integración pragmática de categorías del post- estructuralismo francés (en particular, desde Lefort y Lacan) con conceptos clave del historicismo gramsciano y algunos elementos del marxismo humanista de Coletti y Della Volpe y del estructuralismo althusseriano, en clave posfundacional. Tomando como base estas contribuciones, Laclau realiza las siguientes operaciones:
1) Recupera y revaloriza como central el concepto de hegemonía de Gramsci. En ese marco:
1a) Enfatiza en la importancia central del lenguaje y de la disputa político-cultural e ideológica en el seno de la sociedad civil, resaltando el papel clave de la “guerra de posición” para lograr una transformación político-cultural de los sectores subalternos.
1b) Destaca la importancia central de la lucha hegemónica para transformar el “sentido común” prevalente en la sociedad civil, como condición de posibilidad para poder derrotar y superar al capitalismo.
1c) Enfatiza en la dimensión “articulatoria” y “estratégica” de la lucha hegemónica, resaltando la necesidad de articular políticamente una “voluntad colectiva”, que permita la construcción de una hegemonía alternativa al sistema de dominación social.
2) Asume la existencia de relaciones sociales antagónicas y formas de opresión social en el capitalismo, recuperando del marxismo humanista de Coletti y de Della Volpe la distinción conceptual entre relaciones de “subordinación”, de “opresión” y de “dominación”.35
2a) Con base en esta distinción analítica, emplea el concepto althusseriano de “sobredeterminación” para promover una estrategia socialista centrada en la concientización político-cultural de los mecanismos de dominación social sobre los agentes subalternos, como condición de posibilidad para poder oponerse con éxito a las formas de explotación y opresión social del capitalismo y luchar por la superación de los mecanismos históricos de dominación, promoviendo la emancipación social de los sectores subordinados.
A ello podemos agregar un tercer punto, más implícito, que se vincula a la necesidad, destacada por Gramsci con base en el ejemplo italiano, de pensar la disputa hegemónica desde experiencias territoriales nacionales, antes que desde un internacionalismo clasista (al estilo del trotskismo). Tomando en cuenta el papel central que ocupa el concepto de hegemonía en la teoría posfundacional de Laclau, y el simultáneo silencio frente a textos nodales de la obra de Marx, como El Capital, a lo que podemos sumar los aportes de sus trabajos más “políticos” (El 18 BrumarioLa lucha de clases en FranciaEl manifiesto comunista), incluyendo los de su etapa de “juventud” (Manuscritos), el pensador argentino asume una concepción teórica que, antes que post-marxista, podría ser catalogada como post- gramsciana. El propio Laclau señala en Nuevas Reflexividades que “nuestro trabajo puede ser visto como una extensión de la obra de Gramsci”.36 Sin embargo, al mismo tiempo emplea el concepto de hegemonía desde una reformulación teórica, epistémica y política que podría ser catalogada, desde una tradición marxista (incluyendo a las concepciones gramscianas), como “reformista”. Y ello debido a que:
1)
En el marco de la crítica a los reduccionismos de clase, introduce una concepción ampliada de los antagonismos sociales, que integra al esquema post-marxista algunos conceptos de tradición democrático-liberal, ajenos a las tradiciones marxistas.
2)
En el marco del énfasis en el aspecto político-cultural e ideológico, abandona la dimensión de organización político-militar y la lucha social anticapitalista de las concepciones marxistas, priorizando la defensa de los procesos de democratización radicalizada de los nuevos movimientos sociales y el respeto a los derechos “burgueses” de las minorías culturales.
3)
En el marco de los puntos anteriores, no teoriza sobre las formas de socialización de los medios de producción.
4)
Tampoco teoriza sobre las estrategias políticas, organizativas y militares para destruir fácticamente al sistema capitalista de dominación.
5)
Anivel epistemológico, incorpora una perspectiva anti-esencialista de lo social, que enfatiza el papel constructivo, performativo y polisémico del lenguaje y sus aspectos contingentes, precarios y parciales, elementos reñidos con la concepción representacionalista de las tradiciones marxistas (entre ellas, la gramsciana).
6)
Aunque reconoce la existencia de formas de explotación y opresión social sobre los sectores subalternos, rechaza la existencia de intereses y contradicciones objetivas entre el capital y el trabajo, independientes de su construcción política mediante el orden significante.37

En ese marco, se presentan algunos contrastes notables entre la teoría de la hegemonía de Laclau y la concepción gramsciana:
a)
Mientras que Gramsci construyó una “filosofía de la praxis” que tenía por objeto central la destrucción revolucionaria del sistema capitalista de dominación (burguesa), Laclau no sólo no retomó esta categoría nodal, sino que subordinó la teorización de las formas de organización y lucha anti-capitalistas, priorizando en la dimensión democrático-liberal (“burguesa”).
b)
Mientras que el concepto de hegemonía de Gramsci mantenía una dimensión coercitiva, que actúa como “coraza” y “revestimiento” de la dominación capitalista, la teoría de la hegemonía de Laclau redujo la hegemonía a la dimensión ideológico-consensual, dejando de lado esta base esencialmente coercitiva de la dominación capitalista.38
c)
Mientras que para Gramsci el papel político-ideológico de los “intelectuales orgánicos” asumía una posición central en su concepción teórica, Laclau realizó una sintomática sub-teorización de estos agentes organizadores de la hegemonía.39
d)
Mientras que en la obra de Gramsci la construcción de núcleos de “buen sentido” desde las prácticas sociales asumía una relevancia clave, Laclau teorizó escasamente sobre las prácticas sociales de los sectores subalternos y no profundizó en el papel del sentido común como aspecto central de las formas de dominación hegemónicas.40
e)
Aunque Gramsci revalorizó el papel central del lenguaje y la disputa político-cultural, Laclau construyó una teoría posfundacional que enfatizó en los aspectos más constructivistas y performativos del discurso (en un sentido ampliado), rechazando la clásica concepción representacionalista que caracteriza a todas las vertientes del materialismo histórico (incluyendo a la filosofía de la praxis gramsciana).

Estas divergencias teóricas, metodológicas, epistemológicas y políticas, ponen en evidencia los límites de la integración de la perspectiva de Laclau y la concepción gramsciana de la hegemonía. Sin embargo, a partir de los aspectos en común que hemos mencionado, y la escasa influencia de Marx en la teoría laclauiana, creemos que su perspectiva puede ser considerada como una concepción posgramsciana de la hegemonía, situada dentro de las lecturas no marxistas de la obra de Gramsci.41

4.1 Laclau y las teorías socialistas y socialdemócratas

Teniendo en cuenta la “estrategia socialista” que se encuentra presente ya desde el mismo título del libro fundacional de Laclau, un debate adicional se vincula a las convergencias y divergencias de la teoría de la hegemonía de Laclau con las tradiciones socialistas. Coincidimos con Arditi cuando afirma que en esta etapa Laclau (y Mouffe) “quieren contrarrestar el declive de la política socialista, antes que del marxismo, mediante una caracterización de la hegemonía”.42 En ese marco, cabe destacar que Laclau tempranamente procura alejarse de las perspectivas “socialdemócratas”, al enfatizar en las formas no institucionales de movilización social y lucha política, en desmedro de las concepciones estatalistas, representativo-parlamentaristas e institucionalistas y las derivaciones formalistas y tecnocráticas que ha asumido en los países europeos durante la segunda mitad del siglo XX. En ese sentido, Laclau cuestiona tanto a las concepciones “ultraizquierdistas”, que parten desde un “sujeto preconstituido” y entienden al “sistema de dominación” como un “todo coherente” que se debe “destruir como un todo”, como el “reformismo” de la socialdemocracia, que termina en una “aceptación” general del sistema y el énfasis en las reformas “internas” para “favorecer a ciertos sectores”. En ambos casos, la crítica se concentra en la forma de construir la clásica alternativa “reforma/ revolución”, en el momento en que deja de lado la concepción de la política como una “práctica articulatoria” que excede ampliamente a esta dicotomía.43 Como una alternativa a las desviaciones dictatoriales del “socialismo real” y frente a los límites del liberalismo procedimental (“parlamentarización superficial”), en Hegemonía y estrategia socialista propone (re)construir un “socialismo democrático”, que debe integrar los valores emancipadores del socialismo con la visión democrático-igualitarista y horizontal que se inició con la Revolución Francesa, aunque sin dejar de lado la dimensión “plural”.44 Con base en esta integración de tradiciones culturales, definida como una “revolución democrática”, la concepción teórico-política de Laclau parece posicionarse desde una vertiente post-gramsciana de socialismo democrático (liberal) o, en su defecto, como una perspectiva posfundacional de izquierda democrático-liberal.
Sin embargo, un último problema radica en el énfasis de la llamada teoría de la “democracia radical y plural” en la dimensión democrático-social (con su aspecto plural), que subordina la conceptualización y el desarrollo de la dimensión socialista. Debemos recordar, que, como señala Bobbio, si bien existen fuertes vínculos entre el socialismo y la teoría clásica de la democracia, con base en los ideales igualitarios y participativo-populares, lo que distingue al socialismo, en todas sus variantes, es la “crítica a la propiedad privada como fuente principal de desigualdad” y la lucha por su “eliminación total o parcial como proyecto de la sociedad futura”.45 En ese marco, la defensa de Laclau de los nuevos movimientos sociales y su lógica horizontal y no estatalista y su propuesta de democratización igualitaria de las relaciones sociales, no se ve acompañada de un cuestionamiento simultáneo de la propiedad privada capitalista y sus mecanismos de explotación social, ni del abordaje de las formas de socialización o colectivización de los medios de producción. En ese sentido, no aparece en su texto fundacional una defensa de formas “poscapitalistas” con una orientación “desde abajo”,46 entre las que podemos mencionar las cooperativas, las fábricas y otras empresas auto-gestionadas por los trabajadores, con amplios antecedentes históricos en los países europeos. Desde el plano político-cultural, se produce un déficit similar. Así, a diferencia del socialismo humanista italiano, que retoma al “joven” Marx para criticar las formas de “alienación” del capitalismo,47 Laclau promueve una concepción “humanista”, pero sin cuestionar las formas de “enajenación”, “alienación” y “deshumanización” que impone el sistema capitalista y su lógica de híper-mercantilización y sin proponer prácticas desmercantilizadoras, como acontece en las experiencias más radicales de los países nórdicos europeos. Teniendo en cuenta este doble déficit normativo, que termina reduciendo al socialismo a una mera “estrategia” instrumental vaciada, tal vez debiéramos situar a la perspectiva lacloniana como una teoría democrático-popular radicalizada, o bien como una teoría de la democracia socialista (y liberal), antes que una concepción de socialismo democrático.

5. Las innovaciones conceptuales de Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo (NR) y sus implicancias teórico-políticas

A partir de la publicación de NR, Laclau mantiene el planteo normativo y las bases ontológicas de sus textos de 1985. En ese marco, conserva el apoyo al socialismo democrático-liberal, el proyecto de reconstrucción política del humanismo, el auto-posicionamiento en el campo post-marxista y los ejes teóricos y epistémicos de su proyecto posfundacional. Sin embargo, a partir de los debates con Geras y Norval, el pensador argentino refuerza el aspecto historicista de su teoría de la hegemonía, incorporando dos variantes conceptuales centrales para la discusión con las tradiciones de izquierdas:
1)
En primer lugar, frente al pluralismo de las esferas que se desprende de Hegemonía y estrategia socialista, Laclau reconoce la centralidad histórica que adquiere contextualmente el espacio económico como condicionante estructural de la dinámica de funcionamiento actual del capitalismo.
2)
En segundo término, frente al anterior abandono del concepto de clase social, reconoce la validez de esta categoría marxista para el análisis contextual de determinadas posiciones de sujeto del capitalismo actual (por ejemplo, para el análisis de los enclaves mineros).

La primera innovación teórica, que mantiene la crítica ontológica a las formas de determinismo, objetivismo y racionalismo de lo social, significa un aporte central para el debate en el campo de las izquierdas, ya que habilita a repensar, desde la experiencia óntica, el papel privilegiado que asumen en la actualidad las formas de mercantilización y explotación capitalistas. De este modo, sin abandonar los presupuestos posfundacionales, Laclau abre la posibilidad de desplegar un análisis histórico-político y contextualizado, que evite una determinación a priori de lo social. En ese sentido, nada impide afirmar de forma legítima que la hegemo-nía neoliberal de las últimas décadas condujo a que la economía y su lógica hípermercantilizadora asumieran un papel central en la estruc-turación de las identidades políticas y en el funcionamiento del capitalismo. De esta forma, mediante un análisis historizado y contextualizado se puede sostener que, si bien no existe un determinismo a priori de lo social, en el capitalismo contemporáneo, sobre todo en las últimas décadas, se asiste una hípermercantilización, instrumentalización y economificación de todos los campos. Ello conduce a que la economía adquiera un papel privilegiado, desde la dinámica política, para comprender la construcción de las identidades de los sujetos y la estructuración del orden social.48
La segunda innovación también tiene implicancias centrales para el de- bate teórico y político, en el momento en que permite recuperar la validez del concepto de clase social, con base en el análisis contextualizado e histórico-político de determinadas condiciones sociales del capitalismo actual, caracterizadas por cierta homogeneidad ideológica y estructural entre las posiciones de los actores. De allí que Laclau refiera al ejemplo del enclave minero, que tiene la particularidad, junto a determinados posicionamientos campesinos que menciona en un texto posterior,49 de mantener cierta homogeneidad económica, ideológica y política en las posiciones de los sectores explotados por el capital. Esta contribución teórica, que no rechaza la tesis de la creciente complejización de la estructura social y de las identidades políticas y culturales del capitalismo actual, nos permite contextualizar y aplicar las categorías, teniendo en cuenta sus condiciones particulares. De este modo, desde un análisis historizado, estas experiencias concretas pueden ser conceptualizadas (sin necesariedades ni determinismos) como una especie de conciencia política tendencialmente compartida, esto es, como una especie de ethos de “clase” de los grupos subordinados, que tiende a generar, en la dinámica política, una estructuración discursiva similar de sus posiciones subordinadas.50
Mediante estas contribuciones, a las que se suman algunos fragmentos vinculados a la posibilidad de llevar a cabo una socialización parcial de los medios de producción,51 Laclau aporta herramientas clave para historizar y contextualizar las categorías centrales de su obra en experiencias políticas concretas, sin abandonar las premisas posfundacionales. En ese marco, asume una concepción constructivista, que definimos como de materialismo discursivo, que le permite trascender, desde un pensamiento político complejo, los límites del objetivismo epistemológico de las perspectivas realistas (incluyendo al materialismo histórico), sin caer en un hiper-subjetivismo (ya sea idealista o posmoderno radical).52 Pero lo más relevante es que incorpora valiosas herramientas para profundizar en la conceptualización, el análisis y la crítica política radicalizada de las experiencias históricas del capitalismo contemporáneo, profundizando los dialogismos potenciales con las tradiciones socialistas y de izquierdas.53

6. Las reformulaciones teóricas y epistemológicas de La razón populista

En el año 2005 hizo su aparición pública un controvertido e influyente libro de Laclau, que llevaría el nombre de La razón populista. En este texto, Laclau plantea algunas reformulaciones centrales en su perspectiva, acentuando el desarrollo de una ontología político-discursiva de lo social. De manera sintética, propone pensar al populismo como una forma de construir discursivamente las identidades políticas, que se caracteriza por la existencia de un liderazgo político que re-articula de un modo “equivalencial” las “demandas sociales insatisfechas” del “pueblo”, partiendo en dos partes el espacio social, sobre la base de la marcación de un antagonismo frente al “poder” y las formas “institucionales”.54
Junto al desarrollo de una concepción posfundacional del populismo,55 la primera novedad relevante de este texto proviene de la revalorización herética del papel potencialmente representativo, performativo y democratizador (en el sentido clásico y no liberal del término) de los liderazgos políticos y, en particular, de los liderazgos “populistas”, habitualmente denigrados desde la Ciencia Política institucionalista y liberal. En segundo término, Laclau subraya el papel central que asume el sujeto político “pueblo”, entendido como “los de abajo”, en la construcción discursiva de los populismos. En ese marco, cuestiona en forma implícita a las concepciones elitistas y neoconservadoras de la democracia, colocando el eje de todo análisis político en las “demandas sociales” de los representados. Por último, profundiza en la importancia central de la ligazón afectiva (“catexial”) en torno a la figura del líder populista, lo que le permite trascender los límites de las perspectivas racionalistas de la Ciencia Política para analizar la dimensión afectiva e identificatoria.
Estas innovaciones teóricas y ontológicas, al tiempo que le permiten a Laclau criticar a las perspectivas predominantes de la Ciencia Política, lo alejan de los dialogismos que había entablado previamente con las tradiciones marxistas y socialistas. En ese marco, Laclau no sólo abandona, sintomáticamente, el concepto de “postmarxismo”, sino también la propia conceptualización de su lógica igualitaria-horizontal, vinculada a la historización del concepto de clase y a la repolitización de los agentes sociales para promover la lucha contra las formas de “explotación” y “opresión” social del capitalismo y la construcción colectiva de un “socialismo democrático”. Estas transformaciones teóricas se traducen en un desplazamiento normativo desde el énfasis en la igualdad social y la participación democrático-popular y horizontal de los nuevos movimientos sociales y las masas populares, hacia una visión estatalista, donde, pese a la relativa autonomía que conservan “los de abajo”, la primacía política la adquiere el papel verticalista y decisorio del liderazgo populista. Laclau acentúa, así, su distanciamiento teórico y político con la concepción antiestatista y anti-capitalista del marxismo y con la primacía de las relaciones horizontales de las vertientes socialistas.

7. Conclusiones

Analizamos en este trabajo las convergencias, tensiones y rupturas teóricas y onto-epistemológicas de la perspectiva posfundacional de Laclau con/ frente a las tradiciones marxistas y de izquierdas. A partir de la ruptura que se inicia en sus textos de 1985, Laclau asumió un auto-posicionamiento en el posmarxismo, pero sobredesarrollando la dimensión de la crítica y la negatividad frente a los núcleos medulares del marxismo. En segundo término, rechazó aspectos teóricos y ontológicos centrales que caracterizan a las tradiciones marxistas. Finalmente, subordinó los aspectos de positividad y de reconstrucción teórica y política. Pero lo más relevante era que asumió nuevas tesis que no eran fácilmente digeribles desde los aportes de Marx y de los consensos (de manera parcial) sedimentados en las concepciones marxistas. Estas particularidades nos condujeron a reconocer cierta validez de las críticas provenientes desde el campo marxista y a definir a su perspectiva como no estrictamente marxista.
A continuación, recordamos que Laclau distingue en sus trabajos de 1985 entre las posiciones más ortodoxas y las contribuciones más heterodoxas de Althusser y en particular de Gramsci, revalorizando la centralidad de los aspectos político-ideológicos, frente a los reduccionismos esencialistas, racionalistas, economicistas y deterministas. En ese marco, nos preguntamos en qué medida se podía pensar en una herencia post- gramsciana en la obra laclauiana. Destacamos que el pensador argentino menciona como eje de su teoría política al concepto de hegemonía de Gramsci y que enfatiza en la importancia central del lenguaje, la disputa político-cultural en el seno de la sociedad civil, la construcción de una estrategia articulatoria desde una guerra de posición que permita tomar conciencia de las formas de explotación del sistema y la necesidad de transformar el sentido común dominante. Sin embargo, a diferencia del fundador del Partido Comunista Italiano, Laclau relegó el análisis del papel central de los intelectuales orgánicos y, desde la dimensión ontológica, acentuó el aspecto performativo y construccionista de la realidad social, dejando de lado la base económico-material de toda hegemonía. En el plano normativo, las divergencias son aún más notables, en el momento en que Laclau incorpora conceptos de tradición democrático-liberal y abandona las formas de organización y acción social anti-capitalistas, así como la dimensión coercitiva de la hegemonía. En ese marco, no sólo no cuestiona el aspecto de dominación burguesa que caracteriza a todas las formas de democracia capitalista, sino que tampoco se refiere a la socialización de los medios de producción y al núcleo de la filosofía de la praxis, que tiene por objeto la construcción de una estrategia política, organizativa y militar para destruir fácticamente al sistema capitalista.
Teniendo en cuenta estos aspectos problemáticos, colocamos el eje en los vínculos de la teoría de la democracia radical y plural con las perspectivas del socialismo democrático. En ese marco, observamos sus divergencias teóricas con las perspectivas socialdemócratas europeas, a partir del énfasis en las formas horizontales, participativas e igualitarias desde mecanismos no institucionales, en desmedro de la concepción estatalista, representativo-parlamentarista e institucionalista y sus derivaciones formalistas y tecnocráticas. Además, más allá de compartir la defensa de la pluralidad, la perspectiva lacluiana enfatizaba en la dimensión constructiva y articulatoria de lo social y conservaba el ideal revolucionario, frente a las tesis gradualistas o etapistas de la socialdemocracia. En ese sentido, señalamos que su concepción teórico-política podía ser considerada como una vertiente post-gramsciana de socialismo democrático radical o, en su defecto, como una perspectiva posfundacional de izquierda democrática (y liberal). Sin embargo, a diferencia de otras perspectivas de socialismo democrático, como el humanismo italiano, la propuesta de democratización horizontal e igualitaria de las relaciones sociales, no era acompañada de un cuestionamiento radical de la propiedad privada capitalista, ni planteaba formas de colectivización o socialización de los medios de producción. Desde el plano político-cultural, aunque Laclau retoma el objetivo humanista, deja sin cuestionar las formas de enajenación, alienación y deshumanización que impone el sistema capitalista y su lógica de híper-mercantilización de todos los campos y no propone prácticas desmercantilizadoras y poscapitalistas. Teniendo en cuenta este doble déficit normativo, y el énfasis de la teoría de la democracia radical y plural en la dimensión democrática, en desmedro de la dimensión socialista, señalamos que la perspectiva de Laclau debía ser considerada como una teoría democrático-popular radicalizada, o bien como una teoría de la democracia socialista, antes que una concepción de socialismo democrático.
No obstante, al examinar las contribuciones de “Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo”, destacamos dos aportes teóricos centrales que permiten matizar estos déficits, en el momento en que Laclau se desplaza al análisis de las experiencias histórico-políticas concretas. A partir de su debate con Norval, el pensador argentino enfatiza en la necesidad de deconstruir e historizar las categorías de su obra, examinando sus condiciones de posibilidad y acentuando su contextualización. Esta radicalización de la dimensión historicista le permite incorporar dos innovaciones teórico-políticas centrales. Por un lado, Laclau reconoce la centralidad que adquiere contextualmente la economía y los intereses económicos como condicionantes fundamentales de la dinámica de funcionamiento actual del capitalismo. Por el otro, reconoce la validez del concepto de clase social para el análisis contextual de determinadas posiciones de sujeto (entre ellas, los enclaves mineros y algunas áreas campesinas) que comparten ciertas posiciones identitarias y estructurales. Además, incorpora algunos fragmentos que permiten pensar en la socialización parcial de los medios de producción, promoviendo formas de economía mixta.
Aunque Laclau no se extiende en el desarrollo de estos ejes, entendemos que estas contribuciones teóricas resultan claves para revalorizar el papel central que asumen actualmente las formas de racionalidad capitalista basadas en la maximización del lucro privado, como un condicionamiento privilegiado que permite explicar las identidades políticas que caracterizan al capitalismo contemporáneo. La historización contextualizada del concepto de clase desde las experiencias políticas particulares, por su parte, aporta herramientas clave para pensar en una reconstrucción del concepto de clase social, partiendo de la base del agrupamiento tendencial de posiciones estructurales de los agentes, aunque desde una perspectiva constructivista social. En ese marco, Laclau deja abierta la posibilidad para historizar las categorías marxistas y desarrollar una especie de análisis constructivo-materialista y contextualizado de los modos de estructuración de las identidades políticas y del orden social en el capitalismo actual, sin abandonar las premisas posfundacionales. Se puede pensar, así, con base en determinadas circunstancias particulares (enclaves mineros, ciertas áreas campesinas) en una especie de conciencia política tendencialmente compartida, esto es, como una especie de ethos de “clase” de los grupos subordinados, que tiende a generar, en la dinámica política, una estructuración discursiva similar de sus posiciones subordinadas. Por último, esta historización de/reconstructiva aporta herramientas centrales para sortear el déficit normativo de la teoría de la hegemonía de Laclau, criticando radicalmente las formas de dominación y explotación social que caracterizan al capitalismo neoliberal globalizado y su modo de funcionamiento instrumentalista e híper-mercantilizado.
Ahora bien, a partir de la publicación de La razón populista, Laclau incorpora nuevas reformulaciones teóricas y epistemológicas, priorizando la construcción de una ontología política-discursiva de lo social. En ese marco, el énfasis en el papel central de los liderazgos populistas como ejes re-articuladores de las demandas sociales de los de abajo, junto a la delimitación de una frontera antagónica con la lógica institucional, lo condujo a sub-teorizar las experiencias participativas, horizontales y plurales de los nuevos movimientos sociales y las minorías culturales, al tiempo que hacía un sintomático silencio sobre las experiencias socialistas y poscapitalistas y sus formas no estatalistas y anti-neoliberales. Estas transformaciones teóricas y políticas se tradujeron en un doble desplazamiento normativo a nivel temporal. Por un lado, se produjo un desplazamiento desde la construcción de una democracia radical y plural basada en la defensa de las formas participativas, horizontales, igualitarias y pluralistas de los nuevos movimientos sociales, hacia una teoría del populismo que prioriza las formas representativas, estatalistas y verticalistas y la subordinación a los liderazgos populistas. Por el otro, se llevó a cabo un desplazamiento desde la inicial estrategia socialista basada en la defensa de la igualdad sustantiva y la (re)humanización social de los sectores subalternos y subordinados frente a los mecanismos de opresión y dominación jerárquicos e injustos del capitalismo, hacia una ontología general posheideggeriana. Estas transformaciones teóricas e intelectuales se tradujeron, en su última etapa, en una concepción normativamente débil, centrada en la aceptación de la universalidad parcial y precaria de toda hegemonía, junto al comodín del horizonte emancipador y la ética militante, pero carente del contenido sustantivo de sus trabajos de mediados de los años ochenta y comienzos de los noventa. En ese contexto, al compás del abandono sintomático del propio concepto de posmarxismo y de su dimensión socialista, la teoría de Laclau prácticamente abandona en su totalidad los elementos residuales que conservaba del marxismo y de las tradiciones socialistas. En ese sentido, aunque ya tenía presente la experiencia chavista desde 1999, en sus últimos textos Laclau no incorpora referencias teóricas y normativas concretas para conceptualizar y procurar radicalizar las reformas socialistas y democrático-participativas-horizontales, promoviendo los mecanismos de lucha anti-neoliberal y pos-capitalista de los sectores subordinados y oprimidos y las formas de participación directa y semi-directa del demos por afuera de los vínculos políticos con el poder estatal. Tampoco se extiende, sintomáticamente, sobre las estrategias políticas para promover la lógica igualitaria, horizontal, participativa y plural de los sectores subordinados, evitando el peligro de la burocratización, el clientelismo y la cooptación transformista de las masas populares y de los nuevos movimientos sociales por parte de los liderazgos populistas y sus directrices políticas.
A pesar de estos evidentes problemas y limitaciones, la teoría de la hegemonía de Laclau conserva una enorme potencialidad para pensar, construir y organizar un proyecto político crítico y una praxis social crítica y alternativa a las injusticias y opresiones del sistema capitalista de dominación. Pero entendemos que la reflexión en torno a toda teoría con pretensiones emancipadoras debe procurar resguardar una dimensión de (auto)crítica, capaz de revisar y modificar sus presupuestos, premisas y estrategias, a la luz de su testeo con las transformaciones socio-históricas y materiales, la praxis concreta y la emergencia de nuevas circunstancias histórico-políticas que vuelven anacrónicas, insuficientes y/o inadecuadas sus conceptualizaciones y estrategias originales. En ese sentido, aún está pendiente la elaboración de una teoría y una sociología política post- gramsciana de la praxis que nos permita (re)pensar y conceptualizar las experiencias políticas latinoamericanas del siglo XXI y criticar radicalmente las características del capitalismo actual, desde un pensamiento de izquierda posfundacional y post-marxista. Sin embargo, para poder construir un proyecto viable de socialismo democrático y popular para nuestra América se requiere, como condición necesaria, estar abierto a la reflexión crítica y plural, de manera tal de poder debatir de forma colectiva los límites y potencialidades fácticas que han tenido y actualmente tienen las experiencias posneoliberales, socialistas, poscapitalistas y de demo- cratización radicalizada en nuestra región, y repensar las estrategias políticas para construir un socialismo democrático desde las experiencias latinoamericanas, sin descuidar las propias particularidades y complejidades nacionales. Sólo mediante esta actitud de apertura mental al debate plural y a la (auto)crítica colectiva, será posible reflexionar sobre los avances realizados, las limitaciones, insuficiencias y retrocesos históricos y las condiciones fácticas de posibilidad para construir un orden político y social alternativo.

Bibliografía







Izquierdas. versión On-line ISSN 0718-5049. 

Izquierdas (Santiago)  no.39 Santiago feb. 2018. http://dx.doi.org/10.4067/S0718-50492018000200182 . ARTÍCULOS 

Revisitando el debate marxista sobre el ‘derrumbe’ del capitalismo. Una crítica metodológica.  

Revisiting the Marxist debate over the ‘breakdown’ of capitalism. A methodological criticism. Gastón Caligaris* .  

Argentino. Doctor en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Investigador Becario posdoctoral de CONICET en la Universidad Nacional de Quilmes. Argentina Contacto: gcaligaris@gmail.com. 

RESUMEN:.  

En este artículo se realiza una reconstrucción crítica de la controversia marxista sobre el ‘derrumbe del capitalismo’ desarrollada entre las últimas décadas del siglo XIX y la década de 1930. En particular se focaliza en cómo concibieron cada una de las posiciones el vínculo entre el desarrollo económico capitalista y la acción revolucionaria de la clase obrera. Luego, se sostiene que la recuperación de las investigaciones modernas sobre el método dialéctico permite ofrecer una alternativa novedosa a las posiciones en debate.. 

Palabras clave: Derrumbe del capitalismo; Controversias Marxistas; Desarrollo económico; Acción política; Método dialéctico. 

INTRODUCCIÓN. 

El llamado debate sobre el ‘derrumbe’ del capitalismo ha sido una de las controversias más importantes en la historia de la teoría marxista. Por supuesto, el caso no debería resultar llamativo. En este debate se puso en discusión nada menos que los límites del capitalismo como modo de producción y las potencialidades de la acción política de la clase obrera llevar adelante su superación. Lo que sí resulta sorprendente, en cambio, es que este debate se haya simplemente diluido sin que se haya llegado a resultados concluyentes. En este trabajo me propongo realizar una reconstrucción crítica de esta controversia poniendo el foco de atención en cómo concibieron cada una de las posiciones el vínculo entre el desarrollo económico capitalista y la acción revolucionaria de la clase obrera. Según buscaré poner en evidencia a lo largo de esta reconstrucción, fue precisamente la incapacidad para precisar este vínculo lo que condujo al fracaso de esta controversia y finalmente a su desaparición en las discusiones marxistas ulteriores. En pocas palabras, mi argumento es que tanto las posiciones llamadas ‘economicistas’ como las ‘voluntaristas’ recayeron en la misma concepción respecto del vínculo entre las relaciones económicas y políticas: no alcanzaron a reconocer a este vínculo como inmanente a la reproducción de ambas relaciones sino como uno de naturaleza esencialmente exterior a las mismas. En contraposición, sugiero que la clave para superar esta limitación pasa por realizar una lectura metodológicamente fundada de la crítica marxiana de la economía política.  

Este enfoque metodológico se inspira en el programa de investigación abierto por la llamada ‘Nueva lectura de Marx’ originada en Alemania en la década de 1970 y continuada luego en el mundo anglosajón por la llamada ‘Nueva Dialéctica’ a partir de la década de 1990. Estas corrientes avanzaron notablemente en la identificación del método que subyace a la crítica marxiana de la economía política llamando de este modo la atención sobre la relevancia del mismo para comprender los fundamentos de esta crítica. Sin embargo, se puede decir que nunca lograron avanzar en este programa de investigación hasta el punto de someter a examen el vínculo entre acción política y determinación económica en el momento de la superación del capitalismo. Por este motivo, en este punto recupero para mi crítica una línea de investigación reciente en la literatura especializada que, bajo una perspectiva que también se fundamenta en el método que subyace a la crítica marxiana, se ha preocupado especialmente por precisar el vínculo entre las relaciones económicas y política en la sociedad capitalista. Según procuraré demostrar en este trabajo, esta línea de investigación permite ofrecer una alternativa superadora al aparente callejón sin salida en que acabó el debate sobre el ‘derrumbe’ del capitalismo.  

El trabajo se estructura del siguiente modo. En la primera parte se realiza una reconstrucción crítica del debate en cuestión distinguiendo cuatro etapas por la que pasó la controversia. En la segunda parte se realiza un balance del debate a la luz del método que fundamenta la crítica marxiana de la economía política y se ofrece una solución alternativa. Finalmente, en una última sección se presentan las conclusiones del trabajo.  

El debate marxista sobre el derrumbe del capitalismo  

El debate sobre el destino del capitalismo en Rusia (1882-1899).  

La llamada controversia sobre el “derrumbe” del capitalismo recibe su nombre de la ronda de debates que tiene lugar al interior de la socialdemocracia alemana en los años 1898-1899.1 Sin embargo, contra lo que comúnmente suele creerse,2 no es éste su origen ni su fuente más determinante y fructífera. En realidad, como lo advirtió Jacoby,3 el verdadero punto de partida de esta controversia se encuentra unos años antes en el contexto del debate ruso sobre el desarrollo del capitalismo en la Rusia zarista. En efecto, como veremos de inmediato, allí no sólo surgió la primera teoría del derrumbe del capitalismo fundada en la crítica marxiana de la economía política sino también los términos mismos que estructuraron las controversias posteriores y más conocidas.  

El debate sobre el desarrollo del capitalismo en Rusia se remonta, cuando menos, al origen del populismo ruso a mediados del siglo XIX.4 No obstante, no es sino hasta que esta tradición intelectual se cruza con el naciente marxismo ruso que este debate toma cuerpo y una verdadera difusión.5 En esencia, lo que debatían los populistas rusos era si el capitalismo podía desarrollarse en Rusia de la misma manera en que lo había hecho en occidente y, más provocativamente aún, si debido a la existencia de una “comuna rural” peculiar era posible evitar el paso por el capitalismo para alcanzar una sociedad socialista. Tal como se lo presentaba Zasúlich al propio Marx, la cuestión que se les presentaba a los populistas era la siguiente, o “bien esta comuna rural” era “capaz de desarrollarse por la vía socialista” o “por el contrario, la comuna está destinada a perecer” y no queda más que “averiguar dentro de cuántos decenios tendrá el capitalismo en Rusia un desarrollo semejante al de Europa”.6  

El primer intento populista dedicado a dilucidar esta cuestión sobre una base científica de inspiración marxista lo realizó Vorontsov en una serie de artículos editados finalmente en su libro “El destino del capitalismo en Rusia”.7 Este autor partía de una lectura de la crítica marxiana de la economía política según la cual el desarrollo del capitalismo en un país estaba sujeto a la existencia de un mercado cada vez más amplio que, por entonces, sólo podía estar garantizado por el acceso al mercado externo. Luego, al haber “entrado en el camino del progreso más tarde que otros” Rusia carecía de este acceso y, en consecuencia, de la posibilidad de desarrollar internamente el capitalismo.8 En suma, aunque el argumento de Vorontsov buscaba probar la imposibilidad del desarrollo de capitalismo en Rusia, lo que en ante todo probaba era la inviabilidad del capitalismo mismo como modo de producción. Aunque con ligeras variantes, esta misma explicación del destino histórico del capitalismo fue adoptada rápidamente por la mayoría de los populistas. Entre ellos, su figura más destacada fue Danielson, a la sazón asiduo corresponsal de Engels y traductor de los primeros dos tomos de El Capital al ruso. “La creación de la plusvalía y su realización”, escribía Danielson, “son dos cosas diferentes”, es por eso “que el capitalista no podrá subsistir un día si su comercio está limitado sólo a sus necesidades y a las de sus obreros, y la nación capitalista desarrollada no podrá tampoco limitarse a su propio mercado interior”.9  

Esta línea de razonamiento se topó rápidamente con severas críticas. Pero no lo hizo tanto por su falta de correspondencia con la realidad rusa sino por su inconsistencia con la explicación marxiana del capitalismo. En efecto, el punto de partida común de todas estas críticas fue defender una interpretación de la obra de Marx según la cual el capitalismo creaba sus propios mercados y, en consecuencia, su reproducción no encontraba tales límites económicos inmanentes. Nacía de este modo la primera ronda de la controversia sobre el derrumbe del capitalismo. Las críticas más elaboradas en este sentido fueron las de Lenin,10 Tugán-Baranovski11 y Bulgákov.12 Estos autores basaron la esencia de su argumentación en una reconstrucción de los esquemas de reproducción del capital social global que Marx había diagramado en la sección tercera del segundo tomo de El Capital. En pocas palabras, el argumento común fue que, como el objetivo de la producción capitalista no es la satisfacción del consumo individual sino la valorización del valor, el plusvalor se realiza mediante el consumo productivo que amplía la escala de la producción, lo cual se expresa en la reproducción ampliada permanente de los medios de producción.  

Así, por ejemplo, Bulgákov sostenía que “la producción capitalista es capaz de crecer ilimitadamente, a pesar de -o incluso contra- la reducción del consumo. [...] Solo Marx ofreció el análisis del vínculo real: [...] El aumento de la producción, como ya lo hemos señalado, tiene como límite los volúmenes de capital y solo depende de éstos”.13  

En lecturas más célebres de este debate, las posiciones esgrimidas respecto del desarrollo del capitalismo suelen vincularse de manera más o menos directa a las perspectivas más generales adoptadas por sus principales portavoces respecto de la acción política. Así, el debate se presenta en términos de oposiciones tales como “populistas” vs. “marxistas legales” o “reformistas” vs. “revolucionarios”.14 Sin embargo, el caso es bastante más complejo. En primer lugar, muchos “populistas” eran probablemente mucho más “marxistas” que los llamados “marxistas legales”; por ejemplo, Danielson en relación a Tugán-Baranovski. En segundo lugar, y de manera determinante para el propósito de este trabajo, es importante notar que las dos posiciones que resultan del debate no se vinculan respectivamente a concepciones “reformistas” o “revolucionarias” de la transformación de la sociedad, ni mucho menos a concepciones que afirman o cuestionan la necesidad de la superación del capitalismo. Ante todo, para los populistas el diagnóstico de que el capitalismo no podía reproducirse indicaba ciertamente la posibilidad del desarrollo de la “economía campesina”, pero en ningún caso la forma -reformista o revolucionaria- en que este desarrollo debía llevarse a cabo. Más expresivo de esta desconexión entre la concepción sobre el desarrollo económico y el tipo de acción política que se proponía es el caso de los críticos de los populistas. El punto salta a la vista con sólo considerar que autores tan políticamente contrapuestos como Tugán-Baranovski y Lenin compartían el mismo diagnóstico respecto de la capacidad puramente económica del capitalismo para desarrollarse y de la necesidad de la superación de este modo de producción. En efecto, ni la concepción “reformista” de uno ni la “revolucionaria” de otro estaban vinculadas con su diagnóstico común del capitalismo como un modo de producción autosuficiente desde el punto de vista de la realización económica de sus productos y al que sin embargo debía superarse. En el caso Lenin esta desconexión es tan manifiesta que, tal como lo indicaba explícitamente en su célebre ¿Qué hacer?, de la reproducción puramente económica del capitalismo no tiene cómo brotar la “conciencia socialista” que revolucione la sociedad, teniendo por eso mismo que aportarse esta conciencia “desde fuera” de dicha reproducción.15 En el mejor de los casos, tal como lo observaba en el contexto del debate que analizamos, la contradicción económica que según este autor subyace al desarrollo del capitalismo, esto es, “la contradicción entre el carácter social de la producción y el carácter individual de la apropiación”, podría hacer “más fácil [...] encontrarle una salida” a este modo de producción, pero no subvertirlo por sí misma.16  

En este punto, y a modo de conclusión del análisis de este primer debate sobre el “derrumbe” del capitalismo, se puede sostener que si bien la controversia se inicia poniendo el eje en las implicancias que tiene para la acción política la concepción que se adopte respecto del desarrollo económico del capitalismo, el resultado del debate es que, en cualquiera de las posiciones que se presentan, la conexión entre desarrollo económico y acción política acaba mostrándose como sumamente débil sino directamente nula. En otras palabras, en ningún caso la acción política se desprende como una necesidad inmanente del desarrollo económico.  

El debate sobre la “teoría del derrumbe” en la socialdemocracia alemana (1898-1902)  

Hacia fines del siglo XIX Alemania aparecía manifiestamente formando parte de las naciones ‘capitalistas’ más avanzadas. Por consiguiente, la discusión entre los marxistas no pasaba por el desarrollo del capitalismo en una sociedad supuestamente ‘precapitalista’ sino por el modo en que el capitalismo ya dominante evolucionaba. Más precisamente, la cuestión pasaba por evaluar si la evolución del capitalismo coincidía con las tendencias generales presentadas por Marx en El Capital. Las distintas concepciones que se fueron forjando al respecto en esos años dieron lugar a lo que se llamó el “debate revisionista”.17 En esencia, este debate enfrentaba a marxistas que proponían revisar y corregir las concepciones de Marx sobre la evolución del capitalismo con marxistas que procuraban defenderlas a rajatabla. En este contexto, la cuestión del “derrumbe” del capitalismo fue, si no el eje mismo de esta controversia como sugiere Colletti,18 sin duda unos de los puntos más extensa y apasionadamente discutidos. Consideremos las posiciones más relevantes.  

El primero en plantear esta cuestión fue Eduard Bernstein, fundador y mayor representante de la posición ‘reviosionista’. Según este autor, entre los marxistas imperaba una concepción fatalista de la superación del capitalismo cuyo eje era el derrumbe catastrófico del sistema motivado por una crisis económica insuperable. Para Bernstein, sin embargo, más que una tendencia a una crisis de esta naturaleza, la evolución histórica del capitalismo presentaba evidencias de una “adecuación” permanente del sistema y una tendencia a la eliminación de las crisis. En consecuencia, no era correcto plantear la existencia de un “derrumbe” del capitalismo. En sus palabras, “un derrumbe total y prácticamente simultáneo del actual sistema de producción no deviene más probable, sino más improbable, debido al desarrollo progresivo de la sociedad, porque ella incrementa, por un lado, la capacidad de adecuación, y por el otro -o bien simultáneamente-, la diferenciación de la industria”19. De este diagnóstico Bernstein concluía que la acción política de la clase obrera, en vez de luchar por la transformación subrepticia del capitalismo, debía apuntar a luchar por reformas que eleven sus condiciones de vida y desarrollen su participación en la democracia. “La socialdemocracia”, afirmaba, “no puede ansiar ni confiar en el cercano derrumbe del sistema [...] Lo que ella debe hacer, y ésta es una tarea a largo plazo, es organizar políticamente a la clase obrera y formarla para la democracia y la lucha en el estado por todas las reformas conducentes a elevar a la clase obrera”.20  

Las respuestas por parte de los llamados “marxistas ortodoxos” no tardaron en llegar. De acuerdo a Luxemburg, la crítica de Bernstein no cuestionaba simplemente la idea del derrumbe catastrófico del capitalismo sino asimismo el conjunto de premisas que fundamentan la necesidad del socialismo. En este sentido, la respuesta de esta autora apuntó tanto a defender la existencia de un derrumbe del capitalismo como a precisar las condiciones conducen a que, en vez de caer en una situación social irreproducible, llegue el socialismo. “En primer lugar y ante todo”, sostenía Luxemburg, “la anarquía creciente de la economía capitalista [...] convierte su caída en un resultado inevitable”, de ahí que sea necesario esperar un “momento en que [el capitalismo] se derrumba y se torna simplemente imposible”. Pero, además, de manera paralela a esta “anarquía creciente” se desarrolla, por un lado, la “socialización del proceso de producción” y, por otro, “el poder y el conocimiento de clase crecientes del proletariado”, esto es, dos condiciones sin las cuales, aun tras el derrumbe, no se podría desarrollar el socialismo.21 Su punto fundamental era que Bernstein, al negar el derrumbe, acababa negando también estas dos condiciones. En el primer caso, porque la “socialización del proceso de producción” quedaba reducida a su “forma capitalista” y, en el segundo, porque “la conciencia de clase del proletariado” ya no era el “reflejo intelectual de las contradicciones cada vez más agudas del capitalismo y de su inminente caída [...] sino un mero ideal”.22 De este modo, el argumento de Luxemburg parecía apuntar a vincular el derrumbe del capitalismo con la acción política revolucionaria y a la negación del mismo con la acción política reformista e impotente para trascender el modo de producción capitalista. Dejando a un lado su moderación, la respuesta de Kautsky no fue muy diferente a la de Luxemburg. “[La] forma de producción capitalista” sostenía este autor, “se hace imposible desde el momento en que el mercado no se extiende en la medida que la producción, es decir, desde que el exceso de producción se hace crónico”.23 Luego, al igual que en Luxemburg, en el argumento de Kautsky aparecía la lucha de clases para dar el paso al socialismo que el propio desarrollo económico del capitalismo era incapaz de dar. En su caso, sin embargo, el desarrollo de la lucha de clases no se fundamentaba tanto en la “anarquía de la producción” como en la “miseria” relativa creciente de la clase obrera.24 Por eso, en su presentación, la conexión entre derrumbe y lucha de clases aparecía más débil que en Luxemburg. Y a tal punto era así que, según Kautsky, la lucha de clases podía provocar la caída del capitalismo aun “antes” de que se presente una situación de crisis económica terminal. “La superproducción crónica irremediable”, sostiene este autor, “representa el límite extremo más allá del cual no puede subsistir ya el régimen capitalista; pero otras causas pueden hacerle sucumbir antes”. Y agrega, “hemos visto que la concepción materialista, al lado de la necesidad económica, admite otros factores de la evolución social [...] que agrupamos bajo la fórmula de “lucha de clases”. La lucha de clases del proletariado puede ocasionar la caída de la forma de producción capitalista antes de que llegue ésta al período de descomposición”.25  

El próximo paso en el debate alemán se dio apenas dos años más tarde con la publicación de la traducción al alemán de segunda edición del libro de Tugán-Baranovski sobre las crisis industriales en Inglaterra. Los argumentos principales de este libro eran los mismos de su primera edición en 1894 cuando el autor polemizaba con los populistas marxistas; en pocas palabras, que el capitalismo era un modo de producción autosuficiente y carecía de todo límite inmanente. Pero entre una edición y otra había salido a la luz el tercer tomo de El Capital y Tugán-Baranovski se había convertido en un severo crítico de Marx; en particular, de la explicación de las crisis que se ofrecía en este último tomo. Según este autor, Marx y a su turno los marxistas, consideraban que por su pura dinámica económica el capitalismo debía forzosamente llegar a un punto en que no podría reproducirse por sí mismo y que con ello se demostraba la necesidad inevitable del socialismo. “Marx creía”, afirmaba Tugán-Baranovski, “que, una vez alcanzada cierta etapa de desarrollo, la sociedad capitalista no podría subsistir más. Su transformación en una sociedad socialista tendría entonces una necesidad económica. [...] Nuestro análisis de las condiciones de realización del producto social nos ha demostrado la debilidad de este punto de vista”26.  

La reacción contra el libro de Tugán-Baranovski fue inmediata. En este punto, los marxistas armaron un frente común asumiendo que en Marx había una teoría del derrumbe y que había que defenderla a rajatabla porque sin ella no había explicación posible para la superación del capitalismo.27 Sin embargo, aún en las repuestas más elaboradas, los marxistas no avanzaron en su argumentación mucho más allá de lo que lo habían hecho en el debate con Bernstein. En relación a la conexión entre derrumbe y acción política, también se repitieron argumentos similares, aunque esta vez portados en distintos autores. Por ejemplo, Kautsky adoptó una posición más cercana a la que había tenido Luxemburg en el debate anterior al sostener que, frente a la crisis terminal, la clase obrera “se ve obligada a buscar una salida para la miseria generalizada, y sólo puede encontrarla en el socialismo”, aunque aún se mostraba confiado en que tal disyuntiva podía evitarse si la clase obrera conquistaba el poder “a tiempo para darle al desarrollo [económico actual] otra dirección”.28 Mientras que Schimdt puso más énfasis en que la clase obrera debía conquistar el poder político antes de la crisis porque en un “ambiente social” catastrófico “las reformas económicas de tendencia socialista” podrían lograr “muy poco”.29  

Consideremos cuál es el saldo que deja el debate alemán respecto del vínculo entre el desarrollo económico y la acción política. A primera vista, pareciera que con la aparición del libro de Tugán-Baranovski la posición anti-derrumbista queda definitivamente vinculada a la acción política reformista y al revisionismo. Como hemos visto, estas asociaciones son comunes en las lecturas clásicas de estos debates. Sin embargo, también aquí el caso es más complejo de lo que aparenta. En efecto, ya hemos visto que en Tugán- Baranovski la necesidad de una acción política reformista no surge del hecho de que el capitalismo sea un modo de producción autosuficiente. Por su parte, si se lo examina detenidamente, en el argumento de Bernstein tampoco la acción reformista brota inmanentemente de la capacidad de adecuación del capitalismo. En efecto, su argumentación no es que la capacidad de adecuación económica del capitalismo necesita de la acción reformista para llevarse a cabo. Para Bernstein la acción reformista surge sencillamente como alternativa frente a un capitalismo que por sí mismo no conduce al derrumbe porque se adapta una y otra vez. Y el caso no es distinto del lado de los llamados “derrumbistas”. En Kautsky y Schmidt la desconexión entre desarrollo económico y acción política se presenta palmaria e inequívocamente en el hecho de que la clase obrera se tiene que “anticipar” a la situación de crisis terminal y, por tanto, el eventual carácter de su acción política no puede estar en absoluto conectado con tal destino final del capitalismo.  

En Luxemburg, si bien demuestra que la acción política reformista resulta impotente para superar el capitalismo, nada dice que la anarquía de la producción, sea más o menos aguda, vaya a motivar una acción de carácter revolucionario. En este punto, el argumento de Luxemburg no va más allá, de hecho, del argumento clásico de la socialdemocracia alemana según el cual la acción política revolucionaria brota de la creciente miseria de la clase obrero. En conclusión, pese a que se presentaron argumentos diferentes, el resultado del debate alemán no se aleja del que había dejado en este respecto el debate ruso: la conexión entre derrumbe y acción política no alcanza aquí tampoco a tener un carácter inmanente, esto es, del desarrollo económico no se desprende la necesidad ni la forma de la acción política de la clase obrera.  

El debate Luxemburg (1913-1924).  

La respuesta más importante que va a recibir el libro de Tugán-Baranovski va a llegar recién unos años más tarde con la aparición del libro más conocido de Luxemburg: La acumulación de capital30 La publicación de este libro se realiza en un contexto donde comienza a emerger el debate marxista sobre el imperialismo.31 De hecho, como lo indica su subtítulo -¡eliminado en las ediciones castellanas e inglesas!- con su libro esta autora se proponía realizar “una contribución a la explicación económica del imperialismo”. Sin embargo, tal como lo presenta en su prólogo, lo que motivó su investigación no fue explicarse el imperialismo sino “exponer con suficiente claridad el proceso global de la producción capitalista en su aspecto concreto [y] sus límites históricos objetivos”32. Y, en efecto, la pregunta central que cruza toda su exposición es si la acumulación de capital tiene un límite económico inmanente más allá del cual no puede reproducirse. Por eso, el libro de Luxemburg, más que impulsar la discusión sobre el imperialismo, lo que en verdad hizo fue renovar el debate sobre el “derrumbe” del capitalismo.”  

Pese a la extensión y minuciosidad de su exposición, el argumento de esta autora era bastante simple. Según postulaba, el principal problema a resolver en la discusión sobre el destino del capitalismo era “de dónde ve[nía] la demanda constantemente creciente en que se fundamenta la ampliación progresiva de la producción”.33 Luego, sugería que esta demanda sólo podía provenir de “un círculo de adquirentes que estén fuera de la sociedad capitalista”.34 Bajo esta dinámica, concluía Luxemburg, la acumulación de capital llega a un “callejón sin salida” y se “hace imposible”, y “la imposibilidad de la acumulación significa, en la producción capitalista, la imposibilidad del desarrollo ulterior de las fuerzas productivas, y, con ello, la necesidad histórica objetiva del hundimiento [Untergangs] del capitalismo”.35 En este contexto, y en línea con su argumentación en el debate con Bernstein, esta autora señalaba que el socialismo sólo podía ser el resultado de la acción política revolucionaria de la clase obrera que se anticipe al derrumbe del sistema.36  

Salvo contadas excepciones, la recepción del libro de Luxemburg fue absolutamente negativa.37 En Alemania, autores “revisionistas” como Schmidt,38 “centristas” como Eckstein39 y Bauer40, y hasta “izquierdistas” como Pannekoek41 criticaron la obra implacablemente. Y en Rusia, sentencia de Lenin mediante,42 los bolcheviques también rápidamente la desestimaron. En esencia, todas estas críticas apuntaron a defender una interpretación de la explicación de Marx de la dinámica de la acumulación de capital en donde el plusvalor no necesitaba realizarse por medio de agentes externos al propio capital. En otras palabras, apuntaron a negar la existencia de un derrumbe del capitalismo motivado por una imposibilidad puramente económica de realización del plusvalor al interior de la sociedad capitalista. En relación a la conexión entre desarrollo económico y acción política, los críticos de Luxemburg no realizaron innovaciones respecto a instancias anteriores al debate. Más llamativo aún es que, viniendo de posiciones políticas tan diversas, estos críticos acabaran presentando posiciones muy similares en relación a esta conexión. Consideremos especialmente a las dos críticas que se convirtieron en el curso del debate en las respuestas “oficiales” al enfoque luxemburgista dadas por la socialdemocracia alemana43 y por los bolcheviques44 respectivamente, y que por lo demás son expresiones de posiciones políticas abiertamente contrapuestas.  

Respecto a la cuestión de la superación del capitalismo la respuesta de la socialdemocracia alemana se limita a recuperar su línea de argumentación histórica presente desde el programa de Erfurt45 y luego esgrimida por Kautsky en su respuesta a Bernstein. En pocas palabras, la clase obrera reaccionará frente a sus condiciones crecientemente empobrecidas tomando el poder político del Estado e imponiendo el socialismo. “El capitalismo”, decía Bauer “no fracasará a causa de la imposibilidad mecánica de realizar el plusvalor. Sucumbirá, en cambio, a la rebelión hacia la cual impulsa a las masas del pueblo”.46 A primera vista, puede resultar llamativo que Bauer pueda recuperar esa línea de argumentación tomando una posición contraria a la teoría del derrumbe del capitalismo, pues como se recordará esta posición anti-derrumbista era la que tenían los “revisionistas” y contendientes de Kautsky. Sin embargo, Bauer puede realizar esta operación precisamente porque, como también hemos visto, en dicha línea de argumentación la conexión entre derrumbe y acción política revolucionaria de la clase obrera es sumamente débil.47 De parte de los bolcheviques la respuesta no es muy diferente. En esencia, esta crítica pasa por presentar a la guerra imperialista como la causa de la miseria y, a su turno, de la rebelión de la clase obrera contra el capitalismo. “Hoy ya estamos en condiciones de permitirnos emitir juicio, sobre el proceso del derrumbe capitalista, que no se base ya simplemente en construcciones abstractas y perspectivas teóricas. El derrumbe del capitalismo se ha iniciado”, sostenía Bujarín. “La revolucionarización del proletariado tuvo que ver, indudablemente, con la ruina económica, ésta con la guerra, la guerra con la [...] política imperialista en general”.48 En suma, al igual en el caso de los socialdemócratas alemanes, para Bujarin la acción política revolucionaria de la clase obrera, y por tanto la superación del capitalismo, surgía de las condiciones crecientemente miserables a las que se ve sometida la clase obrera en este modo de producción.  

Escrita en 1915 y publicada póstumamente en 1921, la respuesta de Luxemburg a sus críticos -popularmente conocida como la Anticrítica- repite esencialmente los mismos argumentos que su obra original.49 Lo interesante de esta respuesta, tal como lo observa agudamente Jacoby,50 es que aquí Luxemburg se defiende particularmente contra la acusación de economismo y mecanicismo. En este punto, la defensa de esta autora pasa por sostener que la tendencia económica al derrumbe del capitalismo no lleva por sí misma al socialismo; que lo que se necesita ante todo es de la acción política revolucionaria de la clase obrera y, más precisamente, que esta acción se lleva a cabo antes de que acontezca efectivamente dicho derrumbe motivada por una situación económica crecientemente insostenible. “La tendencia objetiva de la evolución capitalista hacia tal desenlace” sostenía Luxemburg “es suficiente para producir mucho antes una tal agudización social y política de las fuerzas opuestas, que tenga que poner término al sistema dominante”.51 Si se lo examina detenidamente, el argumento de Luxemburg respecto del vínculo entre el derrumbe y la acción política revolucionaria no es muy diferente del que esgrimía en su debate contra Bernstein. Lo interesante de esta nueva presentación no sólo es que es mucho más precisa que la anterior, sino que se da en un contexto de acusación de “economicismo” y “mecanicismo” que obliga a dar cuenta del vínculo preciso que hay entre el desarrollo económico y la acción política. En este sentido, se puede decir que la argumentación de Luxemburg responde convincentemente a la acusación de sus críticos al incluir a la acción política de la clase obrera como un momento necesario de la superación del capitalismo. Sin embargo, la conexión de esta acción con el desarrollo económico continúa siendo sumamente débil y, en esencia, de la misma naturaleza que la conexión que presentan sus críticos: la situación económica crítica, que se desarrolla por sí misma, motiva la acción revolucionaria al hacer visible el estado miserable en que se encuentra la clase obrera. En otras palabras, no es que el propio proceso económico necesita de la acción política revolucionaria de la clase obrera para desarrollarse, sino que por un lado existe el desarrollo económico y por otro la acción política revolucionaria que se opone a él.52  

En suma, si consideramos cómo se presenta la cuestión del vínculo entre desarrollo económico y acción política en esta instancia del debate nos encontramos otra vez con resultados similares a los que arribamos en instancias anteriores. Pero ahora el escenario está más claramente definido. No sólo en ninguna de las dos posiciones en disputa alcanzó a presentar una conexión inmanente entre desarrollo económico y acción política, sino que ambas posiciones acabaron presentando exactamente la misma conexión exterior: por un lado, está el desarrollo económico que conduce por sí mismo a una situación crítica; por el otro, está la clase obrera que reacciona frente a esta situación.  

El debate Grossmann (1929-1934)  

El último estertor del debate sobre el derrumbe tuvo lugar con la publicación del libro de Grossmann, La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista,53 en el contexto de la crisis económica europea de la década de 1920.54 De acuerdo a este autor, la acumulación de capital lleva consigo la tendencia hacia su propio derrumbe, pero no lo hace por un problema de realización del plusvalor, como hasta entonces habían sostenido los adherentes a la teoría del derrumbe, sino de falta de plusvalor para satisfacer las necesidades de la prosecución de la propia acumulación de capital. Llegado cierto punto, concluye Grossmann, “los capitalistas deberán alimentarse del aire [...] el sistema sufre un colapso, la crisis del sistema que sobreviene de este modo expresa el derrumbe la de la valorización”.55 Lo que explica este derrumbe, como lo precisa más adelante, es que la acumulación “se desenvuelve en base a una composición orgánica del capital progresivamente creciente”, de modo que el plusvalor producido, aún con una población creciente, “siempre aumenta menos que el capital”.56  

La contribución de Grossmann fue rápida y ampliamente discutida en varios círculos del marxismo. Sin embargo, salvo contadas excepciones, fue duramente criticada. En esencia, todas estas críticas pasaron por objetarle al argumento de Grossmann la rigidez que asumen las variables que componen su modelo.60 En relación al vínculo entre desarrollo económico y acción política el enfoque de Grossmann fue discutido especialmente por los “comunistas de izquierda”.61 Las contribuciones principales fueron las de Korsch,62 Pannekoek63 y Mattick.64 Considerémoslas sucintamente.  

Korsch criticó a Grossmann por recaer en una línea interpretativa “objetivista” del curso de la sociedad capitalista que, en tanto tal, no es “capaz de suministrar la seria garantía de la acción consciente de la clase proletaria en lucha por sus objetivos propios”.65 En pocas palabras, Korsch buscó aplicarle a Grossmann la misma crítica que éste le aplicó a Luxemburg, esto es, que su teoría no dejaba lugar para la lucha de clases. A esta posición, y procurando no caer en lo que según este autor sería el extremo su opuesto del “subjetivismo”, opuso “una posición auténticamente materialista” según la cual la crisis terminal tenía el papel del mito “soreliano” para la acción práctica de la clase obrera, esto es, sólo tenía sentido en cuanto motivaba la acción política revolucionaria.66 Por su parte, la crítica de Pannekoek fue en el mismo sentido. Según este autor, Grossmann explicaba el derrumbe del capitalismo “sin que haya una clase revolucionaria que combata y venza a la burguesía”.67 Pero, a diferencia de Korsch, este autor presentaba una posición sobre la superación del capitalismo que buscaba preservar la determinación económica real de la acción política de la clase obrera presentando a las manifestaciones de la crisis económica determinando la voluntad del proletariado. “El socialismo”, afirmaba este autor, “viene no porque el capitalismo se derrumbe económicamente [...] viene porque el capitalismo, tal como vive y crece, se vuelve cada vez más insoportable para los obreros y los lanza a la lucha”.68 En contraposición, las contribuciones de Mattick buscaron defender los argumentos de Grossmann. Ante todo, Mattick rechazó “toda concepción mecánica del derrumbe del capital” por considerar que sólo veía un aspecto del “proceso dialéctico”69 y defendió a Grossmann por “limitarse por razones metodológicas, en su análisis de la ley de la acumulación, a la definición de supuestos meramente económicos”. Así, según este autor, Grossmann “no sost[uvo] un punto de vista ‘puramente económico’, sino dialéctico, para el cual toda abstracción es tan solo un medio para el reconocimiento de la realidad”.70 En consecuencia, de acuerdo a Mattick había que considerar que “la crisis mortal del capitalismo no significa que el sistema se suicida, sino que la lucha de clases asume formas que conducen al derrocamiento del sistema”.71 Sin embargo, en cuanto a la conexión concreta entre desarrollo económico y acción política, la posición de este autor se alejaba - aunque sin advertirlo- del enfoque de Grossmann. Para Mattick, en efecto, la lucha revolucionaria de la clase obrera por la superación del capitalismo se explicaba finalmente por la pauperización que sufría esta clase como producto de la crisis mortal del sistema. No es sino hasta el momento en que “el capital puede seguir existiendo únicamente en base a la pauperización absoluta y continua de las masas”, afirmaba Mattick, “cuando trastroca esta lucha económica, resulte esto consciente o no para las masas, en lucha política”.72  

Consideremos las contraposiciones respecto del vínculo entre desarrollo económico y acción política que deja esta última instancia del debate. A primera vista, parece que las posiciones van desde un extremo economicista representado por Grossmann a otro extremo voluntarista representado por Korsch, pasando por posiciones intermedias representadas por Pannekoek y Mattick. Examinado más detenidamente, sin embargo, las posiciones tienen más en común de lo que parece. En el caso de Grossmann, sin bien el capitalismo no puede superarse sin la existencia del derrumbe económico y en este sentido puede ser caracterizado como un “economicista”, la acción política revolucionaria de la clase obrera que lleva a cabo tal superación surge únicamente en reacción frente al derrumbe efectivo o inminente del sistema. Por tanto, como en el enfoque “voluntarista”, en la argumentación de Grossmann la acción política revolucionaria de la clase obrera surge simplemente como afirmación de la libre voluntad humana contra el movimiento del capital. Más aún, incluso en el caso de la acción política sindical, que es la que se presenta explícitamente como el factor subjetivo del derrumbe del capitalismo, se trata de una acción política igualmente exterior al desarrollo económico en la medida en que su fuerza para imponer la masa de plusvalor que determina el momento del derrumbe no surge de la propia dinámica de la acumulación de capital sino de la mera lucha de clases. En este sentido, la concepción de Korsch respecto del vínculo entre desarrollo económico y acción política es exactamente la misma. En su argumentación también la acción política revolucionaria surge por fuera del desarrollo de la acumulación de capital y como reacción frente a éste, más no sea por la situación económica de crisis que alimenta el mito del derrumbe. Y esta misma desconexión es más evidente en las posiciones de Pannekoek y Mattick en la medida en que éstas no se apartan en lo esencial de las posiciones marxistas más tradicionales. En suma, todos estos enfoques pueden ser interpretados igualmente como “voluntaristas”, en el sentido de que la acción revolucionaria brota desde fuera del desarrollo económico, o bien como “economicistas”, en el sentido de que lo que determina el destino del capitalismo no es la acción política revolucionaria de la clase obrera sino el desarrollo económico. En consecuencia, detrás de la aparente contraposición entre “economicismo” y “voluntarismo” lo que subyace es la misma concepción respecto del vínculo entre desarrollo económico y acción política que está presente desde el inicio del debate: por un lado, está el desarrollo económico y por otro lado la acción política revolucionaria de la clase obrera que se opone a él.  

3. El método dialéctico y el vínculo entre desarrollo económico y acción política revolucionaria 

En el curso de nuestro análisis de la llamada controversia sobre el derrumbe del capitalismo hemos visto que, a pesar de las mutuas acusaciones esgrimidas por los contendientes, de la posición que adopte frente al “derrumbe” no surge ni la disposición a una acción política revolucionaria o reformista, ni la adopción de una concepción economicista o voluntarista de curso de la vida social. Como se ha procurado mostrar en ^ cada instancia del debate, lo que habilita estas desconexiones es que se concibe al vínculo entre el desarrollo económico y la acción política como un vínculo externo. Esta concepción, en efecto, subyace a todas las posiciones porque, como se puede apreciar ahora, todas comparten el mismo argumento básico: la acción política que supera el capitalismo -sea reformista o revolucionaria- surge en reacción a una situación económica crítica, sea ésta la “miseria”, la “crisis”, la “explotación” o la “distribución de la riqueza”.  

Aquí, la situación económica concreta se presenta siempre como el producto del proceso de acumulación de capital concebido como un fenómeno exclusivamente económico y que se desarrolla por sí mismo, esto es, abstraído de toda mediación política. A su vez, y como contraparte, la acción política de la clase obrera que supera el capitalismo forzosamente se presenta como un fenómeno ajeno a la acumulación de capital y cuya razón de existir resulta de este modo indefinida. En pocas palabras, desarrollo económico y acción política se presentan en un vínculo externo porque en todos los casos se los concibe desde el inicio como fenómenos autoconstituidos de manera previa a su relación. Realizado sobre la base de esta concepción común no debería llamar la atención que el debate no haya producido resultados concluyentes y más bien simplemente se haya diluido. Ante todo, si se parte de extirpar a un fenómeno de la unidad que lo constituye como tal inevitablemente se convierte lo convierte en una abstracción. Pero, además, no hay modo de restituir la unidad en cuestión una vez que se ha pretendido desarrollar por sí mismo lo que se ha extirpado de ella. Por eso, los intentos teóricos de responderse por la superación del capitalismo partiendo de romper la unidad que constituye el capitalismo mismo como modo de producción de la vida humana estaban condenados al fracaso desde el inicio. Esta forma de proceder, sin embargo, es completamente ajena al método de Marx, que precisamente se caracteriza por asir la unidad en la diferencia.  

La conclusión de que las limitaciones de la controversia sobre el derrumbe surgen de las insuficiencias metodológicas que están implícitas en las concepciones en disputa fue advertida por Marramao a fines de la década de 197073 Este autor consideraba que, si se concebía a la crítica marxiana de la economía política tanto una crítica de las formas objetivas de la relación social como de las “formas de conciencia cosificadas”, el propio método dialéctico de “exposición” desarrollado por Marx debía conducir necesariamente a una explicación “científica de la conciencia de clase” y de la superación del capitalismo.74 De este modo, concluía Marramao, “el proceso de la génesis del Klassenbewusstein [conciencia de clase] se explica por lo tanto a partir del proceso de producción- reproducción, desde el interior de la objetividad de las relaciones sociales, [en vez de ser] presupuesto como resultado de una autonomía irreductible”.75 Desafortunadamente, este autor no realizó nunca este programa de investigación. Sin embargo, desde entonces -como de hecho ya lo advertía el mismo Marramao- en los debates marxistas comenzó a ponerse de manifiesto la relevancia del método dialéctico para la comprensión de la crítica marxiana de la economía política.  

El primer paso en este sentido lo dio un grupo de marxistas alemanes ulteriormente reconocidos bajo la rúbrica de la “Nueva Lectura de Marx”.76 En contraposición a las investigaciones tradicionales sobre el método dialéctico, en general vinculadas a la comprensión de las “grandes leyes” de la existencia de la realidad material,77 este grupo de autores se especializó en la investigación del papel del método dialéctico en la crítica marxiana de la economía política. Estas investigaciones, sin embargo, tuvieron dos limitaciones. En primer lugar, aún las más ambiciosas no pasaron de los primeros capítulos de El Capital y, en segundo lugar, hasta pasados varios años quedaron prácticamente encapsuladas en Alemania sin alcanzar nunca una difusión significativa.78 El proyecto de vincular el método dialéctico con la crítica marxiana de la economía política recién cobró nuevo ímpetu, mayor concreción, y un verdadero alcance internacional, con los trabajos de lo que actualmente se conoce como la “Nueva dialéctica”.79 De manera general, se puede decir que estas nuevas investigaciones encontraron que la estructura argumental de El Capital está organizada bajo una forma que encuentra inspiración formal en el despliegue de categorías presentado en la Lógica de Hegel. Así, la exposición de Marx es vista como el desarrollo del capital desde sus formas más simples hasta sus más complejas, en un movimiento que se caracteriza, parafraseando a Marx, como la “reproducción” de la vida interna de dicho objeto mediante el pensamiento. A su vez, en la medida en que el pasaje o la transición de una forma del capital a otra se la concibe como brotando del desarrollo de las contradicciones inmanentes de cada forma en cuestión, los vínculos entre las mismas son concebidos como inmanentes y necesarios, en abierta contraposición a la exterioridad propia del uso de la lógica formal. De esta manera, el método dialéctico cierra las puertas a cualquier tipo de conexión exterior entre los fenómenos bajo estudio. En concreto, esto significa que, si se es consecuente con este método, ya no cabe buscar solucionar el problema de la superación del capitalismo desarrollando por un lado la dinámica abstracta de la acumulación de capital y por otro lado la acción política o la conciencia revolucionaria de la clase obrera. En pocas palabras, es necesario hacer surgir a la acción revolucionaria de la clase obrera como una mediación necesaria de la realización de la propia dinámica de la acumulación de capital.  

El desafío de vincular la acción revolucionaria de la clase obrera con el desarrollo de la acumulación de capital, sin embargo, no encontró lugar en esta corriente dentro de la teoría marxista. En cambio, recientemente ha aparecido en la literatura especializada un enfoque que, también sobre la base de realizar una lectura metodológicamente fundada de la crítica marxiana de la economía política, se ha preocupado especialmente por dilucidar esta cuestión. Este enfoque ha sido desarrollado originalmente por Iñigo Carrera80 y reelaborado ulteriormente en un contexto más amplio de debates por Starosta.81 El alcance limitado del presente trabajo impide realizar aquí una presentación detallada de los argumentos presentados por estos autores, así como una discusión más comprehensiva de los textos de Marx en donde se presentan las determinaciones que hacen a la referida unidad entre acumulación de capital y acción política revolucionaria. No obstante, en lo que sigue repongo algunos puntos fundamentales de esta lectura de la crítica marxiana que permiten ofrecer una alternativa a las posiciones presentes en el debate sobre el ‘derrumbe’ del capitalismo.  

Ante todo, esta lectura pone a la determinación de la conciencia por el ser social en el punto de partida de la crítica marxiana de la economía política. De este modo, se reconoce al desarrollo de la forma de valor con que inicia esta crítica como el develamiento de la forma enajenada en que los individuos organizan su proceso de vida social como “personificaciones” de las mercancías. En palabras de Marx, que en esta forma de sociedad los individuos están sujetos a “un movimiento de cosas bajo cuyo control se encuentran, en lugar de controlarlas” y que con su “acción”, sólo pueden “confirmar” “las leyes de la naturaleza inherente a las mercancías”.82 En suma, tal como lo sintetiza Iñigo Carrera, que “la conciencia y voluntad libres del productor de mercancías” no es otra cosa que “la forma en que se realiza la enajenación de su conciencia y voluntad como atributos de la mercancía”.83 Desde el punto de vista del método que fundamenta la crítica marxiana de la economía política, este reconocimiento del vínculo existente entre la mercancía en tanto relación social general y la conciencia deja dos conclusiones centrales para la investigación sobre la unidad entre el desarrollo económico y la acción política de la clase obrera. En primer lugar, que desde este momento de la exposición dialéctica en adelante no puede surgir acción política alguna que no sea el vehículo de la realización de la relación económica. En segundo lugar, y en consecuencia, que la necesidad de la acción revolucionaria de la clase obrera sólo puede surgir del desarrollo de esta relación económica en sus más formas concretas de existencia.  

Desde un punto de vista “materialista, y por consiguiente científico”, el único lugar de donde puede surgir una transformación en la conciencia de una clase de individuos o, como lo pone Marx, en “sus representaciones intelectuales”, es de una transformación en “el proceso de producción inmediato de su existencia”.84 En consecuencia, de acuerdo a este enfoque, para explicarse la necesidad del desarrollo de una conciencia y por lo tanto de una acción revolucionaria, hay que avanzar en el despliegue de la relación mercantil hasta su forma de existencia como vehículo del desarrollo de las fuerzas productivas. Marx presenta al capital como esta forma concreta de la relación social general en el examen de las formas de producción de plusvalor relativo. En particular en su forma más potente, que es el “sistema de la maquinaria”, encontramos allí que las transformaciones en la subjetividad de la clase obrera pasan, de una parte, por la degradación del obrero a la condición de “apéndice viviente” de la maquinaria y, de otra parte, a su transformación en “'población superfina [...] para la autovalorización del capital”85 Al mismo tiempo, sin embargo, esta misma transformación en el proceso de trabajo que mutila la subjetividad productiva de la clase obrera lleva consigo la producción de un “individuo totalmente desarrollado, para el cual las diversas funciones sociales son modos alternativos de ponerse en actividad”.86 Ahora bien, esta producción de un “individuo plenamente desarrollado” choca con la producción de un individuo que no puede controlar las potencias sociales de su propia actividad por estar enajenado en el capital. Esta contradicción inmanente a la producción capitalista está desarrollada más plenamente por Marx en sus borradores. Allí, como lo discute in extenso Starosta,87 se presenta a la producción de este “individuos plenamente desarrollado” directamente como la forma esencial en que “el capital trabaja [...] en favor de su propia disolución”.88 Así, en contraposición a visión marxista tradicional según la cual la tendencia general del capital es a degradar la subjetividad productiva de la clase obrera,89 aquí se presenta como eje a la tendencia a desarrollar al obrero con la capacidad para controlar de manera plenamente consciente su proceso de trabajo y, en consecuencia, su participación en la organización del proceso de vida social. Por lo tanto, lo que en un caso lleva a presentar un vínculo exterior entre el desarrollo económico y la subjetividad revolucionaria, en el otro lleva a presentar un vínculo inmanente entre los mismos.  

El último punto esencial en el descubrimiento de la acción revolucionaria de la clase obrera como un momento del desarrollo del capital -en rigor, ya implícito en el punto anterior- es el reconocimiento de la contradicción absoluta que existe entre el carácter privado del trabajo que fundamenta la forma de valor y la tendencia del capital a socializar el trabajo. Aunque el examen del proceso de producción de plusvalor relativo y de la concentración y centralización del capital ya ponen en evidencia esta contradicción, Marx recién la presenta explícitamente en el célebre apartado sobre la “tendencia histórica de la acumulación capitalista”. Allí, esta contradicción se presenta en dos pasos. En primer lugar, como una contradicción entre la producción fundada en “la propiedad privada del trabajador sobre sus medios de producción” y la producción capitalista donde los medios de producción están “socialmente concentrados”. Y, en segundo lugar, como una contradicción propia del modo de producción capitalista, donde la “socialización [...] del trabajo” ya no pasa por expropiación del “trabajador que labora por su propia cuenta”, sino por la “centralización de los capitales”. Luego, en cuanto esta socialización choca por definición contra el propio carácter privado del trabajo, “la centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo alcanzan un punto en que son incompatibles con su corteza capitalista”.90 Y en cuanto se trata de un movimiento propio del capital no cabe aquí buscar al sujeto revolucionario en otro lado que no sea en el desarrollo de este mismo movimiento. Por eso, y en correspondencia con el descubrimiento del desarrollo de la subjetividad productiva capaz de tomar en sus manos el control consciente de la producción social, Marx presenta aquí al crecimiento de la “rebeldía de la clase obrera, una clase [...] que es disciplinada, unida y organizada por el mecanismo mismo del proceso capitalista de producción”.91 En suma, tal como lo presenta Iñigo Carrera, la socialización del trabajo privado “es la contradicción que sintetiza las potencias históricas y el límite del modo de producción capitalista”.92 Luego, en este límite nos encontramos “al capital requiriendo, como una necesidad que brota de su mera reproducción inmediata”, la abolición misma del trabajo privado y, en consecuencia, “de ser personificado por una conciencia y voluntad que se haya liberado de toda enajenación y, por lo tanto, que se haya liberado de toda determinación como personificación del capital”. La realización de este salto adelante en las fuerzas productivas del trabajo social tiene que tomar forma, por consiguiente, en “una revolución social en la que el sujeto material de ese desarrollo, o sea, la clase obrera, no se limita ya a aniquilar a la burguesía transformando al capital en una propiedad inmediatamente social, sino que aniquila al capitalismo mismo”.93  

El “derrumbe” del capitalismo, por consiguiente, resulta inevitable. Pero no por el advenimiento de una crisis económica terminal de sobreproducción o de caída de la tasa de ganancia, sino porque la propia acumulación de capital necesita realizar un salto adelante en la socialización del trabajo privado que acaba con el trabajo privado mismo y, en consecuencia, con la enajenación de la capacidad para organizar el trabajo social en el capital. El punto esencial de este enfoque es que la acción política revolucionaria de la clase obrera que supera el capitalismo surge aquí como una necesidad del capital de producir plusvalor relativo. Esto es, porque el capital necesita avanzar en la centralización del capital para producir plusvalor es que necesita investir a la clase obrera con la capacidad para organizar de manera plenamente consciente el proceso entero de producción social y, por lo tanto, con la capacidad para abolirlo como el sujeto enajenado de este mismo proceso. En otras palabras, el proceso acabado de socialización del trabajo que emerge como una necesidad del capital está portado en la acción política revolucionaria de la clase obrera. Por tanto, a diferencia del enfoque marxista tradicional que, por presentar en un vínculo exterior entre el desarrollo económico y la acción política revolucionaria, forzosamente cae en el dilema de “economicismo” vs. “voluntarismo”, este enfoque logra presentar una explicación consistente de la superación del modo de producción capitalista como el producto tanto del desarrollo del capital como de la acción política revolucionaria de la clase obrera.  

5. CONCLUSIÓN  

Lo primero que salta a la vista en el análisis de las principales posiciones presentadas en el llamado debate sobre el derrumbe del capitalismo es que de la concepción que se adopte de la dinámica de la acumulación de capital no se desprende un tipo particular de acción política. En efecto, hemos visto que autores de las tendencias políticas más diversas caen indistintamente en ambos lados del debate respecto de la posibilidad de la acumulación de capital para reproducirse sobre su propia base. Como hemos advertido, esto sucede porque todos los autores que participan del debate tienen la misma concepción del vínculo entre el desarrollo económico y la acción política. Para todos, el desarrollo económico transcurre por sí mismo generando situaciones económicas críticas a las que se opone la acción política de la clase obrera. Así, tanto uno como el otro se presentan como fenómenos autoconstituidos previamente a su relación y, por tanto, vinculados exteriormente. Luego, es por entero indiferente que la acción política de la clase obrera sea reformista o la revolucionaria, ya que en cualquier caso no se deriva del desarrollo económico.  

A su vez, hemos visto que el curso final del debate donde, puesto en evidencia la desconexión entre desarrollo económico y tipo de acción política, se termina girando hacia una confrontación donde la cuestión se reduce al carácter “economicista” o “voluntarista” con que se busca dar cuenta del destino histórico del capitalismo, tiene las mismas limitaciones. Como la relación entre desarrollo económico y acción política sigue siendo una relación exterior, las posiciones no pueden sino recaer permanentemente en ambos polos de dicho dilema sin poder superarlo; esto es, nunca pueden desarrollar el papel de un polo en la superación del capitalismo sin acabar negando al otro. En concreto, si se afirma que la acumulación de capital lleva por sí misma al derrumbe del sistema entonces se cae en el economicismo, y si a continuación se sostiene que la superación del capitalismo depende de la acción política de la clase obrera por fuera del desarrollo económico entonces se cae en el voluntarismo. Lo que no se puede hacer nunca bajo esta concepción es afirmar las dos cosas al mismo tiempo.  

En contraposición a esta forma de abordar la cuestión de la superación del capitalismo, en la última parte de este trabajo hemos visto que una lectura metodológicamente fundada de la crítica de la economía política permite superar los principales dilemas presentados en el debate. Este abordaje contrapone, en primer lugar, un método de conocimiento que “reproduce la vida interna del objeto” a examinar donde la transición entre cada una de sus determinaciones pasa por el desarrollo de las contradicciones inmanentes a cada forma en cuestión y, en consecuencia, no deja lugar a ningún tipo de vínculo exterior entre el desarrollo económico y la acción política. En segundo lugar, este abordaje contrapone el reconocimiento de la acción de los individuos como la portadora de la reproducción del capital. De este modo, se supera el dilema entre “economicisimo” y “voluntarismo” en cuanto la afirmación de la que la superación del capitalismo depende del desarrollo de la acumulación de capital lleva consigo la afirmación de que el capitalismo se supera a través de la acción revolucionaria de la clase obrera.


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