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El fantasma de la Gran Venezuela
Un estudio del mito del desarrollo y los dilemas
del petro-Estado en la Revolución Bolivariana
Caracas-Venezuela
El fantasma de la Gran Venezuela
Un estudio del mito del desarrollo y los dilemas
del petro-Estado en la Revolución Bolivariana
Emiliano Terán Mantovani
Colección Nuestra América
Fundación Celarg
Primera edición
El fantasma de la Gran Venezuela. Un estudio del mito del desarrollo
y los dilemas del petro-Estado en la Revolución Bolivariana
Edición al cuidado
Gabriel González
Corrección
César Russian, Francys Zambrano Yánez
Diseño de tripa
Raylú Rangel
Diseño de portada
Adolfo Dávila Jarque
Imagen de portada
Ricardo García
Impresión
Fundación Imprenta de la Cultura
© Emiliano Terán Mantovani, 2014
© Fundación Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, 2014
Depósito legal lf16320143011503
ISBN 978-980-399-055-8
Casa de Rómulo Gallegos
Av. Luis Roche, cruce con Tercera Transversal,
Altamira. Caracas 1062/ Venezuela
Teléfonos: (0212) 285-2990/ 285-2644
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Correo electrónico: publicaciones@celarg.gob.ve, publicacionescelarg@gmail.com
Impreso en la República Bolivariana de Venezuela Orinoco,
déjame en tus márgenes
de aquella hora sin hora:
déjame como entonces ir desnudo,
entrar en tus tinieblas bautismales.
Orinoco de agua escarlata,
déjame hundir las manos que regresan
a tu maternidad, a tu transcurso,
río de razas, patria de raíces,
tu ancho rumor, tu lámina salvaje
viene de donde vengo, de las pobres
y altivas soledades, de un secreto
como una sangre, de una silenciosa
madre de arcilla.
«Orinoco», Pablo Neruda
El mago se tragó el río, las piedras del borde,
los cabellos de la campana, los esqueletos de vacuno
y habló luego:
iluminadas mis andanzas
y esperanzador mi designio,
de esta copa de ejército
y en mi mano el agua y los alimentos.
Yo soy el mago ante quien las víboras tiemblan,
animales de humo pronto silbarán en los árboles de hierro
y a su peso se desplomará el viento
y su carne será retama.
Yo soy ustedes, el poderoso mago que no perdona.
«El mago» (fragmento), Argenis Daza Guevara
Agradecimientos
Este trabajo es, como toda producción de conocimiento, un producto
colectivo, que no sólo se alimenta de valores académicos, sino también
de valores afectivos y ecológicos, los cuales han sido constantemente
invisibilizados y/o marginalizados en nuestros imaginarios modernos.
Agradezco enormemente todas las contribuciones y apoyos,
especialmente a mi compañera Andreína Hermansson, a mi madre Marisa Mantovani, a Maura Pérez, Sergio Mantovani, Edgardo
Lander, Francisco Javier Velazco, Francisco Herrera, Douglas Marín,
Carlos Mendoza Pottelá, Dayaleth Alfonzo, Diego Griffon, Paulino
Núñez, Carlos San Vicente, Doralice Aya, Yader Ñáñez, Leonardo Bracamonte y al Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo
Gallegos (Celarg), Jesús García, Víctor Poleo, Nelson Hernández,
Marhylda Victoria Rivero, Liliane Blaser y a Cotrain, Lenin Cardozo,
Andrés Rojas Jiménez, Antulio Rosales y Giovanni Gómez Ysea.
Al mismo tiempo extiendo un agradecimiento a todas aquellas
personas que, de una u otra forma, directa o indirectamente, aunque
por omisión no hayan sido nombradas aquí, estuvieron involucradas con el proceso investigativo de este trabajo, en sus discusiones,
reflexiones, hipótesis y conclusiones, las cuales también conforman
un valioso aporte para el trabajo que en este volumen presentamos.
Por último, recalcamos que esta obra quiere ser un estímulo para que
aprendamos a agradecer a la Madre Tierra, a la Pachamama, como
nuestra propia expresión común de vida, sin la cual nada de lo que
pretendemos como humanos, por más sublime que sea nuestra aspiración, sería posible. A modo de presentación
Más allá del capitalismo, del desarrollo,
del rentismo petrolero, Edgardo Lander, El lector tiene en sus manos un texto que, para la coyuntura que vive
Venezuela, no es sólo importante, sino necesario. Constituye un llamado de atención urgente a la necesidad de abrir un debate nacional
sobre la Venezuela, sobre el mundo, que podemos construir, cuando
día a día, se están tomando decisiones, firmando acuerdos, realizando inversiones, definiendo políticas con relación a los grandes planes
de desarrollo de la Faja del Orinoco y del Arco Minero, que están estrechando severamente las perspectivas de otro futuro posible, más
allá del desarrollo, más allá del rentismo, más allá del extractivismo,
más allá del capitalismo.
Encontramos en este trabajo de Emiliano Terán Mantovani un recorrido, tanto histórico como teórico, sobre lo que ha sido el impacto
de la producción petrolera en el país, así como las severas amenazas
que desde el punto de vista ambiental, político y cultural representan
los actuales mega planes de expansión de la producción petrolera con
su inevitable consecuencia de consolidación del modelo petro-rentista. Las dimensiones políticas, geopolíticas, económicas, culturales
y ambientales no son abordadas como temáticas diferenciadas, sino
integradas en un análisis que, en consecuencia, termina siendo mucho más rico.
PRESENTACIÓN
Es particularmente valiosa la recuperación de los aportes de analistas de la Venezuela petrolera en diferentes momentos del siglo
pasado. Hay en estos autores una diversa y rica reflexión crítica, llamados de atención urgentes, diagnósticos y visiones prospectivas que
han resultado proféticas, sobre las consecuencias que había tenido y
seguiría teniendo el modelo petrolero rentista depredador para la sociedad venezolana. Sin embargo, la mayor parte del mundo político
e intelectual de esta sociedad embriagada de rentismo e imaginarios
de abundancia, respondió a estos textos con sistemáticos silencios y
olvidos.
En este texto, el autor no se limita a caracterizar y criticar al modelo petrolero-extractivista-rentista, sino que igualmente dedica el
último capítulo a asumir la responsabilidad de formular reflexiones
y aportes, de modo necesariamente tentativo, sobre lo que podrían
ser las características de la transición hacia una Venezuela post-petrolera. Con ello se establecen lazos con los vigorosos debates sobre
alternativas al desarrollo y otras formas de ser, conocer y estar en la
naturaleza que recorren muchos ámbitos del mundo popular, campesino e indígena a lo largo y ancho de América Latina.
El extractivismo en América Latina hoy
El extractivismo en sus muy diversas expresiones: explotación de hidrocarburos, minería en gran escala, monocultivos masivos como la
soya transgénica, las grandes represas hidroeléctricas (extractivistas
en el sentido de que implican la utilización masiva de agua y tierra para la producción de energía), constituyen hoy los asuntos más
conflictivos en toda América Latina. Esto es particularmente cierto
para los pueblos campesinos e indígenas, que están siendo desplazados de sus territorios por esta lógica agresiva de acumulación por
desposesión.
En las actuales re-configuraciones de la división internacional del
trabajo y la naturaleza, América Latina y África están siendo reafirmadas como proveedoras de bienes primarios con poco o ningún
procesamiento. Debido al extraordinario incremento en la demanda
y precio de los commodities impulsado principalmente por el acelerado crecimiento económico de China y de India, durante la última
década, la proporción de los bienes primarios en la composición de las exportaciones ha aumentado en prácticamente todos los países
del continente y se ha renovado vigorosamente la participación de
corporaciones transnacionales en el negocio extractivo.
[En México] El territorio nacional concesionado a empresas mineras para
la extracción de metales y minerales del subsuelo aumentó 53 por ciento en
cinco años y medio del gobierno del presidente Felipe Calderón, al pasar de
21 millones 248 mil hectáreas en 2007 a 32 millones 573 mil hectáreas hasta
junio de 2012, de acuerdo con estadísticas de la Secretaría de Economía
(González, 2012, 3 de septiembre, s.p.).
Durante los primeros diez años del gobierno del Partido Acción
Nacional (PAN), 26% de la superficie total del país fue otorgada en
concesiones a empresas mineras. Gran parte de estos territorios son
tierras municipales o comunales (cf. Enciso, 2011, 8 de agosto).
La asignación de los derechos de explotación minera en Perú creció 85% entre 2003 y 2008. En Colombia, la inversión extranjera en
los sectores extractivos, en particular la minería aumentó en casi
500% entre 2002 y 2009. La exploración minera en Argentina –un
país con poca tradición en dicha actividad– tuvo un aumento de casi
300% entre 2003 y 2008. Las exportaciones de minerales de Mercosur ampliado (Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay)
subieron de 20 mil millones de dólares en 2004 a 58 mil millones de
dólares en 2009 (cf. Seoane, Taddei y Algranati 2013).
La concentración de la producción y exportación de materias primas va más allá de la minería, la misma tendencia está presente en el
caso de la energía y las materias primas agrícolas.
En 2012 Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay plantaron 50
millones de hectáreas de soja transgénica, es decir, 500.000 km2
de un solo
monocultivo. Un área de 200.000 km2
más grande que Italia o 150.000 km2
más que Alemania. Un «desierto verde» del tamaño aproximado del estado
español (Ecoportal, 2013, 18 de septiembre, s.p.).
Lo más notorio de esta re-primarización de las economías latinoamericanas y de su inserción subordinada en la lógica global de
acumulación por desposesión es el hecho de que estas tendencias
operan por igual independientemente de la orientación política de sus
gobiernos, desde los más de izquierda a los más neoliberales. Incluso en Bolivia y en Ecuador, cuya población indígena logró que los nuevos textos constitucionales estuviesen atravesados por los ideales del
Suma Qamaña y el Suma Kawsay y que (en Ecuador), por primera vez en la historia, se estableciesen los derechos constitucionales
de la naturaleza; la actividad minero extractiva se ha acentuado durante los gobiernos de Evo Morales y Rafael Correa. Los impactos
socio-ambientales, en particular sobre los territorios de los pueblos
indígenas, han generado movimientos de resistencia popular más activos a dichos gobiernos.
Las luchas tanto locales como nacionales
por la preservación del Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro
Sécure (Tipnis) y contra la extracción de petróleo en el Yasuní se han
convertido en referencias emblemáticas de estos conflictos en todo el
continente.
Ambos gobiernos argumentan que, en sus proyectos de transformación, el extractivismo es sólo una primera fase que permitirá
responder a las demandas de la población y permitir la acumulación
de recursos que haga posible, en una fase posterior, superar el extractivismo. Es éste un debate de muchas aristas; sin embargo, esta
noción de etapas sucesivas del proceso de transformación parece ignorar un hecho que ha sido destacado por Fernando Coronil,
...la producción abarca la producción de mercancías y también la formación
de los agentes sociales involucrados en ese proceso y, por tanto, unifica en
un solo campo de análisis los órdenes material y cultural en el seno de los
cuales los seres humanos se forman a sí mismos al tiempo que construyen
su mundo (2013, p. 82).
Como resulta evidente de la experiencia venezolana, el extractivismo rentista no sólo produce petróleo: conforma un modelo de
organización de la sociedad, un tipo de Estado, un régimen político, unos patrones culturales y unos imaginarios colectivos. Éstos no
pueden ser simplemente revertidos cuando en una etapa posterior de
los procesos de cambio se decida que se ha llegado a las condiciones
económicas que permitirían abandonar el extractivismo.
A pesar de que los impactos del extractivismo pasado, presente
y futuro en términos ambientales, culturales y políticos son mucho
más severos en Venezuela que en los otros países mencionados, es
notoria la ausencia de este asunto como tema central en el debate político nacional. Se ha instalado en el país, desde hace muchas décadas, un sentido de inevitabilidad en el cual, aún en los casos en
que se reconocen los impactos más perversos del petróleo, tiende a
asumirse que no hay alternativas: hemos sido, somos y seguiremos
siendo un país petrolero.
Esto se expresa en la existencia de un gran consenso petrolero nacional, que quizás tuvo su expresión más nítida en los programas
de gobierno presentados por Hugo Chávez y Henrique Capriles Radonski para las elecciones presidenciales del año 2012. A pesar de
los profundos desacuerdos en todos los otros contenidos de dichos
programas, hubo una notable convergencia con relación al tema petrolero.
Ambos programas ofrecen duplicar la producción petrolera
para llevarla exactamente a la misma cifra, seis millones de barriles
diarios para el año 2019.
Como señala Emiliano Terán Mantovani en este libro, las confrontaciones políticas articuladas en torno al eje gobierno-oposición,
con todas sus diversas configuraciones, dejan fuera algunos de los
asuntos medulares que tendría que confrontar el país, si de lo que se
trata es de debatir opciones alternativas de sociedad.
Petróleo y extractivismo en el proyecto político
bolivariano
La mayor parte de los principales objetivos de transformación de
la sociedad que han sido formulados en el proyecto bolivariano, en
el texto constitucional, y en los documentos y propuestas políticas
hasta llegar al Plan de la Patria, no son realizables sobre la base de
la afirmación del modelo de la monoproducción petrolera. Sin una
transformación profunda de este patrón productivo, si no se abandona el imaginario del crecimiento sin fin, si no se reconocen los límites
del planeta y la profunda crisis civilizatoria que confronta la humanidad, si el cambio que se propone al país no tiene como eje medular
la transición hacia una sociedad post-petrolera, como condición de
la posibilidad misma de una sociedad post-capitalista, los objetivos
principales que han sido propuestos por el movimiento bolivariano
no tienen posibilidad alguna de realizarse.
Este proceso político está atravesado por profundas contradicciones, por un lado, entre sus principales objetivos declarados, y por el
otro, el reforzamiento sistemático de la lógica colonial del desarrollo y del rentismo petrolero. Objetivos tan centrales en las formulaciones
de este proyecto de transformación societal como lo son la democracia participativa y el Estado comunal; la soberanía nacional; la
soberanía alimentaria; la pluriculturalidad, y el reconocimiento de los derechos constitucionales de los pueblos indígenas; y el
quinto objetivo del Plan de la Patria, «contribuir con la preservación de la vida en el planeta y la salvación de la especie humana»
no sólo presentan tensiones, sino que son estructuralmente incompatibles con un petro-Estado, con una economía extractivista
depredadora cuyos ingresos están, además, altamente concentrados
en manos del Poder Ejecutivo.
La participación democrática de base y el autogobierno comunal
encuentran un límite estructural en el hecho de que, en esta economía petrolera, las comunidades carecen de un piso productivo
propio y dependen en una forma permanente de las transferencias
(“bajadas”) de recursos y líneas políticas desde el Ejecutivo y el partido de gobierno. Sin autonomía en relación tanto al Estado como al
mercado, no es posible la construcción de una genuina democracia
participativa. Por más organización y participación de base que se
promueva, no se puede hablar de democracia protagónica si las principales decisiones sobre el rumbo del país son tomadas en el vértice
de las estructuras políticas, burocráticas y técnicas altamente centralizadas que caracterizan al petro-Estado venezolano.
La experiencia internacional permite constatar que cuando la
economía de un país es altamente dependiente de una sola actividad
económica o de una sola corporación, sea esta pública o privada, ésta
termina por la vía de los hechos imponiendo límites a la democracia.
En los petro-Estados, las decisiones fundamentales sobre el futuro
de la sociedad terminan siendo tomadas en forma técnica, como imperativos tecnológicos o de mercado, al margen de la voluntad de la
mayoría de la población cuya opiniones se considera que tiene poco
que aportar al manejo de las complejidades del negocio petrolero.
Esto ha sido así incluso en el caso de lo que se suponía que era la
excepción entre los petro-Estados: Noruega. Cuando este país descubrió sus abundantes reservas petroleras ya contaba con una larga
tradición consolidada de socialdemocracia. En las primeras décadas
de la explotación petrolera en el país, y a partir de rigurosos estudios
y debates sobre las experiencias previas de otros petro-Estados, el sistema político logró establecer normas, criterios de inversión y controles estrictos para buscar garantizar que la explotación petrolera
no reprodujese la experiencia de la maldición de los recursos, y que
por el contrario, beneficiase a toda la sociedad sin socavar su sistema
político democrático.
Sin embargo, en la medida en que Statoil se fue
haciendo más poderosa, en un contexto global cada vez más neoliberal, sin dejar de ser una empresa pública, fue, paso a paso, liberándose
de los controles y regulaciones que el sistema político había logrado imponer en décadas anteriores, hasta terminar operando, en lo
fundamental, con la lógica de una corporación petrolera global que,
como todas, le da prioridad a la ganancia sobre todo otro interés político, social o ambiental (cf. Ryggvik 2010).
La búsqueda de niveles crecientes de autonomía nacional y regional en un mundo cada vez más interconectado y globalizado no es
compatible con una estructura económica monoproductora de uno
de los commodities más importantes del capitalismo global. Por esta vía, por el contrario, se produce una creciente articulación con la
lógica depredadora y militarizada de acumulación por desposesión
que caracteriza al neoliberalismo. Los hidrocarburos son la energía
que alimenta la maquinaria de devastación sistemática del capitalismo. Por otra parte, las escalas faraónicas de expansión previstas en
la producción petrolera de la Faja del Orinoco no serían posibles a
partir de los recursos financieros y las actuales capacidades tecnológicas de Pdvsa. Lograr estas metas sólo se alcanzarían por la vía de
un extraordinario endeudamiento externo, siempre condicionado (cf.
Gallagher, Irwin y Koleski 2013), y de la participación masiva de corporaciones transnacionales, sean éstas públicas o privadas, asiáticas
u occidentales. Es previsible que esto conduzca a flexibilizar algunas
de las normas del control nacional sobre este recurso y su industria.
El siglo xx venezolano y las experiencias de la mayor parte de los
otros petro-Estados del Sur global que han padecido la sobrevaluación histórica de sus monedas y la llamada enfermedad holandesa,
aportan suficiente evidencia como para poner en duda la posibilidad
del logro de la soberanía alimentaria sin alterar la lógica de la monoproducción petrolera. Los inmensos montos que se han invertido en
el impulso de la producción agrícola y pecuaria en estos años no han
disminuido ni la dependencia en las importaciones de alimentos ni
su escasez. La economía de puertos es un componente estructural de
este modelo productivo.
La Constitución del año 1999 define entre sus «fines supremos»
el logro de una «sociedad democrática, participativa y protagónica,
multiétnica y pluricultural». Esto está reforzado por el Capítulo viii
de dicha Constitución referido a los derechos de los pueblos indígenas, que representa un extraordinario avance jurídico, a tono con
las aspiraciones y plataformas de luchas de dichos pueblos en todo
el continente. El más importante de todos estos derechos es el referido a la demarcación territorial, ya que los demás están definidos
en forma altamente dependiente de la existencia de “hábitats” indígenas reconocidos y demarcados. Sin embargo, a pesar del plazo de
dos años establecido en la Constitución de 1999, prácticamente no
ha habido ninguna demarcación territorial efectiva, entendida ésta
como el reconocimiento de territorios a pueblos indígenas, no como la entrega de haciendas a comunidades. Esto puede atribuirse a
la falta de voluntad política del gobierno, al veto del estamento militar, que ve en la demarcación una amenaza a la unidad del territorio
nacional soberano y a los intereses materiales directos de sus integrantes (negocios de oro, ganadería), y al poder que siguen teniendo
los “terceros”, como los ganaderos, que han ido ocupando los territorios ancestrales de los pueblos indígenas. Hay, sin embargo, una
razón aun más fundamental. Ésta tiene que ver con la incompatibilidad entre la demarcación territorial (reconocimiento efectivo de
los derechos indígenas garantizados tanto por la Constitución como
por los acuerdos internacionales con los cuales se ha comprometido
el país)1
, y la lógica del desarrollo extractivista. El reconocimiento
1 De acuerdo al artículo 119 de la Constitución: «El Estado reconocerá la
existencia de los pueblos y comunidades indígenas, su organización social,
política y económica, sus culturas, usos y costumbres, idiomas y religiones,
así como su hábitat y derechos originarios sobre las tierras que ancestral y
tradicionalmente ocupan y que son necesarias para desarrollar y garantizar
sus formas de vida. Corresponderá al Ejecutivo Nacional, con la participación de los pueblos indígenas, demarcar y garantizar el derecho a la propiedad colectiva de sus tierras, las cuales serán inalienables, imprescriptibles,
inembargables e intransferibles de acuerdo con lo establecido en esta Constitución y en la ley» (1999, art. 119, s. p.).
De acuerdo al Convenio N° 169 sobre pueblos indígenas y tribales de pueblos
independientes de la Organización Internacional del Trabajo: «Los pueblos
interesados deberán tener el derecho de decidir sus propias prioridades
en lo que atañe al proceso de desarrollo, en la medida en que éste afecte a sus vidas, creencias, instituciones y bienestar espiritual y a las tierras
que ocupan o utilizan de alguna manera, y de controlar, en la medida de
lo posible, su propio desarrollo económico, social y cultural. Además, di- ...//...
efectivo de los derechos territoriales de los pueblos indígenas implicaría un severo freno para los planes extractivistas que impulsa
el Estado venezolano. Los mega planes de desarrollo tanto de la Faja y el Delta del Orinoco como del arco minero y la explotación de
carbón, ocurren en una importante proporción en territorios ancestralmente ocupados por pueblos indígenas. Estos planes tendrán
como consecuencia inexorable el aceleramiento del avance extractivista sobre estos territorios. Ante esta contradicción, la opción por la
cual ha optado el gobierno parece estar clara.
De todos los severos problemas ambientales globales que hoy se
confrontan (pérdida de diversidad genética, contaminación de aguas
y tierras fértiles, deforestación, sobrepesca, etc.), ninguno representa a
corto y mediano plazo una amenaza mayor para la vida en el planeta
que el cambio climático que, a su vez, es un factor contribuyente fundamental para cada uno de los otros problemas señalados. Hay hoy un
consenso generalizado, más allá de toda duda razonable, que el calentamiento global que ha venido experimentando el planeta en las últimas
décadas tiene como causa fundamental la emanación de gases de efecto
invernadero, debido principalmente a la quema de combustibles fósiles.
Las voces disonantes provienen principalmente de fundamentalistas de
mercado que ven en toda regulación una amenaza a su libertad, y los
llamados científicos escépticos, muchos de ellos asalariados de la industria energética. Existe igualmente un amplio consenso en que si la
temperatura promedio de la superficie terrestre se eleva más de dos grados centígrados sobre el promedio existente para el inicio de la era de
los combustibles fósiles –aproximadamente 1750–, se podrían producir
eventos climáticos catastróficos e irreversibles con severas consecuencias para la vida en el planeta. Son muchas las formas en las cuales se
han expresado los límites de la capacidad de carga del planeta. Una de
ellas, de uso cada vez más generalizado, es la noción de presupuesto
chos pueblos deberán participar en la formulación, aplicación y evaluación
de los planes y programas de desarrollo nacional y regional susceptibles de
afectarles directamente». (2007, art. 7, p. 23). «Deberá reconocerse a los
pueblos interesados el derecho de propiedad y de posesión sobre las tierras
que tradicionalmente ocupan. Además, en los casos apropiados, deberán
tomarse medidas para salvaguardar el derecho de los pueblos interesados a
utilizar tierras que no estén exclusivamente ocupadas por ellos, pero a las
que hayan tenido tradicionalmente acceso para sus actividades tradicionales
y de subsistencia» (ibíd., art. 14, pp. 28-29).
...//...de carbono. De acuerdo a los cálculos del Quinto Informe del Panel
Intergubernamental de Cambio Climático, del presupuesto total de
emisiones de carbono que podía utilizar la humanidad para que la
temperatura media del planeta no superase esos dos grados centígrados, ya ha sido utilizado –en estos 250 años– más de 50%. Las
proyecciones realizadas sobre la base de las tendencias actuales permiten estimar que el resto de este presupuesto total será utilizado en
las próximas tres décadas. Esto significa que, si se quieren evitar las
transformaciones climáticas catastróficas previstas, se tendría que
producir una inmediata y radical reducción de las emisiones de gases
de efecto invernadero. De lo contrario, la única forma de evitar las
anunciadas catástrofes climáticas sería reduciendo a cero la quema
de combustibles a partir de la década de los cuarenta. Esto obligaría
a dejar bajo tierra la gran mayoría de las masivas reservas de hidrocarburos que han sido identificadas por la industria petrolera global.
Dada la magnitud de las inversiones en cuestión, es previsible que
tanto las transnacionales energéticas como los petro-Estados hagan
todo lo posible por continuar esta actividad, independientemente de
sus consecuencias.
A pesar de estas alarmantes proyecciones, como ha señalado Michael Klare, no estamos en la actualidad en una fase de transición
hacia una época post-petrolera, sino por el contrario en la transición hacia la época de combustibles fósiles no-convencionales, esto
es: sucios, caros y ambientalmente cada vez más contaminantes y
riesgosos. Los elevados precios de los combustibles, el incremento de
la demanda y extraordinarias innovaciones tecnológicas han hecho
posible la explotación de reservas de combustibles que hasta hace
muy pocos años no parecían posibles: petróleos extrapesados como los de la Faja del Orinoco; las arenas bituminosas de Alberta; los
depósitos bajo el océano dentro del círculo ártico; depósitos a grandes profundidades bajo el mar como el depósito de pre-sal en Brasil;
depósitos en la Amazonía, a pesar de los reconocidos y extraordinariamente severos impactos socio-ambientales; y la explotación de
gas y de petróleo mediante las tecnologías de fractura hidráulica. La
2 El presupuesto de carbono se refiere a la totalidad del carbono que se podía
emitir con un cierto grado de seguridad de que el nivel de saturación de
todos los principales mecanismos de retención de dichos gases (atmósfera, mares, bosques) no implicase la elevación de la temperatura terrestre
promedio a más de un determinado nivel. (Global Carbon Project 2013,
noviembre, s.p.).
industria petrolera continúa operando como si todo el debate climático
fuese irrelevante.
Como se ha argumentado desde diversas organizaciones y movimientos populares, el objetivo de «Consolidar el papel de Venezuela
como potencia energética mundial» previsto en el Plan de la Patria
mediante la duplicación para el año 2019 del volumen de producción
petrolera del país es simplemente incompatible con el quinto objetivo
formulado en dicho documento: «Contribuir con la preservación de
la vida en el planeta y la salvación de la especie humana». Implica, por
el contrario, una significativa contribución directa a su destrucción.
Para el Estado venezolano, contribuir a salvar el planeta, implicaría igualmente salvar el territorio nacional de la lógica despiadada del
extractivismo. Las dimensiones de los proyectos de explotación de
la Faja y el establecimiento de grandes plantas de «mejoramiento de
crudos» en las riberas del Orinoco, en condiciones en las que la protección ambiental ha venido ocupando una prioridad tan secundaria
en las políticas públicas, permite suponer que el Orinoco y su delta
pasarán a ser, como lo ha sido el Lago de Maracaibo, un «daño colateral» de la Venezuela potencia energética.
El objetivo en el cual el gobierno bolivariano ha tenido más éxito
es en la reducción de la pobreza, la exclusión y la desigualdad. Se trata,
sin embargo, de un logro que no está garantizado en el tiempo, ya que
tiene como sustento la transferencia de recursos de la renta petrolera
a los sectores menos favorecidos de la sociedad. No es el resultado de
una transformación en la estructura del proceso productivo. Está plenamente justificado que la distribución de la renta dejase de hacerse
prioritariamente hacia los sectores privilegiados como ocurría antes.
Sin embargo, se trata de un proceso que tiene pies de barro, porque
está basado en una producción petrolera en continua expansión y sobre el supuesto de que los precios del petróleo van a incrementarse o
por lo menos se van a mantener en torno a los niveles actuales. Dadas
las incertidumbres del mercado energético, y las inevitables presiones
que exigirán una reducción del consumo global de hidrocarburos,
ésta no parece ser una apuesta razonable. La transición hacia una sociedad post-petrolera
En el siglo xxi los retos de ir más allá del capitalismo no pueden separarse de la exigencia, igualmente crucial, de desprenderse de los
modos de producción, distribución y consumo y de las modalidades
hegemónicas de producción de conocimiento de este orden social.
Esto pasa necesariamente, entre otras cosas, por el establecimiento
de las diversas formas de relacionarse los seres humanos con el resto
de la naturaleza y la creación de otros patrones energéticos. El surgimiento y primacía global del capitalismo industrial se sustentó en
el acceso a combustibles fósiles baratos y ampliamente accesibles.
En
dos siglos y medio, el capitalismo industrial logró transformar esos
inmensos depósitos –creados a lo largo de millones de años– en la
energía que hizo posible tanto el espectacular crecimiento económico de este periodo, como la acelerada destrucción de las condiciones
que hacen posible la vida en este planeta. Este patrón energético no es
un componente secundario, sino una dimensión constitutiva esencial de la forma como se desplegó históricamente este régimen de
producción y de vida.
Nadie pretende que el paso a una sociedad post-petrolera signifique que de un día a otro se puedan cerrar todos los pozos petroleros.
Sin embargo, es necesario dar pasos y formular las direccionalidades
de esta indispensable transición en forma urgente. Este imperativo está ausente en las políticas públicas de prácticamente todos los
gobiernos del mundo, que siguen dándole prioridad al crecimiento
económico sobre las exigencias de la preservación de la vida. De la
misma manera, las políticas del Estado venezolano no sólo no contemplan la necesidad de esta transición, sino que por el contrario
están comprometiendo el futuro del país a largo plazo en una dirección opuesta.
Concluyo insistiendo en que este libro constituye un nuevo llamado de alerta y una valiosa contribución a los debates sobre los retos
que nos presenta dicha transición. Mirando al futuro, no hay asunto
más inaplazable en Venezuela.
Caracas, enero 2014.
25
Prólogo
Si desde la cosmovisión maya y la cultura campesina de México y
Guatemala se desprende el «somos gente de maíz», mostrando el
vínculo identitario, geográfico y cultural de buena parte de las poblaciones centroamericanas con esta planta sagrada, nos preguntamos:
¿será que los venezolanos «somos gente de petróleo»?
Lo cierto es que, hasta nuestros días, nuestro imaginario nacional
está determinado por mitos, narrativas e imágenes profundamente
atravesados y significados por el petróleo y el “progreso”, elementos
fundamentales en la construcción social del valor en nuestro país.
Cuentos y promesas, riquezas y pobrezas, fantasías y realidades. «Venezuela es todo petróleo», afirmaba Juan Pablo Pérez Alfonzo; y el
petróleo sería el tren que nos llevaría por el camino de la modernidad, para culminar el proyecto emancipatorio inconcluso de Bolívar.
Así nos han dicho.
Este trabajo nace de las entrañas de esta sociedad rentista; de
su crisis y reformulación en la Revolución Bolivariana, un proceso
en una encrucijada que, además, ya no contará con la determinante presencia física del presidente Hugo Chávez; de los límites de la
naturaleza y el problema del cambio climático; de la globalización
neoliberal y de un mundo convulsionado en sus calles, en sus ideas,
en sus estructuras. En las siguientes páginas trataremos de mostrar
la compleja y problemática dinámica de la Revolución Bolivariana,
haciendo evidente cómo el paradigma colonial del desarrollo atraviesa todo el campo de pugnas, tensiones y contradicciones en el cual
se desenvuelven pulsiones emancipatorias, deseos de transformación
radical y fuerzas conservadoras, excluyentes y reaccionarias, que buscan mantener el esquema de soberanía y de dominio de la naturaleza
que determina el petro-Estado desarrollista venezolano.
Sin embargo, lo que aquí presentamos es una mirada profunda de la Revolución Bolivariana, un análisis y deconstrucción histórico-geográfico, haciendo visibles los rasgos fundamentales de
una discursividad y práctica política inscrita en el patrón de poder
moderno/colonial propio del sistema-mundo capitalista. Se trata de
ampliar el espectro espacio-temporal del problema del desarrollo, recreando el anclaje histórico de los procesos y las palabras, así como
sus articulaciones geográficas, para mostrar cómo opera sistémicamente un concepto que ha sido constantemente adjudicado a una
temporalidad futura y a un problema de “soberanía nacional”. De
esta forma, el trabajo esboza un mapa a partir de la geografía política del desarrollo, en el marco de la crisis civilizatoria, y la historia
decolonial del desarrollo en Venezuela, para luego ubicar en dicha
cartografía los procesos sociopolíticos, económicos y culturales propios de la Revolución Bolivariana hasta la fecha, problematizando a la
vez nuestro futuro, orientado hacia la continua búsqueda de un nuevo Dorado, la Faja Petrolífera del Orinoco.
Creemos que los debates y planteamientos expresados aquí son
de suma importancia, debido a que en Venezuela, a pesar de que se
han abierto nuevos temas en la discusión política y que éstos llegan
a un mayor número de personas, existen algunas ideas, imágenes y/o
planteamientos que parecen haber sido expulsados del universo simbólico del discurso político nacional o que se muestran como tabúes
para la sociedad venezolana.
El debate sobre petróleo y progreso (o desarrollo) se ha paseado, al
menos desde la etapa posgomecista hasta la actualidad (1936+), entre planteamientos sobre cómo conseguir un mejor desarrollo, cómo
mejorar la industria de extracción petrolera para lograr este objetivo y, en el mejor de los casos, cómo traducir la extracción petrolera
en un desarrollo agrícola e industrial que haga de la economía venezolana, una economía productiva, más “desarrollada”. Lo que ha
estado ausente, o en todo caso bastante marginal, ha sido un cuestionamiento radical al concepto mismo de desarrollo, así como una
desconexión del propio modelo del capitalismo rentístico, siendo que
los problemas derivados de estos esquemas y cosmovisiones más
bien se han magnificado en la actualidad. Esto hace que los debates
propuestos aquí tengan una altísima pertinencia y que necesiten un
mayor impulso y difusión, de manera que se incorporen en nuestros
imaginarios políticos y sociales, para así trascender este muy contraproducente modelo de sociedad. Las condiciones empobrecedoras
del debate producto de la polarización política, la gravedad de la crisis ambiental global y los peligros del neoliberalismo para los pueblos de
América Latina, le dan aún mayor importancia a la apertura de estas
fundamentales discusiones.
Nuestra investigación ha partido de un enfoque transdisciplinario,
en términos de tratar de conectar áreas y disciplinas que generalmente tienden a segmentarse en los análisis tradicionales. Se trata de
un libro concebido como una red, que intenta vislumbrar las intersecciones entre las transversalidades histórico-geográficas expuestas
al inicio del trabajo, con la dinámica actual y futura de la Revolución Bolivariana.
Hemos recurrido a una diversidad de fuentes,
documentos oficiales, documentos históricos, entrevistas, estudios
académicos, científicos e institucionales, investigación historiográfica, cartografías y mapas, trabajo hemerográfico, pronunciamientos y
notas de prensa, estadísticas oficiales, para poder construir este análisis integral de tipo diacrónico y sincrónico. La idea era elaborar el
estudio por medio de la intertextualidad que existe entre las diversas
capas de discursividad y de producción y reproducción de la realidad
social, y poder dar cuenta de las especificidades del desarrollo en Venezuela, sin obviar su carácter profundamente histórico, colonial y
civilizatorio; su condición primordialmente sistémica y sus raigambres estructurales latentes en la dinámica política corriente.
De esta manera, el trabajo consta de cinco capítulos. Un primer
capítulo en el cual se analiza y describe la dinámica de la geografía
política del desarrollo, construyendo los vínculos de la llamada “acumulación por desposesión”, con la cosmovisión moderna del dominio
humano sobre la naturaleza y su proyección en el extractivismo, los
cuales se inscriben en el proceso histórico de la crisis civilizatoria
del sistema-mundo capitalista. Desde la geopolítica del desarrollo se
tratará de explicar los vínculos entre el patrón energético basado en
combustibles fósiles, el neoliberalismo y la crisis sistémica, de manera tal de comprender los complejos panoramas que se expresan
en Venezuela y América Latina, y la forma como estos vectores sistémicos atraviesan la realidad regional y nacional del desarrollo y el
modelo rentista petrolero.
El capítulo 2 consta de una investigación historiográfica del desarrollo en Venezuela desde una perspectiva decolonial. El objetivo es
evidenciar cómo este concepto representa un correlato contemporáneo de la misión civilizatoria de la modernidad colonial, y cómo este
patrón de poder es constitutivo del proyecto de la nación venezolana. Hemos establecido una periodificación que va desde 1492 hasta 1999,
en la cual se caracterizan los procesos históricos que van conformando la especificidad de la construcción del discurso, de la soberanía
y control del espacio/naturaleza, prefigurando a Venezuela en la
dinámica sistémica del “progreso” de las naciones.
En este análisis
mostramos los procesos en los cuales surgen nuestros mitos fundacionales, nuestro esquema de poder específico y la conformación
del petro-Estado, la aparición de la idea de “sembrar el petróleo”, la
trilogía desarrollista petróleo-Estado-pueblo, la práctica política del
populismo, así como las diversas formas en las cuales el desarrollo
operaba en el marco de la naciente globalización, hasta la llegada de
la Revolución Bolivariana en 1999.
El siguiente capítulo da continuidad al análisis histórico-geográfico, pero ahora centrado en la sincronicidad de la Revolución
Bolivariana. Se intenta mostrar las bases fundacionales de este nuevo proceso histórico nacional y la forma como se insertan nuevas
modalidades al tiempo que se recurre a los viejos esquemas del petroEstado desarrollista. La idea es problematizar las profundas tensiones
y contradicciones que se dan en este período histórico, mostrando
los dilemas del neoextractivismo en un mundo en crisis, así como la
forma en la cual el desarrollo se resignifica, opera y determina los diferentes ámbitos de la vida social y la geografía nacional.
El cuarto capítulo intenta visibilizar los peligros futuros de la
búsqueda de nuestro nuevo Dorado, la megaexplotación de la Faja
Petrolífera del Orinoco, la cual representa el bastión del desarrollo
en la discursividad de la alta política oficial nacional. Trataremos de
dar cuenta de las características de los proyectos y el territorio de la
faja del Orinoco, resaltando en particular las amenazas a la naturaleza y los bienes comunes que supone un tipo de explotación como la
de esta zona petrolífera; a la vez que expondremos los rasgos visibles
del nuevo imperialismo en estos planes de desarrollo, y los peligros
de apertura a procesos de acumulación por desposesión por la vía del
endeudamiento.
Por último, presentamos un análisis y caracterización de las alternativas al desarrollo y las posibilidades de establecer las vías hacia
una biocivilización pospetrolera, poscapitalista y con soberanía territorial. Con esto intentamos, modestamente, mostrar una serie de
horizontes alternativos al modelo desarrollista y extractivista imperante en el sistema-mundo, los cuales aunque no representan una hegemonía cultural global, son proyectos, prácticas y cotidianidades de numerosos grupos en todo el planeta. A partir de los análisis
delineados previamente y de una serie de experiencias recogidas en
diversos espacios de comunicación se proponen estrategias políticoontológicas y territoriales que toquen todos los ámbitos posibles de
acción, de manera de activar procesos simultáneos de transición
de corto, mediano y largo plazo. Se trata de evitar plantear estrategias
muy globalistas, pero que tampoco sean muy localistas, mostrando
no sólo las dificultades sino las posibilidades que están contenidas
en el sustento constituyente de la Revolución Bolivariana: el poder
popular.
Dados los constantes desafíos de un mundo aceleradamente
cambiante, este trabajo constituye un primer paso para ampliar la
construcción simultánea de crítica y de alternativas al desarrollo, con
el fin de poder materializar el inicio de un verdadero proceso de cambio y transición de modelo en Venezuela y Latinoamérica.
31
Capítulo 1
La geopolítica del desarrollo:
crisis sistémica, neoliberalismo
y límites del planeta
...el período de post-guerra ha terminado.
Mensaje al Congreso del presidente Richard Nixon
el 18 de febrero de 1970
Si la modernidad es un proceso que se caracteriza por la incesante, obsesiva e irreversible transformación de un mundo fragmentado en
entidades separadas entre sí, entonces los efectos de la producción y el
consumo de petróleo reflejan el espíritu de la modernidad.
Fernando Coronil
Crisis civilizatoria en el moderno sistema-mundo
capitalista: neoliberalismo, acumulación
por desposesión y multipolaridad
La globalización, más que un fenómeno reciente, es un proceso histórico inscrito en la formación del moderno sistema-mundo capitalista
colonial. El carácter inherentemente expansivo del capital se basa
en la necesidad de éste de reproducirse geométricamente, motorizada por la construcción de una desigualdad ontológica –la división
racial del trabajo (cf. Quijano, en Lander [comp.] 2000) y la escisión dominio “hombre”/naturaleza– que fundamenta una desigualdad
geográfica, la división internacional del trabajo. De ahí que el capitalismo histórico ha ido incorporando paulatinamente nuevos espacios,
nuevas fuerzas de trabajo, nuevas naturalezas y nuevas identidades
CAPÍTULO 1. LA GEOPOLÍTICA DEL DESARROLLO: CRISIS SISTÉMICA…
subalternas a este patrón de poder colonial, patriarcal, antropocéntrico y eurocentrado, pasando del circuito comercial del Atlántico
como núcleo fundacional de la economía-mundo en el siglo xvi, a
un mundo profundamente integrado, sincronizado e interconectado
como totalidad sistémica globalizada, tal y como se caracteriza el sistema capitalista en la actualidad.
Una vez constituido el proceso histórico de lo que Marx llamó la
«acumulación primitiva», y hegemonizado el capital como relación
social y esquema de producción en el moderno sistema-mundo sobre las otras formas de trabajo/cultura, la reproducción económica
provocaba crecientes fases de sobreacumulación y afectaciones del
circuito del capital –básicamente de la tasa de ganancia capitalista–, lo cual dictaba la necesidad de soluciones que ineludiblemente
trascendieran el territorio afectado por la crisis, lo que David Harvey
denomina ajustes espacio-temporales (cf. 2007a), logrados a partir de
la alteridad no-Occidental –mano de obra no-blanca barata y naturalezas no racionalizadas ni administradas, básicamente halladas en
zonas periféricas–, que permitieron la expansión de los procesos de
“modernización” a escala mundial, con toda la carga que éstos tienen
en la reproducción de la colonialidad del poder1
.
De esta manera, este proceso expansivo del capital ha establecido
las condiciones históricas para la constitución de un mundo globalizado –la mundialización–, para el surgimiento de un proyecto de
restauración del poder de los grandes núcleos del capital global –el
neoliberalismo–, y para la desestructuración de los mecanismos que
hacían posible los ajustes espacio-temporales de capital, junto a sus
límites físico-geográficos –la crisis civilizatoria.
Desde el Nuevo Orden Mundial de la segunda posguerra, los procesos de transnacionalización del sistema-mundo apuntan hacia la
completación geográfica de la modernización colonial del espacio como proceso histórico; la mundialización es pues una fase “más pura”
1 Ob. cit. En la contradicción campo-ciudad se genera una subordinación del
primero respecto a la segunda, no sólo referido a la centralidad del poder
del capital alojado en la ciudad, sino a las identidades asimétricamente relacionadas. De ahí que la expansión capitalista siempre se orienta hacia la
mano de obra e insumos baratos que se hallan en el campo (como espacio
rural periférico o no-modernizado), o en lugares periféricamente modernizados donde los trabajadores están mal organizados (o no están organizados) y las condiciones políticas son dependientes de los poderes del capital
de los centros de acumulación del sistema. ...//...
y totalizante del capitalismo, que Ernest Mandel denominaría capitalismo tardío (cf. 1979) y que Fredric Jameson define como
…la forma más pura de capital que jamás haya existido, una prodigiosa
expansión del capital por zonas que hasta ahora no se habían mercantilizado. Así, el capitalismo más puro de nuestros días elimina los enclaves de
la organización precapitalista que hasta ahora había tolerado y explotado
de modo tributario. Siento la tentación de relacionar esto con la penetración y colonización, históricamente nueva y original, de la Naturaleza y
el Inconsciente: esto es, la destrucción de la agricultura precapitalista del
Tercer Mundo por la Revolución Verde, y el auge de los media y la industria publicitaria (2005, enero, pp. 18-19).
Esta reestructuración del capitalismo histórico, con profundas repercusiones en la producción cultural y la producción de “realidad”
y de subjetividad, ha dado lugar a lo que Immanuel Wallerstein denomina la desruralización del mundo, que supone un extraordinario
avance en la conversión de zonas rurales a zonas “modernizadas”, lo
que implica un agotamiento de las zonas de bajo costo que afecta
cada vez más la tasa de ganancia capitalista o en su defecto a la propia reproducción del circuito del capital; básicamente al proceso de
acumulación (cf. Wallerstein 1995). La Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), proyecta que para el año
2050 casi 70% de la población mundial será urbana (2012, p. 1), dato
que expresa la progresiva desestructuración de la desigualdad geográfica orgánica, factor constitutivo del capitalismo mundial, sin el
cual el mismo no puede mantener su proceso reproductivo2
.
Estos límites estructurales, junto con aquellos límites materiales que evidencian un desequilibrio entre los niveles de demanda de
2 Sobre esto, Wallerstein nos dice que: «…a fin de resolver las dificultades recurrentes de los estancamientos cíclicos, los capitalistas fomentan cada vez
una desruralización parcial del mundo. Pero, ¿y si no hay más poblaciones
a desruralizar? Hoy nos acercamos a esta situación. Las poblaciones rurales, todavía hace no mucho fuertes en la propia Europa, han desaparecido
enteramente de muchas regiones del mundo y disminuyen en todas partes.
Probablemente, son menos de 50% mundialmente hoy y dentro de 25 años
la cifra va ser menos de 25%. La consecuencia es clara. No habrá nuevas poblaciones de bajo pago para compensar los salarios más elevados de los sectores proletarizados anteriormente. En efecto, el coste de trabajo aumentará mundialmente, sin que los capitalistas puedan evitarlo» (ob. cit., s. p.).
...//... “naturaleza” por parte del mercado capitalista mundial, y la capacidad que tiene ésta para regenerarse, son factores determinantes de la
actual crisis sistémica, una crisis de orden civilizatorio, que se expresa multifactorialmente por medio de la crisis económico-financiera,
la crisis ambiental, la crisis alimentaria, la crisis energética y la crisis
paradigmática, que en conjunto evidencian el progresivo agotamiento de las propias capacidades de sostenibilidad y legitimidad de este
patrón moderno-colonial, apuntando hacia una situación creciente
de caos sistémico-social, muy sensible a efectos dominó, dados los
estrechos niveles de concatenación de los factores que hacen parte
del sistema-mundo.
La confluencia multifactorial de los fenómenos biosociales de la
crisis civilizatoria se evidencian tanto en el creciente malestar de
la ciudadanía global, como en las cada vez más críticas condiciones
naturales que hacen posible la vida en el planeta. La brecha de desigualdad social ha crecido en los últimos años de esta crisis global, con
sus respectivas consecuencias sociales y políticas: según un reporte
del grupo financiero Credit Suisse, «…un total de 3.051 millones de
adultos, que representan 67,6% de la población adulta global, es dueña
de sólo 3,3% de la riqueza global. En contraste con esto, el 10% más
rico es dueño de 84% de la riqueza global, el 1% más rico posee 44%
de la riqueza global», y el 0,5% más rico es dueño de 38,5% de dicha
riqueza (En Lander [comp.] 2012, enero, p. 5). Los problemas de acceso al alimento, al agua potable, a una vivienda y educación digna,
a servicios públicos acordes, así como a la posibilidad de vivir en un
ambiente sano, no violento y no contaminado, van también de la mano con la intensificación de los efectos de la expansión capitalista en
la globalización.
Los mecanismos de gestión de esta crisis por parte de los sectores
hegemónicos globales, en la cual están sintetizadas tanto una crisis
estructural como una coyuntural del capitalismo, están inscritos en
el proyecto geopolítico del neoliberalismo. La crisis mundial surgida
desde los años setenta con el inicio de un ciclo contractivo determinado primordialmente por el déficit estadounidense y el comienzo
del declive del valor del dólar, la crisis del petróleo de 1973-1974, las
luchas sociales globales de finales de los años sesenta contra el esquema disciplinario y neocolonial del capital, junto con el resurgimiento
económico de Europa (principalmente Alemania) y Japón –como
serias competencias a la producción estadounidense–, crearon las condiciones materiales para la emergencia y auge tanto de las ideas
neoliberales, como de una serie de reformas, soluciones y ajustes en
pro de derribar los obstáculos que impedían la acumulación de capital, bases del modelo de apertura de la globalización.
El esquema de reproducción del capitalismo ha sido presentado
tradicionalmente por la economía, la teoría social y la historiografía
hegemónica como un proceso administrativo y racional, básicamente matematizable. Marx enmarcaba este proceso, aunque desde una
perspectiva diferente –la economía política–, en lo que llamó la «reproducción ampliada de capital», el modelo básico que expone como
el capitalista, considerado aisladamente, convierte la plusvalía en
dinero para su posterior reinversión, reproducción y crecimiento exponencial (Marx 1967, pp. 265-299).
Sin embargo, la historia del capitalismo y de su proceso expansivo
evidencian que los rasgos de lo que Marx describía como acumulación primitiva –como proceso originario de la hegemonía mundial
capitalista–, tales como el despojo, el saqueo, la rapiña y la violencia, no sólo son factores fundacionales del capitalismo histórico, sino
que funcionan como mecanismos permanentes del proceso de acumulación de capital. Esto supone que los ajustes a cada crisis de la
reproducción capitalista, junto con las tendencias expansivas del capital, desde el período de conquista y colonización de América hasta
la actualidad, se inscriben en una lógica binómica: al igual que la
luna, el capitalismo presenta un lado iluminado y visible que oculta su lado oscuro. No es posible comprender el funcionamiento del
capitalismo sin reconocer que al entrar en crisis el proceso de acumulación por reproducción ampliada, el capital requiere aminorar
costos de producción abriendo nuevos espacios y geografías e incorporando nuevos sujetos subalternos en el marco de la colonialidad
del poder: esto se hace por medio de la violencia, la destrucción o
subsunción de formas de organización social o culturas locales, el establecimiento de esquemas de trabajo servil o esclavo, el despojo de
geografías a sus pobladores anteriores, o mediante diversas formas
de saqueo y fraudes. Estos dispositivos del “lado oscuro de la modernidad” son constitutivos de su reproducción, lo que David Harvey
ha llamado la acumulación por desposesión3
(2007a, pp. 111-140). La
3 Harvey abandona el término «acumulación originaria» o «primitiva» y lo
sustituye por acumulación por desposesión.
...//…
reproducción ampliada y la acumulación por desposesión se conjugan orgánicamente para la supervivencia del capitalismo histórico.
De ahí el carácter colonial del capital.
En el neoliberalismo, proyecto geopolítico de la mundialización, la
acumulación por desposesión se hegemoniza como forma de reproducción capitalista. El modelo de la posguerra de fuerte intervención
estatal en sus diversas modalidades sistémicas –los welfare states, los
modelos socialistas, los Estados desarrollistas–, al entrar en crisis, se
hace disfuncional al proceso de acumulación de capital. De ahí que
se inicie un giro neoliberal con Margaret Thatcher (1979) y Ronald
Reagan (1980), quienes impulsarán el desmantelamiento de buena
parte de las reivindicaciones sociales logradas a través de años de luchas de las clases trabajadoras. Básicamente el neoliberalismo busca
derribar barreras para la acumulación de capital, atacando a sindicatos, privatizando empresas públicas, retirando subsidios de asistencia
social y recortando presupuestos estatales, desregulando las actividades económicas, atacando formas de solidaridad social en beneficio
de la competencia individualista, reduciendo los impuestos de los ricos y aumentando los de los pobres y, de manera resaltante, abriendo
los caminos a la afluencia de capitales foráneos.
Los profundos cambios cualitativos y cuantitativos que ha sufrido el sistema-mundo contemporáneo evidencian que la ejecución
histórica de los mecanismos de acumulación por desposesión se
han diversificado y sofisticado, pasando de formas de dominación
y explotación más directas, mecánicas y lineales, a otras de gran
complejidad que conjugan formas tradicionales con elementos de
carácter desterritorializado, reticular y flexible.
En la actualidad, los
tres mecanismos principales de la acumulación por desposesión son
la privatización –básicamente, la desposesión–, el capital financiero y
el esquema geopolítico de control, en el marco de la «guerra contra el
terrorismo» inaugurada el 11 de septiembre de 2001, con el atentado
que produjese la caída de las Torres Gemelas del World Trade Center
en Nueva York.
Desde los terribles y violentos procesos de despojo de tierras que
se produjeron en la acumulación originaria tanto en la Europa mercantilista como en la América colonizada y saqueada, hasta la cadena
de privatizaciones mundiales impulsadas primordialmente desde los
años ochenta del siglo xx, no sólo de sectores e instituciones públicos, sino de la propia naturaleza –que en nombre de la crisis ambiental
global se intenta mercantilizar como nunca antes–, la lógica sistémica de la acumulación por desposesión ha replicado los procesos
originarios de la reproducción del capital, pero en el neoliberalismo
esa lógica posee una tendencia totalizante en términos espaciales que
amenaza no sólo la propia sostenibilidad de este sistema histórico,
sino la posibilidad de vida en el planeta. De ahí que recurra a la sobre-explotación: sobre-explotación de los cuerpos, tanto en el trabajo
en sus diferentes formas como en la biopolítica4
; sobre-explotación
de la naturaleza, con la creciente privatización y mercantilización de
los bienes comunes5 que hacen posible la vida; sobre-explotación del
discurso, con la producción de una matriz comunicativa mediatizada que persigue una construcción de la realidad como espectáculo; y
sobre-explotación de la creación de valor simbólico, por medio de la
creación de burbujas especulativas y de la reproducción del capital financiero inorgánico. Son éstos los pilares de los reajustes del ejercicio
del poder global, transformaciones que han llevado a Harvey a hablar
del «Nuevo Imperialismo» .
La acumulación por desposesión en plena globalización neoliberal no está motorizada pues, por ninguna “mano invisible”, sino
que es gestionada de una manera compleja, primordialmente por las
grandes transnacionales, el gran capital financiero, y los Estados y
4 Nos referimos a los diversos mecanismos que Foucault denunciaba en sus
análisis acerca del control y disciplinamiento de “el cuerpo” (desde la represión, la muerte, el castigo-miedo, el erotismo, lo que Foucault llama anatomopolítica) o sobre “los cuerpos” (como el control jurídico, discursivo e
institucional sobre la corporalidad de los sujetos, lo que Foucault denomina
biopolítica). Véase Foucault 1998.
5 Los bienes comunes se refieren a toda entidad material o inmaterial que
se reconozca en propiedad común, por no ser propiedad de nadie, o ser
universal y de la humanidad. No es concebido como la propiedad pública
administrada por el Estado, sino producto de una decisión colectiva resultado de un consenso social. Bouguerra nos dice que: «Los bienes comunes
de la tierra y de los pueblos engloban los recursos naturales como el aire,
el agua, la biodiversidad, las selvas tropicales, los océanos, los ecosistemas,
pero también el conocimiento y el saber, la salud, la educación…» (2005, p.
131).
6 Ob. cit. De ahí que la célebre expresión de Marx, en su análisis de la acumulación primitiva, «el capital llega a él (mundo) sudando sangre y lodo por
todos sus poros», aplica, de manera muy intensa y con sus nuevos dispositivos, en cada espacio que coloniza o recoloniza el neoliberalismo.
38 CAPÍTULO 1. LA GEOPOLÍTICA DEL DESARROLLO: CRISIS SISTÉMICA
…
las instituciones supranacionales bajo la égida de las Naciones Unidas. Esto supone afirmar que la presunta oposición teórica entre el
neoliberalismo y el Estado es engañosa, y que éste juega un papel
fundamental tanto apalancando los procesos de reestructuración
neoliberal, estableciendo marcos de legalidad y legitimidad de estos procesos, así como desempeñando un importantísimo papel en
el control poblacional a través de un esquema neoorwelliano y policial de “seguridad nacional”, acorde con la desposesión neoliberal
y su lucha contemporánea contra el “terrorismo”. De esta forma, la
articulación entre los factores territoriales y los desterritorializados
es fundamental para la lógica de acumulación en la mundialización.
No obstante, a lo dicho el actual poder global del gran capital financiero, en el contexto de una extraordinaria financiarización de
la economía-mundo, de enormes desigualdades en la distribución
de los excedentes capitalistas y de doblegamiento de los modelos de Estado de bienestar, ha dibujado un nuevo orden donde la
oligarquía financiera mundial se coloca en la cúspide del poder,
con mucho mayor alcance e incidencia que aquella a la que hiciera referencia Lenin en su texto de principios del siglo xx sobre
el imperialismo. La crisis de los setenta, que abrió el campo a un
proceso de desregulación financiera de poderosas consecuencias
para el sistema-mundo, lo cual permitió la apertura a un proceso de financiarización de todos los aspectos de la vida impulsada
desde Wall Street y el Departamento del Tesoro, pero replicada por otros núcleos hegemónicos como los centros financieros
de Tokio, Londres, Frankfurt, entre otros, ha hecho del sistema
bancario y crediticio uno de los principales instrumentos para la
concentración global de capital, fundamentalmente basados en la
acumulación por desposesión (cf. Harvey 2007b).
Desde la gran oleada de financiarización desatada a raíz de la
crisis petrolera de 1973, que sirviera la mesa para la Crisis de la
Deuda de las periferias en los años ochenta –y que supuso una
enorme transferencia de capitales desde el llamado Tercer Mundo
a los países centrales del sistema y la ejecución de los programas
de ajuste estructural neoliberal administrados por el Fondo Monetario Internacional–, hasta la crisis financiera mundial que
vivimos en la actualidad desatada entre 2007-2008, el gran capital
financiero gestiona y manipula las crisis a través de una serie de mecanismos enmarcados en los esquemas de Ponzi, en el incentivo
y presiones al endeudamiento de países de las periferias en nombre
del desarrollo –e incluso de administraciones públicas de países del
centro del sistema–, la creación de papeles y títulos fraudulentos, la
manipulación del crédito, de las cotizaciones y de la inflación, así
como la destrucción deliberada de activos de empresas y fraudes empresariales y bancarios (Harvey 2007a, p. 118), lo que nos da una idea
de los amplios, complejos y poderosos mecanismos con los que cuenta el gran capital financiero global para motorizar y ejecutar de una
manera determinante los procesos de despojo de pueblos y territorios, la acumulación por desposesión.
Este proceso se ha venido acentuado y agravando progresivamente, posibilitando una enorme capacidad de circulación monetaria y
de colonización territorial del capital, que en gran medida no está
respaldada por activos, sino que se sostiene en obligaciones, evidencia de esta sobre-explotación de la creación de valor-simbólico. La
actual situación de crisis europea da señales del avance de los grandes poderes del capital financiero para generar y globalizar la nueva
esclavitud contemporánea: la servidumbre por deudas.
El candidato por el Frente de Izquierda a la presidencia de Francia, Jean-Luc
Mélenchon alertaba sobre un «golpe de Estado de los financieros»
(cf. Rabilotta 2011, 16 de noviembre), al ser colocados como primeros
ministros por la troika europea, en 2011, a Lukas Papadimos y Mario
Monti en Grecia e Italia respectivamente, tras la crisis de la deuda
de estos países. Ambos fueron economistas y banqueros que sirvieron al banco de inversiones Goldman & Sachs y representan dos
tecnócratas en la cabeza de dos Estados centrales, al servicio de las
reestructuraciones neoliberales para la ejecución de los programas
7 El esquema de Ponzi consiste en un sistema piramidal en el cual se coloca un dinero en préstamo, que en un plazo determinado sería devuelto
con un porcentaje adicional de ganancia. El asunto es que se trata de un
esquema fraudulento pues los fondos de las ganancias no están sostenidos por una base material de respaldo, sino por la confianza de nuevos
inversores que a su vez ganarán por la entrada de nuevos inversores. Básicamente el sostén de este sistema es la confianza, o una promesa, no
un referente material, siendo similar a la forma como se reproducen las
formas de especulación financiera, del crédito y el interés, y del capital
financiero inorgánico en el capitalismo.
...//…
de austeridad económica, lo que muestra, junto a otros acontecimientos –por ejemplo, el papel de la propia Goldman & Sachs en
la crisis alimentaria global–, una peligrosa tendencia de dominación
antipopular por parte de una oligarquía financiera global –el llamado 1 por ciento, según las consignas del Occupy Wall Street. De ahí
que Alberto Rabilotta afirme que se trata de la capitulación de la democracia liberal ante las instituciones financieras, ante el club de
acreedores, abriéndose el camino para lo que Melenchon ha llamado
la «nueva etapa de la tentación totalitaria» en la Unión Europea (cf.
Rabilotta 2011, 16 de noviembre).
Harvey afirma que: «El cordón umbilical que vincula la acumulación por desposesión y la reproducción ampliada queda a cargo
del capital financiero y las instituciones de crédito, respaldados,
como siempre, por poderes estatales» (2007a, p. 121). Este respaldo estatal, que en la teoría neoliberal aparece de forma engañosa
como un Estado mínimo, juega un papel fundamental en los diferentes mecanismos de acumulación por desposesión. Y como
ya hemos mencionado, ante el ataque frontal del neoliberalismo
contra trabajadores y trabajadoras, pueblos y territorios, el mejor
instrumento para mantener estas formas de acumulación es la instalación de una completa y compleja estrategia policial mundial,
un estado de excepción permanente y generalizado –tal y como
lo proponen Hardt y Negri (2007, pp. 21-124)–, una sociedad de
control. Esto supone un replanteamiento de la noción de guerra,
que pasa de estar solamente acotada a formas precisas, alojada en
un campo espacial determinado y de efectuarse en momentos específicos, a desplegarse a todos los espacios globales y subjetivos
y ser un continuum temporal. Aquí se hace clara la inversión que
Foucault hace a la premisa de Clausewitz: la política es la continuación de la guerra por otros medios8
(2001, p. 29). La guerra
se transforma en un régimen de biopoder, en el contexto de la
sobre-explotación de los cuerpos propia del neoliberalismo. Las
intervenciones militares son la punta del iceberg del nuevo imperialismo. De ahí que el subcomandante Marcos ha llamado a esta
guerra permanente en el contexto del neoliberalismo, la «Cuarta Guerra Mundial», una reestructuración de la guerra donde el
La conocida idea de Carl von Clausewitz de principios del siglo xix, rezaba:
«la guerra es la continuación de la política por otros medios».
...//...enemigo es la humanidad9
(cf. Subcomandante Insurgente Marcos
2001, 23 de octubre).
La «Cuarta Guerra Mundial», como régimen de biopoder articulado a la acumulación neoliberal, se inserta, pues, en las específicas
condiciones globales de la mundialización. Esto implica el hiperdespliegue del control social, pero recurre también a dispositivos bélicos
tradicionales. Su momento declarativo en el marco de la geopolítica
del sistema-mundo es el 11 de septiembre de 2001, como inicio de
la guerra mundial contra el “terrorismo”. El discurso del “terrorismo” comprende entonces el marco referencial y la hoja de ruta del
ejercicio geopolítico de esta guerra hiperdesplegada. En este sentido, si por un lado es importante resaltar el papel de la Organización
del Tratado del Atlántico Norte (Otan) como un gran cuerpo policial global encabezado por los Estados Unidos, en pro de mantener
la “seguridad” y los “derechos humanos”, y continuar el proyecto civilizatorio garantizando el acceso del mundo civilizado que necesita
la riqueza natural de las periferias subdesarrolladas y violentas que
«no saben usarla» (cf. Meyssan 2011, 17 de abril); por el otro lado,
es fundamental evidenciar cómo la guerra esquematiza la organización social: globalizando marcos legales y jurídicos acordes a un
estado de excepción, como la Ley Patriota en Estados Unidos y las leyes antiterroristas que se replican en todo el mundo10, en las cuales la
“seguridad” se coloca por encima de los derechos civiles y humanos;
generando sistemas neoorwellianos de vigilancia y control ciudadano; estableciendo mecanismos policiales de represión y satanización
de la protesta; impulsando la militarización de territorios estratégicos así como el control territorial por medio de empresas militares
9 Hardt y Negri muestran también que la reconfiguración de la guerra se
inscribe en la reestructuración global del sistema-mundo que se da desde
los años setenta: «El cambio de forma y finalidad de la guerra a comienzos
del decenio de 1970 coincidió con un período de grandes transformaciones
de la economía global. No es casual que el tratado ABM (tratado de misiles
antibalísticos) se firmase a medio camino entre el momento de la desvinculación del dólar estadounidense con respecto al patrón oro en 1971 y la
primera crisis del petróleo en 1973» (ob. cit., p. 63).
10 Todos somos sospechosos de terrorismo. Esta globalización de leyes antiterroristas incluye a Venezuela, donde se aprobara la Ley Orgánica contra la Delincuencia Organizada y Financiamiento al Terrorismo, el 31 de enero de 2012,
disponible en http://www.asambleanacional.gob.ve/index.phpoption=com_docman&task=doc_details&gid=3823&Itemid=62&lang=es
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privadas; generando shock sobre las poblaciones o aprovechando
situaciones catastróficas para establecer privatizaciones y reestructuraciones neoliberales, lo que Naomi Klein denomina «capitalismo
del desastre» (cf. 2008); construyendo un discurso global del miedo
que facilite las condiciones para la legitimación de los mecanismos
de control social y la acumulación por desposesión. Ante los procesos de desposesión permanente es necesaria la guerra permanente.
Vemos, pues, cómo el neoliberalismo y la acumulación por desposesión actúan a través de múltiples mecanismos y frecuentemente
de maneras flexibles, difusas y desterritorializadas. Es ésta una hipótesis fundamental para comprender los procesos geopolíticos que
viven Latinoamérica y Venezuela en el marco de la globalización neoliberal. El neoliberalismo no es sólo una ideología, un programa de
gobierno o un paquete de ajustes estructurales: las formas de acumulación en la globalización neoliberal, impulsadas primordialmente
por la lógica de la acumulación por desposesión, también se reproducen en procesos moleculares, escurridizos, híbridos, pudiendo a
su vez coexistir con formas de control estatal. El neoliberalismo como proceso puede también ser tan “líquido” como las características
desterritorializadas de la mundialización, mientras golpea tan sólidamente como una roca. La neoliberalización pura no funciona, según
David Harvey (2007b).
Es necesario, en este sentido, reconocer cómo se conjugan los factores territoriales y los no territoriales en el ejercicio del poder del
capitalismo globalizado, cómo la sincronización del mundo en torno
a la abstracción –motorizada principalmente por el gran capital financiero y los medios globales de comunicación– se entrecruza con
las formas de dominio material en el territorio. La idea de lo “trans”,
acorde con la estructura flexible de la mundialización neoliberal –la
transnacionalización de la economía–, nos remite entonces a categorizaciones que reconozcan sus posibilidades de hibridación –los procesos
de acumulación capitalista en la globalización buscan adaptarse constantemente a las condiciones contingentes y difusas del sistema–. Las
divisiones maniqueas de la realidad –por ejemplo, y pertinentes a nuestro trabajo, Estado neoliberal-Estado progresista– no dan cuenta de los
procesos de entrecruzamiento que tienen la reproducción ampliada y
la acumulación por desposesión, las formas híbridas en las cuales pueden funcionar los mecanismos de acumulación de capital.
La propia dinámica del capitalismo globalizado nos exige análisis que puedan
ayudarnos a hacer una lectura de su movimiento complejo.
Lo expuesto anteriormente no establece de ninguna manera un
sistema-mundo puramente híbrido. Más bien nos remite a enunciados complejos pero asimétricos en términos de poder. Esto significa
que una mayor flexibilización no hace referencia a un relajamiento en
el ejercicio del poder sino a la complejización de los mecanismos de
dominación y a la aplicación de otros nuevos, adaptados a estas nuevas estructuras mundializadas. Si bien las hegemonías del moderno
sistema-mundo capitalista colonial se han transformado, esto no ha
implicado la desaparición de su patrón biopolítico y de conocimiento
polarizante. De esta manera tenemos la vigencia de la colonialidad
del poder y de la división internacional del trabajo, así como del poderío de los Estados Unidos, aunque este último en franco declive
desde los años setenta, con una marcada tendencia del sistema-mundo a la multipolaridad que apunta hacia la conformación de un nuevo
orden mundial.
Estas tendencias a la multipolaridad descansan sobre la base de
los reordenamientos de las hegemonías productivas, tecnológicas y
financieras.
Tal y como un juego de suma cero, en la medida en que
los Estados Unidos pierden terreno, éste pasa a ser ocupado por otro
país, región, bloque o sector de la economía-mundo. El contrapeso
multipolar al aún vigente poderío militar y financiero norteamericano –el dólar y su condición como principal acreedor mundial de
los flujos financieros, con los cuales se reproducen nuevas capas
de ganancia inorgánica, sustentadas en el interés y en la deuda– lo están planteando principalmente las llamadas “potencias emergentes”,
los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica). Según el Centre for
Economic and Business Research de Londres, en el año 2011, Brasil
sobrepasó al Reino Unido para convertirse en la sexta economía
del mundo, mientras que para el año 2020 se espera que India
pase del décimo lugar en la lista de las mayores economías del mundo al quinto lugar, y Rusia de ser la novena economía del mundo a ser
la cuarta (cit. por Lander 2012, enero, p. 20).
Rusia es una de las potencias “emergentes” mundiales que impone mayor contraposición al eje EE UU -UE-Israel, utilizando sus
reservas de energía –primeras reservas de gas, segundas de carbón
y entre los primeros productores de petróleo–, en una situación de
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crisis energética, para reposicionarse tanto en áreas de influencia que
había perdido en la época de la posguerra Fría –disputando a los Estados Unidos el control de la región del Mar Caspio y el Cáucaso–,
como en nuevos territorios, incluyendo América Latina, aprovechando la coyuntura de reivindicaciones nacionalistas en ciertos países y
equilibrando ciertos factores del juego geopolítico en Latinoamérica.
Sin embargo, la partida maestra de ajedrez del siglo xxi es entre
EE UU y China. Es este país el principal contrapeso para los objetivos de la geopolítica estadounidense. Los procesos de privatización
“con características chinas” lograron erigir un modelo de economía
de mercado administrada por el Estado, que establecieron la estructura para que este país fuese la principal receptora de la transferencia
de capitales para abaratar costos de producción y paliar la caída de
la tasa de ganancia mundial. Así China se convertía en el “taller del
mundo” y una economía con un gigantesco potencial exportador, logrando un espectacular crecimiento económico sostenido cercano a
10% anual, abriendo campos a nuevos procesos de modernización/
colonización interna y provocando cambios radicales no sólo en los
niveles y estilos de vida de buena parte de su población desde hace
más de 20 años, sino en las correspondientes tensiones domésticas que se producen a raíz del avance de estos procesos propios del
carácter expansivo del capital. Esto ha convertido a China en la economía más dinámica y robusta del planeta (Chao, cit. por Harvey
2007b, p. 129).
A estas alturas, China ya ha sobrepasado a Japón como la segunda
economía del mundo y a Alemania como el primer país exportador. Según el Centro Internacional para el Comercio y el Desarrollo
Sustentable, en 2011, China sobrepasó a los Estados Unidos como el
primer país con mayor producción industrial del mundo (International Centre for Trade and Sustainable Development, cit. por Lander
2012, enero, p. 19), y para el año 2020 la economía china representará
84% de la economía de los Estados Unidos (Centre for Economics and
Business Research Ltd, cit. por Lander 2012, enero, p. 20).
Los enormes excedentes chinos en cuenta corriente se han dirigido de manera
creciente a la inversión de bonos del Tesoro estadounidense, lo cual
genera una relación económicamente muy estrecha entre estas dos
potencias –de hecho, con estas inversiones, China financia parcialmente el complejo militar estadounidense (Harvey 2007a, p. 16)–. A
su vez, estos excedentes han presionado para la expansión de esta potencia emergente: vemos cómo China se ha hegemonizado en el este y el sureste de Asia; se calcula que hoy tiene 40% de sus inversiones
de la UE en Portugal, España, Italia, Grecia y Europa del Este –como
forma de penetrar el mercado europeo por la vía de sus “periferias”–,
según un estudio del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (cf.
Garton 2011, 3 de julio); es el principal socio comercial y la mayor
fuente de inversiones en África, siendo además, junto a Reino Unido,
Alemania e India, uno de los países con mayor participación en el
proceso de acaparamiento de tierras que se está desarrollando en ese
continente (cf. Grain 2012, 26 de marzo); sin contar con su avance en
América Latina, principalmente en Brasil. La influencia de China
en el sistema-mundo es enorme y tiene gran capacidad para ampliarla.
Los procesos de acumulación capitalista, en el marco de la globalización neoliberal y de la acumulación por desposesión como
mecanismo hegemónico de reproducción de capital, se inscriben
en un esquema de profundo caos sistémico. Las diversas crisis de la
gran crisis estructural del sistema-mundo se conjugan y evidencian
la extrema vulnerabilidad a un quiebre del “equilibrio” mundial. Estos factores son transversales y determinantes para comprender la
dinámica latinoamericana y venezolana, y se expresan con mucha
intensidad en los proyectos de desarrollo que impulsa la Revolución
Bolivariana, principalmente el de la explotación petrolera de la faja
del Orinoco. Vistos estos factores es necesario comprender los elementos fundamentales del patrón energético global, su proyección
en la crisis ambiental mundial y los límites del planeta, la crisis energética y la llamada “guerra por los recursos”, claves de la geopolítica
del desarrollo.
Petróleo y globalización neoliberal:
límites del planeta, crisis energética
y guerra global por los recursos
No es posible entender el despliegue de la globalización neoliberal,
de las sociedades de consumo, de la hegemonía estadounidense, de
la desruralización del mundo y del desarrollo de la crisis civilizatoria sin comprender el papel principal que jugó el petróleo como
patrón energético de la máquina capitalista contemporánea. Al
sustituir al carbón como principal fuente energética abundante y barata no sólo se procuraron las bases para un fordismo de alta
productividad –sin precedentes en la historia del capitalismo–, sino
que prácticamente todo el estilo tecnológico se adaptó al petróleo,
expandiendo este esquema a otras ramas de la producción, como
la agricultura masiva –el patrón de la llamada “revolución verde”–,
la gigantesca petroquímica, la industria, la construcción e infraestructura, el transporte y la comercialización, así como imponiendo
un estilo de vida basado en la electrificación de todo el hogar, el ascenso del automóvil como su ícono principal y la urbanización de
los espacios geográficos que avanzaba a medida que crecía la disposición de energía. Todo esto, manteniendo el esquema moderno
de la división internacional del trabajo y potenciando a los Estados Unidos como hegemonía global en torno a su modelo de vida
consumista y transnacionalizado. Se trata de la formación contemporánea de una civilización petrolera.
Este patrón energético basado en los hidrocarburos, al ser estructuralmente insustentable con los límites materiales del planeta, es
uno de los motores fundamentales de todas las crisis que confluyen
en la crisis civilizatoria.
Nosotros atenderemos especialmente a la
crisis ambiental y a la crisis energética globales, estrechamente vinculadas con el ideal de desarrollo que se expresa en el extractivismo
latinoamericano, incluido evidentemente el petrolero venezolano y el
megaproyecto de explotación de la Faja Petrolífera del Orinoco.
En torno al patrón energético basado en combustibles fósiles, y a
los límites del planeta que lo prefiguran, se desarrollan cuatro desacoplamientos estructurales que han generado las crisis ambiental y
energética globales, y su conexión con el resto de las crisis del modelo civilizatorio histórico: una descompensación entre los niveles
de la demanda de energía y materias primas del mercado capitalista
global, y la tasa de reproducción de la naturaleza; un desajuste del ciclo natural del carbono originado primordialmente por la creciente y
frenética quema de combustibles fósiles; una descompensación entre
la propia oferta y demanda de combustibles fósiles, y una desigualdad
social global determinada por el esquema estratificado que se organiza alrededor del patrón energético petrolero.
Estos cuatro desacoplamientos, inscritos bajo la lógica del capital/colonial, son transversales a toda la dinámica geopolítica de la
crisis civilizatoria. Se creó un esquema socioenergético global incongruente, que no puede responder ni a sus propios requerimientos materiales, ni al ritmo exponencial de crecimiento que éste configuró.
El giro neoliberal impulsado desde los ochenta, como solución a
esta incongruencia sistémica, ha intensificado este desacoplamiento
estructural –el período neoliberal es la época que más energía ha
quemado en toda la historia de la humanidad–, apuntando hacia la
sobreexplotación de todos los ámbitos para recuperar el proceso de
acumulación de capital en el marco de la acumulación por desposesión, al mismo tiempo que se acerca peligrosamente a los límites de
insostenibilidad que harían colapsar no sólo al sistema-mundo moderno, sino a la vida misma en el planeta tal y como la conocemos,
por lo que ciertamente la crisis ambiental global es la más delicada
y trascendental de todas las crisis, sin por esto dejar de reconocer la
importancia fundamental de la emancipación social.
Donde hay petróleo hay contaminación. No obstante, el daño
ambiental generado por la actividad petrolera tiene no sólo raíces
territoriales sino que la extracción de crudo fomenta todas aquellas
formas de producción, consumo y vida que emergieron con la civilización petrolera contemporánea. Si bien estas formas de producción
de energía provocan serios daños ecoterritoriales en todas sus fases
–exploratoria, perforación y producción–, tales como intervención
de ecosistemas y deforestaciones, explosiones y accidentes, generación de desechos tóxicos bioacumulativos a las aguas y al ambiente,
derrames de pequeña y gran escala, mortalidad de especies vivas,
etc.; los efectos más nocivos se encuentran primordialmente en las
etapas móviles –transporte y consumo–, pues son éstas las que se
incorporan y reproducen al esquema de acumulación de la globalización neoliberal.
El desacoplamiento referido a los ciclos y ritmos ecológicos del
planeta, originado por el progresivo avance de la demanda global de
“naturaleza” y de la desruralización del mundo que se despliega sobre
la maquinaria hidrocarburífera, se expresa en el influyente informe
de la World Wildlife Found, la Zoological Society of London y la Global Footprint Network, denominado Planeta Vivo, el cual determinó
que la llamada «huella ecológica», indicador principal del informe
que mide la relación entre los niveles de consumo de “recursos naturales” que impone el mercado capitalista global en un espacio y
período de tiempo determinado, y la capacidad que tiene la naturaleza para reproducirse y regenerarse dentro de este margen, excede
en la actualidad en casi 30% dicha capacidad del planeta, y que si nuestras demandas a la Tierra «continúan a este ritmo, a mediados
de la década de 2030 necesitaremos el equivalente a dos planetas para mantener nuestro estilo de vida» (World Wildlife Fund [WWF),
Zoological Society of London [ZSL] y Global Footprint Network
[GFN] 2008, p. 1).
La enorme explotación de energía hidrocarburífera en la era
neoliberal se ha traducido en un aceleramiento exponencial de estos procesos de depredación ambiental:
extraemos anualmente 60
mil millones de toneladas de recursos, en los últimos 40 años se
calcula que hemos perdido un aproximado de 30% de la biodiversidad del planeta, a la vez que aumentamos en 50% nuestra demanda
de “recursos naturales” en apenas 30 años (cf. Amigos de la Tierra s.
f.; cf. WWF, ZSL y GFN 2008). Este desacoplamiento extractivista
hace que la idea de «recursos renovables» deba ser replanteada, lo
que provoca que se vayan perdiendo, sin reposición, bienes comunes como los forestales o la propia fertilidad del suelo, que bajo esta
acelerada lógica depredadora pasan a ser «no renovables». Nuestra «huella ecológica» actual –¿cuál será cuando seamos, como se
estima, 9 mil millones de habitantes en 2050?– está llevando los
problemas típicos de los recursos naturales no renovables al resto
de los recursos para la vida (Acosta, en Lang y Mokrani [comps.]
2011, p. 86).
Uno de los problemas ambientales globales más serios y dramáticos tanto por sus consecuencias actuales como por las estimadas
para el futuro, es el cambio climático, de amplio consenso científico
mundial y que ha sido determinado por el Grupo Intergubernamental de Expertos para el Cambio Climático de la Organización de las
Naciones Unidas (ONU), como de carácter “antropogénico” –producto del accionar del ser humano, sumado a la variabilidad natural
del clima observada durante períodos de tiempo comparables–.
El
renombrado informe de 2007 realizado por este grupo de especialistas determina una muy preocupante tendencia de aumento
de la temperatura de la Tierra –el calentamiento global– primordialmente a causa de la emisión de Gases de Efecto Invernadero
(GEI), la cual se proyecta a 4 o
C o más de incremento para finales
11 «La era de la más rápida extinción en masa de especies ocurrida en la historia reciente de la Tierra» es la neoliberal, según N. Myers (cit. por Harvey
2007b, p. 180).
El fantasma de la Gran Venezuela: 49
dilemas del petro-Estado en la Revolución Bolivariana
de siglo, y que en los polos pudiese llegar a los 6 o
C y 7 oC, lo que
haría del planeta un entorno prácticamente inhóspito no sólo para la humanidad sino para un gran número de especies (cf. Grupo
Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático 2008).
La intencionada falta de compromisos por parte principalmente
de los países ricos e industrializados junto a los Brics se ha notado
no sólo en la carencia de resoluciones y medidas concretas en las
cumbres mundiales de cambio climático para lograr detener esta
tendencia de aumento de la temperatura media del planeta, sino en
el acelerado crecimiento exponencial de las emisiones de GEI en los
últimos años de la era neoliberal, en gran medida generada por la
quema de combustibles fósiles12. El Departamento de Energía de los
12 El año 2010 registró un máximo histórico en las emisiones totales de GEI,
con 52 giga-toneladas de CO2
-equivalentes, siendo según el Departamento
de Energía de los Estados Unidos (US-DOE), el mayor incremento en un
sólo año del que se tenga registro (Borenstein, cit. por Lander 2012, enero,
p. 4).
huella ecológica de la humanidad, 1961-2005
fuente: Informe Planeta Vivo 2008 (WWF).
…
Estados Unidos (US-DOE) calcula que en 2035 se habrán duplicado
las emisiones totales de carbono de todas las formas de uso de energía que había desde 1990 –de 21.200 millones de toneladas a 42.400
millones (Klare 2010, 27 de junio), y la OCDE proyecta que la concentración de GEI en la atmósfera podría alcanzar la insostenible
cifra de 685 partes por millón (ppm) hacia 2050, de no detener este
ilimitado esquema energético (Organización para la Cooperación y
Desarrollo Económico [OCDE] 2012, p. 2)13.
Las consecuencias de este fenómeno, ya vividas por pueblos de
todo el mundo –la Organización Mundial de la Salud (OMS) las ha
calificado como “alerta de salud pública” y afirmó que produce unas
13 millones de muertes al año (cf. ABC 2011, 6 de diciembre)–, se
sobredimensionarían si se sobrepasaran a los 2 ºC de aumento de
temperatura –límite recomendado por un gran número de científicos
para evitar, con alta probabilidad, un cambio climático catastrófico –, generando una intensificación y proliferación de grandes
inundaciones, extremas sequías, desaparición de ciudades costeras,
calores extremos y pérdidas masivas de cosechas con escenarios de
hambrunas y aumento de los índices de malnutrición, reducción del
acceso al agua limpia, miles de refugiados climáticos y pérdidas irreversibles de biodiversidad, entre otros. El mundo con 4 ºC a finales
del siglo xxi sería un mundo muy diferente al que conocemos en la
actualidad (The World Bank 2012, p. ix).
Estas preocupantes tendencias, tensiones y contradicciones
sistémicas producto de los límites materiales de la geografía del
planeta suponen una progresiva desestructuración de los patrones organizativos de la producción capitalista globalizada, lo que
tendría trascendentales consecuencias, acordes con la crisis estructural de un sistema histórico. La crisis energética, producto de este
proceso, implica una reestructuración fundamental del sistemamundo, colocándolo en un momento crítico –una «bifurcación»,
13 El nivel máximo de concentración de GEI en la atmósfera, recomendado
por un gran número de científicos, es de 350 ppm, para estabilizar el aumento de temperatura. La concentración de CO2
en 2011 llegó a 392 ppm.
14 La Agencia Internacional de Energía alertó que «Si el mundo pretende cumplir el objetivo de limitación del aumento de la temperatura mundial a 2 ºC,
hasta 2050 no se podrá consumir más de un tercio de las reservas pro....///....
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