miércoles, 29 de julio de 2020

TESIS DOCTORAL PRESENTADA POR D. JOSÉ MANUEL ROCA VIDAL. PODER Y PUEBLO. UN ANÁLISIS DEL DISCURSO DE LA PRENSA DE LA IZQUIERDA RADICAL SOBRE LA CONSTITUCION ESPAÑOLA DE 1978

PODER Y PUEBLO. UN ANÁLISIS DEL DISCURSO DE LA PRENSA DE LA IZQUIERDA RADICAL SOBRE LA CONSTITUCION ESPAÑOLA DE 1978

Poder y pueblo. Un análisis del discurso de la prensa de la izquierda radical sobre la constitución española de 1978

Roca Vidal, José Manuel

    
MATERIAS:
Prensa y periodismo | Derecho constitucional y administrativo
EDITORIAL:
Universidad Complutense de Madrid. Servicio de Publicaciones
IDIOMA DE PUBLICACIÓN :
Español



Dado de Baja
~fl la
Biblioteca

TESIS DOCTORAL PRESENTADA POR D. JOSÉ MANUEL ROCA VIDAL
DIRIGIDA POR EL Dr. D. FERNANDO ARIEL UNIVERSIDAD DEL VAL MERINO COMPLUTENSE DE MADRID FACULTAD DE CIENCIAS DE LA INFORMACION

REGISTROS DE LIBROS

BIBLfOTE~ GENERAL
Ñ~ Registro ~
7;~: 2( tLCt. ~=3Áyoy<q-5
MADRID. MARZO DE 1995



Un poco más avanzado que el caos, tal vez en el
primero o segundo día de la creación, tengo un
mundo de ideas que chocan, se entrecruzan y, a
veces, se organizan.
Me gustaría agregarlas a nuestro mutuo material
polémico.
(Ernesto Ché Guevara. Carta a Charles Bettelheim)

CAPITULO 1. 

PRESENTACIÓN
1. Presentación 2
CAPITULO 1. PRESENTACIÓN

Sumario

1.1. Apunte personal
1 .2. Agradecimientos

1.1. VICISITUDES. APUNTE PERSONAL

No recomiendo a nadie redactar una tesis doctoral a la edad que
Luis Landero’ califica de tardía porque, igual que le ocurre al
protagonista de la novela de Landero con un personaje de su
imaginación —Faroni--, que comienza a existir como un juego y
acaba tiranizándole, la tesis puede comenzar como un juego del
intelecto y luego devenir en una pasión malsana que acaba por
dominar, aunque, en buena ley, debiera ser, al menos, resultado
de dos moderadas y sanas pasiones: la pasión por el tema y la
pasión por el saber.

Con respecto a la primera, es tarea casi imposible dedicar un
largo período de tiempo a tratar sobre un asunto por el que no se
siente pasión alguna, porque el aborrecimiento —se vive y se
duerme (se sueña) con la tesis— producido por tan agobiante
compañía sólo puede ser compensado por la pasión, aunque también
recomiendo que se hagan serios esfuerzos para moderar tales
ardores, porque de lo contrario el doctorando se lanzará sobre el
tema de forma ávida y nunca su curiosidad se sentirá plenamente
saciada. Tampoco recomiendo que la tesis tenga mucho que ver con
eventos en los que el doctorando se haya visto personalmente
involucrado porque los problemas de índole teórica se mezclarán
con los existenciales, lo cual, a la edad tardía, en que se
‘Se trata de Juegos de la edad tardía (Barcelona, Tusquets, 1989).

1. Presentación a

tienen demasiadas tribulaciones en la cabeza, conducirá a que
éstas pugnen con el nuevo inquilino —la tesis— que viene a ocupar
una buena porción del apretado espacio en donde habitan.
La solución a esta falta de espacio será buscar una espita que
alivie la presión de la caldera, pero de un problema se pasa a
otro, porque, tras largos años de confinamiento, muchas ideas
pretenderán escapar y manifestarse. Demasiadas cosas querrán
asomnarse, entonces, al exterior a través de la tesis, con lo cual
esta corre el peligro de convertirse en una nueva edición de la
Enciclopedia o, todavía peor, en una especie de autobiografía
académica, pero ninguno de ambos productos le interesa a un
doctorando.

El problema, en la edad tardía, no suele ser la falta de ideas
sino el exceso de ellas. Esta abundancia de ideas, de viejas y
nuevas reflexiones como producto de una experiencia que empieza
a ser larga, de temas que llaman la atención y de derivaciones de
la propia tesis que conducen a bifurcaciones sugerentes; esta
actitud curiosa, en suma, puede conducir al doctorando por
caminos erráticos si no conserva la suficiente distancia con
respecto a la cuestión que le ocupa.

En mi caso, debo advertir que, aun teniendo claras las citadas
recomendaciones, no he sido capaz de seguir mis propios consejos
y que al realizar esta investigación no he podido escapar a la
vieja manía, que a estas alturas ya se ha convertido en un rasgo
característico de mi trayectoria vital, de implicarme ética y
emocionalemte en lo que hago, lo cual me lleva a definirme ante
casi todo lo que emprendo y en esta ocasión —importante— no podía
ser de otra manera, pues no puede uno comenzar una pesquisa —aun
centrada en textos— sobre el poder y sobre el pueblo, sin
preguntarse qué relación guarda con ambos.

Es de sobra conocido que el saber da poder y que el poder da
saber. No voy a añadir nada importante a la vieja polémica sobre
la ideología dominante, que algo dice de esto, ni tampoco a la
idea de que la hegemonía cultural de un grupo social reposa,
entre otras instancias, en la organización del saber —entendido
tanto como la estructura del propio conocimiento —episteme— como
la organización de la Academia—; sólo quiero aportar aquí algún
dato reciente que haga más concreta y actual la relación entre
poder y saber.

Sánchez Ron, en la Introducción a su “Historia socio—económica
de la física (siglo XX)”, subtítulo de la obra El poder de la
ciencia (1992), indica: “Entre los diversos y mill tiples <poderes>
que nos abruman hay uno que tiene, al menos, la ventaja de estar
basado en la racionalidad: la ciencia”. Sin embargo, detrás del
poder de la ciencia puede haber otros poderes cuya racionalidad
sea cuestionable. “Puede resultar duro de aceptar —añade (371)—,
especialmente para el acomodaticio y complaciente «ego» de los
científicos, pero los recientes estudios históricos y sociológicos están 
demostrando que el desarrollo de una parte importante
de la ciencia (desde luego de la física, la más «aplicable» de
las ciencias) estadounidense —lo que en buena medida quiere decir
también mundial- a partir de 1945 y hasta la actualidad ha
seguido las líneas directrices marcadas no por los científicos,
o por la dinámica interna de la propia ciencia, sino por
políticos y militares”. Sánchez Ron completa la informacion con
una nota que indica que, en un informe preparado en 1951 para el
Departamento de Defensa, se demostraba que el 70% del tiempo de
investigación de los físicos de 750 universidades y colleges de
EE.UU estaba dedicado a investigación militar.

Me imagino que, desde entoncjs, en EE. UU. esta dependencia del
saber científico con respecto al poder político habrá aumentado —
la Iniciativa de Defensa Estratégica (guerra de las galaxias en
la jerga político-periodística), auspiciada por R. Reagan, iba
por ese camino de subordinar todavía más el conocimiento a los
intereses del complejo industrial—militar.

No conozco ningún estudio sobre el tema referido a nuestro país,
aunque es seguro que debe haberlos, pero seguimos —con años de
distancia (somos periféricos)— parecidos derroteros.
La prioridad concedida a la investigación técnica, la relación
cada vez más estrecha entre el mundo académico y el empresarial,
las sucesivas reformas de la enseñanza para adaptarla a las
necesidades de la producción y del mercado y la anunciada muerte
de las humanidades me hacen temer lo peor: que estamos en un
camino, inducido desde los poderes políticos y económicos, que
nos conduce inexorablemente al imperio de la weberiana razón
instrumental sin reflexión ética ni filosófica; a una ciencia
cuyo principal objetivo sea reproducir el sistema mercantil y las
actuales —y desiguales— relaciones de fuerza entre un Norte rico
y abundante y un Sur depauperado y carente.
Sin embargo, una tesis doctoral es una llamada a la puerta del
saber que convierte al doctorando en un ser privilegiado por el
hecho de colocarle en situación de acceder a ese restringido
circulo (de poder y de saber) que es la Academia. En mi caso, la
venturosa circunstancia de haber contado con la ayuda de una beca
F.P.T. para realizar la investigación me concede cierta ventaja
sobre la inmensa mayoría de los estudiantes de grado superior y
mucha más sobre aquellos —verdadera legión— que, por causas tan
diversas como aleatorias, no han podido alcanzar este nivel.
El que ese dinero —junto con el de la parte correspondiente a
créditos y matrículas que no satisface al alumno— haya salido de
los fondos públicos —del dinero de todos los ciudadanos y en
particular de las clases subalternas (del pueblo)— me hace estar
agradecido al empeño fiscal de estas clases —en las cuales me
reconozco— y obligado, en alguna medida, a restituir parte de su
esfuerzo solidario con una investigación que les sea de cierta
utilidad.

Naturalmente, puede aducirse que la mayoría de las tesis tienen
la pretensión de ser útiles socialmente, pero no deseo plantear
por ese lado la cuestión, máxime si, a tenor de lo expuesto por
Sánchez Ron, deslindamos claramente los intereses generales de
la sociedad de otros provenientes de particulares pero decisivas
esferas. Tampoco he deseado realizar una investigación sobre las
clases subalternas, las cuales, y especialmente sus capas más
bajas, parecen estar destinadas a ser objeto de todo tipo de
indagaciones. Es natural, son más numerosas y sus vidas ofrecen
más contrastes y aspectos patológicos como para suscitar la
curiosidad de los científicos y por ende están abiertas a todo
tipo de prospecciones, en tanto que las clases altas tienden a
ser herméticas y, además, son las que desde el poder —político,
económico, militar o académico— dirigen los derroteros de la
ciencia.

Mi intención en esta tesis es otra: es abordar el estudio del
discurso2 de aquellos colectivos que, en un momento no lejano de
la historia más reciente de España, pretendieron convertirse en
la vanguardia política de las clases subalternas y liberarlas de
su condición subordinada por el más corto y urgente de los
caminos: a través de una revolución. Esta reflexión se realiza
sobre uno de los raros momentos de actividad de algunos segmentos
de estas clases —la transición política—, aunque dicha actividad
no fue tanta, como algunos quisieron entonces ver, como para
intentar el asalto al cielo.

Se trata, pues, de una reflexión —hecha ahora con la lejanía que
proporciona el paso del tiempo, con una perspectiva más objetiva
(espero) y con la ayuda de una metodología de cierto rigor— sobre
2 Me refiero al discurso político, definido más adelante en los puntos
3.3.6 y 3.3.7, como expresión de unas relaciones presididas por la fuerza
antes que por la racionalidad o donde la racionalidad ha sido reducida al
papel instrumental de dotar de argumentos a la fuerza. Además, como todo
discurso referido al orden social y con mayor razón el discurso político, éste
se inscribe en determinada co~ntura política, está determinado por la
relación de fuerzas del momento y ha sido elaborado de acuerdo con las reglas
de una determinada hegemonía.
acontecimientos a los que, en su momento, asistí como interesado
testigo y modesto actor. Se comprenderá, entonces, el esfuerzo
realizado para tratar de distanciarme y mantener la frialdad ante
recuerdos y lecturas que casi antes que nada suscitan emociones
encontradas. Pero dejando aparte este pequeño o gran ingrediente
biográfico, esta indagación tiene otra finalidad relacionada con
lo expuesto anteriormente. Y es que, pese a las dificultades que
para Gramscí entraña abordar un estudio de este carácter, el
presente trabajo puede considerarse, en su limitado campo, como
una pequeña aportación a la historia de las modernas clases
subalternas de este país y, más específicamente, un aporte sobre
la representación que de ellas se hicieron algunas de aquellas
agrupaciones políticas que, en los años sesenta y setenta,
pretendieron contribuir a cambiar su condición subordinada.
Hora es ya de ocuparme de la segunda pasión: la pasión por el
saber; por la contemplación, por la reflexión, por la propia
dinamica de la investigación, que responde al esfuerzo por tratar
de salir del caos y ofrecer algunos rudimentarios productos que
puedan asemejarse a creaciones.

La madurez es la edad en la que ya se sabe que nunca se tendrá
nada claro del todo y que intelectualmente se va a convivir, en
una precaria armonía, entre el caos y un cierto orden; es más, no
solamente se advierte que nunca se podrá desterrar el caos del
pensamiento —vano empeño juvenil—, sino que éste es la antesala
de la creación, que es sólo una pequeña porción de lo pensado,
sentido o intuido puesto en orden gracias al lenguaje, sobre
todo, gracias al lenguaje escrito. En este sentido, Julián
Marías, en un artículo publicado en fecha reciente en el diario
Gramsci, A. (1970, 491) “Apuntes sobre la historia de las clases
subalternas. Criterios metódicos”.

ABC4, indicaba: “Cuando se piensa en serio, pronto se cae en la
cuenta de que no se ha alcanzado más que una nebulosa, dentro de
la cual se empieza a estar orientado pero nada más. Cuando eso se
expresa en palabras y frases coherentes, tras un esfuerzo de
imprevisible magnitud, las cosas empiezan a aclararse, se va
tomando posesión de una todavía parcial certidumbre. Solamente
cuando se escribe se llega a un verdadero pensamiento...”
En esta tesitura, sólo la pasión por investigar puede ayudar a
superar el estado de ánimo que produce en el doctorando la
tensión entre la certeza de que el pensamiento precisa largos
períodos de incubación (especialmente para los que no somos
profesionales del esfuerzo intelectual como J. Marías) y la
acuciante necesidad de salir ordenadamente del caos, en un —
relativamente— corto lapso de tiempo, ofreciendo un discurso
medianamente digno.

La magnitud de este reto está físicamente representada por unos
cientos de páginas, cuya blanca superficie esperando ser manchada
se presenta al comienzo como un obstáculo casi insalvable.
Así, la necesidad de enfrentarse a la redacción de una tesis es
una buena ocasión para aprender a saber cómo se sabe, pues la
propia mecánica de la investigación responde al esfuerzo por
tratar de salir del caos.

En otro orden de cosas, la situación es similar a la vivida por
un compositor que desea trasladar su inspiración al pentagrama,
convirtiendo una melodía ideal que tiene esbozada en la cabeza en
una composición formalmente expresada en un lenguaje. Vivaldi en
II cimento dell ‘armonia e dell ‘invenzione evoca la tensión que
sufre todo compositor entre la armonía (la razón> y la invención
(la imaginación); es decir, la tensión entre la libertad creadora
y las reglas de la composición que van a permitir la aparición de
Marías, J. “Entender y no entender”, AB~~ 6/1/1994, pA.
un producto ordenado por una serie de notas, por una determinada
cadencia y por un número preciso de movimientos. El maestro
veneciano resolvió de manera genial —a mi parecer— esta tensión
en los doce conciertos que componen la mencionada colección,
cuatro de los cuales son conocidos como Las cuatro estaciones.
No es este el caso, pero, salvando las distancias —distintas
ideas y lenguajes muy diferentes—, permanece la tensión que toda
creación entraña.

En nuestro caso, para alcanzar ese objetivo, estimo que lo mejor
es el diálogo —el viejo método socrático—, donde el relato surge
según los estímulos del interlocutor, pero la conversación ofrece
un clima que académica y friamente es más difícil de reproducir
en un texto. No obstante, la tesis, aunque finalmente no adquiera
la forma de una conversación, es un diálogo mantenido con otros
autores y con el director de la misma, pero, a la vez, como fruto
de ideas rumiadas en solitario, tiene mucho de gran soliloquio.
Una de las formas donde el diálogo encuentra adecuada expresión
es la narración novelada. El semiólogo Umberto Eco sostiene que
en ocasiones hay que narrar aquello sobre lo que es muy difícil
teorizar y el resultado de ese intento es su novela El nombre de
la rosa, pero mucho me temo que ni aún una narración de esa
calidad pueda cumplir el requisito académico de sustituir a una
tesis doctoral.

Yo -como U. Eco- hubiera preferido hacer una narración de tipo
histórico como una larga novela del siglo XIX, pero la Academia
impone su estilo, sus formalidades: definir el objeto, separar
los pasos, indicar las fuentes: acotar el campo investigado,
perfilar dónde acaba y dónde empieza una idea, cómo se expresa
una hipótesis y cómo una conclusión; cómo se refleja una
intuición; cómo se incorpora la idea de otro autor, porque encaja
como una pieza de rompecabezas, al propio esquema. Idea que ha
dejado de pertenecerle porque ha cubierto un hueco importante en
nuestro propio discurso y cuyo hallazgo se reconoce con una
modesta cita que refleja la honestidad pero no la magnitud de la
deuda contraida.

En fin, todo eso que requiere un largo aprendizaje y que, estando
estrechamente vinculado a la metodología y a la epistemología,
tiene mucho que ver con la organización peculiar del saber de

Tengo que añadir que he tomado la Tesis no sólo como un requisito
académico, sino como una gran ocasión para mantener un largo
soliloquio y para hacer de ella un gran ejercicio de libertad —de
libertad de investigación y de libertad de expresión-, tarea en
la que me ha ayudado notablemente Fernando Ariel Del Val como
director.

Debo, finalmente, indicar que he tratado de ajustarme a las
normas al uso para realizar y presentar este tipo de trabajos; el
Tribunal decidira sí lo he conseguido; si he logrado crear un
pequeño cosmos o si aún sigo en la antesala de la creación: en el
caos.

2. AGRADECTNIENTOS

No quiero terminar esta presentación sin mostrar públicamente mi
agradecimiento a todas aquellas personas que me han ayudado a lo
largo de estos años, que, empezando por el ámbito académico, son:
en primer lugar, el director de la Tesis, Fernando Ariel Del Val,
que me ha permitido una gran libertad de movimientos, tanto en lo
que respecta a la metodología, como a enfoques y orientaciones,
y con quien he compartido largos ratos de conversación al haber
tomado la Tesis como un pretexto para discutir sobre lo divino y
lo humano, en particular sobre lo último. También a Miguel Roiz
y José Luis Dader, profesores del Departamento de Sociología VI.
En otro orden de cosas, algunas de la ideas que aquí se exponen
son resultado de los estímulos recibidos en lo que podría ser
considerado como un gran debate colectivo mantenido a lo largo de
mucho tiempo con diferentes personas. En este sentido, pues, va
mi agradecimiento a Pedro Carrillo, Amelia Caro, Agustín Morán,
Sira del Río, Manuel Herranz y Ernesto Portuondo, con quienes, en
unos u otros momentos, he conversado sobre algunos de los temas
que van a continuación. También a Charo Bustamante y a Luis
Cortés (compañero de embarazo, que ha traído al mundo antes que
yo una hermosa criatura “cum laude”) con quienes he pasado largas
veladas compartiendo estas comunes cuitas.

Por lo que respecta al acopio de documentos, debo mostrar ¡ni
agradecimiento al Centro de Estudios Históricos Internacionales
de Barcelona; a la Fundazione Lelio Basso, de Roma; a Arianna
Montanari por sus atenciones en Roma; a Manuel Blanco y a VOSA;
a Manolo Garí, Jaime Pastor y la gente de Ediciones Leviatán, por
permitirme rebuscar en la colección de Combate, aunque luego la
revista no entrara en el corpus definitivo; a Amelia Die por
cederme sus “papeles” y, en particular, a la Fundación Pablo
Iglesias de Madrid, sobre cuyo personal ha recaído la mayor parte
de las búsquedas del material de que consta la parte empírica de
la investigación.

Al consejo editorial de Iniciativa Socialista por permitirme
esbozar algunas ideas en la revista, que pese a ser balbuceos les
han gustado. Al doctor Francisco Vaquero, por ponerme a punto. A
Léa Souki, estudiosa brasileña cuyo proceso de investigación
sobre la transición política española me ha servido para revisar
mis propias ideas. Y, por fin y en un ámbito más íntimo, a Sol R.
Barquero, incansable lectora de mis textos, que ha ejercido unas
veces de cómitre animándome a remar y otras, de sufrido banco de
pruebas de mis exploraciones y cambios de rumbo (y de humor).
Las teorías llegan a ser claras y «razonables» sólo
después de que partes incoherentes de ellas han sido
utilizadas durante largo tiempo. Tal irrazonable, sin
sentido y poco métodico prólogo resulta así ser una
inevitable condición previa de claridad y éxito
empírico.

(Paul Feyerabend, Contra el método)

CAPITULO 2. 

INTRODUCCION

2. Introduccion 13

CAPIThLO 2. INTRODUCCIÓN

Sumario

2.1. Justificación temática. Objeto y lógica de la investigación
2.1.1. Constitución, poder y pueblo. Ideología
2.2. Hipótesis central
2.3. Estructura
2.1. JUSTIFICACIÓN TEN&TICA. OBJETO Y LOGICA DE
LA INVESTIGACIÓN

El objeto de esta investigación es rastrear la presencia de un
hipotético sujeto político en un determinado discurso y analizar
las características que reviste esta presencia, tanto por lo que
se refiere a los rasgos del sujeto buscado como por el lugar que
ocupa en el discurso. Hay que añadir que este discurso —por sus
autores, contenido y fines— es político y que se emite en un
contexto espacial y temporal —la España de la transición— en el
que la actividad política tuvo en la vida cotidiana un influjo
que hoy se ha perdido, aunque se debe matizar que, si bien una
gran parte de la ciudadanía percibió la trascendencia de estar
asistiendo a un momento fundacional, en la mayoría de los casos
esta excepcional coyuntura fue vivida con una actitud espectante
pero pasiva,

Este discurso, en primer lugar, se refiere al ámbito del poder y,
sobre todo, al ámbito fundamental de su residencia —el Estado— y,
en segundo, se produce y se refiere a un momento histórico en que
el Estado y su transformación son motivo de vivo debate entre las
fuerzas políticas.

Si, por una parte, como discurso político, al estar destinado a
actuar sobre la correlación de fuerzas —influir sobre las propias
fuerzas y sobre las del adversario—, ofrece una visión polar del
ámbito de la política, por otra, esta visión se acentúa cuando,
por la coyuntura, fuerzas políticas de distinto signo tratan de
orientar por largo tiempo el rumbo del país al decidir sobre los
cambios que están configurando el nuevo Estado de derecho. Debe
recordarse que, en aquellos momentos, la tensión por el rumbo que
tras la muerte de Franco debía seguir el régimen franquista y,
por ende, los cambios que debían introducirse en el Estado, se
expresaba en dos opciones políticas, representadas inicialmente
por la antinomia reforma/ruptura.

Debemos agregar que al aceptar el núcleo decisivo de partidarios
de la segunda los postulados principales de los seguidores de la
primera y deshacerse la disyuntiva reforma/ruptura con la llamada
ruptura pactada, un sector de las fuerzas rupturistas restantes,
al que pertenece el sujeto emisor que nos ocupa, se afianza en
sus posturas y mantiene un discurso que acentúa el antagonismo
político frente al discurso conciliador del consenso.

Debemos indicar, también, que esta disertación vertebrada por la
hostilidad frente a lo que considera inaceptables legados del
franquismo, se ubica, por su forma y la rigidez de su postulados
tácticos, en el extremo izquierdo del espectro político, en el
lugar simétrico al de la extrema derecha, que por los motivos
opuestos —demasiadas concesiones a los postulantes del nuevo
régimen— conforma el otro núcleo de programas duros

Así, en una distribución geométrica, tendríamos en los extremos
del espectro político —izquierda radical y ultraderecha— a las
fuerzas dotadas de programas duros y poco modificables, formas
rigidas de actuar y escasa propensión a negociar. Podríamos decir
que en estas fuerzas —de ideología muy perfilada- lo esencial son
sus programas finalistas, que contemplan modelos completos de
sociedades, que aspiran a instaurar rápida y totalmente. A tales.....

1.Sobre la táctica empleada por los partidos con programas duros y
blandos en los procesos de cambio político, véase la obra de Angel Rodríguez
Díaz, Transición política y consolidación constitucional de los partidos
políticos (Madrid, CESCO, 1989).

......fines subordinan la táctica, que no es otra que avanzar con los
mínimos compromisos (a ser posible ninguno) hacia esos distantes
objetivos finales prometidos por Dios o por la historia.
A medida que, desde los extremos del espectro, nos desplazamos
hacia el centro, la ideología va perdiendo vigor y los programas,
nitidez y se alejan de los modelos completos de sociedad y del
camino de su urgente y total implantación. Las propuestas son
graduales y las fuerzas ganan en flexibilidad y capacidad para
negociar.

En el centro del espectro nos hallamos con programas muy vagos,
apenas distinguibles unos de otros, pero con una actitud mucho
más propensa a negociar. Estamos en un terreno donde la ideología
política casi ha desaparecido y todo es transable y posible a
corto plazo. El lugar donde lo importante son los medios; donde
la táctica ha triunfado sobre la estrategia. Es la amplia franja
del centro electoral que en otras latitudes ha sido ya ocupada
por el desdibujado partido “atrápalotodo” (catch-all-party),
según la definición de Kirchheimer, cuyo modelo ejerce una gran
atracción sobre el resto de partidos del espectro.

Apuntado lo anterior, ahora podemos decir que el objeto central
de esta pesquisa es analizar un repertorio de textos elaborados
sobre el citado patrón del antagonismo político para comprobar
si del discurso resultante surge con la suficiente consistencia
una categoría capaz de representar simbólicamente a un colectivo
social -el pueblo-; es decir, para comprobar si éste tiene, al
menos, la misma entidad teórica que sus adversarios políticos, a
los que podemos agrupar —siguiendo criterios que más adelante se
explican— bajo la común denominación de enemigos del pueblo.
Pueblo y enemigos del pueblo son, en efecto, categorías que, en
el texto, representan a dos sujetos enfrentados por el poder.
No se trata, entonces, de realizar un análisis sociológico cuyos
resultados deban cotejarse con representaciones de la realidad
verificables matemáticamente por censos, estadísticas o cualquier
otra forma de medir cuantitativamente lo social, sino de analizar
textos, discursos que definen simbólicamente lo social desde una
perspectiva precisa: la política. Por ello hay que advertir, en
primer lugar, que son discursos sobre un aspecto determinado de
la realidad social realizados con un alto nivel de abstracción y,
en segundo, que, aludiendo aquí a la distinción realizada por
Althusser (1974) entre ideología y ciencia, tales discursos, pese
a estar inspirados por un pretendido análisis científico de la
realidad, se encuentran inmersos en el campo de la ideología.
Así, pues, el objetivo de la investigación no es comprobar la
congruencia de un discurso sobre la realidad social con la misma
realidad —comparar el pueblo textual con una colectividad humana
viviente—, sino comprobar la congruencia de un discurso con sus
propias premisas; verificar la coherencia de la construcción
simbólica de un sujeto político —el pueblo— realizada por medio
del lenguaje.

La investigación tiene, además, otros dos objetivos importantes,
que son conocer, en primer lugar, al sujeto autor del discurso y,
en segundo, el contexto en el que el discurso se emite, pues,
como sostiene Álvarez Junco (1987, 219> “Hoy resulta totalmente
insatisfactorio un mero análisis literal del discurso político,
como si éste pudiera ser un puro sistema de representaciones,
un complejo lingílístico o ideacional del que sólo interesa su
coherencia interna o sus relaciones con otras visiones del mundo
igualmente aisladas de su contexto social. El objeto de estudio
es ya necesariamente el discurso ideológico en relación con el
sistema social que le ve nacer

Por esta razón, pensamos que, como todo discurso tiene un autor,
es mejor que éste aparezca claramente expuesto ante los lectores
con todos los rasgos posibles de su identidad desplegados antes
que ésta deba ser deducida a partir de los textos —cosa razonable
si sólo contáramos con éstos—, por lo cual hemos dedicado a este
fin el Capítulo 6. Del sujeto.

Por idéntica razón estimamos que todo discurso se emite en un
lugar preciso y en un determinado tiempo —en este caso la etapa
constituyente de la transición española— y que, sobre todo si es
político, responde a un clima de opinión que es irrepetible y
fugaz, por ello, siempre que sea posible, dar a conocer también
esas determinadas coordenadas espacio/temporales ayuda a evaluar
correctamente un discurso. Aunque sea una labor imposible volver
a evocar el clima de opinión de la etapa constituyente y tratar
de reproducir el ambiente de la controversia con toda la carga
emocional del momento original, hemos destinado el Capítulo 5.
Del contexto a describir, siquiera brevemente, el ámbito social
y político en el que el debate constitucional tuvo lugar.
Estimamos que si el lector tiene delante el texto, a su autor y
el contexto al que responde, facilitamos la interpretación de
nuestro propio discurso y evitamos lecturas aberrantes de los
textos en cuestión.

Después de lo dicho podemos referirnos ya a la lógica de esta
investigación que no es otra que la derivada de la búsqueda de
una perspectiva global en un proceso de comunicación concreto.
Debido a la creciente complejidad que han ido adquiriendo los
procesos de comunicación social, su estudio se ha visto en la
necesidad de diversificar sus disciplinas para irlas adaptando a
los diferentes enfoques teóricos desde los que se abordan los
distintos momentos de la comunicación como proceso.

La conocida aportación de H. Laswell para describir un proceso de
comunicación respondiendo a la célebre pregunta “¿Quién dice qué,
en qué canal, a quién y con qué efectos?” ha planteado una serie
de cuestiones sobre el emisor o comunicador —quién—, sobre el
mensaje —qué—, sobre el receptor —a quién—, sobre el medio —el
canal— y sobre ej. efecto producido en el receptor por el mensaje
recibido, lo cual ha permitido el desarrollo de disciplinas que
estudian por separado cada uno de los pasos o elementos que
integran los actos comunicativos. Así, la investigación sobre la
comunicación de masas se ha subdividido en varias disciplinas: el
análisis de los emisores y de sus instituciones, el análisis de
los significados o de contenidos, el análisis de los medios, el
análisis de los receptores —audiencias o públicos— y el análisis
de los efectos (Bisky, 1982>, pero la indudable profundización
que se ha alcanzado en cada uno de estos campos ha tenido como
efecto negativo el hecho de que se haya instaurado casi como
única perspectiva investigadora el abordar de manera parcelada lo
que no son sino pasos de únicos procesos de comunicación. Así,
puede estudiarse la producción de mensajes independientemente de
la recepción de los mismos y viceversa, o pueden estudiarse los
efectos de los mensajes sin ocuparse demasiado de los canales o
de su proceso de producción (Bisky, 1982, 44). Y esto se hace
especialmente claro en el campo de los sondeos políticos y de las
encuestas comerciales, en donde se abandona la perspectiva global
del proceso de comunicación para centrarse en el análisis de las
respuestas a preguntas aisladas.

Pues bien, en esta investigación, nosotros deseamos retornar a la
perspectiva general para lo cual, ya lo hemos indicado, deseamos
ocuparnos de los diferentes elementos que componen un proceso de
comunicación política concreto: un sujeto emisor, unos medios, un
mensaje y un contexto. Naturalmente, no podemos ocuparnos del
receptor, del destinatario de tales mensajes ni de los efectos de
los mismos porque nuestro objetivo es otro: es examinar como el
emisor, en este caso un conjunto de emisores, concibe al receptor
de su mensaje: el pueblo; analizar como los emisores describen o
imaginan al pueblo, ubicado no en cualquier situación, sino
confrontado ante la cuestión decisiva en política: el poder.
En este sentido, si el sujeto emisor es real, si el mensaje y los
medios son reales, el receptor es imaginario: el receptor que nos
interesa es el sujeto político —el pueblo— descrito o imaginado
por el emisor en su discurso y al que pretende inducir a la
acción con su mensaje.

Puede que quepa la posibilidad de analizar también «el efecto»
que ha producido el mensaje y más teniendo en cuenta que puede
ser fácilmente verificable a través de la respuesta dada en el
referéndum constitucional. Sin embargo, como ya veremos, los
resultados de la consulta pueden ser interpretados de manera muy
diferente seg¡5n sea el perfil político atribuido al pueblo, ese
sujeto descrito o imaginado por el emisor. En todo caso, el
análisis de los efectos no es una cuestión central de este
estudio, sino la delimitación de ese sujeto político llamado
pueblo extraída de la lectura de un conjunto de textos.

La investigación, inserta en el legado de lo que según Ariel Del
Val (1984) sería la crítica de la ideología o la investigación de
la ideología, se inscribe, por su objetivo y métodos en una nueva
parcela del saber llamada comunicación política, surgida como un
“pariente pobre -como afirma Dader (1992) parafraseando a Dan
Nimmo— de la sociología política” y convertida “en un área de
investigación interdisciplinar boyante y bien definida”, la cual
comprende un extenso repertorio (ibíd) de temas como lenguaje
político, retórica política, publicidad y propaganda políticas,
debates políticos, socialización política, campañas electorales,
opinión pública, procesos de adopción de decisiones públicas,
relación entre instituciones políticas y medios de comunicación,
movimientos políticos o simbología e imaginería políticas.

Debido a sus objetivos, este estudio pretende acercarse a ámbitos
muy diferentes y ponerlos en relación.

En primer lugar, el ámbito de la política, considerada, en primer
término, como la expresión de relaciones de fuerza entre agentes
que aspiran ejercer el poder, en especial desde el Estado, y, en
segundo término, como “un proceso constantemente recomenzado de
comunicación política; donde el ejercicio del poder depende a
menudo del acceso o control de resortes simbólicos (persuasión,
credibilidad, imagen)” (Dader, 1992, 71). Este proceso constante
de comunicación se realiza mediante elaboraciones lingúísticas o
discursos cuyo contenido expreso sea político o bien formen parte
de redes de comunicación en las que las funciones y significados
sean esencialmente políticos o provoquen efectos políticos, es
decir, aludan, de alguna manera, al poder (ibíd).

El segundo ámbito está relacionado con el anterior, del que forma
un subconjunto, y con la historia: es el referido a la expresión
jurídica del poder, al orden constitucional, y, en particular, a
las circunstacias que han rodeado la aparición de los textos
constitucionales y el papel que éstos han desempeñado —todavía lo
hacen— en la organización política de las sociedades modernas,
asuntos a los que se dedican dos epígrafes del Capítulo 5.

En tercer lugar, el ámbito de la ideología y sus diferentes -y
hasta paradójicas- funciones, y, muy unido a ésta, el ámbito del
lenguaje y su decisivo papel a la hora de representar la realidad
—y, como parte de ella, a las relaciones políticas—, de los que
nos ocuparemos en esta Introducción y en la parte final.

2.1.1. CONSTITUCION, PODER Y PUEBLO

El entrelazamiento de estos tres términos constituye el nudo de
la investigación, justo es que anticipemos algo sobre ellos.

2.1.1.1. PODER

1. El concepto de poder es fundamental para abordar el análisis
de un discurso político, pues lo que late en el fondo de la
política es el pálpito del poder.
Dos autores como Weber y Lenin, aunque desde ángulos distintos,
lo ven así. Según Weber (1986, 84) “política significará, pues,
para nosotros, la aspiración a participar en el poder o a influir
en la distribución del poder entre distintos Estados o, dentro de
un mismo Estado, entre los distintos grupos de hombres que lo

“. Una líneas más adelante, recalca la misma idea: “quien
hace política aspira al poder, al poder como medio para conseguir
otros fines (idealistas o egoístas) o al poder <por el poder>,
para gozar del sentimiento de prestigio que él confiere”.
Lenin, por su parte (1977, XVII, 146), indica que “la naturaleza
del poder son justamente las condiciones políticas, y no hay más
naturaleza del poder que la social”.

En esta vinculación entre política y poder, este último es, para
Weber (1984, 43), “la probabilidad de imponer la propia voluntad,
dentro de una relación social, adn contra toda resistencia y
cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad”.
Una noción similar, aunque con cierto tinte sicológico, es la de
S. Giner (1983, 131), quien define el poder como “la capacidad
que poseen grupos o individuos de afectar, segón su voluntad, la
conducta de otros individuos, grupos o colectividades. Esta
capacidad puede limitarse a la mera influencia o descansar sobre
una sanción punitiva. El hecho clave es la capacidad de control
y manipulación —en grado variable de intensidad— que poseen unos
seres humanos sobre otros

De las anteriores nociones extraemos tres elementos que muestran
que la esencia del poder descansa en la naturaleza contradictoria
de las relaciones humanas. Influencia, punición y resistencia
indican que la razón de existir del poder está en la diversidad
de intereses, actitudes y funciones sociales; es decir, en la
falta de concordancia de opiniones y objetivos que puede darse
dentro de una comunidad dada. El poder responde, entonces, al
deseo de delimitar y conseguir objetivos compartidos en una
comunidad en la que existen la diversidad, la disparidad y, aun,
el conflicto de opiniones e intereses.

La búsqueda de unos objetivos para toda la comunidad no supone,
pues, que sean los objetivos que todos, o incluso la mayoría,
desearían. Solamente el ejercicio del poder permite dar prioridad
a unos propósitos sobre otros; a unos intereses sobre otros,
mediante el uso, en unos casos, de la influencia y la convicción
para lograr tales fines y, en otros casos, de la fuerza y la
punición, aunque en la realidad se suelen dar combinaciones de
ambos extremos, polarizadas en uno u otro sentido.

Según esto, el poder sería la capacidad para señalar objetivos
colectivos y para lograr que las fuerzas sociales se muevan en la
dirección adecuada para alcanzarlos. O también, la capacidad para
configurar la sociedad según los criterios e intereses de un
grupo más o menos amplio de individuos, en detrimento de los
criterios y conveniencias del resto, utilizando una combinación
de medios que van desde la persuasión a la punición.

Con esta noción nos hemos acercado a la de N. Poulantzas, uno de
los teóricos contemporáneos del Estado que estudia el poder en
sociedades atravesadas por diferencias de clase. “El concepto de
poder —escribe Poulantzas <1986, 126))- se refiere a ese tipo
preciso de relaciones sociales que se caracteriza por el
conflicto, por la lucha de clases; es decir, a un campo en cuyo
interior, precisamente por la existencia de las clases, la
capacidad de una de ellas para realizar por su práctica sus
intereses propios está en oposición con la capacidad —y los
intereses— de otras clases. Esto determina una relación
específica de dominio y de subordinación de las prácticas de
clase, que se caracteriza precisamente como relación de poder”.
En otro parágrafo de la misma obra (124), resume esta noción de
poder: “Se designará por poder la capacidad de una clase social
para realizar sus intereses objetivos específicos”.

Estamos lejos aquí de la visión sicosociológica del poder como
fenomeno interpersonal —capacidad de A para lograr que B haga lo
que no haría si faltara la intervención de A— y de la concepción
funcionalista —participar en el proceso de tomar decisiones en
una sociedad integrada en la que existen disfunciones pero no
intereses de clase contrapuestos—. Ambas concepciones eluden el
contexto social en que se genera el poder personal, que no es
más que un eslabón en la cadena que tiene al Estado como centro
neurálgico del poder político.

2. En las sociedades modernas el poder descansa en lo que Weber
<1944, 707> llama dominación legal o legítima, por la cual “se
obedece, no a la persona en virtud de su derecho propio sino a la
regla estatuida, la cual establece al propio tiempo a quién y en
qué medida se deba obedecer. También el que ordena obedece al
emitir una orden, a una regla: a la ‘ley’ o al ‘reglamento’ de
una norma formalmente abstracta”.

Esta forma de legitimidad, comparada con las más antiguas —la
costumbre y el carisma, según la tipología weberiana—, tiene la
ventaja -según señala Offe <1990, 122)- de que “la autoridad se
hace legítima con independencia de quien ocupa la administración
política y de cuáles son sus intenciones. La tinica cosa que
decide la legitimidad de la autoridad política es si se ha
obtenido de acuerdo con los principios formales generales, como
por ejemplo, reglas electivas”.

“Comparado con las formas previas de legitimación —añade Offe—,
el mecanismo legitimador se desplaza desde la substancia de
autoridad de la persona o el gobernante al modo mediante el cual
se reclutan los titulares de los cargos”.

Con ello se ha despersonalizado el poder; parece que ya no queda
vinculado a una persona o un grupo, sino a las normas que lo
configuran y que señalan el acceso al lugar privilegiado para
ejercerlo. Según esta interpretación, el poder lo ostenta aquel
que llega al lugar adecuado —previsto por las normas— por el
camino adecuado -igualmente previsto por las normas. El poder, ya
separado de las personas que lo ejercen o lo pueden ejercer, se
ha hecho abstracto pero no por ello ha perdido su origen social;
simplemente, que quedado conservado, en esencia, en unas normas
que gozan de legitimidad. Pero de ello, no puede extraerse la
impresión de que cualquiera que tome el camino adecuado puede
llegar al poder. El que el poder haya quedado definido por las
normas no quiere decir que en la elaboración de las normas haya
estado ausente el poder. Pero sobre esto volveremos más adelante.

Si definíamos antes el poder como capacidad para organizar la
sociedad con arreglo a un criterio, con la legitimidad otorgada
por las normas el sujeto concreto que dirige la sociedad pierde
importancia. Dicho sujeto puede cambiar —el sistema democrático
está basado, precisamente, en la alternancia de tales sujetos—,
pero las reglas configurantes permanecen. Son lo permanente. Con
ello el poder, en su forma más abstracta, queda definido como una
relación social; un tipo de asimétrica relacion social conformado
por unas normas legítimas.

Una vez llegados hasta aquí, podemos entrar en materia sobre la
consideración moderna de estas normas.
Una de las piezas fundamentales, si no la fundamental, sobre las
que se asienta la legitimidad de las sociedad modernas es la
existencia de unas normas explicitas acerca de las funciones y
los fines del Estado; acerca de las relaciones entre éste y los
ciudadanos; sobre los preceptos que regulan el acceso al poder y
los resortes para controlarlo; esto es, una Constitución.

2.1.1.2. CONSTITUCIóN

Sin menoscabo de que más adelante nos ocupemos del papel que han
desempeñado los textos constitucionales en la transición del
antiguo régimen al mundo moderno y de los avatares sufridos por
España en este tránsito, vamos tratar brevemente del cometido que
cumple la Constitución de 1978 en este trabajo.

Por un lado, es el texto de referencia, una variable conocida
—al menos en teoría, puesto que, si fue sometido a referéndum, se
puede sostener, en principio, que se conocía—, que cuenta con una
abundantísima producción literaria en torno él, máxime cuando al
cumplir, su décimo y décimoquinto aniversarios, respectivamente,
se han editado nuevos trabajos , revisiones e interpretaciones.......

2.Algunos de ellos son: “La Constitución cumple 10 años”, El País, extra
(24 pp.), 6diciembre, 1988; “Constitución y democracia”, editorial, El País
6 diciembre, 1978, p.lO; J.L. Cebrián, “La hojalata constitucional”, El País
6 diciembre, 1988, p. 11; J. De Esteban, “Diez años de Constitución: Una
(continúa...)

........sobre el propio texto y sobre el contexto en que se elaboró.
Sólo el Centro de Estudios Constitucionales, en su colección
“Estudios políticos”, ha dedicado una decena de títulos al tema
y la editorial Tecnos, 40 pequeños volúmenes a la colección
“Temas clave de la Constitución española”, amén de aquellos
títulos de la inmensa bibliografía sobre la transición que se
ocupan también de esa cuestión.

En estos quince años de vigencia, la Constitución ha sido objeto
de estudios, opiniones y debates, así como de encuestas, sondeos
y tertulias en los medios de comunicacion que han mostrado su
grado de aceptación, sus ambigiledades, sus aspectos positivos,
sus limitaciones o la necesidad de remozaría en algunos espectos,
en especial el Título VIII —De la organización territorial del
Estado—, para dejar definitivamente configurado ese laxo Estado
de las Autonomías. Sin embargo, todavía queda un terreno virgen
en la interpretación del hecho constituyente: el del discurso que
valora negativamente el proyecto en el momento en que se está
gestando, que evalúa negativamente su contenido por la timidez
con que acomete los cambios en el Estado, por las concesiones a
las fuerzas del viejo régimen, por sus ambigúedades en un sentido
y por las claras opciones en otros, y que evalúa negativamente el
procedimiento constituyente tejido en torno al consenso. Es el
discurso, severo e impaciente, de la izquierda marxista radical,
2( .continuación)
reflexión de lo realizado”, El País, 3 diciembre, 1988, p. 22;
“Diez años de Constitución”, editorial, Ya, 6 diciembre, 1988, p. 15; y~,
suplemento (8 Pp.), 6 diciembre, 1988; “Una Constitución consolidada”,
editorial, Diario 16, 6 diciembre, 1988, p. 3; E. Suñé, “No la toquéis”,
Diario 16, 6 diciembre, 1988, p. 2; “los 7 padres de la Constitución, diez
años después” Diario 16, semanal nQ 376, 4 diciembre, 1988, pp. 11—26; “La
Constitución, doce años después”, El Indenendiente, especial (12 Pp.), 6
diciembre, 1990; 1’!. Herrero y Rodríguez de Miñón, “La elaboración de la
Constitución”, Cuenta y Razón nP 41, “A los diez años de la Transición”,
diciembre, 1988, PP. 65—75; 3. 3. Toharia, “Franquismo, Transición y
Democracia, a los diez años de la Constitución”, Cuenta y Razón nP 41, Pp.
101-108; L. Carandelí y oo.aa., 10 años de Constitución española, Asoc. Prensa
de Zaragoza, Zaragoza, 1988.
2. Introducción 26
que se coloca al margen del discurso del consenso constitucional
o claramente contra él y contra la Carta porque quiere llevar más
lejos los límites de la transición: es el discurso producido
desde la radicalidad, que, lejos de añorar el pasado, como sucede
con la perorata involucionista, estima que la reforma política
todavía conserva demasiadas lazos con el franquismo; el discurso,
difundido desde las páginas de la prensa marxista radical, aunque
3
no sólo desde ésta , que ya se alza contra un orden que todavía
se está estableciendo.
Es precisamente este discurso, que ocupa el lugar central de la
Tesis, Capítulo 7. Del texto, el que nos proponemos analizar para
buscar entre sus líneas la existencia formal de ese sujeto —el
pueblo— que, partiendo de una posición socialmente subalterna,
debe convertirse en el protagonista principal del proceso
constituyente. Protagonismo que le viene dado por su voluntad de
abolir el orden establecido y sustituirlo por otro más acorde con
el carácter, deseos e intereses de las clases emergentes y por el
poder surgido de la fuerza numérica del conjunto de colectivos
sociales que lo componen. Desde este punto de vista, el pueblo es
la alianza de las clases subalternas; la unión y movilización de
los estamentos inferiores de la sociedad que han abandonado su
tradicional papel pasivo y se han incorporado a la dinámica de la
lucha social para fundar un orden nuevo.
Aqui se encuentra el meollo de esta investigación, concentrado en
ese par de categorías, antinómicas casi por definición —poder y
pueblo—, que le sirven de título y que representan lo esencial de
todo momento constituyente.
.Hubo, durante el período constituyente, otros discursos contrarios a la
Constitución que tampoco han sido analizados hasta el momento. Me refiero al
discurso acrata, al de los movimientos feminista y gay y al de otras
colectividades que no vieron plasmados sus derechos en la Carta.
Mención aparte merece el discurso nacionalista, sobre todo el vasco, que ha
sido más conocido por el bajo índice de aceptación que, en el País Vasco,
obtuvo la Constitución en el referéndum (la abstención superó el 50% y los
votos afirmativos no pasaron del 35%).
2. Introduccion 27
1. Por lo que respecta a la primera de las categorías —el poder—,
debemos anticipar parte de la materia de los puntos 5.1 y 5.2 e
indicar que consideramos la Constitución como un discurso sobre
el poder; sobre la base, organización, administración, reparto,
delegación y acceso al poder; como un discurso acerca de las
condiciones políticas y sociales sobre las que se asienta el
poder. El hecho positivo de que, en las sociedades modernas, las
constituciones hayan establecido un sistema de instituciones que
dividen el poder y limitan su ejercicio y un catálogo de derechos
y deberes de los ciudadanos inspirado por un criterio formalmente
igualitario, no asegura que dicho criterio aliente siempre con la
misma fuerza y en todos los sentidos, pues, es bien sabido que en
la práctica cotidiana no todos los derechos se ejercen de igual
manera, que la justicia no se imparte con la misma equidad, que
la ley no se aplica con igual tesón a todos los ciudadanos y que
el principio general de la igualdad con excesiva frecuencia no
logra presidir la conducta de todas las instancias del poder.
También es sabido que, pese a todas las prevenciones y mecanismos
de intervención y control legalmente establecidos en favor de la
ciudadanía, el poder, a pesar de su aparente cometido arbitral,
establece unas relaciones asimétricas entre los individuos, cuyo
origen no está tanto en sus peculiares características personales
como en las de los grupos sociales a los que pertenecen <élites,
masas, clases dominantes, clases subalternas).
Con esto queremos decir, primero, que una constitución, hasta en
el caso de que tenga una intención verdaderamente igualitaria,
consagra relaciones socialmente desiguales y, segundo, que este
carácter viene ya marcado de origen, independientemente de que,
a lo largo del tiempo, pueda ser erosionado por los ciudadanos al
ejercer sus derechos o acentuado por la presión del poder.
El asunto está muy claro en aquellas constituciones surgidas de
una ruptura abrupta con el régimen anterior, en las cuales suele
aparecer explícitamente en el texto una referencia al origen de
2. Introducción 28
4 la nueva hegemonía . Ésta es más difusa y la desigualdad no está
tan clara en la letra —aunque sí en el espíritu— en aquellas
constituciones que son resultado de un compromiso entre partes
opuestas —como es la nuestra—, aunque no todas las partes sean
siempre políticamente visibles -también como en nuestro caso, en
donde ciertos poderes, ausentes de la Comisión constitucional y
de las Cortes, dejaron sentir su influencia en el contenido—.
En todos los casos, el texto resultante, tanto si es fruto de un
proceso revolucionario como si lo es de un pacto entre nuevas y
viejas élites5, refleja una determinada correlación de fuerzas,
que, a través de tan solemne documento, se aspira a perpetuar.
Así, podríamos decir que una constitución pretende congelar
durante largo tiempo unas determinadas relaciones sociales a
partir de definir, en un momento dado, los objetivos, las normas
%Véanse, por ejemplo, el Preámbulo y los primeros artículos de la
Constitución de 1978 de la República Popular China <Pekín. Ed. en lenguas
extranjeras, 1978), en donde queda clara la hegemonía al definir la República
Popular como un “Estado socialista de dictadura del proletariado, dirigido por
la clase obera y basado en la alianza obrero-campesina
La Constitución china de 1982, fruto del proceso de desmaoización, suaviza en
parte estos aspectos.
También la Constitución rusa de 1918 deja claro cual es el bloque social
hegemónico. Inspirada en la Declaración de Derechos del Pueblo Trabajador y
Explotado (ver Lenin, XXVIII, 99) y en el proyecto de constitución elaborado
por el POSDR en abril de 1917 (Lenin, XXV, 456), define a Rusia como una
“República de Soviets de diputados obreros, soldados y campesinos”, a los
cuales “pertenece todo el poder”. En consecuencia, priva de derechos políticos
a aquellos que exploten mano de obra asalariada, a los comerciantes privados,
a los rentistas, a monjes y sacerdotes y a los funcionarios y agentes de la
vieja policía zarista (Carr, 1972, 143).
<El que un nuevo bloque social promueva un cambio revolucionario no
evita que las diferentes concepciones políticas e ideológicas existentes en
el bloque afloren en momentos como el de redactar una nueva constitución. A
este respecto son bien conocidas las tension~s entre las diferentes tendencias
revolucionarias en la Francia de 1789—1793.
Con referencia a la Constitución soviética de 1918, E. H. Carr (1972, 166)
sostiene que su elaboración fue fruto del acuerdo gubernamental entre
bolcheviques y eseristas de izquierda, pero cuando entró en vigor -junio de
1918- la relación de fuerzas ya había cambiado: la izquierda eserista había
dejado el gobierno, había sido expulsada de los soviets y declarada fuera de
la ley. Y la guerra civil había comenzado.
2. Introd cción 29
(es normativa) y los valores supremos (es sustantiva) de una
determinada sociedad.
Así parece desprenderse, si entendemos el periodo constituyente
como el momento decisivo de un desplazamiento en la correlación
de fuerzas, en el que las, hasta entonces, clases subalternas o
fracciones sociales ajenas al poder pretenden convertir sus
conquistas en derechos; legalizar lo obtenido a expensas de las
antiguas clases o fracciones dominantes, imponer sus horizontes,
valores y actitudes peculiares y legitimar, todo el tiempo que
sea posible, el equilibrio social recién instaurado.
Así, una constitución resume y sanciona unas relaciones sociales
que implican la existencia de una clase, estrato o bloque social
hegemónico; la calidad de las alianzas que conforman dicho bloque
—a favor de algo y en provecho de alguien; en contra de algo y de
alguien—; la existencia de colectividades (fracciones o clases
sociales) subalternas, aliadas entre sí o no.
Una constitución no refleja en la misma medida a toda la sociedad
—en esa pretensión reside su función ideológica, su legitimidad—,
sino, en especial, a una parte de ésta: a los intereses, valores
y patrones ideales de la mejor situada (la mejor representada en
los diversos aparatos del Estado). Tiene una vocación universal,
pero representa, sobre otros, un interés particular, lo cual
explica, en primer término, que desde el Estado se hagan de su
contenido una lectura selectiva y una interpretación jerárquica,
destacándose ciertos principios en detrimento de otros y, en
segundo, que, a consecuencia de lo anterior, su desarrollo legal
posterior esté claramente orientado a favorecer los intereses del
bloque social hegemónico.
Así, una constitución es un mareo en cuyo seno deben resolverse
los conflictos sociales; es decir, un marco por donde la lucha
política debe discurrir. Ese marco es la expresión legitimada de
la correlación de fuerzas; la expresión simbólica de determinada
concepción del orden social.
2. Introducción 30
2.1.1.3. PUEBLO
Pueblo no es una más de las muchas palabras empleadas para dar
forma al contenido de la Constitución española, sino que
representa una categoría fundamental en la estructura de ese
discurso. Pero pueblo es un término de uso corriente, lleno de
acepciones, y, por lo tanto, poco riguroso si no se aclara en
cuál sentido, de los muchos que tiene, se está empleando.
Sin ir más lejos, ya en el Preámbulo del texto constitucional
aparece nítidamente dicha vaguedad semántica cuando en pocas
líneas se habla de “nación” y de “pueblo” indistintamente, de
“todos los españoles y pueblos de España” y de “todos los pueblos
de la Tierra” . Si parece clara la intención de los redactores del
texto al utilizar el término nación en el sentido en que lo hace
Sieyés —como asamblea popular constituyente—, no lo está tanto en
lo que se refiere a pueblo y a españoles, pues parece que ambos
términos sumen la totalidad de habitantes del país o, leyéndolo
de otra forma, que sean términos excluyentes entre sí (que haya
españoles que no pertenecen a los pueblos de España o pueblos de
España que no se sienten españoles). Naturalmente, detrás de una
redacción tan alambicada —fruto del clima de consenso con que se
elaboró la Constitución— late la tensión nacionalista y el común
deseo de huir de voces que evocaran al régimen de Franco, quien,
como es sabido, sólo reconocía como destinatarios de sus sus
6 alocuciones a los españoles . Así, la deliberada indefinición y
el deseo de evitar tensiones (que se acaban escapando por las
rendijas del texto) ha debido correr por cuenta de la gramática.
Con esto pretendo señalar que, en el discurso de la prensa que
vamos a analizar, debiendo ser pueblo una categoría fundamental
con respecto a otras, ella misma debe estar bien fundada, cosa
que no siempre sucede, como ya veremos.
A este respecto, tanto por parte de los defensores como por la
Franco solía comenzar sus discursos, elaborados con un inevitable tono
de arenga militar, con la voz ¡¡Españoles!! o ¡¡Españoles, todos!!.
2. Introducción 31
de los detractores del texto constitucional de 1978 no existen
diferencias a la hora de conferir a la palabra pueblo un papel
fundamental con respecto a la totalidad de palabras del texto,
aunque sí existen —y profundas— a la hora de hacer preciso su
significado. No en vano, toda la Constitución, entendida —ya lo
hemos dicho— como un discurso sobre el poder y sobre el Estado,
descansa sobre el supuesto, recogido en los puntos 1 y 2 del
artículo 1 del Título Preliminar, de que “España se constituye
en un Estado social y democrático de Derecho.. .“ y de que “La
soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan
los poderes del Estado”.
El mismo deseo de alejarse del viejo régimen, levantado por la
fuerza de los hechos —y de las armas—, anima la construcción
literaria del punto 1, en donde se refuerza el carácter legal,
sujeto a Derecho, del nuevo Estado, con la calificación de
democrático. Pero además el Estado pretende limar su esencia
política al pretender ser social o englobar sociedad política y
sociedad civil. Tras dicha redacción se adivina la presión de
un grupo de diputados por afirmar lo social en el texto y, al
tiempo, la resistencia de otro grupo a aceptar definiciones que
pudieran dar idea de que se contemplaban intereses de clase, como
hubiera podido ser la de considerar España como un Estado de
trabajadores, que es como la definía la Constitución de 1931,
cuyo fantasma vagaba por los salones donde se reunían los
miembros de la Ponencia y de la Comisión constitucional del
Congreso.
Así, pues, despojar al término pueblo de las ambigbedades de su
polisemia para fijarle un significado preciso en un texto no es
sólo una cuestión de metodología científica, importante a la hora
de construir una representación adecuada de la realidad, sino,
sobre todo, un problema teórico cuando se pretende, de acuerdo
con el resultado de determinados análisis, transformar la
realidad social por medio de la actividad política, como es el
caso que nos ocupa. En estas circunstancias, la confusión teórica
2. Introducción 32
derivada de los resultados de un análisis basado en categorías
poco rigurosas puede tener graves consecuencias en el terreno de
la actividad política.
El caso se complica cuando el pueblo, además de ser considerado
el origen de la nueva legitimidad del poder, se convierte en el
destinatario del cambio político, pero no necesariamente en su
protagonista. Se apela al pueblo, se habla en su nombre, se
exhibe la representación del pueblo para proponer o realizar
ciertos proyectos o reclamar derechos o, por el contrario, se
invalidan en nombre, también, del pueblo, pero el pueblo puede
ser marginado en el momento en que, paradójicamente, se debe
convertir en el sujeto constituyente y en el origen de la
soberanía, como veremos en el epígrafe 5.3.2.
Durante la transición, pueblo —igual que otras palabras— se
convirtió, según los términos enunciados por De Saussure (1978),
en un significante que, estando en presente en el discurso de
todas las fuerzas políticas en litigio, conservaba distintos
significados. En realidad, se produjo una enconada controversia
por establecer un solo significado —el de pueblo y el de otros
significantes igualmente fundamentales— desde una determinada
perspectiva política y hacer que éste se convirtiera en el
significado universalmente aceptado.
En el período fundacional del régimen democrático, conseguir el
uso masivo de una determinada acepción de pueblo —y de otros
términos esenciales— representaba el triunfo de una determinada
ínterpretacíon política, porque suponía fijar el código con que
debía interpretarse el sentido de las palabras con las cuales iba
a ser definido el nuevo régimen. La actuación sobre el uso social
del lenguaje —imponer un determinado uso seleccionando las voces
clave y elaborando una disertacion modélica que fuera difundida
reiteradamente— se convertía en un elemento esencial para la
dirección política de la sociedad. Aquellos que consiguieran
convertir su particular interpretacíon del momento en una
2. Introduccion ~33
interpretación social duradera contaban con muchas posibilidades
de conservar la hegemonía una vez pasada la etapa constituyente
de la democracia. Por decirlo de una manera más precisa, aquellas
clases o estratos sociales que, por medio del lenguaje, lograran
formalizar y hacer reconocer como definitiva la correlación de
fuerzas, estaban haciendo algo que iba más lejos de la mera
búsqueda del consenso político. Se trataba, en suma, de suscitar
el interés “espontáneo” de toda la sociedad por la construcción
de un proyecto particular de Estado, mostrado como un objetivo
universal y solidario en un discurso en donde el poder no
apareciera explícitamente porque los significados eran asumidos
socialmente, aunque este discurso en su disposición estuviera
7 configurado por las reglas del poder
Pero aquí es preciso advertir que la capacidad de un discurso
para convertirse en dominante no reside únicamente en el vigor
persuasivo de éste —si así fuera, nos gobernarían los poetas o
los retóricos—, ni en las verdades que contiene —si así fuera nos
gobernarían los sabios y no es el caso—, sino en su relacion con
el poder. Es decir, que el discurso político como elemento para
orientar, dirigir o dominar es resultado de unas coordenadas que
no están en el campo de la comunicación, sino en las relaciones
sociales, que son las que deciden quienes son los emisores y
quienes los receptores.
La capacidad para emitir un discurso y hacer que, por encima de
su contenido, sea socialmente relevante se encuentra mas allá del
propio discurso; tiene que ver con la correlación de fuerzas, con
el lugar que ocupa en la sociedad quien emite el discurso, con el
lugar que ocupa en el denominado sistema de produccion social de
Una de las manifestaciones de la hegemonía es la capacidad para
señalar las reglas del uso social del lenguaje por medio de lo que Régine
Robin <Castro Cuenca, 1979, 78> denomina coacciones que son “las reglas de
escritura, los códigos enunciativos, los esquemas argumentales, las
disposiciones obligatorias que establecen la connivencia incluso la
confrontación: el lugar desde donde se habla”.
2.Introducción 34
comunicación <Martín Serrano, 1986), con los vínculos que se
mantengan con los aparatos emisores y con los intelectuales y
comunicadores profesionales, con el poder económico y político,
con el Estado como síntesis de ambos. El poder se convierte así
en un elemento clave para interpretar los discursos sobre la
sociedad, especialmente los discursos políticos.
En esta tarea de elaborar y difundir un nuevo discurso hegemónico
que sustituyera al periclitado discurso franquista8, los medios
de comunicación de masas, que estaban interesados en realizar su
propia transición, se revelaron factores decisivos.
No obstante, el empleo más o menos interesado de la voz pueblo no
obedece únicamente a una mera cuestión de oportunismo político o
de mera estrategia partidista, sino a las dificultades que ofrece
el pueblo como colectividad multitudinaria para ser verificado
empíricamente, porque parece que se trata de un ente realmente
existente, de un ente que puede ser oído, temido, gobernado o
traicionado. Alguien que concede y quita el poder, que confiere
o priva de legitimidad, pero ¿dónde está el pueblo?, ¿dónde se le
puede encontrar?, ¿en dónde se le puede medir y con qué?. ¿Puede
ser acotado con criterios espaciales o territoriales —de arriba
o de abajo, a la derecha o a la izquierda— étnicos, políticos,
clasistas, culturales...? ¿A qué referirse cuando se habla de
pueblo?
Es tan extrema la vaguedad de esa voz y tan grande la profusión
de acepciones que puede encontrar según el contexto en que se
utilice, que se puede afirmar con ti. Amengual (1982, 88) que “por
sí misma carece de verdadero contenido semántico”.
Según este autor, la noción de pueblo tiene tres fuentes de
significado o tres contextos históricos en los que han surgido
los tres usos habituales del término: la revolución francesa, el
romanticismo y el surgimiento de la clase obrera.
<Sobre este tema se puede consultar la obra de Recio, Uña y Díaz Salazar
(1990), Del Águila y Montoro (1984), Montabes Pereira (1989), Martí (1979),
Sempere (1977).
2. Introducción 35
Por el tema que nos ocupa, nos interesa por el momento la noción
romántica de pueblo, a la que consideramos sustrato de la noción
política, y es la que finalmente acaba emergiendo de una manera
u otra cuando la última está poco fundada.
Así, pues, podemos considerar que el pueblo expresa la unidad
cultural —así lo indica Amengual— puesta de relieve por el
romanticismo, aunque dicha unidad sea difícil de determinar por
lo que tiene de realidad viviente y de legado del pasado.
Se han buscado varios términos para tratar de perfilaría pero
ninguno satisface plenamente. Tenemos el espíritu popular, o el
espíritu del pueblo -el hegeliano volkgeist-, la idiosincrasia,
el carácter nacional o incluso el genio nacional, que agradaban
sobremanera a nuestros conservadores e incluso al general Franco
y tanto disgustan a Julio Caro Baroja (1970, 112), para quien el
carácter nacional es un mito amenazador y peligroso”.
Esta concepción del pueblo como depositario viviente del legado
de las tradiciones, reposa en varios supuestos.
El primero es que el pueblo presenta una vida estructurada por la
cultura antes de ser estructurado por la política. Esta estructura
 orgánica —asegura T.S. Eliot (1984, 17)— favorece el proceso
de transmisión cultural entre las generaciones, pero además debe
ser la base de la organización política posterior, pero sobre
esto volveremos más adelante. Lo que importa ahora es destacar
que dentro de la cultura, entendida en sentido amplio como un
conjunto de representaciones simbólicas expresadas de maneras
diferentes (lengua, literatura, danza, música, religión, ¡qitos,
leyendas), debemos incluir tanto las formas rituales como las
emociones, pues la cultura, en cualquier manifestación, no es
solo la repetición o contemplación —visual o auditiva— de un
legado por medio de un rito, sino la recuperación de un sentir
colectivo.
El segundo supuesto parte de que junto a la base cultural, la
noción de pueblo está relacionada con la ubicación geográfica.
Así depende del clima, del suelo, de la producción, del paisaje;
2. Introducción 36
en definitiva de la relación de los humanos con la naturaleza
circundante. Por ello, cualquier pérdida del acervo de la cultura
popular -en esto sigo a Amengual al pié de la letra- se considera
una pérdida esencial que afecta a lo más profundo de los pueblos.
Tercer supuesto, y consecuencia de lo anterior. Si lo más vivo y
auténtico del pueblo reside en su cultura y en su relación con el
entorno, lo considerado como ‘natural”, lo que venga luego será,
en consecuencia, “lo artificial’.
Es decir, la organización política, el Estado con su estructura
impersonal, técnica, burocrática, universal y abstracta supone un
peligro que amenaza con borrar la “natural” identidad del pueblo.
En fin, que aparece la tensión entre el pueblo y el Estado en la
que el nacimiento de éste último —en una de sus visiones más
críticas, la de Nietzsche (1986, 67)— supone la muerte del
primero. Así escribe en su Zaratustra: “Donde todavía existe
pueblo, éste no entiende al Estado y le odia” y más adelante
<ibid, 69): “Allí donde el Estado acaba —¡Vedlo, hermanos míos!
¿No veis el arco iris y los puentes hacia el superhombre?”.
Como es fácil de suponer, ninguna de las tres nociones de pueblo
—cultural, política y de clase— aparece completamente separada de
las otras y en su más pura manifestación, puesto que rasgos de la
concepción cultural pueden hallarse en el fondo de la concepción
del pueblo como unidad política.
Si el pueblo aparece como unidad cultural, vinculado a lo más
básico y sencillo —la naturaleza— y con frecuencia opuesto a la
sociedad política, se suele colegir que se halla incontaminado
por los males derivados de la actividad política. Así, el pueblo
suele ser bueno, noble; guarda lo más sano y lo más sabio de la
sociedad. En este sentido, Robespierre (1973, 108>, uno de los
genuinos representantes de la racionalidad política, dice: “Los
males de la sociedad nunca vienen del pueblo, sino del gobierno.
¿Acaso podría ser de otro modo?. El interés del pueblo es el bien
público, el interés de un sólo hombre es, por el contrario, el
2. Introducción 37
interés privado”, y más adelante (112): “Y poned al principio (de
la Constitución), esta máxima impugnable: que el pueblo es bueno
y sus delegados son corruptibles. Sólo la virtud y la soberanía
del pueblo pueden defendernos de los vicios y del despotismo del
gobierno”
Aquí, el jacobino espera que el sentido crítico del pueblo le
sirva para precaverse contra futuros gobiernos despóticos como le
sirvió para librarse de los gobernantes del antiguo régimen. Con
ello, Robespierre apela al sentido igualador y democrático, a la
conciencia política como un moderno valor del pueblo, pero de
igual manera, la tradición y las actitudes populares más antiguas
pueden invocarse para justificar un régimen de signo contrario.
Por ejemplo, Franco (1975, 89) solía apelar en sus discursos a lo
más rancio y vetusto del pueblo español para oponerlo al moderno
régimen de la II República —“. .no era crisis del pueblo, cuyas
virtudes y calidad espiritual jamás fallaron en las horas
decisivas de nuestra historia, sino una quiebra total del sistema
político y social imperante, unido a la falta de visión de sus
clases directoras. El pueblo español, intelectual, bien dotado,
de gran imaginación y cabeza clara, se encontraba acéfalo y sólo
esperaba la unidad, la disciplina, el orden y la racionalización
para triunfar”. Así, retornando a lo que decíamos unas líneas
atrás, el régimen surgido el 18 de julio, al volver a despertar
.9 el viejo genio español, adormecido por la decadencia patria , se
convertía, a los ojos de su fundador, en la forma de Estado más
adecuada a las esencias y tradiciones de los pueblos de España.
Pero por encima de estas potencialidades que tienen mucho que ver
con una vísion mítica —romántica— del pueblo, nos interesa la
noción política de pueblo, del colectivo que desde una condición
subalterna, unido por esa base cultural a la que hemos aludido
<Véase, por ejemplo, el discurso de F. Franco al inaugurar el Valle de
los Caídos <2—IV—1959) (ibíd, p. 124—125).
2. Introduccion 38
pero disperso en sus proyectos y sometido al poder de una élite
o de otras clases, aspira a ser portador de derechos —acreedor
del poder— y acaba por convertirse en sujeto constituyente. Nos
interesa el paso del pueblo desde “esa enorme e informe masa de
individuos que en su mayor parte no llegan a tener a lo largo de
su existencia una mínima conciencia de su propio ser” (Ferrero,
1988, 31) hasta su configuración como sujeto, no por la acción
del Estado, como sostenía Hegel -visión de la que Marx se burlaba
cuando decía que, entonces, en vez de ser un pueblo que tenía un
Estado, era el Estado el que tenía un pueblo—, sino a causa de la
convergencia de las clases subalternas en torno a un programa.
Nos interesa el proceso de formación del pueblo, desde la masa
amorfa de individuos, incultos y analfabetos pese a su ancestral
cultura, o quizá por eao, porque conservan la cultura ancestral,
e incapaces de pensar por y sobre sí mismos, hasta convertirse en
una colectividad articulada que demanda derechos y derivar en una
fuerza que agrupa a diferentes clases y estratos subalternas en
torno a un proyecto colectivo plasmado en un programa político
que se opone a los demás y, lo que es aún más importante, que
aspira a dirigir políticamente a la sociedad. Con lo cual, si
ahora la noción de pueblo depende de las alianzas políticas entre
fuerzas con proyectos convergentes para disputar la hegemonía al
bloque social dominante, entonces, el concepto político de pueblo
es dinámico, cambiante según las situaciones y las sociedades; es
histórico.
A este respecto, Mao Zedong <1977, y, 420), un teórico que ha
ejercido una gran influencia sobre las organizaciones editoras
cuyos textos vamos a analizar <ver epígrafes 6.3 y 6.4>, escribe:
“El concepto de «pueblo» tiene diferente contenido en los
diversos países y en distintos períodos de la historia de cada
país. Tomemos, por ejemplo, el caso de China. Durante la Guerra
de Resistencia contra el Japón, el pueblo lo integraban todas las
clases, capas y grupos sociales que se oponían a la agresión
2. Tntroducción 39
japonesa, mientras que los imperialistas japoneses, los 
colaboracionistas chinos y los elementos projaponeses eran todos
enemigos del pueblo. En el período de la Guerra de Liberación,
los enemigos del pueblo eran los imperialistas norteamericanos y
sus lacayos —la burguesía burocrática y la clase terrateniente,
así como los reaccionarios del Kuomintang que representaban a
estas clases—; el pueblo lo constituían todas las clases, capas
y grupos sociales que luchaban contra estos enemigos”.
Aunque los ejemplos dados por Mao Zedong reflejan el grado máximo
de antagonismo entre el pueblo y sus enemigos, es útil retener el
carácter político y cambiante de esas alianzas. Así, el pueblo no
es algo mecánico —metafísico—, dado de una vez para siempre, sino
algo cambiante, continuamente tejido y destejido por las alianzas
políticas con las clases subalternas de cada coyuntura, lo cual
hace de pueblo una categoría metodológicamente inservible si no
se define en cada situación histórica.
La peculiar coyuntura en la que España queda tras la muerte de
Franco hace que la transición pueda considerarse un período
favorable para establecer todo tipo de pactos y negociaciones. Y
así es, las alianzas y pactos surgieron por doquier y los cambios
se sucedían con rapidez. En las negociaciones, el pueblo siempre
aparecía como el leit motiv de las más dispares opciones: todas
las fuerzas políticas pactaban, establecían alianzas, acuerdos en
nombre del pueblo. Ni una sola fuerza política entre un amplísimo
espectro negó al pueblo su derecho a participar; nadie rehusó ser
su natural representante, el legítimo valedor de sus aspiraciones
o el idóneo defensor de sus agravios. Sin embargo, según nuestro
criterio, faltó pueblo para tantos valedores.
Si UCD se erigía en su portavoz, qué decir de Alianza Popular o
del PCE y del PSOE, intitulados partidos obreros y populares...
Todas las formaciones políticas exhibieron su cuota electoral,
obtenida en las primeras elecciones a Cortes con participación
masiva y popular después de casi 40 años de democracia orgánica,
2. Introducción 40
como su parte alícuota en la representación del pueblo.
Durante el período constituyente, la representación parlamentaria
será esgrimida por los partidos agrupados por el consenso para
legitimar el contenido del proyecto constitucional como genuina
expresión de la voluntad popular. Naturalmente, el discurso de la
izquierda radical niega, como veremos, tal legitimidad a los
partidos constituyentes, a los que considera, a unos, usurpadores
de la voluntad del pueblo y, a los otros, traidores a la causa
popular. Pero tanto unos como otros comparten una idea similar
sobre el pueblo: el pueblo existe, está hecho, es identificable.
Es más, para la izquierda radical el pueblo no solamente existe
sino que ha sido la causa principal de la erosión del régimen
franquista, por lo cual, considera que la Constitución debe
recoger todo aquello por lo que el pueblo ha luchado.
Sin embargo, ese tenaz sujeto que ha combatido largamente a un
regimen cruel y autoritario parece desfallecer a la hora de
conseguir que sus conquistas se plasmen en un papel.
2.1.1.4. IDEOLOGIA
Es preciso que en esta Introducción hagamos siquiera una breve
alusión a la ideología, el ámbito en el que los discursos están
inmersos.
Afortunadamente para los estudiosos del mundo de las ideas y de
la política o de la movilización social suscitada por ambas, los
agoreros pronósticos de Lipset y Belí en 1960 sobre el fin de las
‘a
ideologías y, aquí, de Fernández de la Mora sobre el crepúsculo
de las mismas (1965), no sólo no se han cumplido, sino que éstas,
en España, en un pasado reciente, han jugado un notable papel.
Durante el período constituyente de la democracia, lejos de vivir
una coyuntura de apatía política y de relajamiento”, licencia
10.Asistimos al declive y progresivo desdibujamiento de ideologías hasta
ahora muy perfiladas y duras, que ofrecían visiones del mundo proclives a la
confrontación, y a su sustitución por ideologías menos perfiladas, blandas o
de disuasión, pero ideologías al fin.
2. Introducción 41
literaria con la que el señor De la Mora <ibíd, 19 para las ss.)
edulcoraba la obligada marginación política de la inmensa mayoría
de los ciudadanos durante el franquismo, las ideologías como
“factores de tensión social” volvieron a emerger, “extremosas y
pugnaces”, con toda su carga “patética y mítica”, encarnando no
sólo las aspiraciones de los “niveles culturales modestos sino
los miedos, intereses y proyectos de diferentes clases y estratos
sociales, cuyos conflictos nos situaban muy lejos de aquella
coyuntura de apatía política y relajamiento”, fruto de una era
de fabuloso desarrollo material y cultural” que durante cuarenta
anos no existió más que en las cabezas de sus mentores.
En el breve pero intenso lapso de tiempo en que España, una vez
más, intentó un tránsito, volvieron a bullir la ideología como
justificación del orden existente y la utopía como su crítica
(Manheim, 1987), la ideología como referente simbólico y como
legitimación de la autoridad (Ricoeur, 1989), como representación
deformada o invertida de la realidad (Marx, 1978), la ideología
como sustrato de la configuracion mental de una época <Roca,
1991), la ideología como metacomunicación (Verón, 197611) y, en
fin, la ideología como lenguaje, como signo <Voloshinov, 1976) y
como jerga (Adorno, 1987).
Y, de nuevo, el lenguaje, con toda su capacidad para describir,
representar, explicar, desvelar, proyectar o velar, tergiversar,
ocultar, disimular, silenciar.., volvió a servir como vehículo de
la ideología durante el debate constituyente.
Nación -la Nación española— es el primer sustantivo que aparece
en el Preámbulo de la Constitución española de 1978 y designa al
sujeto colectivo que, en uso de su soberanía, expresa su deseo de
‘kNo sólo como un tipo particular de mensaje, sino como un nivel de
organización de los mensajes; como metacomunicación.
Verón, E. , “Ideología y comunicación de masas: la semantización de la
violencia política” en Lenguaje y comunicación social, 13. Aires, Nueva Visión,
1976.
2. Introducción 42
establecer la justicia, la libertad y la seguridad, promover el
bien y proteger a todos los españoles y pueblos de España en el
ejercicio de los derechos humanos.
En el penúltimo párrafo del Preámbulo se sostiene que este sujeto
colectivo desea colaborar en el mantenimiento de “unas relaciones
pacíficas y de eficaz cooperación entre todos los pueblos de la
Tierra”.
En apenas veinte renglones aparecen dos solemnes palabras: nacion
y pueblo. Dos palabras que pueden expresar mucho o, por contra,
pueden convertirse en dos términos vacíos de contenido. Son dos
significantes que pueden suscitar enconados debates sobre sus
significados, cuando no servir de bandera para gestas heróicas,
o bien pueden convertirse en simples piezas rituales al servicio
de la retórica.
En el Título Preliminar, el artículo 1.2 indica: “La soberanía
nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes
del Estado”. De nuevo aparece el pueblo, ahora como origen de la
soberanía nacional y de todos los poderes del Estado; es decir,
aparece como sujeto político. El artículo 1, frente a las otras
acepciones que pueda tener la palabra pueblo, destaca la acepción
moderna de pueblo, la noción política de pueblo, pero ese matiz
no evita el debate sobre la esencia del pueblo, porque el pueblo
es algo más que el conjunto de ciudadanos al que la Constitución
asigna la soberanía; el pueblo es un signo —“sin signos no hay
ideología”, afirma Voloshinov (1976, 19)— y, como tal, posee un
significado que está más allá de él mismo. Es una palabra que
remite a un ámbito de interpretación que no es el estrictamente
gramatical —salvo un gramático o un filólogo, nadie se pelea por
lo que define un diccionario ni por el sintagma nominal de una
frase-; es un símbolo. Pero no sólo lo es pueblo; la Constitución
está preñada de símbolos.
Podría pensarse que únicamente las grandes palabras ejercen una
función simbólica —la libertad, la justicia, el bien común, la
soberanía, la independencia, la patria, el sufragio...— o las
2. Introducción 43
relativas a la organización del Estado —la Corona, el mismo
Estado, las Cortes-, pero no, palabras como propiedad, familia,
herencia o términos como economía de mercado, organización del
trabajo, unidad territorial, religión, ejército, educación, etc,
remiten a otros referentes como la moral, el credo religioso o a
acontecimientos dramáticos que perviven en la memoria histórica
y que, aun sin ser aludidos directamente, están presentes en los
debates como fantasmas. Lo cual esclarece las prevenciones de que
hace gala el lenguaje de los constituyentes y los meandros de un
discurso que ofrece mensajes con dos niveles de comprensión. El
uno es explícito; el otro, implícito, remite al ámbito de las
intenciones, de las proyecciones, de los miedos, de la prudencia,
de la amenaza, del recuerdo.., es un metamensaje.
Debemos añadir que si bien todo ello estaba presente (aunque con
muy diversos grados de concreción) en el clima de opinión del
momento, por deseo de los diputados constituyentes no provocó un
gran debate nacional —que se quiso evitar expresamente, como ya
veremos después-, sino una discusión restringida que, empezando
por los debates secretos de la Comisión y su prolongación en los
pasillos del Congreso, despachos privados y restaurantes, logró
preocupar solamente a sectores minoritarios de la población. No
quiere ésto decir que faltase la intención de llevar el asunto a
la opinión pública a través de los medios de comunicación, pero
teniendo en cuenta lo abstruso del tema, las limitadas tiradas de
la prensa escrita como medio más adecuado y la utilización de un
lenguaje excesivamente jurídico, los resultados de tal esfuerzo
no pueden calificarse de halagúeños. Pero es que el interés de la
prensa era contradictorio con la intención de los constituyentes
y el efecto propagador sobre la opinión pública se resintió de
ello: los medios de comunicación ofrecieron los resultados de un
árido debate, sometido a las prevenciones arriba mencionadas, en
el que la ciudadanía no participaba y por el que no sentía el
mínimo entusiasmo.
2. Introduccion 44
Es necesario senalar que, en este contexto histórico, la prensa
no fue un mero .....////...... 

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