jueves, 16 de julio de 2020

"Desistí de mi sueño americano y el COVID me dio la oportunidad de ayudar a migrantes como yo"

SOLO REPRODUZCO, Lmm. ¡¡¡: 


‘Nunca había vivido en la calle’: perder la casa y el empleo por culpa del COVID-19

La Ciudad de México dispone de tres programas para ayudar a las personas que quedaron sin trabajo en plena emergencia de salud, aunque todos ellos están ya cerrados.
Alberto Pradilla
PorAlberto Pradilla y Eréndira Aquino
 15 de julio, 2020

https://www.animalpolitico.com/2020/07/vivir-calle-casa-empleo-epidemia-covid-19/ 
Hernández Tolentino pasó su primera noche en la calle el 17 de mayo de 2020. Después de una semana sin pagar los 1,500 pesos por los que rentaba cada mes un cuarto en Peñón Viejo, Iztapalapa, sus caseros le dieron el ultimátum: o saldaba sus cuentas o hacía las maletas. No tuvo otra opción. Recogió sus cosas del que fue su cuartito, de cuatro por cinco metros, se metió en el metro y se dirigió al Hospital General, en la colonia Doctores. Con él iban su esposa y sus dos hijos, de 14 y 8 años.
Aquella noche comenzó su vida en la calle. Pasaron de tener una habitación en la que cobijarse, una cama en la que dormir y armarios en los que guardar sus pertenencias a acostarse en el suelo y cargar con lo poco que les quedaba en una bolsa de plástico. 
Sin un lugar en el que almacenar sus posesiones, se quedaron con lo imprescindible —algo de ropa, unas cobijas—, y se desprendieron del resto. 
“Es muy difícil. Nunca había vivido en la calle. No descanso bien. Me quedo velando por mi familia. Llueve y hay que correr para buscar refugio y no mojarse”, dice el hombre de 50 años, escasa estatura, bigote ralo y rasgos indígenas. Sus abuelos, oriundos del norte del estado de Hidalgo, hablaban nahua, pero la lengua no llegó hasta los nietos. Él heredó una casita en el campo y el español para comunicarse.
Pasan algunos minutos de las 13 horas en el jardín Ramón López Velarde, en la colonia Roma, frente al Hospital General. Hernández Tolentino viene a recibir almuerzo en el comedor móvil que opera la secretaría de Inclusión Social y Bienestar. Hay una larga fila de personas que ahora viven en las inmediaciones. Son como caracoles que cargan con su casa en una bolsa de plástico. 
Antes, en esta caseta se ofrecía comida para familiares de los pacientes ingresados en los centros médicos que esperaban en el exterior. Ahora reparten diariamente entre 63 mil y 65 mil comidas. El coronavirus incrementó la población que se quedó en la calle y disparó el número de personas que, aún con un techo bajo el que refugiarse, no tienen ni para comer. 
“Ahorita hemos encontrado en estas últimas semanas gente que no vivía en la calle, que no tenía experiencia de vivir en la calle”, explica Enrique Hernández, director de la asociación civil El Caracol, con 26 años de trabajo con poblaciones en situación de calle. 
Según la Secretaría de Bienestar de la Ciudad de México, 6 mil 754 personas forman parte de la población callejera en la capital. De ellos, 4 mil 354 duermen en la calle y otros 2 mil 400 en diferentes albergues. Pero estos son datos desfasados. Forma parte de un informe de 2017. No hay datos de los últimos años, ni sobre la emergencia que ha provocado la crisis por el nuevo coronavirus.  
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Los técnicos de esa institución han detectado a 20 familias en la situación de Hernández Tolentino, que con la crisis económica actual se quedaron sin trabajo e ingresos y no tuvieron más opción que dejar su vivienda. A ellos los enviaron a un albergue, pero son, de lejos, los únicos casos así. La familia de Andrés, por ejemplo, no estaba en las estadísticas oficiales. Él nunca se planteó la idea de acudir a un albergue, optó directamente por la calle. Es posible que existan muchas más personas en su misma situación, gente que perdió todo por la crisis provocada por la pandemia y está durmiendo a la intemperie sin recibir ningún apoyo. Gente que no existe para las instituciones. 
Personas en situación de calle en parque de CDMX
Si hubiese optado por acudir al albergue, el local de la calle Coruña, en la colonia Viaducto Piedad, sería su primer destino. Ahí es a donde los técnicos de la secretaría de Bienestar de la Ciudad de México lo hubieran enviado antes de ser valorado y derivado a otro centro, donde posiblemente lo hubieran separado de su familia. 
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El albergue de Coruña cuenta con espacio para 650 personas, pero lo sobrepasó durante los primeros meses la contingencia por el coronavirus. Por ello, el gobierno habilitó dos albergues emergentes: uno en el Deportivo Reynosa de la alcaldía Azcapotzalco, para 700 hombres adultos; y uno más en Villa Mujeres, para 45 adultas que podrían compartir espacio con uno de sus hijos menores de edad, en la Gustavo A. Madero.
Hernández Tolentino y su familia prefirieron sus cobijas en el exterior del Hospital General. Aunque reconoce las dificultades de su decisión. 
“La calle es muy peligrosa, hay que estar pendiente. Te meten un susto, aunque no tengas nada. Es lo que más desespera”, dice. 
El primer día que pasó a la intemperie no pudo dormir ni un minuto. Estaba asustado. Nunca había tenido contacto con una población a la que antes observaba desde lo lejos. 
Hernández Tolentino durante 13 años acudió religiosamente a su puesto de trabajo en una serigrafía ubicada cerca del metro Chabacano. Cada semana se embolsaba unos 2 mil pesos, aunque no tenía contrato ni prestaciones. Le pagaban dependiendo de la producción. Con eso cubría la renta, la ropa y la comida de su esposa y sus hijos. No tenían lujos, pero vivían en paz, hasta que llegó la pandemia y todo se vino abajo. 
El 28 de febrero se detectó el primer caso de COVID-19 en México. El 18 de marzo se registró el primer muerto y un día por esas fechas, Hernández Tolentino fue trabajar y se encontró con la puerta cerrada. 
13 años en la empresa para que el patrón no se molestase en llamarle por teléfono y avisarle que iban a cerrar. Él y otros seis compañeros se quedaron en la calle y sin un peso de compensación. Ha regresado a ver si quizá puede recoger las cosas que dejó, pero el local sigue cerrado. Quién sabe si algún día volverá a abrir o si le llamarán. 

Buscar trabajo cuando vives en la calle 

“Espero buscar trabajo. Pero ahorita está muy difícil”, explica.
Su rutina es una peregrinación en busca de trabajo y comida. Se levanta a las seis de la mañana, lo despiertan las pisadas de los transeúntes que ya caminan en las inmediaciones del pabellón Cuauhtémoc, donde se acuesta cuando llueve. Ahí, justo al lado del lugar en el que despliega sus cobijas, hay una tiendita de venta de dulces y periódicos. Una de las primeras cosas que Hernández Tolentino hace al despertar es mirar las ofertas en los periódicos. Dice que le gustaría un puesto en una taquería, como aquella en la que trabajaba cuando conoció a su esposa hace más de 15 años. Qué lejos quedan esos tiempos, cuando enamoró a la mesera y se fueron a vivir juntos. Quién iba a imaginar que terminarían así: él durmiendo en la calle y ella refugiada en Hidalgo para que sus hijos no tengan que pasar por esta miseria. 
“Preparo parrilladas, tortas, hamburguesas… me gustaría volver a trabajar en una taquería. Puedo hacerlo. Pero tengo 50 años. Y son 50 años”, lamenta. La edad es una losa cuando se busca trabajo. Además, teme que su aspecto pueda ser un problema. Duerme en la calle y es difícil disimularlo, pero existen baños públicos con regaderas. Como la vez que se presentó en una taquería ya con el uniforme de mesero listo para empezar. El puesto lo habían ocupado quince días antes. 
Mientras continúa la búsqueda de un empleo sólido, los mercados le ofrecen la opción de ganarse unos pesos con los que resolver el día. Ese es su segundo destino de la jornada. Allí se ofrece para cortar chiles, cebollas, colocar mesas o barrer. Se lleva unos tacos y algunas monedas a voluntad. Nada con lo que poder rentar un cuarto. Ni se le acerca. 
“Yo nunca había estado así”, repite. 
Ahora comparte con más de un millón de personas la desgracia de perder su empleo a causa del coronavirus. Solo en la Ciudad de México son 197 mil puestos de trabajo formales, según datos del mes de junio de la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum. La Secretaría de Trabajo de la capital explica que es imposible calcular cuántos puestos han desaparecido en el mercado informal. 
“No tengo ningún apoyo del gobierno”, se queja. Son las 10 de la noche y llueve. Ha colocado sus cobijas en una de las cubiertas del Pabellón Cuauhtémoc. A su alrededor hay un grupo de compañeros que también dormirán en la calle esa noche. Pronto serán muchos más. Mañana madrugará para seguir buscando un empleo que cada vez parece más difícil conseguir. 
Andrés acostado en Pabellón Cuauhtémoc donde duerme cuando hay lluvia
La Ciudad de México dispone de tres programas para ayudar a las personas que quedaron sin trabajo en plena emergencia de salud, aunque todos ellos están ya cerrados. Hernández Tolentino jamás escuchó de su existencia. 
El primero es el seguro de desempleo, que para este año contaba con un presupuesto de 500 millones de pesos. Antes se ofertaba por seis meses, pero con la contingencia se redujo a dos para poder abarcar a más gente. Los beneficiarios reciben 2 mil 641 pesos y están inscritas 48 mil 801 personas. 
El segundo se puso en marcha cuando el COVID-19 llegó a México. Se trata de mil 500 pesos a quienes perdieron su empleo debido a la pandemia. Está previsto que se pueda apoyar a 33 mil 333 personas con un presupuesto de 100 millones de pesos. 
El último es el “Apoyo Emergente a Personas Trabajadoras No Asalariadas residentes y a Personas Trabajadoras Eventuales”, que está destinada a dos tipos de población. Por un lado, quienes trabajan en empleos informales, pero registrados ante la secretaría de Trabajo, como organilleros, boleros o los mariachis de Garibaldi. El segundo para trabajadores eventuales que vieron sus ingresos afectados por la COVID-19. 
En ambos casos reciben 1,500 pesos mensuales durante dos meses. Su presupuesto es de 30 millones 792 pesos y en su registro se incluyó a 2 mil 700 personas en la primera modalidad y 7 mil 564 en la segunda. 
Andrés con cubrebocas
En principio, Hernández Tolentino podía encajar en la tercera opción. 
“No suelen dar facilidades para que esta población solicite estas ayudas”, se queja Enrique Hernández, director de Caracol. Su apoyo es el que permite que algunas de estas personas sobrevivan. Semanalmente realizan salidas para informar a la población callejera del COVID-19 y ofrecerles información sobre la pandemia y las medidas higiénicas. También reparten algunas despensas, siempre menos de las que les gustaría. Antes no daban comida directamente, pero cambiaron de estrategia ante la gravedad de la crisis provocada por el coronavirus. 
Explica el activista que uno de sus objetivos es que las personas que recién quedaron en situación de calle puedan tener pronto un lugar en el que dormir. Dice que es importante que no se acostumbren. Alguien que duerme por primera vez al raso puede pensar que la experiencia ha sido horrible. Un mes después, ese mismo alguien puede verse a sí mismo satisfecho por sobrevivir. Y pensar que no se está tan mal, que puede aguantar un tiempo más. 
Por eso Hernández Tolentino quiere salir de la calle lo antes posible y por eso se ha separado su familia. Porque tiene miedo de que les ocurra algo y tampoco quiere que se acostumbren. 
Desde los primeros días de calvario su esposa y sus hijos conocieron a un grupo religioso que les ofrecía un techo durante el día. Ella les apoyaba en la cocina y los menores podían ver la televisión sin estar expuestos. Llegó un día en el que les dijeron que no podían seguir así, que la calle no es lugar para una adolescente de 14 años y un niño de 8. Así que les ofrecieron pagarles el traslado a Hidalgo para refugiarse en la casa familiar. Aceptaron y se fueron la mujer con los hijos. Él se quedó en la capital. “Tengo que encontrar trabajo para que nos volvamos a encontrar”, dice. 
Aquella noche, cuando supo que su familia estaría a salvo, fue la primera en la que Andrés Hernández Tolentino durmió tranquilo. 
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"Desistí de mi sueño americano y el COVID me dio la oportunidad de ayudar a migrantes como yo"

La doctora cubana Aliuska Balmaceda decidió cancelar su proceso de asilo en EE.UU. para establecerse en la frontera de México. Ahora, la pandemia del nuevo coronavirus le permitió ponerse de nuevo su bata de médico.
Por
BBC News Mundo
 12 de junio, 2020  



























































































https://www.animalpolitico.com/bbc/sueno-americano-covid-me-dio-oportunidad-ayudar-migrantes/

https://www.animalpolitico.com/bbc/sueno-americano-covid-me-dio-oportunidad-ayudar-migrantes/ 
Balmaceda recuerda emocionada el día que volvió a ponerse la bata de médico, hace solo unas semanas.
La doctora casi había perdido la esperanza de volver a ejercer tras salir de su Cuba natal el año pasado y recorrer una peligrosa ruta por Centroamérica rumbo a Estados Unidos.
Buscaba lo que, como tantos otros, llama su “sueño americano”.


Pero no fue allí sino en Ciudad Juárez, México, donde consiguió cumplir su ilusión de retomar la profesión.
Ahora lo hace además atendiendo a migrantes como ella, afectados por la pandemia de covid-19 en esta ciudad fronteriza con EE.UU., lo que asegura que le es aun más gratificante.
Tanto es así, que desistió de continuar con el proceso de asilo que había iniciado en EE.UU. y ahora planea su futuro en México, siempre con esa bata blanca que al fin logró recuperar.
Esta es parte de su historia que compartió con BBC Mundo.

Tengo 30 años y soy de Sancti Spíritus, Cuba. En 2013 me gradué como médico general y soy diplomada en terapia intensiva.
Hotel filtro en Ciudad Juarez
AFP
Balmaceda (a la izquierda) le relató a BBC Mundo su historia hasta lograr volver a trabajar como doctora voluntaria en el “hotel filtro” de Ciudad Juárez.
El año pasado, prácticamente me tuve que fugar del sistema castrista con el que no estoy de acuerdo, por problemas políticos y económicos. Me fui con mi esposo y nuestra idea era pedir asilo en Estados Unidos.
A mi niña la dejé en Cuba, porque no tenía el dinero para traerla y porque íbamos a atravesar por muchos países. Me daba miedo que la secuestraran o le hicieran algo.
Me fui el 19 de abril de 2019. Como a los médicos apenas los dejan salir de la isla, tuve que mentir.
Pedí vacaciones sin que casi nadie se enterara y una visa para Nicaragua diciendo que entraría como turista para comprar algunas cosas.
Nos juntamos con un grupo de cubanos y atravesamos Honduras y Guatemala hasta llegar a Chiapas, en el sur de México. Y de ahí fuimos hacia el norte, en busca del “sueño americano”.
Map
Quería ir allí porque tengo familia en Hialeah (Florida). Creo que en ese país hay libertad, puedes expresarte como quieras y tienes un buen salario.
En Cuba recibía US$40 mensuales, con lo que no podía ni comprar un pantalón a mi hija.
Durante mi viaje por Centroamérica no tuve que atravesar la selva, pero aún así fue bien difícil.
Esos “coyotes”, que son quienes te van pasando de país en país, te llevaban a un pueblo asegurándote que ya era Guatemala, y era mentira, aún era Honduras, pero ya te habían robado el dinero.
Pasan muchas cosas. A mí intentaron hasta violarme.
Uno de los hombres que iban a ayudarnos a pasar a Guatemala me llamó por la noche y me agarró por la cintura.
Empecé a gritar, otro de ellos me intentó tapar la boca, pero mi marido y el resto de cubanos del grupo ya me habían escuchado.
Empezaron a golpearse y todos salimos corriendo.
Junto a otra pareja nos escapamos, pero no podíamos contárselo a la policía porque teníamos miedo que nos deportaran.

La llegada a México

Tras pasar a Guatemala llegamos a México.
Queríamos pagar por un salvoconducto que nos permitiera llegar al norte, y unos falsos abogados nos estafaron US$1.500 a cada uno. Imagina cómo nos sentimos.
A mediados de mayo llegamos por fin a la frontera de El Paso y pasé a Migración de EE.UU. para solicitar asilo.
Frontera de El Paso
AFP
Balmaceda entró a EE.UU. por la frontera de El Paso.
Allí estuve en un lugar al que llaman “la hielera”, por el frio que hace, en el que no había camas, dormías en el piso en una especie de capullos (sacos de dormir) y había un solo baño.
Cuando llegué, éramos como 12 personas. Pero los días que volví a la corte, éramos como 23, unas arriba de las otras.
Al llegar solo me dijeron que debido al proceso MPP (Protocolo de Protección de Migrantes o “Quédate en México”), tenían que devolverme a Juárez y esperar el proceso de asilo desde México.
Esperé mis fechas de corte, que empezaron en agosto.
Pero en un momento vi una luz y pensé que podía quedarme aquí, porque vi la opción de trabajar en México mientras que en EE.UU. quizá no podría ejercer.
Además, vi casos de petición de asilo denegados pese a tener muchas pruebas. Y yo no podía pagarme un abogado que me asesorara.
Así que notifiqué que iba a abandonar el proceso para quedarme a vivir aquí con mi esposo y ya no acudí a mi tercera audiencia.

Médico para migrantes

Desde diciembre estoy tratando de legalizarme aquí, que es bien difícil. Por ahora estoy irregular. No me gusta decir “ilegal” porque es una palabra bien fea.
Aquí en México me han acogido bien, aunque también sé que es peligroso. Pero desde luego no voy a ser perseguida como en Cuba.
Cartel en Ciudad Juarez
AFP
Balmaceda decidió quedarse junto a su marido en Ciudad Juárez y abandonar su “sueño americano”.
Ha sido un año muy difícil. Trabajé de mesera, con mi esposo repartiendo hamburguesas, vendiendo ropa en el centro… Pero cuando la ciudad se puso en cuarentena por el covid-19, perdí mi trabajo.
Entonces una amiga doctora me avisó de que había una convocatoria para trabajar aquí en el “hotel filtro” de médico voluntario.
Enseguida me interesé, me entrevistaron, me hicieron unos exámenes, fue difícil, pero se pudo y aquí estoy.
El “hotel filtro” es un hotel adaptado para que migrantes recién llegados a Ciudad Juárez o que no tengan alojamiento puedan pasar la cuarentena hasta confirmar si tienen o no covid-19.
En su mayoría procedentes de Honduras y El Salvador, los huéspedes pasan allí 14 días hasta confirmar que están libres del virus y ser trasladados a alguno de los albergues de la ciudad. Si presentan síntomas graves, son enviados a un hospital.
Migrante de Guatemala en el hotel filtro
AFP
Los migrantes pueden pasar los 14 días de cuarentena en el “hotel filtro” en Ciudad Juárez, implementado por organizaciones locales y organismos internacionales como la Organización Mundial Para la Paz y la OIM.
La crisis del coronavirus ha acentuado la precariedad de miles de migrantes varados en México que no pueden entrar en EE.UU. ni tampoco regresar a Centroamérica u otros países del sur.
Según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en Ciudad Juárez se encuentran entre 5.000 y 7.000 migrantes en alojamientos por cuenta propia, albergues o en situación de calle.
Entre enero y mayo, transitaron por la ciudad unos 11.000 migrantes, 8.000 de los cuales fueron deportados de EE.UU.
En otros lugares de la frontera norte de México, como Matamoros, unas 2.000 personas sobreviven hacinados en un campamento mientras esperan a que avancen sus procesos de petición de asilo.
La presión aumentó desde que Donald Trump ordenó a finales de marzo negar la entrada a EE.UU. a todos los solicitantes de asilo debido a la pandemia. En cuestión de horas, son expulsados de vuelta a México.
Mientras, en la frontera sur de México, los migrantes deambulan por las calles de ciudades como Tapachula tras el cierre de albergues para evitar contagios.
En su caso, tampoco pueden viajar hacia Centroamérica hasta que no reabra la frontera guatemalteca.
Campamento de migrantes en Matamoros
Getty Images
Cientos de migrantes se concentran desde hace meses en campamentos improvisados en la ciudad de Matamoros a la espera de que se resuelvan sus peticiones de asilo en EE.UU.
EE.UU. reportó hasta este miércoles 3 de junio más de 107.000 fallecidos por coronavirus, mientras que México superó la barrera de los 100.000 casos confirmados y 11.000 muertes.
línea
BBC
Aquí en el “hotel filtro” estamos tres doctoras y tres enfermeros cubanos y personal de apoyo venezolano, aunque se busca ampliar el equipo. Somos un grupo bien fuerte y unido.
Les tomamos la temperatura y revisamos su sintomatología, los examinamos uno a uno dos veces al día y según su patología se les va a atendiendo, siempre con todo el equipo de protección.
El día que empecé fue increíble. Todo médico que se vuelve a poner la bata es un orgullo, un placer, es lo más grande (ríe). No pensé en volver a usarla, menos aquí en México.
Aliuska Balmaceda
Cecilia Tombesi
Balmaceda reconoce que había perdido la esperanza de volver a ejercer la medicina.
Lo más bonito es que como yo soy migrante, ellos se sienten identificados con nosotros.
Me dicen: “Pero doctora, no lo puedo creer ¿usted es migrante?”. Yo les digo que sí, y ellos se sienten a gusto con nosotros y muy agradecidos.
Otras veces me preguntan si yo también atravesé esos países, y respondo que sí, que igual que ellos.
En cuanto una llega a la puerta la saludan. Es muy gratificante.
Sobre mis planes de futuro, algunos doctores me vieron en los medios a raíz de entrar a este hotel filtro y se comunicaron conmigo.
Hay opciones trabajo, pero no puedo ejercer sin mi título legalizado.
Así que trato de reunir algo de dinero para tramitarlo y traer por fin a mi hija.
En México me dedico a lo que me gusta, atendiendo y ayudando personas, y no me va mal, ya tengo mis amistades… así que mi vida ahora está aquí.

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