MIENTRAS EN LA UNIÓN EUROPEA SE REÚNEN INAFORTUNADAMENTE PARA VER COMO SE NEGOCIA Y SE HACEN RESPONSABLES LOS DIVERSOS GOBIERNOS DE LA CANTIDAD TOTAL DE 750.000 MIL MILLONES DE EUROS,...DONDE ITALIA, ESPAÑA,...ETC,...PIDEN BUENAS CONDICIONES Y MEJORES CANTIDADES DE PRESTAMOS-SUBVENCIONES,....Y ESTÁN EN QUE NO SE PONEN DE ACUERDO EN ESTO....LA VORÁGINA PANDEMIA GENOCIDACAPIT,...SIGUE SUS CURSOS,..Y ENTRE OTROS SUCESOS A LOS INMIGRANTES IRREGULARES LOS TIENEN FRITITOS,...AYER SE MANIFESTARON POR SUS REGULARIZACIONES Y MEJORES CONDICIONES DE VIDA, SANIDAD, ALIMENTACIÓN, EMPLEO, AGUA Y TECHO DIGNO,...EN MURCIA HUBIERON CIERTOS INCIDENTES, DONDE LAS GENTES DEL LUGAR SE ASUSTARON Y NO COMPRENDÍAN A LOS TRABAJADORES SUBSAHARIANOS,...ETC,...
NORMALIZACIÓN Y COTIDIANEIDAD DE LA FILANTROPÍA Y COLAS PARA --
RECIBIR ALIMENTOS. ¡¡¡¡¡.
OTRA PANDEMIA, NO LO AGUANTARÍA LA ECONOMÍA ESPAÑOLA, HAY QUE -
REBAJAR IMPUESTOS Y MEDIDAS DE APOYO A LOS EMPRESARIOS. ( PRESIDENTE PATRONAL CATALUÑA,...).
INMIGRANTES DE MURCIA, EN LUCHA POR PAPELES,...ETC,...Y LA POLICÍA DANDO PALOS,...Y LOS TIENEN CONFINADOS EN UNOS EDIFICIOS Y AVES DONDE -
VIVEN,...O MALSOBREVIVEN,...
NI LAS REBAJAS DE LAS REBAJAS FUNCIONAN, LAS GENTE GUARDAN Y APALANCAN SUS DINEROS,...¿¿¡¡ POR O QUE PUEDA PASAR ??¡¡.
LA HUMANIDAD : AGOTADORA Y DEPREDADORA,...¡¡: MISIONES INTERPLANETARIAS,...EMIRATOS ÁRABES UNIDOS,...DESDE JAPÓN, HAN LANZADO SU PROYECTO DE CONQUISTA ESPACIAL,...LLEGARÁ DENTRO DE UNOS SIETE MESES,...ETC,...DESPUÉS, DENTRO DE POCOS MESES, LA RP CHINA Y LOS EE.UU. DEL N. LANZARÁN NUEVAS MISIONES INTERPLANETARIAS,...EL CAPITAL INTERPLANETARIO,...CASI CULMINACIÓN DEL MULTICAPITALISMO-TODOCAPITALISMO , TODO SISTEMA IMPERIALISTA MUNDIAL,...
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Emiratos Árabes Unidos lanza su primera misión a Marte 1558 Una representación de Marte y la sonda Hope se ve en el Centro Espacial Mohammed bin Rashid antes de su lanzamiento desde la isla Tanegashima en Japón, en Dubái, Emiratos Árabes Unidos, el 19 de julio de 2020. Foto:
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Emiratos Árabes Unidos lanzó su primera misión a Marte la madrugada del lunes 20 de julio de 2020 (hora de Japón), en momentos en que se esfuerza por desarrollar sus capacidades científicas y tecnológicas y alejarse de su dependencia del petróleo. La sonda Hope despegó del Centro Espacial Tanegashima de Japón a las 06:58, hora japonesa del lunes (16:58 hora Ecuador) para un viaje de siete meses al planeta rojo, donde orbitará y enviará datos sobre la atmósfera. La primera misión árabe a Marte debía haber sido lanzada inicialmente el 14 de julio, pero se retrasó en dos ocasiones debido al mal tiempo. Actualmente hay ocho misiones activas explorando Marte, algunas orbitan el planeta y otras han aterrizado en su superficie. China y Estados Unidos planean enviar otra este año. La Misión Marte de los Emiratos ha costado 200 millones de dólares, según la ministra de Ciencias Avanzadas, Sarah Amiri. Su objetivo es proporcionar una imagen completa de la atmósfera marciana por primera vez, estudiando los cambios diarios y estacionales. Los EAU anunciaron por primera vez los planes para la misión en 2014 y lanzaron un Programa Espacial Nacional en 2017 para desarrollar la experiencia local. Su población de 9,4 millones, la mayoría de los cuales son trabajadores extranjeros, carece de la base científica e industrial de las grandes naciones capaces de construir y lanzar de manera independiente misiones espaciales. El país cuenta con un ambicioso plan para un asentamiento en Marte para 2117. Hazza al-Mansouri se convirtió en el primer emiratí en el espacio en septiembre pasado cuando voló a la Estación Espacial Internacional. Alrededor de una hora después del lanzamiento, la sonda desplegará paneles solares para alimentar su comunicación y otros sistemas. El centro espacial MBRSC en Dubái supervisará la nave espacial durante su viaje de 494 millones de kilómetros a una velocidad promedio de 121 000 kilómetros por hora.
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...---SI NO HAY ESTABILIDAD SOCIAL GLOBAL,...NO HAY CONQUISTA SISTEMA SOLAR, ESPACIO EXTERIOR,...¡¡.
...¿¿¡¡ QUÉ PIENSAN DE ESTO EL PCR.US,...( REVCOM.US ); INVESTIGAR Y PREGUNTAR.
YO FUÍ, "LAZARILLO"; ASÍ ME TENÍA, JOVEN, CON 20-21 AÑOS,...YO ERA DE FIAR Y BUEN MILITANTE Y SIN ASPAVIENTOS Y CENTRADO Y ENTREGADO A MIS RESPONSABILIDADES POLÍTICAS,...POR LO QUE SE VIÓ,...¡¡; DE JOSÉ,...DIEGO RUÍZ GALACHO,...RESPONSABLE DE LAS CUENTAS DEL PC-UR,...Y DE LA UCCO,...EN MÁLAGA, ANDALUCÍA,...??¡¡¡¡. A MÍ, NADIE HA VENIDO A DECIRME LIQUIDACIONISTA, VENDIDO, PECERO-RECONCILIADOR,...PERO TODAVÍA ESTÁN A TIEMPO,...ETC,...ESO SÍ, UN TAL "MARTÍNEZ", EL MAESTRO, EXUCCO Y DE COLECTIVORC.ORG ME DIJO DE QUE NO ME COMPRABA EL NUEVA SOCIEDAD, PORQUE YO NO ERA DE FIAR,...¡¡; NI DIÓ, MÁS EXPLICACIONES, NI YO LE PREGUNTÉ EL PORQUÉ, NI QUE LO ARGUMENTARA,...Y SIN EMBARGO, UN CDA, SUYO, UN TAL "BOYI", SALVA PEDROZA,...SÍ ME INVITÓ A ENTRAR EN LA UCCP, QUE ERA COMO ANTES SE LLAMABAN, LOS ACTUALES COLECTIVORC,...??¡¡¡, IRONÍA DE LA VIDA,...EN CAMBIO,...YO ME NEGUÉ,...ETC,...Y NO LE QUISE DECIR DE QUE SE PEGARA ÉL, Y ELLOS A MI GRUPO,...EL GCP INTERN. DE MÁLAGA, PORQUE NO LOS NECESITABA Y PORQUE ELLOS VALÍAN BIEN POCO, PARA LA CAUSA DE LA REVOLUCIÓN SOCIAL,...Y MENOS PARA LA DE LA HUMANIDAD,...
UNA "ANÉCDOTA", DE LA CUAL YA HE CONTADO ALGO,...FUÉ, QUE YENDO A MADRID, PARA EL V CONGRESO DE LA UCCO, EN ABRIL DE 1.981, MÁS-MENOS, -- YO TENÍA YA 28 AÑOS, Y COMO 14 DE MILITANCIA ENTRE UNA COSA Y OTRA, FORMALMENTE E INFORMALMENTE,... --; EN EL COCHE DONDE ÍBAMOS UNOS CUANTOS, LES PLANTEÉ, DE QUE ME IBA A PRESENTAR AL CTÉ. CENTRAL, QUE ERA DE LIBRE ELECCIÓN, SE PODÍA PRESENTAR CUALQUIERA,...SE DIO DIVISIÓN DE OPINIONES EN LOS QUE ESTÁBAMOS EN EL COCHE,...EL BOYI, NO LO VEO,...PERO SI QUIERES "LUCHIANI", PUES PRESENTATE,...NADA DE ANIMARME NI DE CREAR UN MÍNIMUS COURON"; OBSERVABA QUE NADIE DE MÁLAGA, SE PRESENTABA, AL MENOS NO LO SABÍA,...VAYA OCULTISMO,..¡¡. YO PENSABA QUE LOS MISMOS DIRIGENTES DEL PC-UR, SERÍAN ELEGIDOS, POR LÓGICA,...COMO SE SABE, NO SALGO ELEGIDO, ES SORPRESA MI CANDIDATURA,...PERO A LOS POCOS MESES, SOY COOPTADO AL CTÉ. CENTRAL,...Y NO ME DAN EXPLICACIONES, SOLO DE QUE ESTÉ PREPARADO PARA LAS REUNIONES EN MADRID, Y QUE ME PASARÍAN DOCUMENTOS, DE DISCUSIÓN Y LOS ÓRDENES DEL DÍA,...Y CON LAS GENTES CON LAS CUALES IBA A MADRID,...¡¡. TOTAL, NO SE ME DIERON LAS ENHORABUENAS LÓGICAS,...Y YO SEGUÍA CON MIS TAREAS HABITUALES,...EN MI CÉLULA,...EN MI AGI-PRO,...PERO NADA DE REUNIONES POR SEPARADO CON OTROS ORGANISMOS NI PERSONALIDADES,... ( EN OTRA OCASIÓN, MÁS A PELO, MÁS JUSTIFICADA, HABLARÉ -- DE LO QUE ME ACUERDE --, DE MIS ACCIONES-REACCIONES-IMPRESIONES-PERPLEJIDADES,...ETC,... EN EL CTÉ. CENTRAL,...Y EL CTÉ. CENTRAL, COMO TAL,...CASI, UN MUERMO TOTAL,...). YO ESTABA EN TAREA UNIVERSALISTA Y TRABAJAR POR UNA INTERNACIONAL M-L, ANTIURSS DE STALIN, KRUCHET,...
QUERÍA PONER LA PORTADA DEL PRIMER NÚMERO,...PERO NO DOY CON ELLA,...LA CREÓ, DIEGO RUIZ GALACHO, SEGÚN TENGO ENTENDIDO Y AVERIGUADO,...OTRA COSA ES QUE F. FAJARDO, ESTÉ AHORA AL MANDO, Y EL PCTE,...CREO, QUE TAMBIÉN,...¡¡. MIS ARTÍCULOS PARA EL CONSEJO DE LA MISMA, NO DABA LA TALLA ACADEMICISTUS DEBIDA,...ERA YO MÚUUUHHHH PROLETARIO CAUSI ANALFABETUS HISPÁNICUS,..¡¡¡.
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...LA HERMANA DE DIEGO RUÍZ, ERA MILITANTE Y SU COMPA, DE OC-BR, EN SEVILLA,...ESTA HERMANA, SI ES INTELECTUAL DEL MOVIMIENTO OBRERO,...
EN UN LIBRO, DEL AYUNTAMIENTO DE SEVILLA Y ESCRITO, POR MERCEDES LIRANZO HERNÁNDEZ; ESTÁ ENCARNACION R. GALACHO : EN,
MUJERES ANTIFRANQUISTAS
Testimonio de mujeres sevillanas
ENCARNACIÓN RUÍZ GALACHO
https://www.sevilla.org/servicios/participacion-ciudadana/memoria-historica/archivos/mujeres-
antifranquista-web-ilovepdf-
Testimonio de Encarnación Ruiz Galacho (escrito por ella), 2017.
481
Nací en el año 1946 en Málaga capital, en la calle Victoria, la
calle principal del barrio de ese mismo nombre, ( OS COMENTO DE VERDAD, DE QUE AHORA ME ESTOY ENTERANDO DESPUÉS DE MÁS DE 40 AÑOS, DE CONOCERLA Y SER AMIGO-CDA. DE SU HERMANO DIEGO R. G. CREADOR DE ELLABERINTO.UMA.ES,...¡¡¡¡¡. Lmm. ), y me bautizaron
con el nombre de Encarnación, porque así se llamaba mi abuela
materna. Mi madre, María Galacho Hernández, y mi padre, Diego
Ruiz Navarro, eran maestros nacionales, como lo habían sido mi
bisabuela, mi abuela paterna, como lo eran mis tíos y lo serían mi
hermana y mis primas. Yo misma iba camino de serlo cuando lo
dejé en tercero de Magisterio, a falta de las asignaturas de la Sección
Femenina a las que no me presentaba. Tenía 17 años y me permitía
el lujo de hacerle la guerra al Franquismo por mi cuenta, en nombre
de «las inquietudes sociales», como se decía entonces entre los jóvenes airados o desafectos del régimen, que luego vendría el paso más
comprometido de «tomar conciencia». Vivía el conflicto de tener en
mi familia a las dos Españas, la de los vencedores y la de los vencidos de la Guerra Civil. Ante lo cual, yo tomé pronto partido por los
vencidos, antes de que me lo fundamentara el ideario marxista con
el que iba a convivir toda mi vida adulta.
Mi padre fue depurado nada más entrar las tropas franquistas
en el municipio costero de Marbella, donde ejercía y dónde sufrieron una represión brutal que ha sido analizada y documentada, en
un libro de reciente publicación por una historiadora malagueña.
Aunque partidario de la Izquierda Republicana y afiliado a UGT,
mi padre debido a una dolencia auditiva no había empuñado las
armas, ni tenía en su haber los temibles «delitos de sangre», porque
en ese caso habría sido fusilado de inmediato. Sólo había combatido con la palabra, y por ello objeto de la Gran Depuración que
diezmó a los maestros nacionales republicanos. A igual que tantos
«Todas las desgracias del mundo
proviene del olvido y desprecio
que hasta hoy se ha hecho
de los derechos de la mujer,
naturales e imprescindible del ser mujer».
Flora Trista, albergó la esperanza de que la victoria de los
Aliados, en la II Guerra Mundial, traspasara los Pirineos, y con ese
fin acudía a las reuniones secretas que se hacían en algunos parajes,
como en el Parque de Málaga. Pero cuando quedó claro que la liberación de España no entraba en los planes de la Alianza anglonorteamericana, se aferró a la memorización de los discursos de Azaña, a los fragmentos más queridos, que recitaba en voz alta cuando
creía no ser oído.
Mi madre en cambio, estaba ideológicamente en el polo opuesto. Pertenecía a una familia de la derecha católica –la CEDA de Gil
Robles–, no sólo porque era extremadamente religiosa, sino porque
su padre, mi abuelo materno, era el sacristán mayor de la S.I. Catedral de Málaga. Todos ellos se vieron muy afectados por los episodios de la quema de conventos acaecida en la ciudad, en mayo de
1931, tras la proclamación de la II República que provoca la huida
del obispo don Manuel González, así como el terror rojo desatado a
partir de julio de 1936, en una Málaga asediada por la sublevación
franquista. Mi abuelo era de extracción social humilde y tenía a sus
parientes en el anarquismo, siendo algunos de sus primos los que
habían ido a «visitarle», para que entregara las llaves de la Catedral.
Una propuesta sacrílega y profanadora que a mi abuelo le puso
enfermo, y que mi abuela y mi tía aprovecharon para llevárselo al
campo. No sabían que, cuando aquellas puertas se abran por orden
de la autoridad republicana, para alojar a la masa de refugiados que
llegan huyendo del terror franquista, la Catedral será una tumba
para muchos de ellos, para los más vulnerables, mujeres, niños y
viejos.
Mi abuela, como no podía ser menos, entregó las pocas joyas de
su ajuar a la sublevación militar, a la Cruzada contra la Masonería
y el Comunismo, lo hizo por devoción, por ideología, sin recibir
ningún beneficio material a cambio. Un enorme cuadro de Franco
colgado en la pared, presidía el comedor familiar, y por supuesto,
en sus plegarias siempre estaba presente darle larga vida al invicto
Caudillo, que tanto hacía por la España nacional-católica. Sus dos
niñas, mi madre y mi tía, habían estudiado en las Teresianas y las
dos hicieron la carrera de maestra, para que fueran independientes económicamente, repetía mi abuela, cuando esa aspiración pertenecía más a la legislación republicana que a la legislación del Nuevo
Estado impuesto por los franquistas vencedores. En fin, contradicciones de las dos Españas, como fueron los casorios de sus hijas con
maestros, el uno falangista y el otro un republicano depurado por
rojo.
Aunque mi madre seguía siendo una ferviente católica, a mis
abuelos le sentó fatal tener por yerno a un rojo en la casa, pero se
esforzaron por anteponer los lazos de sangre a los de la ideología
política enemiga, tanto que mi hermana era la preferida de ellos.
Debido a las dificultades de mi padre para ganarse el sustento,
tuvo primero que dar clases particulares, y después, hacerse corredor de seguros, por lo que mi madre fue el sostén económico. Para
ahorrar en vivienda y en todo, mi madre se fue a la escuela de un
poblado fabril, Los Remedios, que estaba en medio del campo, en
la vega del Guadalhorce, entre los pueblos de Campanilla y Cártama, donde nos fuimos todos a vivir. El poblado tenía estación de
ferrocarril para los trenes de mercancías y de viajeros, pero no era
un apeadero. Para bajar y subir de los trenes, había que proveer a
los viajeros de una silla, a modo de escalón, por esa razón le llamaban la «Estación de la silla». Ante aquel absurdo, mi padre hizo la
petición de apeadero que fue admitida. Cogía diariamente el tren
por razones de trabajo y esto era un justificante de la reivindicación
al respecto, sin que le molestaran por «meterse en política», cuando
ésta sólo significaba preocuparse por los demás, por la colectividad.
Claro que mi padre arriesgaba algo al señalarse, porque su trabajo
de viajante de seguros era una ocupación característica del republicano español represaliado. Luego ocurrió que al ser satisfecha la petición, el éxito fue muy comentado en aquellos andurriales, donde
se decía que lo había conseguido «el marido de doña María».
Mi madre era allí una autoridad, no tenía a nadie por encima,
no había cuartel de la Guardia Civil, alcalde, médico, cura, ni capilla. Aquello era lo más laico y parecido a una comuna, porque
tampoco el dueño de la fábrica hacía notar su presencia, tenía su
residencia casi siempre vacía, pues dejaba al encargado el mando
de los obreros y a un administrador el control de las propiedades.
Y todos los días, a excepción de las fiestas de guardar sonaba la sirena de la fábrica, como el ritual que era, llamando a trabajar a los
hombres del lugar. Unas horas después, a las nueve de la mañana,
mi madre abría la puerta de la escuela, y los niños con los niños y
niñas con las niñas, cada uno en su fila respectiva esperaba la orden de entrada. Yo misma estaba con las demás niñas, vestida como
ellas, un babi blanco y una moña roja. Una imagen idílica que solo
alteraban invariablemente, las voces de las madres llamando a los
que se retrasaban y de ella la más desesperada gritaba: «Perico, a la
escribanía».
La escuela unitaria de niños y niñas, era una excepción en la
política educativa de segregación de sexos del franquismo, y venían
chiquillos y chiquillas andando desde algunos cortijos, que estaban
a varios kilómetros de distancia. Para mi madre eran esos, lógicamente, los mejores y no a los había que dar voces para que fuesen
a la escuela y palmetazos para que prestaran atención, dado que,
en la escuela unitaria, además de la coexistencia de sexos, estaban
todas las edades y cursos de la enseñanza primaria, que iba de los
6 a los 12 años.
Naturalmente no faltaban, entre la primavera y el verano, las
romerías de tipo religioso, que se hacían en los pueblos vecinos y
que arrastraban una presencia femenina importante. En aquellas
procesiones, cuya meta era llegar a la ermita de la Virgen, se veía a
las mujeres tristes y con lágrimas en los ojos, con unos hábitos horrendos de colores oscuros, con los que pregonaban el cumplimiento de promesas hechas al santo de su devoción. Algunas llevaban
rodilleras puestas, para hacer el camino en tan incómoda posición,
pidiendo milagros imposibles.
Para mi padre aquello eran supersticiones, con las que no se podía contemporizar en absoluto. También, del mismo parecer era «la
Elefanta», con el mérito añadido de ser mujer y analfabeta, aunque
muy sabiamente se había procurado la coartada de ser viuda y haberse instalado en la vejez prematura y el luto riguroso. En cuanto al
mote que la dejó sin nombre era un misterio. No sé si se lo pusieron
por ser una mujer muy alta, o ir vestida de negro de pies a cabeza.
Tenía unos cincuenta años que parecían ser más, y se ganaba la vida
de lavandera, a la espera de que la reclamaran los dos hijos varones, que se fueron a trabajar a las fábricas de Barcelona.
Estábamos en la
década de 1950 y con ella había comenzado la gran emigración de
la masa proletaria, desde la Andalucía oriental hacia la industria de
Barcelona y su comarca.
A mí también me trasladaron de lugar, llevándome mi padre a
Estepona, un pueblo costero, donde residía mi abuela paterna, doña
Mencía, maestra nacional ya jubilada, y que tenía en su haber la medalla de Alfonso X el Sabio y una placa pública de reconocimiento
a su labor. Mi abuela vivía con sus dos hermanas, Pepa y Ana, las
mismas con las que, tras separarse de su marido, había criado a mi
padre y tenía un círculo de amigas de su edad, casi todas solteras
o viudas, que hablaban de sus recuerdos y vivencias, entre las que,
claro está, figuraba la Guerra Civil, sin ser el tabú que fue en las
casas de los vencidos.
Ante la entrada de las tropas franquistas, la casa de mi abuela
fue refugio para un grupo de mujeres republicanas, en riesgo de ser
ultrajadas y violadas por las tropas coloniales marroquíes, «los moros» que eran los que más aterrorizaban a la población indefensa.
Ellas contaban lo que le había ocurrido a otras mujeres rojas que no
habían tenido escapatoria; y recordaban a mujeres casadas y solteras y hasta preñadas, tratadas sin consideración, abiertas en canal,
reventadas a pedradas o a culatazos.
Otro elemento de politización temprana fue para mí la lectura
del diario ABC. Mi abuela, contrariamente a lo que cabía suponer,
era una asidua lectora del diario conservador, de la derecha monárquica. Con su gran intuición, daba por sentado que la monarquía
vendría después de Franco, pero tampoco se quería gastar una peseta leyendo a la derecha. La solución era leerlo con dos semanas de
retraso, gracias a una amiga, cuyo marido estaba suscrito, y le reservaba un lote de periódicos cada quincena. De ese modo, tendría
yo 8 años, cuando en lugar de tebeos, cogía el ABC que dejaba mi
abuela, y me leía lo que se me antojaba; prefería las páginas de la coyuntura internacional, dónde se hablaba de las revoluciones anticoloniales del Tercer Mundo, y empecé a retener los tópicos del «telón
de acero», con el que fueron bautizados los regímenes comunistas
de Europa oriental y la propia Unión Soviética. Eran usuales las referencias a Josif Stalin, el máximo dirigente del comunismo ruso y
de la Unión Soviética, muerto en 1953, al que llamaban «el zar rojo»,
cosa a la que le daba yo algunas vueltas, como ocurre con una contradicción en sus términos. Hasta, mismamente, aquellos vocablos:
Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) me parecían una
fantasía que obraba encantamientos a los que las repetían. Pero había que ser más prosaica, sin duda, y un buen día el corresponsal
de ABC, al tratar de la vida laboral en la URSS, informaba muy escandalizado de que las mujeres rusas trabajaban en el servicio de la
limpieza de las calles, cosa que a mí no me pareció nada mal que lo
hicieran. ¡Imagínate qué tiempos!
Volví a Málaga y adiós a los periódicos. Tenía que comenzar
el bachiller elemental, y ocuparme de mi hermano pequeño, que
con él ya fuimos: cinco hermanos, tres varones y dos féminas. Mi
hermana era la mayor de todos, me llevaba diez años de diferencia,
y ya había desempeñado un papel de responsable de la Acción Católica malacitana. El obispo Herrera Oria quiso mandarla a estudiar
a Navarra para que hiciera periodismo, en la Universidad Católica,
pero mi hermana no era una exhibicionista, tendía más al recogimiento y a las obras piadosas. Como hacía proselitismo conmigo,
estuve enrolada algún tiempo en las benjaminas de la Acción Católica, y algunas veces hizo que le acompañara a las visitas de caridad
cristiana que hacía a las familias pobres de los suburbios, a los que
llevábamos unos paquetes de comida, ropa y medicinas. Pero eso
era «coser y cantar», comparado con el trance más duro. Ocurrió
una Navidad que fuimos a la Casa Cuna, allí había una sala con
unas rejas desde donde las madres veían a los pequeños, incluso los
bebés que le enseñaban las monjas. Nosotras estábamos por fuera
con las madres, unas mujeres variopintas, algunas prostitutas de los
burdeles más deprimidos, que al ver a los hijos gritaban de alegría
y otras lloraban en silencio, pero luego sucedió aquello. Una mujer
de pelo rubio estropajoso, de los decolorados con agua oxigenada,
y unos tacones muy altos, pedía que le enseñaran a su hijo, a gritos,
enloquecida.
Luego mi hermana decidió dar un giro radical y hacerse monja
de clausura. --- EN ESTOS TIEMPOS NUEVOS,...PARECE COMO LOS MISMOS,...??¡¡¡. Lmm. ---. Naturalmente, temía decírselo a mi padre, al que no le iba a sentar nada bien y, por supuesto, no le iba a dar ni una peseta de dote para el convento, pues mi padre, como mi tío después,
coincidían en alegar que la dote era la carrera de magisterio que sus
hijas llevaban consigo. Por mucho que las monjas protestaran, diciendo que la carrera no les servía a ellas de nada.
Así que, durante
un tiempo estuvimos yendo de visita a los conventos de clausura,
que no eran pocos, para ver cuál de ellos tenía las reglas más severas, hasta que una de mis primas se prestó relevarme de aquellas
giras conventuales. Tanto, que al final fue mi prima la que se quedó
de monja de clausura en Las Reparadoras, y mi hermana se fue de
maestra a Casabermeja.
Años después, las inquietudes políticas que habían ido germinando por la vía familiar y el acopio de lecturas, dieron un salto de
calidad, como se diría en la dialéctica marxista, gracias a mi hermano Diego. Porque él había tenido de profesor, en la Escuela de Peritos Industriales a Alfonso Carlos Comín, entonces un intelectual
católico de izquierdas, por medio del cual conecta, primero, con los
estudiantes de Acción Católica (la JEC) y, después, a finales de 1965,
con la Juventud Obrera Católica (JOC), cuyo responsable provincial
era Pedro Andrés González García.
Antes, debido al encantamiento de la URSS, yo había leído mucha literatura rusa, pero en adelante, al compás de los contactos de
mi hermano y de su proselitismo conmigo, empecé a leer libros de
marxismo, algunos que habían colado –pese a la censura franquista–, y algunos otros que eran libros clandestinos que mi hermano se
agenciaba de la trastienda de algunas librerías. Así que en cuanto
me lo propusieron, formé junto con mi hermano, Pedro Andrés y
otros dos amigos, el núcleo fundador del Frente de Liberación Popular en Málaga a mediados de 1966. Era la única mujer del grupo,
y a mi madre, todo aquel calcorreo que teníamos le parecía fatal y
peligroso, pero huelga decir, que no le hacíamos ningún caso.
Pedro Andrés era el que había conectado el año anterior (1965)
con el Frente de Liberación Popular, más conocido coloquialmente
por «el Felipe», después de una reunión de Paco Pereña en Málaga,
en casa de José Mª González Ruiz. Ya Madrid le había proporcionado una entrevista con Marcelino Camacho, que era ya el líder indiscutible de las Comisiones Obreras. El grupo hizo mucho por la difusión de Comisiones Obreras y por la participación en las elecciones
sindicales de 1966, pero después de la primera vuelta electoral nos
vinimos a Sevilla Pedro Andrés y yo. Pedro Andrés había sido despedido de la fábrica textil Intelhorce debido a un plante laboral y
como no era la primera vez en ser despedido, tampoco tenía posibilidades de entrar en Citesa. En cualquier caso, como nos habíamos
emparejado, pensamos probar suerte en las fábricas de Sevilla, comparativamente más industrializada por el Polo de Desarrollo.
Pero nada salió en Sevilla como se esperaba desde el punto de
vista laboral. Pedro Andrés tuvo que colocarse de peón en la construcción y yo, por una u otra circunstancia, tampoco entré en ninguna fábrica.
En la ciudad, sólo conocíamos a una gente que habían
sido de la JOC y a través de éstas, entablamos amistad con los socialistas, con Felipe González y Alfonso Guerra y otros más de su
entorno. Felipe González fue el padrino de nuestra boda, y Santos
Juliá el cura que nos casó en la parroquia de las casitas prefabricadas del Polígono Sur. Los socialistas simpatizaban con «el Felipe»
debido, entre otras cosas, a la crítica de esta organización al estalinismo de la Unión Soviética y de los Partidos Comunistas herederos
de la III Internacional, caso del Partido Comunista de España (PCE).
Sin embargo, pese a que los socialistas nos dieron más muestras
de solidaridad y más motivos para ingresar en sus filas, la defensa
de Comisiones Obreras –y la mitificación juvenil del nuevo movimiento obrero que hacíamos– nos empujaba al PCE, en calidad de
partido obrero y principal partido de la lucha antifranquista, sobre
el que tenía mis objeciones. Así se lo dije al camarada con el que
me veía y que me dio el ingreso en el PCE. Tales objeciones eran las
relativas al discurso de «la reconciliación nacional» y la visión triunfalista que tenía el secretario general del PCE, Santiago Carrillo, sobre la caída del Franquismo, sobre el papel del Ejército, y sobre la
alianza antifranquista con la burguesía española.
Pero todo parecía indicar que el PCE me estaba esperando, por
así decirlo, para encomendarme el trabajo con las mujeres, y que yo
acepté encantada. En realidad, también me habían sugerido retomar mis estudios y meterme en la Universidad, pero el de las muje res era un frente de lucha en el que estaba todo por hacer. Prueba de
lo cual era que, una recién llegada como yo, fuese la única militante
femenina del PCE, y razón por la que me asignaban la responsabilidad. No obstante me extrañó mi situación sobremanera al conocer
a la dos compañeras que estaban en la órbita del PCE, caso de Rosa
Benítez y Mª del Carmen Mérida, las dos maestras, que no daban
muestras de congeniar con los elementos directivos del PCE ni deseo alguno de organizarse en sus filas.
En una reunión de mujeres.
La Asociación de Amas de Casa había sido legalizada al calor
de la Ley de Asociaciones de 1964, la misma con la que después
se legalizarían las Asociaciones de Vecinos, pero en nuestro caso
estaba aparcada, porque la Junta Directiva eran mujeres de un perfil idóneo para legalizarla, pero sin interés por la dedicación que requería ponerla en marcha. En otros lugares, caso de Madrid, creo
que fueron las falangistas las que se adueñaron de este tipo de asociaciones, y le hicieron frente las del Movimiento Democrático de
la Mujer, creado por la militancia femenina del PCE, en calidad de
primera organización feminista. En Sevilla no tuvimos, a la postre,
ese problema porque:
primero, nuestro radio de influencia era bastante más modesto y;
segundo, porque el falangismo femenino en
Sevilla (la Sección Femenina) no estaba por la pelea, y se tropezaba
más con las catequistas del Opus Dei que con las falangistas puras y
duras. Por ello en una serie de parroquias estábamos vetadas, pues
el activismo femenino, si acaso más que los demás activismos, se
asociaban al «comunismo ateo».
Así que, en base a la tapadera legal que nos proporcionaba la
Asociación de Amas de Casa, empezamos a reunirnos en 1967, las
muchachas que estábamos en la órbita del PCE. En un primer momento, nos reuníamos en los locales de la Vanguardia Obrera Católica (VOC), en la calle Jesús del Gran Poder, que esta organización
cedía gustosamente. Junto al cine club Vida los Jesuitas tenían un
foco de agitación política y cultural de primer orden. Con nosotras
se reunían algunas militantes femeninas de la VOC, las más avanzadas, caso de Ana Esteve, además de otras muchachas de izquierda,
sin filiación definida, también solteras y maestras, caso de Carmen
Grosso y algunas amigas más.
En su empeño por seguir los pasos de Madrid, en Sevilla el
PCE había tratado lógicamente de reclutar, en primer lugar, a las
compañeras de los camaradas, salvo los relacionados con los aparatos de propaganda que debían abstenerse de darse a conocer y
dar con ello pistas a la Policía, cosa que no les convenía ni a ellos ni
a nosotras. A la Asociación tampoco le convenía que estuvieran las
mujeres de líderes obreros muy señalados por la represión, caso
de Fernando Soto y Eduardo Saborido, aunque hubo compañeras
que al principio no iban con ganas, dando a entender que si los de
«arriba» en la jerarquía del Partido y Comisiones Obreras no mandaban a sus mujeres, por qué tenían que ir ellas. No olvidemos
que lo que se le proponía a las compañeras era un riesgo menor,
como era asociarse a una plataforma legal. Y que a esto, puede que respondieran unas 30 mujeres, en un primer momento, y es más,
añadamos que esa cifra referida a la organización local del PCE de
Sevilla, que podríamos calcular en un millar de militantes, era un
dato significativo.
En la Asociación contamos con núcleos de mujeres, al menos,
en cuatro barrios: Bellavista, Triana, Polígono San Pablo, y Torreblanca. Luego más dispersas, por el distrito centro y otros distritos
habría una quincena de compañeras. En Bellavista llegamos a contar con ocho compañeras: las mujeres de SACA, que eran las cuatro
o cinco del entorno familiar de los Gonzalo Mateu. Dos mujeres de
camaradas de Dragados y Construcciones, muy competentes, pero
que se ausentaban algunas temporadas por razones laborales de los
maridos; y otras dos chicas, obreras de fábrica, y novias de camaradas de las juventudes. En el núcleo de Triana actuaba Josefa Pérez
Medina, Julia Campos y Mari Carmen Ramos, y acaso Chari Mulas,
antes de irse a Barcelona y algunas más. Estas mujeres desarrollaron un gran trabajo de puerta a puerta, a cuenta de «las casas en
ruina». En el Polígono San Pablo tuvimos el radio de acción en «las
casitas bajas», que era un refugio provisional de casas prefabricadas, a la espera de adjudicación del piso, y donde había unas seis
u ocho mujeres, entre ellas Lola, la mujer de Alfredo Gasco, Patricia García Castro, y me parece que también se reunía Esperanza, la
novia de Guillamón, y otra chica rubia, que no doy con su nombre.
Finalmente, en Torreblanca empezamos en 1969, cuando me mudo
y contacto con las hermanas Morales, que vivían en la parte de Torreblanca la Nueva. A las reuniones venían Mari, dos maestras del
barrio y otra chica casada.
En los tres años que vino a durar la Asociación, todo un milagro para la época, no sé si llegamos a rebasar el medio centenar de
mujeres. Y eso sin contar a las muy jovencitas, puede que media docena, procedentes de la Unión de Juventudes Comunistas (UJC) y
de Comisiones Juveniles, que acudían en ocasiones a las reuniones
y participaban en algunos temas. En aquella sintonía conocí a las
hermanas Carmen y Chari Núñez, que vivían, en el Polígono San
Pablo a Mercedes Liranzo, y algunas más a las que les perdería la
pista. Porque el responsable de la UJC, un tal Julián Albarracín, se oponía a que las chicas fueran a las reuniones de mujeres, y por esa
razón también me llamaron a capítulo.
Desde la Asociación tuvimos dos tareas fundamentales:
una,
organizar charlas para difundir nuestra presencia por los barrios
obreros;
y dos, realizar actividades reivindicativa, por ejemplo el
caso de los pliegos de firmas contra la carestía de la vida y sobre la
vivienda social, principalmente. Las charlas sobre la «promoción»
de la mujer, un eufemismo de curso legal con el que se trataba de
denunciar la opresión de la mujer bajo el franquismo, a la par que
se le proponía organizarse y luchar.
El régimen franquista se caracterizaba, como es sabido, por
haber anulado la igualdad jurídica entre los sexos, que afirmara la
Constitución Republicana, y con ello anuló todos los avances del
Código Civil de la II República, entre los que figuraba el matrimonio civil y el divorcio. Se volvió al Código Civil de 1889, en el cual
las mujeres casadas carecían de capacidad de decisión propia y estaban absolutamente subordinadas a su marido. El hogar solía ser
el del marido y, en caso de separación, las mujeres no tenían ningún
derecho a reclamar bienes gananciales, incluso podían perderlos si
eran declaradas culpables. La sumisión de la mujer al marido era
tal, que la licencia marital, como su nombre indica, lo era para todos
los actos de la vida y sin ella no podía hacer ni testamento. Tampoco
tenía la patria potestad sobre los hijos hasta que muriese el padre, e
incluso hasta 1970 él podía darlos en adopción sin consentimiento
de la madre.
Nosotras compartíamos al cien por cien el Programa reivindicativo del Movimiento Democrático de Mujeres (1968), que era un
programa feminista, inspirado en el ideario marxista. Entendíamos
que el primer paso para la emancipación de la mujer era la incorporación al trabajo extra-doméstico, como fuente de independencia
económica que le permitiría liberarse del sometimiento económico
al marido y a los hijos. Solicitábamos la realización de las tareas
domésticas «en equipo», y la creación por el Estado de una red de
guarderías, y centros escolares especializados para los menores discapacitados. Asimismo pedíamos levantar la prohibición y el oscurantismo que había en el control de natalidad, en cuanto se concebía como un tema tabú y un asunto pecaminoso. Finalmente, en cuanto
a los derechos civiles, se planteaba:
la eliminación de la licencia marital, la petición de la patria potestad conjunta y la mayoría de edad
a los 21 años, frente a los 25 años en vigor, pues hasta esa edad no
se podía una emancipar de la familia, esto es: abandonar la casa de
los padres si no era para casarse, o entrar en alguna orden religiosa.
Rosa Benítez, Carmen Lérida, Carmen Grosso y yo, dimos la
mayoría de las charlas –que tampoco pudieron ser muchas–. En ese
sentido había muchas dificultades porque el tejido asociativo de los
barrios era inexistente en muchos de ellos. El único barrio en el que
hicimos unas cuantas fue Bellavista, en el centro cultural de la fábrica Uralita, que presidía Marín, y al que dejamos de ir porque al
hombre lo llamaban al Cuartelillo de la Guardia Civil y lo amenazaban con el cierre. En Bellavista, el PCE tenía un radio de influencia fuerte y era con diferencia, el barrio obrero más politizado de
Sevilla; un barrio autoconstruido por aquellas fechas, y uno de los
primeros que hizo un pliego reivindicativo para que «Bellavista hiciera honor a su nombre».
Las reivindicaciones sobre las que actuamos fueron la vivienda
social y la carestía de la vida, frente a la espiral inflacionista de los
precios, y en la que se trataba de hacer agitación por la mañana en
los mercados y otros puntos de encuentro. La fórmula para difundir
y respaldar las peticiones en ambos casos era el pliego de firmas
que nos repartíamos para ir difundiendo por los barrios, y casa por
casa y hasta donde llegáramos. Comprendía, obviamente, una labor
de «concienciación», como se decía entonces, en la que se iban muchas horas. Yo no recuerdo haber tenido grandes tropiezos con los
elementos fascistas, falangistas o policías, sólo que a veces costaba
convencer no a una sino a dos, porque la mujer era como se dijo una
menor de edad cuya firma debía autorizar el marido, que también
era «el cabeza de familia».
Casi siempre, nuestros escritos iban dirigidos al gobernador
civil de la provincia, entonces el falangista Utrera Molina, con la
idea de dejar sentado que no nos íbamos por las ramas, que el conflicto lo entablábamos con el Gobierno. En el caso de la vivienda lo
enfocamos desde el ángulo de denuncia de «las casas en ruinas», que afectaba al casco antiguo de la ciudad, entonces sometido a un
proceso de demolición de casas de vecinos y corralones antiguos.
No obstante el hecho de que algunas viviendas ruinosas fuesen un
peligro real para sus moradores –caso del siniestro de la calle Guadalupe–, que sirvió de coartada a los propietarios descontentos con
los bajos alquileres, que dejaron a tal efecto que el caserío se degradase, y así matar dos pájaros de un tiro:
deshacerse de los alquilados y obtener pingües beneficios de la especulación posterior de los
solares y las edificaciones de nueva planta.
Este proceso, como se sabe, supuso un considerable trasvase de
la población sevillana del centro a la periferia poblada de bloques
de viviendas de protección oficial (VPO), donde el «pisito» se presentaba como un evidente progreso para los que habían vivido en
una o dos habitaciones de alquiler, con cocinas y aseos colectivos.
Y comportando todo ello un trascendental cambio para la familia
obrera, que sería el paso del alquiler a la propiedad individual. Pero
entre el desalojo de la vivienda ruinosa y la entrega de llaves del
piso, podían mediar algún tiempo, a veces años, durante los cuales
las familias afectadas eran alojadas en los «refugios provisionales»
que se habilitaron al principio en precario, en viejos edificios de la
geografía urbana, hasta llegar a las casas prefabricadas, incluso fuera, caso de Los Merinales y La Corchuela.
En nuestro planteamiento
reivindicativo solicitábamos medidas alternativas, como pretender
que los desahuciados volvieran después de las reformas necesarias
a sus casas y barrios, y que los alquileres no rebasaran el 10 por
ciento del salario mínimo. Estábamos llevando una campaña de
participación de familias afectadas en Triana y San Julián, cuando
la represión del estado de excepción de 1969 se nos echó encima.
Junto a la actividad reivindicativa llevamos a cabo, en calidad
de militantes solidarias con los movimientos sociales, el apoyo a la
lucha de Comisiones Obreras, caso de las huelgas de FASA, en el verano de 1968, de Astilleros y la Construcción en el primer semestre
de 1970. Se trataba de potenciar la movilización de las mujeres de
los trabajadores en la difusión del conflicto obrero, en general, y de
cara al sostén de la resistencia obrera en particular, mediante la colecta económica por los barrios obreros, primordialmente. Además, las mujeres de FASA desempeñaron un papel destacado, abochornando a los esquiroles y «rompe huelgas», a la puerta de la fábrica y
en el barrio de San Jerónimo, donde está la fábrica enclavada.
Las mujeres de SACA habían iniciado la línea de movilización
femenina con el conflicto obrero en calidad de afectadas por la suerte del marido, debido al cierre de la fábrica, y el carácter defensivo
que revestía. Se trataba en adelante de desarrollar esa línea de actuación, en términos defensivos y ofensivos, como podían ser las
huelgas salariales y de rechazo a la represión de las detenciones
y despidos. En este sentido, la política del PCE ponía el acento en
que las comisiones de mujeres afectadas por el conflicto en cuestión
visitaran a las autoridades civiles, militares y religiosas, para emplazarles con ese motivo.
A todo esto, podría decirse que, con lo que tuvimos menos éxito
fue con la célula de mujeres, solamente éramos cuatro: Patri, Lola,
Mari Morales y yo. A finales del verano de 1968 se marchó Patri
García Castro, la hermana de Eladio, el principal promotor de la
escisión del PCE (i).
La escisión en el sector obrero afectó a las Comisiones Obreras juveniles y a las Comisiones Obreras de la Construcción, y yo cómo sabía de qué iba la escisión, esperaba que Patri
se definiera al respecto. Me parece que fue al volver de una reunión
cuando me dijo que no estaba de acuerdo con la línea (política) del
PCE; así que, le respondí que en ese caso lo coherente era no seguir
organizada en la célula. Pero como la consigna de esa escisión era
la de haber sido expulsados del PCE, los escindidos no tardaron
en confundir la consigna con la realidad, cosa típica, por lo demás,
de la vorágine de la clandestinidad, y olvidar cómo había sido la
ruptura.
Luego vino el Estado de Excepción del 69, en el que la Policía
volvió a detener a Pedro Andrés, y quisieron llevarme también a mí
porque buscaban a «la gran señora» y creían que era yo. En un primer momento me libré de la detención porque estaba embarazada
de mi hija Mencía, o pensaron que tenían tiempo para detenerme,
cuando los interrogatorios de Comisaría estuviesen más avanzados.
A la postre dieron con que «la gran señora» de marras no era una
mujer sino un hombre de la dirección del Partido, con el que yo me había visto. Ni por asomo se me habría ocurrido la idea de ponerme
ese tipo de seudónimo –el «nombre de guerra» en la clandestinidad–, pero ya decía bastante de la psicología del individuo que se
lo puso.
Siguiendo con la cronología, sería a finales del verano de 1970
cuando fui expulsada del PCE, debido a la participación que se presuponía había tenido en la crítica planteada por Pedro Andrés, a la
«huelga general psicológica» de junio de aquel año. Esa convocatoria la decidió la dirección del Partido de Sevilla, aprovechando la
imponente agitación desencadenada por la huelga del sector de la
Construcción, pero que tal como se temía por parte de los críticos,
lejos de beneficiar a la correlación de fuerzas, debilitó la lucha de
los albañiles sobre los que cayó una represión atroz en despidos,
detenciones y encarcelamientos. Por ello cabe pensar que, con esa
ocurrencia, Fernando Soto, como máximo responsable del PCE y de
Comisiones Obreras trató de colgarse alguna medalla.
La crítica al «dirigismo» era certera, pero como tantas veces ha
ocurrido, en el movimiento obrero, cuando se reconoce, se hace mal
o tarde.
De hecho, el VIII Congreso del PCE (1972) asumió la crítica
al «dirigismo» ejercido sobre Comisiones Obreras en los términos
de «correa de transmisión» del Partido, al igual que, por otro lado,
se combatió la discriminación de la mujer en los órganos dirigentes.
Pero eso no supuso ningún tipo de autocrítica concreta, ni disculpas
para los expulsados, acusados de «traición» y objeto de vilipendio.
En mi caso, había sido expulsada del PCE, en base también a la
teoría refranera de que «los que duermen en el mismo colchón son
de la misma opinión». Y, primero mandaron a la célula a un responsable, desconocido para mí, que luego supe quién era, y que me dio
una requisitoria sobre mi proceder, aunque el hombre no se aclaraba muy bien sobre el pecado cometido, aunque lo juzgaba delito de
lesa patria. Como no podían sacarme ningún trapo sucio, ni abochornarme con algún fallo, el argumentario se reducía en esencia a
que yo no quería al Partido lo bastante como para estar dentro. Algo
terrible, por supuesto, desde el punto de vista de la doctrina estalinista, según la cual no había salvación fuera de la Iglesia-Partido. Visto lo cual, el paso siguiente fue mandarme unos días después a un camarada, al que sí conocía, y que a modo de cartero
sin carta me comunicó la expulsión, al que recibí en el quicio de la
puerta de mi piso en Torreblanca. Una cosa traumática, sin duda,
pero que personalmente no lamenté en absoluto, porque para mí
organizarme en un partido de lucha era un acto de libertad y no de
servidumbre.
No pretendía servirme de un partido para medrar ni
para hacer carrera política, ni para comulgar con ruedas de molino.
Las expulsiones llevaron aparejada una campaña de sambenitos
con la que los mandamases trataban de justificar la medida adoptada,
la represión ideológica, que ya era un progreso que no fuese física,
como en la purga estalinista clásica. Con vistas al aislamiento de los
que habíamos sido excluidos, habida cuenta de que no éramos unos
desconocidos, sino militantes públicos y notorios. En mi caso, había
tenido cierta notoriedad, con motivo del apoyo a las huelgas de enero
del Astillero y de la huelga general Construcción de junio de 1970,
porque fue ésta segunda de una agitación extraordinaria en Torreblanca y una serie de barrios obreros, donde organizamos colectas y
mítines relámpagos.
Pero, según la campaña destinada a mi persona,
uno de mis pecados era no ser una mujer de mi casa, tener las faenas
domésticas abandonadas y estar todo el día tirada en la calle. O sea,
lo que yo entendía por una campaña anticomunista, porque lo mismo me decían los esbirros fascistas del Gobierno Civil, cuando iba
con las comisiones de mujeres y los pliegos de firmas.
Con el afán de correr la voz de que estábamos expulsados y
nadie se acercara, llegaron a la delación, y a eso que se nos echó
encima el Estado de Excepción del Consejo de Burgos –diciembre
de 1970–, decretado por seis meses. Luego se nos ubicó en las escisiones pro-soviéticas de aquellas fechas, primero, en la de Eduardo
García, de cuya existencia nos enteramos por ese motivo y, después,
con la del PCOE de Enrique Lister. Y de ahí que, bastantes años después, en los años 80, todavía había gente del PCE que me adscribía
a los círculos de los pro-soviéticos, cuando mis simpatías iban por
la China de Mao.
Con la represión de aquel estado de excepción lo pasamos fatal.
La Policía se llevó a Pedro Andrés que estuvo un montón de días en Comisaría y otro montón en la cárcel, y yo más sola que la una iba
y venía, de noche y de día, con mis dos hijos, con dos y tres años, literalmente a cuestas. Pero tenía 25 años y una vitalidad a prueba de
bomba. Después de todo tuvimos la suerte de que a Pedro Andrés
no lo despidieran de la fábrica «Andaluza de Cementos», de la que
era propietario la familia de Alejandro Rojas-Marcos –un caracterizado personaje de la oposición antifranquista–.
En cuanto a volvernos a organizar políticamente, a Pedro Andrés no le faltaron ofertas de grupos, y con insistencia por el PSOE,
dada su amistad con Felipe González. Pero hasta después del Estado de Excepción de 1970-71 no empezamos a sacar el boletín «Expresión Obrera», publicación de Comisiones Obreras de Sevilla.
Y
fue, a finales del verano de 1971, cuando entramos en contacto con
la Organización Comunista Bandera Roja, a través de Alfonso Carlos Comín, de la forma más inesperada, pues le habíamos perdido
la pista. Pero al pasar Pedro Andrés por la Puerta de la Carne se
encontró sentado en la puerta de un café a Comín con Eduardo Chinarro. Entonces se vino Alfonso a la casa y nos trajo unos cuantos
ejemplares que llevaba encima de los periódicos de las Comisiones
de Sectores, promovidas por Bandera Roja en Barcelona, y se llevó
los números de Expresión Obrera. El intercambio de propaganda
y de grupo continuó durante un año, al cabo del cual, en el verano
de 1972, formalizamos la integración en la organización y comenzamos a editar el periódico «Unidad Roja».
La organización de Bandera Roja (en adelante BR) tenía algunos puntos de contacto con el «Felipe», en cuanto se tendía a la dirección colegiada y se apostaba más por una estructura horizontal,
algo que se dirá sólo era factible en los grupos pequeños; aunque no
era raro encontrarse, en aquel tiempo, con grupúsculos que reproducían los vicios de la jerarquización y el «culto a la personalidad»
de los grandes, creyendo que en lugar de vicios eran virtudes.
En
cuanto al «conflicto chino soviético», simpatizábamos más con la
China Roja y su presidente, Mao Zedong, no al estilo pro-chino típico, sino en términos cercanos al grupo italiano «IL Manifesto» y
a los círculos marxistas de Althusser y Poutlanzas en Francia, o sea,
en el sentido de un maoísmo a la europea. Finalmente, añadir a esto, para dar una idea organizativa del funcionamiento del grupo, que
BR funcionaba en base a cuatro frentes de lucha: Comisiones Obreras, Comisiones de barrios, Comisiones de Maestros, y Comités de
Curso de –Universidad y Bachilleres–.
Volviendo a mi trayectoria, diré que estuve tentada de irme de
Torreblanca unas cuantas veces, pero me retenía la responsabilidad
moral que pensaba haber contraído con el barrio, al ser yo la que
había abierto el frente de lucha en 1969, primero con las mujeres en
la parte de Torreblanca la Nueva, y luego en Torreblanca la Vieja –o
de Los Caños– que era la zona autoconstruida y expansiva, situada
a ambos lados de la autovía. Además tuvimos la suerte de conectar
con una comunidad cristiana de base que se había instalado en el
barrio, y que no tardaron en unirse a la lucha y a la organización:
Rosalía, Margot, Jesús Roig y más tarde, Antonio Moreno y José
Antonio Casasola, demostraron sobradamente su combatividad.
Rosalía era maestra y con su hermana Cristi y otras amigas desempeñaron un buen papel en las Comisiones de Maestros, Jesús Roig
fue pionero de la Comisión Obrera de Roca, y en la de Recalux, y su
coordinación con las contratas de Astilleros; Casasola se volcó en la
movilización del sector de la Construcción, y Antonio Moreno fue
el que se dedicó por completo al frente de barrios.
Entre 1972-73, ante el cierre de la factoría Punta del Verde, de
Andaluza de Cementos, donde trabajaba Pedro Andrés, tuve que
afrontar el proceso de movilización de las mujeres directamente
afectadas por el despido masivo. La lucha de Andaluza de Cementos, con una plantilla de un centenar de trabajadores, fue con diferencia la de mayor importancia de las luchas de resistencia al cierre
de empresas de aquella coyuntura en Sevilla.
Ciertamente, podríamos habernos librado del problema, pero
hubiera sido mayor el cargo de conciencia. Un año antes, Alejandro
Rojas Marcos quiso trasladar a Pedro Andrés a la factoría de Alcalá
de Guadaira, la más moderna de la capital y de las tres factorías
que tenía Andaluza de Cementos. Pero Pedro Andrés se negó a ello,
temiéndose lo que resultó ser. Con su habitual espíritu de sacrificio,
quiso seguir la misma suerte que los compañeros de trabajo con los
que había convivido y había representado como cargo sindical, y rechazó el traslado; como antes, también, había rechazado la promoción profesional de ser un mando intermedio. En este rechazo
de oportunidades, de hacernos la vida más confortable, también
rechazamos en su día la vivienda que el Vertical nos ofertara y el
propio gobernador civil, Utrera Molina, por persona interpuesta.
Utrera era de Málaga, sabía quién era yo y pensé que pretendía congraciarse.
En realidad, hasta que nos marchamos, a finales de 1975, Torreblanca la Vieja estuvo en lucha permanente, con un protagonismo
de mujeres y de BR, que tenía en este barrio su implantación principal.
Pero, lógicamente, en los competitivos medios del PCE molestaba que fuésemos hegemónicos en Torreblanca, y se mofaban
de mí, de mi activismo, diciendo que yo me creía «la reina de Torreblanca» y otras niñerías por el estilo. Pero el 21 de julio de 1973,
tratando de que el parto no cayera en la fecha fatídica del 18 de julio,
había parido a mi hija María, la tercera, y justo al mes siguiente yo
era la que rompía el cerco para cortar la autovía Sevilla-Málaga ante
un destacamento de la Guardia Civil que lo impedía metralleta en
mano.
Habíamos convocado la acción con varios días de antelación, y
llegado el momento la mujeres acudieron, agolpándose a los lados
de la autovía, que había sido acordonada por la Guardia Civil. Pero
cuando parecía que íbamos a dejarlo para mejor ocasión, salté con
mi hija Mencía de la mano, como si fuese a cruzar la autovía, y me
coloqué con ella en el centro de la carretera desierta. Por un instante
estuve sola con mi hija de la mano, que lloraba de pánico y la cogí en
brazos, porque las metralletas nos apuntaban, pero las compañeras
al vernos solas ante el peligro se armaron de valor, desbordaron el
cerco y se apiñaron a mi lado. No había visto nada igual, tan hermoso.
Desde luego nuestra militancia era indesmayable, pero también
las condiciones materiales de Torreblanca propiciaban la fórmula
de que se unieran las condiciones objetivas y subjetivas. En las condiciones objetivas figuraba el hecho de ser un barrio autoconstruido
y carecer de todo tipo de infraestructura y de servicios colectivos,
todo lo cual redundaba en que tuviésemos un copioso programa reivindicativo: problemas de alcantarillado y pavimentación, de colegios nacionales y ambulatorio médico. Además de ser un barrio
atravesado por el Canal de los Presos, por la autovía y requerir la
instalación de pasos subterráneos para facilitar los accesos.
En la Junta Colaboradora Municipal, un organismo que databa de finales de los años 60, a iniciativa de Rojas Marcos entonces
concejal, participaron conmigo, en calidad de vocales, Antonio Moreno, José Sánchez, un chaval del PCE, y otra mujer, Encarna Assa,
hermana de José Assa, del grupo de jóvenes expulsado del PCE con
nosotros y también militante de BR. El presidente de la Junta era un
médico con predicamento, por tener consulta, en la parte del barrio
llamada Las Lumbreras, y se las daba de tratable y «castizo», pero
ante nuestro plan reivindicativo declinó el cargo en cuanto pudo,
en un constructor de medio pelo, que informaba al Cuartel de la
Guardia Civil. Y sin olvidar al cura párroco, en cuyas dependencias se hacían forzosamente las reuniones, y que era un fascista de
tomo y lomo. Pero nosotros movilizábamos al menos una media
de 300 mujeres en pliegos de firmas y manifestaciones de calle, y
más de medio centenar se trasladaban, en comisión, del barrio a la
Casa Consistorial para defender las reivindicaciones, tal como reflejan algunas hemerotecas. Aunque algunos vecinos del barrio, de
los que habían emigrado del campo a la ciudad, sentenciaban, muy
cachazudos, que las mujeres podían más, porque como el refrán
«dos tetas tiran más que dos carretas». Se referían a que, en aquellas
condiciones, sobre las mujeres caía una represión menor.
Pero, finalmente, con la represión desatada por el decreto antiterrorista de finales de agosto de 1975, tuve ya que irme del barrio,
porque la situación de estado de excepción se alargaba demasiado,
casi tres meses duró, hasta la muerte de Franco, el 20 de noviembre.
Entonces, alquilé un piso en la barriada de Villegas, situada junto al
Polígono Norte y las Hermandades del Trabajo, y ya pude escolarizar a mis dos hijos mayores, Pedro y Mencía, de 6 y 8 años. Unos
meses después ya había montado en el colegio la Asociación de Padres de Alumnos, por un lado, y por otro, no tardé en encontrar
un ambiente bullicioso y propicio a las reivindicaciones de barrio
y de movilización de mujeres.
En 1976 iniciamos las reuniones y el reclutamiento de mujeres con vistas a la plataforma reivindicativa.
Y en 1977 a partir de las asambleas y concentraciones afrontamos la
lucha por la apertura en la zona de un consultorio.
En mayo de 1977 movilizamos a 400 vecinos, recorriendo durante dos horas los siete barrios de la zona, desde el Polígono Norte
hasta las Hermandades del Trabajo, pasando por La Carrasca, El
Cerezo, El Rocío, Begoña, y Villegas. Las mujeres en lucha eran en
su gran mayoría jóvenes, más o menos de mi edad, tenía 31 años, y
de todas las tendencias, aunque había más comunistas y anarquistas que socialistas, y otras que sin filiación definida, y todas nos
llevábamos bastante bien. Había un núcleo de amas de casa que
le dedicaban tiempo a la conversación con sus iguales, y eso daba
sus frutos multiplicadores, porque unas y otras arrastraban de sus
parentelas. Y yo, como a fin de cuentas era la más veterana entre
aquellas mujeres del barrio, casi siempre me solicitaban para hablar
en las asambleas públicas y dar el mitin con el megáfono en ristre.
Además había el APA del colegio público Pío XII, del que era presidenta, también participaba activamente en la coordinación de las
APAS de la zona.
A todo esto, en 1976 había abandonado la militancia en BR, porque después de romperse la organización con la escisión de Barcelona, se destapó un clima de sospecha irrespirable. Por otro lado, la
dirección del PCE, desde el informe de Santiago Carrillo en Roma,
titulado «De la clandestinidad a la legalidad», había lanzado la llamada
al reingreso de militantes y grupos en la nueva etapa que se abría en
España tras la desaparición de Franco. Y yo, también, pensaba que
la legalidad era un terreno más favorable para debatir y aclarar los
malentendidos de otros tiempos, pero falsa ilusión.
Con motivo de la primera convocatoria de elecciones municipales (abril de 1979) formé parte de la candidatura del PCE en el
puesto nº 13, cosa que no me molestó en absoluto, porque ya dije no
tener interés en la carrera política. Y de hecho lo demostraría, una
vez más, cuando, debido a las vicisitudes de la lista, tuve la oportunidad de ser concejal y rehusé hacerlo. Lo cual no quita, por otro
lado, que supiese de sobra, que la asignación de lugar en una lista
es el fruto de una correlación de fuerzas interna, y de un reconocimiento o no a tu labor. Y, desde luego, nadie de las asociaciones de
vecinos ni del movimiento ciudadano de Sevilla, tenía una militancia en la lucha de barrios de mayor duración que yo.
En la clandestinidad, por las circunstancias organizativas y «las
urgencias de la lucha» antifranquista tuve que escribir bastante, una
buena cantidad de panfletos y de artículos salieron de mis manos,
pero no había publicado un libro, cosa que hice al fin, en 1978, con
el titulado «El Metal Sevillano».
Fue mi primer libro y también el
primero sobre las Comisiones Obreras de Sevilla. Alfonso Carlos
Comín tuvo la amabilidad de hacerle el prólogo y editarlo en Barcelona, en la colección Laia. Pues bien, a finales de aquel año comencé
una colaboración sobre la lucha de barrios, en el boletín «Realidad»,
ya convertido en el órgano de la Unión Provincial de CCOO-Sevilla. Eran unos pequeños artículos destinados a una sección fija que,
primero, se llamó «Lucha Cotidiana», y después «Movimiento Ciudadano», y que iban a provocar una irritación creciente en los líderes
de la COAN y del PCE. Pienso que esos sujetos, no los leían, pero
les bastaba ver mi nombre para tachar los artículos de «revolucionarios», y darse con ello un motivo para censurarlos. O sea, que eran
los mismos de antes. Y además no tenían arreglo.
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