"Engels era socialdemócrata". La socialdemocracia y el comunismo
Es paradójico. En los últimos días una pugna interna abierta ha estallado entre el sector del PCE y la dirección de Podemos sobre los términos socialdemócrata y comunista. Mientras Pablo Iglesias trata de reivindicar para sí el término socialdemócrata, afirmando que es el líder de la "nueva socialdemocracia" y llegando a espetar que "Marx y Engels eran socialdemócratas" (como recoge la prensa), el PCE se autodefine como "comunista". Es especialmente paradójico cuando su dirección ha sido históricamente la adalid del pacto con el neoliberal PSOE; cuando se caracterizaron por el giro al carrillismo durante la Transición, siendo baluartes de los Pactos de la Moncloa, o cuando se subordinaron a una renuncia programática en el pacto andaluz IU-PSOE que les situaba a la derecha, incluso, de la socialdemocracia. La dirección post-stalinista del PCE, si un calificativo merece, es el de reformista y socialdemócrata, cuando no liquidacionista de la ideología de Marx y Engels, directamente.
Frente a eso, el líder de Podemos, reivindica que Marx y Engels, en el contexto en que fundaron la II Internacional Socialista, eran socialdemócratas; hecho cierto en un momento en que el término fue adoptado por el movimiento marxista internacional como sinónimo de socialismo revolucionario (y de marxismo por ende).
Mientras, la prensa neoliberal y la plana mayor del PSOE, incluidos fósiles políticos como Borrell y Felipe González, vociferan histéricos que Podemos son radicales que quieren nacionalizar la banca y que "los verdaderos socialdemócratas", signo de moderación y conciliación política, "son ellos". Pero si Engels y su yerno, Pablo Iglesias, levantaran la cabeza y vieran en qué se han convertido quienes acaparan las siglas del movimiento y organizaciones que co-fundaron en vida, tendrían palabras nada cariñosas con sus epígonos, a los que no dudarían en tildar de pseudo-socialismo burgués, siguiendo la pauta dada por el propio Manifiesto Comunista. Lo menos de que los tacharían es de enemigos de clase del movimiento obrero y de partido reaccionario, pasado al bando de la burguesía y del imperialismo.
El término socialdemócrata existía desde mucho antes de la fundación de la II Internacional Socialista. Fue utilizado por algunos de los principales enemigos políticos de Marx y Engels, como Lassalle, quien lo reivindicaba para sí, y decía contentarse como aspiración máxima "con la democracia social", al tiempo que trataba de persuadir al régimen militarista prusiano de que incrementase el gasto en beneficiencia y subvenciones. La abolición de las clases sociales quedaba relegada como poco menos que una frase vacía. Tiempo después el partido de Lassalle quedaba reducido a poco menos que una secta agonizante y, bajo el término "socialdemócrata", el movimiento del difunto Marx, y de Engels, lideraba la II Internacional.
Socialdemócrata fue no obstante, un término que los propios Marx y Engels consideraban "horrible, pero necesario", en vida (pues apelaba a la idea de aspirar solamente a una democracia social, tal del gusto de Lassalle). Entendían que el socialismo utópico aburguesado de Owen, Saint-Simon, Fourier y similares, que planteaba hacer reformas al capitalismo pero no acabar con él, había sido derrotado intelectualmente, que ya no era necesario contraponer a él el término comunismo, asociado al movimiento obrero revolucionario (partidario de acabar con las clases sociales).
Con la expansión de la industria y de las colonias en la 2ª mitad del siglo XIX, el movimiento comunista había quedado reducido a grupos minoritarios, y la "socialdemócrata" era una etiqueta amplia capaz de abarcar y aglutinar sectores amplios del movimiento obrero, cuyas demandas eran ahora mucho más limitadas ("jornada de 8 horas", "sufragio universal", "derecho a huelga"...); éstas incluían al sindicalismo, a la par que hacían hincapié en la síntesis entre socialismo y democracia, entre la lucha por reformas económicas y laborales concretas y por un cambio de sociedad.
Poco a poco, sin embargo, la Internacional Socialista y sus partidos crecieron más allá de sus objetivos iniciales, a medida que el ideario marxista va calando en sus bases. Así lo explica el comunista holandés Anton Pannekoek en su escrito "Socialdemocracia y comunismo", de 1927, al que nos tomamos la libertad de citar. Lo cito textualmente:
«el carácter del nuevo marxismo, el espíritu de todo el movimiento, era distinto al del viejo comunismo. La socialdemocracia creció en medio de un poderoso desarrollo capitalista. No había, en principio, que pensar en un cambio violento. Por eso la revolución fue desplazada al futuro lejano y ella se satisfizo con la propaganda y la organización que habría de prepararla, contentándose por el momento con las luchas por mejoras inmediatas. La teoría afirmaba que la revolución habría de llegar como resultado necesario de la evolución económica, olvidando que la acción, la actividad espontánea de las masas, era necesaria para que tal llegada se produjese. De esta manera se convirtió en una especie de fatalismo económico. La socialdemocracia y los ascendentes sindicatos dominados por ella se convirtieron en miembros de la sociedad capitalista; se convirtieron en la oposición y resistencia crecientes de las masas trabajadoras, siendo el órgano que impedía la completa depauperación de las masas bajo la presión del capital. Gracias al derecho general al sufragio, llegaron incluso a convertirse en una fuerte oposición dentro del parlamento burgués. Su carácter fundamental era, pese a la teoría, reformista, y respecto a las cuestiones inmediatas, paliativo y minimalista en lugar de revolucionario. La principal causa de ello radicaba en la prosperidad proletaria, que proporcionaba a las masas proletarias una cierta seguridad vital, no dejando elevarse ninguna voz revolucionaria.
En el último decenio se han fortalecido estas tendencias. El movimiento obrero llegó a alcanzar lo que era posible dentro de estas circunstancias: un poderoso Partido, con un millón de miembros y un tercio de los electores a su favor, y junto a él un movimiento sindical que concentró en torno a sí a la mayor parte de los trabajadores capaces de organizarse. Chocó entonces con una barrera más poderosa, contra la que los antiguos medios no pudieron salir airosos: las potentes organizaciones del gran capital en sindicatos, cárteles y trusts, así como la política del capital financiero, la industria pesada, y el militarismo, formas todas de imperialismo que eran dirigidas desde fuera del parlamento. Pero este movimiento obrero no estaba capacitado para una total renovación y reorientación de la táctica, mientras que enfrente estaban sus poderosas organizaciones, consideradas como un fin en sí mismas y deseosas de protagonismo. El portavoz de esta tendencia era la burocracia, el numeroso ejército de empleados, jefes, parlamentarios, secretarios, redactores, que formaban un grupo propio con sus propios intereses. La meta era, paulatinamente, comportarse de modo diverso manteniendo el viejo nombre. La conquista del poder político por el proletariado se convirtió para ellos en conquista de la mayoría por su Partido, es decir, en la substitución de los políticos gobernantes y de la burocracia estatal por ellos, los políticos socialdemócratas y la burocracia sindical y del partido. La realización del socialismo debía llegar ahora mediante nuevas leyes favorables al proletariado. Y no solamente ésta fue la postura dominante entre los revisionistas. También Kautsky, el teórico político de los radicales, dijo en una discusión que la socialdemocracia quería ocupar el Estado con todos sus órganos y ministerios, para poner simplemente a otras personas, de la socialdemocracia, en el lugar de los ministros existentes hasta la fecha.
La guerra mundial hizo estallar también la crisis existente dentro del movimiento obrero. La socialdemocracia se puso, en general, al servicio del imperialismo bajo la fórmula de la «defensa de la patria»; la burocracia del Partido y de los sindicatos trabajó mano a mano con la burocracia estatal y la patronal para que el proletariado derramase fuerza, sangre y vida hasta el límite. Esto significó la quiebra de la socialdemocracia como Partido de la revolución proletaria. Ahora se producía, pese a la aguda represión, una progresiva oposición en todos los países, volviendo a ondear la vieja bandera de la lucha de clases, del marxismo y de la revolución. ¿Bajo qué nombre había de ondear? Tenía todo el derecho a hacerlo reclamando las viejas fórmulas de la socialdemocracia, que los Partidos socialdemócratas habían dejado en la estacada. Pero el nombre de «socialista» ya había perdido sentido y fuerza, puesto que las diferencias entre socialistas y burgueses casi habían desaparecido. Para llevar adelante la lucha de clases, había que llevar adelante primero y primordialmente la lucha contra la socialdemocracia, que había llevado al proletariado al abismo de la miseria, la sumisión, la guerra, la aniquilación y la impotencia. ¿Podrían los nuevos luchadores aceptar estos infames y vergonzosos nombres? Un nuevo nombre era necesario, pero ¿qué nombre era más adecuado que los otros, para erigir-se en principal portador de la vieja y originaria lucha de clases? En todos los países renace el mismo pensamiento: recuperar el nombre del comunismo.
De nuevo, como en tiempos de Marx, están enfrentados el comunismo como dirección revolucionaria y proletaria, y el socialismo como dirección reformistas y burguesa. Y el nuevo comunismo no es solamente una reedición de la teoría de la socialdemocracia radical.»
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Hoy se da la situación inversa. El comunismo es asociado a las burocracias post-stalinistas inmovilistas de ciertos partidos históricos del movimiento obrero, pasados en muchos casos a arreglos y acuerdos con la burguesía de sus respectivos países y con los partidos social-liberales de turno (tipo PSOE) a cambio de disputar ciertas cuotas de poder y representación parlamentario-instituciona l dentro del régimen parlamentario capitalista. Es un término asociado a su vez a los políticos de los antiguos Estados socialistas, que tendían a silenciar diversas formas de oposición interna y descontento político a la par que decretaron ellos mismos la defunción de los Estados socialistas y la restauración del capitalismo del que sacaron tajada, siendo los ejemplos más claros de esto China, la antigua URSS y sus países satélites, Polonia, Alemania Oriental, etc. El caso de la Antigua Yugoslavia, enmascarado bajo la fachada de diversos nacionalismos de corte étnico enfrentados entre sí en interminables disputas étnico-territoriales, llegó a adquirir dimensiones trágicas. El caso de Cuba está en suspense, o en vilo; existe un riesgo real de restauración del capitalismo por parte de un sector de la actual burocracia post-castrista por todos bien conocido; si bien existen tendencias internas tanto en el Partido como en la sociedad cubana que al menos empujan en sentido contrario.
Que un partido hoy día se llame "comunista" no garantiza nada. Pues puede perfectamente estar enmascarando políticas análogas a la antigua socialdemocracia conservadora ó reformista-reaccionaria. Tenemos los ejemplos claros del carrillismo, el llamazarismo (hasta la adopción del título Izquierda Abierta), y el valderismo, entre otros.
A la vez, una parte importante de la clase trabajadora todavía vive, como en aquella época, bajo la ilusión de una apariencia de seguridad vital que le otorga lo que aún queda del llamado "Estado de bienestar"; el término comunismo es visto por este sector con recelo o rechazo en la medida en que es asociado a extremismo ideológico y puede augurar períodos revolucionarios de cambio radical en que se agudicen las tensiones y pugnas político-sociales y su actual situación de seguridad y estabilidad se vea puesta en riesgo, con la amenaza adicional del advenimiento de experiencias bélico-civiles y/o de corte fascista. Por tanto hoy se impone la tarea de reivindicar el verdadero significado del término socialdemócrata, como sinónimo de socialismo democrático en época de la II Interancional marxista de Engels, y disputárselo a los herederos de la socialdemocracia actuales, pasados al campo del neoliberalismo e imperialismo (PSOE, SPD, laborismo), que utilizan su influencia sobre las burocracias de los sindicatos para frenarlos y desactivarlos como instrumentos de lucha obrera, y se autodesligan así, por completo, del movimiento obrero y de la masa social a la que dicen representar, poniendo en marcha a menudo políticas contrarias u opuestas a sus reivindicaciones e intereses (como la Reforma Laboral de Zapatero, el Plan Bolonia, etc.).
Hoy día, disputar el término "socialdemocracia radical", y contraponerlo al socioliberalismo (PSOE) y al comunismo nominal parcialmente pasado a la socialdemocracia conservadora e inmovilista (incluimos aquí a buena parte del PCE) es un acto revolucionario. — con Elle Gademi, Victor Pascual Calabia, Alexandre Sales Miquel y 14 personas más.
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