sábado, 29 de agosto de 2020

SEGUNDA PARTE: LA ENFERMEDAD INFANTILISMO DEL IZQUIERDISMO,...¡¡.



V El comunismo ‘de izquierda’ en Alemania. Jefes, partido, clase, masa. 

Los comunistas alemanes, de quienes debemos hablar ahora, no se llaman “izquierdistas”, sino “oposición de principio”25, si no me equivoco. Pero por lo que sigue se verá que tienen todos los síntomas de la “enfermedad infantil del izquierdismo”. El folleto titulado Una escisión en el Partido Comunista de Alemania (Liga de los Espartaquistas), que refleja el punto de vista de esta oposición y ha sido editado por el “Grupo local de Francfort del Meno”, expone con sumo relieve, exactitud, claridad y concisión la esencia de los puntos de vista de esta oposición. Algunas citas serán suficientes para dar a conocer al lector dicha esencia: “El Partido Comunista es el partido de la lucha de clases más decidida...”. “... desde el punto de vista político, este período de transición [entre el capitalismo y el socialismo] es el período de la dictadura del proletariado...”. “... Se plantea la cuestión: ¿quién debe ejercer la dictadura: el Partido Comunista o la clase proletaria?... Por principio, ¿debe tenderse a la dictadura del Partido Comunista o a la dictadura de la clase proletaria?...”. (Las palabras subrayadas lo están también en el original). Más adelante, el autor del folleto acusa al Comité Central del Partido Comunista de Alemania de buscar una coalición con el Partido Socialdemócrata independiente de Alemania, de que “la cuestión del reconocimiento, en principio, de todos los medios políticos” de lucha, entre ellos el parlamentarismo, ha sido 62 planteada por este Comité Central sólo para ocultar sus verdaderas y principales intenciones de coligarse con los independientes. Y el folleto continúa: “La oposición ha elegido otro camino. Sostiene el criterio de que la cuestión de la hegemonía del Partido Comunista y de su dictadura no es más que una cuestión de táctica. En todo caso, la hegemonía del Partido Comunista es la forma última de toda hegemonía del Partido. Por principio, ha de tenderse a la dictadura de la clase proletaria. Y todas las medidas del Partido, su organización, sus formas de lucha, su estrategia y su táctica deben estar orientadas a este fin. De acuerdo con ello, hay que rechazar del modo más categórico todo compromiso con los demás partidos, todo retorno a los métodos de lucha parlamentarios, que han caducado ya histórica y políticamente, toda política de maniobra y conciliación”.

Los métodos específicamente proletarios de lucha revolucionaria deben ser subrayados con energía. Y para abarcar a los más amplios sectores y capas proletarias, que deben incorporarse a la lucha revolucionaria bajo la dirección del Partido Comunista, hay que crear nuevas formas de organización sobre la base más amplia y con el más amplio marco. Este lugar de agrupamiento de todos los elementos revolucionarios es la unión obrera, constituida sobre la base de las organizaciones de fábrica. En ella deben unirse todos los obreros fieles al lema ¡Fuera de los sindicatos! Es ahí donde se forma el proletariado militante en las más vastas filas combativas. Para ser admitido, basta el reconocimiento de la lucha de clases, del sistema de los soviets y de la dictadura. Toda la educación política ulterior de las masas militantes y su orientación política en la lucha es misión del Partido Comunista, que se halla fuera de la unión obrera...”. 63 “...Hay ahora, por consiguiente, dos partidos comunistas frente a frente: Uno, el partido de los jefes, que trata de organizar y dirigir la lucha revolucionaria desde arriba, aceptando los compromisos y el parlamentarismo con el fin de crear situaciones que permitan a esos jefes entrar en un gobierno de coalición, en cuyas manos se halle la dictadura. Otro, el partido de las masas, que espera el ascenso de la lucha revolucionaria desde abajo y conoce y aplica para esta lucha un solo método que conduce claramente al fin, rechazando todos los procedimientos parlamentarios y oportunistas; ese método único es el derrocamiento incondicional de la burguesía para implantar después la dictadura de clase del proletariado con el objetivo de instaurar el socialismo...”.

 “...¡De un lado, la dictadura de los jefes; de otro, la dictadura de las masas! Ésa es nuestra consigna”. Tales son las tesis esenciales que caracterizan el punto de vista de oposición en el Partido Comunista Alemán. Todo bolchevique que haya participado conscientemente en el desarrollo del bolchevismo desde 1903 o lo haya observado de cerca, no podrá por menos que exclamar inmediatamente después de haber leído estos razonamientos: “¡Qué antiguallas tan conocidas! ¡Qué infantilismo de ‘izquierda’!”. Pero examinemos más de cerca estos razonamientos. El solo hecho de plantear la cuestión de

“¿Dictadura del Partido o dictadura de la clase?

¿Dictadura (partido) de los jefes o dictadura (partido) de las masas?”

atestigua la más increíble e irremediable confusión de ideas. Hay gentes que se esfuerzan por inventar algo enteramente original y que, en su afán de sabiduría, no consiguen sino caer en el ridículo. De todos es sabido que las masas se dividen en clases, que oponer las masas a las clases no puede permitirse más que en un sentido: si se opone una inmensa mayoría en su totalidad, sin dividirla según las posiciones ocupadas en el régimen social de la producción, a categorías que ocupan una posición especial en este régimen; que las clases están, habitualmente y en la mayoría de los casos (por lo menos en los países civilizados modernos), dirigidas por partidos políticos; que los partidos políticos están dirigidos, como regla general, por grupos más o menos estables, integrados por las personas más prestigiosas, influyentes y expertas, elegidas para los cargos de mayor responsabilidad y llamadas jefes. Todo esto es el abecé, todo esto es sencillo y claro.

¿Qué necesidad había de poner en su lugar no sé qué galimatías, no sé qué nuevo volapük?

De un lado, estas gentes se han embrollado, por lo visto, cayendo en una situación difícil, cuando la sucesión rápida de la vida legal e ilegal del Partido altera las relaciones ordinarias, normales y simples entre los jefes, los partidos y las clases. En Alemania, como en los demás países europeos, se está excesivamente habituado a la legalidad, a la elección libre y regular de los “jefes” por los congresos ordinarios de los partidos, a la comprobación cómoda de la composición de clase de estos últimos por medio de las elecciones al parlamento, de los mítines, la prensa, el estado de espíritu de los sindicatos y otras asociaciones, etc. Cuando, en virtud de la marcha impetuosa de la revolución y del desarrollo de la guerra civil, ha sido preciso pasar rápidamente de esta rutina a la sucesión de la legalidad y la ilegalidad y a su combinación, a procedimientos “poco cómodos”, “no democráticos” para designar, formar o conservar los “grupos de dirigentes”, la gente ha perdido la cabeza y ha empezado a inventar un monstruoso absurdo. Por lo visto, algunos miembros del Partido Comunista Holandés, que han tenido la desgracia de nacer en un país pequeño, con una tradición y unas condiciones de situación legal particularmente privilegiada y estable y que jamás han 65 visto la sucesión de las situaciones legales e ilegales, se han embrollado y han perdido la cabeza, favoreciendo absurdas invenciones. Por otra parte, salta a la vista el uso irreflexivo e ilógico de algunas palabrejas “de moda” en nuestra época sobre “la masa” y “los jefes”. La gente ha oído muchos ataques contra los “jefes” y se los ha aprendido de memoria, ha oído cómo los contraponían a la “masa”, pero no ha sabido reflexionar acerca del sentido de todo esto y ver las cosas claras.

Al final de la guerra imperialista y después de ella, en todos los países se ha manifestado con singular vivacidad y relieve el divorcio entre “los jefes” y “la masa”. La causa fundamental de este fenómeno fue explicada muchas veces por Marx y Engels de 1852 a 1892 tomando el ejemplo de Inglaterra. La situación monopolista de dicho país dio origen al nacimiento de una “aristocracia obrera” oportunista, semipequeño-burguesa, salida de la “masa”. Los jefes de esta aristocracia obrera se pasaban constantemente al campo de la burguesía, que los mantenía de manera directa o indirecta. Marx se granjeó el odio, que le honra, de estos canallas por haberles tildado públicamente de traidores. El imperialismo moderno (del siglo XX) ha creado una situación privilegiada, monopolista, en favor de algunos países adelantados, y sobre este terreno ha surgido en todas partes dentro de la II Internacional ese tipo de jefes traidores, oportunistas, socialchovinistas, que defienden los intereses de su corporación, de su reducida capa de aristocracia obrera. Estos partidos oportunistas se han separado de las “masas”, es decir, de los sectores más vastos de trabajadores, de su mayoría, de los obreros peor retribuidos. La victoria del proletariado revolucionario es imposible sin luchar contra este mal, sin desenmascarar, poner en la picota y expulsar a los jefes oportunistas socialtraidores; esa política es la que ha aplicado, precisamente, la III Internacional.

Pero llegar con este pretexto a contraponer, en términos generales, la dictadura de las masas a la dictadura de los jefes es un absurdo ridículo y una necedad. Lo más divertido es que, de hecho, en lugar de los antiguos jefes que se atienen a ideas comunes sobre las cosas simples, se destaca (encubriéndolo con la consigna de “abajo los jefes”) a jefes nuevos que dicen soberanas tonterías y disparates. Tales son, en Alemania, Lauffenberg, Wolfheim, Horner, Carlos Schröder, Federico Wendel y Carlos Erler*. Las tentativas de este último de “profundizar” en la cuestión y proclamar, en general, la inutilidad y el “carácter burgués” de los partidos políticos representan tales columnas de Hércules28 de la estupidez que le dejan a uno estupefacto. ¡Cuán cierto es que un pequeño error puede llevar a otro monstruosamente grande, si se insiste en él, si se profundiza para encontrarle justificación y si se intenta “llevarlo hasta el fin”! Negar la necesidad del Partido y de la disciplina de partido: he ahí el resultado a que ha llegado la oposición. Y esto equivale a desarmar por completo al proletariado en provecho de la burguesía. Equivale precisamente a la dispersión, la inestabilidad, la incapacidad para dominarse, para unirse, para actuar de manera organizada, defectos típicamente pequeño-burgueses que, de ser indulgente con ellos, causan de modo inevitable la ruina de todo movimiento revolucionario del proletariado. Negar la necesidad del Partido desde el punto de vista del comunismo es dar un salto desde la víspera de la bancarrota del *,...

En el Diario Obrero Comunista (nº 32, Hamburgo, 7 de febrero de 1920), Erler dice en un artículo titulado La disolución del Partido: “La clase obrera no puede destruir el Estado burgués sin aniquilar la democracia burguesa, y no puede aniquilar la democracia burguesa sin destruir los partidos”. Las cabezas más confusas de los sindicalistas y anarquistas latinos pueden sentirse “satisfechas”: 

algunos alemanes de peso que, por lo visto, se consideran marxistas (con sus artículos en el citado periódico, Erler y Horner demuestran con aplomo que se consideran marxistas sólidos, aunque dicen de un modo singularmente ridículo tonterías inverosímiles, manifestando así no comprender el abecé del marxismo) llegan a afirmar cosas absurdas por completo. El reconocimiento del marxismo no preserva por sí solo de los errores. Los rusos saben bien esto, porque el marxismo ha estado “de moda” con harta frecuencia en nuestro país. 

,...capitalismo (en Alemania), no hasta la fase inferior o media del comunismo, sino hasta su fase superior. En Rusia (después de más de dos años tras el derrocamiento de la burguesía) estamos dando todavía los primeros pasos en la transición del capitalismo al socialismo o fase inferior del comunismo. Las clases siguen existiendo y existirán durante años en todas partes después de la conquista del poder por el proletariado. Es posible que en Inglaterra, donde no hay campesinos (¡pero existen, sin embargo, pequeños patronos!), este plazo sea más corto. Suprimir las clases no sólo significa expulsar a los terratenientes y a los capitalistas −esto lo hemos hecho nosotros con relativa facilidad−, sino también acabar con los pequeños productores de mercancías; pero a éstos no se les puede expulsar, no se les puede aplastar; con ellos hay que convivir, y sólo se puede (y se debe) transformarlos, reeducarlos, mediante una labor de organización muy larga, lenta y prudente. Estos pequeños productores cercan al proletariado por todas partes de elemento pequeño-burgués, lo impregnan de este elemento, lo corrompen con él, provocan constantemente en el seno del proletariado recaídas de pusilanimidad pequeño-burguesa, de atomización, de individualismo, de oscilaciones entre la exaltación y el abatimiento.

Para hacer frente a eso, para permitir que el proletariado ejerza acertada, eficaz y victoriosamente su función organizadora (que es su función principal), son necesarias una centralización y una disciplina severísimas en el partido político del proletariado. La dictadura del proletariado es una lucha tenaz, cruenta e incruenta, violenta y pacífica, militar y económica, pedagógica y administrativa contra las fuerzas y las tradiciones de la vieja sociedad. La fuerza de la costumbre de millones y decenas de millones de hombres es la fuerza más terrible. Sin un partido férreo y templado en la lucha, sin un partido que goce de la confianza de todo lo que haya de honrado dentro de la clase, sin un partido que sepa pulsar el estado de ánimo de 68 las masas e influir sobre él es imposible llevar a cabo con éxito esta lucha. Es mil veces más fácil vencer a la gran burguesía centralizada que “vencer” a millones y millones de pequeños patronos, los cuales, con su labor corruptora invisible, inaprensible, cotidiana, producen los mismos resultados que necesita la burguesía, que determinan la restauración de ésta. Quien debilita, por poco que sea, la disciplina férrea del Partido del proletariado (sobre todo en la época de su dictadura), ayuda de hecho a la burguesía contra el proletariado. Al lado de la cuestión sobre los jefes, el partido, la clase y la masa hay que plantear la cuestión de los sindicatos “reaccionarios”. Pero antes me permitiré hacer, a modo de conclusión, algunas observaciones fundadas en la experiencia de nuestro Partido. En éste han existido siempre ataques contra la “dictadura de los jefes”. La primera vez, que yo recuerde, fue en 1895, cuando nuestro Partido no existía aún formalmente, pero empezaba ya a constituirse en Petersburgo el grupo central que debía tomar en sus manos la dirección de los grupos de distrito.

En el IX Congreso de nuestro Partido (abril de 1920) hubo una pequeña oposición, que se pronunció asimismo contra la “dictadura de los jefes”, la “oligarquía”, etc. No hay, pues, nada de sorprendente, nada nuevo, nada alarmante en la “enfermedad infantil” del “comunismo de izquierda” entre los alemanes. Esta enfermedad transcurre sin peligro y, una vez pasada, el organismo incluso se fortalece. Por otra parte, la rápida sucesión del trabajo legal e ilegal, que implica la necesidad de “ocultar”, de rodear de singular secreto precisamente al Estado Mayor, a los jefes, motivó a veces en nuestro país fenómenos profundamente peligrosos. El peor de ellos fue la entrada en 1912 en el Comité Central bolchevique de un agente provocador, Malinovski, que delató a decenas y decenas de los más excelentes y abnegados camaradas, haciendo que fueran condenados a trabajos forzados y acelerando la muerte 69 de muchos de ellos. Si no causó más daño fue porque habíamos establecido adecuadamente la correlación entre el trabajo legal e ilegal. Para ganarse nuestra confianza, Malinovski, como miembro del Comité Central del Partido y diputado a la Duma, tuvo que ayudarnos a organizar la publicación de periódicos diarios legales, que incluso bajo el zarismo supieron luchar contra el oportunismo de los mencheviques y predicar los principios fundamentales del bolchevismo con el necesario disimulo. Con una mano, Malinovski mandaba al presidio y a la muerte a decenas y decenas de los mejores combatientes del bolchevismo, pero con la otra se veía obligado a contribuir a la educación de decenas y decenas de millares de nuevos bolcheviques por medio de la prensa legal. Este es un hecho sobre el que deberían reflexionar detenidamente los camaradas alemanes (y también los ingleses, los norteamericanos, los franceses y los italianos), que tienen planteada la tarea de aprender a realizar una labor revolucionaria en los sindicatos reaccionarios*.

En muchos países, hasta en los más adelantados, la burguesía envía y seguirá enviando, sin duda alguna, provocadores a los partidos comunistas. Uno de los medios de luchar contra este peligro consiste en saber combinar acertadamente el trabajo ilegal con el legal. *

Malinovski estuvo prisionero en Alemania. Cuando regresó a Rusia, ya bajo el poder bolchevique, fue inmediatamente entregado a los tribunales y fusilado por nuestros obreros. Los mencheviques nos han atacado con especial acritud por el error de haber tenido un provocador en el Comité Central de nuestro Partido. Pero cuando bajo Kerensky exigimos que fuera detenido y juzgado el presidente de la Duma, Rodzianko, que desde antes de la guerra sabía que Malinovski era un provocador y no lo había comunicado a los diputados trudoviques y obreros en la Duma, ni los mencheviques ni los socialrevolucionarios, que formaban gobierno con Kerensky, apoyaron nuestra demanda y Rodzianko quedó en libertad y pudo unirse a Denikin sin el menor obstáculo.

VI ¿Deben actuar los revolucionarios en los sindicatos reaccionarios? Los “izquierdistas” alemanes consideran que pueden responder con una negativa absoluta a esta pregunta. A su juicio, el vocerío y los gritos de cólera contra los sindicatos “reaccionarios” y “contrarrevolucionarios” (K. Horner se distingue por el “aplomo” y la necedad con que hace esto) bastan para “demostrar” la inutilidad y hasta la inadmisibilidad de que los revolucionarios, los comunistas, actúen en los sindicatos contrarrevolucionarios, en los sindicatos amarillos, socialchovinistas, conciliadores y de los Legien. Pero, por muy convencidos que estén los “izquierdistas” alemanes del carácter revolucionario de semejante táctica, ésta es, en realidad, profundamente errónea y no contiene más que frases vacías.

Para aclararlo partiré de nuestra propia experiencia, conforme al plan general del presente folleto, que tiene por objeto aplicar a Europa Occidental lo que la historia y la táctica actual del bolchevismo contienen de aplicable, importante y obligatorio en todas partes. La correlación entre jefes, partido, clase y masa y, al mismo tiempo, la actitud de la dictadura del proletariado y de su partido con respecto a los sindicatos se presenta actualmente entre nosotros en la siguiente forma concreta: la dictadura la ejerce el proletariado organizado en los soviets y dirigido por el Partido Comunista Bolchevique, que, según los datos del último Congreso (abril de 1920), cuenta con 611.000 miembros. El número de afiliados ha oscilado mucho tanto antes como después de la Revolución de Octubre y ha sido considerablemente menor incluso en 1918-191931. Tememos ampliar excesivamente el Partido porque los arribistas y truhanes, que no merecen más que ser fusilados, tienden inevitablemente a infiltrarse en el partido gobernante.

La última vez que abrimos de par en par las puertas del Partido −sólo para los obreros y los campesinos− fue en los días (invierno de 1919) en que Yudénich se encontraba a algunas verstas de Petrogrado y Denikin estaba en Oriol (a unas trescientas cincuenta verstas de Moscú), es decir, cuando la República Soviética se veía ante un peligro terrible, mortal, y los aventureros, los arribistas, los truhanes y, en general, los elementos inestables no podían contar en modo alguno con hacer una carrera ventajosa (sino más bien con la horca y las torturas) si se adherían a los comunistas32. El Partido, que convoca congresos anuales (en el último la representación fue de un delegado por cada mil militantes), es dirigido por un Comité Central de 19 miembros, elegido en el Congreso; la gestión de los asuntos corrientes la ejercen en Moscú dos organismos aún más restringidos, denominados “Buró de Organización” y “Buró Político”, que se eligen en sesiones plenarias del Comité Central y de cada uno de los cuales forman parte cinco miembros del CC. Nos hallamos, por consiguiente, en presencia de una verdadera “oligarquía”. Ninguna cuestión importante política o de organización es resuelta por cualquier institución estatal de nuestra República sin las indicaciones rectoras del Comité Central del Partido. En su labor, el Partido se apoya directamente en los sindicatos, que tienen ahora, según los datos del último Congreso (abril de 1920), más de cuatro millones de afiliados y que en el aspecto formal son sin partido. De hecho, todas las instituciones dirigentes de la inmensa mayoría de los sindicatos y, sobre todo, naturalmente, la central o buró sindical de toda Rusia (Consejo Central de los Sindicatos de toda Rusia) se componen de comunistas y aplican todas las directrices del Partido. Se obtiene, en conjunto, un aparato proletario, formalmente no comunista, flexible y relativamente amplio, potentísimo, por medio del cual el Partido está ligado de manera estrecha a la clase y a las masas y a través del cual se ejerce, bajo la dirección del Partido, la dictadura de la clase.

Es natural que nos hubiera sido imposible gobernar el país y ejercer la dictadura, no ya dos años y medio, sino ni siquiera dos meses y medio, sin la más estrecha ligazón con los sindicatos, sin su apoyo entusiasta, sin su abnegadísima labor tanto en la organización económica como en la militar. Como se comprenderá, esta estrechísima ligazón significa, en la práctica, una labor de propaganda y agitación muy compleja y variada, oportunas y frecuentes reuniones no sólo con los dirigentes, sino en general con los militantes que tienen influencia en los sindicatos y una lucha decidida contra los mencheviques, que han conservado hasta hoy cierto número de partidarios −muy pequeño en verdad−, a los que inician en todas las malas artes de la contrarrevolución, desde la defensa ideológica de la democracia (burguesa) y la prédica de la “independencia” de los sindicatos (independencia... ¡del poder estatal proletario!) hasta el sabotaje de la disciplina proletaria, etc., etc. Reconocemos que el contacto con las “masas” a través de los sindicatos es insuficiente. En el curso de la revolución se ha creado en nuestro país, en la práctica, un organismo que procuramos por todos los medios mantener, desarrollar y extender: las conferencias de obreros y campesinos sin partido, las cuales nos permiten observar el estado de ánimo de las masas, acercarnos a ellas, responder a sus anhelos, promover a los puestos del Estado a sus mejores elementos, etc. Un decreto reciente sobre la transformación del Comisariado del Pueblo de Control del Estado en “Inspección Obrera y Campesina” confiere a estas conferencias sin partido el derecho a elegir miembros del Control del Estado encargados de las funciones más diversas de revisión, etc. Además, como es natural, toda la labor del Partido se realiza a través de los soviets, que agrupan a las masas trabajadoras, sin distinción de oficios. Los congresos de 73 distrito de los soviets representan una institución democrática como jamás se ha visto en las mejores repúblicas democráticas del mundo burgués. Por medio de estos congresos (cuya labor procura seguir el Partido con la mayor atención posible), así como por la designación constante de los obreros más conscientes para diversos cargos en las poblaciones rurales, el proletariado ejerce su función dirigente con respecto al campesinado, se realiza la dictadura del proletariado urbano, la lucha sistemática contra los campesinos ricos, burgueses, explotadores y especuladores, etc.

Tal es el mecanismo general del poder estatal proletario examinado “desde arriba”, desde el punto de vista de la realización práctica de la dictadura. Es de esperar que el lector comprenderá por qué el bolchevique ruso, que conoce este mecanismo y lo ha visto nacer de los pequeños círculos ilegales y clandestinos en el curso de 25 años, no puede dejar de ver ridículas, pueriles y absurdas todas las discusiones sobre la dictadura “desde arriba” o “desde abajo”, la dictadura de los jefes o la dictadura de las masas, etc., como lo sería una disputa acerca de la mayor o menor utilidad que tiene para el hombre la pierna izquierda o el brazo derecho. Tampoco pueden dejar de parecernos un absurdo ridículo y pueril las disquisiciones muy sabias, pomposas y terriblemente revolucionarias de los izquierdistas alemanes acerca de que los comunistas no pueden ni deben actuar en los sindicatos reaccionarios, de que es permisible renunciar a semejante actividad, de que hay que salir de los sindicatos y organizar forzosamente una “unión obrera”, nuevecita del todo y completamente pura, inventada por comunistas muy simpáticos (y en la mayoría de los casos probablemente muy jóvenes), etc., etc. El capitalismo lega inevitablemente al socialismo, de una parte, las viejas diferencias profesionales y corporativas entre los obreros, formadas en el transcurso de los 74 siglos, y, de otra, los sindicatos, que sólo muy lentamente, a lo largo de los años, pueden transformarse y se transformarán con el tiempo en sindicatos de industria más amplios, menos corporativos (que engloban a industrias enteras y no sólo a corporaciones, oficios y profesiones).

Después, a través de estos sindicatos de industria, se pasará a suprimir la división del trabajo entre los hombres, a educar, instruir y formar hombres universalmente desarrollados y universalmente preparados, hombres que lo sabrán hacer todo. Hacia eso marcha, debe marchar y llegará el comunismo, pero únicamente dentro de muchos años. Intentar hoy anticiparse en la práctica a ese resultado futuro de un comunismo llegado al término de su completo desarrollo, solidez y formación, de su íntegra realización y de su madurez, es lo mismo que querer enseñar matemáticas superiores a un niño de cuatro años. Podemos (y debemos) emprender la construcción del socialismo no con un material humano fantástico ni especialmente creado por nosotros, sino con el que nos ha dejado como herencia el capitalismo. Ni que decir tiene que esto es muy “difícil”, pero cualquier otro modo de abordar el problema es tan poco serio que no merece la pena hablar de ello. Los sindicatos fueron un progreso gigantesco de la clase obrera en los primeros tiempos del desarrollo del capitalismo, por cuanto significaban el paso de la dispersión y de la impotencia de los obreros a los rudimentos de la unión de clase. Cuando empezó a desarrollarse la forma superior de unión de clase de los proletarios, el partido revolucionario del proletariado (que no merecerá este nombre mientras no sepa ligar a los líderes con la clase y las masas en un todo único e indisoluble), los sindicatos comenzaron a manifestar fatalmente ciertos rasgos reaccionarios, cierta estrechez gremial, cierta tendencia al apoliticismo, cierto espíritu rutinario, etc. Pero el desarrollo del proletariado no se ha efectuado ni ha podido efectuarse en ningún país 75 de otro modo que por medio de los sindicatos y por su acción conjunta con el partido de la clase obrera.

La conquista del poder político por el proletariado representa un progreso gigantesco de este último considerado como clase, y el partido debe consagrarse más, y de un modo nuevo y no sólo por los procedimientos antiguos, a educar a los sindicatos, a dirigirlos, sin olvidar a la vez que son y serán durante mucho tiempo una necesaria “escuela de comunismo”, una escuela preparatoria de los proletarios para la realización de su dictadura, la asociación indispensable de los obreros para el paso gradual de la dirección de toda la economía del país a manos de la clase obrera (y no de unas u otras profesiones), primero, y a manos de todos los trabajadores, después. Bajo la dictadura del proletariado es inevitable cierto “espíritu reaccionario” de los sindicatos en el sentido indicado. No comprenderlo significa no comprender en absoluto las condiciones fundamentales de la transición del capitalismo al socialismo. Temer este “espíritu reaccionario”, intentar prescindir de él, saltar por encima de él, es una inmensa tontería, pues equivale a temer el papel de vanguardia del proletariado, que consiste en instruir, ilustrar, educar, atraer a una nueva vida a las capas y las masas más atrasadas de la clase obrera y del campesinado. Por otro lado, aplazar la dictadura del proletariado hasta que no quede ni un solo obrero de estrecho espíritu profesional, ni un solo obrero con prejuicios tradeunionistas y corporativos, sería un error todavía más profundo. El arte del político (y la comprensión acertada de sus deberes en el comunista) consiste precisamente en saber apreciar con exactitud las condiciones y el momento en que la vanguardia del proletariado puede tomar victoriosamente el poder; en que puede, durante la toma del poder y después de ella, conseguir un apoyo suficiente de sectores suficientemente amplios de la clase obrera y de las masas laboriosas no proletarias; en que puede, una vez obtenido dicho apoyo, mantener, afianzar y extender su dominio, educando, instruyendo y atrayendo a masas cada vez más amplias de trabajadores.

Prosigamos. En países más adelantados que Rusia se ha hecho sentir, y debía hacerse sentir con carácter mucho más acentuado, indudablemente, que en el nuestro, cierto espíritu reaccionario de los sindicatos. Aquí, los mencheviques hallaban (y en parte hallan todavía en un pequeñísimo número de sindicatos) apoyo entre los sindicatos, gracias, precisamente, a esa estrechez corporativa, a ese egoísmo y oportunismo profesionales. Los mencheviques de Occidente se han “atrincherado” mucho más sólidamente en los sindicatos, ha surgido allí una capa mucho más fuerte que en nuestro país de “aristocracia obrera” profesional, mezquina, egoísta, desalmada, ávida, pequeño-burguesa, de espíritu imperialista, comprada y corrompida por el imperialismo. Esto es indiscutible. La lucha contra los Gompers, contra los señores Jouhaux, Henderson, Merrheim, Legien y cía. en Europa Occidental es mucho más difícil que la lucha contra nuestros mencheviques, que representan un tipo social y político completamente homogéneo. Es preciso librar esta lucha implacablemente y continuarla de manera obligatoria, como hemos hecho nosotros, hasta poner en la picota y arrojar de los sindicatos a todos los jefes incorregibles del oportunismo y del socialchovinismo. Es imposible conquistar el poder político (y no debe intentarse tomar el poder político) mientras esta lucha no haya alcanzado cierto grado; este “cierto grado” no es idéntico en todos los países y en todas las condiciones, y sólo dirigentes políticos reflexivos, experimentados y competentes del proletariado pueden determinarlo con acierto en cada país (en Rusia nos dieron la medida del éxito en esta lucha, entre otras cosas, las elecciones de noviembre de 1917 a la Asamblea Constituyente33, unos días después de la revolución proletaria del 25 de octubre de 1917. En dichas eleccio- 77 nes, los mencheviques sufrieron una espantosa derrota, obteniendo 700.000 votos −1.400.000 contando los de Transcaucasia− frente a los 9.000.000 logrados por los bolcheviques (véase mi artículo Las elecciones a la Asamblea Constituyente y la dictadura del proletariado, en el nº 7-8 de La Internacional Comunista).

Pero la lucha contra la “aristocracia obrera” la sostenemos en nombre de las masas obreras y para ponerlas de nuestra parte; la lucha contra los jefes oportunistas y socialchovinistas la sostenemos para ganarnos a la clase obrera. Sería necio olvidar esta verdad elementalísima y más que evidente. Y tal es, precisamente, la necedad que cometen los comunistas alemanes “de izquierda”, los cuales deducen del carácter reaccionario y contrarrevolucionario de los cabecillas de los sindicatos la conclusión de que es preciso... ¡¡salir de los sindicatos!!, ¡¡renunciar al trabajo en ellos!!, ¡¡crear formas de organización obrera nuevas, inventadas!! Una estupidez tan imperdonable, que equivale al mejor servicio que los comunistas pueden prestar a la burguesía. Porque nuestros mencheviques, como todos los líderes sindicales oportunistas, socialchovinistas y kautskianos, no son más que “agentes de la burguesía en el movimiento obrero” (como hemos dicho siempre refiriéndonos a los mencheviques) o, en otros términos, los “lugartenientes obreros de la clase de los capitalistas” (labor lieutenants of the capitalist class), según la magnífica expresión, profundamente exacta, de los discípulos de Daniel de León en los Estados Unidos. No actuar en el seno de los sindicatos reaccionarios significa abandonar a las masas obreras insuficientemente desarrolladas o atrasadas a la influencia de los líderes reaccionarios, de los agentes de la burguesía, de los obreros aristócratas u “obreros aburguesados” (véase la carta de Engels a Marx en 1858 acerca de los obreros ingleses34). Precisamente la absurda “teoría” de la no participación de los comunistas en los sindicatos reaccionarios demuestra 78 del modo más evidente con qué ligereza consideran estos comunistas “de izquierda” la cuestión de la influencia sobre las “masas” y de qué modo abusan de su griterío acerca de las “masas”. Para saber ayudar a la “masa” y conquistar su simpatía, su adhesión y su apoyo no hay que temer las dificultades, las quisquillas, las zancadillas, los insultos y las persecuciones de los “jefes” (que, siendo oportunistas y socialchovinistas, están en la mayor parte de los casos en relación directa o indirecta con la burguesía y la policía) y se debe trabajar sin falta allí donde estén las masas. Hay que saber hacer toda clase de sacrificios y vencer los mayores obstáculos para llevar a cabo una propaganda y una agitación sistemáticas, tenaces, perseverantes y pacientes precisamente en las instituciones, sociedades y sindicatos, por reaccionarios que sean, donde haya masas proletarias o semiproletarias. Y los sindicatos y las cooperativas obreras (estas últimas, por lo menos, en algunos casos) son precisamente las organizaciones donde están las masas.

En Inglaterra, según datos publicados por el periódico sueco Folkets Dagblad Politiken el 10 de marzo de 1920, el número de miembros de las tradeuniones, que a finales de 1917 era de 5.500.000, se ha elevado a finales de 1918 a 6.600.000, es decir, ha aumentado un 19%. A fines de 1919, sus efectivos ascendían, según cálculos, a 7.500.000. No tengo a mano las cifras correspondientes a Francia y Alemania, pero algunos hechos enteramente indiscutibles y conocidos de todos atestiguan el notable incremento del número de miembros de los sindicatos también en esos países. Estos hechos prueban con entera claridad lo que confirman otros mil síntomas: el crecimiento de la conciencia y de los anhelos de organización precisamente en las masas proletarias, en sus “capas inferiores”, atrasadas. En Inglaterra, Francia y Alemania, millones de obreros pasan por primera vez de la completa falta de organización a la forma más elemental e inferior, más simple y accesible (para los que se hallan todavía impregnados por 79 completo de prejuicios democrático-burgueses) de organización: los sindicatos; y los comunistas de izquierda, revolucionarios pero insensatos, quedan a un lado, gritan: “¡Masa! ¡Masa!”, pero ¡¡se niegan a actuar en los sindicatos, so pretexto de su “espíritu reaccionario”!! e inventan una “unión obrera” nuevecita, pura, limpia de todo prejuicio democrático- burgués y de todo pecado corporativo y de estrechez profesional, que será (¡qué será!), dicen, amplia y para ingresar en la cual se exige solamente (¡solamente!) ¡¡el “reconocimiento de los soviets y de la dictadura”!! (Véase la cita transcrita más arriba). ¡Es imposible concebir mayor insensatez, mayor daño causado a la revolución por los revolucionarios “de izquierda”!

Si hoy, en Rusia, después de dos años y medio de triunfos sin precedentes sobre la burguesía de Rusia y la de la Entente, estableciéramos como condición para el ingreso en los sindicatos el “reconocimiento de la dictadura”, cometeríamos una tontería, malograríamos nuestra influencia sobre las masas y ayudaríamos a los mencheviques, pues la tarea de los comunistas consiste en saber convencer a los elementos atrasados, en saber actuar entre ellos y no en aislarse de ellos mediante consignas sacadas de la cabeza e infantilmente “izquierdistas”. Es indudable que los señores Gompers, Henderson, Jouhaux y Legien estarán muy reconocidos a esos revolucionarios “de izquierda” que, como los de la oposición “de principio” alemana (¡el cielo nos preserve de semejantes “principios”!) o algunos revolucionarios de “Los Obreros Industriales del Mundo” en Estados Unidos, predican la salida de los sindicatos reaccionarios y la renuncia a actuar en ellos. No dudamos que los señores “jefes” del oportunismo recurrirán a todos los artificios de la diplomacia burguesa, a la ayuda de los gobiernos burgueses, de los curas, de la policía y de los tribunales para impedir la entrada de los comunistas en los sindicatos, para expulsarles de ellos por todos los medios y hacer lo más desagradable 80 posible su labor en los mismos, para ofenderles, acosarles y perseguirles. Hay que saber hacer frente a todo eso, estar dispuestos a todos los sacrificios, emplear incluso − en caso de necesidad− todas las estratagemas, astucias y procedimientos ilegales, silenciar y ocultar la verdad con tal de penetrar en los sindicatos, permanecer en ellos y realizar allí, cueste lo que cueste, una labor comunista.

Bajo el régimen zarista, hasta 1905, no tuvimos ninguna “posibilidad legal”; pero cuando el policía Zubátov organizó sus asambleas y asociaciones obreras ultrarreaccionarias con objeto de cazar a los revolucionarios y luchar contra ellos, enviamos allí a miembros de nuestro Partido (recuerdo entre ellos al camarada Bábushkin, destacado obrero petersburgués fusilado en 1906 por los generales zaristas), que establecieron contacto con la masa, consiguieron realizar su agitación y arrancar a los obreros de la influencia de los agentes de Zubátov*. Como es natural, actuar así resulta más difícil en los países de Europa Occidental, particularmente impregnados de prejuicios legalistas, constitucionales y democrático-burgueses de singular arraigo. Pero se puede y se debe hacer de modo sistemático. El Comité Ejecutivo de la III Internacional debe, a mi juicio, condenar abiertamente y proponer al próximo Congreso de la Internacional Comunista que condene en general la política de no participación en los sindicatos reaccionarios (explicando de manera detallada la insensatez que representa esta no participación y el inmenso daño que causa a la revolución proletaria) y, en particular, la línea de conducta de algunos miembros del Partido Comunista Holandés, que (de modo directo o indirecto, abierto o encubierto, total o parcial, lo mismo da) han sostenido esta política falsa. La III Internacional debe romper con * Los Gompers, los Henderson, los Jouhaux y los Legien no son sino los Zubátov, que se distinguen del nuestro por su traje europeo, su porte elegante y los refinados procedimientos aparentemente democráticos y civilizados que emplean para realizar su canallesca política. 81 la táctica de la II y no eludir ni ocultar las cuestiones escabrosas, sino plantearlas a rajatabla. Hemos dicho cara a cara toda la verdad a los “independientes” (Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania); del mismo modo hay que decírsela a los comunistas “de izquierda”.

VII ¿Debe participarse en los parlamentos burgueses? Los comunistas “de izquierda” alemanes, con el mayor desprecio −y la mayor ligereza−, responden a esta pregunta negativamente. ¿Sus argumentos? En la cita reproducida más arriba leemos: “...rechazar del modo más categórico todo retorno a los métodos lucha parlamentarios los cuales han caducado ya histórica y políticamente...”. Está dicho en un tono ridículamente presuntuoso y es una falsedad evidente. ¡“Retorno” al parlamentarismo!

¿Acaso existe ya en Alemania una república soviética?

Parece que no.

¿Cómo puede hablarse entonces de “retorno”?

¿No es esto una frase vacía?

El parlamentarismo “ha caducado históricamente”. Esto es cierto desde el punto de vista de la propaganda. Pero nadie ignora que de ahí a su superación práctica hay una distancia inmensa. Hace ya muchas décadas que podía decirse con entera razón que el capitalismo había “caducado históricamente”; pero esto no impide, ni mucho menos, que nos veamos precisados a sostener una lucha muy prolongada y muy tenaz sobre el terreno del capitalismo. El parlamentarismo “ha caducado históricamente” desde el punto de vista históricouniversal, es decir, la época del parlamentarismo burgués ha terminado, la época de la dictadura del proletariado ha comenzado. Esto es indiscutible. Pero en la historia universal se cuenta por décadas. Desde su punto de vista, diez o veinte años más o menos no tienen importancia, son una pequeñez imposible de apreciar incluso aproximadamente He ahí por qué remitirse a la escala de la historia universal en una cuestión de política práctica constituye el error teórico más escandaloso.

¿Ha “caducado políticamente” el parlamentarismo?

Esto es ya otra cuestión. Si fuera cierto, la posición de los “izquierdistas” sería firme. Pero eso hay que probarlo con un análisis muy serio, y los “izquierdistas” ni siquiera saben abordarlo. Tampoco vale un comino, como veremos, el análisis contenido en las Tesis sobre el parlamentarismo, publicadas en el número 1 del Boletín de la Oficina Provisional de Amsterdam de la Internacional Comunista (Bulletin of the Provisional Bureau in Amsterdam of the Communist International, febrero 1920) y que expresan claramente las tendencias izquierdistas de los holandeses o las tendencias holandesas de los izquierdistas. En primer lugar, los “izquierdistas” alemanes, como se sabe, consideraban ya en enero de 1919 que el parlamentarismo había “caducado políticamente”, a despecho de la opinión de dirigentes políticos tan destacados como Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht37. Es sabido que los “izquierdistas” se equivocaron. Este hecho basta para destruir de golpe y de raíz la tesis de que el parlamentarismo “ha caducado políticamente”. Los “izquierdistas” tienen la obligación de demostrar por qué su error indiscutible de entonces ha dejado de serlo hoy. Pero no aportan, ni pueden aportar, la menor sombra de prueba. La actitud de un partido político ante sus errores es uno de los criterios más importantes y más seguros para juzgar la seriedad de ese partido y el cumplimiento efectivo de sus deberes hacia su clase y hacia las masas trabajadoras. Reconocer abiertamente los errores, poner al descubierto sus causas, analizar la situación que los ha engendrado y discutir atentamente los medios de corregirlos: eso es lo que caracteriza a un partido serio; en eso consiste el cumplimiento de sus deberes; eso es educar e instruir a la clase y, después, a las masas. Al no cumplir ese deber ni estudiar con toda la atención, celo y prudencia necesarios su error manifiesto, los “izquierdistas” de Alemania (y de Holanda) muestran precisamente que no son el partido de la clase, sino un círculo, que no son el partido de las masas, sino un grupo de intelectuales y de un reducido número de obreros que imitan los peores rasgos de los intelectualoides. En segundo lugar, en el mismo folleto del grupo “de izquierda” de Francfort, del que hemos dado citas detalladas más arriba, leemos:

“...Los millones de obreros que siguen todavía la política del centro [el partido católico del ‘centro’] son contrarrevolucionarios. Los proletarios del campo forman las legiones de los ejércitos contrarrevolucionarios” (p. 3 del citado folleto). Todo indica que eso está dicho con un énfasis y una exageración excesivos. Pero el hecho fundamental aquí expuesto es indiscutible y su reconocimiento por los “izquierdistas” atestigua su error con particular evidencia. En efecto,

¡¿cómo se puede decir que el “parlamentarismo ha caducado políticamente”, si “millones” y “legiones” de proletarios son todavía no sólo partidarios del parlamentarismo en general, sino incluso francamente “contrarrevolucionarios”?!

Es evidente que en Alemania el parlamentarismo aún no ha caducado políticamente. Es evidente que los “izquierdistas” de Alemania han tomado su deseo, su actitud político-ideológica, por una realidad objetiva. Éste es el más peligroso de los errores para los revolucionarios. En Rusia, donde el yugo sumamente salvaje y feroz del zarismo engendró, durante un período en extremo prolongado y en formas particularmente variadas, revolucionarios de todos los matices, revolucionarios de una abnegación, entusiasmo, heroísmo y fuerza de voluntad asombrosos, hemos podido observar muy de cerca, estudiar con singular atención y conocer al detalle este error de los revolucionarios, razón por la cual lo vemos con especial claridad en los demás. Como es natural, para los comunistas de Alemania el parlamentarismo “ha caducado políticamente”, pero se trata precisamente de no creer que lo caduco para nosotros haya caducado para la clase, para la masa. Una vez más vemos aquí que los “izquierdistas” no saben razonar, no saben conducirse como el partido de la clase, como el partido de las masas. Vuestro deber consiste en no descender al nivel de las masas, al nivel de los sectores atrasados de la clase. Esto es indiscutible. Tenéis la obligación de decirles la amarga verdad; de decirles que sus prejuicios democrático-burgueses y parlamentarios son eso, prejuicios. Pero, al mismo tiempo, debéis observar con serenidad el estado real de conciencia y de preparación precisamente de toda la clase (y no sólo de su vanguardia comunista), de toda la masa trabajadora (y no sólo de sus elementos avanzados). Aunque no fueran “millones” y “legiones”, sino una simple minoría bastante considerable de obreros industriales la que siguiese a los curas católicos y de obreros agrícolas la que siguiera a los terratenientes y campesinos ricos (Grossbauern), podría asegurarse ya sin vacilar que el parlamentarismo en Alemania todavía no ha caducado políticamente, que la participación en las elecciones parlamentarias y en la lucha desde la tribuna parlamentaria es obligatoria para el partido del proletariado revolucionario precisamente para educar a los sectores atrasados de su clase, precisamente para despertar e instruir a la masa aldeana inculta, oprimida e ignorante.

Mientras no tengáis fuerza para disolver el parlamento burgués y cualquier otra institución reaccionaria, estáis obligados a actuar en el seno de dichas instituciones precisamente porque hay todavía en ellas obreros idiotizados por el clero y por la vida en los rincones más perdidos del campo. De lo contrario corréis el riesgo de convertiros en simples charlatanes. En tercer lugar, los comunistas “de izquierda” nos colman de elogios a los bolcheviques. A veces dan ganas de decirles: ¡alabadnos menos, pero compenetraos más con la táctica de los bolcheviques, familiarizaos más con ella! Participamos en las elecciones al parlamento burgués de 86 Rusia, a la Asamblea Constituyente, en septiembre- noviembre de 1917.

¿Era acertada nuestra táctica o no?

Si no lo era, hay que decirlo con claridad y demostrarlo: es indispensable para que el comunismo internacional elabore la táctica justa. Si lo era, deben sacarse de ello las conclusiones que se imponen. Como es natural, no se trata, ni mucho menos, de equiparar las condiciones de Rusia a las de Europa Occidental. Pero cuando se trata en especial del significado que tiene la idea “el parlamentarismo ha caducado políticamente”, es obligatorio tener en cuenta con exactitud nuestra experiencia, pues sin tomar en consideración una experiencia concreta estas ideas se convierten con excesiva facilidad en frases vacías.

¿Acaso nosotros, los bolcheviques rusos, no teníamos en septiembre-noviembre de 1917 más derecho que todos los comunistas de Occidente a considerar que el parlamentarismo había sido superado políticamente en Rusia?

Lo teníamos, naturalmente, pues la cuestión no estriba en si los parlamentos burgueses existen desde hace mucho o poco tiempo, sino en qué medida las grandes masas trabajadoras están preparadas (ideológica, política y prácticamente) para aceptar el régimen soviético y disolver (o permitir la disolución) el parlamento democrático-burgués. Que la clase obrera de las ciudades, los soldados y los campesinos de Rusia estaban, en septiembre-noviembre de 1917, en virtud de una serie de condiciones particulares, excepcionalmente preparados para adoptar el régimen soviético y disolver el parlamento burgués más democrático, es un hecho histórico absolutamente indiscutible y plenamente establecido. Y, no obstante, los bolcheviques no boicotearon la Asamblea Constituyente, sino que participaron en las elecciones, tanto antes como después de la conquista del poder político por el proletariado. Que dichas elecciones dieron resultados políticos de extraordinario valor (y de suma utilidad para el proletariado) es un hecho que creo haber demostrado en el artículo aludido más arriba, donde analizo detalladamente los resultados de las elecciones a la Asamblea Constituyente de Rusia. La conclusión que de ello se deriva es absolutamente indiscutible:

está probado que, incluso unas semanas antes de la victoria de la República Soviética, incluso después de esta victoria, la participación en un parlamento democrático-burgués, lejos de perjudicar al proletariado revolucionario, le permite demostrar más fácilmente a las masas atrasadas por qué semejantes parlamentos merecen ser disueltos, facilita el éxito de su disolución, facilita la “supresión política” del parlamentarismo burgués. No tener en cuenta esta experiencia y pretender, al mismo tiempo, pertenecer a la Internacional Comunista, que debe elaborar internacionalmente su táctica (no una táctica estrecha o de exclusivo carácter nacional, sino justamente una táctica internacional), significa incurrir en el más profundo de los errores y precisamente apartarse de hecho del internacionalismo, aunque éste sea proclamado de palabra. Consideremos ahora los argumentos “izquierdistas holandeses” a favor de la no participación en los parlamentos. He aquí la tesis 4ª, la más importante de las tesis “holandesas” citadas más arriba, traducida del inglés:

“Cuando el sistema capitalista de producción es destrozado y la sociedad atraviesa un período revolucionario, la acción parlamentaria pierde gradualmente su valor en comparación con la acción de las propias masas. Cuando, en estas condiciones, el parlamento se convierte en el centro y el órgano de la contrarrevolución y, por otra parte, la clase obrera crea los instrumentos de su poder en forma de soviets, puede resultar incluso necesario renunciar a toda participación en la acción parlamentaria”.

La primera frase es evidentemente falsa, pues la acción de las masas −por ejemplo, una gran huelga− es siempre más importante que la acción parlamentaria, y no sólo durante la revolución o en una situación revolucionaria. Este argumento, de indudable inconsistencia y falso histórica y políticamente, no hace sino mostrar con particular evidencia que los autores desprecian en absoluto la experiencia de toda Europa (de Francia en vísperas de las revoluciones de 1848 y 1870, de Alemania entre 1878 y 1890, etc.) y la de Rusia (véase más arriba) sobre la importancia de la combinación de la lucha legal con la ilegal. Esta cuestión tiene la mayor importancia, tanto en general como en particular, porque en todos los países civilizados y avanzados se acerca a grandes pasos la época en que dicha combinación será −y lo es ya en parte− cada vez más obligatoria para el partido del proletariado revolucionario, a consecuencia de la maduración y de la proximidad de la guerra civil del proletariado contra la burguesía, a consecuencia de las feroces persecuciones de que son objeto los comunistas por los gobiernos republicanos y, en general, burgueses, que violan por todos los medios la legalidad (como ejemplo de ello basta citar a los Estados Unidos), etc. Esta cuestión esencial no es comprendida en absoluto por los holandeses ni por los izquierdistas en general.

La segunda frase es, en primer término, falsa históricamente. Los bolcheviques hemos actuado en los parlamentos más contrarrevolucionarios y la experiencia ha demostrado que semejante participación ha sido no sólo útil, sino necesaria para el partido del proletariado revolucionario precisamente después de la primera revolución burguesa en Rusia (1905), a fin de preparar la segunda revolución burguesa (febrero de 1917) y luego la revolución socialista (octubre de 1917). En segundo lugar, dicha frase es de una falta de lógica sorprendente. De que el parlamento se convierta en el órgano y “centro” (dicho sea de paso, nunca ha sido ni ha podido ser en realidad el “centro”) de la contrarrevolución y de que los obreros creen los instrumentos de su poder en forma de soviets, se desprende que los trabajadores deben prepararse ideológica, política y técnicamente para la lucha de los soviets contra el parlamento, para la disolución del parlamento por los soviets. Pero de esto no se deduce en modo alguno que semejante disolución sea obstaculizada, o no sea facilitada, por la presencia de una oposición soviética en el seno de un parlamento contrarrevolucionario. Jamás hemos notado durante nuestra lucha victoriosa contra Denikin y Kolchak que la existencia de una oposición proletaria, soviética, en la zona ocupada por ellos fuera indiferente para nuestros triunfos. Sabemos muy bien que la disolución de la Constituyente, efectuada por nosotros el 5 de enero de 1918, lejos de ser dificultada, fue facilitada por la presencia en la Constituyente contrarrevolucionaria que disolvíamos tanto de una oposición soviética consecuente, la bolchevique, como de una oposición soviética inconsecuente, la de los socialrevolucionarios de izquierda. Los autores de la tesis se han embrollado por completo y han olvidado la experiencia de una serie de revoluciones, si no de todas, que acredita la singular utilidad que representa en tiempos de revolución combinar la acción de masas fuera del parlamento reaccionario con una oposición simpatizante de la revolución (o mejor aún, que la apoya francamente) dentro de ese parlamento. Los holandeses y los “izquierdistas” en general razonan en este caso como unos doctrinarios de la revolución que nunca han tomado parte en una verdadera revolución o reflexionado sobre la historia de las revoluciones, o que toman ingenuamente “la negación” subjetiva de cierta institución reaccionaria por su destrucción efectiva mediante el conjunto de fuerzas de una serie de factores objetivos.

El medio más seguro de desacreditar una nueva idea política (y no solamente política) y de perjudicarla consiste en llevarla hasta el absurdo so pretexto de defenderla. Pues toda verdad, si se la hace “exorbitante” (como decía Dietzgen padre), si se la exagera y se extiende más allá de los límites en los que es realmente aplicable, puede ser llevada 90 al absurdo y, en las condiciones señaladas, se convierte de manera infalible en un absurdo. Tal es el flaco servicio que prestan los izquierdistas de Holanda y Alemania a la nueva verdad de la superioridad del poder soviético sobre los parlamentos democrático-burgueses. Como es natural, estaría en un error quien siguiera sosteniendo de un modo general la vieja afirmación de que abstenerse de participar en los parlamentos burgueses es inadmisible en todas las circunstancias. No puedo intentar formular aquí las condiciones en que es útil el boicot, ya que el objeto de este folleto es mucho más modesto: analizar la experiencia rusa en relación con algunas cuestiones actuales de la táctica comunista internacional. La experiencia rusa nos da una aplicación feliz y acertada (1905) y otra equivocada (1906) del boicot por los bolcheviques. Analizando el primer caso vemos: los bolcheviques consiguieron impedir la convocatoria del parlamento reaccionario por el poder reaccionario en un momento en que la acción revolucionaria extraparlamentaria de las masas (en particular las huelgas) crecía con excepcional rapidez, en que no había ni un solo sector del proletariado y del campesinado que pudiera apoyar en modo alguno el poder reaccionario, en que la influencia del proletariado revolucionario sobre las vastas masas atrasadas estaba asegurada por la lucha huelguística y el movimiento agrario. Es evidente a todas luces que esta experiencia es inaplicable a las condiciones europeas actuales. Y es también evidente a todas luces −en virtud de los argumentos expuestos más arriba− que la defensa, incluso condicional, de la renuncia a participar en los parlamentos, hecha por los holandeses y los “izquierdistas”, es radicalmente falsa y nociva para la causa del proletariado revolucionario.

En Europa Occidental y en Estados Unidos, el parlamento se ha hecho odioso en extremo a la vanguardia revolucionaria de la clase obrera. Es un hecho indiscutible. Y se comprende perfectamente, pues resulta difícil imaginarse mayor vileza, abyección y felonía que la conducta de la inmensa mayoría de los diputados socialistas y socialdemócratas en el parlamento durante la guerra y después de ella. Pero sería no sólo insensato, sino francamente criminal, dejarse llevar por estos sentimientos al decidir la cuestión de cómo se debe luchar contra el mal universalmente reconocido. Puede decirse que, en muchos países de Europa Occidental, el estado de espíritu revolucionario es todavía una “novedad” o una “rareza” esperada demasiado tiempo, en vano y con impaciencia, debido a lo cual, probablemente, se deja con tanta facilidad que predomine. Como es natural, sin un estado de ánimo revolucionario de las masas y sin condiciones que favorezcan el desarrollo de dicho estado de ánimo, la táctica revolucionaria no se transformará en acción; pero en Rusia, una experiencia demasiado larga, dura y sangrienta nos ha convencido de que es imposible basarse exclusivamente en el estado de ánimo revolucionario para crear una táctica revolucionaria. La táctica debe ser elaborada teniendo en cuenta serenamente, con estricta objetividad, todas las fuerzas de clase del Estado de que se trate (y de los Estados que le rodean y de todos los Estados a escala mundial), así como la experiencia de los movimientos revolucionarios. Manifestar el “revolucionarismo” sólo con injurias al oportunismo parlamentario, sólo condenando la participación en los parlamentos, resulta facilísimo; pero precisamente porque es demasiado fácil no es la solución de un problema difícil, dificilísimo. En los parlamentos europeos es mucho más difícil que en Rusia crear una minoría parlamentaria verdaderamente revolucionaria. Desde luego. Pero esto no es sino una expresión parcial de la verdad general de que, en la situación concreta de 1917, extraordinariamente original desde el punto de vista histórico, a Rusia le fue fácil empezar la revolución socialista, pero continuarla y llevarla a término le será más difícil que a los países europeos. A comienzos de 1918 hube ya de indicar esta circunstancia, 92 y la experiencia de los dos años transcurridos desde entonces ha venido a confirmar enteramente la justeza de tal consideración. Condiciones específicas como fueron: 

1) la posibilidad de conjugar la revolución soviética con la terminación, gracias a ella, de la guerra imperialista, que había extenuado hasta lo indecible a los obreros y los campesinos; 

2) la posibilidad de sacar provecho, durante cierto tiempo, de la lucha a muerte en que estaban enzarzados los dos grupos más poderosos de los tiburones imperialistas del mundo, grupos que no podían coligarse contra el enemigo soviético; 

3) la posibilidad de soportar una guerra civil relativamente larga, en parte por la extensión gigantesca del país y por sus malas comunicaciones; 

4) la existencia entre los campesinos de un movimiento revolucionario democrático-burgués tan profundo que el partido del proletariado hizo suyas las reivindicaciones revolucionarias del partido de los campesinos (del partido socialrevolucionario, profundamente hostil, en su mayoría, al bolchevismo) y las realizó en el acto gracias a la conquista del poder político por el proletariado38; tales condiciones específicas no existen hoy en Europa Occidental, y la repetición de estas condiciones o de otras análogas no es nada fácil. Por ello, entre otras razones, a Europa Occidental le es más difícil que a nosotros comenzar la revolución socialista. Tratar de “esquivar” esta dificultad “saltando” por encima del arduo problema de utilizar los parlamentos reaccionarios para fines revolucionarios es puro infantilismo. ¡Queréis crear una sociedad nueva y teméis la dificultad de crear una buena minoría parlamentaria de comunistas convencidos, abnegados y heroicos en un parlamento reaccionario! ¿Acaso no es esto infantilismo? Si Karl Liebknecht en Alemania y Z. Höglund en Suecia han sabido, incluso sin el apoyo de las masas desde abajo, dar un ejemplo de utilización realmente revolucionaria de los parlamentos reaccionarios, ¡¿cómo es posible que un partido revolucionario de masas que crece rápidamente no 93 pueda, en medio de las desilusiones y la ira de postguerra de las masas, forjar una minoría comunista en los peores parlamentos?! Precisamente porque las masas atrasadas de obreros y −más aún− de pequeños campesinos están mucho más imbuidas en Europa Occidental que en Rusia de prejuicios democrático-burgueses y parlamentarios, precisamente por eso, sólo en el seno de instituciones como los parlamentos burgueses pueden (y deben) los comunistas librar una lucha prolongada y tenaz, sin retroceder ante ninguna dificultad, para denunciar, desvanecer y superar dichos prejuicios. 

Los “izquierdistas” alemanes se quejan de los malos “jefes” de su partido y caen en la desesperación, llegando a la ridiculez de “negar” a los “jefes”. Pero en circunstancias que obligan con frecuencia a mantener a estos últimos en la clandestinidad, la formación de “jefes” buenos, seguros, probados y prestigiosos resulta particularmente difícil y es imposible vencer con éxito semejantes dificultades sin la combinación del trabajo legal con el ilegal, sin hacer pasar a los “jefes”, entre otras pruebas, también por la del parlamento. La crítica −la más violenta, implacable e intransigente− debe dirigirse no contra el parlamentarismo o la acción parlamentaria, sino contra los jefes que no saben −y más aún contra los que no quieren− utilizar las elecciones parlamentarias y la tribuna parlamentaria a la manera revolucionaria, a la manera comunista. Sólo esta crítica −unida, naturalmente, a la expulsión de los jefes incapaces y a su sustitución por otros más capaces− constituirá una labor revolucionaria provechosa y fecunda, que educará simultáneamente a los “jefes”, para que sean dignos de la clase obrera y de las masas trabajadoras, y a las masas, para que aprendan a orientarse como es debido en la situación política y a comprender las tareas, a menudo en extremo complejas y embrolladas, que se desprenden de semejante situación*. 94 * Han sido demasiado pocas las posibilidades que he tenido para conocer el comunismo “de izquierda” de Italia. Es indudable que el camarada Bordiga y su fracción de “comunistas boicoteadores” (comunista abstencionista) no están en lo cierto al defender la no participación en el parlamento. Pero hay un punto en el que, a mi juicio, tiene razón, por lo que puedo juzgar ateniéndome a dos números de su periódico Il Soviet (núms. 3 y 4 del 18/1 y del 1/II de 1920), a cuatro números de la excelente revista del camarada Serrati Comunismo (núms. 1-4, l/X-30/XI de 1919) y a números sueltos de periódicos burgueses italianos que he podido ver. Precisamente el camarada Bordiga y su fracción tienen razón cuando atacan a Turati y sus partidarios, que están en un partido que reconoce el Poder de los Soviets y la dictadura del proletariado, continúan siendo miembros del parlamento y prosiguen su vieja y dañina política oportunista. Es natural que, al tolerar esto, el camarada Serrati y todo el Partido Socialista Italiano39 incurren en un error tan preñado de grandes perjuicios y peligros como en Hungría, donde los señores Turati húngaros sabotearon desde dentro el Partido y el Poder de los Soviets40. 

Esa actitud errónea, inconsecuente o falta de carácter con respecto a los parlamentarios oportunistas, de una parte, engendra el comunismo “de izquierda” y, de otra, justifica hasta cierto punto su existencia. Es evidente que el camarada Serrati no tiene razón al acusar de “inconsecuencia” al diputado Turati (Comunismo, nº 3), pues el inconsecuente es, precisamente, el Partido Socialista Italiano, que tolera en su seno a oportunistas parlamentarios como Turati y compañía. 95 VIII ¿Ningún compromiso? En la cita del folleto de Francfort hemos visto el tono decidido con que los “izquierdistas” plantean esta consigna. Es triste ver cómo gentes que indudablemente se consideran marxistas y quieren serlo han olvidado las verdades fundamentales del marxismo. He aquí lo que decía Engels −quien, como Marx, pertenece a esa rarísima categoría de escritores cada una de cuyas frases de sus trabajos importantes tiene una asombrosa profundidad de contenido− contra el manifiesto de 1874 de los 33 comuneros blanquistas41, en el que decían: “...Somos comunistas porque queremos alcanzar nuestro fin sin detenernos en etapas intermedias y sin compromisos, que no hacen más que alejar el día de la victoria y prolongar el período de esclavitud”. Los comunistas alemanes son comunistas porque, a través de todas las etapas intermedias y de todos los compromisos creados no por ellos, sino por la marcha del desarrollo histórico, ven con claridad y persiguen constantemente su objetivo final: la supresión de las clases y la creación de un régimen social en el que no habrá ya lugar para la propiedad privada de la tierra y de todos los medios de producción. Los 33 blanquistas son comunistas por cuanto se figuran que basta su deseo de saltar las etapas intermedias y los compromisos para que la cosa esté hecha, y que si −ellos lo creen firmemente− “estalla” uno de estos días y el poder cae en sus manos, el “comunismo será implantado” al día siguiente. 

Por tanto, si no pueden hacer esto inmediatamente, no son comunistas. “¡Qué pueril ingenuidad la de presentar la propia impaciencia como argumento teórico!” (F. Engels, Programa de 96 los comuneros blanquistas, en el periódico socialdemócrata alemán Volksstaat, 1874, nº 73, incluido en la recopilación Artículos de 1871-75, traducción rusa, Petrogrado, 1919, pp. 52-53). Engels expresa en ese mismo artículo su profundo respeto por Vaillant y habla de los “méritos indiscutibles” de éste (que fue, como Guesde, uno de los jefes más destacados del socialismo internacional antes de su traición al socialismo en agosto de 1914). Pero Engels no deja de analizar con todo detalle su manifiesto error. Como es natural, los revolucionarios muy jóvenes e inexpertos, lo mismo que los revolucionarios pequeño-burgueses incluso de edad muy respetable y de gran experiencia, consideran extraordinariamente “peligroso”, incomprensible y erróneo “autorizar los compromisos”. Y muchos sofistas (como politicastros ultra o excesivamente “experimentados”) razonan del mismo modo que los jefes del oportunismo inglés mencionados por el camarada Lansbury: 

“Si los bolcheviques se permiten tal o cual compromiso, ¿por qué no hemos de permitirnos nosotros cualquier compromiso?”. Pero los proletarios educados por repetidas huelgas (para no considerar más que esta manifestación de la lucha de clases) asimilan habitualmente de un modo admirable la profundísima verdad (filosófica, histórica, política y psicológica) enunciada por Engels. Todo proletario conoce huelgas, conoce “compromisos” con los odiados opresores y explotadores, después de los cuales los obreros han tenido que volver al trabajo sin haber logrado nada o consiguiendo la satisfacción parcial de sus reivindicaciones. Todo proletario, gracias al ambiente de lucha de masas y de acentuada agudización de los antagonismos de clase en que vive, observa la diferencia existente entre un compromiso impuesto por condiciones objetivas (pobreza de la caja de los huelguistas, que no cuentan con apoyo alguno, padecen hambre y están extenuados hasta lo indecible) −compromiso que en nada disminuye la 97 abnegación revolucionaria ni la disposición a continuar la lucha de los obreros que lo han contraído− y, de otra parte, un compromiso de traidores que achacan a causas objetivas su vil egoísmo (¡también los esquiroles contraen “compromisos”!), su cobardía, su deseo de ganarse la buena disposición de los capitalistas, su falta de firmeza ante las amenazas y, a veces, ante las exhortaciones, las limosnas o los halagos de los capitalistas (estos compromisos de traidores son particularmente numerosos en la historia del movimiento obrero inglés por parte de los jefes de las tradeuniones, aunque, en una u otra forma, casi todos los obreros de todos los países han podido observar fenómenos análogos). 

Es claro que se dan casos aislados extraordinariamente difíciles y complejos en que sólo realizando los mayores esfuerzos puede determinarse con exactitud el verdadero carácter de tal o cual “compromiso”, del mismo modo que hay casos de homicidio en que no es nada fácil decidir si éste era absolutamente justo e incluso obligatorio (como, por ejemplo, en caso de legítima defensa) o bien efecto de un descuido imperdonable o incluso resultado de un plan perverso ejecutado con habilidad. Es indudable que en política, donde se trata a veces de relaciones nacionales e internacionales muy complejas entre las clases y los partidos, se registrarán numerosos casos mucho más difíciles que la cuestión de saber si un “compromiso” contraído con ocasión de una huelga es legitimo o se trata de una alevosía de un esquirol, de un jefe traidor, etc. Preparar una receta o una regla general (¡“ningún compromiso”!) para todos los casos es absurdo. Hay que tener la cabeza sobre los hombros para saber orientarse en cada caso particular. La importancia de poseer una organización de partido y jefes del mismo, dignos de este nombre, consiste precisamente, entre otras cosas, en llegar −mediante un trabajo prolongado, tenaz, múltiple y variado de todos los representantes de una clase determinada capaces de 98 pensar*− a elaborar los conocimientos y la experiencia necesarios y, además de los conocimientos y la experiencia, la sagacidad política precisa para resolver pronto y bien las cuestiones políticas complejas. Las gentes ingenuas y totalmente inexpertas se figuran que basta admitir los compromisos en general para que desaparezca toda línea divisoria entre el oportunismo, contra el que sostenemos y debemos sostener una lucha intransigente, y el marxismo revolucionario o comunismo. Pero a esas gentes, si todavía no saben que todas las líneas divisorias en la naturaleza y en la sociedad son variables y hasta cierto punto convencionales, se les puede ayudar únicamente por medio del estudio prolongado, la educación, la ilustración y la experiencia política y práctica. En las cuestiones prácticas de la política de cada momento particular o específico de la historia es importante saber distinguir aquellas en que se manifiestan los compromisos de la especie más inadmisible, los compromisos de traición, que encarnan un oportunismo funesto para la clase revolucionaria, y consagrar todos los esfuerzos a explicar su sentido y a luchar contra ellas. 

Durante la guerra imperialista de 1914-18, entre dos grupos de países igualmente ladrones y rapaces, el principal y fundamental de los oportunismos fue el que adoptó la forma de socialchovinismo, es decir, el apoyo de la “defensa de la patria”, lo que, en aquella guerra, equivalía de hecho a la defensa de los intereses de rapiña de la “propia” burguesía. Después de la guerra fue la defensa de la expoliadora Sociedad de Naciones42, la defensa de las alianzas directas o indirectas con la burguesía del propio país contra el proletariado revolucionario y el movimiento “soviético” y la defensa *.... 

Incluso en el país más culto, toda clase, aun la más avanzada y con más excepcional florecimiento de todas sus fuerzas espirituales en virtud de las circunstancias del momento, cuenta −y contará inevitablemente mientras las clases subsistan y la sociedad sin clases no esté afianzada, consolidada y desarrollada por completo sobre sus propios fundamentos− con representantes que no piensan y que son incapaces de pensar. El capitalismo no sería el capitalismo opresor de las masas si no ocurriera así. 

 ....de la democracia y del parlamentarismo burgueses contra el “Poder de los Soviets”. Tales fueron las manifestaciones principales de estos compromisos inadmisibles y traidores, que en su conjunto han terminado en un oportunismo funesto para el proletariado revolucionario y para su causa. “...Rechazar del modo más categórico todo compromiso con los demás partidos... toda política de maniobra y conciliación” dicen los izquierdistas de Alemania en el folleto de Francfort. ¡Es sorprendente que, con semejantes ideas, esos izquierdistas no condenen categóricamente el bolchevismo! ¡No es posible que los izquierdistas alemanes ignoren que toda la historia del bolchevismo, antes y después de la Revolución de Octubre, está llena de casos de maniobra, de acuerdos y de compromisos con otros partidos, incluidos los partidos burgueses! Hacer la guerra para derrocar a la burguesía internacional, una guerra cien veces más difícil, prolongada y compleja que la más encarnizada de las guerras corrientes entre Estados, y renunciar de antemano a toda maniobra, a explotar los antagonismos de intereses (aunque sólo sean temporales) que dividen a nuestros enemigos, renunciar a acuerdos y compromisos con posibles aliados (aunque sean provisionales, inconsistentes, vacilantes, condicionales), ¿no es, acaso, algo indeciblemente ridículo? ¿No viene a ser eso como si en la difícil ascensión a una montaña inexplorada, en la que nadie hubiera puesto la planta, se renunciase de antemano a hacer a veces zigzags, a desandar a veces lo andado, a abandonar la dirección elegida al principio para probar otras direcciones? ¡¡Y gentes tan poco conscientes, tan inexpertas (y menos mal si la causa de ello es la juventud, autorizada por la providencia a decir semejantes tonterías durante cierto tiempo) han podido ser sostenidas directa o indirectamente, franca o encubiertamente, íntegra o parcialmente, poco importa, 100 por algunos miembros del Partido Comunista Holandés!! Después de la primera revolución socialista del proletariado, después del derrocamiento de la burguesía en un país, el proletariado del mismo sigue siendo durante mucho tiempo más débil que la burguesía, debido simplemente a las inmensas relaciones internacionales de ésta y en virtud de la restauración, del renacimiento espontáneo y continuo del capitalismo y de la burguesía por los pequeños productores de mercancías del país donde ésta última ha sido derrocada. Sólo se puede vencer a un enemigo más poderoso poniendo en tensión todas las fuerzas y aprovechando obligatoriamente con el mayor celo, minuciosidad, prudencia y habilidad la menor “grieta” entre los enemigos, toda contradicción de intereses entre la burguesía de los distintos países, entre los diferentes grupos o categorías de la burguesía en el interior de cada país; hay que aprovechar asimismo las menores posibilidades de lograr un aliado de masas, aunque sea temporal, vacilante, inestable, poco seguro, condicional. El que no comprende esto, no comprende ni una palabra de marxismo ni de socialismo científico, contemporáneo, en general. El que no ha demostrado en la práctica, durante un intervalo de tiempo bastante considerable y en situaciones políticas bastante variadas, su habilidad para aplicar esta verdad de la vida, no ha aprendido todavía a ayudar a la clase revolucionaria en su lucha por liberar de los explotadores a toda la humanidad trabajadora. Y lo dicho es aplicable tanto al período anterior a la conquista del poder político por el proletariado como al posterior. Nuestra teoría, decían Marx y Engels43, no es un dogma, sino una guía para la acción, y el gran error, el inmenso crimen de marxistas “patentados” como Karl Kautsky, Otto Bauer y otros consiste en no haber entendido esto, en no haber sabido aplicarlo en los momentos más importantes de la revolución proletaria. “La acción política no se parece en nada a la acera de la avenida Nevski” (la acera limpia, 101 ancha y lisa de la calle principal de Petersburgo, absolutamente recta), decía ya N.G. Chernyshevski44, el gran socialista ruso del período premarxista.

Desde la época de Chernyshevski, los revolucionarios rusos han pagado con innumerables víctimas el hacer caso omiso u olvidar esta verdad. Hay que conseguir a toda costa que los comunistas de izquierda y los revolucionarios de Europa Occidental y de América fieles a la clase obrera paguen menos cara que los atrasados rusos la asimilación de esta verdad. Los socialdemócratas revolucionarios de Rusia aprovecharon repetidas veces antes de la caída del zarismo los servicios de los liberales burgueses, es decir, concluyeron con ellos innumerables compromisos prácticos, y en 1901-02, antes incluso del nacimiento del bolchevismo, la antigua redacción de Iskra (de la que formábamos parte Plejánov, Axelrod, Zasúlich, Mártov, Potrésov y yo) concertó (es cierto que no por mucho tiempo) una alianza política formal con Struve, jefe político del liberalismo burgués, sin dejar de sostener a la vez la lucha ideológica y política más implacable contra el liberalismo burgués y contra las menores manifestaciones de su influencia en el seno del movimiento obrero. Los bolcheviques practicaron siempre esa misma política. Desde 1905 defendieron sistemáticamente la alianza de la clase obrera con los campesinos contra la burguesía liberal y el zarismo, sin negarse nunca, al mismo tiempo, a apoyar a la burguesía contra el zarismo (por ejemplo, en la segunda etapa de las elecciones o en las segundas vueltas electorales) y sin interrumpir la lucha ideológica y política más intransigente contra el partido campesino revolucionario burgués, los “socialrevolucionarios”, los cuales eran denunciados como demócratas pequeño-burgueses que se incluían falsamente entre los socialistas. En 1907, los bolcheviques constituyeron, por poco tiempo, un bloque político formal con los “socialrevolucionarios” para las elecciones a la Duma. Con los mencheviques hemos estado formalmen- 102 te durante varios años, desde 1903 a 1912, en un partido socialdemócrata único, sin interrumpir jamás la lucha ideológica y política contra ellos como portadores de la influencia burguesa en el seno del proletariado y como oportunistas.

Durante la guerra concertamos una especie de compromiso con los “kautskianos”, los mencheviques de izquierda (Mártov) y una parte de los “socialrevolucionarios” (Chernov, Natansón). Asistimos con ellos a las conferencias de Zimmerwald y Kienthal45 y lanzamos manifiestos conjuntos, pero nunca interrumpimos ni atenuamos la lucha política e ideológica contra los “kautskianos”, contra Mártov y Chernov (Natansón murió en 1919 siendo un “comunista revolucionario”46-populista muy afín a nosotros y casi solidario nuestro). En el mismo momento de la Revolución de Octubre concertamos un bloque político, no formal, pero muy importante (y muy eficaz) con el campesinado pequeñoburgués, aceptando íntegro, sin el menor cambio, el programa agrario de los socialrevolucionarios, es decir, contrajimos un compromiso indudable para probar a los campesinos que no queríamos imponernos, sino llegar a un acuerdo con ellos. Al mismo tiempo, propusimos a los “socialrevolucionarios de izquierda”47 (y poco después lo realizamos) un bloque político formal, con la participación en el gobierno, bloque que ellos rompieron después de la paz de Brest, llegando en julio de 1918 a la insurrección armada y más tarde a la lucha armada contra nosotros. Es fácil comprender, por consiguiente, que los ataques de los izquierdistas alemanes al Comité Central del Partido Comunista de Alemania por admitir la idea de un bloque con los “independientes” (“Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania”, los kautskianos) nos parezcan carentes de seriedad y veamos en ellos una demostración evidente de la posición errónea de los “izquierdistas”. En Rusia había también mencheviques de derecha (que entraron en el gobierno de Kerensky), equivalentes a los 103 Scheidemann de Alemania, y mencheviques de izquierda (Mártov), que se hallaban en oposición a los mencheviques de derecha y equivalían a los kautskianos alemanes. En 1917 observamos claramente el paso gradual de las masas obreras de los mencheviques a los bolcheviques. En el I Congreso de los Soviets de toda Rusia, celebrado en junio de dicho año, teníamos un 13% de los votos. La mayoría pertenecía a los socialrevolucionarios y a los mencheviques.

En el II Congreso de los Soviets (25 de octubre de 1917, según el viejo calendario) teníamos el 51% de los sufragios. ¿Por qué en Alemania una tendencia igual, absolutamente idéntica, de los obreros a pasar de la derecha a la izquierda ha conducido no al fortalecimiento inmediato de los comunistas, sino, en un comienzo, al del partido intermedio de los “independientes”, aunque este partido no haya tenido jamás ninguna idea política independiente y ninguna política independiente, ni haya hecho otra cosa que vacilar entre Scheidemann y los comunistas? Es indudable que una de las causas ha sido la táctica errónea de los comunistas alemanes, los cuales deben reconocer su error honradamente y sin temor y aprender a corregirlo. El error ha consistido en negarse a participar en el parlamento reaccionario, burgués, y en los sindicatos reaccionarios; el error ha consistido en múltiples manifestaciones de esta enfermedad infantil del “izquierdismo” que ahora se ha exteriorizado y que gracias a ello será curada mejor, más pronto y con mayor provecho para el organismo. El “Partido Socialdemócrata Independiente” alemán carece visiblemente de homogeneidad: al lado de los antiguos jefes oportunistas (Kautsky, Hilferding y, por lo que se ve, en gran parte Crispien, Ledebour y otros), que han demostrado su incapacidad para comprender la significación del poder soviético y de la dictadura del proletariado y para dirigir la lucha revolucionaria de este último, en dicho partido se ha formado y crece con singular rapidez un 104 ala izquierda, proletaria.

Cientos de miles de miembros del partido −que al parecer tiene unos 750.000 afiliados− son proletarios que se alejan de Scheidemann y caminan a grandes pasos hacia el comunismo. Esta ala proletaria propuso ya en el Congreso de los independientes, celebrado en Leipzig en 1919, la adhesión inmediata e incondicional a la III Internacional. Temer un “compromiso” con esa ala del partido es sencillamente ridículo. Al contrario, para los comunistas es obligatorio buscar y encontrar una forma adecuada de compromiso con ella, que permita, por una parte, facilitar y apresurar la fusión completa y necesaria con la misma y, por otra, que no cohíba en nada a los comunistas en su lucha ideológica y política contra el ala derecha, oportunista, de los “independientes”. Es probable que no resulte fácil elaborar una forma adecuada de compromiso, pero sólo un charlatán podría prometer a los obreros y a los comunistas alemanes un camino “fácil” para alcanzar la victoria. El capitalismo dejaría de ser capitalismo si el proletariado “puro” no estuviese rodeado de una masa abigarradísima de elementos que señalan la transición del proletario al semiproletario (el que obtiene una mitad de sus medios de existencia vendiendo su fuerza de trabajo), del semiproletario al pequeño campesino (y al pequeño artesano, al obrero a domicilio, al pequeño patrono en general), del pequeño campesino al campesino medio, etc., y si en el seno mismo del proletariado no hubiera sectores de un desarrollo mayor o menor, divisiones de carácter territorial, profesional, a veces religioso, etc.

De todo esto se desprende imperiosamente la necesidad −una necesidad absoluta− para la vanguardia del proletariado, para su parte consciente, para el Partido Comunista, de recurrir a la maniobra, a los acuerdos, a los compromisos con los diversos grupos proletarios, con los diversos partidos de los obreros y de los pequeños patronos. Toda la cuestión consiste en saber aplicar esta táctica para elevar, y no para 105 rebajar, el nivel general de conciencia, de espíritu revolucionario y de capacidad de lucha y de victoria del proletariado. Es preciso anotar, entre otras cosas, que la victoria de los bolcheviques sobre los mencheviques exigió no sólo antes de la Revolución de Octubre de 1917, sino también después de ella la aplicación de una táctica de maniobras, de acuerdos, de compromisos, aunque de tal naturaleza, claro es, que facilitaban y apresuraban la victoria de los bolcheviques y consolidaban y fortalecían a éstos a costa de los mencheviques. Los demócratas pequeño-burgueses (incluidos los mencheviques) vacilaban inevitablemente entre la burguesía y el proletariado, entre la democracia burguesa y el régimen soviético, entre el reformismo y el revolucionarismo, entre el amor a los obreros y el miedo a la dictadura del proletariado, etc. La táctica acertada de los comunistas debe consistir en utilizar estas vacilaciones y no, en modo alguno, en desdeñarlas; para utilizarlas hay que hacer concesiones a los elementos que se inclinan hacia el proletariado −en el caso y en la medida exacta en que lo hacen− y, al mismo tiempo, luchar contra los elementos que se inclinan hacia la burguesía. Debido a que seguimos una táctica acertada, el menchevismo se ha ido descomponiendo y se descompone más y más en nuestro país; dicha táctica ha ido aislando a los jefes obstinados en el oportunismo y trayendo a nuestro campo a los mejores obreros, a los mejores elementos de la democracia pequeño-burguesa. Se trata de un proceso largo, y las “soluciones” fulminantes tales como “ningún compromiso, ninguna maniobra” sólo pueden dificultar el crecimiento de la influencia del proletariado revolucionario y el aumento de sus fuerzas. En fin, uno de los errores indudables de los “izquierdistas” de Alemania consiste en su insistencia rectilínea en no reconocer el Tratado de Versalles48.

Cuanto mayores son “el aplomo” y “la importancia”, el tono “categórico” y sin apelación con que formula este punto de vista, por 106 ejemplo, K. Horner, menos inteligente resulta. No basta con renegar de las indignantes necedades del “bolchevismo nacional” (Lauffenberg y otros), que, en las condiciones actuales de la revolución proletaria internacional, ha llegado hasta a hablar de la formación de un bloque con la burguesía alemana para la guerra contra la Entente. Debe comprenderse que es absolutamente errónea la táctica que niega la obligación de la Alemania Soviética (si surgiese pronto una república soviética alemana) de reconocer por cierto tiempo el Tratado de Versalles y someterse a él. De esto no se deduce que los “independientes” tuvieran razón al reclamar la firma del Tratado de Versalles en las condiciones existentes entonces, cuando en el gobierno se hallaban los Scheidemann, no había sido todavía derribado el poder soviético en Hungría y no estaba excluida aún la posibilidad de una ayuda de la revolución soviética en Viena para apoyar a la Hungría Soviética. En aquel momento, los “independientes” maniobraron muy mal, pues tomaron sobre sí una responsabilidad mayor o menor por los traidores tipo Scheidemann y se desviaron más o menos del punto de vista de la lucha de clases implacable (y fríamente razonada) contra los Scheidemann para colocarse “fuera” y “por encima” de las clases. Pero la situación actual es de tal naturaleza, que los comunistas alemanes no deben atarse las manos y prometer la renuncia obligatoria e indispensable al Tratado de Versalles en caso de triunfar el comunismo. Eso sería una tontería. Hay que decir:

los Scheidemann y los kautskianos han cometido una serie de traiciones que han dificultado (y en parte hecho fracasar) la alianza con la Rusia Soviética y con la Hungría Soviética. Nosotros, los comunistas, procuraremos por todos los medios facilitar y preparar esa alianza; en cuanto a la paz de Versalles, no estamos obligados en modo alguno a rechazarla a toda costa y, además, de modo inmediato. La posibilidad de rechazarla con eficacia depende de los éxitos del movimiento 107 soviético no sólo en Alemania, sino también en la arena internacional. Este movimiento ha sido obstaculizado por los Scheidemann y los kautskianos; nosotros lo favorecemos. Ahí reside el fondo de la cuestión, la diferencia radical. Y si nuestros enemigos de clase, los explotadores, y sus lacayos, los Scheidemann y los kautskianos, han dejado escapar una serie de posibilidades de fortalecer el movimiento soviético alemán e internacional y la revolución soviética alemana e internacional, la culpa es de ellos. La revolución soviética en Alemania vigorizará el movimiento soviético internacional, que es el reducto más fuerte (y el único seguro, invencible y de potencia universal) contra el Tratado de Versalles y contra el imperialismo mundial en general. Colocar obligatoriamente en primer plano, a toda costa y enseguida la liberación del Tratado de Versalles, antes que la cuestión de liberar del yugo imperialista a los demás países oprimidos por el imperialismo, es una manifestación de nacionalismo pequeño-burgués (digno de los Kautsky, Hilferding, Otto Bauer y cía.), pero no de internacionalismo revolucionario. El derrocamiento de la burguesía en cualquiera de los grandes países europeos, incluida Alemania, es un acontecimiento tan favorable para la revolución internacional que, en aras del mismo, se puede y se debe aceptar, si ello es necesario, una existencia más prolongada del Tratado de Versalles. Si Rusia ha podido resistir sola durante varios meses con provecho para la revolución el Tratado de Brest, no es ningún imposible que la Alemania soviética, aliada con la Rusia soviética, pueda soportar más tiempo con provecho para la revolución el Tratado de Versalles. Los imperialistas de Francia, Inglaterra, etc. provocan a los comunistas alemanes, tendiéndoles este lazo: “Decid que no firmaréis el Tratado de Versalles”.

Y los comunistas “de izquierda” caen como niños en el lazo que les han tendido, en vez de maniobrar con destreza contra un enemigo pérfido y, en el momento actual, más fuerte, en 108 vez de decirle: “Ahora firmaremos el Tratado de Versalles”. Atarnos las manos con antelación, declarar abiertamente al enemigo, hoy mejor armado que nosotros, si vamos a luchar contra él y en qué momento, es una tontería y no tiene nada de revolucionario. Aceptar el combate cuando es manifiestamente ventajoso al enemigo y no a nosotros constituye un crimen, y para nada sirven los políticos de la clase revolucionaria que no saben “maniobrar”, que no saben concertar “acuerdos y compromisos” a fin de rehuir un combate desfavorable a ciencia cierta. 109 IX El comunismo ‘de izquierda’ en Inglaterra En Inglaterra no existe todavía el Partido Comunista, pero entre los obreros se advierte un movimiento comunista joven, extenso, potente, que crece con rapidez y permite albergar las más radiantes esperanzas. Hay algunos partidos y organizaciones políticas (“Partido Socialista Británico”49, “Partido Socialista Obrero”, “Sociedad Socialista del Sur de Gales”, “Federación Socialista Obrera”50) que desean fundar el Partido Comunista y sostienen para ello negociaciones entre sí. El periódico Workers Dreadnought51 (t. VI, nº 48 del 21- 11-1920), órgano semanal de la última de las organizaciones mencionadas, dirigido por la camarada Sylvia Pankhurst, ha insertado un artículo de ésta, titulado Hacia el Partido Comunista. Se expone en él la marcha de las negociaciones entre las cuatro organizaciones citadas para constituir un Partido Comunista único sobre la base de la adhesión a la III Internacional y el reconocimiento, en vez del parlamentarismo, del sistema soviético y de la dictadura del proletariado. Resulta que uno de los principales obstáculos para crear inmediatamente un Partido Comunista único es la falta de unanimidad en lo que se refiere a la participación en el parlamento y a la adhesión del nuevo Partido Comunista al viejo “Partido Laborista” oportunista, socialchovinista y profesionalista, integrado de modo predominante por tradeuniones.

La “Federación Socialista Obrera” y el “Partido Obrero”* se pronuncian contra la participación en las elecciones parlamentarias y en el parlamento y contra la adhesión al “Partido Laborista”, discrepando en esto de todos o de la mayoría de los miembros del Partido Socialista Británico, al que consideran “el ala derecha de los * Al parecer, este partido se opone a la adhesión al “Partido Laborista”, pero no todos sus miembros son contrarios a la participación en el parlamento. 110 partidos comunistas” en Inglaterra (p. 5, artículo mencionado de Sylvia Pankhurst). La división fundamental es, pues, la misma que en Alemania, a pesar de las enormes diferencias de forma en que se manifiestan las divergencias (en Alemania esta forma se parece mucho más “a la rusa” que en Inglaterra) y de otras muchas circunstancias. Examinemos los argumentos de los “izquierdistas”. Al hablar de la participación en el parlamento, la camarada Sylvia Pankhurst alude a una carta a la redacción del camarada W. Gallacher, publicada en el mismo número, quien en nombre del “Consejo Obrero de Escocia”, de Glasgow, escribe: “Este Consejo es definidamente antiparlamentario y se halla sostenido por el ala izquierda de varias organizaciones políticas. Representamos el movimiento revolucionario en Escocia, que aspira a crear una organización revolucionaria en las industrias (en las diversas ramas de la producción) y un Partido Comunista, basado en comités sociales, en todo el país. Durante mucho tiempo hemos regañado con los parlamentarios oficiales. No hemos considerado necesario declararles abiertamente la guerra y ellos temen iniciar el ataque contra nosotros. Pero semejante estado de cosas no puede prolongarse mucho. Nosotros triunfamos en toda la línea. Los miembros de filas del Partido Laborista Independiente de Escocia sienten una repugnancia cada vez mayor por la idea del parlamento, y casi todos los grupos locales son partidarios de los soviets (en la transcripción inglesa se emplea el término ruso) o consejos obreros. Indudablemente, esto tiene una importancia considerable para los señores que consideran la política como un medio de vida (como una profesión) y ponen en juego todos los procedimientos para persuadir a sus miembros de que vuelvan 111 atrás, al seno del parlamentarismo. Los camaradas revolucionarios no deben [los subrayados son en todas partes del autor] sostener a esta banda. Nuestra lucha será en este terreno muy difícil.

Uno de sus peores rasgos consistirá en la traición de aquéllos para quienes la ambición personal es un motivo de más fuerza que su interés por la revolución. Cualquier apoyo al parlamentarismo equivale a contribuir a que el poder caiga en manos de nuestros Scheidemann y Noske británicos. Henderson, Clynes y compañía son unos reaccionarios incurables. El Partido Laborista Independiente oficial cae, cada vez más, bajo el control de los liberales burgueses, que han hallado un refugio espiritual en el campo de los señores MacDonald, Snowden y compañía. El Partido Laborista Independiente oficial es violentamente hostil a la III Internacional, pero la masa es partidaria de ella. Sostener, sea como sea, a los parlamentarios oportunistas significa simplemente hacer el juego a esos señores. El Partido Socialista Británico no significa nada... Lo que se necesita es una buena organización revolucionaria industrial y un Partido Comunista que actúe sobre bases claras, bien definidas, científicas. Si nuestros camaradas pueden ayudarnos a crear lo uno y lo otro aceptaremos gustosos su concurso; si no pueden, por Dios, que no se mezclen en ello, si no quieren traicionar la revolución apoyando a los reaccionarios, que con tanto celo tratan de adquirir el ‘honorable’ (¿?) (la interrogación es del autor) título de parlamentario y que arden en deseos de demostrar que son capaces de gobernar tan bien como los mismos ‘amos’, los políticos de clase”. Esta carta a la redacción expresa de manera admirable, a mi juicio, el estado de ánimo y el punto de vista de los comunistas jóvenes o de los obreros de la masa que sólo comienzan a llegar al comunismo. Este estado de ánimo es altamente consolador y valioso; es preciso saber apreciarlo y sostenerlo, porque sin él habría que desesperar de la victoria de la revolución proletaria en Inglaterra (y en 112 cualquier otro país). Hay que conservar cuidadosamente y ayudar con toda solicitud a los hombres que saben expresar ese estado de ánimo de las masas y suscitarlo (pues muy a menudo yace oculto, inconsciente, sin despertarse). Pero, al mismo tiempo, es menester decirles clara y sinceramente que ese espíritu por sí solo es insuficiente para dirigir a las masas en la gran lucha revolucionaria, y que estos o los otros errores en que pueden incurrir o incurren los hombres más fieles a la causa revolucionaria son susceptibles de perjudicarla. La carta dirigida a la redacción por el camarada Gallacher muestra de un modo indudable el germen de todos los errores que cometen los comunistas “de izquierda” alemanes y en que incurrieron los bolcheviques “de izquierda” rusos en 1908 y 1918. El autor de la carta está imbuido del más noble odio proletario a los “políticos de clase” de la burguesía (odio comprensible y entrañable, por otra parte, no sólo a los proletarios, sino a todos los trabajadores, a todas las “pequeñas gentes”, para emplear la expresión alemana).

Este odio de un representante de las masas oprimidas y explotadas es, a decir verdad, el “principio de toda sabiduría”, la base de todo movimiento socialista y comunista y de sus éxitos. Pero el autor no tiene en cuenta, por lo visto, que la política es una ciencia y un arte que no caen del cielo, que no se obtienen gratis, y que si el proletariado quiere vencer a la burguesía debe formar sus “políticos de clase”, proletarios, y de talla tal que no sean inferiores a los políticos burgueses. El autor ha comprendido de manera admirable que no es el parlamento, sino sólo los soviets obreros los que pueden constituir el instrumento necesario del proletariado para conseguir sus objetivos. Y, naturalmente, quien hasta ahora no haya comprendido esto es el peor de los reaccionarios, aunque sea el hombre más ilustrado, el político más experto, el socialista más sincero, el marxista más erudito, el ciudadano y padre de familia más honrado. 113 Pero hay una cuestión que el autor no plantea ni piensa siquiera que sea necesario plantear; la de si se puede conducir a los soviets a la victoria sobre el parlamento sin hacer que los políticos “soviéticos” entren en este último, sin descomponer el parlamentarismo desde dentro, sin preparar en el interior del parlamento el éxito de los soviets en el cumplimiento de su tarea de acabar con el parlamento. Sin embargo, el autor expresa una idea absolutamente justa al decir que el Partido Comunista Inglés debe actuar sobre bases científicas. La ciencia exige, en primer lugar, que se tenga en cuenta la experiencia de los demás países, sobre todo si esos países, también capitalistas, pasan o han pasado hace poco por una experiencia muy parecida; en segundo lugar, exige que se tengan en cuenta todas las fuerzas, todos los grupos, partidos, clases y masas que actúan en el interior del país dado, en vez de determinar la política basándose únicamente en los deseos y opiniones, en el grado de conciencia y de preparación para la lucha de un solo grupo o partido. Es cierto que los Henderson, los Clynes, los MacDonald y los Snowden son unos reaccionarios incurables. Y no lo es menos que quieren tomar el poder (aunque prefieren la coalición con la burguesía), que quieren “gobernar” de acuerdo con las rancias normas burguesas y que, una vez en el poder, se conducirán inevitablemente como los Scheidemann y los Noske. Todo ello es verdad; pero de esto no se deduce, ni mucho menos, que apoyarles equivalga a traicionar la revolución, sino que, en interés de ésta, los revolucionarios de la clase obrera deben conceder a dichos señores cierto apoyo parlamentario. Para aclarar esta idea tomaré dos documentos políticos ingleses de actualidad:

1) el discurso pronunciado por el primer ministro Lloyd George el 18 de marzo de 1920 (según el texto del The Manchester Guardian del 19 del mismo mes) y

2) los razonamientos de una comunista “de izquierda”, la camarada Sylvia Pankhurst, en el artículo citado más arriba. Lloyd George polemiza en su discurso con Asquith (que había sido invitado especialmente a la reunión, pero que se negó a asistir) y con aquellos liberales que quieren una aproximación al Partido Laborista y no la coalición con los conservadores (en la carta dirigida a la redacción por el camarada Gallacher hemos visto también una alusión al paso de algunos liberales al Partido Laborista Independiente). Lloyd George demuestra que es necesaria una coalición de los liberales con los conservadores, e incluso una coalición estrecha, pues de otro modo puede alcanzar la victoria el Partido Laborista, que Lloyd George “prefiere llamar” socialista y que aspira a “la propiedad colectiva” de los medios de producción. “En Francia esto se llamaba comunismo” −explica en un lenguaje popular el jefe de la burguesía inglesa a sus oyentes, miembros del Partido Liberal parlamentario, que, seguramente, lo ignoraban hasta entonces−; “en Alemania se llamaba socialismo; en Rusia se llama bolchevismo”. Para los liberales esto es inadmisible por principio, aclara Lloyd George, pues los liberales son por principio defensores de la propiedad privada. “La civilización está en peligro”, declara el orador, por lo cual deben unirse los liberales y los conservadores… “...Si vais a los distritos agrícolas −dice Lloyd George−, lo reconozco, veréis conservadas las antiguas divisiones de partido. Allí está lejos el peligro, allí no existe. Pero cuando el peligro llegue allí, será tan grande como lo es hoy en algunos distritos industriales. Las cuatro quintas partes de nuestro país se dedican a la industria y al comercio; sólo una quinta parte escasa vive de la agricultura. He ahí una de las circunstancias que tengo siempre presente cuando reflexiono sobre los peligros con que nos amenaza el porvenir.

En Francia, la población es agrícola y constituye por eso una base sólida de determinadas opiniones, base que no cambia tan rápidamente y que no es sencillo excitar por el movimiento revolucionario. En nuestro país la cosa es distinta. Nuestro país es menos estable que ningún otro en el mundo, y si empieza a vacilar, la catástrofe será aquí, en virtud de las razones indicadas, más fuerte que en los demás países”. El lector puede apreciar por estas citas que el señor Lloyd George no sólo es un hombre muy inteligente, sino que, además, ha aprendido mucho de los marxistas. Tampoco nosotros haríamos mal en aprender de Lloyd George. Es interesante asimismo señalar el siguiente episodio de la discusión que tuvo lugar después del discurso de Lloyd George: “G. Wallace: Quisiera preguntar cómo considera el primer ministro los resultados de su política en los distritos industriales en lo que se refiere a los obreros fabriles, muchos de los cuales son hoy liberales y nos prestan un apoyo tan grande. ¿No puede preverse un resultado que provoque un aumento enorme de la fuerza del Partido Laborista por parte de estos mismos obreros que nos apoyan hoy sinceramente? El primer ministro: Tengo una opinión completamente distinta. El hecho de que los liberales luchen entre sí empuja, sin duda, a un número muy considerable de ellos, llevados por la desesperación, hacia las filas del Partido Laborista, donde hay bastantes liberales muy capaces que se ocupan hoy de desacreditar al gobierno. El resultado, evidentemente, es un movimiento importante de la opinión pública en favor del Partido Laborista. La opinión pública se inclina no hacia los liberales que están fuera del Partido Laborista, sino hacia éste, como lo muestran las segundas vueltas parciales en las elecciones”. Digamos de paso que tales razonamientos prueban de modo singular hasta qué punto se han embrollado y no pueden dejar de cometer irreparables desatinos los hombres más inteligentes de la burguesía. Esto es lo que la hará perecer. Nuestros camaradas pueden incluso hacer tonterías (a condición, es verdad, de que no sean muy considerables y se las repare a tiempo) y, sin embargo, acabarán por triunfar. El segundo documento político son las siguientes consideraciones de la comunista “de izquierda” camarada Sylvia Pankhurst:

“...El camarada Inkpin [secretario del Partido Socialista Británico] denomina al Partido Laborista ‘la organización principal del movimiento de la clase obrera’. Otro camarada del Partido Socialista Británico ha expresado todavía con mayor relieve el punto de vista de este partido en la Conferencia de la III Internacional:

‘Consideramos al Partido Laborista como la clase obrera organizada’. No compartimos esta opinión sobre el Partido Laborista. Éste es muy importante desde el punto de vista numérico, aunque sus miembros son, en parte muy considerable, inertes y apáticos; se trata de obreros y obreras que han entrado en las tradeuniones porque sus compañeros de taller son tradeunionistas y porque desean recibir subsidios. Pero reconocemos que la importancia numérica del Partido Laborista obedece también al hecho de que dicho partido es obra de una escuela de pensamiento cuyos límites no han sobrepasado aún la mayoría de la clase obrera británica, aunque se preparan grandes cambios en la mentalidad del pueblo, que modificará pronto semejante situación...”.

“...El Partido Laborista Británico, como las organizaciones socialpatriotas de los demás países, llegará inevitablemente al poder por el curso natural del desarrollo social. El deber de los comunistas consiste en organizar las fuerzas que derribarán a los socialpatriotas, y en nuestro país no debemos retardar esta acción ni vacilar. No debemos dispersar nuestras energías aumentando las fuerzas del Partido Laborista; su advenimiento al poder es inevitable. Debemos concentrar nuestras fuerzas en la creación de un movimiento comunista que venza a ese partido. Dentro de poco, el Partido Laborista formará gobierno; la oposición revolucionaria debe estar preparada para emprender el ataque contra él...”. Así, pues, la burguesía liberal renuncia al sistema de los “dos partidos” (de los explotadores), consagrado a lo largo de la historia por una experiencia secular y extraordinariamente provechoso para los explotadores, considerando necesaria la unión de sus fuerzas a fin de luchar contra el Partido Laborista. Una parte de los liberales, como ratas de un navío que se hunde, corren hacia el laborismo. Los comunistas de izquierda consideran inevitable el paso del poder a manos laboristas y reconocen que la mayor parte de los obreros está hoy a favor de dicho partido. De todo esto sacan la extraña conclusión que la camarada Sylvia Pankhurst formula del siguiente modo:

 “El Partido Comunista no debe contraer compromisos... Debe conservar pura su doctrina e inmaculada su independencia frente al reformismo; su misión es ir en vanguardia, sin detenerse ni desviarse de su camino, avanzar en línea recta hacia la revolución comunista”. Al contrario, del hecho de que la mayoría de los obreros de Inglaterra siga todavía a los Kerensky o a los Scheidemann ingleses, de que no haya conocido aún la experiencia de un gobierno formado por esos hombres −experiencia que ha sido necesaria tanto en Rusia como en 118 Alemania para que los obreros pasaran en masa al comunismo− se deduce de modo indudable que los comunistas ingleses deben participar en el parlamentarismo, deben ayudar a la masa obrera desde dentro del parlamento a ver en la práctica los resultados del gobierno de los Henderson y los Snowden, deben ayudar a los Henderson y a los Snowden a vencer a la coalición de Lloyd George y Churchill. Proceder de otro modo significa dificultar la obra de la revolución, pues si no se produce un cambio en las opiniones de la mayoría de la clase obrera, la revolución es imposible, y ese cambio se consigue a través de la experiencia política de las masas, nunca con la propaganda sola.

La consigna “¡Adelante sin compromisos, sin apartarse del camino!” es errónea a todas luces, si quien habla así es una minoría evidentemente impotente de obreros que sabe (o por lo menos debe saber) que dentro de poco tiempo, en caso de que Henderson y Snowden triunfen sobre Lloyd George y Churchill, la mayoría perderá la fe en sus jefes y apoyará al comunismo (o, en todo caso, adoptará una actitud de neutralidad y, en su mayoría, de neutralidad benévola hacia los comunistas). Es lo mismo que si 10.000 soldados se lanzaran al combate contra 50.000 enemigos en el momento en que es necesario “detenerse”, “apartarse del camino” y hasta concertar un “compromiso” con tal de esperar la llegada de un refuerzo prometido de 100.000 hombres, que no pueden entrar inmediatamente en acción. Es una puerilidad propia de intelectuales y no una táctica seria de la clase revolucionaria. La ley fundamental de la revolución, confirmada por todas las revoluciones, y en particular por las tres revoluciones rusas del siglo XX, consiste en lo siguiente: para la revolución no basta con que las masas explotadas y oprimidas tengan conciencia de la imposibilidad de seguir viviendo como viven y exijan cambios; para la revolución es necesario que los explotadores no puedan seguir viviendo 119 y gobernando como viven y gobiernan. Sólo cuando los “de abajo” no quieren y los “de arriba” no pueden seguir viviendo a la antigua, sólo entonces puede triunfar la revolución. En otras palabras, esta verdad se expresa del modo siguiente: la revolución es imposible sin una crisis nacional general (que afecte a explotados y explotadores).

Por consiguiente, para hacer la revolución hay que conseguir, en primer lugar, que la mayoría de los obreros (o, en todo caso, la mayoría de los obreros conscientes, reflexivos, políticamente activos) comprenda a fondo la necesidad de la revolución y esté dispuesta a sacrificar la vida por ella; en segundo lugar, es preciso que las clases dirigentes atraviesen una crisis gubernamental que arrastre a la política hasta a las masas más atrasadas (el síntoma de toda revolución verdadera es que se decuplican o centuplican el número de hombres aptos para la lucha política pertenecientes a la masa trabajadora y oprimida, antes apática), que reduzca a la impotencia al gobierno y haga posible su rápido derrocamiento por los revolucionarios. En Inglaterra, y precisamente el discurso de Lloyd George, entre otras cosas, lo demuestra, se desarrollan a ojos vistas las dos condiciones de una revolución proletaria victoriosa. Y los errores de los comunistas de izquierda representan un singular peligro en la actualidad precisamente porque observamos en algunos revolucionarios una actitud poco razonada, poco atenta, poco consciente, poco reflexiva con respecto a cada uno de estos factores. Si somos el partido de la clase revolucionaria, y no un grupo revolucionario, si queremos arrastrar a las masas (sin lo cual corremos el riesgo de no pasar de simples charlatanes) debemos: primero, ayudar a Henderson o a Snowden a vencer a Lloyd George y a Churchill (más exactamente: debemos obligar a los primeros a vencer a los segundos, ¡pues los primeros tienen miedo de su propia victoria!); segundo, ayudar a la mayoría de la clase obrera a convencerse por experiencia propia de la razón que nos asiste, es decir, de la incapacidad completa de los Henderson y los Snowden, de su naturaleza pequeño-burguesa y traidora, de la inevitabilidad de su bancarrota; y tercero, acercar el momento en que, sobre la base de la desilusión provocada por los Henderson entre la mayoría de los obreros, se pueda, con serias probabilidades de éxito, derribar de un golpe el gobierno de los Henderson, que perderá la cabeza con tanto mayor motivo si incluso Lloyd George, ese político inteligentísimo y solvente, no pequeñoburgués, sino gran burgués, la pierde también y se debilita cada día más (con toda la burguesía), ayer por sus “roces” con Churchill y hoy por sus roces con Asquith. Hablaré de un modo más concreto.

Los comunistas ingleses deben, a mi juicio, unificar sus cuatro partidos y grupos (todos muy débiles y algunos extraordinariamente débiles) en un Partido Comunista único, sobre la base de los principios de la III Internacional y de la participación obligatoria en el parlamento. El Partido Comunista propone a los Henderson y a los Snowden un “compromiso”, un acuerdo electoral: marchemos juntos contra la coalición de Lloyd George y los conservadores, repartámonos los puestos en el parlamento en proporción al número de votos dados por los obreros al Partido Laborista o a los comunistas (no en las elecciones, sino en una votación especial), conservemos la libertad más completa de agitación, de propaganda y de acción política. Sin esta última condición es imposible, naturalmente, hacer el bloque, pues sería una traición. Los comunistas ingleses deben reivindicar para ellos y lograr la libertad más completa que les permita desenmascarar a los Henderson y los Snowden, de un modo tan absoluto como lo hicieron (durante 15 años, de 1903 a 1917) los bolcheviques rusos con respecto a los Henderson y los Snowden de Rusia, esto es, los mencheviques.

Si los Henderson y los Snowden aceptan el bloque en estas condiciones, habremos ganado, pues lo que nos importa no es, ni mucho menos, el número de actas. No es eso lo que perseguimos; en este punto seremos transigentes (mientras que los Henderson y, sobre todo, sus nuevos amigos −o sus nuevos dueños−, los liberales que han ingresado en el Partido Laborista Independiente, corren más que nada a la caza de escaños). Habremos ganado porque llevaremos nuestra agitación a las masas en un momento en que las habrá “irritado” el propio Lloyd George, y ayudaremos no sólo al Partido Laborista a formar más de prisa su gobierno, sino también a comprender mejor toda nuestra propaganda comunista, que realizaremos contra los Henderson sin ninguna limitación, sin silenciar nada. Si los Henderson y los Snowden rechazan el bloque con nosotros en estas condiciones, habremos ganado todavía más, pues habremos mostrado en el acto a las masas (tened en cuenta que incluso en el seno del Partido Laborista Independiente, puramente menchevique, completamente oportunista, las masas son partidarias de los soviets) que los Henderson prefieren su intimidad con los capitalistas a la unión de todos los obreros. Habremos ganado en el acto ante la masa, la cual, sobre todo después de las explicaciones brillantísimas, extremadamente acertadas y útiles (para el comunismo) dadas por Lloyd George, simpatizará con la idea de la unión de todos los obreros contra la coalición de Lloyd George con los conservadores. Habremos ganado desde el primer momento, pues habremos demostrado a las masas que los Henderson y los Snowden temen vencer a Lloyd George, temen tomar el poder solos y aspiran a lograr en secreto el apoyo de Lloyd George, el cual tiende abiertamente la mano a los conservadores contra el Partido Laborista.

Hay que advertir que en Rusia, después de la revolución del 27 de febrero de 1917 (viejo calendario), el éxito de la propaganda de los bolcheviques contra los mencheviques y socialrevolucionarios (es decir, los Henderson y los Snowden rusos) se debió precisamente a las mismas circunstancias. Nosotros decíamos a los mencheviques y a los socialrevolucionarios:

tomad todo el poder sin la burguesía, puesto que tenéis la mayoría en los soviets (en el I Congreso de los Soviets de toda Rusia, celebrado en junio de 1917, los bolcheviques no tenían más que un 13% de los votos). Pero los Henderson y los Snowden rusos tenían miedo de tomar el poder sin la burguesía, y cuando ésta aplazaba las elecciones a la Asamblea Constituyente porque sabía a la perfección que los socialrevolucionarios y los mencheviques lograrían la mayoría* (unos y otros formaban un bloque político muy estrecho, representaban prácticamente a una sola democracia pequeño-burguesa), los socialrevolucionarios y los mencheviques resultaron ser impotentes para luchar con energía y hasta el fin contra esos aplazamientos. En caso de que los Henderson y los Snowden se negaran a formar un bloque con los comunistas, éstos saldrían ganando en el acto, pues conquistarían la simpatía de las masas, mientras que los Henderson y los Snowden se desacreditarían. Poco nos importaría entonces perder algunos escaños a causa de ello. No presentaríamos candidatos sino en un ínfimo número de circunscripciones absolutamente seguras, es decir, donde esto no diera la victoria a un liberal contra un laborista. Realizaríamos nuestra campaña electoral distribuyendo hojas en favor del comunismo e invitando en todas las circunscripciones en que no presentáramos candidato a votar por el laborista contra el burgués. Se equivocan los camaradas Sylvia Pankhurst y Gallacher si ven en esto una traición al comunismo o una renuncia a la lucha contra los socialtraidores. Por el contrario, es indudable que la causa de la revolución comunista saldría ganando con ello. * Las elecciones de noviembre de 1917 a la Asamblea Constituyente en Rusia, según datos que afectan a más de 36 millones de electores, dieron un 25% de los votos a los bolcheviques, un 13% a los distintos partidos de los terratenientes y de la burguesía y el 62% a la democracia pequeño-burguesa, es decir, a los socialrevolucionarios y mencheviques junto con los pequeños grupos afines a ellos. 123 A los comunistas ingleses les es hoy difícil con mucha frecuencia incluso acercarse a las masas, hacer que éstas les escuchen. Pero si yo me presento como comunista y, al mismo tiempo, invito a votar por Henderson contra Lloyd George, seguramente se me escuchará. Y podré explicar de modo accesible no sólo por qué los soviets son mejores que el parlamento, y la dictadura del proletariado mejor que la dictadura de Churchill (cubierta con el rótulo de “democracia” burguesa), sino también que yo querría sostener a Henderson con mi voto del mismo modo que la soga sostiene al ahorcado; que el acercamiento de los Henderson a un gobierno formado por ellos probará, asimismo, mi razón, atraerá a las masas a mi lado y acelerará la muerte política de los Henderson y los Snowden, igual que sucedió con sus correligionarios en Rusia y en Alemania.

Y si se me objeta que esta táctica es demasiado “astuta” o complicada, que no la comprenderán las masas, que dispersará y disgregará nuestras fuerzas impidiendo concentrarlas en la revolución soviética, etc., responderé a mis contradictores “de izquierda”: ¡no atribuyáis a las masas vuestro propio doctrinarismo! Es de suponer que en Rusia las masas no son más cultas, sino, por el contrario, menos cultas que en Inglaterra. Y, sin embargo, comprendieron a los bolcheviques; y a éstos, lejos de perjudicarles, les favoreció el hecho de que en vísperas de la revolución soviética, en septiembre de 1917, compusieran listas de candidatos suyos al parlamento burgués (a la Asamblea Constituyente) y de que al día siguiente de la revolución soviética, en noviembre de 1917, tomaran parte en las elecciones a esa misma Constituyente, disuelta por ellos el 5 de enero de 1918. No puedo examinar detenidamente la segunda divergencia entre los comunistas ingleses, consistente en si deben o no adherirse al Partido Laborista. Poseo poquísimos datos sobre esta cuestión sumamente compleja, dada la extraordinaria originalidad del “Partido Laborista” Británico, muy poco parecido por su estructura a los partidos políticos habituales del continente europeo.

Pero es indudable, primero, que comete también inevitablemente un error quien deduce la táctica del proletariado revolucionario de principios como éste: “El Partido Comunista debe conservar pura su doctrina e inmaculada su independencia frente al reformismo; su misión es ir en vanguardia, sin detenerse ni desviarse de su camino, avanzar en línea recta hacia la revolución comunista”. Semejantes principios no hacen más que repetir el error de los comuneros blanquistas franceses, que en 1874 proclamaban la “negación” de todo compromiso y de toda etapa intermedia.

Segundo, es indudable que en este punto la tarea consiste, como siempre, en saber aplicar los principios generales y fundamentales del comunismo a las peculiaridades de las relaciones entre las clases y los partidos, a las peculiaridades del desarrollo objetivo hacia el comunismo, propias de cada país y que es necesario saber estudiar, descubrir y adivinar. Pero hay que hablar de esto no sólo en relación con el comunismo inglés, sino con las conclusiones generales que se refieren al desarrollo del comunismo en todos los países capitalistas. Este es el tema que vamos a abordar ahora. 125 X Algunas conclusiones La revolución burguesa de 1905 en Rusia puso de manifiesto un viraje extraordinariamente original de la historia universal: en uno de los países capitalistas más atrasados, el movimiento huelguístico alcanzó por primera vez en el mundo una fuerza y amplitud inusitadas. Sólo en el mes de enero de 1905, el número de huelguistas fue diez veces mayor que el promedio anual de huelguistas durante los diez años precedentes (1895-1904); de enero a octubre de 1905, las huelgas aumentaron sin cesar y en proporciones colosales. Bajo la influencia de una serie de factores históricos completamente originales, la Rusia atrasada dio al mundo el primer ejemplo no sólo de un salto brusco, en época de revolución, de la actividad espontánea de las masas oprimidas (cosa que ocurrió en todas las grandes revoluciones), sino también de una importancia del proletariado infinitamente superior a su porcentaje entre la población; mostró por vez primera la combinación de la huelga económica y de la huelga política, con la transformación de esta última en insurrección armada, el nacimiento de una nueva forma de lucha de masas y de organización de masas de las clases oprimidas por el capitalismo: los soviets. Las revoluciones de febrero y octubre de 1917 condujeron al desarrollo multilateral de los soviets en todo el país y, después, a su victoria en la revolución proletaria, socialista.

Menos de dos años más tarde se puso de manifiesto el carácter internacional de los soviets, la extensión de esta forma de lucha y de organización al movimiento obrero mundial, el destino histórico de los soviets de ser los sepultureros, los herederos y los sucesores del parlamentarismo burgués, de la democracia burguesa en general. Aún más. La historia del movimiento obrero muestra 126 hoy que éste está llamado a atravesar en todos los países (y ha comenzado ya a atravesarlo) un período de lucha del comunismo naciente, cada día más fuerte, que camina hacia la victoria, ante todo y principalmente contra el “menchevismo” propio (en cada país), es decir, contra el oportunismo y el socialchovinismo y, de otra parte, como complemento, por decirlo así, contra el comunismo “de izquierda”. La primera de estas luchas se ha desarrollado en todos los países, sin excepción al parecer, en forma de lucha entre la II Internacional (hoy prácticamente muerta) y la III. La segunda lucha se observa en Alemania, en Inglaterra, en Italia, en Estados Unidos (donde una parte al menos de “Los Trabajadores Industriales del Mundo” y de las tendencias anarcosindicalistas sostienen los errores del comunismo de izquierda, a la vez que reconocen de manera casi general, casi incondicional, el sistema soviético) y en Francia (actitud de una parte de los ex sindicalistas con relación al partido político y al parlamentarismo, paralelamente también al reconocimiento del sistema de los soviets), es decir, que se observa, sin duda, en una escala no sólo internacional, sino universal. Pero aunque la escuela preparatoria que conduce al movimiento obrero a la victoria sobre la burguesía sea en todas partes idéntica en el fondo, su desarrollo se efectúa en cada país de un modo original.

Los grandes países capitalistas adelantados avanzan por ese camino mucho más rápidamente que el bolchevismo, al cual concedió la historia un plazo de quince años para prepararse como tendencia política organizada a fin de conquistar la victoria. En un plazo tan breve como es un año, la III Internacional ha alcanzado ya un triunfo decisivo al deshacer la II Internacional, la Internacional amarilla, socialchovinista, que hace unos meses era incomparablemente más fuerte que la III, parecía sólida y poderosa y gozaba del apoyo de la burguesía mundial en todas las formas, directas e indirectas, materiales (puestos ministeriales, pasaportes, prensa) e ideológicas. 127 Lo que importa ahora es que los comunistas de cada país tengan en cuenta con plena conciencia tanto las tareas fundamentales, de principio, de la lucha contra el oportunismo y el doctrinarismo “de izquierda”, como las particularidades concretas que esta lucha adquiere y debe adquirir inevitablemente en cada país, conforme a los rasgos originales de su economía, de su política, de su cultura, de su composición nacional (Irlanda, etc.), de sus colonias, de la diversidad de religiones, etc., etc. Por todas partes se deja sentir, se extiende y crece el descontento contra la II Internacional por su oportunismo y por su torpeza o incapacidad para crear un órgano realmente centralizado y dirigente, apto para orientar la táctica internacional del proletariado revolucionario en su lucha por la república soviética universal.

Hay que darse perfecta cuenta de que dicho centro dirigente no puede, en ningún caso, ser formado con arreglo a normas tácticas de lucha estereotipadas, igualadas mecánicamente e idénticas. Mientras subsistan diferencias nacionales y estatales entre los pueblos y los países −y estas diferencias subsistirán incluso mucho después de la instauración universal de la dictadura del proletariado−, la unidad de la táctica internacional del movimiento obrero comunista de todos los países no exigirá la supresión de la variedad, ni la supresión de las particularidades nacionales (lo cual es, en la actualidad, un sueño absurdo), sino una aplicación tal de los principios fundamentales del comunismo (poder soviético y dictadura del proletariado) que modifique acertadamente estos principios en sus detalles, que los adapte, que los aplique acertadamente a las particularidades nacionales y nacional-estatales. Investigar, estudiar, descubrir, adivinar, captar lo que hay de particular y de específico, desde el punto de vista nacional, en la manera en que cada país aborda concretamente la solución del problema internacional común, del problema del triunfo sobre el oportunismo y el doctrinarismo de izquierda en el seno 128 del movimiento obrero, el derrocamiento de la burguesía, la instauración de la república soviética y la dictadura proletaria, es la principal tarea del período histórico que atraviesan actualmente todos los países adelantados (y no sólo los adelantados). Se ha hecho ya lo principal −claro que no todo, ni mucho menos, pero sí lo principal− para ganar a la vanguardia de la clase obrera, para ponerla al lado del poder soviético contra el parlamentarismo, al lado de la dictadura del proletariado contra la democracia burguesa.

Ahora hay que concentrar todas las fuerzas y toda la atención en el paso siguiente, que parece ser −y, desde cierto punto de vista, lo es, en efecto− menos fundamental, pero que, en cambio, está prácticamente más cerca de la solución efectiva del problema, a saber: buscar las formas de pasar a la revolución proletaria o de abordarla. La vanguardia proletaria está conquistada ideológicamente. Esto es lo principal. Sin ello es imposible dar ni siquiera el primer paso hacia el triunfo. Pero de esto al triunfo dista todavía un buen trecho. Con la vanguardia sola es imposible triunfar. Lanzar sola a la vanguardia a la batalla decisiva, cuando toda la clase, cuando las grandes masas no han adoptado aún una posición de apoyo directo a esta vanguardia o, al menos, de neutralidad benévola con respecto a ella y no son incapaces por completo de apoyar al adversario, sería no sólo una estupidez, sino, además, un crimen. Y para que realmente toda la clase, para que realmente las grandes masas de los trabajadores y de los oprimidos por el capital lleguen a ocupar esa posición, la propaganda y la agitación, por sí solas, son insuficientes. Para ello se precisa la propia experiencia política de las masas. Tal es la ley fundamental de todas las grandes revoluciones, confirmada hoy con fuerza y realce sorprendentes tanto por Rusia como por Alemania.

No sólo las masas incultas, en muchos casos analfabetas, de Rusia, sino también las masas de Alemania, muy cultas, sin un solo analfabeto, necesitaron experimentar en su propia carne toda la impotencia, toda la veleidad, toda la flaqueza, todo el servilismo ante la burguesía, toda la infamia del gobierno de los caballeros de la II Internacional, toda la ineluctabilidad de la dictadura de los ultrarreaccionarios (Kornílov en Rusia, Kapp y cía. en Alemania), única alternativa frente a la dictadura del proletariado, para orientarse decididamente hacia el comunismo. La tarea inmediata de la vanguardia consciente del movimiento obrero internacional, es decir, de los partidos, grupos y tendencias comunistas, consiste en saber llevar a las amplias masas (hoy todavía, en su mayor parte, adormecidas, apáticas, rutinarias, inertes, sin despertar) a esta nueva posición suya, o, mejor dicho, en saber dirigir no sólo a su propio partido, sino también a estas masas en el transcurso de su aproximación, de su desplazamiento a esa nueva posición. Si la primera tarea histórica (ganar para el poder soviético y para la dictadura de la clase obrera a la vanguardia consciente del proletariado) no podía ser resuelta sin una victoria ideológica y política completa sobre el oportunismo y el socialchovinismo, la segunda tarea, que resulta ahora inmediata y que consiste en saber llevar a las masas a esa nueva posición capaz de asegurar el triunfo de la vanguardia en la revolución, no puede ser resuelta sin liquidar el doctrinarismo de izquierda, sin enmendar por completo sus errores, sin desembarazarse de ellos. Mientras se trate (y en la medida en que se trata aún ahora) de ganar para el comunismo a la vanguardia del proletariado, la propaganda debe ocupar el primer término; incluso los círculos, con todas sus debilidades, son útiles en este caso y dan resultados fecundos.

Pero cuando se trata de la acción práctica de las masas, de dislocar − si es permitido expresarse así− a ejércitos de millones de hombres, de disponer todas las fuerzas de clase de una sociedad dada para la lucha final y decisiva, no conseguiréis nada sólo con los hábitos de propagandista, con la repetición escueta de las verdades del comunismo “puro”. Y es que en este caso no se cuenta por miles, como hace en esencia el propagandista, miembro de un grupo reducido y que no dirige todavía masas, sino por millones y decenas de millones. En este caso hay que preguntarse no sólo si hemos convencido a la vanguardia de la clase revolucionaria, sino también si están dislocadas las fuerzas históricamente activas de todas las clases de la sociedad dada, obligatoriamente de todas sin excepción, de manera que la batalla decisiva se halle por completo en sazón, de manera que:

1) todas las fuerzas de clase que nos son adversas estén suficientemente sumidas en la confusión, suficientemente enfrentadas entre sí, suficientemente debilitadas por una lucha superior a sus fuerzas;

2) todos los elementos vacilantes, volubles, inconsistentes, intermedios, es decir, la pequeña burguesía, la democracia pequeño-burguesa, que se diferencia de la burguesía, se hayan desenmascarado suficientemente ante el pueblo, se hayan cubierto suficientemente de oprobio por su bancarrota práctica;

3) en las masas proletarias empiece a aparecer y a extenderse con poderoso impulso el afán de apoyar las acciones revolucionarias más resueltas, más valientes y abnegadas contra la burguesía. Entonces es cuando está madura la revolución, cuando nuestra victoria está asegurada, si hemos sabido tener en cuenta todas las condiciones brevemente indicadas más arriba y hemos elegido con acierto el momento. Las divergencias, de una parte, entre los Churchill y los Lloyd George −tipos políticos que existen en todos los países con particularidades nacionales ínfimas− y, de otra, entre los Henderson y los Lloyd George no tienen absolutamente ninguna importancia y son insignificantes desde el punto de vista del comunismo puro, esto es, abstracto, incapaz todavía de acciones políticas prácticas, de masas. Pero desde el punto de vista de esta acción práctica de las masas, dichas divergencias son de una importancia extraordinaria. Saber tenerlas en cuenta, saber determinar el momento en que han madurado plenamente los conflictos inevitables entre esos “amigos”, conflictos que debilitan y extenúan a todos los “amigos” tomados en conjunto, es la obra, es la misión del comunista que desee ser no sólo un propagandista consciente, convencido y teóricamente preparado, sino un dirigente práctico de las masas en la revolución. Es necesario unir la fidelidad más absoluta a las ideas comunistas con el arte de admitir todos los compromisos prácticos necesarios, las maniobras, los acuerdos, los zigzags, las retiradas, etc., para precipitar la subida al poder político de los Henderson (de los héroes de la II Internacional, por no citar nombres de estos representantes de la democracia pequeño-burguesa que se llaman socialistas) y su bancarrota en el mismo; para acelerar su quiebra inevitable en la práctica, lo que instruirá a las masas precisamente en nuestro espíritu y las orientará precisamente hacia el comunismo; para acelerar los roces, las disputas, los conflictos y el divorcio total, inevitables entre los Henderson, los Lloyd George y los Churchill (entre los mencheviques y los socialrevolucionarios, los demócratas constitucionalistas y los monárquicos; entre los Scheidemann, la burguesía, los partidarios de Kapp, etc.), y para elegir con acierto el momento de máxima disensión entre todos esos “pilares de la sacrosanta propiedad privada”, a fin de aplastarles por completo mediante una ofensiva resuelta del proletariado y conquistar el poder político. La historia en general, y la de las revoluciones en particular, es siempre más rica de contenido, más variada de formas y aspectos, más viva y más “astuta” de lo que se imaginan los mejores partidos, las vanguardias más conscientes de las clases más avanzadas. Y esto es comprensible, pues las mejores vanguardias expresan la conciencia, la voluntad, la pasión y la imaginación de decenas de miles de hombres, mientras que la revolución la hacen, en momentos de exaltación y de tensión especiales de todas las facultades humanas, la conciencia, la voluntad, la pasión y la imaginación de decenas de millones de hombres aguijoneados por la más aguda lucha de clases.

De aquí se derivan dos conclusiones prácticas muy importantes: primera, que la clase revolucionaria, para realizar su misión, debe saber utilizar todas las formas o aspectos, sin la más mínima excepción, de la actividad social (terminando después de la conquista del poder político, a veces con gran riesgo e inmenso peligro, lo que no ha terminado antes de esta conquista); segunda, que la clase revolucionaria debe estar preparada para sustituir una forma por otra del modo más rápido e inesperado. Todos convendrán que sería insensata y hasta criminal la conducta de un ejército que no se dispusiera a dominar todos los tipos de armas, todos los medios y procedimientos de lucha que posee o puede poseer el enemigo. Pero esta verdad es más aplicable todavía a la política que al arte militar. En política todavía es más difícil saber de antemano qué método de lucha será aplicable y ventajoso para nosotros en tales o cuales circunstancias futuras. Sin dominar todos los medios de lucha podemos correr el riesgo de sufrir una derrota enorme −a veces decisiva−, si cambios independientes de nuestra voluntad en la situación de las otras clases ponen al orden del día una forma de acción en la cual somos particularmente débiles. Si dominamos todos los medios de lucha, nuestra victoria será segura, puesto que representamos los intereses de la clase realmente avanzada, realmente revolucionaria, incluso si las circunstancias nos impiden hacer uso del arma más peligrosa para el enemigo, del arma susceptible de asestarle golpes mortales con la mayor rapidez. Los revolucionarios sin experiencia se imaginan a menudo que los medios legales de lucha son oportunistas, ya que la burguesía engañaba y embaucaba a los obreros con particular frecuencia en este terreno (sobre todo en los períodos llamados “pacíficos”, en los períodos no revolucionarios), y que los procedimientos ilegales son revolucionarios.

Pero esto no es justo. Lo justo es que los oportunistas y traidores a la clase obrera son los partidos y jefes que no saben o no quieren (no digáis: no puedo; sino: no quiero) aplicar los procedimientos ilegales de lucha en una situación, por ejemplo, como la guerra imperialista de 1914-18, en que la burguesía de los países democráticos más libres engañaba a los obreros con una insolencia y crueldad nunca vistas, prohibiendo que se dijese la verdad sobre el carácter de rapiña de la conflagración. Pero los revolucionarios que no saben combinar las formas ilegales de lucha con todas las formas legales son pésimos revolucionarios. No es difícil ser revolucionario cuando la revolución ha estallado ya y se encuentra en su apogeo, cuando todos se adhieren a la revolución simplemente por entusiasmo, por moda y a veces incluso por interés personal de hacer carrera. Al proletariado le cuesta mucho, le produce duras penalidades, le origina verdaderos tormentos “deshacerse” después de su triunfo de esos “revolucionarios”. Es muchísimo más difícil −y muchísimo más meritorio− saber ser revolucionario cuando todavía no se dan las condiciones para la lucha directa, franca, auténticamente de masas, auténticamente revolucionaria, saber defender los intereses de la revolución (mediante la propaganda, la agitación y la organización) en instituciones no revolucionarias y con frecuencia sencillamente reaccionarias, en una situación no revolucionaria, entre unas masas incapaces de comprender en el acto la necesidad de un método revolucionario de acción. Saber percibir, encontrar, determinar con exactitud el rumbo concreto o el cambio especial de los acontecimientos susceptibles de conducir a las masas a la gran lucha revolucionaria, verdadera, final y decisiva es la misión principal del comunismo contemporáneo en Europa Occidental y en América. Un ejemplo: Inglaterra. No podemos saber −y nadie puede determinarlo de antemano− cuándo estallará allí la verdadera revolución proletaria y cuál será el motivo principal que despertará y lanzará a la lucha a las grandes masas, hoy aún adormecidas. Tenemos el deber, por consiguiente, de realizar todo nuestro trabajo preparatorio teniendo herradas las cuatro patas (según la expresión favorita del difunto Plejánov cuando era marxista y revolucionario).

Quizá sea una crisis parlamentaria la que “abra el paso”, la que “rompa el hielo”; acaso una crisis que derive de las contradicciones coloniales e imperialistas irremediablemente complicadas, cada vez más graves y exasperadas, o posiblemente otras causas. No hablamos del género de lucha que decidirá la suerte de la revolución proletaria en Inglaterra (esta cuestión no suscita dudas para ningún comunista, pues para todos nosotros está firmemente decidida), sino del motivo que despertará a las masas proletarias hoy todavía adormecidas, las pondrá en movimiento y las conducirá a la revolución. No olvidemos, por ejemplo, que en la república burguesa de Francia, en una situación que era cien veces menos revolucionaria que la actual tanto desde el punto de vista internacional como del interior, bastó una circunstancia tan “inesperada” y “fútil” como el asunto Dreyfus54 −una de las mil hazañas deshonestas de la banda militarista reaccionaria− para conducir al pueblo a dos dedos de la guerra civil. En Inglaterra, los comunistas deben utilizar constantemente, sin descanso ni vacilación, las elecciones parlamentarias, todas las peripecias de la política irlandesa, colonial e imperialista del gobierno británico en el mundo entero y todos los demás campos, esferas y aspectos de la vida social, actuando en ellos con un espíritu nuevo, con el espíritu del comunismo, con el espíritu de la III y no de la II Internacional. No dispongo de tiempo ni de espacio para describir aquí los procedimientos “rusos”, “bolcheviques”, de participación en las elecciones y en la lucha parlamentaria; pero puedo asegurar a los comunistas de los demás países que no se parecían en nada a las campañas parlamentarias habituales en Europa Occidental. De aquí se saca a menudo la siguiente conclusión: “Eso es así en vuestro país, en Rusia, pero nuestro parlamentarismo es diferente”.

La conclusión es falsa. Los comunistas, los partidarios de la III Internacional existen en todos los países precisamente para transformar en toda regla, en todos los aspectos de la vida, la vieja labor socialista, tradeunionista, sindicalista y parlamentaria en una labor nueva, comunista. En nuestras elecciones hemos visto también de sobra rasgos puramente burgueses, rasgos de oportunismo, de pragmatismo vulgar, de fraude capitalista. Los comunistas de Europa Occidental y de América deben aprender a crear un parlamentarismo nuevo, poco común, no oportunista, sin arribismo. Es necesario que el Partido Comunista lance sus consignas; que los verdaderos proletarios, con ayuda de la gente pobre, no organizada y completamente oprimida, repartan y distribuyan octavillas, recorran las viviendas de los obreros, las chozas de los proletarios del campo y de los campesinos que viven en las aldeas perdidas (por ventura, en Europa hay muchas menos que en Rusia, y en Inglaterra apenas si existen), penetren en las tabernas concurridas por la gente más sencilla, se introduzcan en las asociaciones, sociedades y reuniones fortuitas de los elementos pobres; que hablen al pueblo con un lenguaje sencillo (y no muy parlamentario), no corran por nada del mundo tras un “lugarcito” en los escaños del parlamento, sino que despierten en todas partes el pensamiento, arrastren a la masa, cojan por la palabra a la burguesía, utilicen el aparato creado por ella, las elecciones convocadas por ella, sus llamamientos a todo el pueblo y den a conocer a este último el bolchevismo como nunca habían tenido ocasión de hacerlo (bajo el dominio burgués) fuera del período electoral (sin contar, naturalmente, los momentos de grandes huelgas, cuando ese mismo aparato de agitación popular funcionaba en nuestro país con mayor intensidad aún).

Hacer esto en Europa Occidental y en América es muy difícil, dificilísimo; pero puede y debe hacerse, pues es imposible de todo punto cumplir las tareas del comunismo sin trabajar, y es preciso esforzarse para resolver los problemas prácticos, cada vez más variados, cada vez más ligados a todos los aspectos de la vida social y que van arrebatando cada vez más a la burguesía, uno tras otro, un sector, una esfera de actividad. En esa misma Inglaterra es necesario igualmente organizar de un modo nuevo (no de un modo socialista, sino comunista; no de un modo reformista, sino revolucionario) la labor de propaganda, de agitación y de organización en el ejército y entre las naciones oprimidas y carentes de plenos derechos que forman parte de “su” Estado (Irlanda, las colonias). Pues todos estos sectores de la vida social, en la época del imperialismo en general y sobre todo ahora, después de la guerra, que ha atormentado a los pueblos y que les ha abierto rápidamente los ojos a la verdad (a la verdad de que decenas de millones de hombres han muerto o han quedado mutilados únicamente para decidir si serían los bandidos ingleses o los bandidos alemanes quienes saquearan más países), todos estos sectores de la vida social se saturan particularmente de materias inflamables y dan origen a muchas causas de conflictos y de crisis y a la exacerbación de la lucha de clases. No sabemos ni podemos saber cuál de las chispas que surgen ahora en enjambre por doquier en todos los países, bajo la influencia de la crisis económica y política mundial, podrá originar el incendio, es decir, despertar de una manera especial a las masas. Por eso, con nuestros principios nuevos, comunistas, debemos emprender la “preparación” de todos los campos, cualquiera que sea su naturaleza, hasta de los más viejos, vetustos y, en apariencia, más estériles, ya que en caso contrario no estaremos a la altura de nuestra misión, nos faltará algo, no dominaremos todos los tipos de armas, no nos prepararemos ni para la victoria sobre la burguesía (que ha organizado la vida social en todos sus aspectos a la manera burguesa y ahora la ha desorganizado de esa misma manera) ni para la reorganización comunista de toda la vida, que deberemos realizar una vez obtenida la victoria. Después de la revolución proletaria en Rusia y de sus victorias a escala internacional, inesperadas para la burguesía y los filisteos, el mundo entero se ha transformado y la burguesía es también otra en todas partes.

La burguesía se siente asustada por el “bolchevismo” y está irritada contra él hasta casi perder la razón: precisamente por eso acelera, de una parte, el desarrollo de los acontecimientos y, de otra, concentra la atención en el aplastamiento del bolchevismo por la fuerza, debilitando con ello su posición en otros muchos terrenos. Los comunistas de todos los países avanzados deben tener en cuenta para su táctica estas dos circunstancias. Los demócratas constitucionalistas rusos y Kerensky rebasaron los límites cuando emprendieron una persecución furiosa contra los bolcheviques, sobre todo desde abril de 1917 y, más aún, en junio y julio del mismo año. Los millones de ejemplares de los periódicos burgueses, que gritaban en todos los tonos contra los bolcheviques, ayudaron a conseguir que las masas valorasen el bolchevismo, y, gracias al “celo” de la burguesía, toda la vida social, aun sin contar la prensa, se impregnó de discusiones sobre el bolchevismo. Los millonarios de todos los países se conducen hoy de tal modo a escala internacional que debemos estarles reconocidos de todo corazón. Persiguen al bolchevismo con el mismo celo que lo perseguían antes Kerensky y compañía y, como éstos, rebasan también los límites y nos ayudan igual que Kerensky. Cuando la burguesía francesa convierte el bolchevismo en el punto central de la campaña electoral, injuriando por su bolchevismo a socialistas relativamente moderados o vacilantes; cuando la burguesía norteamericana, perdiendo por completo la cabeza, detiene a miles y miles de individuos sospechosos de bolchevismo y crea un ambiente de pánico propagando por doquier la nueva de conjuraciones bolcheviques; cuando la burguesía inglesa, la más seria del mundo, con todo su talento y experiencia, comete inverosímiles tonterías, funda riquísimas “sociedades para la lucha contra el bolchevismo”, crea una literatura especial sobre éste y toma a su servicio, para la lucha contra él, a un personal suplementario de sabios, agitadores y curas, debemos inclinarnos y dar las gracias a los señores capitalistas.

Trabajan para nosotros, nos ayudan a interesar a las masas por la naturaleza y la significación del bolchevismo. Y no pueden obrar de otro modo porque han fracasado ya en sus intentos de “hacer el silencio” alrededor del bolchevismo y de ahogarlo. Pero, al mismo tiempo, la burguesía ve en el bolchevismo casi exclusivamente uno de sus aspectos: la insurrección, la violencia, el terror; por eso procura prepararse de modo particular para oponer resistencia y replicar en este terreno. Es posible que en casos aislados, en algunos países, en tales o cuales períodos breves lo consiga; hay que contar con esa posibilidad, que no tiene para nosotros nada de temible. El comunismo “brota” literalmente de todos los aspectos de la vida social, sus gérmenes existen absolutamente en todas partes, el “contagio” (para emplear la comparación preferida de la burguesía y de la policía burguesa y la más “agradable” para ella) ha penetrado muy hondo en todos los poros del organismo y lo ha impregnado por completo. Si se cierra con celo particular una de las salidas, el “contagio” encontrará otra, a veces la más inesperada. La vida triunfa por encima de todo. Que la burguesía se sobresalte, se irrite hasta perder la cabeza; que rebase los límites, haga tonterías, se vengue de antemano de los bolcheviques y se esfuerce por aniquilar (en la India, en Hungría, en Alemania, etc.) a centenares, a miles, a centenares de miles de bolcheviques de ayer o de mañana; al obrar así procede como lo han hecho todas las clases 139 condenadas por la historia a desaparecer. Los comunistas deben saber que, en todo caso, el porvenir les pertenece. Y por eso podemos (y debemos) unir el máximo de pasión en la gran lucha revolucionaria con la apreciación más fría y serena de las furiosas sacudidas de la burguesía. La revolución rusa fue cruelmente aplastada en 1905, los bolcheviques rusos fueron derrotados en julio de 1917, más de 15.000 comunistas alemanes fueron aniquilados por medio de la artera provocación y de las hábiles maniobras de Scheidemann y Noske, aliados con la burguesía y los generales monárquicos; en Finlandia y en Hungría hace estragos el terror blanco. Pero, en todos los casos y en todos los países, el comunismo se está templando y crece; sus raíces son tan profundas que las persecuciones no lo debilitan, no lo extenúan, sino que lo refuerzan.

Falta sólo una cosa para que marchemos hacia la victoria con más firmeza y seguridad; que los comunistas de todos los países comprendamos por doquier y hasta el fin que en nuestra táctica es necesaria la flexibilidad máxima. Lo que le falta hoy al comunismo, que crece magníficamente, sobre todo en los países adelantados, es esa conciencia y el acierto para aplicarla en la práctica. Podría (y debería) ser una lección útil lo ocurrido con jefes de la II Internacional tan eruditos marxistas y tan fieles al socialismo como Kautsky, Otto Bauer y otros. Comprendían perfectamente la necesidad de una táctica flexible, habían aprendido y enseñaban a los demás la dialéctica de Marx y (mucho de lo hecho por ellos en este terreno será considerado siempre como una valiosa aportación a la literatura socialista); pero al aplicar esta dialéctica han incurrido en un error de tal naturaleza o se han mostrado en la práctica tan apartados de la dialéctica, tan incapaces de tener en cuenta los rápidos cambios de forma y la rápida entrada de un contenido nuevo en las antiguas formas, que su suerte no es más envidiable que la de Hyndman, Guesde y Plejánov. La causa fundamental de su bancarrota consiste en que “han fijado su mirada” en una forma determinada de crecimiento del movimiento obrero y del socialismo, olvidando el carácter unilateral de la misma; han tenido miedo a ver la brusca ruptura, inevitable por las circunstancias objetivas, y han seguido repitiendo las verdades simples aprendidas de memoria y a primera vista indiscutibles: tres son más que dos. Pero la política se parece más al álgebra que a la aritmética y todavía más a las matemáticas superiores que a las matemáticas elementales. En realidad, todas las formas antiguas del movimiento socialista se han llenado de un nuevo contenido, por lo cual ha aparecido delante de las cifras un signo nuevo, el signo “menos”, mientras nuestros sabios seguían (y siguen) tratando con tozudez de persuadirse y de persuadir a todo el mundo de que “menos tres” es más que “menos dos”.

Hay que procurar que los comunistas no repitan el mismo error en sentido contrario, o, mejor dicho, que ese mismo error, cometido aunque en su sentido contrario por los comunistas “de izquierda”, sea corregido y curado con la mayor rapidez y el menor dolor posible para el organismo. No sólo el doctrinarismo de derecha constituye un error; lo constituye también el doctrinarismo de izquierda. Naturalmente, el error del doctrinarismo de izquierda en el comunismo es en la actualidad mil veces menos peligroso y grave que el de derecha (es decir, el socialchovinismo y el kautskismo); pero esto se debe únicamente a que el comunismo de izquierda es una tendencia novísima que acaba de nacer. Sólo por esto, la enfermedad puede ser, en ciertas condiciones, fácilmente vencida y es necesario emprender su tratamiento con la máxima energía. Las antiguas formas se han roto, pues, ha resultado que su nuevo contenido −antiproletario, reaccionario− ha adquirido un desarrollo desmesurado. Desde el punto de vista del desarrollo del comunismo internacional poseemos hoy un contenido tan sólido, tan fuerte y tan potente de nuestra actividad (en pro del poder de los soviets, en pro de la dictadura del proletariado) que puede y debe manifestarse en cualquier forma, tanto antigua como nueva; que puede y debe transformar, vencer, someter a todas las formas, no sólo nuevas, sino también antiguas, no para conciliarse con estas últimas, sino para saber convertirlas todas, las nuevas y las viejas, en una arma de la victoria completa y definitiva, decisiva e irremisible del comunismo. Los comunistas deben consagrar todos sus esfuerzos a orientar el movimiento obrero y el desarrollo social en general por el camino más recto y rápido hacia la victoria mundial del poder soviético y hacia la dictadura del proletariado. Es una verdad indiscutible. Pero basta dar un pequeño paso más allá −aunque parezca efectuado en la misma dirección− para que esta verdad se convierta en un error. Basta decir, como lo hacen los comunistas de izquierda alemanes e ingleses, que no aceptamos más que un camino, el camino recto, que no admitimos las maniobras, los acuerdos y los compromisos, para que eso sea un error que puede causar, y ha causado ya en parte y sigue causando, los más serios perjuicios al comunismo.

El doctrinarismo de derecha se ha obstinado en no admitir más que las formas antiguas y ha fracasado del modo más completo por no haberse dado cuenta del nuevo contenido. El doctrinarismo de izquierda se obstina en rechazar incondicionalmente determinadas formas antiguas, sin ver que el nuevo contenido se abre paso a través de toda clase de formas y que nuestro deber de comunistas consiste en dominarlas todas, en aprender a complementar unas con otras y a sustituir unas por otras con la máxima rapidez, en adaptar nuestra táctica a todo cambio de este género, suscitado por una clase que no sea la nuestra o por unos esfuerzos que no sean los nuestros. La revolución universal, que ha recibido un impulso tan poderoso y ha sido acelerada con tanta intensidad por los horrores, las villanías y las abominaciones de la guerra imperialista mundial y por la situación sin salida que ésta ha creado, esa revolución se extiende y se ahonda con una rapidez tan extraordinaria, con una riqueza tan magnífica de formas sucesivas, con una refutación práctica tan edificante de todo doctrinarismo, que existen todos los motivos para esperar que el movimiento comunista internacional se curará rápidamente y por completo de la enfermedad infantil del comunismo “de izquierda”. 27 de abril de 1920 143 ANEXO En tanto que las editoriales de nuestro país −que los imperialistas de todo el mundo saquearon para vengarse de la revolución proletaria y el cual continúan saqueando y bloqueando, a pesar de todas las promesas hechas a sus obreros− organizaban la publicación de mi folleto, se han recibido del extranjero datos complementarios. Sin aspirar, ni mucho menos, a que mi folleto sea algo más que unos apuntes rápidos de un publicista, abordaré brevemente algunos puntos. I La escisión de los comunistas alemanes

La escisión de los comunistas en Alemania es un hecho. Los “izquierdistas” u “oposición de principio” han constituido un “Partido Comunista Obrero” aparte, diferente del “Partido Comunista”. En Italia, por lo visto, las cosas marchan también hacia la escisión. Digo “por lo visto”, pues dispongo sólo de dos nuevos números, el 7 y el 8, del periódico izquierdista Il Soviet donde se discute abiertamente la posibilidad y la necesidad de la escisión y se habla también de un congreso de la fracción de los “abstencionistas” (o boicoteadores, es decir, de los enemigos de la participación en el parlamento), que hasta ahora pertenece al Partido Socialista Italiano. Existe el temor de que la escisión de los “izquierdistas”, antiparlamentarios (y en parte también antipolíticos, enemigos del partido político y de la labor en los sindicatos), se convierta en un fenómeno internacional, a semejanza de la escisión de los “centristas” (o kautskianos, longuetistas, “independientes”, etc.). Sea así. A fin de cuentas, la escisión es mejor que la confusión, que impide el crecimiento ideológico, teórico y revolucionario del Partido y su madurez, así como su trabajo práctico unánime, verda- 144 deramente organizado, que prepare de verdad la dictadura del proletariado. Que los “izquierdistas” se pongan a prueba en la práctica a escala nacional e internacional, que intenten preparar (y después realizar) la dictadura del proletariado sin un partido rigurosamente centralizado, dotado de una disciplina férrea, sin saber dominar todas las esferas, ramas y variedades de la labor política y cultural. La experiencia práctica les enseñará con rapidez. Hay que hacer todos los esfuerzos necesarios para que la escisión de los “izquierdistas” no dificulte, o dificulte lo menos posible, la fusión en un solo partido, inevitable en un futuro próximo y necesaria, de todos los participantes del movimiento obrero que defienden sincera y honradamente el poder soviético y la dictadura del proletariado. Para los bolcheviques de Rusia constituyó una felicidad singular el hecho de que dispusieran de 15 años para luchar de modo sistemático y hasta el fin tanto contra los mencheviques (es decir, los oportunistas y los “centristas”) como contra los “izquierdistas” con mucha antelación a la lucha directa de las masas por la dictadura del proletariado.

Esta misma labor debe hacerse ahora en Europa y América “a marchas forzadas”. Algunas personas, sobre todo de las que figuran entre los fracasados pretendientes a jefes, pueden obstinarse durante largo tiempo en sus errores (si carecen de disciplina proletaria y de “honradez consigo mismos”); pero las masas obreras, cuando llegue el momento, se unirán con facilidad y rapidez y unirán a todos los comunistas sinceros en un solo partido, capaz de instaurar el régimen soviético y la dictadura del proletariado*. * En lo que se refiere a la futura fusión de los comunistas de “izquierda”, de los antiparlamentarios, con los comunistas en general señalaré, además, lo siguiente. En la medida en que he podido conocer los periódicos de los comunistas de “izquierda” y de los comunistas en general de Alemania, los primeros tienen la ventaja sobre los segundos de que saben efectuar mejor la agitación entre las masas. Algo análogo he observado repetidas veces −aunque en menores proporciones y en organizaciones locales aisladas, y no en todo el país− en la historia del Partido Bolchevique. En 1907-08, 145 II Los comunistas y los ‘independientes’ en Alemania En el folleto he expresado la opinión de que el compromiso entre los comunistas y el ala izquierda de los “independientes es necesario y provechoso para el comunismo, pero que no será fácil realizarlo. Los números de los periódicos que he recibido posteriormente confirman ambas cosas. El número 32, del 26 de marzo de 1920, del periódico Bandera Roja, órgano del CC del Partido Comunista de Alemania, publica una “declaración” de dicho CC sobre el “putch” militar (complot, aventura) de Kapp-Lüttwitz y acerca del “gobierno socialista”. Esta declaración es absolutamente justa tanto desde el punto de vista de la premisa fundamental como desde el de la conclusión práctica. La premisa fundamental consiste en que, en el momento actual, no existe “base objetiva” para la dictadura del proletariado por cuanto la “mayoría de los obreros urbanos” apoya a los independientes. Conclusión: promesa de “leal oposición” al gobierno “socialista” (es decir, negativa a preparar su “derrocamiento violento”) si se excluye a los partidos burgueses-capitalistas”. La táctica, sin duda alguna, es justa en lo fundamental. Pero si no es necesario detenerse en pequeñas inexactitudes de fórmula, es imposible, no obstante, silenciar que no se puede llamar “socialista” (en una declaración oficial del Partido Comunista) a un gobierno de socialtraidores; que no se puede hablar de exclusión de “los partidos burgueses-capitalistas”, cuando los partidos de los Scheipor ejemplo, los bolcheviques de “izquierda” realizaban a veces y en algunos sitios con más éxito que nosotros su labor de agitación entre las masas. Esto se explica, en parte, porque es más fácil acercarse a las masas con la táctica de la negación “simple” en una situación revolucionaria o cuando están frescos todavía los recuerdos de la revolución. Esto, sin embargo, no representa aún un argumento en favor de la justeza de semejante táctica.

En todo caso, no ofrece la menor duda que un Partido Comunista que quiera ser de verdad la vanguardia, el destacamento avanzado de la clase revolucionaria, del proletariado, y que desee, además, aprender a dirigir a la gran masa no sólo proletaria, sino también no proletaria, a la masa trabajadora y explotada, está obligado a saber hacer propaganda, organizar y agitar del modo más accesible, comprensible, claro y vivo tanto para la “calle” urbana, fabril, como para la aldea. demann y de los señores Kautsky-Crispien son pequeñoburgueses democráticos; que no se puede escribir cosas como el párrafo cuarto de la declaración, que reza: “...Para seguir ganando a las masas proletarias para el comunismo tiene enorme importancia, desde el punto de vista del desarrollo de la dictadura del proletariado, una situación en la que la libertad política pueda ser utilizada de modo ilimitado y la democracia burguesa no pueda actuar como dictadura del capital...”. Semejante situación es imposible. Los jefes pequeñoburgueses, los Henderson (Scheidemann) y los Snowden (Crispien) alemanes, no rebasan ni pueden rebasar el marco de la democracia burguesa, que a su vez no puede dejar de ser la dictadura del capital. Desde el punto de vista de los resultados prácticos que se había propuesto con absoluta justeza el CC del Partido Comunista, no debían haber sido escritas en modo alguno esas cosas, erróneas por principio y perjudiciales políticamente. Para ello habría sido suficiente decir (si se quiere dar muestras de cortesía parlamentaria): en tanto que la mayoría de los obreros urbanos siga a los independientes, nosotros, los comunistas, no podemos impedir a esos obreros que se desembaracen de sus últimas ilusiones democráticas pequeño-burguesas (es decir, también “burguesas-capitalistas”) con la experiencia de “su” gobierno. Esto basta para fundamentar el compromiso, que es verdaderamente necesario y que debe consistir en renunciar durante cierto tiempo a los intentos de derrocamiento violento de un gobierno que cuenta con la confianza de la mayoría de los obreros urbanos. Y en la agitación cotidiana, de masas, no vinculada al marco de la cortesía oficial, parlamentaria, podría, naturalmente, agregarse: dejemos que miserables como los Scheidemann y filisteos como los Kautsky-Crispien muestren con sus actos hasta qué extremo están engañados y engañan a los obreros; su gobierno “puro” hará con “más pureza que nadie” la labor de “limpiar” los establos de Augías del socialismo, del socialdemocratismo y demás variedades de la socialtraición. La auténtica naturaleza de los jefes actuales del “Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania” (de esos jefes de los cuales se dice, faltando a la verdad, que han perdido ya toda influencia y que, en realidad, son todavía más peligrosos para el proletariado que los socialdemócratas húngaros, que se denominaban comunistas y prometían “apoyar” la dictadura del proletariado) se ha puesto de manifiesto una y otra vez durante la korniloviada alemana, es decir, durante el “putch” de los señores Kapp y Lüttwitz*.

Una ilustración pequeña, pero elocuente, de ello nos la dan los articulejos de Karl Kautsky Los minutos decisivos (Entscheiden de Stunden), publicado en Freiheit (La Libertad, órgano de los independientes) el 30 de marzo de 1920, y de Arthur Crispien Acerca de la situación política (en el periódico citado, número del 14 de abril de 1920). Estos señores carecen en absoluto de la capacidad de pensar y reflexionar como revolucionarios. Son llorones demócratas pequeño-burgueses, mil veces más peligrosos para el proletariado si se declaran partidarios del poder soviético y de la dictadura del proletariado, ya que, de hecho, cometerán de manera ineluctable una traición en cada momento difícil y peligroso... ¡“Sinceramente” convencidos de que ayudan al proletariado! También los socialdemócratas húngaros, rebautizados de comunistas, querían “ayudar” al proletariado cuando, por cobardía y apocamiento, consideraron desesperada la situación del poder soviético en Hungría y gimotearon ante los agentes de los capitalistas de la Entente y ante sus verdugos. *

Dicho sea de paso, esto ha sido explicado con extraordinaria claridad, concreción y exactitud, al estilo marxista, por el magnífico periódico del Partido Comunista Austríaco Bandera Roja en sus números del 28 y del 30 de marzo de 1920 (Die Rote Fahne, Viena, 1920, nº 266 y 267; L.L: Una nueva etapa de la revolución alemana).

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