domingo, 30 de agosto de 2020

ENTRARLE ??¡¡. : TRABAJOS SOBRE Reconstitución del Partido Comunista // MAY // LINEA PROLETARIA // PCREE )).
















DOMINGO, 30 DE MARZO DE 2014

ESTADO ESPAÑOL,...ACUMULACIÓN DE FUERZAS Y, EL RITMO DE BATALLA, O "NIVEL DE CONCIENCIA" EN LA HUMANIDAD



DIALÉCTICA ENTRE LAS ACTITUDES CONTRADICTORIAS EN LA CLASE OBRERA-POPULAR ESPAÑOLA,...

Somos los hermanos de los encapuchados que tiraron piedras el #22M

Cuando pase el tiempo, de las Marchas de la Dignidad sólo recordaremos una gran manifestación. Ahora mismo muchos pensarán que lo que mejor recordaremos será el episodio de violencia perpetrado por la UIP de Madrid y la respuesta por parte de los manifestantes. Pero todo eso, desgraciadamente, se perderá como lágrimas en la lluvia. Y se perderá porque hemos despreciado una gran oportunidad para herir de muerte al sistema.
Lo que sucedió al caer la noche el 22M fue algo que, lejos de ser condenado, debería ser celebrado, de la misma manera que celebramos el momento en que una mujer que está sufriendo malos tratos por parte de su pareja, descuelga el teléfono y llama al 016 para denunciar un caso de violencia machista. Plantarle cara al agresor, al que abusa de una persona, es algo que en esta sociedad produce vergüenza, algo que a nosotros nos resulta verdaderamente indignante.
Este sábado, los vecinos de Madrid decidieron que no iban a levantar las manos ante las agresiones policiales, y dejarse golpear y humillar como ha venido ocurriendo hasta ahora. Este sábado, los vecinos de Madrid dijeron basta, y plantaron cara a sus agresores. Y fueron condenados públicamente,
....////.....
Somos los hermanos de los encapuchados que este pasado sábado tiraron piedras. Somos anónimos, y nuestra lucha no persigue fama, sólo cambio. Revolución.
Mientras este sábado los encapuchados plantaban cara a sus agresores, distintas colmenas anónimas los exponían.
Desde @AnonsN1 doxearon a los usuarios de todopolicia.com. Lanzaron un paste donde aparecían sus cuentas de correos y las respectivas contraseñas de sus usuarios. Muchos de ellos, además, se corresponden con los usuarios del famoso portal foropolicia.es donde han llegado a reivindicar el uso de la reglamentaria contra los manifestantes. Abrir fuego. Algo que estuvo cerca de ocurrir el 22M.

todopoli
Desde la Administración de foropolicia.es se afanaron en asegurar que su servidor era seguro, sin embargo, parece que es mejor que no tienenten a la suerte:

Desde @La9deAnon hackearon la base de datos de la Confederación Española de Policía (CEP) con una inyección SQL, lo que significa que tienen acceso total a la misma. Por suerte para algunos, la “izquierda radical” destila más ética que aquellos que pretenden criminalizarla.

También accedieron a la Orden General de la Dirección General de la Policía, para lo que se necesita un permiso especial:

Suponemos que fue desde aquí donde también accedieron a la siguiente tabla de retribuciones (complementos específicos) de la UIP:

El daño que se puede hacer con estos datos es muy grave, pero desde @La9deAnon se limitan a advertir que tienen el control sin hacer un uso injustificado del mismo. Las anteriores imágenes muestran que podrían estar teniendo acceso a todos los datos de aquellos policías de los distintos cuerpos que acceden a oposiciones, aprobándolas o suspendiéndolas, sus nombres completos, DNI’s, TIP’s, etc.
Ya antes de esto, habían aportado su granito de arena a las Marchas de la Dignidad hackeando las bases de datos de algunas webs del Partido Popular:



Y realizando algunos XSS…


…que siguen en pie a día de hoy con mensajes como el siguiente:
A propósito, sysadmins del @ppopular, tenéis más webservers jodidos. Haceoslo mirar por algún experto en eso de la seguridad informática.
Hoy más que nunca somos anónimos…
Somos Legión.
No olvidamos.
No perdonamos.
…Preparaos.





























































































































































































Alrededor del internacionalismo proletario:

respuesta a los camaradas de Balanç i Revolució 


La motivación de este documento es contestar desde el Movimiento por la Reconstitución como creciente conjunto a la respuesta crítica de los camaradas de Balanç i Revolució (BiR), recibida en diciembre del pasado año y que, además de apuntar al comunicado conjunto del Movimiento con motivo de las elecciones al Parlament del 27-S, que los camaradas de BiR suscribieron, continuaba el debate motivado por la discusión de dicho comunicado.

Al igual que los camaradas de BiR, “entendemos que es mejor ir siempre hasta el final; aclararlo todo con tiempo” (p. 51[1]), y más tratándose, como es el caso, de cuestiones de calado que atañen a los principios ideológicos del proletariado revolucionario. Esta comunión entre nosotros respecto a la crucial importancia del debate entre revolucionarios, de abordar hasta el fondo los matices y las diferencias de principio, nos anima en esta respuesta a la vez que nos insufla optimismo respecto a la feliz resolución de esta discusión. Tanto el tiempo como el espacio que dedicamos a esta contestación deben entenderse como expresión de esta consideración, así como del aprecio que guardamos hacia los camaradas de BiR y del deseo indudable de que podamos caminar juntos por la abrupta, pero luminosa y promisoria, senda de la reconstitución del comunismo y la revolución proletaria.

A continuación vamos a expresar calificativos ideológico-políticos indudablemente ásperos, pero que no son el resultado de ningún orgullo zaherido por la crítica anterior, sino que aparecen como el resultado necesario del contraste crítico, de desarrollar ciertas líneas lógicas ineluctables desde los presupuestos del marxismo. Insistimos, ello no menoscaba nuestro aprecio por los camaradas y nuestro deseo de profundizar la unidad política con ellos —inseparable, por supuesto, de la unidad de principios—, pues los errores que juzgamos cometen tienen una explicación objetiva que trataremos de exponer en el lugar apropiado de este documento.

Aun más, antes de empezar el apartado propiamente crítico de esta respuesta, nos gustaría alabar y saludar la voluntad unitaria y la presentación de su trabajo particular en tanto destacamento como una parte subordinada a un todo mayor (el trabajo del conjunto de nuestro Movimiento), expresadas por los camaradas de BiR al principio de su documento. Asimismo, queremos alabar y saludar calurosamente el espíritu crítico y el ánimo de debate que muestra el texto de los camaradas, sin dejarse intimidar por un supuesto principio de autoridad en el desarrollo de su razonamiento, extendiendo su crítica a las posiciones que juzgan erróneas, sin importar si han sido emitidas por algún destacamento con cierta solera en la Línea de Reconstitución (LR). Efectivamente, no hay ni puede haber entre nosotros ningún Aristóteles, ningún otro principio de autoridad distinto del contraste crítico y la coherencia racional de nuestra cosmovisión (inseparable de la experiencia histórica de la lucha de clases y la revolución proletaria).
Este espíritu científico es indudablemente saludable, siempre, no obstante, que no se caiga en una pelea por palabras, en logomaquia vacía, que sustituya a la lucha entre ideas, conceptos y políticas. Este defectuoso estilo de trabajo conduciría inevitablemente a la degradación del concepto de lucha de dos líneas, abocándonos a esa caricatura de intelectualismo donde a buen seguro gustarían de vernos nuestros enemigos obreristas. Y es que, efectivamente, los camaradas de BiR no tienen “ninguna duda que en toda la LR se comparte esta visión, estos elementos internacionalistas” (p. 52), que han sido fehacientemente demostrados en la práctica, como reconocen los camaradas de BiR cuando hablan de la “ocasión inmejorable para la intervención internacionalista de la vanguardia comunista y la solución de la cuestión catalana (9-N)” (p. 53). Cabe preguntarse, si no hay dudas y esto se ha demostrado en la práctica política, cuál es el origen de esta disputa, qué anima a los camaradas a prolongar la polémica. En cualquier caso, lo que aparentemente empezó por una disputa sobre matices de palabras (“fusión” o “síntesis”, “rector” o “liderazgo”), ha desvelado que, efectivamente, hay una lógica política tras ella, llegándose hasta una confrontación de principios. Y es que como decía Lenin:
“(…) toda pequeña discrepancia puede hacerse grande si se insiste en ella, si se coloca en primer plano, si comenzamos a buscar todas las raíces y todas las ramificaciones de la misma.”[2]
Efectivamente, los camaradas de BiR se han empeñado en buscar las “raíces y ramificaciones” de la disputa, escalando desde una aparente disputa por pequeñeces hasta alcanzar la cota de una lucha de dos líneas en el sentido fuerte y riguroso del concepto, esto es, un enfrentamiento entre dos concepciones del mundo opuestas, entre las concepciones de las dos clases principales de la sociedad contemporánea. Esto se refiere especialmente a la primera de las dos críticas que plantea BiR, la de la definición y el contenido del concepto de internacionalismo proletario, siendo a la que dedicaremos, con diferencia, más espacio y atención. La segunda, referida al Procés en Catalunya, tiene menos calado, pues se refiere a un tema de análisis de la realidad política, no a una cuestión de principios, y aquí la divergencia entre nosotros es prácticamente inexistente, pivotando casi completamente alrededor, esta vez sí, de una pelea por palabras (aunque hay que decir que en algunos matices, inevitablemente, se dejan ver efectos relacionados con la cuestión de fondo anterior).

I. La revisión del concepto de internacionalismo por BiR

Sin más prolegómenos, pasemos a atender a la raíz teórica de la polémica. Ésta, a nuestro juicio, se encuentra en la revisión unilateral por parte de los camaradas de BiR del concepto de internacionalismo que nos lega el marxismo y que es parte de su consistencia intrínseca como cosmovisión del proletariado en tanto clase independiente. Desde esta revisión, los camaradas desatan una tormenta de rigor lógico que, no obstante, les lleva a conclusiones erróneas. Y es que, efectivamente, si la premisa es errónea, la corrección formal del pensamiento no puede evitar conclusiones falsas. Si decimos, por ejemplo, “todos los hombres son inmortales”, podemos situar el segundo término del razonamiento, “Sócrates es un hombre”, y continuar con todo rigor hasta su culminación lógica, sin que ello impida ni por un instante el resultado de administrarle la cicuta al filósofo en su fría celda. Igualmente, estas premisas erróneas llevan a los camaradas a sugerir acusaciones, cuanto menos imprudentes, hacia la LR, como cuando dejan entrever que ella pueda verse aquejada de luxemburguismo o espontaneísmo. Subrayamos la cuestión del rigor lógico de la argumentación de BiR porque lo que sin duda alguna es en general una inestimable virtud intelectual, de la que los camaradas pueden congratularse, resulta en este caso un agravante, pues este vigor lógico hace aparecer las premisas de los camaradas perfectamente entrelazadas, sirviéndonos la semilla de una línea alternativa completa, algunas de cuyas primeras consecuencias empiezan a extraer, como veremos, los propios camaradas. En efecto, no se trata de errores aislados, cuya lenidad vendría de suyo dada por su propio aislamiento, sino de un engarce bien hilado y, por ello, potencialmente desarrollable a mayores de una forma coherente. Trataremos de continuar la lógica ineluctable de la argumentación de BiR a fin de mostrar sus desastrosas y liquidadoras consecuencias finales, que estamos seguros que los camaradas no han advertido.

El origen de la polémica y de la argumentación de los camaradas de BiR reside en su briosa afirmación de la inseparabilidad del internacionalismo y la democracia, siendo que conforman una unidad intrínseca, casi podríamos decir dada, puesta, inconcebible de forma separada y que no cabe observar como opuestos externos. Como señalan los camaradas:
“Nuestra crítica iba dirigida al hecho de contraponer democracia con internacionalismo, de establecer una relación externa y polarizada entre ellos.” (p. 51)
De este modo, los camaradas concluían sentenciosamente: “no hay internacionalismo sin democracia” (p. 51). Para ser más exactos, según BiR la democracia es un componente intrínseco del internacionalismo, que resultaría entonces de la combinación de aquélla con otro elemento. ¿Cuál es ese elemento? Los propios camaradas nos informan al respecto:
“Más sencillamente, el internacionalismo no puede sintetizarse con la democracia porque ésta ya es parte o momento de aquél; lo que se fusiona con la democracia es el espíritu universal de la clase de los explotados, que no es lo mismo que internacionalismo.” (pp. 51-52)
Como vemos, el otro elemento lo constituye “el espíritu universal de la clase de los explotados”. Desde aquí, los camaradas nos dan una muestra de esa consistencia argumental indicada cuando señalan que la identificación de este espíritu con el internacionalismo sería luxemburguismo, del mismo modo que, en consonancia, su separación de la democracia nos haría reos del mismo error. En definitiva, los camaradas de BiR nos presentan su concepción de internacionalismo en lo que podríamos resumir con una sencilla fórmula: “espíritu universal de la clase de los explotados” + democracia = internacionalismo (entendemos que proletario, como indican, por ejemplo, sin mucha insistencia los camaradas en la misma primera página [p. 51] de su documento, siendo este tipo de internacionalismo el único que puede ser objeto de nuestro interés desde el punto de vista de una polémica de principios en el seno de la vanguardia proletaria).

Toda la cuestión estriba en esta fórmula y en qué entendemos por ese “espíritu universal de la clase de los explotados”. Consecuentemente con la posición que este concepto ocupa en la argumentación de los camaradas, así como por la relación explícita que ellos mismos establecen, podemos entender que este “espíritu universal” cabe identificarse y asimilarse con la conciencia de clase en sí del proletariado, con la conciencia que emana de su posición objetiva en el proceso capitalista y con su movimiento económico y espontáneo. Para probar que esta interpretación no emana de alguna extralimitación deductiva por nuestra parte[3], veamos cómo la sitúan los propios camaradas. En primer lugar, aparece en esa operación de equiparación entre este “espíritu universal” y el internacionalismo, propia, según los camaradas, del “’internacionalismo’ vulgar luxemburguista”:
“Identificar ambos términos es precisamente luxemburguismo, pues implica que el tratamiento revolucionario de la cuestión nacional, el internacionalismo, puede realizarse desde ese carácter universal del proletariado directamente, cuando lo cierto es que esto es solo una base que necesita el elemento democrático como mediación para alcanzar la unidad dialéctica superior internacionalista.” (p. 52)
Efectivamente, con todo rigor cabe situar que la base fundamental de los errores de Rosa Luxemburgo, común en mayor o menor medida entre el grueso de la izquierda de la II Internacional, es el doctrinarismo obrerista, el considerar que la clase obrera, por su situación objetiva dada y en su movimiento económico-espontáneo como tal, es en sí y de por sí revolucionaria. El que los camaradas invoquen el nombre de Luxemburgo para hablar de un “internacionalismo vulgar” identificado con el “espíritu universal de los explotados” indica con claridad que éste no es otro que ese movimiento económico-espontáneo. Aun más, la gráfica referencia, de nítidas resonancias infraestructurales, a que éste es “sólo una base” que “necesita el elemento democrático” para operar, refuerza ese carácter objetivista y económico que referimos. Pero los camaradas hacen también una vinculación explícita. En efecto, cuando critican el “desacierto” del posicionamiento de los camaradas del Movimiento Anti-Imperialista (MAI) ante el 9-N y sacan desafortunadas conclusiones acerca del supuesto espontaneísmo implícito en el mismo, los camaradas de BiR señalan:
“(…) el internacionalismo se presenta ya de por sí como un supuesto espíritu universal esencial del proletariado al que solo hace falta unir algo externo (el aspecto democrático) para tener un internacionalismo ‘verdadero’. Como si hubiera un internacionalismo genuino a la clase en sí que tuviera que elevarse, añadiéndole democracia, a un internacionalismo de verdad.” (p. 52)
Como vemos, clara y explícitamente, el furor anti-espontaneísta y anti-esencialista de los camaradas vincula directamente ese “espíritu universal” con la “clase en sí”. De ahí parte consecuentemente toda su crítica a las supuestas concesiones —o, cuanto menos, apertura— de la LR al espontaneísmo[4].
En definitiva, se trata de que ese “espíritu universal de la clase de los explotados” está caracterizado por la espontaneidad y la ausencia de conciencia (obviamente, en el sentido leninista, plenamente restaurado por la LR, del concepto y que, sin duda, los camaradas comparten, que define la conciencia por oposición a la espontaneidad[5], como conciencia revolucionariapara sí, lo cual, por supuesto, no quiere decir que los momentos del proceso de la materia social estén exentos de algún tipo de subjetividad, de algún tipo de conciencia de sí). Precisamente, esta identificación de los camaradas representa la frágil base de su castillo de naipes conceptual que al desmoronarse les hará incurrir exactamente en los mismos “desaciertos” que achacan a la LR. Y es que, efectivamente, qué es el movimiento económico-espontáneo de la clase obrera con únicamente conciencia en sí sino el movimiento burgués del proletariado. Lenin es claro e insistente al respecto; permítasenos citarlo extensamente:
“Puesto que ni hablar se puede de una ideología independiente, elaborada por las propias masas obreras en el curso mismo de su movimiento, el problema se plantea solamente así: ideología burguesa o ideología socialista. No hay término medio (…). Por eso, todo lo que sea rebajar la ideología socialista, todo lo que sea separarse de ella significa fortalecer la ideología burguesa. Se habla de espontaneidad. Pero el desarrollo espontáneo del movimiento obrero marcha precisamente hacia la subordinación suya a la ideología burguesa (…) pues el movimiento obrero espontáneo es tradeunionismo (…) y el tradeunionismo no es otra cosa que el sojuzgamiento ideológico de los obreros por la burguesía.
(…) también nosotros, como todos los burgueses del Occidente de Europa, queremos incorporar a los obreros a la política, pero sólo y precisamente a la política tradeunionista y no a la política socialdemócrata. La política tradeunionista de la clase obrera es cabalmente la política burguesa de la clase obrera.
(…) todo culto a la espontaneidad del movimiento de masas, todo rebajamiento de la política socialdemócrata al nivel de la política tradeunionista significa precisamente preparar el terreno para convertir el movimiento obrero en un instrumento de la democracia burguesa. El movimiento obrero espontáneo sólo puede crear por sí mismo el tradeunionismo (y lo crea de manera inevitable), y la política tradeunionista de la clase obrera no es otra cosa que la política burguesa de la clase obrera.”[6]
Tenemos, pues, que el primer término que operan los camaradas de BiR en su fórmula para derivar el internacionalismo es un elemento inequívocamente burgués, el proletariado en su movimiento social como variable del capital. Tanto Lenin como la historia del movimiento obrero, como también la realidad que nos circunda, muestran fehacientemente su carácter burgués, cuyo desvelamiento y puesta en claro es, precisamente, uno de los arietes de la LR. Pero, ¿qué hay del segundo término? Ése que operaría la “mediación” hacia la “unidad dialéctica” consumada del internacionalismo, esto es, la democracia. Aquí debería haber menos dudas al caracterizarla como un inequívoco principio burgués, y no sólo eso, sino como el principio político burgués por excelencia. Por si acaso, otra vez Lenin vuelve a clarificarlo:
“En general, la democracia política no es más que una de las formas posibles (aunque sea normal teóricamente para el capitalismo “puro”) de superestructura sobre el capitalismo.”[7]
Efectivamente, no sólo es que sea un principio político burgués, sino que es el “normal teóricamente” para el “capitalismo puro”. Evidentemente, en una discusión teórica, de principios, como en la que estamos embarcados, esta indicación de Lenin es particularmente relevante. Y es que no debería ser difícil comprender que la premisa de la producción capitalista es el intercambio mercantil, que emana de la división social del trabajo entre productores independientes, esto es, que la unidad y homogeneidad del proceso capitalista procede dialéctica e intrínsecamente de una heterogénea pluralidad de productores-propietarios de base. Consecuentemente, la superestructura más consistente respecto a esta base es la fundada en el pluralismo político, en la igualdad formal de todas las manifestaciones políticas[8].

En definitiva, la propuesta para la conceptualización del internacionalismo de los camaradas de BiR pretende hacerlo derivar de la suma “dialéctica” del movimiento económico-espontáneo del proletariado y la democracia. Subrayémoslo, de la suma de un movimiento burgués y un principio político burgués resultaría, según BiR, el internacionalismo ¿proletario? Esto, camaradas, no es dialéctica, ¡esto es alquimia! ¡De la combinación de diversos latones burgueses emanaría transmutado el oro proletario! Ello lleva a caer de lleno a los camaradas de BiR en eso que denuncian, como hemos visto con su sugerencia de que la LR daría pábulo a una concepción “esencialista-espontaneísta” del proletariado, al que sólo habría que “unir” la democracia para tener, no sólo un internacionalismo más “verdadero”, sino, en este caso, el único concebible. Y no sólo caen en ella, sino que la empeoran, porque deniegan la sustantividad del elemento proletario revolucionario, su preferencia, que en su fórmula ya no aparecería como elemento primario e independiente, sino como el producto de la combinación de los elementos inmediatos del mundo burgués, esto es, servidos hic et nunc, aquí y ahora, por la estructura sociopolítica del régimen burgués.

La conclusión política inmediatamente necesaria es que los camaradas incurren de lleno en una desviación nacionalista. Y es que si seguimos la lógica ineluctable por ellos planteada, no es que la democracia sea para BiR un componente intrínseco del internacionalismo, no es que ella sea un elemento inseparable de éste, sino que lo agota y se identifica con él, es decir, la democracia subsume el internacionalismo, éste es disuelto en ella. Efectivamente, si la plataforma objetiva de toda operación internacionalista es el proletariado en tanto objeto, en tanto variable “económica inconsciente”, que, insistimos, “sólo es la base” para la operación democrática, tenemos que esto, la democracia, es lo que corresponde a la esfera de la actividad, al plano de la acción política de la vanguardia; es precisamente la democracia lo que viene aportado por el factor consciente. BiR, en su cruzada anti-espontaneísta y debido a lo erróneo de sus premisas, ha acabado presentándonos con toda seriedad la teoría revisionista del despegue del proletariado desde su conciencia en sí a la conciencia para sí, degradándola incluso, pues en el elemento mediador brilla por su ausencia cualquier contenido teórico-ideológico, cosmológico, sino que éste es un instrumento genuinamente político, la democracia, que remite inmediatamente a la esfera del Estado. Resulta así abierta de par en par la puerta para un reduccionismo pragmático-politicista de la actividad y el papel de la vanguardia proletaria, muy habitual durante el ocaso del Ciclo de Octubre: la política por la política, hija legítima del movimiento por el movimiento, elementos ambos perfectamente representados en la fórmula “internacionalista” de los camaradas.

Y decimos que es una desviación nacionalista, porque, precisamente, ¿a qué se refiere la democracia en la cuestión nacional? Los propios camaradas nos responden:
“(…) el internacionalismo exige la democracia (el contenido democrático, el derecho a la autodeterminación, la igualdad de derechos nacionales, etc.) en síntesis con la tarea revolucionaria de fusión en un movimiento único internacional.” (p. 51)
Ya vamos viendo en qué consiste esa “tarea revolucionaria” de “síntesis” en la concepción que nos presentan los camaradas, y tendremos oportunidad de hablar más de ese contenido del “movimiento único internacional” al que se refieren, pero, efectivamente, como bien señalan los camaradas, la democracia en la cuestión nacional es eso: igualdad de derechos entre las naciones, derecho a la autodeterminación, que, como nos enseña Lenin, se refiere exclusivamente al derecho político de la nación a formar un Estado propio[9]. Así pues, evidentemente, la democracia en la cuestión nacional y su manifestación suprema, el derecho de autodeterminación, tienen como horizonte necesario el Estado nacional. Esta verdad no se refiere, además, exclusivamente a un concepto meramente positivo-politológico, sino que tiene una profunda carga histórica, pues, efectivamente, nación y democracia son conceptos íntimamente emparejados por la experiencia histórica, el apogeo de cuya comunión viene dado por la era de la revolución democrática burguesa[10]. Como vemos, los camaradas identifican el internacionalismo con el elemento democrático, haciendo pivotar alrededor de éste la actividad consciente de la vanguardia, siendo, además, que es un concepto político que se refiere fundamentalmente al plano del Estado[11], y que, como vemos, centrado en el tema concreto de la cuestión nacional, apunta con toda la poderosa inercia del proceso histórico hacia el Estado nacional.

Los propios camaradas de BiR reconocen, en una nueva muestra de ese rigor lógico que les caracteriza, esta deriva, la implacable fuerza arrastrante de la potente carga histórico-material que guardan los conceptos políticos —y en la que se han visto atrapados—, cuando empiezan a disponer algunas de las consecuencias necesarias de sus planteamientos de partida:
“Además, en la fórmula de internacionalismo con democracia, queda al aire un internacionalismo entre no iguales: un internacionalismo unitario en desigualdad de condiciones. Y esto, como sabemos, da pie a multitud de concepciones: internacionalismo ‘parcial’, ‘imperialista’ con aquellos que solo comparten una situación económica/política dada, internacionalismo ‘vulgar’ luxemburguista, etc.” (p. 52)
De este modo, los camaradas nos advierten contra un “internacionalismo entre no iguales”. Desde la posición del proletariado como clase independiente, desde la posición del comunismo revolucionario, la primera reacción ante esta prevención de los camaradas no es otra que la de la perplejidad y el estupor: ¿acaso esta “no igualdad” no es lo que hay en nuestro mundo? ¿Acaso no existe la opresión nacional? La precaución y alerta ante esta criatura del “internacionalismo entre desiguales” conduce, con toda evidencia, necesariamente a la búsqueda y la proclamación de la necesidad de un internacionalismo entre iguales. ¿Y qué puede ser éste si usamos con propiedad las herramientas de las que nos ha dotado BiR, con toda su carga histórica y el lugar preciso que ocuparían en la concepción marxista? Por usar el rigor lógico con que nos han aleccionado los camaradas, ello, la necesidad de un internacionalismo entre iguales, fruto necesario de la subsunción del internacionalismo en la democracia y de la inercia política estatal de este concepto referido a la cuestión nacional, en la afortunada expresión que ellos mismos emplean, “daría pie”, desde el punto de vista programático, a la proclamación y necesidad estratégica de Estados nacionales, a su emergencia por doquier como tarea proletaria, para asegurar la “igualdad democrática-nacional” entre los obreros, como paso previo al socialismo, siendo previo precisamente para evitar la existencia de desiguales nacionales, de nacionales que hayan carecido de Estado propio en tanto tales, que empañen este socialismo. La otra posibilidad es peor aún (aunque puede que más congruente con la “inseparabilidad internacionalismo-democracia”), pues desfiguraría y vaciaría completamente el contenido cualitativo del socialismo como estadio de transición a la sociedad comunista, como proceso de disolución de las naciones, y sería designar el socialismo como el lugar para el cultivo de este “internacionalismo entre iguales”, etapa histórica que, por tanto, debería dar lugar al florecimiento de las naciones, a su pleno y verdadero desarrollo, lo que nos situaría de lleno en las posiciones del austromarxismo combatidas por los bolcheviques[12].

Y es que, como vemos, los camaradas sólo avituallan a la vanguardia proletaria con lo dado, con el movimiento social burgués y los principios políticos burgueses; no sitúan el elemento proletario de forma revolucionaria, esto es, independientemente, sino como subproducto de eso dado. Situado el factor consciente-transformador en el apartado político-democrático, encorsetado en el politiqueo maniobrero “creador”, sólo queda, consecuentemente, una transformación de corto vuelo, más cuantitativa que cualitativa, dedicada a reordenar lo dado para que sea lo más igualitario posible, que deje lo menos posible a la “no igualdad” entre eso dado, las naciones en este caso. Con toda lógica y coherencia, emergen inquietudes sobre la “desigualdad” del internacionalismo proletario, sólo razonables si se ha abandonado el punto de vista de clase, independiente de lo dado inmediatamente, y se escora uno hacia el radicalismo pequeño-burgués, de reordenación “radical” de lo inmediatamente puesto, sin trascenderlo, sin superar sus presupuestos, nacionales en este caso, pero cuya lógica es proyectable a todos los campos que permita una cosmovisión íntegra. En definitiva, la introducción de un concepto genuinamente burgués en el corazón de un principio sustantivamente proletario y la sublimación del primero en tanto base del elemento subjetivo de actividad consciente escoran, desvían, lógica y necesariamente, el tratamiento proletario revolucionario de la cuestión nacional hacia el aspecto secundario de su dialéctica, hacia los derechos de las naciones y su igualdad. Y es que, efectivamente, toda la problemática de los camaradas está orientada al “tratamiento” (p. 52) de la cuestión nacional, a la resolución de su dimensión política, y con su insistencia en la inseparabilidad de la democracia y el internacionalismo, obvian precisamente la condición de ese tratamiento y se desentienden de la fundamental indicación de Stalin:
“Eso [la defensa consecuente del derecho de autodeterminación], naturalmente, no quiere decir que la socialdemocracia vaya a defender todas las reivindicaciones de una nación, sean cuales fueren. (…) El deber de la socialdemocracia, que defiende los intereses del proletariado, y los derechos de la nación, integrada por diversas clases, son dos cosas distintas. Los derechos de las naciones y los principios de la socialdemocracia pueden ir o no ‘ir en contra’ los unos de los otros, de la misma manera, por ejemplo, que la pirámide de Cheops y… la famosa Conferencia de los liquidadores. Son, sencillamente, magnitudes incomparables.”[13]
Para los camaradas de BiR, como vemos, no sólo no son “magnitudes incomparables”, sino que forman una unidad orgánica inextricable. Las consecuencias políticas a que “da pie” esta concepción de BiR son ineluctables y necesarias, y las inquietudes dimanantes, expresadas elocuentemente por los camaradas, lógicas y coherentes. Sin embargo, ello desvía el eje de la posición proletaria en la cuestión nacional, como vemos, hacia el aspecto del derecho de las naciones, cuya sublimación, con esa operación de incardinación central en el aparato de principios del proletariado, ¿en qué acabaría diferenciando el internacionalismo proletario del “internacionalismo” de los Movimientos de Liberación Nacional capitaneados por la pequeña burguesía radical? Ellos también están dispuestos a hablar de una “solidaridad internacional”, de un “internacionalismo”, eso sí, sobre la premisa innegociable de la igualdad (de su erección en Estado) de sus respectivos cotos y valladares nacionales. Ellos son los campeones de ese “internacionalismo entre iguales”, proyección del mundo burgués dado y de la centralidad histórica que en él ocupa la figura del Estado-nación[14]. Incluso, como buenos positivistas –en tanto sometidos a lo dado, a lo puesto—, los nacionalistas radicales pueden ignorar la carga histórico-material, colmatada por la lucha de clases, que el concepto de internacionalismo tiene para el proletariado, y escudarse, en un ejercicio de vulgaridad y pobreza conceptual, en su descomposición analítico-semántica: internacionalismo significa entonces entre naciones, en la que éstas son la premisa de cualquier relación subsiguiente[15].

Más aun, pues, como hemos señalado, el buen engarce conceptual, aunque parta de premisas erróneas, de los camaradas permite extender su lógica argumental más allá de la cuestión nacional –basta con sustituir internacionalismo por marxismo y hacer derivar éste, como desgraciadamente hacen los camaradas, de lo inmediatamente dispuesto por el mundo burgués—, ¿qué diferenciaría, entonces, este internacionalismo-marxismo respecto de la socialdemocracia? Y ello tanto en el plano semántico, esto es, “añadir” democracia al movimiento social, como históricamente, es decir, identificar el socialismo con la democracia.

II. En torno al internacionalismo proletario y la posición del marxismo

Ya estamos viendo que ese aparentemente pequeño desplazamiento de la democracia que operan los camaradas, desde la exterioridad respecto a lo sustantivamente proletario a imbricarla en el seno mismo de éste, abre la puerta, “da pie”, a gigantescos corrimientos de tierra cuando desarrollamos esa lógica operativa en el plano más amplio, históricamente significativo, de la política proletaria general y de los elementos que deben configurar su programa revolucionario. Y es que, efectivamente, como decía Lenin, la época de definición de los matices es crucial y puede determinar el recorrido del movimiento revolucionario del proletariado por décadas. Aún tendremos tiempo de sondear más consecuencias sísmicas de este matiz, de este desplazamiento que opera BiR, en otros elementos cruciales del aparataje político del proletariado.
Más arriba, empezábamos la crítica de la posición de los camaradas de BiR señalando el, a nuestro juicio, origen de su error, que no era otro sino la revisión unilateral del concepto de internacionalismo propio del marxismo. Ya hemos ido adelantando algunos de sus elementos en la crítica desarrollada hasta ahora, pero veámoslo ejemplificado en una definición de los clásicos. Así, por ejemplo, dice Stalin:
“En este momento difícil incumbía a la socialdemocracia una alta misión: hacer frente al nacionalismo, proteger a las masas contra la epidemia general. Pues la socialdemocracia, y solamente ella, podía hacerlo contraponiendo al nacionalismo el arma probada del internacionalismo, la unidad e indivisibilidad de la lucha de clases.”[16]
Efectivamente, como vemos, Stalin sitúa al lado “internacionalismo” y “unidad e indivisibilidad de la lucha de clases”. Stalin es reo del mismo “desacierto” cometido por la LR, al no situar el elemento democrático en la definición de principio del concepto, sino que, en todo caso, la democracia tendría que operar posteriormente, a modo de elemento “externo” y “polarizado”. Así, la fórmula de Stalin aparece, a diferencia de la de los camaradas, más monolítica, más orgánicamente unitaria: unidad e indivisibilidad de la lucha de clases = internacionalismo.

La cuestión que se plantea inmediatamente es: ¿de dónde emana esta conciencia —subrayamos la palabra, adelantando acontecimientos, para remarcar el significado fuerte, riguroso, de conciencia desde la óptica leninista— de unicidad de la lucha de clases? Los camaradas de BiR parecen sugerir que esta conciencia surge del movimiento económico-espontáneo del proletariado, de su conciencia de clase en sí:
“En las condiciones actuales, en los inicios, como sucedió en la experiencia de los bolcheviques, tenemos que luchar contra toda espontaneidad y poner al orden del día la creación consciente, su papel rector: un internacionalismo creador, que de forma original conjuga las tareas unitarias con las tareas democráticas para formar un único movimiento internacional revolucionario, y no un internacionalismo supuestamente ya en el ‘corazón’ de la clase que hace falta desvelar y acabar de pulir añadiendo la democracia.” (p. 52)
Evidentemente, a estas alturas, ya hemos visto que ese saludable ensalzamiento anti-espontaneísta de la conciencia y el canto al “internacionalismo creador” han quedado bastante desdibujados por la significación y contenido objetivos de los elementos que los camaradas ponen a disposición de las maniobras de la vanguardia. Desgraciadamente, son los camaradas los que entonan objetivamente un canto al espontaneísmo tras toda esa fraseología “consciente”. Pero ya abundaremos aun más en ello; fijémonos ahora en esa “conjugación de las tareas unitarias con las tareas democráticas”. Independientemente de que el verbo “conjugar” ya sugiera ciertas connotaciones de exterioridad entre ambos planos, podemos ver que respecto a las “tareas democráticas” el desvelo de los camaradas está claro: ellas son las que enarbola la vanguardia en su actividad consciente, celosa y prevenida contra cualquier “desigualdad internacionalista”. Pero, ¿qué hay de las “tareas unitarias”? Los camaradas de BiR no nos dan más opción en su texto que identificar éstas como una demanda del movimiento espontáneo de la clase obrera. Y, efectivamente, ello es perfectamente coherente con la lógica conceptual por ellos esgrimida. Precisamente, este movimiento “económico e inconsciente” de la clase obrera era, en tanto “espíritu universal”, el otro elemento que se conjugaba con la democracia para dar el internacionalismo que, en tanto producto consciente, no estaba al principio de su fórmula, en una tremebunda exterioridad respecto a la democracia, sino que sólo aparecía al final de la misma, como producto de la conjunción de esos otros elementos. Consecuentemente, con todo el rigor lógico propio de los camaradas, podemos concluir que las tareas unitarias vienen identificadas con el movimiento económico-espontáneo del proletariado. Ante esto, es lícito preguntar ¿quién dibuja “un internacionalismo supuestamente ya en el ‘corazón’ [en su esencia objetiva como clase económica] de la clase que hace falta desvelar y acabar de pulir añadiendo la democracia”? No son otros que, desgraciadamente, los camaradas de BiR.

Cabe inquirir, acaso, si esa conciencia de unidad de la lucha de clases surge precisamente de ahí, de la conciencia en sí del proletariado sostenida por su movimiento económico-espontáneo. La experiencia histórica del último siglo de lucha de clases y de andadura del movimiento obrero demuestra rotunda y fehacientemente que no, que en sí mismo, dejado a sus condiciones objetivas “puras”, a su espontaneidad, el movimiento económico de la clase obrera deviene necesaria e inevitablemente en movimiento corporativo y, dado el tema que nos ocupa primariamente, nacionalista. Por si la aplastante evidencia de la realidad circundante no bastara, dejemos que hablen los teóricos de este movimiento, algunos de ellos nada exentos de lucidez y perspicacia (sólo cabe, a este respecto, lamentar la mediocridad de los revisionistas actuales, pésimos adversarios para la forja de las armas teóricas del futuro Ciclo de la Revolución Proletaria Mundial). Citemos con cierta extensión al conspicuo teórico socialdemócrata, destacado representante de la escuela austromarxista, Otto Bauer:
“En la medida en que la clase obrera se conquista una participación más intensa en los bienes culturales, cae con mayor intensidad en cada país bajo la influencia de su herencia cultural nacional específica, de su tradición cultural específica.
Pero de todos los movimientos históricos que así generan la nación moderna de la era capitalista, el movimiento obrero es, con mucho, el de mayor significación. Su efecto inmediato resulta ya enormemente grande. Es él quien expugnó para los obreros una abreviación tal de la jornada laboral que incluso puede penetrar en ellos un pedazo de nuestra cultura nacional; quien elevó el salario de los obreros hasta tal punto que la plena depauperación física y espiritual no los excluye totalmente de la comunidad cultural de la nación.
(…) Ahora bien, esta política evolucionista nacional [no sólo el desarrollo de la nación, sino el desarrollo del conjunto del pueblo en nación] es la política de la moderna clase obrera. (…) A este fin sirve ya la política democrática del proletariado.”[17]
¡El movimiento económico-espontáneo de la clase obrera como principal factor nacionalizador de masas, al servicio de lo cual está la “política democrática” del partido obrero! Sobran las palabras sobre algo refrendado por toda la experiencia histórica posterior. Como vemos, el “internacionalismo creador” que nos proponen los camaradas de BiR, lejos de toda originalidad, es un camino ya muy trillado y cuyos efectos conocemos sobradamente.

La cuestión es, pues, si esta conciencia propia del internacionalismo proletario no surge del movimiento económico-espontáneo de la clase, de dónde emana. La respuesta es que de un principio superior y anterior. Económicamente surge de la creciente universalidad de las condiciones y relaciones de producción capitalista, que es, parece, el único aspecto que, en su desnudez inconsciente y con una perspectiva errada, observan los camaradas de BiR. Pero éste es sólo un aspecto; y es que históricamente el internacionalismo precede al nacionalismo, antecede al principio de nacionalidad, primera gran cristalización política universal del nacionalismo, principio que arraiga especialmente desde la década de 1830 vigorizado por las jóvenes naciones de inspiración mazziniana. Como se sabe, este principio reza: “a cada nación un Estado”, fórmula de impecable democratismo, pues otorga a cada nación el mismo derecho y aspiración a un Estado propio, independientemente de otras consideraciones. Así pues, plena igualdad entre naciones, de la que incluso emana un “internacionalismo entre iguales”, representado por aquella Joven Europa decimonónica. No obstante, como decimos, el internacionalismo en la era contemporánea antecede a este principio de nacionalidad. En el plano político viene representado por el vigoroso internacionalismo jacobino, expresión del máximo apogeo de la revolución democrática burguesa, y que se sustenta sobre la fórmula de la nación-contrato (frente a la nación-etnia/cultura del romanticismo alemán, fruto en gran parte de una posterior reacción contra la Revolución Francesa, y que, en su conjunción con el principio de nacionalidad, aporta gran parte del ideario del nacionalismo ulterior), siendo que la nación es para éste fundamentalmente leyderecho, acuerdo subjetivo independientemente de las características culturales objetivas o de índole similar de los sujetos contratantes. Más allá, y por eso mismo, tiende a considerar, con todas las contradicciones propias de la materialidad del proceso histórico, que la libertad conquistada por la nación revolucionaria francesa es un principio universal que corresponde a todos los pueblos del mundo[18]. En el orden teórico aparece ya desde el siglo XVIII con el cosmopolitismo del racionalismo alemán, cuya máxima expresión es el pensamiento universalista que signa su desarrollo desde Kant a Hegel.

Si nos detenemos a reflexionar sobre los tres elementos señalados, veremos sin dificultad que esas condiciones universales de la producción capitalista fueron estudiadas por la economía política inglesa, que el jacobinismo y el Sol de 1793 fueron el referente y la inspiración de todo el socialismo francés de la primera mitad del siglo XIX y que ese racionalismo alemán, cosmopolita y universalista, también se conoce en nuestra tradición como filosofía clásica alemana. Economía política inglesa, socialismo francés y filosofía clásica alemana: ¡hemos topado nada menos que con las tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo!

Efectivamente es sobre esta base del socialismo científico, y no otra, sobre la que se sostiene el internacionalismo proletario. Con ello, nos hemos retrotraído hasta la raíz de la polémica con los camaradas de BiR y, más aun, al problema base que está en el origen de la LR, que no es otra que restaurar la respuesta científica a la gran cuestión: ¿de dónde emana el marxismo? A esta pregunta caben dos respuestas fundamentales. La primera, cultivada por todo el revisionismo economicista, y especialmente vigorosa a medida que el Ciclo de Octubre decaía, es que nuestra cosmovisión surge espontáneamente de la inmediatez material capitalista, de las condiciones dadas, particularmente del movimiento del proletariado en tanto capital variable, aunque también de la experiencia política de los obreros con el principio “normal” del capitalismo “puro”, la democracia y la paciente lucha por este tipo de reformas, esferas ambas privilegiadas para la inevitable acumulación de fuerzas de clase para la “revolución”. Y es que el obrero, para el revisionismo, sería, por el mero hecho de ser tal, revolucionario, internacionalista y proclive a las “tareas unitarias”, como le dictaría el “espíritu universal” inmanente y esencial a sus condiciones materiales económicas de existencia.

La segunda, la respuesta del marxismo genuino, cuya personificación hoy es la LR, asevera, por el contrario, que el socialismo científico emana de todo el proceso social contemporáneo[19], más aun, de todo el decurso histórico, estructurando el secular anhelo de emancipación de los explotados[20] de forma científica una vez que ese proceso histórico ha creado las condiciones materiales para ello, para ser comprendido y comprehendido por sí mismo. Su fuente no es inmediata, no es ningún elemento dado en la proximidad empíricamente sensible, sino que incluye ésta, así como su negación y la negación de esta negación. Conecta en visión totalizadora la negatividad del proceso histórico con el presente y es capaz desde ahí de proyectar las tendencias de progreso futuro, entresacando y sustantivizando sus pivotes rectores. Es, por lo tanto, un fruto mediato de todo el conjunto del desarrollo histórico y de su comprensión, el producto más elevado, la forma superior de conciencia, que ha generado hasta ahora la humanidad.

Por ello, por el grado de desarrollo material históricamente conquistado por la humanidad, y porque es expresión de éste como globalidad, el marxismo no necesita apelar a ningún elemento material dado, porque se refiere a la totalidad de los mismos y al proceso de su negación, aunque aísle y señale al proletariado, por mor de su situación material en este proceso, como “pivote rector” necesario y único de progreso, como palanca de la negación de esa negación. Una vez conquistado este estadio de desarrollo es el arraigo del marxismo entre sectores crecientes de la clase obrera lo que designa a éstos como proletariado revolucionario, pues es el marxismo el que les informa de su posición en el proceso histórico y del rol que pueden jugar en el desarrollo futuro de la materia social, determinando un salto cualitativo en el devenir de ésta: la revolución social proletaria. No hay esencialismo inmanente ninguno, pues la percepción de esta posición no es dada en sí por su situación económica, sino que es un proceso mediado por la conciencia, para sí, que en la actualidad resumimos como reconstitución del Partido Comunista. Por todo ello, desde una perspectiva revolucionaria, el marxismo aparece como factor sustantivo y como principio, también en el orden de sucesión, de la política revolucionaria del proletariado y de su Línea General (el problema de la guía ideológica); ya se sabe, sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario. El suelo social donde empieza a prender esta conciencia, independientemente de su extensión —reducidísima al principio— y del origen sociológico de sus portadores, es ya el proletariado revolucionario, o más exactamente, su vanguardia (vanguardia teórica marxista-leninista para más concreción del “pivote rector” de su desarrollo en la actualidad), la expresión de su conciencia revolucionaria, aunque aún no haya conseguido fusionarse con las amplias masas de la clase. Es expresión de la virtualidad de la revolución social y punto de arranque necesario de su proceso. Precisamente, la lucha por la sustantividad de este momento y de este espacio de vanguardia, por su legitimidad y necesidad, la lucha por evitar su disolución prematura en el proceso de reproducción capitalista (del que forma parte el movimiento económico de la clase obrera), es el caballo de batalla que ha distinguido a la LR.

De este modo, el sujeto, signado por el atributo de la conciencia, se sitúa en el origen e inicio del proceso de desarrollo revolucionario, es condición a la vez que resultado dialéctico del mismo; no es producto de la combinación de elementos de lo dado. Que la conciencia y el sujeto se sitúen al principio, como si el marxismo y la LR ignoraran el proceso histórico-material que está en su base, podría dar lugar a la problemática pseudomaterialista, materialista vulgar y mecanicista, sobre la primacía de la materia sobre el espíritu, ya que ignora, como escuela filosófica caduca que es, el reconocimiento de la materialidad de la subjetividad por el marxismo, operación que es, precisamente, lo que da nacimiento al materialismo dialéctico. Esta problemática podía estar justificada en el siglo XIX, en las mocedades del proletariado, cuando éste era una novedad histórica. De acuerdo con el espíritu de la época, era preciso legitimar a nuestra clase como sujeto histórico centrando la atención en las condiciones materiales de producción que le daban lugar, definiendo su fisonomía inmediata, pues carecía de la suficiente experiencia propia como clase independiente (revolucionaria). Ello fue absolutamente necesario y ayudó a sentar las bases materialistas de nuestra cosmovisión. Pero hoy, con todo un Ciclo revolucionario a nuestras espaldas, cuando el siglo XX ha sido conmovido por la práctica revolucionaria del proletariado, esta pseudopolémica es espuria, signo de positivismo filosófico y de reacción política, pues sólo observa la materia social como inmediatez, no en su forma superior como desenvolvimiento histórico (materialismo histórico), y, especialmente, como praxis revolucionaria material desarrollada históricamente por el proletariado. Ésa es la materia social sobre la que se apoya, en primer lugar, la Reconstitución del comunismo, la única que puede propiciar una práctica social de vanguardia, y es la credencial que aporta el marxismo para reclamar su preeminencia en la ordenación de los dispositivos políticos de la revolución proletaria.

Los camaradas de BiR, como vemos, han descarrilado hacia la primera opción. Tan ardorosa ha sido su furia anti-esencialista que han acabado desintegrando al sujeto proletario entre fragmentos del mundo burgués, enterrándolo bajo sus escombros, en una operación que recuerda a las combinaciones de estructuras y descomposiciones analíticas del estructuralismo. Además, el freno no ha sido echado a tiempo y en su carrera se han topado de bruces con aquello que buscaban evitar, pues han acabado, contra toda enseñanza teórica o histórica, situando el “aspecto unitario”, el internacionalismo en realidad, en un “espíritu universal” obrero identificado esencialmente con sus condiciones económicas. Han vaciado de contenido, desustantivizado, a la vanguardia proletaria y su rol, que ya no es origen, vanguardia, del proceso revolucionario, precisamente por el atributo de su conciencia, sino que sólo le han otorgado la fútil arma política de la democracia, abriendo la puerta a toda clase de pragmatismo político y quedándose, como consecuencia subsiguiente, en el umbral del cretinismo parlamentario. La conciencia sólo emergería al final de todo este maniobrerismo político “creador”, que es el subsidiario espacio al que ha quedado relegada la vanguardia: con ello, no sólo han privado a ésta de cualquier rol sustancial, sino que han separado unilateralmente al proletariado de su conciencia revolucionaria, reduciéndolo, contra todas las indicaciones de Marx en su primeriza crítica de la economía política, a mero factor económico, esto es, han acabado “viendo en el proletario sólo al obrero”[21]. De este modo, si extendemos la revisión del principio proletario del internacionalismo, tal y como nos ha planteado BiR, al conjunto del marxismo, como coherentemente cabe hacer, la consecuencia necesaria, con seguridad indeseada por nuestros camaradas, es su liquidación en tanto teoría revolucionaria y la del proletariado como sujeto independiente y rector del proceso social.

Los camaradas de BiR sugieren que la formulación del internacionalismo por la LR —y, como hemos visto, por el marxismo en general— abre la puerta al espontaneísmo, pero son ellos quienes eliminan al sujeto consciente como factor primario y decisivo del proceso social revolucionario, no situándolo en su origen de forma diferenciada, independiente, con personalidad propia, sino como derivado de las combinaciones de elementos del mundo burgués tal y como viene dado en su inmediatez. Más arriba señalábamos que la operación que los camaradas nos proponían para dar lugar al internacionalismo no era dialéctica, sino alquimia. Y, efectivamente, no era tal, puesto que para hablar de dialéctica, para considerar como tal una contradicción, hace falta la existencia de opuestos, de elementos de igual entidad y calidad pero antagónicos, por ejemplo, el proletariado y la burguesía, por ejemplo, el principio de clase del comunismo y el principio nacional, por ejemplo, el internacionalismo y la democracia. Al contrario, el movimiento económico-espontáneo de la clase obrera y la democracia no sólo no son opuestos, no sólo comparten una identidad burguesa fundamental, sino que casan perfectamente el uno con el otro; su relación mutua no es de contradicción sino de linealidad causal, como demuestra la experiencia histórica resumida en el concepto socialdemocracia.

Respecto a la crítica principal de los camaradas a la LR, la de separar, “contraponer”, el internacionalismo y la democracia y “relacionarlos externa y polarizadamente”, no sólo reivindicamos los cargos, sino que, gustosos, estamos dispuestos a proporcionarles munición más antigua sobre este “desacierto” de la LR. Así, por ejemplo, el Partido Comunista Revolucionario, tratando la cuestión nacional en el contexto de los debates en el movimiento socialista en los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial, concluía así un apartado:
“(…) establecida la diferenciación estratégica que, para la política proletaria, existe entre el principio nacional y el principio de clase, entre democracia y comunismo”[22].
Esta “diferenciación estratégica” nos lleva al asunto, suscitado por la crítica de los camaradas de BiR, de dónde se enmarca la cuestión nacional en los momentos de desarrollo de la ideología proletaria, en la Línea General o bien en la Línea Política. Efectivamente, si definimos la primera como la manifestación más abstracta y general del recorrido de la revolución proletaria, de sus etapas, requisitos y tareas en función de las leyes conocidas de la transformación social, esto es, su proyección más universal, veremos enseguida que la mera concepción de una Línea General presupone el internacionalismo, presupone la universalidad de condiciones e intereses del proletariado, así como la universalidad de cada una de sus experiencias revolucionarias particulares. El internacionalismo es, por tanto, premisa y componente intrínseco de la Línea General. Por cierto, el que la reconstitución ideológica del comunismo, primera etapa estratégica de la Reconstitución del comunismo, pivote como eje central en torno a estas experiencias revolucionarias internacionales del proletariado (Balance) es una muestra de la naturaleza internacionalista de la LR y el marxismo, que penetra hasta lo más hondo de sus fundamentos gnoseológicos. Es precisamente, desde esta base, a través del engarce de la serie de elementos y etapas que van conformando la Línea General, como el sujeto revolucionario empieza a formar su fisonomía y delimitar sus contornos. Ella expresa los principios de clase, que no se refieren fundamentalmente a su aspecto como variable económica, como mero obrero, sino que dibujan al proletariado como sujeto político, como clase revolucionaria en acción histórica, sostenida precisamente sobre la premisa de la “unidad e indivisibilidad de la lucha de clases” revolucionaria.

Sólo desde ahí, desde esta mediación por la conciencia, expresada como asimilación de la experiencia histórica de la praxis revolucionaria, puede el sujeto sentar las bases de su independencia y observar con perspectiva la realidad material inmediata que pretende transformar. Esta perspectiva es la que sitúa al proletariado en disposición de trascender, de superar, los presupuestos de esa realidad, condición imprescriptible para su transformación. Asegurado así el fundamento de la independencia de clase, le permite relativizar históricamente los elementos de la realidad más concreta e inmediata, operando sobre ellos de cara a su transformación y superación, sin verse arrastrado y subsumido por los mismos. Precisamente, la nación y la democracia son dos de estos elementos concretos, formas históricas relativas a la sociedad de clases tal y como se articula en el capitalismo (no en otras formaciones de clase). Así, la lucha de clases se ha desvelado como el principio histórico universal propio del estadio de transición de la humanidad desde la igualdad en estado de necesidad a la igualdad en estado de libertad, del comunismo primitivo al Comunismo, principio que ha ido demostrando crecientemente su naturaleza y proyección a lo largo de esta transición histórica, apareciendo en toda su desnudez y potencialidad en la época del capitalismo. La nación y la democracia, principios íntimamente emparejados por la historia, sólo aparecen, en cambio, como momentos concretos en que se expresa, se enmascara, esta lucha de clases: el derrocamiento del feudalismo y la lucha por la reproducción del capitalismo una vez asentado éste. Asimismo, el marxismo nos enseña que la proyección de la lucha de clases proletaria apunta a la disolución y abolición de estas formas, la nación y la democracia. También apunta, por supuesto, a la abolición de las clases, pero sólo desde su misma lucha: es por ello un principio superior, más autosuficiente, más determinante, fundamental. Precisamente, de aquí deriva el elemento que conforma el otro aspecto del internacionalismo proletario como principio sustantivo, el que vincula esa “unidad e indivisibilidad de la lucha de clases”, desplegable inmediatamente (hoy personificada primordialmente en el proceso de Reconstitución del comunismo), con el horizonte de su culminación, precisamente con la disolución de las barreras nacionales, con la fusión de la humanidad en conjunto orgánico cualitativamente superior en el Comunismo. De este modo, con toda coherencia, la unidad e indivisibilidad de la lucha de clases se complementa y completa con la fusión de las naciones en una unidad superior:
“En lugar de todo nacionalismo, el marxismo propugna el internacionalismo, la fusión de todas las naciones en esa unidad superior que se va desarrollando en nuestra presencia.”[23]
Por esta razón, el proletariado consciente no puede hacer derivar mecánicamente sus principios genuinos, cada vez más contundentemente definidos, de la inmediatez de elementos históricamente pretéritos, ni siquiera colocarlos en paridad en el orden de su jerarquía, sino que su relación, realmente existente (el materialismo nos enseña que nada nace de la nada), es precisamente histórica. Desde este punto de vista, la democracia forma parte del bagaje del proletariado, pero no como rudimento político propio, sino como elemento del proceso histórico que ha de “digerir” para convertirse en sujeto de progreso a escala universal. La relación, efectivamente, del proletariado con la democracia no es ni mucho menos la de la identidad inmediata (atributo portado nada menos que por su vanguardia de forma acrítica[24], según los camaradas de BiR), sino la de la superación-integración: la Aufhebung dialéctica, la negación de la negación, que es ni más ni menos que esa digestión de la que hablamos. Por ello, su posición en el bagaje proletario no es, por decirlo así, tal y como plantearían los camaradas, vertical-política-inmediata, sino horizontal-histórica-mediata. Efectivamente, la revolución proletaria emerge históricamente desde la revolución burguesa, democrática, y lleva adherida a sí muchos de sus principios, de los cuales se va desprendiendo (negando)-integrando-superando (Aufhebung) a medida que el proletariado desarrolla su praxis propia como clase independiente, revolucionaria. Ello se refleja a escala del proceso político de constitución del sujeto proletario (hoy, la reconstitución del Partido Comunista) en la posibilidad de dominar los principios y herramientas institucionales de la democracia burguesa como momento de su superación-abolición. Es un momento de la educación[25] del proletariado como clase revolucionaria, que le dota de destreza y maestría para las maniobras que exige la lucha de clases a gran escala.

Pero en todo momento la premisa-condición de esta actividad son los principios de clase, expresados políticamente como Línea General, y entre los que se enclava cardinalmente el internacionalismo, que vienen crecientemente esclarecidos, precisados y definidos por mor de la experiencia histórica universal de la revolución proletaria. Ello es lo que permite operar, utilizar, estas problemáticas, cuyo tratamiento se realiza siempre con la vista puesta en el desarrollo revolucionario de nuestra clase, de su solidaridad internacional y de su disposición para el derrocamiento del capitalismo. Por tanto, este tratamiento, que era lo que desvelaba y estaba en el centro de las inquietudes de nuestros camaradas, se enmarca de lleno en la Línea Política de la revolución proletaria, signada por el creciente grado de concreción, expresión del progresivo, por decirlo de algún modo, aterrizaje de la Línea General (que, insistimos, no se alimenta de concreción particular sino de totalidad histórica, siendo la premisa, la condición, para operar en cada situación concreta revolucionariamente, desde la independencia de clase). La Línea Política representa el ajuste de la Línea General universal en función de las condiciones concretas que enfrenta en un lugar determinado; por ejemplo, dado el tema que nos ocupa, si existe opresión nacional y movimientos nacionales democráticos de masas, la correlación concreta del equilibrio interestatal imperialista, etc. En función de estos factores, siempre en relación con la correlación de fuerzas del proletariado en la lucha de clases (que ha empezado antes, independientemente de esos factores en su concreción inmediata; en nuestro caso, como lucha de dos líneas por la reconstitución del comunismo), el proletariado revolucionario debe maniobrar e incidir en determinados aspectos, por ejemplo en el innegable derecho de autodeterminación, para su desarrollo político de clase y como palanca para la extensión de su perspectiva entre sectores más amplios de las masas. Decía Lenin que no se podía ganar a las vastas masas desde los principios puros del comunismo[26]; para ello hace falta operar políticamente, la experiencia política de las masas. Como nos enseña la experiencia histórica de la revolución proletaria, esta experiencia es fundamentalmente rodaje con el Nuevo Poder. No obstante, en la gradación que la Línea General establece entre la ideología y la guerra de clases, la Guerra Popular, base de la Dictadura del Proletariado, evidentemente, el aspecto más convencionalmente político de la actividad proletaria va cobrando un protagonismo creciente, a medida que el comunismo se expande entre cada vez mayores sectores de las masas. Es ahí donde la maniobra, la cuestión política de la democracia, cobra particular relevancia como forma de sortear los obstáculos (por ejemplo, la opresión nacional[27]) que determinada realidad concreta particular pueda oponer a la extensión y, por tanto, concreción de la ideología revolucionaria. Pero ésta debe ser previa, sustantiva condición para su misma extensión y concreción, no posterior, como resultado de la maniobra con lo particular dado, tal y como plantean los camaradas de BiR, que han confundido el principio con su extensión entre las masas, reduciendo la ideología a maniobra política; han confundido el principio general del internacionalismo con la resolución particular por el proletariado –siempre en función de la extensión de esa conciencia— de la cuestión nacional, con su tratamiento, tal y como se puede dar en un momento u otro, en un lugar determinado u otro.

En este sentido, nos gustaría aclarar que no estamos de acuerdo con la caracterización que hacen los camaradas de BiR del internacionalismo de Luxemburgo como “vulgar” (p. 52), sino que nosotros lo calificaríamos como internacionalismo (sin comillas) doctrinario o abstracto. Y ello precisamente porque, debido a su doctrinarismo obrerista, negaba la posibilidad de extensión de éste entre las masas desde la mediación de la actividad política de la vanguardia consciente, pero no porque la revolucionaria polaca no fuera realmente internacionalista, sino porque sus concepciones impedían una proyección más amplia del mismo, con lo que, en última instancia, hacía el juego al statu quo establecido. En cualquier caso, la fórmula, más baueriana que luxemburguista, más derechista que “izquierdista”, de movimiento obrero económico más democracia nos parece que no sólo no concreta ni mejora las posiciones de Luxemburgo (no olvidemos que ella defendía sus tesis primeramente en una nación entonces oprimida, Polonia, donde, debido al sojuzgamiento nacional, los movimientos nacionalistas estaban en auge, lo que, en todo caso, es un atenuante respecto a los errores de la revolucionaria[28]), sino que las empeora y, especialmente, en un entorno con fuerte hegemonía del nacionalismo puede ser letal para la confianza internacionalista entre los obreros de diferentes naciones, ya que, como hemos visto, abre la puerta a un descarrilamiento de las concepciones de la vanguardia, precisamente el foco ideológico-político primario del internacionalismo, hacia el aspecto secundario del tratamiento de la cuestión nacional, a la absolutización de los derechos de las naciones, al nacionalismo en definitiva.

III. La división internacionalista del trabajo y la organización de los revolucionarios

Ello efectivamente, nos lleva a abundar sobre las consecuencias de la revisión del concepto marxista de internacionalismo que han efectuado los camaradas de BiR en el pilar maestro de todo el edificio de la revolución proletaria: el Partido revolucionario. Además de las consecuencias programáticas de esta revisión y el descarrilamiento nacionalista a que “daría pie”, ya hemos señalado la liquidación efectiva tanto de la conciencia como de la organización revolucionarias que se desprendería de la disposición de elementos en el esquema de los camaradas. Efectivamente, ellos ya no se sitúan al principio, como elemento raíz y rector de todo el proceso revolucionario, sino que la vanguardia sólo aparece secundariamente, armada con el instrumento de la política, que es arbitrariamente separada del elemento ideológico, de la consciencia (pragmatismo), emergiendo ésta sólo al final de toda la operación. Al contrario, hemos indicado que el plan marxista correcto debe necesariamente situar estos elementos al principio, dotados de sustantividad, tanto como elementos guía de todo el proceso, como por el área de tareas específicas que corresponde a su edificación, siendo la condición de cualquier maniobra política ulterior. Y es que son condición de tratamiento de la cuestión nacional –y de cualquier otra problemática— porque además ellos prefiguran materialmente la solución a este problema, como se deduce coherentemente de la completitud del principio internacionalista proletario como vinculación histórica entre presente (unidad de la lucha de clases) y futuro (fusión de las naciones en unidad superior) que hemos indicado. Es decir, el internacionalismo no sólo aparece como convicción consciente, sino como materialidad político-organizativa, previa e independientemente de cualquier operación democrática a escala de amplias masas. Oigamos, una vez más, a Stalin:
“El tipo de organización no influye solamente en el trabajo práctico. Imprime un sello indeleble a toda la vida espiritual del obrero. El obrero vive la vida de su organización; en ella se desarrolla espiritualmente y se educa. Por eso, al actuar dentro de su organización y encontrarse siempre allí con sus camaradas de otras nacionalidades, librando a su lado una lucha común bajo la dirección de una colectividad común, se va penetrando profundamente de la idea de que los obreros son, ante todo, miembros de una sola familia de clase, miembros del ejército único del socialismo. Y esto no puede por menos de tener una importancia educativa enorme para las grandes capas de la clase obrera. Por eso, el tipo internacional de organización es una escuela de sentimientos de camaradería, una propaganda inmensa a favor del internacionalismo.”[29]
Veamos, también, cómo Lenin recoge perfecta y elocuentemente el espíritu de este principio:
“En Rusia y en el Cáucaso han trabajado juntos los socialdemócratas georgianos + los armenios + los tártaros + los rusos, en una organización socialdemócrata única, más de diez añosEsto no es una frase, sino la solución proletaria del problema nacional. La única solución.”[30]
Como vemos, la organización revolucionaria no sólo es la fuente material de conciencia internacionalista de los obreros, empezando por sus elementos de avanzada, previa a toda maniobra democrática a nivel de Estado, a nivel de amplias masas, sino que, según Lenin, es la “única solución proletaria al problema nacional”. Fíjense camaradas, y permítannos que insistamos, la organización revolucionaria es un centro de unión internacional de nuestra clase, un foco de internacionalismo entre los proletarios de diversas nacionalidades, previo, y que no espera a la realización del derecho de autodeterminación en el Estado de que se trate: de hecho, por seguir el ejemplo concreto, los escritos de Lenin y Stalin son de 1913, varios años antes de la Revolución de Octubre y de la realización del derecho de autodeterminación en los territorios del antiguo imperio zarista, derecho realizado, precisamente, por mor de esa organización internacionalista que habían conseguido forjar los bolcheviques. Así que, camaradas, más bien, y ateniéndonos a la experiencia estrictamente empírica de la revolución proletaria, no sólo el internacionalismo es separable de la democracia, no sólo es previo al ejercicio de ésta, sino que, a la inversa del esquema que nos presentaban, es la única garantía sólida para la materialización de la democracia en la cuestión nacional[31].

Toda esta cuestión enlaza directamente con otra gran problemática que los camaradas de BiR nos plantean en su breve texto, que es la cuestión, absolutamente clave desde el punto de vista de la organización de los revolucionarios en un Estado, como el español, que es cárcel de naciones, de la división internacionalista del trabajo entre los revolucionarios. Recordemos cómo plantea Lenin la cuestión de principio:
“A gentes que no han penetrado en el problema, les parece ‘contradictorio’ que los socialdemócratas de las naciones opresoras exijan la ‘libertad de separación’ y los socialdemócratas de las naciones oprimidas la ‘libertad de unión’. Pero, a poco que se reflexione, se ve que, partiendo de la situación dada, no hay ni puede haber otro camino hacia el internacionalismo y la fusión de las naciones, no hay ni puede haber otro camino que conduzca a este fin.”[32]
De este modo, Lenin plantea que la tarea, de carácter agitativo y propagandístico, es un trabajo eminentemente ideológico y, por supuesto, también político. Veamos, en cambio, como enfocan los camaradas de BiR la cuestión de esta división internacionalista del trabajo:
“(…) la elaboración de un texto de la misma temática que el comunicado unitario pero de mayor profundización y amplitud respondía a la aplicación del principio de distribución funcional del trabajo en una realidad plurinacional. Pensamos, pues, que la exigencia de un mayor ahondamiento en la cuestión por parte de BiR viene motivada por nuestra particular localización en el centro del actual escenario de la lucha de clases en el Estado español y por la necesidad de erigir una posición internacionalista que sirva de referente en medio del nacionalismo en que está encharcada la vanguardia catalana.” (p. 51)
Los camaradas de BiR, que nos han presentado la cuestión nacional como fundamentalmente un problema de tratamiento eminentemente político y focalizado en las grandes masas, sorprendentemente, plantean ahora que la división internacionalista del trabajo es una tarea más bien epistemológica, de conocimiento más “profundo y amplio” de la realidad nacional específica de que se trate. Evidentemente, los camaradas están planteando aquí una cuestión específica relacionada con la publicación de un texto, y no cabe dudar de su voluntad internacionalista y de que su trabajo en otras esferas tiene un cariz más ajustado al espíritu leninista. No obstante, la cuestión importante de principio es que la introducción de este matiz epistemológico supone, de nuevo, la revisión del principio leninista de división internacionalista del trabajo, cuyas consecuencias van en la misma dirección que su revisión del concepto general de internacionalismo, esto es, hacia el nacionalismo.

Y es que, efectivamente, la sugerencia de que una de las tareas de los revolucionarios de nación oprimida sea despejar el conocimiento de su realidad a los revolucionarios extranjeros supone abrir las puertas de par en par al empirismo nacionalista. Exactamente; es empirismo porque de principio[33] presupone que para el conocimiento de una realidad es necesaria la inmersión sensible en la misma. Ello, por supuesto, va contra los fundamentos de la ciencia que, al contrario, señalan que el conocimiento objetivo de algo presupone la exterioridad al respecto del sujeto cognoscente. Por razones históricas, el nacimiento de la ciencia moderna estuvo muy vinculado al empirismo, cuya huella permanece indeleble, pero hace ya mucho tiempo que la epistemología científica viene demoliendo el inductivismo ingenuo de sus orígenes. Y no sólo eso, sino que cada vez ha ido dotando de mayor entidad al sujeto cognoscente, que de mero reproductor de ideas-copia ha pasado a ser un elemento sustantivo (valga como ejemplo la teoría kuhniana de los paradigmas). Si ello ya resulta así en la ciencia, en esa forma superior de conciencia que integra a ésta pero que no se limita a ella, que es el marxismo, este hecho es todavía más acusado, pues aquí el conocimiento es transformación, es praxis revolucionaria, que sólo nos dota de auténtico saber desde la transformación recíproca sujeto-objeto. Asimismo, el planteamiento es nacionalista porque establece el marco gnoseológico según las fronteras nacionales, sugiriendo que sólo los nativos pueden aportar un conocimiento “profundo y amplio” de esa realidad.
Por supuesto, si seguimos su lógica hasta el final, ello “daría pie” al principio de que “sólo los comunistas de un lugar tienen verdadero derecho a hablar sobre lo que allí sucede”. Si se conoce en alguna medida la literatura polémica de la LR, se sabrá que este argumento banal era el sostenido por los prachandistas ibéricos para intentar combatir la crítica internacionalista de la LR a la liquidación de la guerra popular en Nepal[34]. Y es que, efectivamente, la estrechez empirista casa muy bien con el nacionalismo, y es un factor liquidador del internacionalismo. La consecuencia evidente de esta puerta que abren los camaradas, si nos internamos más allá del umbral que despeja ante nosotros, es que, dado que el marco teórico-gnoseológico es nacional, la derivación lógica subsiguiente será establecer como nacional también el marco práctico-político. Y es que si sólo puede saber el que allí está, consecuentemente sólo puede actuar el mismo: la tesis nacionalista del marco de actuación está servida.

El puerto de llegada de este pasaje es ineluctable para la configuración de la organización y el Partido revolucionarios en un Estado de realidad plurinacional como el español: el marco de actuación nacional lleva necesariamente, si no al aislamiento organizativo de los destacamentos nacionales del proletariado, al menos a la federación de secciones nacionales, reconocidas en igualdad por tal atributo nacional. La sombra del “internacionalismo entre iguales” que sugerían los camaradas planea con toda fuerza sobre esta posibilidad. Y, evidentemente, si la lógica del internacionalismo marxista plantea que la organización del proletariado revolucionario es una prefiguración de la solución del problema nacional a gran escala, la misma lógica opera en su revisión democratista, que pondría el acento y el peso en este factor de la igualdad de derechos nacionales, lo que también se reflejaría en el seno de la organización de clase del proletariado revolucionario.

De este modo, como vemos, la lógica ineluctable de la operación de revisión de los camaradas de BiR, no sólo destruye el carácter rector y primario de la conciencia y organización revolucionarias en general, y del internacionalismo en particular, sino que destruye la naturaleza internacionalista del agrupamiento proletario en su aspecto más puramente organizativo. El modelo resultante se parecería más a alguna clase de “federación de peor tipo”[35], tal como la socialdemocracia austríaca —incapaz de evitar el auge de los odios nacionales tras la caída del imperio Habsburgo—, que al Partido Bolchevique, cuya estructura fue simiente de la convivencia libre y pacífica por varias décadas entre los pueblos de la antigua Rusia zarista —azuzados y enemistados en grado enorme por la opresión nacional rusa— que no optaron por la separación, despejando el terreno para una lucha de clase mancomunada que inició históricamente la construcción del socialismo. Y es que, efectivamente, la organización internacionalista de tipo bolchevique establece la plena igualdad entre sus miembros, pero no por tal o cual característica diferencial de los oprimidos, ya sea de nación, género, etc., susceptible de transformarse en plataforma de reivindicaciones corporativas, sino que es una igualdad revolucionaria, hermanamiento entre luchadores, y de clase, sostenida sobre el universalismo de la lucha de clases, precisamente, sobre la conciencia de su “unidad e indivisibilidad”.

IV. Las bases objetivas de los errores de los camaradas de BiR

Como habíamos indicado, hemos sido indudablemente ásperos a la hora de caracterizar las posiciones ideológicas y políticas a que conducía la lógica de la argumentación de los camaradas de BiR. Creemos que esta aspereza está en perfecta consonancia con las consecuencias lógicas de desarrollar los presupuestos que planteaban los camaradas y entendemos que estas caracterizaciones no han sido gratuitas, sino que nos hemos esforzado por explicarlas argumentalmente, sin escatimar espacio para ello, entendiendo que este esfuerzo es una muestra de consideración hacia los camaradas. Efectivamente, los hemos caracterizado en todo momento como camaradas, a pesar de la gravedad de muchas de las implicaciones de sus presupuestos —algo inadmisible de disimular en el terreno de la clarificación ideológica y de principios—, así como del perfecto engarce lógico entre los mismos, que sirven los cimientos de una línea alternativa completa, como hemos tratado de demostrar. A pesar de ello, el tratamiento como camaradas en ningún caso ha sido parte de una cortesía vacua y gratuita. Nos tomamos muy en serio el concepto y el significado de la camaradería, la de compañeros de lucha en el más profundo de los sentidos y por la más grandiosa de las causas, y no somos prolijos al expedir tal caracterización. Efectivamente, en todo momento estamos convencidos de la voluntad revolucionaria e internacionalista de los camaradas, de que son comunistas consecuentes y de que, por tanto, son miembros honestos del Movimiento por la Reconstitución. Ello es así, además de por la voluntad en tal sentido de los camaradas reiterada muchas veces, entre ellas en el propio escrito crítico que estamos respondiendo y por nuestro convencimiento de que ni los propios camaradas de BiR se han percatado de todas las consecuencias posibles y plausibles de sus planteamientos, porque también creemos poder señalar las bases objetivas de los errores de los camaradas. A nuestro juicio, éstas son de dos tipos.

La primera y fundamental, tiene que ver con el desenvolvimiento objetivo del Movimiento por la Reconstitución en el último periodo y con su incursión a la palestra de la gran lucha de clases, así como con el ambiente objetivo en que operan los camaradas. Aquí nos referimos fundamentalmente a la campaña política que la LR emprendió con motivo del 9-N de 2014 y la celebración ilegal de un referéndum por la autodeterminación en Catalunya. Como se sabe, el Movimiento por la Reconstitución optó mayoritariamente por apoyar el SÍ a la independencia nacional en dicho referéndum. Ello se hacía con la vista puesta únicamente en el desarrollo de la unidad internacionalista de nuestra clase y en el deslindamiento de campos en tal sentido en el seno de su vanguardia. La correlación de fuerzas de clase, y en concreto la inexistencia de movimiento proletario revolucionario efectivo, así como la situación objetiva y las concepciones que la derrota del Ciclo de Octubre han convertido en hegemónicas entre la vanguardia, nos impulsaban a una acción rotunda para restaurar el contenido efectivo del concepto del derecho a la autodeterminación (derecho a un Estado nacional propio), y a mostrar nuestro apoyo, como exige el marxismo, a ese elemento democrático que todo movimiento nacional contra la opresión conlleva. El que el grueso del posicionamiento de la LR proviniera principalmente de la nación opresora y la ilegalidad del referéndum, que lo aislaba de otras maniobras institucionales de las distintas fracciones burguesas que operan alrededor del Procés, hacían la ocasión extremadamente propicia para un posicionamiento en tal sentido, sin comprometer la independencia de clase de la vanguardia —algo especialmente frágil en los primeros momentos de su recomposición—, permitiendo poner una importante piedra en el arduo camino del restablecimiento de la confianza mutua entre los obreros de distintas naciones, quebrada por la opresión nacional, el nacionalismo y el revisionismo; restablecimiento necesario para la imprescindible lucha común contra el capitalismo. En este sentido, el posicionamiento era indudablemente justo y lo consideramos un hito internacionalista en el desarrollo de la vanguardia proletaria en el Estado español.

No obstante, en todo momento teníamos presente que era una maniobra peligrosa. Y no precisamente por la unidad del aborrecido Estado burgués español, que desafiábamos abiertamente, nos es por completo indiferente (a diferencia de la unidad, ideológica y política en primer lugar, entre nuestra clase más allá de las barreras nacionales) y cuyo destino no puede ser otro que, más o menos fragmentado para entonces, su completa destrucción a manos del proletariado revolucionario. Este peligro venía precisamente de la juventud e inmadurez política, necesaria e inevitable, de nuestro Movimiento. Efectivamente, la Reconstitución del comunismo apenas ha dado los primeros pasos y la nueva Línea General que apenas empieza a emerger con nitidez está lejos de haberse asentado en el seno de la vanguardia proletaria. Aún queda mucho terreno por labrar en esa primera estación política objetiva del proceso de Reconstitución. No obstante la maniobra de nuestro Movimiento, exigida por la gravedad de la crisis política del Estado y el enconamiento de la cuestión nacional, representaba objetivamente una incursión desde esa Línea General, aún sin asentar, a la Línea Política. Ello, por cierto, es una muestra, contra las insidias de sus detractores, de que la LR no adolece de “esquematismo”, ni de que su orientación es “libresca”, sino que sabe disponerse y orientarse en la situación política concreta, sin someterse a esquemas prefijados. De cualquier manera, asimismo, la maniobra incidía justamente en el aspecto democrático de la cuestión nacional, se movía hacia la periferia, hacía el aspecto secundario, cuando el centro de cohesión de nuestro Movimiento, su base fundamental, es aún necesariamente frágil. De este modo, lo que era una maniobra política indudablemente justa tenía el riesgo de desorientar y confundir a sectores de nuestro Movimiento. Efectivamente, éste es orgullosamente joven en todos los aspectos y sus miembros se están formando y educando, sobre todo, en la teoría revolucionaria.

Ello, evidentemente, es completamente correcto y es nuestro objetivo: formar, en primer lugar, a los teóricos del proletariado, a su Estado Mayor de estrategas. No obstante, dada la inexperiencia política, insistimos, absolutamente necesaria, de nuestro Movimiento como conjunto, esta repentina y puntual salida desde la Línea General, desde el acostumbrado nicho de la reflexión teórica más general, hacia la Línea Política, terreno de adaptación a lo más inmediato, ha provocado que algunos camaradas, por inercia de la saludable actividad principal en la que están embarcados, hayan sido proclives a erigir doctrina de una acción política más bien táctica, a elaborar teoría de una maniobra política, llegando al extremo de sustituir los principios por esa maniobra política, aun más, a erigir la maniobra política en principio. Creemos que esto es lo que les ha sucedido a los camaradas de BiR, expresándose el peligro objetivo de la incursión a través de ellos. Y es que si este peligro existía objetivamente para todo el Movimiento, el sentido de la maniobra, incisiva en el aspecto democrático de la cuestión nacional, así como la situación geográfica de los camaradas, enclavados en el seno de la nación oprimida y, por tanto, más expuestos a la poderosa influencia del gran movimiento nacional catalán, los hacía más proclives objetivamente, independientemente de su honesta voluntad revolucionaria, a ser presas de los riesgos de la acción de la LR, a que éstos se expresaran particularmente a través de los camaradas[36]. Esta experiencia ha sido particularmente edificante para el Movimiento por la Reconstitución, una experiencia en vivo, respecto a aquello que plantea la Nueva Orientación sobre cómo, durante el Ciclo de Octubre, los expedientes y compromisos de toda índole de acciones políticas iban quedando adheridos a la teoría marxista, sin que se hiciera un posterior esfuerzo de depuración crítica de los mismos, quebrantando y debilitando su coherencia interna como cosmovisión[37]. Por ello, no nos cabe duda de que la feliz resolución de esta polémica y la asimilación de la experiencia política objetiva que representa serán enormemente beneficiosas para el desarrollo y maduración política de nuestro Movimiento, dotándonos de más perspectiva y destreza ante situaciones futuras similares.

La segunda base de los errores, ésta más secundaria y subjetiva, entendemos que tiene que ver con ciertos defectos de estilo de trabajo que creemos percibir en la crítica de los camaradas. Ya habíamos señalado algo al principio de este documento, al indicar que teníamos la impresión de que esta polémica se había iniciado por logomaquia, aunque después, efectivamente, haya mostrado que había toda una lógica política agazapada tras la misma. También hemos señalado ciertos errores de empirismo epistemológico en las posiciones de los camaradas, pero entendemos que éstos se conectan con ciertos problemas de empirismo metodológico, con cierta fijación estática en las palabras, desligándolas del contexto más amplio que les da sentido. Si la tendencia nominalista es intrínseca al empirismo, los propios camaradas dan cierta muestra de ello, cuando, además de ciertas atribuciones arbitrarias y subjetivas de significado a las palabras[38] (que ya hemos indicado que son algo más que una realidad semántica, sino que tienen una carga histórica y material), parten del marco textual como realidad suficiente, desentendiéndose del marco ideológico-político que le da plena coherencia. Así, esta atención al texto sin contexto ha llevado a los camaradas de BiR, de perseguir a las palabras a perseguir supuestas desviaciones luxemburguistas en la LR, precisamente ella que se ha mostrado en la práctica política (9-N) como el primer combatiente contra el pseudoizquierdismo ante la cuestión nacional en el Estado español, especialmente en la nación opresora. Esta persecución ha llevado a los camaradas peligrosamente cerca del nacionalismo, lo que, de por sí, es una nueva muestra de la corrección de la postura mayoritaria de la LR ante el 9-N, forjada en gran medida precisamente en el contraste contra ciertas tentaciones luxemburguistas. Ello ha generado una situación algo paradójica, con nuestros camaradas ejerciendo de fiscales contra el “luxemburguismo” de aquellos que han defendido desde la nación opresora el derecho a la separación de las naciones con toda contundencia, ¡apoyando la separación, la independencia! (posicionamiento que seguimos reivindicando con pleno orgullo), mientras a la espalda de nuestros camaradas el nacionalismo “rojo” está en todo su vigor. Efectivamente, esto sí podría considerarse “internacionalismo entre desiguales”, aunque no en el sentido que le dan nuestros camaradas. Aunque, insistimos, no dudamos de la voluntad internacionalista de BiR, como evidencian las saludables críticas al nacionalismo que aparecen esporádicamente en sus trabajos dedicados a otros menesteres, como ese análisis de la realidad, se echa de menos un trabajo sistemático de lucha de dos líneas contra la estrechez de los nacionalistas disfrazados de marxistas en la nación oprimida, que acompase el trabajo internacionalista a lo que ya ha sido hecho, y va a seguir haciéndose, desde la nación opresora.

En cualquier caso, donde probablemente este empirismo metodológico, de aislamiento del texto, y aun de solitarias palabras en el mismo, de cualquier otro marco de coherencia, alcance su paroxismo sea en la crítica de los camaradas al supuesto esencialismo obrerista de la consigna “¡ni un voto obrero en las urnas!”. Aquí es suficiente la aparición de la mera palabra “obrero” para comparecer ante el tribunal anti-esencialista. Ello es una confesión invertida de eso que ya hemos apuntado, que los camaradas parecen no ver en nuestra clase más que su faceta como variable económica del capital. Si a ello le sumamos la introducción de elementos fundamentalmente burgueses en el aparato de principios proletario, tenemos que el anti-esencialismo de los camaradas ha pasado al otro extremo y se concreta como desubjetivación de la lucha de clases: la subjetividad proletaria es, como ya hemos indicado, desintegrada entre pedazos del mundo burgués y se niega a la vanguardia la posibilidad de actuar, de ir trabajando independiente y conscientemente por situar la perspectiva revolucionaria en el único suelo social masivo donde cabe que prenda con solidez. En definitiva, hay una perfecta coherencia entre el celo por la igualdad democrática de las naciones —aquí no parece haber esencias que demoler— y el arrumbamiento y cuestionamiento de la sustantividad del principio de clase, coherencia que sólo cabe conceptualizar como desviación nacionalista.

Para acabar, y en relación con esta última cuestión de estilo de trabajo, cabe apuntar algo sobre el asunto Mas. Éste es un tema por completo secundario, ya que se refiere al análisis de la realidad política particular y no a una cuestión de principios. Además, estamos convencidos de la fundamental identidad del análisis de los camaradas con el de la LR en conjunto. Para ésta cabe ver, desde cierta perspectiva, la historia del Procés como un forcejeo por su hegemonía y dirección entre la mediana y la pequeña burguesías catalanistas. Aquí la disputa entre nosotros sí es pura logomaquia. Dicen los camaradas:
“(…) esto no puede de ninguna manera llevar a decir que Mas y CDC son la ‘principal fuerza rectora del movimiento nacionalista’, cuando precisamente la historia reciente de Mas y CDC es la capitulación permanente ante ERC-CUP-entidades de la PB [pequeña burguesía]. Un movimiento que florece comiéndose a CiU, ante el cual CDC logra reaccionar apoderándose de su ‘liderazgo’. Y es cierto: junto a la apariencia de los acontecimientos, la inteligencia y audacia políticas de Mas, hijas de la capacidad de Pujol, logran concentrar la ‘fuerza’ y la ‘dirección’ en que converge el movimiento nacionalista en él y CDC.” (p. 53)
Como se ve, toda la disputa es que no cabe hablar de “fuerza rectora” sino de “liderazgo”. Con cierta perplejidad, tenemos que indicar a los camaradas que en cualquier diccionario encontrarán que “rector” y “líder” son esencialmente sinónimos. Parece que el origen de esta confusión tiene que ver con ese nominalismo subjetivo que muestran los camaradas, pues da la impresión de que, arbitrariamente, han decidido dotar a la palabra “rector”, en vez de su verdadero significado, el sentido de “raíz” u “origen”:
“Esto podría dar pie a entender que el movimiento nacional surge, tiene su raíz, su carácter de clase en la fracción del capital que representa CDC, y esto es totalmente erróneo. Y precisamente porque este es el análisis que hace todo el MCEe -entendiendo que el Procés es cosa de la alta burguesía, de CDC, etc.- es necesario delimitar bien los campos con el revisionismo.” (p. 53)
La crítica de los camaradas a la LR acaba donde ésta empezó, hace ya más de un año. Veamos, ya que es el que estamos utilizando, lo que decía el posicionamiento del MAI ante el 9-N:
“Lejos del discurso patentado en Madrid, y que parecen haber comprado algunos revisionistas, de que el Procés es una maniobra orquestada por Artur Mas y sus adláteres, lo cierto es que éste ha intentado, con escasa suerte, subirse a un torrente ya en marcha y canalizarlo, de cara a instrumentalizarlo para sus particulares intereses de clase.”[39]
Como se ve, la LR no ha sugerido que el Procés tuviera su “causa” o “raíz” en las maniobras del astut, por lo que parece que el “campo” ya estaba “delimitado” con el revisionismo en este aspecto. Lo que cabría matizar, transcurrido todo este tiempo, respecto al posicionamiento del MAI es, en todo caso, eso de la “escasa suerte” de la mediana burguesía, a través de sus representantes, en instrumentalizar el movimiento. Efectivamente, la participación de la mediana burguesía es lo que ha dotado al movimiento independentista catalán de su carácter nacional general, lo que lo ha potenciado hasta poner en el orden del día la cuestión de la independencia nacional. Los representantes de ERC, por ejemplo, lo saben, de ahí su timidez y circunspección cuando les han servido la cabeza política de Mas en bandeja. Los camaradas de BiR hablan de “capitulación permanente” de la mediana burguesía frente a la pequeña burguesía catalanista. Esto, si, como hacen los camaradas, se admite que la primera tiene el “liderazgo” del Procés, sólo puede comprenderse por el hecho de que, debido a la agudeza de la crisis política del Estado español, el grueso de la mediana burguesía ha pasado de un nacionalismo moderado respecto al statu quo del Estado a abrazar formalmente el independentismo. Con ello los camaradas nos presentan un esquema rígido, estático, de los intereses de las clases, donde éstas no pueden maniobrar ni desplazar sus posiciones según les convenga en función de la lucha de clases, sino que a cada fracción le corresponde unívocamente, le corresponde esencialmente, un programa político determinado a priori. Así, la independencia nacional sería, esencialmente y de una vez por todas, el programa de un sector de la pequeña burguesía catalanista, siendo cualquier desplazamiento en este sentido de otra fracción de la clase burguesa, una “capitulación” de ésta, independientemente de la correlación entre todas las clases en pugna y de que esta fracción integrada al independentismo tenga el “liderazgo” de su movimiento, esto es, la posición idónea para su instrumentalización. De nuevo, la eliminación del factor de la subjetividad en la lucha de clases (menos importante en el caso de la burguesía –pues su programa universal es la acumulación de plusvalía en la mayor cantidad posible, siendo fundamentalmente accidentalista respecto a las formas políticas, nacionales o de otro tipo, que se la puedan propiciar— que en el del proletariado, protagonista de una obra histórica de construcción consciente) aparece tras las concepciones de los camaradas, cuyo fervor anti-esencialista presenta una faz algo tuerta, sólo fijado en el proletariado, sin aplicar tal rigor crítico a las cuestiones que atañen a la burguesía y sus naciones.

Por lo demás, esta insistencia de los camaradas en “deslindar” a sectores “más altos” de la burguesía respecto al Procés, como tratando de sugerir la existencia de un movimiento nacional popular nítidamente diferenciado de la “alta burguesía” catalana (que, por cierto, no creemos que sea independentista en absoluto), bien distinguido del carácter de clase necesaria y fundamentalmente burgués de todo movimiento nacional, no hace sino reforzar, unido a todo lo demás que hemos ido indicando, la impresión señalada respecto a la desviación nacionalista que ha aquejado a los camaradas de BiR.

Después de todo lo dicho, queremos subrayar que la posición aquí defendida es inseparable e indesligable de la defensa del derecho de autodeterminación y la igualdad democrática entre las naciones que los destacamentos de la LR sostienen, como en su mayoría ejemplificaron con toda consecuencia ante el 9-N. Sin embargo, el que los camaradas de BiR hayan absolutizado el aspecto democrático, secundario en la contradicción que establece la dialéctica del correcto planteamiento marxista en la cuestión nacional, nos ha obligado ahora a poner el acento en el principal y fundamental, la sustantividad en sí del principio internacionalista proletario, la unidad e indivisibilidad de la lucha de clases y la tendencia a la asimilación y fusión de las naciones, ese “motor de la transformación del capitalismo en socialismo” que caracterizó Lenin. Este aspecto primordial es el que vincula la actividad autónoma que los comunistas podemos desplegar ya, aquí y ahora —independientemente de la plasmación del problema nacional en la esfera del Estado burgués—, de unidad internacionalista en el seno de la clase obrera y su vanguardia, con el horizonte final de fusión de la humanidad en el Comunismo. Esta defensa marxista de la asimilación y fusión de las naciones[40] sólo puede realizarse consecuentemente desde el tratamiento democrático de las mismas, desde la lucha contra toda opresión y privilegio entre las naciones, para evitar el encastillamiento y el repliegue del proletariado sobre sus particularidades nacionales y permitir, precisamente, su unidad de clase en la lucha contra el capitalismo por encima de estas barreras.

Como punto y final de esta respuesta, nos gustaría reiterar una vez más nuestra consideración camaraderil hacia BiR, a los que, insistimos, consideramos parte del Movimiento por la Reconstitución y camaradas honestos y valiosos. Confiamos que esta polémica, en la que nos hemos esforzado por “ir hasta el final” respecto a las implicaciones de las posiciones que nos planteaban los camaradas, sirva para profundizar ideológicamente en nuestra cosmovisión (a nosotros ya nos ha servido en tal sentido), demostrando la potencia de la lucha de dos líneas, y para avanzar en la cohesión política de los camaradas de BiR con el conjunto del Movimiento, en que podamos avanzar más estrechamente unidos por el difícil pero enriquecedor y necesario sendero de la Reconstitución del comunismo y la reanudación de la Revolución Proletaria Mundial.
Comité por la Reconstitución
Febrero de 2016



Notas:
[1]. Se citará el documento de los camaradas de BiR (Sobre el debate alrededor del 27-S) indicando al final de la cita entre paréntesis la página del Dossier donde se encuentra. N. de la Edit.
[2]Un paso adelante, dos pasos atrás; en LENIN, V.I. Obras Escogidas. Progreso. Moscú, 1975, tomo II, p. 323.
[3]. Ello, aunque ya claro, como veremos por el propio texto de BiR, quedó absolutamente confirmado durante los debates que han conducido a este documento, cuando los defensores de las posturas de BiR calificaron ese “espíritu” de la clase universal como “algo económico e inconsciente”.
[4]. No obstante, a pesar de este, sin duda saludable, fervor anti-espontaneísta, los camaradas se permiten hacer alguna cesión a ese mismo espontaneísmo: “Recalcamos que en ciertos momentos de ascensión revolucionaria, con las amplias masas en acción y puestas en movimiento por la revolución, entonces sí que su espíritu universal ‘puede’ equipararse al internacionalismo, o a una forma dominante de internacionalismo; pero solo en condiciones muy específicas y con la conquista de las masas en una etapa madura.” (p. 52). En cualquier caso, vuelven a apuntar hacia esa identificación espíritu universal-clase en sí que estamos demostrando.
[5]. Por ejemplo: “Si bien es verdad que los motines eran simples levantamientos de gente oprimida, no lo es menos que las huelgas sistemáticas representaban ya embriones de la lucha de clases, pero embriones nada más. Aquellas huelgas eran en el fondo lucha tradeunionista, aún no eran lucha socialdemócrata; señalaban el despertar del antagonismo entre los obreros y los patronos; sin embargo, los obreros no tenían, ni podían tener, conciencia de la oposición inconciliable entre sus intereses y todo el régimen político y social contemporáneo, es decir, no tenían conciencia socialdemócrata. En este sentido, las huelgas de los años 90, aunque significaban un progreso gigantesco en comparación con los ‘motines’, seguían siendo un movimiento netamente espontáneo.” ¿Qué hacer?; en LENIN: O. E., t. II, pp. 27-28.
[6]Ibídem, pp. 36-37, 81 y 92.
[7]Balance de la discusión sobre la autodeterminación; en LENIN: O. E., t. VI, p. 23 (la negrita es nuestra –N. de la R.).
[8]. Marx también nos explicita la vinculación necesaria entre el igualitarismo abstracto y formal de la burguesía y el valor como nivelador abstracto, rasurador del trabajo útil cualitativamente diferente, que se encuentra en la base del modo de producción capitalista: “El secreto de la expresión de valor, la igualdad e idéntica validez de todos los trabajos, porque y en tanto son trabajo humano en general, sólo puede descifrarse cuando el concepto de la igualdad humana ha adquirido ya la firmeza de un prejuicio popular. Pero esto sólo es posible en una sociedad donde la forma mercancía es la forma general del producto del trabajo, o sea, donde también la relación de los hombres entre sí, en su calidad de propietarios de mercancías, es la relación social dominante. ” MARX, K. El capital. Akal. Madrid, 2007, Libro I, tomo I, p. 87.
[9]. “(…) la autodeterminación de las naciones’, en el programa de los marxistas, no puede tener, desde el punto de vista histórico-económico, otra significación que la autodeterminación política, la independencia estatal, la formación de un Estado nacional.” El derecho de las naciones a la autodeterminación; en LENIN: O. E., t. V, p. 103.
[10]. “La nación no es simplemente una categoría histórica, sino una categoría histórica de una determinada época, de la época del capitalismo ascensional. El proceso de liquidación del feudalismo y de desarrollo del capitalismo es, al mismo tiempo, el proceso en que los hombres se constituyen en naciones. Los ingleses, los franceses, los alemanes, los italianos, etc. se constituyen en naciones bajo la marcha triunfal del capitalismo victorioso sobre el fraccionamiento feudal.” STALIN, J. El marxismo y la cuestión nacional. Fundamentos. Madrid, 1976, p. 31.
[11]. La identificación unilateral del Partido Proletario de Nuevo Tipo con esa misma esfera política del Estado significaría la reducción del instrumento clave de la revolución proletaria y su encajonamiento en los límites de la concepción del mundo y de la política de la burguesía, donde, efectivamente, los partidos son entendidos como gestores del Estado, como apéndices subordinados de éste, como partes de su entramado, cuya significación y sustantividad está vacía de por sí en ausencia del elemento estatal, primario tanto en el orden político-lógico formal burgués como en el histórico-concreto material. Para el proletariado, por el contrario, el Partido ocupa la posición de preeminencia sobre el Estado, es precisamente el primero el que genera el segundo, el Nuevo Poder y el Estado de Dictadura del Proletariado, abriendo con ello, coherentemente, el horizonte de su extinción final en el Comunismo. Para el proletariado el Partido no es una mera magnitud política, sino que es una magnitud histórica, que tiene su cimiento en una cosmovisión global alternativa, siendo el lugar donde se dan cita los elementos sustantivamente genuinos de ésta, como, por ejemplo, la fusión de conocimiento y transformación que signa la praxis revolucionaria. Cabe decir en esta línea, también, que la política proletaria tiene una proyección histórica y es, por tanto, irreductible y antagónica de cualquier concepción pragmática –burguesa— de la misma; de ahí que la fortaleza política del proletariado resida en la solidez de sus principios. En definitiva, se trata de si el partido es gestor del orden dado, a través de sus elementos inmediatos —el movimiento social y la política-Estado, por apelar a los rudimentos operativos que los camaradas de BiR conceden a la vanguardia—, o es agente y puntal clave de transformación del mismo. En este sentido, para empezar a despejar y asentar esta concepción nueva y superior de la política que entraña el Partido de nuevo tipo del proletariado, y que, por ejemplo, contiene elementos para enfrentar de raíz y principio la visión de la política abanderada por esos politólogos académicos metidos hoy a “promotores del cambio”, tal vez resulte útil el artículo: El partido revolucionario del proletariado y las tareas actuales de los comunistas; en LA FORJA, nº 27, agosto de 2003, pp. 26-40.
[12]. “El objetivo del socialismo no consiste sólo en acabar con el fraccionamiento de la humanidad en Estados pequeños y con todo aislamiento de las naciones, no consiste sólo en acercar las naciones, sino también en fundirlas.” La revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación; en LENIN: O. E., t. V, p. 353. “(…) la tendencia histórica universal del capitalismo a romper las barreras nacionales, a borrar las diferencias nacionales, a llevar a las naciones a la asimilación, tendencia que cada decenio se manifiesta con mayor pujanza y constituye uno de los más poderosos motores de la transformación del capitalismo en socialismo. (…) Quien no esté lleno de prejuicios nacionalistas no podrá menos de ver en este proceso de asimilación de las naciones por el capitalismo un grandioso progreso histórico, una destrucción del anquilosamiento nacional de los rincones perdidos”. Notas críticas sobre el problema nacional; en LENIN: O. E., t. V, pp. 32 y 34.
[13]. STALIN: Op. cit., pp. 39 y 87.
[14]."(…) la tendencia de todo movimiento nacional es formar Estados nacionales, que son los que mejor cumplen estas exigencias del capitalismo contemporáneo. (…) el Estado nacional es por ello lo típico, lo normal en el periodo capitalista. (…) Lo cual no quiere decir, naturalmente, que semejante Estado, erigido sobre las relaciones burguesas, pueda excluir la explotación y la opresión de las naciones.” El derecho de las naciones a la autodeterminación; en LENIN: O. E., t. V, pp. 99 y 103.
[15]. El internacionalismo proletario, como enseguida abundaremos, se diferencia de cualquier variedad de “internacionalismo” de raigambre radical pequeño-burguesa, precisamente en su organicidad, en su sustantiva unicidad. Por ejemplo, Kautsky, en la época en que aún era referenciado por Lenin y en que éste apelaba a su autoridad, allá por 1908, indicaba agudamente: “Es necesario tomar conciencia ya mismo de que nuestro internacionalismo no representa una clase especial de nacionalismo, que sólo se diferenciaría del nacionalismo burgués por el hecho de no actuar agresivamente como éste, permitiendo, por el contrario, a cada nación los mismos derechos que reivindica para sí misma y reconociendo la total soberanía de cada país. Esta concepción que transfiere el punto de vista del anarquismo del individuo a las naciones no responde a la estrecha comunidad cultural que existe entre las naciones de la sociedad contemporánea. Éstas, en efecto, constituyen, económica y culturalmente, un único cuerpo social cuyo desarrollo descansa en el concurso armónico de sus partes, posible únicamente cuando cada una de ellas se subordina al todo. La Internacional Socialista no constituye un conglomerado de naciones soberanas donde cada una de ellas actúa de acuerdo a su libre arbitrio bajo el supuesto de no lesionar la igualdad de derechos de las demás, sino que conforma un organismo cuyo funcionamiento es tanto más perfecto cuanto más fácilmente se entienden sus partes y cuanto más unánimemente actúen según un plan común.” KAUTSKY: Nacionalidad e internacionalidad; en VV.AA. La Segunda Internacional y el problema nacional y colonial. Pasado y Presente. México D. F., 1978, vol. 2, p. 142. Dejemos a un lado los defectos del tipo de formulación, propios de la II Internacional, y el hecho de que ésta, efectivamente, se descubrió en 1914 como ese “conglomerado de naciones soberanas”, que ayudó a conducir a los obreros europeos al matadero fratricida de la guerra imperialista, y fijémonos en el espíritu del principio que plantea, el de la organicidad independiente del internacionalismo proletario, que es además el más congruente con las bases materiales de la sociedad contemporánea. Ese espíritu de orgánica “subordinación de la parte al todo” es perfectamente recogido por Lenin unos años más tarde, en plena matanza imperialista y tras haber roto políticamente con Kautsky: “Las distintas reivindicaciones de la democracia, incluyendo la de la autodeterminación, no son algo absoluto, sino una partícula de todo el movimiento democrático (hoy socialista) mundial. Puede suceder que, en un caso dado, una partícula se halle en contradicción con el todo; entonces hay que desecharla.” Balance de la discusión sobre la autodeterminación; en LENIN: O. E., t. VI, p. 39 (la negrita es nuestra –N. de la R.). Los camaradas de BiR, por el contrario, al introducir la democracia y sus reivindicaciones en el plano irrenunciable de los principios propios del proletariado, realizan, precisamente, la operación de “absolutización” de las mismas.
[16]. STALIN: Op. cit., p. 19 (la negrita es nuestra –N. de la R.).
[17]. BAUER, O. La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia. Siglo Veintiuno. México D. F., 1979, pp. 20, 102 y 164.
[18]. Por cierto, abundan, como expresión de la influencia del nacionalismo de pequeña-nación teñido de “rojo”, las invectivas contra el jacobinismo, identificado con la opresión nacional. Este sólo planteamiento ya debería bastar para demostrar que el que lo hace ha abandonado el punto de vista de clase del proletariado y adoptado el del nacionalismo pequeño-burgués, situándose en la batalla de la interpretación histórica entre las filas de la Vendée frente a la Convención jacobina. Y es que aislar, por un lado, la célebre centralización jacobina de la majestuosa movilización de masas, las medidas de control económico y el Terror revolucionario con que la vanguardia de la burguesía democrática francesa hizo frente a la reacción aristocrática y barrió el feudalismo, e identificarla exclusivamente, por otro lado, con la lucha contra los particularismos, que eran, en ese contexto histórico concreto, punto de apoyo y soporte natural del fraccionamiento feudal y del privilegio corporativo nobiliario, indica que el punto de vista de la lucha de clases no rige la comprensión del proceso histórico universal, que pesan más las demandas particularistas de determinada cultura nacional, con su repugnante e inevitable ensimismamiento e indiferencia respecto las vicisitudes de la marcha de la civilización humana como conjunto. No creemos necesario recordar las célebres reivindicaciones de Lenin respecto a la Montaña francesa y sus alabanzas de la consecuencia revolucionaria de los jacobinos. Por supuesto, esta reivindicación histórica, propia de todo comunista que “se ha alzado hasta la comprensión del proceso histórico como conjunto” y cuya perspectiva se asienta en el principio universalista de la lucha de clases, no es óbice para la denuncia de la utilización mistificadora del episodio jacobino como elemento legitimador del chovinismo de gran-nación y para la defensa del derecho de autodeterminación de las naciones, también de las oprimidas por el Estado burgués francés.
[19]¿Qué hacer?; en LENIN: O. E., t. II, p. 36.
[20]. “(…) donde reside su potencia como ideología (…) en algo permanente como son unos graníticos cimientos incólumes e inamovibles en forma de principios revolucionarios y de clase claramente definidos. Y es en estos principios donde anida el valor universal del marxismo, el ámbito a través del cual conecta, desde la práctica revolucionaria del proletariado, con la secular tradición que ha mantenido vivo el ideal emancipatorio de la humanidad.” La nueva orientación en el camino de la Reconstitución del Partido Comunista. Balance y rectificación; en LA FORJA, nº 31, marzo de 2005, pp. 6 y 7.
[21]. “(…) en la Economía Política, el proletario, es decir, aquel que, desprovisto de capital y de rentas de la tierra, vive sólo de su trabajo, de un trabajo unilateral y abstracto, es considerado únicamente como obrero.” MARX, K. Manuscritos: economía y filosofía. Alianza. Madrid, 1999, p. 59.
[22]Nacionalismo y bolchevismo; en LA FORJA, nº 17, octubre de 1998, p. 15 (la negrita es nuestra –N. de la R.).
[23]Notas críticas sobre el problema nacional; en LENIN: O. E., t. V, p. 38 (la negrita es nuestra –N. de la R.).
[24]. Conviene insistir y recordar la crítica de Marx al igualitarismo formal-abstracto, propio del derecho (éste, por cierto, bandera de la revolución democrática) burgués (y donde encaja perfectamente, por ejemplo, el derecho de autodeterminación) y la superación del mismo que supone el igualitarismo material-concreto comunista: “A pesar de este progreso, este derecho igual sigue llevando implícita una limitación burguesa. (…) En el fondo es, por tanto, como todo derecho, el derecho de la desigualdad. El derecho sólo puede consistir, por naturaleza, en la aplicación de una medida igual; pero los individuos desiguales (y no serían distintos individuos si no fuesen desiguales) sólo pueden medirse por la misma medida siempre y cuando se les enfoque desde un punto de vista igual, siempre y cuando se les mire solamente en un aspecto determinado; por ejemplo, en el caso concreto, sólo en cuanto obreros, y no se vea en ellos ninguna otra cosa, es decir, se prescinda de todo lo demás. (…) A igual trabajo y, por consiguiente, a igual participación en el fondo social de consumo, unos obtienen de hecho más que otros, unos son más ricos que otros, etc. Para evitar todos estos inconvenientes, el derecho no tendría que ser igual, sino desigual.” Crítica del Programa de Gotha; en MARX, C.; ENGELS, F. Obras Escogidas. Ayuso. Madrid, 1975, tomo II, p. 16. Este esbozo crítico es una base ideal para desarrollar una crítica sistemática de la democracia burguesa y prevenirnos de sus efectos aturdidores, evitando identificar su igualdad formal, apoyada en las determinaciones sociales que constriñen los horizontes de la potencialidad humana, tales como la nación, con la verdadera igualdad de la humanidad emancipada; así evitaremos una excesiva preocupación por problemáticas ajenas a nuestra clase, como el “internacionalismo entre iguales”, ¡como si el encorsetamiento en los confines de la nación, por muy “igual” que ésta sea respecto a las demás, no fuera en sí mismo una maldición para el proletariado! Siempre, por supuesto, que veamos en él algo más que al obrero (entonces, como tal, los privilegios corporativos de pertenecer a tal o cual grupo nacional sí pueden ser una ventaja en la implacable y embrutecedora competencia por el salario).
[25]. “(…) el proletariado, no educado en la lucha por la democracia, es incapaz de realizar una revolución económica. (…) La solución marxista del problema democrático consiste en que el proletariado que desarrolla su lucha de clases, utilice todas las instituciones y aspiraciones democráticas en contra de la burguesía a fin de preparar el triunfo del proletariado sobre la burguesía y derrocarla.” La solución marxista del problema democrático (respuesta a P. Kievski); en LENIN, V.I. Una caricatura del marxismo. R. Torres. Barcelona, 1976, pp. 82 y 84 (la negrita es nuestra –N. de la R.). Como se ve, se trata de “educar” y “preparar”, de “utilizar” con la condición de que el proletariado esté desarrollando su lucha de clases independiente (es decir, no son subcategorías del mismo elemento, sino más bien elementos que operan “polarizadamente”, con cierta “exterioridad”, que presuponen el sujeto que opere el útil). Y estamos hablando de una formulación leniniana de hace un siglo. Hoy, a la luz de toda la experiencia posterior de la Revolución Proletaria Mundial, creemos que la LR ha conseguido integrar políticamente tanto el espíritu leninista de esta indicación como el “momento democrático” de forma más coherente y orgánica, como parte de la digestión histórica que da lugar al sujeto proletario. Así, por ejemplo, la posibilidad de un protagonismo destacable de la participación y utilización de las instituciones democráticas de la burguesía, vendría consignado, coherentemente, en el momento posterior a la reconstitución ideológica (en que la Línea General se ha establecido con todo detalle y coherencia y es el referente hegemónico de la vanguardia teórica, esto es, aparece como condición para la “utilización” de la democracia), cuando la vanguardia teórica busca la fusión con la vanguardia práctica para la reconstitución inminente del Partido Comunista (por tanto, tampoco es el final del proceso, ni un principio “absoluto” siempre presente, sino que sólo forma parte de la “educación” del proletariado y de la “preparación” del derrocamiento de la burguesía a través de la Guerra Popular). Para una mayor explicación en un plano más político: Respuesta a un camarada; en EL MARTINETE, nº 21, septiembre de 2008, pp. 48-51.
[26]. “Y para que realmente toda la clase, para que realmente las grandes masas de los trabajadores y oprimidos por el capital lleguen a adoptar esa posición, la propaganda y la agitación son insuficientes por sí solas. Para ello es imprescindible la propia experiencia política de las masas. (…) cuando se trata de poner en orden de batalla (…) a ejércitos de millones de hombres, de disponer todas las fuerzas de clase de una sociedad para la lucha final y decisiva, no se logrará nada sólo con los hábitos del propagandista, con la simple repetición de las verdades del comunismo ‘puro’”. La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo; en LENIN: O. E., t. XI, pp. 74 y 75. Pero Lenin, ahí mismo, se cuida de advertir la preeminencia y anterioridad del momento sustantivamente ideológico concerniente a la vanguardia, que no es, por tanto, resultado de una combinación previa de elementos: “La vanguardia proletaria ha sido conquistada ideológicamente. Esto es lo principal. Sin ello es imposible dar ni siquiera el primer paso hacia la victoria. (…) Mientras se trate (y en la medida en que se trata aún ahora) de ganar para la causa del comunismo a la vanguardia del proletariado, la propaganda debe ocupar el primer lugar”. Ibídem. Obsérvese como el Plan de Reconstitución recoge perfectamente el espíritu de los planteamientos leninianos.
[27]. Hay que subrayar que, efectivamente, el internacionalismo y el principio democrático de la autodeterminación de las naciones, no sólo son “externos” (la vanguardia proletaria desde que es tal ha trascendido, superado, la problemática nacional; no así las masas a las que debe llegar, de ahí que inexcusablemente deba defender su tratamiento democrático, como condición precisamente para la superación, no la realizacióntambién por estas masas del principio nacional –que en lo concreto esta realización pueda darse es fundamentalmente indiferente para la vanguardia, debido precisamente a su internacionalismo), sino que su relación sí es contradictoria: uno plantea la universalidad de las condiciones, intereses y problemas, así como el modo de afrontarlos, en que está envuelta la humanidad como conjunto, apuntando a su realización como tal conjunto concreto; mientras que el otro tiene como horizonte la realización y culminación política de lo que es particularidad, se dirige al apuntalamiento de lo diferencial de un grupo humano específico respecto a los demás.
[28]. Lenin reconocía este hecho, aun en medio de la lucha contra la errónea negación del derecho de autodeterminación por parte de la izquierda polaca: “No es una paradoja, sino un hecho, que el proletariado polaco, como tal, puede coadyuvar ahora a la causa del socialismo y la libertad, incluida también la polaca, sólo mediante la lucha conjunta con el proletariado de los países vecinos, contra los estrechos nacionalistas polacos. Es imposible negar el gran mérito histórico de los socialdemócratas polacos en la lucha contra estos últimos.” Balance de la discusión sobre la autodeterminación; en LENIN: O. E., t. VI, p. 49 (la negrita es nuestra –N. de la R.). Igualmente, Lenin pone otro aleccionador ejemplo: “Karl Rádek, un socialdemócrata polaco que ha contraído méritos singularmente grandes con su lucha enérgica en defensa del internacionalismo en la socialdemocracia alemana después de empezada la guerra, se levanta furioso contra la autodeterminación (…)”. Ibídem, p. 47. “Méritos internacionalistas” y oposición “furiosa” a la autodeterminación en la misma persona, según Lenin, y estamos seguros de que los camaradas no piensan que el revolucionario ruso era un “internacionalista” vulgar. En todo caso, cabe entresacar que el internacionalismo doctrinario, abstracto, es menos grave en la nación oprimida, pues al menos asegura, aun con las limitaciones que pueda conllevar, cierto trabajo de propaganda en pro de la libertad de unión, que es la función internacionalista esencial en ese tipo de territorios. Donde es absolutamente inadmisible es en la nación opresora, y, a pesar del celo anti-luxemburguista de los camaradas de BiR, aproximándose peligrosamente al nacionalismo, como hemos visto, no creemos que se le pueda reprochar tal doctrinarismo a los destacamentos “españoles” de la LR, como éstos demostraron fehacientemente ante el 9-N.
[29]. STALIN: Op. cit., pp. 95-96.
[30]. LENIN: Carta a Gorki (febrero de 1913); Cfr. EL MARTINETE, nº 27, abril de 2015, p. 16 (la negrita es nuestra –N. de la R.).
[31]. Hecho del que Lenin, el incansable batallador por la inclusión del derecho democrático de autodeterminación en el programa revolucionario, fue perfectamente consciente siempre: “(…) debilitar los vínculos y la alianza existentes hoy en día dentro de un mismo Estado entre el proletariado ucranio y el proletariado ruso sería una traición directa al socialismo y una política estúpida incluso desde el punto de vista de los ‘objetivos nacionales’ burgueses de los ucranios. (…) Si los proletarios rusos y ucranios van unidos, la libertad de Ucrania es posible; sin esa unidad no se puede hablar siquiera de tal libertad.” Notas críticas sobre el problema nacional; en LENIN: O. E., t. V, pp. 34 y 35. Este principio clave, condición de toda la acción, fue, por supuesto, recogido por los destacamentos de la LR en su posicionamiento ante el 9-N; ya que los camaradas han traído a colación al MAI, veamos a modo de ejemplo algunos pasajes de su posicionamiento: “(…) el proletariado, empezando por sus elementos más conscientes, debe encuadrarse inmediatamente en organizaciones internacionales de clase únicas. (…) Mientras la unidad del Estado español siga vigente, y con ella la alianza internacional de la burguesía sobre la que se sostiene, la obligación de los proletarios de avanzada es permanecer y perseverar en la unidad orgánica internacional para el impulso de las tareas de desarrollo revolucionario de nuestra clase.” Ante el 9-N en Cataluña. Un posicionamiento por la unidad internacionalista del proletariado; en EL MARTINENTE, nº 27, abril de 2015, pp. 18 y 29.
[32]Balance de la discusión sobre la autodeterminación; en LENIN: O. E., t. VI, p. 45. Ahí mismo, tras sentar con toda contundencia y exactitud que sin una propaganda a favor de la libertad de separación en el seno de la nación opresora no puede haber internacionalismo, Lenin habla más detenidamente de las tareas de los revolucionarios en el seno de la nación oprimida: “(…) el socialdemócrata de una nación pequeña debe tomar como centro de gravedad de sus campañas de agitación la primera palabra de nuestra fórmula general: ‘unión voluntaria’ de las naciones. Sin faltar a sus deberes de internacionalista, puede pronunciarse tanto a favor de la independencia política de su nación como a favor de su incorporación al Estado vecino X, Y, Z, etc. Pero deberá luchar en todos los casos contra la estrechez de criterio, el aislamiento, el particularismo de pequeña nación, por que se tenga en cuenta lo total y lo general, por la supeditación de los intereses de lo particular a los intereses de lo general.” Ibídem.
[33]. Aquí se pueden situar todos los matices que se deseen. Si, efectivamente, el contacto inmediato sensible con la realidad puede aportar una mayor e importante riqueza de detalles y matiz a su comprensión; al mismo tiempo, cabe que esa realidad, con todo su peso y potencia material, distorsione la percepción de la misma de quien está inmerso en ella, factor, desde luego, nada desdeñable para un materialista marxista que sabe que la percepción está mediatizada por la concepción del mundo, que antes del dato está la cosmovisión, y que determinadas hegemonías ideológico-políticas pueden empujar en una dirección específica al observador de la materia social si no tiene suficiente distancia –que no tiene por qué ser primera ni principalmente geográfica— respecto a ella. En todo caso, aquí nos estamos refiriendo a la cuestión de principio.
[34]. Véase, por ejemplo: La ignorancia es atrevida; en EL MARTINETE, nº 20, septiembre de 2007, p. 40; y Sobre el Ciclo revolucionario, el maoísmo y el internacionalismo; en EL MARTINETE, nº 25, diciembre de 2011, p. 41.
[35]. La expresión la usa Lenin para caracterizar el periodo de desarrollo político del proletariado revolucionario ruso que sigue al IV Congreso del POSDR (de Unificación), que había unificado formalmente a los diferentes fragmentos del socialismo en Rusia, bolcheviques y mencheviques, pero también a distintas agrupaciones proletarias nacionales. En la práctica, los distintos grupos siguieron actuando por su cuenta. Al final de este periodo, Lenin escribiría elocuentemente: “El que espere un simple restablecimiento de la ‘federación de peor tipo’, la de 1907 a 1911, se engaña a sí mismo y a los demás. Restablecer esa federación es cosa ya imposible. Ese engendro no resucitará ya. El Partido se ha distanciado de él para siempre. ¿En qué dirección? ¿Hacia la federación ‘austríaca’? ¿O bien hacia la renuncia completa a la federación, hacia la unidad de hecho? Nosotros optamos por lo segundo. Somos enemigos de ‘adaptar el socialismo al nacionalismo’.” LENIN: Los “problemas espinosos” de nuestro Partido. Los problemas “liquidacionista” y “nacional”. (1912); Cfr. LA FORJA, nº 17, octubre de 1998, p. 5. Stalin también es contundente respecto al principio federativo nacional en la organización revolucionaria: “Organizados sobre la base de la nacionalidad, los obreros se encierran en sus cascarones nacionales, separándose unos de otros con barreras en el terreno de la organización. No se subraya lo que es común a los obreros, sino lo que diferencia a unos de otros. Aquí, el obrero es, ante todo, miembro de su nación: judío, polaco, etc. No es de extrañar que el federalismo nacional en la organización inculque a los obreros el espíritu del aislamiento nacional. Por eso, el tipo nacional de organización es una escuela de estrechez nacional y de rutina. Tenemos, pues, ante nosotros, dos tipos de organización distintos por principio: el tipo de unión internacional y el del ‘deslindamiento’ de los obreros por nacionalidades.” STALIN: Op. cit., p. 96.
[36]. Hay que decir que esto no ha sido privativo de los camaradas de BiR y que algún otro destacamento de la vanguardia proletaria, aunque estrictamente no podamos considerarlo —ni ellos se consideren así— parte del Movimiento por la Reconstitución, ha actuado de forma semejante, como, por ejemplo, Kimetz, que, indudablemente influido por el posicionamiento de la LR el 9-N, tampoco ha podido evitar extralimitarse estableciendo doctrina a partir de una maniobra. No por casualidad se trata de otro destacamento de vanguardia radicado en una nación oprimida con un fuerte (aunque no tan masivo como el catalán en la actualidad) movimiento nacional. Al respecto, véase: Polemizando sobre la cuestión nacional; en ENBOR, nº 10, pp. 35 y 36. Aun con todo, hay que señalar que mientras la extralimitación de Kimetz los lleva hacia la izquierda, dadas las posiciones que ocupaba este destacamento anteriormente, la de nuestros camaradas apunta inquietantemente hacia la derecha por eso mismo, por su posición en el seno de la LR.
[37]. “La obra de Octubre nos ha legado un tesoro de experiencias revolucionarias. Pero también nos aporta un sinnúmero de elementos ideológicos y políticos, insertos en el discurso revolucionario, que más bien son hijos de la necesidad práctica del momento o del acuerdo coyuntural del marxismo y el proletariado revolucionario con otras fuerzas políticas y sociales ante determinadas circunstancias que, si bien fueron pasajeras, dejaron una huella permanente en el discurso marxista sin recibir la pertinente crítica depuradora una vez superadas esas coyunturas. El marxismo que nos lega Octubre, pues, está cargado de resonancias del pasado, de expedientes agregados por las dificultades de cada momento político, arrastra los sedimentos aluviales que han ido depositando las alianzas políticas, compromisos ideológicos y, no las menos veces, su deficitaria comprensión e inadecuada aplicación.” La nueva orientación en el camino de la Reconstitución del Partido Comunista. Balance y rectificación; en LA FORJA, nº 31, marzo de 2005, p. 6.
[38]. Ya no se trata sólo de la revisión unilateral del concepto proletario de internacionalismo, sino que, por ejemplo, cuando los camaradas deducen de la cita del posicionamiento del MAI que el internacionalismo de éste se basa en un esencialismo obrerista, algo necesariamente economicista, obvian el fragmento anterior de la frase. Veámoslo; dicen los camaradas del MAI: “En síntesis, esta dialéctica tiene en cuenta los dos aspectos del problema nacional desde el punto de vista de la revolución proletaria. Por un lado, el democrático (…) por otro, el revolucionario-socialista (el contenido esencial del proletariado como clase universal con intereses fundamentalmente idénticos en todo el mundo), expresado en la defensa de la unidad internacional de su lucha de clase.” (citado por BiR, p. 52). Desde aquí, los camaradas de BiR la emprenden briosos contra esa expresión, “espíritu universal de clase”, como fuente de todo tipo de espontaneísmo. Pero, como podemos ver, antes del paréntesis se habla, subrayado, del aspecto revolucionario-socialista. ¿Acaso la LR en general y el MAI en particular no se han desarrollado luchando precisamente contra quienes plantean el revolucionarismo esencial del obrero? ¿Acaso no han destacado por marcar la frontera, infranqueable espontáneamente, que separa las condiciones de existencia de los obreros de su conciencia revolucionaria? Evidentemente, en el caso concreto del 9-N, este “espíritu revolucionario-socialista” venía puesto no por otra cosa que por la vanguardia marxista-leninista, sus concepciones, su posicionamiento y su proceso de organización-articulación. Claro está, por otra parte, que hay una perfecta conexión lógica entre la liquidación de la sustantividad de la vanguardia en el esquema de los camaradas y su inadvertencia de que ésta era la única interpretación legítima de ese elemento por parte de la LR. Sólo cabe preguntar, ¿acaso es necesario adjuntar la Nueva Orientación antes de cada nuevo documento de la LR? Ello, desde luego, sin aclarar demasiado a los que quieran entender, generaría terribles problemas logísticos a nuestros sufridos propagandistas.
[39]Ante el 9-N en Cataluña. Un posicionamiento por la unidad internacionalista del proletariado; en EL MARTINETE, nº 27, abril de 2015, p. 24.
[40]. “No es marxista, ni siquiera demócrata, quien no acepta ni defiende la igualdad de derechos de las naciones y los idiomas, quien no lucha contra toda opresión y desigualdad nacional. Esto es indudable. Pero es igualmente indudable que el seudomarxista que pone de vuelta y media a los marxistas de otra nación, acusándolos de ‘asimilistas’, es de hecho un simple pequeño burgués nacionalista.” Notas críticas sobre el problema nacional; en LENIN: O. E., t. V, p. 32. )))....







Algunas cuestiones sobre el Movimiento por la Reconstitución

Entrevista a Línea Proletaria

Publicamos a continuación una entrevista propuesta por el blog El bloque del Este. La idea original consistía en su publicación en 2017. No obstante, tanto la prioridad de otras tareas, como nuestro empeño en que este trabajo no resultara simplemente en la repetición de posicionamientos que pueden encontrarse de forma más detallada en nuestras publicaciones, sino que redundara en esa tarea fundamental, que nos tomamos muy en serio, de formación de cuadros y propagandistas, han retrasado desafortunadamente su publicación hasta hoy. Nos disculpamos públicamente con el entrevistador y confiamos en que la vanguardia pueda encontrar utilidad en las páginas que siguen.
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1. ¿Qué es Línea Proletaria?

El comunismo está en una profunda crisis, algo que ningún comunista honesto puede cuestionar. Asumirlo es el primer paso para poder plantearse qué tareas atañen hoy en día a los comunistas. El Ciclo revolucionario abierto en el Octubre soviético agotó sus premisas históricas, lo que nos obliga a recolocarnos como comunistas a la altura de las circunstancias. Si la vanguardia no asume las consecuencias de nuestra historia, no habrá revolución proletaria posible en el futuro. Es por ello que la Línea de Reconstitución plantea como ineludible tarea actual de la vanguardia la reconstitución ideológica del comunismo —esto es, la resituación del marxismo como teoría hegemónica entre la vanguardia—, con el Balance del Ciclo de Octubre como medio fundamental para ello.

Así, Línea Proletaria es el órgano de expresión de quienes trabajamos por articular un movimiento revolucionario, que exprese la ideología revolucionaria del proletariado como clase independiente. Aquellos que se referencian en el comunismo y su historia revolucionaria han de plantearse seriamente si su objetivo es trabajar por la revolución o es, por el contrario, conseguir una u otra migaja de la burguesía, reforzando la general situación de desesperanza en la que se encuentra el proletariado mundial con relación a la posibilidad de un mundo distinto. Quienes tengan claro que lo únicamente revolucionario es lo primero, verán en Línea Proletaria un altavoz desde el que conocer y trabajar por la reconstitución del comunismo.

2. ¿Qué objetivo tiene Línea Proletaria?

Línea Proletaria expresa la aplicación del marxismo al marxismo mismo, siendo el medio para la socialización de los resultados del Balance del Ciclo de Octubre en el conjunto de la vanguardia, así como de otros contenidos y actuaciones propios de la fase actual de reconstitución ideológica. Una socialización que supone intrínsecamente el ejercicio de la lucha de dos líneas y la creación de vínculos políticos, ya que Línea Proletaria va agrupando a los sectores más avanzados en torno a esa construcción del referente de vanguardia marxista-leninista, correlato político de la reconstitución ideológica del comunismo como teoría de vanguardia.

Inspirados, además, en el espíritu de lo que para el bolchevismo supuso el llamamiento de Lenin para generar «un periódico para toda Rusia», que sirviera para imprimir un revolucionario objetivo y direccionalidad común a toda la vanguardia marxista rusa, que la ayudara a superar los “métodos artesanales” de los círculos locales, y a diferencia de las publicaciones periódicas del revisionismo —a medio camino entre el boletín sindical y la revista de tendencias—, Línea Proletaria quiere ser expresión y medio de enganche de la vanguardia a las tareas sustantivas que hoy le atañen. Aunque el comunismo esté en crisis, hemos de tener presente que disponemos de un legado histórico del que carecieron nuestros antecesores revolucionarios, toda una vasta experiencia de revoluciones, dictadura del proletariado y construcción del socialismo.

3. ¿Qué es la reconstitución del comunismo?

La reconstitución del comunismo no es otra cosa que volver a hacer del comunismo ese «movimiento real que anula y supera el estado de cosas», esto es, la condición de posibilidad para la transformación revolucionaria de la humanidad en el presente momento histórico. La reconstitución es necesaria por la sencilla razón de que el Ciclo de Octubre quedó agotado ideológica y políticamente junto con las premisas históricas que lo sustentaron. Es por ello que, para que el proletariado pueda volver a la ofensiva, iniciando un nuevo y superior ciclo revolucionario, el comunismo ha de reconstituirse ideológica y políticamente sobre la base de su experiencia revolucionaria acumulada, así como del estado de las ciencias en general, para ponerse a la altura del saber alcanzado por la humanidad en el momento histórico actual. Sin asumir esta tarea, el comunismo, hoy hegemonizado por el fruto podrido de todo ese agotamiento histórico que es el revisionismo fósil y absolutamente incapaz de nuestros días, seguirá en la franca retirada y descomposición en la que se ve inmerso desde hace ya demasiadas décadas.

El doble sentido (ideológico y político) en el que decimos que es necesaria la reconstitución no expresa sino la necesidad de, primero, atender las cuestiones que hoy atañen al comunismo como cosmovisión, como la concepción integral del mundo que es frente a la degradación analítica y fragmentaria a la que le somete el revisionismo. Esta tarea ideológica es inseparable de su dimensión práctica, que es el desarrollo de los vínculos político-organizativos entre la vanguardia, con la mira puesta en la construcción de un referente marxista-leninista. En segundo lugar, lograr su fusión con las amplias masas de la clase en forma de verdadero Partido Comunista, cristalización de la relación objetiva entre teoría de vanguardia y movimiento proletario, cuyos efectos sociales son ya revolución en marcha mediante la guerra popular.

4. ¿Cumple alguna labor el trabajo de reconstitución del comunismo con el movimiento comunista español actual?

Si la reconstitución ideológica que trabajamos por llevar a cabo apunta hacia lo universal, hacia la Línea General de la revolución en el presente momento histórico, ello es muestra de que el movimiento comunista en el Estado español, como materialización concreta del Movimiento Comunista Internacional, no puede ser ajeno a la situación por la que éste atraviesa a raíz del fin del Ciclo: hegemonizado por el revisionismo, en forma de organizaciones y corrientes incapaces de dar solución a los retos que la Revolución Proletaria Mundial (rpm) tiene por delante en el presente momento histórico. Ante ello, en lucha contra toda la podredumbre revisionista que mantiene al comunismo en el lodazal de un oportunismo cada vez más decadente, representado protagónicamente por la línea sindicalista-parlamentarista encabezada por el kke —y sus disputados adláteres patrios—, el Movimiento por la Reconstitución plantea la franca y decidida lucha de dos líneas para resituar al marxismo-leninismo en su posición de vanguardia, y para acabar políticamente con todos esos agentes de la burguesía venidos a menos que continúan vehiculando la fe de sus decrecientes masas en la reforma del Estado burgués.

5. ¿Cómo influye esta reconstitución a la reconstrucción de un partido comunista de nuevo tipo?

Frente a quienes plantean una “reconstrucción” del Partido Comunista que se materializa en los tan conocidos como fracasados llamamientos a una unidad organicista, sin principios definidos, entre sectores de vanguardia, la Línea de Reconstitución siempre ha postulado la necesidad de reconstituir el Partido Comunista, de volver a fusionar la teoría revolucionaria con el movimiento obrero como contenido mismo de la revolución actuante. Lejos de ser enfoques o matices de algún modo complementarios, lo que aquí se dilucida es el recorrido de dos concepciones antagónicas en lo que tiene que ver con la naturaleza del Partido Comunista. Nosotros somos conscientes de que sólo desde la reconstitución ideológica y la lucha de dos líneas en torno al Balance, como motor que es del desarrollo ideológico de la vanguardia, podrá no sólo proclamarse sino conquistarse realmente una unidad verdaderamente revolucionaria, erigida sobre una base ideológica que, entonces sí, permitirá acometer la fusión con las masas de la clase, generando ese sistema de relaciones que llamamos Partido Comunista. Para ello, lo primero es reconocer que no existe hoy tal Partido Comunista en el Estado español, pues lo que tenemos es un cúmulo de organizaciones que agrupan a sectores de la vanguardia sin apenas relación con las grandes masas de la clase y apegados a postulados caducos que liquidan toda posibilidad revolucionaria.

6. ¿Qué partidos comunistas han sido los motivadores de esta línea política?

La Línea de Reconstitución se inspira, como no podría ser de otra forma para un comunista, en las experiencias revolucionarias que colocaron al proletariado a la vanguardia de la humanidad. No se trata, sin embargo, de pretender repetir un esquema petrificado de un episodio concreto, sino de extraer las lecciones legadas, el espíritu ideológico que guio su letra práctica, para aplicarlas en el presente. Los hitos del proletariado revolucionario durante el Ciclo de Octubre, que no incluyen solamente las grandes victorias para la revolución, sino también las derrotas que fueron expresando el progresivo desgaste de las premisas del Ciclo, pues no cabe, como hace el revisionismo, comprender las unas sin las otras, ya que son todas expresión de un mismo proceso de Revolución Proletaria Mundial.

7. Existe un Comité por la Reconstitución, ¿qué función tiene?

A día de hoy, el Comité por la Reconstitución es la manifestación pública y organismo editor de Línea Proletaria. Es el fruto de la unidad conquistada, a través de la lucha de dos líneas, por los distintos destacamentos de vanguardia que hasta hace no mucho constituían la fragmentada materialización política de la Línea de Reconstitución.

8. ¿Qué opinión tenéis acerca del sindicalismo en España?

En primer lugar, huelga decir que un comunista siempre entenderá como legítimas las diversas expresiones de resistencia por parte de aquellas masas sin otra referencia aspiracional que la de su adaptación a un indiscutido medio. Sin embargo, conviene tener presente, desde una perspectiva más profunda y menos inmediata, que el sindicalismo transitó ya su etapa históricamente progresista al contribuir a la conformación del proletariado como clase económica, sentando las bases objetivas de su maduración como clase política. Con el imperialismo, como bien desarrolló Lenin, el sindicalismo pierde esa inocencia histórica y pasa a ser una correa de transmisión de la burguesía en el movimiento obrero. El proletariado ya ha desarrollado su forma superior de organización, el Partido Comunista, y las formas propias de su etapa de conformación como clase en sí, como es la sindical, no hacen hoy sino reproducirlo como capital variable, en franca complicidad con la reforma del Estado burgués, con la reproducción de las relaciones capitalistas, y al servicio de uno de los principales subproductos de la fase imperialista del capitalismo, la aristocracia obrera, segmento aburguesado de la clase proletaria que, beneficiándose de la división internacional del trabajo, hace uso de esas viejas formas que son el sindicato y el partido obrero liberal (socialdemócrata) para obtener su cuota de representatividad en la concertación interburguesa.

9. ¿Y sobre el feminismo?

En relación con la pregunta anterior, debemos rechazar toda vía de corporativización que ate a las masas a esa fe en la reforma del Estado burgués, como ha hecho de forma crecientemente explícita el movimiento femenino burgués —o feminismo. El feminismo, que plantea un conflicto entre sexos como vía para la redistribución de cuotas de participación y poder en los ámbitos público y privado de las relaciones capitalistas, no pone en cuestión las bases fundamentales de la sociedad de clases —en cuyo seno se encuentra el origen y sustento de toda opresión hacia la mujer—, lo que le ha llevado siempre a oponerse, en esta fase imperialista de revolución o barbarie, a las experiencias revolucionarias del proletariado.

El comunismo considera la emancipación de la mujer como parte del contenido intrínseco necesario de la revolución proletaria, como obra de autoemancipación de los oprimidos. Para la Línea de Reconstitución, por tanto, sólo mediante la Revolución Proletaria se puede llegar a la raíz del problema: la familia, la propiedad privada y la división social del trabajo, fundamento de toda sociedad dividida en opresores y oprimidos.

10. ¿La situación que se está dando en Catalunya se podría calificar de lucha por la liberación nacional?

La existencia de un fuerte movimiento nacional en Cataluña es innegable, y sus masas demostraron en la calle su voluntad de que se ejerciera con efecto ejecutivo su derecho de autodeterminación, infligiendo una derrota política al Estado español cuando el 1 de octubre de 2017 demostraron ser capaces de organizarse con la intención de ejercitar ese derecho. Sin embargo, este aspecto insurreccional, de masas y ejecutivo, con la valiosa carga de experiencia política en lo que al ejercicio del mandato democrático y el desprecio por la legalidad burguesa se refiere, se ha demostrado incapaz de imponerse al otro aspecto, también burgués, que es el de la representatividad parlamentaria, pues aquél está, igual que éste, anclado al comportamiento de una clase que ya ha perdido todo vigor revolucionario, una vez consumado y decadente su proyecto histórico. Demostrando no sólo el cretinismo del nacionalismo vestido de rojo, pequeña burguesía que ofrenda a su burguesía nacional una impagable labor de contención de masas, sino también la propia inevitabilidad de tal decurso, toda vez que se trataba de una lógica insurreccional sin actor revolucionario sobre el terreno que pudiera vehicularla de otro modo, ante lo cual solo queda acabar, politiqueo y ajustes de cuentas burgueses mediante, reforzando la reproducción reformada del Estado burgués.

11. ¿Cómo veis las elecciones generales y autonómicas en España?

Las elecciones no expresan más que una redistribución de las cuotas de poder político de las distintas fracciones burguesas en su arena parlamentaria, y el único interés que reviste actualmente para la vanguardia es en tal calidad de expresión del estado de los vínculos entre el Estado burgués y las masas. Todo llamamiento actual a la participación del proletariado en el circo electoral expresa la necesidad que tienen los aspirantes a representantes de la aristocracia obrera y pequeña burguesía de hacerse con los votos proletarios para continuar ejercitando su cretinismo —a su pesar, cada vez más extraparlamentario. Y es que todo el revisionismo está o estaría encantado de poder movilizar todos esos votos que suelen engrosar los porcentajes de abstención para poder demostrar que otra forma de gestión del capitalismo, de la explotación del proletariado, es posible, y así reforzar aún más su papel de liquidadores de toda posibilidad de maduración revolucionaria de la consciencia de los proletarios.

Frente a ello, la Línea de Reconstitución tiene claro que pretender acumular masas mediante el parlamentarismo, es decir, mediante la propaganda y no mediante el Programa y el Nuevo Poder, no supone más que el refuerzo, con pátina comunista, de una de las expresiones más nítidas y transparentes de la dialéctica masas–Estado, la de la representatividad política, engarce en periódico y democrático reajuste de las demandas espontáneas de todos los sectores sociales en el seno de los mecanismos de corporativización del Estado burgués. En modo alguno cabe, por tanto, la concurrencia parlamentaria una vez culminada la reconstitución política, ya que el único medio revolucionario de incorporación de las masas a la revolución es mediante la generación, aplicación y experiencia de su propio poder —de su propia dictadura—, esto es, mediante la Guerra Popular que se inicia una vez reconstituido el Partido Comunista. Es en la etapa prepartidaria, de reconstitución política en curso, cuando la vanguardia puede plantearse servirse de medios parlamentarios e institucionales en general, únicamente como medio de propaganda entre los sectores avanzados, es decir, como medio de acumulación de fuerzas de vanguardia; y teniendo, además, presente que esa vía legal y pacífica no será en modo alguno el instrumento principal de despliegue de su línea de masas, ni tampoco aplicable en cualquier coyuntura ni para ningún fin distinto del Plan de Reconstitución.

Así pues, encontrándonos hoy en una fase todavía inicial de dicho plan, la de la reconstitución ideológica, y por tanto estando sin resolver entre la vanguardia teórica cuestiones fundamentales que habrán de dar sustento al agrupamiento de la misma en torno a su referente marxista-leninista, como la Línea General y Política de la revolución, la única actitud para con las elecciones burguesas consecuente en este momento, lejos de la timorata y estéril “abstención activa”, es el llamamiento al boicot, como expresión de rechazo a las ataduras que el cretinismo trata de imponer al proletariado, como medio de ir educando a las masas de la clase en el desprecio a los instrumentos legales de la burguesía y en la necesidad de la violencia revolucionaria, y como llamamiento a que la vanguardia se ocupe de las tareas necesarias en el presente momento.

12. Este año [2017] es el año del centenario de la revolución de Octubre de 1917, ¿cómo veis vosotros este centenario?

El mejor homenaje al que nos convocó este centenario fue el desarrollo y profundización en el Balance del Ciclo abierto con aquella revolución, de lo que da muestra el número 2 de Línea Proletaria, el cual es un buen ejemplo de cómo, mediante la aplicación del marxismo al marxismo, podemos desarrollarlo y volver a situarlo en su posición de referente ideológico y político. Nada que ver, pues, con las vacuas y folclóricas menciones del revisionismo, henchidas tanto de dogmatismo como de superficialidad.

La revolución de Octubre supone la primera experiencia de dictadura del proletariado —con la gloriosa pero efímera salvedad de la Comuna parisina—, fuente de fundamental aprendizaje para nuestra clase que no hubiera sido posible si el bolchevismo no se hubiera impuesto a todos aquellos que apostaban por mantener al proletariado dependiente de la iniciativa de otras clases, temerosos de que se atreviese a aplicar por las armas su propia voluntad de ser una clase revolucionaria. Octubre demostró que el proletariado necesita dotarse de su forma superior de organización, el Partido Comunista; demostró, igualmente, que el proletariado, como ya avistara Marx tras la experiencia comunera, lejos de tomar intacta la maquinaria estatal burguesa, ha de construir su Nuevo Poder desde la destrucción de su antagónico burgués. Asimismo, el Balance nos permite comprender hasta qué punto el Ciclo abierto en el 17 se enmarca en un entrelazamiento histórico de las revoluciones burguesa y proletaria, lo que necesariamente dejaría su impronta en el contenido del Programa revolucionario del proletariado, así como el límite que, en tanto que negación de lo históricamente aportado por la burguesía, le imponía el no tener otra referencia que la misma obra burguesa.

Había que tomar las armas, en definitiva, y haciéndolo no solo se realizó la mayor transformación revolucionaria que la humanidad hubiera visto, sino que con ella se abrió todo un Ciclo revolucionario que puso patas arriba el mundo, demostrando que el comunismo, lejos de ser una mera interpretación analítica del mundo, es principalmente el medio para transformarlo y construir sobre él una nueva humanidad emancipada.

13. También se celebran 50 años de la Gran Revolución Cultural Proletaria (GRCP), ¿por qué reivindicáis esta revolución socialista? ¿Qué es lo que ha aportado esta revolución al movimiento comunista internacional?

La revolución proletaria no puede comprenderse hoy sin los elementos que la experiencia revolucionaria del proletariado chino aportó al acervo histórico del sujeto revolucionario. A la guerra popular como línea militar proletaria frente al viejo golpe insurreccional, a la lucha de dos líneas como el desenvolvimiento de la lucha de clases en la teoría, como la crítica revolucionaria al revisionismo en el plano ideológico, se une la revolución cultural como forma de ampliar y desarrollar la dictadura omnímoda del proletariado en todas las relaciones sociales, combatiendo al nuevo revisionismo engendrado por la propia revolución en marcha y asentado en los aparatos del Estado y del Partido.

Frente a la vieja teoría de las fuerzas productivas, que supeditaba el factor subjetivo y la transformación de todas las relaciones sociales al objetivismo del desarrollo económico, la Gran Revolución Cultural Proletaria es la demostración de que la lucha de clases continúa durante el socialismo, de que ese factor subjetivo, la consciencia revolucionaria, es el factor principal en el socialismo, tránsito de transformación radical de la sociedad del capitalismo hacia el comunismo. Esto, que ha de ser hoy un axioma de la revolución para todo marxista-leninista, es algo que los revolucionarios chinos aprendieron mediante el análisis crítico de la experiencia de sus camaradas soviéticos y mediante su propia experiencia, especialmente tras el Gran Salto Adelante, lo que ejemplifica y refuerza la importancia del balance de la experiencia universal del proletariado revolucionario para el desarrollo del movimiento revolucionario. Un aprendizaje que no pudo sino acontecer en un marco de limitaciones paradigmáticas, que dotaron del necesario carácter contradictorio a la expresión teórico-práctica de dicha lección, inserta aún en una dominante dialéctica masas–Estado que dificultó y terminó ahogando los destellos de lo nuevo, de esa dialéctica vanguardia–Partido que prefiguraba el modo de continuar desarrollando revolución desde las más altas cotas del Ciclo.

Estos conceptos, que nos parecen fundamentales, emergen precisamente desde el estudio, con perspectiva de Balance, de la experiencia de la GRCP y, con razón, la señalan como el punto más elevado que alcanzó el proletariado revolucionario durante el Ciclo de Octubre en su empeño por la construir el nuevo mundo. Para profundizar en estas cuestiones, recomendamos al interesado el artículo central del número 0 de Línea Proletaria. Éste es un trabajo que, con toda humildad y hasta donde tenemos conocimiento, creemos que extrae lecciones de la experiencia de la GRCP de cuya profundidad e implicaciones incluso los mejores maoístas no han acabado de percatarse.

14. Sobre el internacionalismo, ¿consideráis que en la actualidad existen países socialistas o no?

No, consideramos que no hay países que puedan considerarse socialistas, en la medida en que aquellos que se reivindican como tal no son, como tozudamente se encarga de demostrar la práctica, bases de apoyo de Revolución Proletaria Mundial alguna, sino más bien bases de apoyo de uno u otro bloque imperialista en pugna, gobernadas por burguesías burocráticas erigidas al compás de la hegemonía revisionista en el seno del Movimiento Comunista Internacional.

En la actualidad vivimos en un momento de interregno entre dos ciclos de la Revolución Proletaria Mundial, lo cual significa no sólo el fracaso episódico de uno u otro proceso revolucionario concreto, sino la pérdida de la fundamental referencia internacional que hacía a todos esos procesos concretos parte conjunta de esa misma revolución mundial. Si en lo ideológico esa referencia internacional se expresa como Línea General de la revolución, en lo político lo hace como Internacional Comunista, y el sintético ejemplo histórico de ello lo tenemos en las 21 condiciones de la Comintern, dando carta de naturaleza mundial a la brecha abierta en el Octubre soviético, en torno a la cual se constituyeron los partidos comunistas.

Este momento histórico de interregno implica, pues, la ausencia de tales elementos: no puede haber Línea General sin reconstitución ideológica del comunismo, que dotará al proletariado mundial de una teoría de vanguardia universal a aplicar mediante el análisis concreto de cada ámbito de actuación, en forma de Línea Política; asimismo, no puede haber Internacional sin reconstitución política del comunismo, sin Partido Comunista desarrollando revolución y sintetizando dicha Línea General para el impulso de más bases de apoyo de la rpm.

Hemos de tener claro que esta obra es responsabilidad del proletariado revolucionario, por lo que no cabe esperar que sea el revisionismo hoy hegemónico quien reconstituya la Internacional, los herederos de la disolución de la Comintern, de la restauración capitalista en la urss y en la rpc, de la liquidación, en definitiva, de la revolución proletaria.

15. ¿Qué opináis de la insurgencia naxalita en la India? ¿Cumple el pci (maoísta) un papel de vanguardia proletaria? ¿Y sobre el Partido Comunista de Filipinas?

La Línea de Reconstitución ha expresado en diversas ocasiones su inequívoca solidaridad y admiración por la lucha de los revolucionarios en India, y su compromiso por contribuir, también mediante la crítica revolucionaria en el actual momento, a que su desarrollo transcurra por las vías más fructíferas para la revolución mundial, frente a aquellos que establecen una solidaridad basada en el seguidismo o, peor aún, en el refuerzo de las tendencias liquidacionistas que se abrieron decidido paso en el maoísmo internacional a raíz de la claudicación en la guerra popular de Nepal.

No podemos obviar que esa necesidad de reconstitución ideológica también incluye a la corriente más avanzada dentro del Ciclo de Octubre, al maoísmo, el cual, en sus momentos de mayor auge, no supo impulsar una plataforma revolucionaria que apuntara hacia una nueva Internacional sobre las bases de apoyo de los procesos armados de masas que tenían ya lugar en zonas como India y Filipinas, donde el maoísmo ha podido cabalgar rebeliones campesinas en curso. La bancarrota del Movimiento Revolucionario Internacional (mri) demostró la parálisis de la izquierda maoísta, que no fue capaz de formar un frente antirrevisionista para la lucha de dos líneas con el oportunismo que se abría paso en el seno del propio mri, crecido con el desastre nepalí. Si la Línea de Reconstitución se toma muy en serio, como demuestran sus trabajos al respecto, el ejemplo de Nepal, es porque esta experiencia pone al descubierto elementos que han de ser sometidos a análisis crítico en este periodo de reconstitución ideológica que atravesamos, y que afectan directamente al campo maoísta.

Hemos podido comprobar en los últimos años, con la excepción de la Línea de Reconstitución y algunos destacamentos de la izquierda maoísta, cómo la solidaridad con los camaradas indios está hegemonizada por ese oportunismo derechista y centrista que saludó la liquidación prachandista, algo que amenaza con reforzar las tendencias más a la derecha en el seno del pci(maoísta). Si en el caso indio esto es una razonable preocupación, dado el estado general del mci, en el caso filipino se justifica con creciente claridad, pues el itinerario seguido por el pkp de Sison apunta peligrosamente a un manejo de la capacidad de movilización de masas (incluyendo la movilización armada) en tanto que arma de negociación sobre la mesa de sus conversaciones con el Estado, lo cual, más que de guerra popular, apunta a una línea militar propia del guerrillero reformismo armado.

Con todo, pese a que consideramos que la clausura del Ciclo de Octubre, en tanto desgaste de un paradigma histórico que vertebró todo su desarrollo, es un desafío que afecta y atañe a todas las tradiciones o tendencias históricas del movimiento comunista, ello no supone que no se deba tener en cuenta cada contexto a la hora de afrontarlo. La necesidad del Balance del Ciclo de Octubre no es incompatible con los diversos escenarios concretos que hoy existen en el mci, y la situación en estos países, en los que los revolucionarios maoístas han conseguido mantener meritoriamente en pie un movimiento de masas armadas bajo la hoz y el martillo, presenta un escenario de gran valor para ese desafío general que afronta hoy el comunismo. Nuestro llamamiento es a que estos partidos, que son el resultado de una ligazón entre vanguardia y masas como no se da en ningún otro lugar, aprovechen su capacidad para impulsar a la vanguardia en esa dirección, tanto de cara al interior, reforzando el proceso revolucionario del que son protagonistas, como de cara al resto del mci.

16. Volviendo al tema de la peculiar grcp, ¿qué objetivos creéis que tenía esta revolución socialista en China y a nivel internacional con los pueblos oprimidos?

Es sabido el protagonismo que Lenin presagió al papel de los pueblos asiáticos en el siglo xx, ese viento del Este que iría desplazando el centro de gravedad de la Revolución Proletaria Mundial. Y es que el entrelazamiento de las revoluciones burguesa y proletaria, característica que marca todo el Ciclo, se mostró de forma marcada en estos países, dado el grado de arraigo y pervivencia de unas condiciones semifeudales y semicoloniales que colocaron a los comunistas chinos en la tesitura de poner a prueba su creatividad estratégica.

Extrayendo todo el jugo posible de la experiencia soviética, y muchas veces a pesar de las propias directrices de la Internacional, muy marcadas por las condiciones y perspectivas de la revolución en Europa, los revolucionarios chinos, a través de la revolución de Nueva Democracia, ligarán las tareas históricas pendientes de contenido burgués con la propia revolución proletaria, con la construcción del socialismo. Asimismo, sabrán transformar la revuelta campesina, así como la tentación insurreccional del joven proletariado chino, en guerra popular, desarrollando la línea militar del proletariado revolucionario.

De este modo, vemos cómo la línea leninista desarrollada en la urss en base a la alianza del proletariado revolucionario y el campesinado, se ve ampliada, como anunciaba el propio Lenin y profundiza Mao, con la alianza internacional del proletariado revolucionario y los pueblos oprimidos, donde se dan las condiciones análogas al escenario chino, en las que el proletariado revolucionario ha de ligar a la construcción del socialismo los elementos en marcha de la revolución nacional antimperialista y la guerra campesina.

Naturalmente, como extremo contrario al doctrinarismo que, ciñéndose a la letra —que no al espíritu— clasista, permanecía ciego a estos elementos de entrelazamiento que el proletariado debía integrar de una manera revolucionaria en su obra, se generó también la otra cara de la moneda, exacerbando esas contradicciones a integrar y superar y reafirmándolas positivamente como tercermundista condición misma de la revolución, caso de la teoría de los tres mundos, la imposibilidad de la guerra popular en los países imperialistas, etc.

17. ¿En esta revolución se dieron a conocer los errores de Mao Zedong y del PCCh durante la revolución china con sus respectivas autocríticas?

No es hasta que se realiza un balance crítico de toda experiencia que la vanguardia puede extraer sus limitaciones y enseñanzas; es por ello que, consideramos, no es de recibo atribuir las limitaciones de tal o cual proceso a meros errores particulares, a fallos en el pensamiento de una o varias personas. Dicho simplemente: ni el destino de la experiencia soviética se debe a “errores” de Lenin o Stalin, ni el de la china a “errores” de Mao. La cuestión, por tanto, es más compleja, y esos caminos fáciles terminan conduciendo a la sustitución de la crítica por la demagogia.

Tenemos el ejemplo de los revolucionarios peruanos, que serán quienes, aun dentro del Ciclo de Octubre y como punto final del recorrido de aquel viento del Este, lleven a su máxima expresión los elementos aportados por toda la experiencia revolucionaria china. Aquello que, como la guerra campesina, los revolucionarios chinos tuvieron que cabalgar, como modo de integrar en el plan revolucionario aquello que ya aparece dado en la realidad social —y que contribuyó a generar en ellos una sobrevaloración del elemento espontáneo, una confianza en el permanente o latente estado de rebeldía en las masas—, fue creado por los revolucionarios peruanos desde su actuar consciente, esto es, desde su anticipación planificada, forma en la que se expresa históricamente el aprendizaje e interiorización de las leyes de la revolución. De este modo, no sólo las masas campesinas en armas, sino también los propios instrumentos de la revolución —Ejército, Partido y Nuevo Poder— son generados desde la ideología, ampliando con ello la importancia del factor subjetivo en la obra revolucionaria. Cuestiones como ésta pueden estudiarse en toda su perspectiva en el antedicho artículo central del número 0 de Línea Proletaria.

18. Habéis publicado un artículo sobre Irlanda, a nivel personal me interesa mucho la cuestión de irlandesa, ¿por qué se publicó ese artículo y de qué trata?

El análisis de la cuestión nacional, en general, se enmarca en el contexto de reconstitución ideológica en el que estamos. Si uno de los elementos principales que vamos extrayendo de ese ejercicio de Balance tiene que ver con el entrelazamiento histórico de las revoluciones burguesa y proletaria, este texto es muestra particular de cómo ello despliega sus consecuencias en diversos y relacionados aspectos del movimiento comunista, siendo en este caso la cuestión nacional y la línea militar proletaria.

En numerosas y señaladas ocasiones a lo largo de la historia, la cuestión nacional, y como concreción de ella el caso irlandés, ha sido una cuestión que ha permitido marcar la línea divisoria entre revolución y oportunismo en el seno del movimiento obrero y comunista. Ocurrió en tiempos de Marx, cuando señalaba la necesidad de que el movimiento obrero británico adquiriera consciencia de la opresión nacional que el imperialismo inglés ejercía sobre Irlanda, así como en las polémicas de Lenin, cuando la firme defensa del derecho de autodeterminación se elevó como imperativo de un consecuente internacionalismo, frente al aburguesamiento del movimiento obrero nacional, que primaba la complicidad imperialista con su burguesía frente a sus lazos de clase con el proletariado mundial.

19. ¿Existen colectivos o partidos que luchan por la reconstitución del comunismo?

¡El Movimiento por la Reconstitución, naturalmente! La reconstitución del comunismo no es —mal que les pese a algunos— un eslogan, una idea abstracta o un ropaje fresco con el que revestir las viejas miserias, sino que consiste en un plan de actuación que siente y permita desarrollar los factores ideológico, político y organizativo mediante los que tal proceso ha de materializarse. Por ello, animamos a todo aquel comunista preocupado por la reconstitución del comunismo como referente revolucionario a permanecer atentos a los desarrollos, en todos los planos, del Movimiento por la Reconstitución y a no cejar en los esfuerzos por la aprehensión crítica de la cosmovisión revolucionaria del proletariado.

20. ¿Qué es el Partido Comunista Revolucionario? ¿Es el partido de Bob Avakian?

Son dos organizaciones distintas. El Partido Comunista Revolucionario de Estados Unidos fue, décadas atrás, un destacamento a la vanguardia del Movimiento Comunista Internacional, promoviendo la lucha ideológica mediante un esfuerzo crítico al que merece prestar debida atención (véase, a modo de ejemplo, el documento de su autoría digitalizado por ediciones Línea Proletaria en 2016). Sin embargo, a día de hoy, es un ejemplo de la bancarrota de un maoísmo que, incapaz de sostenerse sobre los pilares del marxismo-leninismo para afrontar sus cuentas históricas (como el balance de la grcp), recurre a la exacerbación de los peores y más caros rasgos que allanaron el triunfo del revisionismo, como ese cientifismo de retórica mesiánica y personalísimo culto que exhala de forma cada vez más grotesca.

Por su parte, el Partido Comunista Revolucionario del Estado español nace a principios de los 90 del siglo pasado, en un momento en que, con el derrumbe del bloque socialimperialista soviético, la crisis mundial del comunismo adquiere todavía mayor envergadura. En ese contexto, los camaradas del pcr se dotan del Plan para la Reconstitución del Partido Comunista, a partir del cual inician una andadura que supone la creación y desarrollo de lo que se conoce como Línea de Reconstitución, con dos hitos fundamentales: de una concreción y desarrollo del Plan en forma de Tesis de Reconstitución del Partido Comunista, en 1996, a un balance autocrítico de dicha experiencia práctica, La nueva orientación en el camino de la Reconstitución del pc, publicado en 2005, sin los cuales no puede entenderse el rumbo, avance y crecimiento de la Línea de Reconstitución desde entonces, siendo una tradición viva e ininterrumpida en la que el Movimiento por la Reconstitución se inscribe orgullosamente.

Comité por la Reconstitución
Octubre de 2019 ))....




La nueva orientación en el camino de la Reconstitución del Partido Comunista

I. Balance y rectificación

El presente documento es el resultado de un periodo de reflexión y valoración global de la experiencia en la aplicación, el desarrollo y la difusión de nuestro proyecto de Reconstitución del Partido Comunista a lo largo de una década (1994-2003).

Una autocrítica

En el balance de nuestra trayectoria, nos hemos dirigido a la revisión de algunos de los ejes en torno a los que giraba el Plan de Reconstitución, principalmente el relacionado con el carácter y definición de las premisas ideológicas desde las que partimos, y el que se refiere a la naturaleza de nuestra organización como destacamento de vanguardia, en sí mismo y en el contexto general del movimiento de vanguardia actual. De esta revisión y sus consecuencias ha resultado la necesidad de iniciar un movimiento de rectificación en nuestro estilo de trabajo y en nuestra línea táctica, en el sentido de adecuar mucho más el objetivo de la Reconstitución del Partido Comunista a las reales circunstancias hoy predominantes en el movimiento comunista, en el movimiento obrero y dado el presente estado de la lucha de clases proletaria.

En cuanto al basamento ideológico, hemos llegado a la conclusión de que fundamentarlo exclusivamente en el estudio de las fuentes clásicas del marxismo-leninismo, agregándole un balance de la experiencia histórica de construcción del socialismo (entendiendo balance casi exclusivamente como depuración de errores tácticos e, incluso, estratégicos, pero sobre todo de errores de orden político), resultará del todo insuficiente desde la perspectiva de la asunción de la ideología del proletariado como punto de partida de todo proyecto revolucionario. En primer lugar, porque nuestro análisis de la Revolución de Octubre –hasta el punto en que lo hemos realizado- nos ha conducido a adoptar una posición crítica respecto de lo que denominamos Ciclo de Octubre, en lo que se refiere a muchas de sus construcciones teóricas factuales (y también a bastantes de sus construcciones políticas), desde el punto de vista de su validez universal y actual. La obra de Octubre nos ha legado un tesoro de experiencias revolucionarias. Pero también nos aporta un sinnúmero de elementos ideológicos y políticos, insertos en el discurso revolucionario, que más bien son hijos de la necesidad práctica del momento o del acuerdo coyuntural del marxismo y el proletariado revolucionario con otras fuerzas políticas o sociales ante determinadas circunstancias que, si bien fueron pasajeras, dejaron una huella permanente en el discurso marxista sin recibir la pertinente crítica depuradora una vez superadas esas coyunturas. El marxismo que nos lega Octubre, pues, está cargado de resonancias del pasado, de expedientes agregados por las dificultades de cada momento político, arrastra los sedimentos aluviales que han ido depositando alianzas políticas, compromisos ideológicos y, no las menos veces, su deficitaria comprensión e inadecuada aplicación. No todo lo que ha pasado tradicionalmente por marxismo o por leninismo era realmente marxismo o marxismo-leninismo.

Es cierto que, como todo fenómeno social, el marxismo como formación ideológica es un producto histórico, está determinado por su tiempo y por las circunstancias que rodean a la época en que surge y se desenvuelve (sobre todo por el grado de desarrollo del proletariado y de su lucha de clase). En este sentido, no puede hablarse de compendio de verdades absolutas, ni de ideas eternas habitantes ex tempore de supralunares mundos platónicos siempre dispuestas a encarnarse terrenalmente en cualquier momento. Pero si el marxismo no es un idealismo –aunque a esto lo hayan reducido los dogmáticos de todo tipo–, tampoco puede asociársele con el relativismo social. Ciertamente, el marxismo es hijo de una época, la del capitalismo, y en este sentido es contingente e, incluso, convencional; pero que deba o pueda adaptarse a las exigencias del cambio social no significa que sea en esta cualidad donde reside su potencia como ideología, sino en algo permanente como son unos graníticos cimientos incólumes e inamovibles en forma de principios revolucionarios y de clase claramente definidos. Y es en estos principios donde anida el valor universal del marxismo, el ámbito a través del cual conecta, desde la práctica revolucionaria del proletariado, con la secular tradición que ha mantenido vivo el ideal emancipatorio de la humanidad. Forzar el fino hilo que señala la línea de equilibrio en la coherencia interna del discurso marxista (por ejemplo, entre sus monolíticos principios y la flexibilidad de sus tesis políticas) significa desvirtuarlo. Y no pocas veces ocurrió esto durante el Ciclo de Octubre, pasando a formar parte de su actual herencia todo un conglomerado de desviaciones teóricas e interpretaciones unilaterales ajenas al criterio del verdadero espíritu marxista. Por ejemplo, nadie puede negar la importancia que tiene para el marxismo la relación entre la clase obrera, entendida como movimiento de masas, y la conciencia de clase. No podemos negar la importancia del movimiento espontáneo de la clase, de su lucha de resistencia contra el capital porque, entonces, negaríamos la base materialista del marxismo como teoría; pero, si exageramos este aspecto hasta caer en el obrerismo (practicismo, sindicalismo y, en un plano más filosófico, empirismo), negamos el papel de la conciencia y, en consecuencia, dinamitaremos la base dialéctica del marxismo.

Ambas desviaciones se dieron durante el pasado ciclo revolucionario –e, incluso, lo dominaron–, sobre todo la segunda. Lo que, en definitiva, demuestra la experiencia de Octubre es que, desde el punto de vista de su desarrollo como ideología guía de la lucha de clases proletaria, el marxismo ha terminado conformando un cuerpo doctrinal en cuyo seno cohabitan elementos extraños cuyo peso específico terminó por desfigurar el perfil de su primigenia formulación como teoría filosófica y, tras ello, por debilitar las posiciones políticas del proletariado. En consecuencia, la tarea de recurrir al marxismo como referente ideológico del proyecto revolucionario ofrece una dificultad en forma de contradicción: por un lado, contamos con la definición clara de las premisas y categorías conceptuales de la doctrina desde su primera formulación; pero esto resulta del todo insuficiente para encarar las tareas presentes de la Revolución; de modo que, por otro lado, tenemos un rico, complejo y multifacético desarrollo teórico del marxismo que es preciso abordar críticamente para separar el grano de la paja, lo que es verdadero aporte a la teoría proletaria, en consonancia con sus postulados gnoseológicos, de lo que no lo es. En último término, es preciso concluir que no es posible recuperar el marxismo o el marxismo-leninismo como referencia ideológica sin una labor de reelaboración, en el sentido de depuración de los contaminantes y elementos extraños que aún le acompañan -como demuestran las distintas versiones que todavía compiten de la mano de un sinfín de organizaciones más o menos revolucionarias- y de aprehensión crítica de todo su desarrollo que nos permita situar aquel punto de partida ideológico a la altura de las exigencias de la preparación de un nuevo ciclo revolucionario.

En segundo lugar, no sólo se precisa como basamento ideológico la reelaboración del marxismo desde sí mismo, por decirlo así, sino también es preciso que esa reelaboración se adecue al estado alcanzado por el saber de la humanidad. La doctrina elaborada por Marx y Engels cumplió en su día con esta condición, y lo mismo cabe decir del aporte de Lenin. En ambos casos, hubo una reelaboración de un legado teórico recibido y en ambos casos esa reelaboración se realizó en relación con los progresos del conocimiento científico. Naturalmente, el aporte cualitativo de Lenin al pensamiento no tiene el mismo significado que el de Marx y Engels: éstos crearon una nueva concepción del mundo distinta de la que recibieron, mientras que aquél desarrolló una cosmovisión ya existente. Sin embargo, también es importante señalar que lo que recibió Lenin como doctrina teórica no era una reproducción totalmente fiel del conjunto de ideas elaboradas por Marx y Engels, debido a que el marxismo que recibió era más bien la particular lectura y adaptación de la doctrina de Marx y Engels realizada por la socialdemocracia europea. Los méritos y limitaciones del aporte teórico leniniano deben apreciarse teniendo en cuenta esta circunstancia.

En cuanto a la parte del proceso de rectificación que se refiere a nuestra organización como destacamento de vanguardia, la elevación de los requisitos ideológicos nos ha obligado a repensar nuestro trabajo político centrado en la propaganda y a comprender la necesidad de incorporar otro objetivo más a las labores del destacamento de vanguardia: la construcción de cuadros comunistas. El hondo calado de la tarea de recuperar las bases ideológicas del proyecto revolucionario, unido al resultado del balance de la situación actual de la vanguardia proletaria en su conjunto y de nuestra situación en ella, nos ha permitido comprender la insuficiencia del mecanismo político orquestado en torno al eje estudiar-propagar (estudiar los principios del comunismo y hacer propaganda de ellos; investigar la experiencia histórica del socialismo y propagar las conclusiones; analizar las condiciones de la Revolución Proletaria y difundirlas, etc.), mecanismo que ha articulado el trabajo fundamental de todas las organizaciones de vanguardia hasta hoy, incluyendo a la nuestra, que se diferencia de las demás sólo por  el rigor en la aplicación de esas tareas y por el contenido de la línea política, pero no en la incapacidad manifiesta –debido a inercias de la cultura revisionista que sobrevivían en nuestro estilo de trabajo– para preparar el despliegue en toda su amplitud de esa línea y disponer los cauces que lo hagan posible cuando ella vaya encarnándose en movimiento revolucionario. Se requiere, entonces, una nueva vertiente en la proyección del trabajo político comunista, que ya no puede limitarse a adoptar como referencia única a las masas, los problemas de su dirección revolucionaria y de su elevación consciente (referencia hacia abajo), sino que es preciso que sea recuperada la referencia del Comunismo como objetivo final en nuestra política, que el objetivo más alto juegue también un papel fundamental en nuestro trabajo, desde el punto de vista de la planificación de los objetivos políticos y como acicate para la constante autoelevación de la vanguardia como garantía de continuidad a largo plazo del proceso revolucionario (referencia hacia arriba).

Por decirlo de una manera sintética y para resumir, ya no es suficiente la consigna de K. Liebknecht, vigente durante todo el periodo preparatorio del Ciclo de Octubre: ¡Estudiar, organizar, hacer propaganda!. En la preparación del próximo ciclo, el problema de la relación de la vanguardia con el movimiento de masas o del Partido con la clase, el problema de los medios de la Revolución, en definitiva, no colmará completamente de contenido la política proletaria; también resultará imprescindible abordar la cuestión del factor consciente, la cuestión de la relación del sujeto revolucionario con el objetivo revolucionario, la cuestión de la construcción de lo nuevo desde la conciencia (algo resuelto con demasiada espontaneidad e improvisación durante el Ciclo de Octubre). Durante el Primer Ciclo se pensó, sobre todo, en cómo ganar la dirección de las masas. Tal vez, la dura competencia que imponía la lucha de clases absorbió toda la atención en este cometido; el caso es que se olvidó con demasiada frecuencia pensar en el adónde dirigir a esas masas. La política proletaria, así, terminó perdiendo el rumbo y alimentándose cada vez menos del elevado objetivo de la emancipación y más de sí misma y del puro y simple movimiento de masas (recayendo continuamente en el seguidismo y el posibilismo).
Pero ya desarrollaremos en lo concreto todos estos aspectos en las páginas siguientes. Ahora, lo que importa resaltar es que la reflexión sobre las tareas políticas que impone la Reconstitución del Partido nos ha permitido adquirir mayor conciencia de la naturaleza del proceso mismo y de la creciente complejidad de sus requisitos, aún más exigentes ideológica y políticamente que lo que en un principio, hace más de una década, pudo parecernos.

La vanguardia, hoy

Antes de pasar a abordar esos nuevos requisitos que complican el Plan de Reconstitución, señalaremos alguno de otra índole que nos permitirá mostrar que no son sólo las premisas de corte teórico y organizativo las que han sido modificadas por el curso de la historia, sino también otras, objetivas, de corte sociológico y político, situadas en esferas muy alejadas de la influencia directa de nuestra actividad, y que determinan en grado sumo la naturaleza del problema de la preparación de un nuevo ciclo revolucionario, condicionando desde el primer momento el modo como debe ser abordado y el carácter de las tareas y de los instrumentos que para cumplir con ellas se necesitan. En particular, se trata del punto de partida que adopta la vanguardia ante el ciclo revolucionario y, más en concreto, de las consecuencias políticas que acarrea su diferente posición de inicio en la historia.

Efectivamente, en la fase de preparación del Ciclo de Octubre, la vanguardia ideológica del proletariado estuvo constituida principalmente por intelectuales de extracción social burguesa. Dominó el tipo de “ideólogos burgueses que se han elevado teóricamente hasta la comprensión del conjunto del movimiento histórico”[1] que describieron Marx y Engels en el Manifiesto comunista. Esta vanguardia ideológica asumió y elaboró el socialismo científico y el programa revolucionario y los llevó al movimiento obrero, fundiéndose con él en forma de organización revolucionaria. La táctica de construcción partidaria durante el Primer Ciclo Revolucionario estuvo determinada estrechamente por esta circunstancia histórica. Tanto las organizaciones de la clase obrera que protagonizaron el periodo de acumulación de fuerzas (partidos de la II Internacional) como el partido de nuevo tipo que protagonizó el asalto al poder se construyeron sobre esa misma premisa histórica, premisa que definió una táctica de construcción política (constitución del Partido) basada en la asociación de dos elementos plenamente configurados, pero en principio externos entre sí. Los manifiestos ideológicos y los programas políticos de los revolucionarios eran debatidos, redactados y proclamados por los círculos marxistas y acercados posteriormente a la clase en su movimiento espontáneo. Esta mecánica de fusión de factores políticos externos tenía la ventaja para el proletariado de que la teoría revolucionaria, como algo asumido y elaborado, formaba parte integrante de su movimiento ya desde el comienzo. El inconveniente, sin embargo, consistía en que la fusión como clase revolucionaria de esos dos factores ajenos cristalizaba sobre todo en forma de organización, de aparato político (más agitativo que propagandístico y más propagandístico que teórico), mientras que el problema de la asunción colectiva de la teoría revolucionaria por parte de los sectores avanzados del movimiento obrero era abordado y resuelto de modo incompleto. Esto, naturalmente, supondrá el pago de un alto precio a largo plazo; pero, a la corta, la rápida implementación del movimiento revolucionario esclarecía cualquier duda, sobre todo cuando –como en el caso del partido que abrió el Primer Ciclo de la Revolución Proletaria Mundial, el partido bolchevique– los acontecimientos históricos apremiaban –rápido ascenso de la revolución democrática y del movimiento obrero de masas en Rusia– y era preciso tomarles la delantera.

Terminado el Ciclo de Octubre, se nos plantea la pregunta: ¿goza la vanguardia actualmente, en el período preliminar al próximo ciclo revolucionario, de la misma posición de partida? La respuesta es negativa. En la actualidad y por la experiencia de las últimas décadas (sobre todo desde que terminó la última gran ofensiva proletaria, a finales de los 70), no existen sectores desclasados de la burguesía dispuestos a recoger el bagaje teórico del socialismo científico para aportarlo al movimiento obrero. Puede que se den casos aislados, individuos que sí estén dispuestos a cumplir ese papel, pero ya no se trata de un fenómeno social como ante el Primer Ciclo Revolucionario. Sin embargo, el problema de partida sí continúa siendo el mismo: la teoría revolucionaria, como suma del saber universal y de la síntesis de la experiencia de la lucha de clase del proletariado, no puede ser elaborada en el seno del movimiento obrero, sino fuera de él[2]. Por tanto, sigue vigente el mecanismo de fusión de factores políticos externos que una vez transformó al proletariado en clase revolucionaria; pero, en la actualidad, el proletariado no domina esos factores: la deserción histórica de la revolución del intelectual burgués le ha dejado huérfano del principal de ellos, la teoría de vanguardia. A la clase obrera se le plantea, pues, del modo más acuciante, un problema históricamente nuevo, que deberá afrontar y resolver con sus propias fuerzas y recursos, problema que consiste en suplir el papel de vanguardia ideológica que jugó en su día la intelectualidad burguesa. El obrero consciente de nuestros días debe elevarse hasta alcanzar la posición de depositario y guardián de la teoría, estudiando, elaborando y asimilando la ideología con el fin de cumplir con el primer requisito de la revolución, su fusión con el movimiento práctico. Nuestra época se caracteriza –al menos en los países imperialistas– por que la mayoría de quienes luchan por la recuperación del objetivo del Comunismo y por la recomposición del movimiento revolucionario del proletariado son obreros, lo cual nos obliga a pensar que los nuevos procesos de construcción revolucionaria comportan para la clase obrera la carga añadida de sustituir a aquél que desde fuera le traía la ideología necesaria para su emancipación.

Los sectores de avanzada del proletariado deberán, por tanto y consecuentemente con todo lo que ello implica desde el punto de vista de la labor política, cubrir la transición que le llevará a salirse del movimiento espontáneo de la clase y asimilar la ideología consumando la función de vanguardia ideológica (teórica) del viejo intelectual, para volver, luego, a fundirse con la clase como vanguardia revolucionaria efectiva. La Reconstitución del partido proletario debe dedicar una parte amplia de sus tareas a satisfacer los requisitos de esa transición, principalmente durante sus primeras etapas. En la nueva era revolucionaria que se abre, pues, la contradicción entre teoría y práctica se resuelve dentro del seno de la clase obrera tras un proceso de escisión-fusión con su vanguardia, proceso más largo (en lo político y también, con toda probabilidad, en lo temporal) que el de simple fusión del Primer Ciclo Revolucionario, pero que permitirá acometer los procesos de construcción del Partido y del Socialismo desde una visión más profunda y con mayores garantías de éxito.

La conquista completa de la posición de vanguardia ideológica por parte del sector más consciente del proletariado –conquista que implica todo un periodo de luchas entre sus diversos destacamentos– significa un cierto repliegue desde el punto de vista de la Tesis de Reconstitución, pues en esta tesis política se presupone conquistada ya esa posición. Pero, precisamente, ha sido su aplicación a través del Plan de Reconstitución lo que nos ha conducido a la conclusión de que es necesario dar un paso atrás en las expectativas políticas y replantear o, mejor dicho, plantear de forma concreta el problema de las condiciones previas necesarias para que la cuestión de la dialéctica vanguardia ideológica-vanguardia práctica, la cuestión de su unidad en forma de Partido Comunista, fructifique del mejor modo. Todo esto supone un mayor recorrido político para el proceso de Reconstitución, pero, al mismo tiempo, un marco mucho más amplio para resolver, de manera más satisfactoria y con mayores garantías que tuvieron los revolucionarios que protagonizaron el Primer Ciclo, la cuestión de colocar siempre a la ideología al mando de todo el proceso de construcción y transformación revolucionarias hasta el Comunismo. Y, en particular, ahora mismo, esa nueva perspectiva nos concede una mejor visión y un más amplio margen para aplicar correctamente el Plan de Reconstitución.

Ser y conciencia

Pero existe otro aspecto en todo este asunto que nos permite afirmar que, a pesar de que los requisitos para la Reconstitución del Partido Comunista son hoy más amplios y exigen mayor esfuerzo para su cumplimiento, su punto de partida se sitúa en un plano históricamente superior al del periodo anterior a 1917. Se trata de las causas y las consecuencias que acompañan a aquel abandono de las posiciones de vanguardia de la intelectualidad burguesa que hemos resaltado como característico de nuestra época. No es que haya perdido vigencia la tesis marxista que explica este fenómeno del paso de ciertos sectores de la intelligentsia burguesa a las filas del proletariado, tesis que señala que “el proceso de desintegración de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un carácter tan violento y tan patente que una pequeña fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el porvenir”[3], sino que, sencillamente, esa “fracción” ya no ostenta, como en el tiempo en que esta cita fue escrita, el papel de vanguardia ideológica. Naturalmente, el proceso de descomposición del capitalismo y de su clase dirigente continúa. Quizá no haya mejor prueba de ello que el hecho de que ya no pueda gestionar el sistema sin el concurso de la aristocracia obrera. Su crisis ha provocado el falso reflejo de una inversión del proceso de descomposición social, como si éste estuviese afectando más a la clase obrera (todos los seudodebates sobre la supuesta desaparición de la clase obrera o de su transformación en clase media, etc., tienen este trasfondo); pero el desclasamiento arribista de una fracción del proletariado no demuestra sino su vigor y sus posibilidades de futuro, mientras la creciente dependencia de la clase antagónica que experimenta el capital para dar continuidad a su sistema de explotación (ya sea porque necesita el apoyo activo de la aristocracia obrera, ya sea por la pasividad revolucionaria de las masas, para lo cual aquélla juega un papel nada desdeñable) evidencia el estado de desintegración de la burguesía.

Efectivamente, igual que durante el período de descomposición del Antiguo Régimen y de promoción política de la burguesía, el hecho de que algunos de sus elementos más acaudalados comprasen títulos nobiliarios expresaba más el ascenso de la nueva y futura clase dirigente que la vigencia de las clases feudales como referencia político-social, la participación de un sector privilegiado de la clase obrera en el reparto del pastel de la explotación y de la dominación capitalistas no significa que la burguesía mantenga su prestigio y sólida su posición social, sino que, muy al contrario, es la señal que da paso, una vez más en la historia, al ascenso de una nueva clase revolucionaria. Por otra parte, sin embargo, en determinadas coyunturas políticas de repliegue de la Revolución Proletaria, como la actual, el proceso de desintegración y desclasamiento de la clase dominante se ralentiza, y se abre el abismo social e intelectual entre las dos clases principales, dando la errónea impresión de que la derrota del proletariado en el Primer Ciclo Revolucionario ha sido definitiva y su propuesta de progreso ha perdido todo valor y vigencia, incluso para aquella parte de la inteligencia burguesa que busca una salida a la desintegración del modo de producción capitalista. Pero, insistimos, esto sigue siendo un espejismo: la causa de fondo consiste en que esos elementos de  procedencia burguesa no es que no quieran, es que ya no pueden adoptar la posición de la vanguardia ideológica. Por esta razón, la contribución de la intelectualidad burguesa a la causa de la Revolución Proletaria se hará significar más en etapas posteriores a la Reconstitución del Partido Comunista y en tareas relacionadas con la aplicación y el desarrollo, en su sentido amplio, de su Línea y de su Programa (y menos en la elaboración original de ambos). Por esta razón, también, en coyunturas desfavorables se reduce o desaparece el goteo de elementos burgueses hacia el proletariado, porque aún no está desbrozado el campo en el que puedan germinar las semillas que quieran aportar en el arduo camino de la abolición de las clases.

La Tesis de Reconstitución advierte ya sobre la importancia de prestar atención a la originalidad histórica del proletariado a la hora de comprender los saltos cualitativos en el desarrollo social. La unidad de medios (lucha de clase del proletariado como tal clase) y objetivos (emancipación de la humanidad) que esta clase social porta como peculiaridad cuando pisa el escenario de la historia conllevan implicaciones globales para la lucha de clases en su conjunto, pero también para determinados sectores especiales dentro de las clases, como son la intelectualidad y los sectores cultos de las clases poseedoras. La previsión de la crisis social y de la necesidad del cambio histórico, ya fuera de modo consciente o inconsciente, ya de forma favorable o contraria, ha sido siempre atributo de esas capas sociales, desde la Antigüedad al capitalismo. Pero aquí la actividad intelectual respecto al cambio se presenta fuera del proceso de transformación social; el movimiento intelectual se muestra ajeno al movimiento social y lo observa simplemente como objeto, desde una actitud externa y pasiva de sujeto contemplativo. El estoicismo, el individualismo y el nihilismo social con que los filósofos de las escuelas helenísticas y latinas pusieron de manifiesto la crisis del mundo antiguo, o el criticismo racionalista con que los pensadores ilustrados destruyeron los cimientos espirituales de la sociedad feudal, resumen el modo cómo participaron las elites cultas en dos importantes épocas de transición entre sociedades diferentes. Bajo el dominio de la burguesía, sin embargo, la actitud de observador filantrópico de los reformadores sociales alcanza su límite cuando Marx interpone el imperativo de la transformación del mundo por encima del de su interpretación o simple contemplación. Pero el mismo Marx –al igual que todos los socialistas de su época– no pudo superar ese límite. Antes de 1917, el marxismo es la teoría crítica más avanzada de la época (crítica revolucionaria), es la expresión más alta de la conciencia social (la teoría de vanguardia, como la definía Lenin), pero que aún no ha podido realizarse como teoría realmente transformadora, que todavía no ha podido unirse al proceso del desarrollo social: lejos de haberse fundido con el ser social en una única totalidad histórica, todavía lo contempla desde fuera.

La unidad entre el ser social y la conciencia, unidad que implica la mutua transformación dialéctica de ambos elementos y que pone en marcha un proceso de autotransformación (desarrollo consciente) de la sociedad, tendrá lugar con la constitución del organismo social capaz de conseguir la fusión entre la teoría y la práctica social, del organismo social capaz de dar al mismo tiempo un contenido material a la teoría y de inducir una dirección consciente al devenir histórico. Este organismo social es el partido de nuevo tipo que diseñó Lenin en sus rasgos fundamentales (y que, probablemente, constituye su principal aporte al marxismo). En el partido de nuevo tipo leninista, en el Partido Comunista, se funde la teoría, la labor intelectual pura, con la práctica inmediata en una actividad de progresiva transformación de la realidad. Aquí, el ser social ya no es contemplado, regido o dictado desde fuera por la conciencia; aquí, nos encontramos ante el ser social autoconsciente en proceso de autotransformación y desarrollo. Aquí, por fin, el viejo intelectual metido a reformador social, el mejor legado de las elites cultas de las clases dominantes y última expresión del saber subjetivo, del sujeto consciente que no se funde con el objeto, desaparece como tal, desaparece como figura independiente en la historia. A partir de este momento rinde su estandarte de abanderado del progreso y se somete a la dialéctica implacable de la lucha de clases: o se integra en el organismo revolucionario, donde perderá su título de intelectual individual, pero se sumará al intelectual colectivo que encabeza el movimiento de transformación consciente del mundo; o bien, la estúpida vanidad ególatra le llevará a ponerse al servicio de las clases reaccionarias y de la contrarrevolución, so pretexto de una pretendida libertad intelectual.

Antes de la experiencia revolucionaria del Ciclo de Octubre, ser y conciencia se desarrollaban por cauces paralelos. La tecnología, la forma de aplicación de las ciencias experimentales a la realidad, principalmente a la producción capitalista, es el modo en que la burguesía ha llegado más lejos en el problema de unificar teoría y práctica. La representación de la realidad a través de leyes objetivas y la abstracción del mundo desde las reglas que rigen su movimiento facilitó la racionalización de la experiencia a través de la intervención desde esas leyes y reglas (ciencia) con instrumentos inspirados en ellas (tecnología). La técnica, pues, sería el punto de convergencia entre una concepción del mundo racionalista y la racionalización de un mundo que el sujeto va transformando a su imagen y semejanza. Pero se trata de un método espurio, ya que la aplicación de la tecnología se basa en el principio de verificación y de reproducción de las leyes objetivas, y no admite ningún principio de transformación de esas leyes como realidad por parte del sujeto consciente, el cual, a su vez, es concebido como entidad separada del objeto sobre el que ejerce su actividad. Por el contrario, a partir de 1917, cuando se inicia por primera vez en la historia un proceso provocado, encabezado y dirigido, a diferencia de todos los procesos similares anteriores, con un alto componente de espontaneidad y en gran medida productos finales del agregado de innumerables sucesos aleatorios –y nunca de una única iniciativa consciente con medios y fines definidos–, por un organismo político colectivo cohesionado ideológicamente, aquellos dos cauces paralelos convergen en un proceso revolucionario de transformación de la totalidad social, donde la actividad cognitiva no es ya una actividad de aprehensión y verificación de la realidad, sino de cambio de esa realidad, y donde el desarrollo de la misma no puede separarse de la constante revolucionarización de nuestras premisas conceptuales, de nuestra concepción del mundo. La Revolución de Octubre abre una nueva era en la que el sujeto consciente es un organismo social con capacidad para transformar la realidad objetiva en un proceso creativo de integración que abrirá nuevos estadios de desarrollo y organización para las comunidades humanas. Después de terminado el ciclo revolucionario que abrió Octubre, en la parrilla de salida del nuevo ciclo no se sitúa ya el intelectual individual armado con su teoría crítica: el desarrollo histórico exige que en el punto de partida se encuentre el organismo capaz de desbrozar el camino del progreso social a través de una total transformación del mundo, el Partido Comunista. Históricamente, por tanto, el debate sobre el papel del intelectual en la sociedad o ante el progreso ha perdido vigencia, ha caducado, ya no está en el orden del día. Consumado el Primer Ciclo Revolucionario, plantear la cuestión de la emancipación significa poner en primer plano el problema del Partido Comunista, el de su naturaleza y todas las cuestiones relacionadas con los requisitos para su construcción.

Tomando todo esto en consideración, afirmamos que, en comparación con el Primer Ciclo, la preparación del segundo ciclo se sitúa en un plano superior. La conquista de la posición de vanguardia revolucionaria ya no puede estar en manos de una pretendida vanguardia ideológica que no ha adquirido capacidad de influir sobre el proceso social, que no ha construido vínculos sociales –con la clase que genera toda la riqueza y que sirve de motor a la sociedad– que le permitan ejercer una práctica transformadora. Antes de 1917, todavía podía jugar algún papel el núcleo de vanguardia aislado formado por audaces intelectuales dispuestos a ponerse a la cabeza de los acontecimientos revolucionarios. Pero la concepción del partido de nuevo tipo leninista, su papel a lo largo de todo el ciclo histórico de la Revolución de Octubre y, sobre todo, la obra de transformación y novedosa construcción social que se forjó en torno a ese partido, exigen hoy que el punto de partida de cualquier futuro proceso revolucionario deberá estar ocupado por un tal partido, exponente del salto cualitativo en los requisitos que hoy exige la preparación del ciclo revolucionario, salto cualitativo que se expresa en que ya no es suficiente con que el factor subjetivo de la revolución se presente como vanguardia ideológica pura, sino que necesita haber superado una fase de socialización, de fusión con el movimiento práctico en forma de Partido Comunista. Es por esta razón, porque la experiencia histórica de la Revolución desde 1917 sitúa al proletariado en un estadio más elevado de madurez política, que la completa y más coherente visión del Partido Comunista (nuestra Tesis de Reconstitución) no ha podido ser formulada sino después de la misma, aplicando esa experiencia a las condiciones de preparación del siguiente ciclo revolucionario.

Sin embargo, el hecho de que el debate del intelectual ante la sociedad y ante el progreso esté trasnochado o superado no significa que haya dejado de jugar un papel la función intelectual ante ese progreso, papel que el Partido debe retomar asimilándolo y superándolo en el contexto más amplio de la preparación del Comunismo. Éste es el problema de fondo al que se enfrenta  actualmente la vanguardia (incluida nuestra organización), problema que es preciso resolver y que se traduce, en primer término, en la necesidad de conquistar la posición de vanguardia ideológica (algo que hoy es insuficiente, pero necesario, para iniciar el ciclo revolucionario) como paso o primer requisito de Reconstitución del Partido como vanguardia revolucionaria efectiva.

Carácter del momento actual

Las consecuencias prácticas más inmediatas que acarrean los imperativos de la reconquista para el marxismo-leninismo de la posición de vanguardia de la revolución y de que sea la propia clase obrera quien deba realizar esa reconquista, como premisas necesarias de la Reconstitución, consisten, en primer lugar, desde el punto de vista organizativo, interno de los destacamentos de vanguardia, en el necesario fomento de la formación intelectual y cultural de los militantes comunistas, por encima y más allá de los programas de iniciación rutinarios con los que se acostumbra a despachar el compromiso formal adquirido con la ideología proletaria; y, en segundo lugar, desde el punto de vista político, la comprensión de que no existe ni puede existir ninguna línea política verdaderamente revolucionaria si no está construida desde la formación de la vanguardia en esa ideología, desde la recomposición de su discurso teórico revolucionario y desde su desarrollo y aplicación a través del debate y la lucha de dos líneas en el seno de la vanguardia; la comprensión de que, en la actualidad, este ámbito, el de la conciencia –y, por lo tanto, el de los interrogantes acerca de su naturaleza de clase, de su coherencia interna, etc.– es el centro medular desde el que se construye toda la política proletaria. En otras palabras, las cuestiones ideológicas y teóricas ocupan, y ocuparán por un tiempo indefinido, el primer plano. Desde que el PCR diseñó su Plan de Reconstitución (1993), orientado ya por este criterio –aunque, como hemos visto y como seguiremos comprobando, de manera insuficiente–, no ha habido, en todos estos años, ningún desplazamiento político ni social entre las clases, ni en el interior de la clase obrera, incluyendo sus sectores de vanguardia, que justifique un desplazamiento del eje en torno al que deben seguir construyéndose los proyectos políticos revolucionarios (y la impotencia política puesta de manifiesto por los últimos acontecimientos de importancia protagonizados por las masas, como las movilizaciones con motivo del caso Prestige y, sobre todo, las habidas contra la guerra de Irak y el 11-M, no hacen más que ratificar esta tesis). Los problemas teóricos e ideológicos que la vanguardia debe resolver en la perspectiva de la Revolución Proletaria y del Comunismo configuran ese eje, de forma que podemos decir que, desde el punto de vista del movimiento proletario general y de la dirección de su lucha de clases, nos encontramos en un momento de acumulación de fuerzas de la vanguardia.

Las fuentes desde las que extraemos los requisitos que necesariamente deben ser cumplidos para alcanzar el objetivo de la Reconstitución tienen una doble naturaleza. En primer lugar, se trata del análisis de las consecuencias de la liquidación a manos del revisionismo de la conciencia y de todo el desarrollo alcanzado por el comunismo (tanto como línea y organización políticas como desde la perspectiva de la organización de la nueva sociedad). Los resultados de este análisis conforman el cuerpo central de lo que hasta hoy ha sido nuestra actividad (Plan de Reconstitución y Tesis de Reconstitución) y los desarrollos teóricos y prácticos que de él hemos derivado (línea política y línea organizativa). En segundo lugar, el análisis de la peculiaridades políticas propias del segundo ciclo revolucionario, sobre todo en comparación con las del Ciclo de Octubre. En este ámbito, aunque ya adoptamos esta teoría del desarrollo cíclico de la Revolución Proletaria Mundial a escala histórica casi desde el momento en que fue establecida por el Partido Comunista de Perú, en el contexto de la formulación de la tesis del recodo de la revolución peruana tras la caída de la dirección del partido en 1990 y del debate en torno a las cartas del Presidente Gonzalo, es ahora cuando estamos tomando conciencia –a la luz también de algunas conclusiones que nos ofrecen los estudios relacionados con la experiencia de construcción del socialismo en la URSS– de la importancia del análisis comparativo de las premisas necesarias para el comienzo de cada ciclo revolucionario. Así, en relación al problema de la vanguardia, observamos que, históricamente, ante el Primer Ciclo Revolucionario, ésta se organiza y configura políticamente en periodos relativamente cortos de tiempo: en Rusia entre 1895 y 1903, y, en el resto de los países, a través de actos constituyentes únicos que casi siempre se reducían a la asunción –casi siempre formal– de las Veintiuna condiciones de la Komintern.

Tal como hemos expuesto más arriba, las condiciones para la construcción de la vanguardia eran radicalmente distintas a las actuales, principalmente por la posición adoptada por un sector de la intelectualidad burguesa hacia la Revolución y por la presencia de un movimiento revolucionario a la ofensiva y de una organización internacional de vanguardia (la Internacional Comunista). Estas condiciones facilitarán el cumplimiento de los requisitos de la organización del partido de vanguardia, pero fijarán, a su vez, una determinada concepción de su construcción en el imaginario comunista que acarreará taras de índole estratégica, como el insuficiente deslindamiento ideológico con el oportunismo (lo que favoreció la fácil recaída en políticas oportunistas), y la raquítica política de formación de cuadros entre el proletariado que acompañaba a aquella escasa penetración en los problemas ideológicos que están relacionados directamente con la construcción de la vanguardia (y que a la larga debilitará la posición proletaria en la lucha de dos líneas en el seno de los partidos comunistas). Pues bien, a partir de esas constituciones políticas, los partidos comunistas pasaron a plantearse directamente la pugna por las masas y la lucha por el poder, entrando en dinámicas de lucha de clases a gran escala. En esta situación, los momentos contrarrevolucionarios de repliegue son considerados como de acumulación de fuerzas para toda la clase, en particular en lo que toca al vínculo e influencia de la vanguardia respecto de las masas, y como capítulo especialmente importante, la lucha de la vanguardia por preservar los cuadros y los principios ideológicos y programáticos del partido. En la actualidad, en cambio, las circunstancias históricas que preparan el segundo ciclo revolucionario indican que, en sus prolegómenos, en la etapa de Reconstitución del partido revolucionario, la cuestión de la acumulación de fuerzas atañe principalmente a los destacamentos de vanguardia organizados en torno a los problemas ideológicos y teóricos del desarrollo de la revolución y de la construcción del partido. No se trata, entonces, de una tarea conservadora, sino más bien creadora, por cuanto que entre los objetivos de la Reconstitución se sitúa en primer lugar el de recuperar la ideología revolucionaria del comunismo y el de construir cuadros que la restituyan en el lugar que le corresponde como vanguardia dirigente de la Revolución.

En consecuencia, las circunstancias que rodean la formación de lo que en el seno de la vanguardia servirá de base para la Reconstitución del Partido Comunista, ponen de manifiesto de forma clara su trasfondo teórico y educativo, es decir, que los problemas principales a los que nos enfrentamos tienen predominantemente este doble carácter, y que los problemas prácticos que principalmente nos asaltarán serán los que estén estrechamente ligados con la disposición de medios y la creación de los instrumentos necesarios para solucionar aquellos otros problemas. Su solución, entonces, conllevará el fortalecimiento político de la vanguardia en general y de nuestra organización en particular, porque significará que se va avanzando en la tarea de reconstituir ideológicamente al comunismo, en cuyo cometido y a través de cuyos logros hallará el militante comunista el acicate, la inspiración y la iniciativa necesarios para su trabajo –pues la fuerza de la vanguardia reside en su ideología–, así como una fuente vivificadora para su organización. Nuestra ideología, pues, con toda la problemática que hoy la rodea, debe ser, en la actual situación, el punto de partida y el fin de toda la actividad principal de la vanguardia.

Más autocrítica

La reflexión sobre nuestra trayectoria nos ha obligado, como se ve, a percibir de una manera más madura y coherente el papel de la ideología y el carácter de las tareas que de ella emanan; pero también nos ha obligado a madurar en la percepción de nuestro trabajo práctico y a someterlo a una severa crítica cuyas conclusiones nos conminan a rectificar elementos fundamentales de nuestra anterior línea de masas. Esta última era el producto de dos tipos de errores: de método y de concepción.

Los errores de método son los que están relacionados con el análisis de los elementos dialécticos del proceso de Reconstitución en su fase actual y que nos habían conducido a la separación, al desligamiento de hecho, entre nuestra actividad teórica y nuestra actividad práctica.

En concreto, las causas de los errores consistieron en que, primero, absolutizamos la contradicción fundamental que rige de forma general todo el proceso de Reconstitución (la existente entre vanguardia teórica y vanguardia práctica), observándola no sólo como la contradicción principal, sino como la única, y considerando los problemas teóricos y prácticos de la organización de la vanguardia teórica como su aspecto principal, mientras que el trabajo de masas con la vanguardia práctica pasaba a un plano secundario. En segundo lugar, asimilamos mecánicamente las tareas del Plan en su fase actual a esa dicotomía, dividiéndolas en principales (incluyendo en ellas las tareas teóricas: formación, investigación, elaboración, etc.), por un lado, y secundarias (o tareas prácticas: principalmente el trabajo de masas con entidad superior a la propaganda y a los contactos aislados), por otro. De esta manera, desvinculamos la unidad orgánica que debe existir entre vanguardia organizada y línea de masas, provocando el divorcio entre teoría y práctica en nuestra política, a través de un proceso de internalización de la actividad teórica y otro de externalización de nuestra actividad práctica. La falta de un análisis del complejo dialéctico que subyace en el proceso de Reconstitución y la reducción de este complejo a su forma general, a la contradicción vanguardia teórica-vanguardia práctica, en la que el aspecto secundario se presentaba como inasimilable al principal, como externo a él, porque, tomado en conjunto, como bloque homogéneo, como vanguardia práctica en general, no satisfacía las necesidades políticas de la actual fase de la Reconstitución (en particular, las de naturaleza más teórica), condujo a que la labor interna fuese adquiriendo sustantividad como tal actividad exclusivamente interna, mientras que el objetivo del trabajo de masas se percibía cada vez más como algo ajeno a las necesidades políticas más acuciantes e inmediatas y, por tanto, cada vez más su práctica era apreciada como simple experiencia, a tener en cuenta en el futuro, cuando comenzásemos a abordar las cuestiones ligadas a la tercera fase de la Reconstitución (vinculación con la vanguardia práctica más integrada en el movimiento de masas espontáneo y elaboración del Programa). La política necesaria, identificada con los puntos más teóricos del Plan, por un lado, y, por otro, la práctica de masas vista cada vez más como actividad secundaria y experimental, sólo verdaderamente útil cuando las demandas teóricas del Plan se hubieran cubierto en lo fundamental, conllevaba no sólo la separación entre la teoría y la práctica de nuestra actividad política, vaciando de todo contenido nuestra línea de masas, sino que también terminó reduciendo conceptualmente nuestra visión del trabajo de masas bajo la forma de trabajo de masas en general, sin matices, sin capacidad para aprehender las diferencias entre los distintos sectores de la vanguardia proletaria, que eran percibidos cada vez más en bloque, como una masa gris y homogénea. Y la concepción cada vez más consolidada de una línea de masas aplicada como trabajo de masas en general terminó proyectando su abstracta mediocridad de concepto hacia su propio objeto: el obrero medio de la vanguardia práctica, el militante del movimiento de resistencia y, en especial, del miembro del sindicato con conciencia de clase en sí se convertía, de este modo, en el prototipo del futuro comunista cuya conciencia sería conquistada una vez que retomásemos en serio el trabajo de masas, armados ya con una teoría revolucionaria elaborada (principios y línea, productos principales de las dos primeras fases del Plan de Reconstitución). Nuestra línea de masas se hizo inútil para la Reconstitución, entonces, como línea de masas sindicalista.

Los errores de método en la aplicación de las directrices de la Tesis de Reconstitución para el cumplimiento del Plan acarrearon como consecuencia errores de concepción de la naturaleza misma del asunto que nos traíamos entre manos, y en particular, el modo de entender cómo prospera el curso de la Reconstitución, cuáles son los mecanismos que la hacen viable y que permiten su desarrollo. En concreto, no comprendimos correctamente la naturaleza de la mediación dialéctica en el trabajo de masas. Esta mediación implica que no se puede conquistar la conciencia de las masas –ni de las masas en general, ni de los sectores de la vanguardia que actualmente componen nuestras masas– directamente desde la ideología comunista, sino que se necesita la intermediación de determinados factores y de una determinada práctica para que pueda tener lugar esa transformación subjetiva.

La incomprensión de la mediación dialéctica es la forma filosófica que adoptó el espontaneísmo que comenzó a dominar nuestro método de trabajo, según el cual pretendíamos establecer una relación directa, inmediata, entre nuestra organización como destacamento de vanguardia ideológica y la vanguardia práctica. Esta pretensión nos llevó a caer en un error de idealismo, pues, en nuestra representación del trabajo de masas, pusimos a esa vanguardia práctica frente a nosotros como objetivo de nuestra línea de masas, de manera que no sólo reducíamos todas la contradicciones de la etapa de Reconstitución a una (vanguardia teórica-vanguardia práctica), sino que también reducíamos toda la atomización organizativa de la vanguardia teórica a nuestra única organización. Fabricábamos forzadamente, así, una contradicción artificial (PCR-vanguardia práctica), con la que mentalmente operábamos de hecho en nuestro trabajo de masas, que por ser espuria no disponía de una base material que permitiera ser objeto del análisis científico; más bien, constituía una antinomia, una contradicción falsa.

Desde el punto de vista del materialismo dialéctico, la mediación significa el reconocimiento de la interacción y de la interrelación entre los elementos, de que nada es inmediatamente igual a sí mismo, sino a través de lo otro y de su contrario; la mediación, en definitiva, es el reconocimiento de la contradicción[4]. El marxismo, por lo tanto, nos exige un esfuerzo de análisis de las contradicciones y de las interrelaciones, y se opone a todo espontaneísmo intelectual o político, como, por ejemplo, la acción directa anarquista.

Al contrario de lo que se cree comúnmente, la acción directa no es un llamamiento a la violencia inmediata, sino una especie de concepto político que propugna que los afectados solucionen directamente sus problemas por sí mismos, lo cual implica la negación de toda mediación, de todo intermediario entre la causa del problema y sus damnificados, incluyendo la política o toda ideología extraña que, desde fuera, pueda influir en su solución. El espontaneísmo ácrata niega, así, todo papel a la organización política y a la política misma (al poder político) como instancia necesaria de la actividad práctica revolucionaria. Más aún, como niega toda construcción teórica mediadora, el anarquismo es intelectualmente espontaneísta (hasta el extremo de llegar al nihilismo político, como en el caso de Necháev) y prescinde de toda aportación que no surja del movimiento mismo. El comunismo, como concepción integradora de los grandes aportes del saber universal, es rechazado como inspirador político porque, como referente externo, impone un hiato que separaría al sujeto del camino directo del objetivo revolucionario. El comunismo, efectivamente, crea una visión científica (materialismo histórico y materialismo dialéctico) y, desde la asimilación de las leyes objetivas del desarrollo de la materia, construye los instrumentos necesarios para que el sujeto revolucionario pueda, ciertamente, alcanzar su objetivo de autoemancipación. Ya desde el primer paso, el de la conciencia, comunismo y anarquismo se separan radicalmente: la compleja problemática acerca del desarrollo de la conciencia del proletariado que plantea el marxismo y que le conduce hacia la teoría de la vanguardia, es rechazado absolutamente por el espontaneísmo del anarquismo, que confía en que el proletariado en su conjunto adquirirá conciencia revolucionaria a través de su experiencia económica. Lógicamente, las divergencias entre ambas escuelas se acentuarán ante cuestiones derivadas como el partido revolucionario y la Dictadura del Proletariado, instancias intermedias que el marxismo considera necesarias para abrir el camino entre el proletariado y el Comunismo.

El marxismo sigue fielmente el significado etimológico de la palabra conciencia, que se construye a base de la preposición latina cum, que significa con, y del verbo scire, que significa saberConciencia significa, entonces, con el saber; es decir, la conciencia no es el producto inmediato del reflejo de la realidad sobre nuestra mente, como se deduciría de toda concepción del mundo espontaneísta como la anarquista (materialismo mecanicista); al contrario, la conciencia es la adquisición con el sabercon la ciencia (con-ciencia), de toda percepción de la experiencia. El marxismo, pues, construye su cuerpo doctrinal y su ideario desde la ciencia, y lo mismo cabe decir de todos sus instrumentos políticos. Esta remisión desde el movimiento real a la ciencia es el procedimiento por el que la ideología de clase se presenta como la primera mediación necesaria y como la condición de la posibilidad de aquel movimiento real como movimiento revolucionario, como movimiento consciente dirigido por una ideología de vanguardia. La remisión a la instancia ideológico-científica supone un extrañamiento desde el movimiento, una proyección desde sí mismo como movimiento espontáneo que obliga al abordaje de cuestiones fundamentales no relacionadas directamente con la marcha del movimiento, pero necesarias para activar su aspecto revolucionario (reconstitución ideológica del comunismo –aspecto teórico– y construcción de la vanguardia –aspecto práctico y organizativo–, primero, y Reconstitución del Partido Comunista, después). La ideología es quien nos ofrece esa perspectiva de transformación a largo plazo y quien nos informa del potencial revolucionario del proceso social espontáneo. Por eso, para el marxismo, la fuerza política radica en la firmeza ideológica[5], mientras que el anarquismo pocas veces da importancia a las representaciones ideológicas y se remite a las posibilidades del movimiento mismo.
Nuestra organización siempre tuvo presente, desde su fundación, la importancia de la instancia ideológico-consciente y de las tareas particulares que traía consigo. De hecho, el peso otorgado a actividades organizativas relacionadas con esa faceta ideológica, como la prioridad de la formación, fue el primer elemento diferenciador que nos separó del resto de las organizaciones que decían perseguir objetivos parecidos a los nuestros. Sin embargo, como ya hemos señalado, ha sido en el último periodo, a la luz de los resultados de nuestra experiencia, que hemos tomado conciencia de que el factor ideológico-consciente tiene una trascendencia aún mayor en la preparación y desarrollo de la revolución. De esto hablaremos más adelante con mayor detalle.

Ahora, lo que nos interesa resaltar es la importancia de la mediación de las instancias a través de las cuales se resuelve la continuidad del proceso histórico revolucionario, en especial consideración a la primera de ellas, la esfera ideológica, cuya reconstitución resulta imprescindible para que el comunismo reconquiste la posición de vanguardia ideológica, para que el marxismo-leninismo recupere la dirección del movimiento obrero, pero que será imposible sin la adquisición de la conciencia, de los instrumentos teóricos necesarios a través de la ciencia. Ésta es una exigencia básica para la construcción de la vanguardia, sin la cual no será posible la educación de las masas y, en consecuencia, la ulterior elevación de la segunda gran instancia mediadora en el proceso revolucionario, el Partido Comunista. Al contrario, tanto nos estábamos alejando de una comprensión más profunda de los requerimientos ideológicos y científicos (entendidos también en su dimensión práctica, educativa) de la conciencia revolucionaria que nos íbamos deslizando hacia lo que precisamente nosotros habíamos criticado a otros (como el Frente Marxista-Leninista de España y el Comité de Organización). La falsa contradicción (antinomia) que nosotros mismos nos habíamos fabricado entre nuestra organización y la vanguardia práctica, y que habíamos elevado a contradicción principal en el actual momento del desarrollo del proceso de Reconstitución, nos condujo a subestimar, de manera inconsciente pero real, la obra de liquidación del revisionismo sobre nuestra tradición ideológica, política y organizativa, y, por consiguiente, a sobreestimar el impacto que nuestra política, en el actual grado de elaboración y aplicación, pudiera ejercer sobre la conciencia actual de los trabajadores que ya poseen conciencia de clase (en sí). Llegamos a pensar que no hay ningún  eslabón intermedio entre el cumplimiento –incluido el cumplimiento por nosotros mismos– de las principales tareas de elaboración teórica y el acceso a las masas que conforman la vanguardia práctica, y que bastaba el desarrollo puramente cuantitativo de esa elaboración teórica para dar ese salto hacia la práctica como actividad principal a partir de un momento dado.

Nuestro limitado grado de asunción del marxismo-leninismo y el abismamiento por el cumplimiento de las tareas cotidianas nos hicieron perder la perspectiva y olvidarnos del sentido profundo de lecciones que el leninismo nos legó de manera explícita (como la tesis de Lenin de que a las masas no se las puede ganar directamente desde la propaganda de los principios del comunismo, sino que es preciso un intermediario, su experiencia práctica) y con las que nosotros mismos construimos bases políticas tan importantes como la Tesis de Reconstitución, que insiste precisamente en las transiciones necesarias para que los principios del comunismo puedan ser traducidos y asimilados por las masas. Los sucesivos pasos que conducen desde los Principios a la Línea política y, desde ésta, al Programa, constituyen los sucesivos eslabones de la cadena que permite la asimilación del comunismo a través de círculos concéntricos cada vez más amplios, cuyos radios de acción van incluyendo paulatinamente a sectores tanto más extensos de las masas avanzadas de la clase. Cada una de esas transiciones, empero, requiere un análisis concreto y una definición de tareas teóricas y prácticas, así como un vínculo entre ellas, una línea de masas.

Nuestro error, derivado de la separación en nuestra mente de los problemas teóricos y prácticos de la Reconstitución como problemas principales y secundarios, nos condujo a la falsa concepción de que esas transiciones se mantenían y resolvían, siempre y en lo fundamental, en el plano de la teoría, y que no existía ninguna actividad práctica de masas importante ligada a ella, salvo, como mucho, al arrumbar la última transición en busca de la vanguardia práctica y del Programa revolucionario. Tanta presión ejercía –y ejerce– sobre nuestras conciencias la mentalidad sindicalista, la falsa idea de que sólo existe un trabajo de masas real, verdadero, que ya planteábamos impacientemente como tarea la preparación exitosa de la tercera fase de la Reconstitución (la fase “político-práctica” de ganar a la vanguardia práctica). Deseosos de abordar el trabajo más familiar para nosotros –el trabajo codo a codo con las masas– teníamos puesta la mirada más en el futuro que en el presente, y con semejante actitud intelectual descuidamos el análisis de la peculiaridades de la etapa en la que nos encontrábamos realmente. Ahora hemos debido rectificar en este punto y esforzarnos por cambiar nuestra visión sobre el ordenamiento e interrelación de las contradicciones que están en la base del proceso de Reconstitución, abandonando principalmente la idea de que el obrero medio del sindicato, el obrero con conciencia sindical, debe ser el objetivo político inmediato de nuestro trabajo de masas. La tarea más urgente desde los intereses de una línea de masas correcta, es decir, desde la perspectiva de la recuperación de la unidad entre teoría y práctica en nuestro trabajo político, es la de definir y concretar el círculo de vanguardia inmediato que debemos ganar para la causa de la Reconstitución y del comunismo, así como el entorno y los medios necesarios para ello. Igualmente, debemos considerar en el futuro –también en aras de esa unidad– a esos círculos objetivo de nuestra línea de masas simultáneamente como objeto y sujeto de las tareas del Plan de Reconstitución.

Por su carácter científico, el marxismo-leninismo no puede ser asimilado de forma espontánea ni directa por el proletariado. Igual que el resto de las ciencias, puede ser comprendido en primera instancia por determinados elementos individuales especialmente predispuestos para ello, pero requiere de una serie de instrumentos cuando de lo que se trata es de que forme parte de la clase, de que sea incorporado a su movimiento. Esos instrumentos son los medios a través de los cuales el marxismo-leninismo se va adecuando conceptualmente al lenguaje y a la recepción intelectiva de cada vez más y más básicos sectores de las masas proletarias. Es algo parecido a lo que sucede –si se nos permite el símil– con la cadena alimentaria. Ésta se rige por el principio de organización de las especies en orden a una escala predatoria en la cual cada una de ellas se alimenta de la anterior y sirve, a su vez, de alimento a la siguiente. La dialéctica que regula la cadena trófica se basa en la contradicción entre materia orgánica y materia inorgánica, es decir, el ciclo de transformación de la una en la otra. En este ciclo, los minerales (calcio, fósforo, hierro, etc.) y otras sustancias básicas imprescindibles para la vida son transformadas en materia orgánica gracias al mecanismo de fotosíntesis de las plantas; cuando los vegetales son ingeridos por los animales herbívoros, éstos metabolizan aquellas sustancias gracias a la forma orgánica en que se presentan; y de la misma manera sucede cuando el herbívoro es cazado por el carnívoro: éste asimilará los materiales básicos necesarios para la vida de la única forma posible para él, o sea, no directamente, sino a través de la fisiología del herbívoro.

Algo parecido ocurre con la ideología proletaria: no puede ser asimilada directamente por la clase sino mediante su asunción por parte de sus sectores más avanzados cultural y teóricamente, de los que va apoderándose paulatinamente y desde los que va ensanchando su influencia a sectores cada vez más amplios y cada vez más ligados con los estratos más profundos de la clase, recorriendo esa especie de cadena alimentaria del comunismo a través de cuyos eslabones los principios puros del marxismo-leninismo se van metabolizando hasta hacerse comprensibles para la gran mayoría de las masas proletarias a través de un escalafón sucesivo de problemáticas, inquietudes y reivindicaciones. En este proceso, el marxismo-leninismo comienza resolviendo los problemas teóricos fundamentales que requiere la próxima reanudación del movimiento obrero como movimiento revolucionario (reconstitución ideológica), recuperando su carácter de ideología de vanguardia sobre la base de la lucha ideológica y política contra las formas oportunistas de resolver esos problemas, derrotándolas e incorporando en sus filas a lo mejor de sus masas, a sus elementos honestos y válidos para la continuación del proceso de construcción de la vanguardia proletaria. Es de este modo como nuestra línea de masas, dirigida a la conquista de esos círculos teóricamente avanzados de la clase (vanguardia teórica), los observa como objetivo político precisamente para incorporarlos como sujetos de la Reconstitución.

Más adelante desentrañaremos el sentido de todos estos aspectos nuevos que han ido surgiendo en nuestra visión del proceso de Reconstitución. Ahora, para terminar de exponer el problema de la mediación y de dar una idea general del papel que juega en un proceso como es el de la Revolución Proletaria, expondremos de manera general, ya fuera de toda consideración particular sobre la forma más o menos incorrecta con que nuestra política lo trató, el sentido que adquiere desde la perspectiva histórica del proceso social. Nos ayudaremos para ello del siguiente diagrama:
En el nivel superior está resumida la historia de la Humanidad, que, desde cierto punto de vista, puede ser interpretada como el paso de la sociedad sin clases, pero en estado de necesidad (Comunismo Primitivo), a la sociedad sin clases en estado de libertad (Comunismo). Pero este paso no puede darse sino a través de la sociedad de clases, cuyo principal expediente es el desarrollo de las fuerzas productivas, y que hemos resumido en la locución Revolución Comunista, porque en ésta se presentan concentradas todas las contradicciones de la sociedad de clases que deben ser resueltas antes de alcanzarse la fase histórica superior. De alguna manera, entonces, la historia de la Humanidad puede ser considerada como un simple intermedio hacia un estadio en el que la Humanidad pueda desenvolverse plena y libremente, desembarazada ya de las servidumbres de la escasez y la desigualdad. En realidad, no sería sino lo que el propio Marx definía como “la prehistoria de la Humanidad”.

Pero la Revolución Comunista requiere otro ínterin. Se trata de la construcción de aquellos instrumentos necesarios para realizarla. La Historia y la Revolución, ciertamente, la hacen las masas, pero no directamente, sino a través de aquellos instrumentos. Los vemos representados en el segundo nivel, y sobre ellos nos hemos centrado principalmente al tratar la insuficiente comprensión del concepto de mediación dialéctica en nuestro trabajo como organización. Los instrumentos a los que nos referimos son la Ideología, el Partido Comunista y la Dictadura del Proletariado; pero hemos subrayado el paso del primero al segundo porque, igualmente, la transformación de la Ideología en Partido Comunista requiere otro intervalo político con sus tareas específicas dedicadas a la reformulación y reafirmación de los Principios del comunismo y su concreción en Línea política y, después, en un sentido más profundo, en Programa revolucionario. De este forma llegamos al último nivel, en el que, por decirlo así, nos hallamos ahora mismo: el intermedio necesario para resolver los problemas teóricos y prácticos de la reconstitución ideológica del comunismo y la construcción de su vanguardia, problemas cuya solución se encuentra dentro del campo de la lucha de dos líneas llevada a cabo a todos los niveles por los marxistas-leninistas contra las corrientes de distinto pelaje que orientan o pretenden orientar al movimiento proletario, y cuya solución se nos presenta como premisa necesaria para que el comunismo pueda transformarse en la ideología de vanguardia del proletariado.

En resumen, el marxismo contiene la exigencia de que toda empresa dirigida a la emancipación de la Humanidad en el Comunismo realice constantemente el esfuerzo crítico de analizar la naturaleza dialéctica del proceso en todos y en cada uno de sus momentos con el fin de dilucidar los medios que su continuidad requiere como necesarios.

El sistema de contradicciones en el proceso de Reconstitución

La complejidad dialéctica que subyace en el proceso de Reconstitución no puede ser reducida a una única contradicción, y, mucho menos, ésta ser escindida en sus elementos para designar a uno un papel principal sobre el otro. Y, sin embargo, en los hechos, nosotros ejercimos ambas operaciones, como ha quedado dicho. Con ello, rompimos con el materialismo dialéctico, pues, en primer lugar, no se trataba de dilucidar el aspecto principal y el secundario de la contradicción, sino de discernir la contradicción principal de las contradicciones secundarias en el proceso; y, en segundo lugar, discurríamos erróneamente al separar los dos aspectos de la contradicción –uno como principal y otro como secundario–, es decir, al contemplarla al estilo metafísico del dos hacen uno, en lugar del modo dialéctico del uno se divide en dos. En este sentido, debemos recordar que la Tesis de Reconstitución demuestra que, para que haya movimiento revolucionario (al nivel que sea, prepartidista o ya con Partido Comunista), es preciso el vínculo entre la organización de vanguardia y las masas (línea de masas). Lo cual supone que no puede haber separación entre los dos aspectos de la contradicción (vanguardia-masas), sino que el trabajo de masas se concibe y aplica en función de las tareas necesarias para la organización de la vanguardia y para el cumplimiento de sus tareas. Lo prioritario, pues, es definir el contenido de esas tareas en cada momento o en cada fase de la Reconstitución, el modo de organizar su cumplimiento y el sector del proletariado sobre el que nos vamos a apoyar para realizarlas. La vanguardia debe permanecer atenta a cada cambio del contenido de las tareas a lo largo del proceso con el fin de reajustar las relaciones organizativas y los vínculos con las masas que cada momento exija. Esta vigilancia excluye todo dogmatismo y toda concepción estática de los distintos elementos que juegan un papel en la Reconstitución, y nosotros caímos en el dogmatismo cuando valoramos unilateralmente las principales tareas políticas actuales sólo desde el punto de vista de nuestra organización de vanguardia, sin ninguna relación orgánica con las masas, y cuando valoramos unilateralmente el sistema de contradicciones del proceso de Reconstitución.

Mao decía que “en el proceso de desarrollo de toda cosa grande existen numerosas contradicciones”[6]. Es lo que vamos a denominar, para el caso que nos ocupa, sistema de contradicciones, cuya caracterización cobra ahora la mayor importancia de cara a la superación de los errores de análisis cometidos que nos han conducido por infructuosos derroteros políticos. Como sabemos, la Tesis de Reconstitución dice que la contradicción que rige el desarrollo del proceso de Reconstitución del Partido Comunista es la que se da entre la vanguardia teórica y la vanguardia práctica. Esta definición es correcta en general porque pone en el centro del proceso sus elementos fundamentales, la unión de la teoría y la práctica, la idea de fusión del comunismo con el movimiento obrero; pero da por supuesta la superación de otras contradicciones relacionadas con la reconstitución ideológica de la vanguardia. Esta reconstitución tiene un contenido principalmente teórico y los problemas políticos que la acompañan son los que ahora reclaman nuestra atención. En cualquier caso, forma parte del sistema dialéctico que organiza y jerarquiza las contradicciones que dan carta de naturaleza al proceso de Reconstitución. Ofrecemos a continuación gráficamente ese sistema en sus elementos y grados principales:
Mao decía, también, que “para descubrir la esencia del proceso de desarrollo de una cosa, hay que descubrir la particularidad de cada uno de los aspectos de cada contradicción de ese proceso”[7]. En el esquema quedan reflejados, a primera vista, el orden de las contradicciones que participan en el proceso reconstituyente, en primer lugar, y las relaciones internas fundamentales que entre ellas se establecen, de manera que su posición en el sistema nos facilitará el descubrimiento de “la particularidad de cada uno de los aspectos de cada contradicción”, que pide Mao.

El organigrama está construido de arriba abajo en orden de menor a mayor inmediatez desde el punto de vista de la necesidad y posibilidad de desarrollo y solución de cada una de las contradicciones del sistema. Está formado por el ensamblaje de unidades triangulares superpuestas cuyos vértices muestran un elemento dialéctico cuya posición determina su relación interna con todo el conjunto de elementos del sistema.

Comenzando por arriba, observamos un módulo triádrico compuesto por una base en la que se sitúa la contradicción Vanguardia-Masas y, en la altura, la otra protagonizada por el Proletariado y la Burguesía. Esta última, la Burguesía, queda fuera del sistema (por eso no está incluida en ningún triángulo), porque se trata de un sistema que describe las contradicciones en el seno de la revolución en su etapa histórica prerrevolucionaria: se trata del sistema de contradicciones que la vanguardia debe resolver y superar, como condición previa al gran enfrentamiento abierto entre las clases principales de la sociedad moderna. El sistema, pues, describe –como se expresa gráficamente en el diagrama– las contradicciones que hay dentro o que están detrás del proletariado como clase revolucionaria. La contradicción Proletariado-Burguesía sólo puede resolverse con la Revolución Proletaria; pero, antes, el proletariado debe ir solucionando sucesivamente las contradicciones fundamentales –de abajo arriba en el esquema– que lo habiliten como clase madura para iniciar la guerra revolucionaria contra la burguesía. El Proletariado como entidad política, por su parte, se desarrolla en función de la contradicción Vanguardia-Masas (que hemos situado en la base del triángulo superior), que se resuelve con la construcción del Partido Comunista (es decir, el periodo revolucionario que va desde la constitución del Partido a la Dictadura del Proletariado, cuando aquél aborda tareas propias de esta fase de la revolución como son la construcción del Frente Único, del Ejército Rojo con masas pertenecientes a otras clases o la construcción del Comunismo). Esta es la contradicción fundamental que explica la naturaleza del partido proletario (Partido Comunista), y es el adecuado tratamiento de la unidad de sus dos aspectos contradictorios lo que permitirá el desarrollo político del proletariado como clase revolucionaria. Finalmente, la posición de los distintos elementos dialécticos en la cúspide del dibujo nos informa de que no es la lucha entre el proletariado y la burguesía el problema central en esta etapa del proceso revolucionario (la Burguesía queda fuera del sistema), sino la lucha por resolver los distintos problemas que están relacionados con la contradicción Vanguardia-Masas, y, sobre todo, los que aquejan al aspecto principal de la misma, la Vanguardia. En concreto, se trata de las cuestiones relacionadas con el establecimiento de los vínculos necesarios para lograr la unidad de esa contradicción en forma de proceso revolucionario, para lo cual la lucha de clases se desenvuelve principalmente en el seno de la clase obrera entre la vanguardia y el oportunismo, el reformismo y el revisionismo que pretenden impedir el acercamiento político y organizativo entre las masas del proletariado y su vanguardia revolucionaria.

Las cuestiones que rodean a la vanguardia son, en general, las que centran la atención del comunismo en el actual periodo. Por esta razón, la Vanguardia ocupa el vértice superior del siguiente módulo triangular. La contradicción que, en su interior, determina su esencia es la que se da entre Vanguardia teórica y Vanguardia práctica; por eso, esta contradicción ocupa la base de este segundo triángulo. El desarrollo y la solución de esta contradicción están ligados al proceso de Reconstitución del Partido Comunista, que es el periodo que nuestra organización considera como preámbulo necesario a la existencia del partido de nuevo tipo proletario y a su ulterior proceso de construcción. El aspecto principal de esta contradicción es la Vanguardia teórica, y son las cuestiones relacionadas con la recuperación y consolidación de esta vanguardia las que deben ser solucionadas para preparar su fusión con la Vanguardia práctica en forma de Partido Comunista. Por esta razón, aquélla ocupa la cabecera de la última contradicción, la que está en la base de todo el sistema: la contradicción entre Vanguardia marxista-leninista y Vanguardia teórica No marxista-leninista.

Una de las principales consecuencias del balance del último periodo político de nuestra organización ha sido, precisamente, la toma de conciencia de la existencia y de la importancia de la contradicción entre la Vanguardia teórica marxista-leninista y la Vanguardia teórica No marxista-leninista. Una de las causas principales de nuestros errores fue pasar por alto esa contradicción y centrar nuestra atención en las contradicciones superiores del sistema, sobre todo la inmediatamente superior (Vanguardia teórica-Vanguardia práctica) que, vista en perspectiva, preside el proceso político de Reconstitución, por cuya culminación hemos apostado y en cuya realización hemos depositado todos nuestros anhelos. Por esta causa erramos en la valoración de las condiciones y posibilidades de resolución de esa contradicción. Al no realizar un análisis adecuado de su aspecto principal (la Vanguardia teórica) no descubrimos que en su seno existen una serie de contradicciones que es preciso desarrollar. Estas contradicciones se pueden resumir en la dialéctica que debe desenvolverse entre la vanguardia marxista-leninista y aquellos sectores de la vanguardia teórica que proponen concepciones, ideas y tesis políticas en pugna con aquélla. La solución de esta contradicción es la reconstitución del comunismo como ideología de vanguardia del proletariado. Sólo cuando el marxismo-leninismo consiga hegemonizar la ideología y la política de la vanguardia teórica del proletariado, ésta podrá dirigirse a la conquista de los sectores de la clase que encabezan sus luchas de resistencia y su movimiento espontáneo (vanguardia práctica). Son, por tanto, los problemas teóricos y prácticos que plantea la lucha de dos líneas en el interior de la vanguardia teórica los que deben centrar, a partir de ahora, nuestra atención más inmediata, porque es la contradicción entre Vanguardia marxista-leninista y Vanguardia teórica No marxista-leninista la contradicción principal del sistema dialéctico en el que se halla detenido actualmente el proceso de Reconstitución. Más arriba caracterizamos el momento actual desde el punto de vista de nuestra organización (profundización en la formación en la ideología comunista –y que hacemos extensiva a todos los destacamentos de vanguardia que se autoproclaman marxistas-leninistas) y desde el punto de vista del proletariado en general (acumulación de fuerzas de la vanguardia). Pues bien, ahora podemos añadir, también, que, desde el punto de vista de la vanguardia –o, si se quiere, del movimiento comunista–, nos encontramos ante un momento donde es crucial la implementación y el desarrollo de la lucha de dos líneas en el seno de la vanguardia teórica por la hegemonía del marxismo-leninismo.

La reconstitución del marxismo-leninismo en la posición de vanguardia ideológica del proletariado no es, en absoluto, un problema exclusivamente teórico. Muy al contrario, sólo puede ser fruto del éxito en esa lucha de dos líneas. Por eso, sería contraproducente separar los aspectos teóricos de los prácticos en el actual momento político. No debemos dejarnos engañar por el sentido vulgar, coloquial, de las palabras. Que la actual etapa plantee problemas relacionados principalmente con cuestiones teóricas de la revolución no significa que no exista ninguna práctica de masas que nos ayude en la tarea. De la misma manera, la palabra práctica no debe vincularse únicamente –como casi siempre hemos hecho– con la actividad entre las masas del movimiento práctico, espontáneo; también existe una línea de masas para resolver los problemas de la vanguardia teórica, que no es otra que los vínculos que el marxismo-leninismo debe establecer con el resto de la vanguardia teórica. Se trata, en última instancia, de superar ese vicio al que nuestros errores nos habían conducido de separar radicalmente nuestra actividad teórica de nuestra actividad práctica, vicio del que ya hemos hablado; se trata, en resumidas cuentas, de restituir la unidad de los dos aspectos de la contradicción, que nuestro análisis ha definido como principal, como forma concreta y actual de unidad teoría-práctica. Esta unidad implica redefinir las tareas principales y el carácter y el objetivo del trabajo de masas que llevar a cabo para cumplirlas. En otras palabras, lo que se nos presenta ahora como el problema fundamental es el de esclarecer política y organizativamente la esencia y las formas de los vínculos, en el seno de la vanguardia teórica, entre el marxismo-leninismo y el resto de esa vanguardia y la línea de masas necesaria para elevarlos a las posiciones revolucionarias.

El mecanismo del desarrollo de la contradicción principal ya lo hemos descrito anteriormente: se trata de ir planteando lucha de dos líneas y vínculos organizativos con los círculos de la vanguardia teórica de manera sucesiva para ir avanzando, desde aquellos con planteamientos más generales y abstractos y de más largo alcance desde el punto de vista de los intereses de la Revolución Proletaria, hacia esos otros cuyas inquietudes van acercándose más a los problemas relacionados con las necesidades del movimiento práctico. En este caso, cuando hablamos de círculos de la vanguardia teórica no nos referimos a organizaciones concretas –aunque sea bajo esta forma como nos los vamos a encontrar en la realidad–, sino al grado de cercanía que cada conjunto de problemas teóricos guarda en relación con las necesidades de las reconstitución ideológica del comunismo, siendo la vanguardia marxista-leninista el punto de referencia en torno al que se nuclean y articulan esas necesidades. Así, el primigenio núcleo marxista-leninista irá conquistando paulatinamente esos círculos, resolviendo los problemas teóricos que plantean desde la lucha de dos líneas e incorporándolos a la causa de la Reconstitución desde su línea de masas. Esta es la forma que adquiere la unidad teoría-práctica en el momento presente y dado el carácter de la contradicción principal que impulsa ahora el proceso hacia el Partido Comunista. Nuestro trabajo práctico o nuestro trabajo de masas, por tanto, no debe asemejarse al típico trabajo en el sindicato, aunque probablemente el sindicato sea, en algún momento, uno de los lugares donde haya que ir en busca de algunos de esos círculos de vanguardia. Pero esto no debe confundirnos hasta el punto de dejarnos llevar por la inercia de la actividad propia del sindicato y perder de vista nuestro cometido y nuestra perspectiva, como nos ha venido ocurriendo hasta ahora. Precisamente, uno de los prejuicios que con más ahínco debemos combatir de cara a nuestro futuro trabajo de masas es nuestra mentalidad sindicalista. No hay duda de que la tradición revisionista en la que nos hemos educado y en la que la mayoría de nosotros ha militado durante muchos años, practicando y absorbiendo formas de trabajo utilitaristas que nos enseñaron más a postrarnos ante la marcha del movimiento obrero que a prepararnos para convertirnos en su vanguardia, ha dejado una profunda huella en nuestra concepción de la política y del trabajo de masas, concepción que puede resumirse como sindicalismoobrerismoeconomicismo o cualquier otro concepto que indique espontaneísmo político. Y este lastre lo hemos estado arrastrando hasta aquí, contribuyendo con ello a agravar las deficiencias de nuestro trabajo. Debemos, pues, poner las medidas para combatir esta herencia y retomar el espíritu leninista en la labor de la construcción de cuadros, en la perspectiva de la creación de los tribunos y dirigentes que necesita la Revolución Proletaria.

Pero no podemos finalizar este punto referido al análisis de las contradicciones que directamente incumben a la vanguardia proletaria sin hacer alusión, aunque sólo sea brevemente, a la relación existente entre ese sistema que determina de manera inmediata las tareas más acuciantes de la vanguardia, las tareas de la Reconstitución, y el sistema de contradicciones que implican directamente a las masas, el que rige la marcha real, material, de la lucha de clases: el sistema compuesto por la contradicción capital-trabajo, la contradicción países imperialistas-países oprimidos y las contradicciones interimperialistas. Este sistema se caracteriza, en la actualidad, porque la contradicción principal es la que se desarrolla entre los países imperialistas y los países oprimidos, mientras que las otras dos están atenuadas, sobre todo porque la dialéctica capital-trabajo no supera el plano de la lucha de clases económica, debido a la hegemonía que detenta el reformismo en el movimiento obrero, por un lado, y a que, por otro, el sistema de relaciones internacionales está configurado de manera unipolar, está dominado por una sola potencia hegemónica (por lo que es absolutamente falso poner en primer plano la contradicción interimperialista, pues no hay otros centros ni bloques de alianzas imperialistas que puedan competir con la superpotencia económica y militar yanqui, ni estamos ante un periodo de preparación de una nueva guerra imperialista mundial –como defiende erróneamente un sector del movimiento comunista internacional– sino de colusión entre potencias). Por su parte, la relación entre el sistema mundial de contradicciones y el sistema de contradicciones de la clase obrera revolucionaria se caracteriza porque se desarrollan de manera paralela, sin apenas contacto mutuo, sin vínculos que permitan la influencia de éste sobre aquél. Este divorcio no es sino la suprema expresión de la escisión prevaleciente en el seno de la clase proletaria entre su vanguardia y las masas. Solamente desde la solución del conglomerado de contradicciones que conforman el proceso de constitución de la clase obrera en clase revolucionaria podrá elevarse el antagonismo entre capital y trabajo hasta el nivel político revolucionario de la lucha de clases; y solamente de este modo recuperará esta contradicción el protagonismo del proceso social, y será en torno a su eje que se desarrollarán y se resolverán las demás contradicciones de nuestra época. De este modo, también, con el retorno al primer plano de la dialéctica capital-trabajo (la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado), se hallará la ocasión para poner nuevamente y mejor de relieve la forma concreta que mejor expresa y desde la que mejor se puede resolver la contradicción general que preside todo el desarrollo del capitalismo y al propio capitalismo como modo de producción: la que se agudiza cada vez más entre el progresivo carácter social de la producción y la forma privada de apropiación[8].

La reconstitución de la ideología proletaria

Uno de los problemas centrales en la labor de reconstitución de la ideología proletaria es la construcción de cuadros y, en primer lugar, el esclarecimiento de la naturaleza política del militante comunista. En la medida que el aspecto principal de la contradicción principal en la actual fase del proceso de Reconstitución nos obliga a centrar nuestra atención en el estado actual de la vanguardia marxista-leninista, la definición de su componente individual y de los requisitos que debe cumplir como portador y defensor de la teoría de vanguardia cobra la mayor importancia. Si una vez reconstituido el Partido Comunista el problema del militante individual pasa a un segundo plano, al quedar subsumido en una entidad superior como es la colectividad orgánica del partido (pues, precisamente, su existencia presupone que ya se han solventado los problemas a los que aquí y ahora nosotros nos enfrentamos y que estará establecido el correcto mecanismo de integración del militante), en la etapa de Reconstitución la formación del miembro de vanguardia, del dirigente proletario o del cuadro comunista, resulta crucial como pilar básico del destacamento de vanguardia marxista-leninista. En tanto que este destacamento no constituye aún el organismo político proletario cualitativamente superior, como colectivo es todavía en gran parte suma de voluntades, y, por tanto, la actitud y la aptitud individuales adquieren el mayor relieve. La transformación de la voluntad comunista individual en conciencia revolucionaria se convierte en una de las tareas más importantes y apremiantes para el fortalecimiento de la vanguardia marxista-leninista y para el éxito de su lucha por la reconquista de la posición de vanguardia ideológica del proletariado.

En este sentido, los elementos heredados del estilo de trabajo revisionista que aún arrastramos, junto a la deriva sindicalista en nuestra línea de masas, nos han obligado a rememorar los términos de la polémica de Lenin con los economistas y los mencheviques acerca del carácter del miembro del partido. En 1902, en su ¿Qué hacer? y frente a la propuesta de practicar el sindicalismo como actividad principal de los miembros del partido que presentaban los economistas, Lenin defendió que se debía “hacer de los militantes socialdemócratas dedicados a la labor práctica líderes políticos”[9], e insistió en que “nuestra misión no consiste en propugnar que se rebaje al revolucionario al nivel del militante primitivo, sino en elevar a este último al nivel del revolucionario”[10]; al año siguiente, en el II Congreso del partido obrero de Rusia, Lenin volvió a enfrentarse contra quienes querían rebajar la cualificación política de los militantes revolucionarios. Esta vez contra el líder menchevique Mártov y con motivo del artículo 1º de los Estatutos, que definía al miembro del partido, inquirió a la asamblea si consideraba que cualquier huelguista o cualquier charlatán podrían ser considerados miembros del partido. De alguna manera, nosotros nos encontramos, ahora, ante una disyuntiva parecida; de alguna manera, se nos han presentado como inaplazables en su solución los interrogantes relativos a qué entendemos por militantes de vanguardia en función de las actuales necesidades de la Reconstitución, ¿los líderes prácticos o los cuadros formados íntegramente en todos los aspectos, teóricos y prácticos, de la dirección proletaria?, y de cómo educamos a esa vanguardia, ¿con la perspectiva amplia del proceso histórico de emancipación del proletariado, o en la inmediatez del trabajo práctico?, ¿educamos a la vanguardia en la escuela del estratega o en la del líder dirigente de una huelga?.

Georg Lukács, destacado comunista húngaro, dijo en una ocasión que, para su generación, la figura de Lenin había supuesto una auténtica revelación desde el punto de vista del modelo de dirigente revolucionario. Y no nos debe extrañar, porque Lenin es el primer gran dirigente revolucionario que adopta la posición del estratega en la dirección política de la lucha de clases proletaria. Efectivamente, desde 1830, el jefe revolucionario era el cabecilla del estrecho círculo conspirativo y clandestino y el líder de barricada. Ni siquiera el partido obrero más potente y organizado de Europa, el partido socialdemócrata alemán, pudo oponer otra alternativa a este tipo de liderazgo fuera del tribuno parlamentario. Lenin, por el contrario, representa al líder de las masas en movimiento, al jefe de los cientos de miles y de los millones de obreros en acción, dibuja a la perfección el perfil necesario del dirigente de las vastas masas que la revolución proletaria pone en movimiento. A diferencia del líder de barricada, que sólo puede dirigir una acción militar, que se identifica con ella y que hace depender todo el curso de la lucha de esa sola acción, reduciendo con ello toda la capacidad, intensidad y profundidad del movimiento político al margen que puedan otorgar unas pocas maniobras tácticas, Lenin, por el contrario, aplica a la dirección del movimiento una perspectiva estratégica, es decir, el método de combinar acciones tácticas en función del objetivo estratégico, subordinando siempre aquéllas a éste y utilizando absolutamente todos los medios posibles, políticos y militares, en relación con cada fase del movimiento. Lenin nos enseñó que no puede haber un verdadero método de dirección de la clase si no se combate la tendencia espontánea a contemplar la lucha de clases desde la perspectiva del instrumento táctico que estemos utilizando en cada momento: la tendencia al sindicalismo o, en general, al economicismo cuando tratemos de ganarnos a las masas en los frentes de resistencia y de construir el Frente Único; la tendencia al parlamentarismo cuando abramos el frente de la lucha de clases en el parlamento burgués; la tendencia al militarismo cuando declaremos abierta la guerra contra el capital, etc.

Si se nos permite utilizar el paralelismo con el arte de la guerra, podemos decir que Lenin significa, para el arte de dirección política proletaria, la cúspide que para la historia militar supuso la figura del comandante del ejército de la Unión durante la Guerra de Secesión norteamericana (1861-1864), Ulysses S. Grant. Hasta las guerras napoleónicas, la guerra estuvo dominada por el concepto táctico. Aunque, a diferencia de Alejandro, Napoleón no interviniese personalmente en la batalla y permaneciese en la retaguardia, el corso se ubicaba en una posición desde la cual observaba el campo de batalla y dominaba todo el curso de las operaciones. Así, la comandancia participaba directamente en la batalla, con lo que las maniobras tácticas constituían el elemento principal del modo de conducir la guerra, por lo que ésta misma dependía casi siempre del desenlace de una batalla. Pero Grant transforma este concepto de la guerra invirtiendo la relación estrategia-táctica al otorgar a la primera la función principal. De esta manera, Grant comienza incluyendo en la balanza del poderío militar aquellos factores externos que son la base del modo de vida de una nación, empezando por su potencia industrial y sus recursos humanos; y, en segundo lugar, pone el acento en la logística necesaria para que el potencial material de la nación sirva de soporte permanente de una enorme y poderosa máquina de guerra. El campo de batalla es, pues, el último punto de la atención de la comandancia militar. De hecho, Grant se sitúa siempre en la retaguardia de las batallas, sin establecer contacto físico con el frente, operando en función de informes que le tienen al tanto del estado de todos los frentes. La batalla en curso se subordina al plan general militar: la guerra ya no depende de una sola batalla, sino de todo un conjunto de operaciones que persigue alcanzar un único objetivo estratégico. El nuevo concepto de la guerra se correspondía con las condiciones de la nueva era que se abría paso con el capitalismo industrial, cuya expresión más pura y avanzada se estaba dando, y no por casualidad, precisamente en el mismo suelo que la forma más avanzada de conducción del arte militar.

Traduciendo los términos militares a los de la polémica política de Lenin con los mencheviques, se trata de adoptar la táctica-plan frente a la táctica-proceso que defendían éstos. De este modo, concluimos que el líder bolchevique representa un estadio superior de desarrollo, similar al alcanzado por Grant en el arte de la guerra, en los métodos de dirección política de la lucha de clases del proletariado. Y este debe de ser el modelo en el que inspirarnos a la hora de abordar las cuestiones relacionadas con la formación comunista y la elevación de nuestros militantes al nivel del revolucionario, a la hora de acometer la tarea de la construcción de los futuros cuadros dirigentes del proletariado. Debemos, pues, educar estrategas, no jefes militares de barricada, ni sindicalistas, organizadores de huelgas o agitadores (el desarrollo del movimiento ya procurará que las propias masas destaquen, en el momento necesario, jefes de este tipo); debemos elevarnos en nuestra formación hasta situarnos a la altura que exige ese salto cualitativo que históricamente puso en primer plano la estrategia sobre la táctica en el arte militar, la revolución sobre la huelga en el terreno de la lucha de clases del proletariado, y el Partido sobre el Sindicato (o el partido obrero de viejo tipo) en el de su organización.

Es en este sentido que Lenin insistía en su ¿Qué hacer? en que el buen dirigente revolucionario no es el “secretario de tradeunión”[11], que orienta la lucha económica de los trabajadores, pues no se trata únicamente de la contradicción capital-trabajo. Por el contrario, al obrero sólo se le puede dotar de conciencia política de clase –decía Lenin– desde la esfera “de las relaciones de todas las clases y sectores sociales con el Estado y el Gobierno, la esfera de las relaciones de todas las clases entre sí”[12], y añadía: “si [el revolucionario] es partidario, no sólo de palabra, del desarrollo polifacético de la conciencia política del proletariado, debe ‘ir a todas las clases de la población’”[13]. El cuadro de vanguardia, pues, debe elevarse hasta la perspectiva superior que le permita observar y estudiar desde arriba todo el escenario de la lucha de clases, y combatir toda tendencia que empuje hacia la perspectiva del movimiento por el movimiento, la perspectiva desde abajo que impide una contemplación completa de todos los acontecimientos relacionados con la pugna entre las clases. Sin embargo, aquel elevarse requiere previamente cierta talla intelectual, una actitud mental que de alguna manera debe ser adquirida, porque no es innata, no es espontánea; requiere una preparación, un entrenamiento, una instrucción que capacite al cuadro comunista para la educación y la dirección revolucionaria de las masas.

En los últimos tiempos, la burguesía ha dejado constancia de que tiene muy presente la importancia de la cualificación de los cuadros para la dirección del desarrollo social. No cabe duda de que, en esa cualificación, juega un gran papel la formación cultural y la instrucción en el saber, y tanto más para el proletariado por cuanto su conciencia se construye –como ya hemos dicho– desde la ciencia. Sin duda alguna, la normativa promulgada por el anterior gobierno del PP, la Ley Orgánica de Universidades (LOU), ley que restringe el acceso de las masas a la educación superior, y la Ley Orgánica de Calidad de la Enseñanza (LOCE), que las aleja de la posibilidad de recibir una formación cultural integral, promoviendo la especialización prematura –y, a ser posible, puramente técnica y práctica– del alumnado, persiguen como fin precisamente obstaculizar la relación del proletariado con la cultura, y con ello, dificultar el desarrollo de su conciencia como clase y la construcción de sus cuadros políticos. Con estas leyes[14], la burguesía nos está diciendo que prefiere que los futuros dirigentes del proletariado se formen en el sindicato y en el movimiento práctico de masas y que la Universidad no influya en absoluto en esa formación; nos está diciendo que formemos cuadros de agitadores antes que de propagandistas, que cultivemos dirigentes prácticos y no teóricos, que formemos tácticos, no estrategas; en definitiva, está induciendo a la clase obrera a educar a sus dirigentes en la solución de sus problemas inmediatos y no en la comprensión de los problemas globales de la transformación social y de la dirección de esa transformación, en la elevación hacia la perspectiva revolucionaria, hasta el punto de vista del comunismo, ese punto de vista que Marx y Engels ya exigieron que expresase “los intereses del movimiento en su conjunto”[15]. La ofensiva de la burguesía contra la participación de las masas en y de la cultura coincide, precisamente, con un momento en que los destacamentos más avanzados del proletariado comienzan a replantearse los problemas relacionados con el papel de la ciencia en la formación de la conciencia de la clase y en el de la construcción de sus cuadros dirigentes desde una perspectiva amplia e integral, no economicista, y los relacionados con el vínculo existente entre la cultura y la reconstitución ideológica del comunismo. Tal vez se trate de una casualidad, pero por desgracia coincide con una coyuntura de repliegue y debilitamiento proletario y de fortaleza de la burguesía. Lo que sí está claro, al menos para la burguesía –y debe empezar a estarlo también para nosotros–, es la importancia que para la lucha de clases en general tiene la cuestión de qué clase posee el saber y los resortes educacionales necesarios para difundirla, y entre quién está dispuesta a hacerlo; lo que está claro, también, es que esta es una batalla de clase crucial, de importancia estratégica, de cuyo resultado dependerá en gran parte el futuro éxito a largo plazo de la Revolución Proletaria.

No sólo de la actualidad de la lucha de clases extraemos lecciones que nos indican la importancia de la preparación de cuadros como condición para dotar a todo futuro movimiento de masas de un carácter revolucionario, también la historia nos señala en la misma dirección. Sin ir más lejos, algunas conclusiones derivadas de nuestro análisis de la Revolución de Octubre nos muestran lo decisivo que puede ser que las masas aprendan, ya durante el capitalismo, lo máximo posible sobre el manejo y dirección de las fuerzas productivas como requisito de independencia de la clase y como primer paso para su aprendizaje en la futura gestión y dirección de toda la economía social. Concluíamos que esta enseñanza debía ser llevada en su momento a nuestra política sindical en la forma de las reivindicaciones concretas que hagan posible aquel objetivo. Pues bien, ¿por qué no aplicar esta lección al problema de conjunto de la dirección política de la clase obrera, tanto antes como después de la conquista del poder?, ¿es que, acaso, no hay que aprender a ser dirigente?, ¿es que la dirección del Partido, la dirección de las masas por éste y, posteriormente, la dirección de toda la sociedad no exigen, en cada una de esas etapas, el dominio de ciertas técnicas de dirección, no requiere de conocimientos que no se pueden adquirir de forma espontánea, sino mediante el aprendizaje por el estudio y la experiencia?.

La idea misma de preparación, de aprendizaje, relacionada con la tarea primordial de la construcción de cuadros como medio para el fortalecimiento de la vanguardia marxista-leninista y de su posición en la lucha de dos líneas en el seno de la vanguardia teórica, nos informan de que la naturaleza del punto de partida en el que debemos situarnos es esencialmente teórica. Asimismo, lo confirma el objetivo que nos hemos marcado al definir las cualidades del cuadro comunista siguiendo el modelo que representa Lenin, las cualidades del estratega. Pero, ¿en qué sentido debe ser entendido esto? Desde luego, en el de alejarnos del aprendizaje práctico, de las enseñanzas de las luchas a pie de calle. Debemos combatir toda propuesta o toda tendencia que favorezca el cultivo de la práctica frente a la teoría, que traiga consigo la educación política en la escuela de la práctica, de la organización y del trabajo cotidiano (practicismo) frente a la educación en la escuela del estudio teórico y de la elevación intelectual del militante; debemos combatir toda actitud teórica o práctica que conduzca a la infravaloración del papel de la teoría en la formación de los cuadros comunistas y que implique la minusvaloración de todo esfuerzo, individual o colectivo, por elevar cultural e ideológicamente a los militantes de vanguardia.

Pero también hay que combatir la idea de la formación teórica en el sentido puramente formal, de que la instrucción de los comunistas consista en un agregado indiscriminado de datos y de conocimientos. En absoluto. Se trata de formar en y desde la ideología proletaria, en y desde el marxismo-leninismo, pero no entendido como filosofía política, sino como concepción del mundo. El objetivo consiste en que los comunistas terminen asumiendo el marxismo-leninismo como Weltanschauung (concepción del mundo), que es la forma verdadera de concebir la ideología proletaria, superior a la forma tradicional –incluso podríamos decir, espontánea– de aprehenderlo que fue dominante durante la mayor parte del Primer Ciclo Revolucionario, el comunismo entendido casi exclusivamente como teoría política. Ésta supone una práctica reduccionista de todo el rico complejo ideológico del marxismo-leninismo, y conduce a una concepción unilateral del mismo. Precisamente y con toda probabilidad, una de las causas de fondo de la derrota del proletariado en ese ciclo haya que buscarla en este déficit ideológico. Al menos, cabe como explicación en la medida que parte de los problemas procedieron de la incapacidad ideológica para dar respuestas políticas acordes con las nuevas situaciones históricas que presentaba el proceso de transformación de la sociedad.

El predominio de la concepción estrecha del marxismo como filosofía política fue un caso general durante todo el Ciclo de Octubre dentro del movimiento comunista internacional. La causa fundamental residía en que los partidos comunistas se fundaron siempre sobre una base programática y bajo un tutelaje externo (la Internacional Comunista). Incluso muchos de los desarrollos ideológicos del principal partido de aquel movimiento, el partido bolchevique –que sí se formó y se desarrolló en virtud de la solución de debates teóricos de profundo calado– se realizan, sobre todo después de la muerte de Lenin –aunque también, en parte, bajo la dirección de éste–, en función de problemas coyunturales, problemas que, además, se resuelven muchas veces de una manera insatisfactoria desde el punto de vista de la relación entre la superación de esas determinadas coyunturas políticas y las exigencias a largo plazo del movimiento hacia el Comunismo.

Ejemplos de esos problemas resueltos de manera insuficiente, y que aquí sólo apuntamos en este último sentido, son: la cuestión del capitalismo de Estado –la economía estatalizada– en la sociedad de transición, que quedó en el aire en el X Congreso del partido bolchevique y que, para el XV, ya había desaparecido como problema casi por arte de magia, al identificarse capitalismo de Estado con socialismo o, si se prefiere, estatalización con socialización de los medios de producción; el irresuelto debate sobre el modo de conducir la transformación de las relaciones sociales en el campo ruso, a partir de 1924 (se consideró un escrito postrero de Lenin titulado Sobre las cooperativas, como el plan leninista de colectivización del campo, cuando, por un lado, era sólo un texto de reflexión destinado para el debate y no una propuesta de resolución del mismo, y, por otro, no atendía a todos los aspectos del problema –como, por ejemplo, la lucha de clases en el campo); el insuficiente desarrollo de la teoría del Socialismo en un solo país como respuesta a las necesidades del progreso de la Revolución Proletaria Mundial a partir de la segunda mitad de la década de los 20, que alimentó una marcada tendencia al nacionalismo (socialchovinismo) en el partido comunista soviético y su desvío hacia la teoría de las fuerzas productivas; la renuncia a la independencia política del comunismo por mor de una alianza a cualquier precio contra el fascismo con la socialdemocracia y el liberalismo (táctica refrendada por el VII Congreso de la Komintern); la subordinación de la ciencia a los intereses de la política hasta manipular los resultados de aquélla y tergiversar la esencia del marxismo (caso Lysenko, en Biología, caso Kozyrev, en Astrofísica), etc. Todos estos debates están referidos al caso soviético y, aunque nunca se termina en ellos de romper los lazos con las necesidades de fundamentación teórica que todo desarrollo exige como premisa, sí se percibe una marcada tendencia al predominio de lo coyuntural, a resolver interesadamente en función de las necesidades inmediatas de la línea política o el estado de cosas vigentes.

Si esto sucedía en la organización de vanguardia del movimiento comunista internacional, mucho más acentuada se presentaba esa tendencia al reduccionismo político del análisis marxista en los partidos hermanos, donde en muchas ocasiones se limitaban simplemente a traducir en su interior los resultados políticos de los debates que habían tenido lugar en el seno del partido comunista soviético.

En el Estado español, por su parte, a estas peculiaridades comunes al movimiento general se unen otras particulares debidas a las propias condiciones de la evolución socioeconómica y política del país, y, en particular, al escaso arraigo que en el movimiento obrero tuvo siempre el marxismo. Primero, por la hegemonía del anarquismo durante la época de la AIT; después, cuando en Europa el socialismo de inspiración marxista termina por hegemonizar el movimiento obrero (aunque casi siempre de una manera más formal que real), porque el Estado español quedó al margen de ese proceso. Efectivamente, cuando, a mediados del siglo XIX, Julián Sanz del Río, intelectual con predicamento entre los sectores progresistas que tenían influencia en el incipiente movimiento obrero, visitó Alemania, nación con una efervescente tradición filosófica, con la intención de buscar una filosofía que pudiese enmarcar los proyectos políticos de la burguesía revolucionaria, se encontró con que dos escuelas estaban allí de moda entre las elites intelectuales: el socialismo (sobre todo, Hess, Weitling y la escuela del verdadero socialismo) y el krausismo. Eligió esta última corriente de pensamiento y la introdujo en España, prestando posteriormente las bases teóricas del discurso político de algunos sectores de oposición al sistema de la Restauración y del reformismo liberal de finales del siglo XIX y del primer tercio del XX. En la época en la que Sanz del Río estuvo pensionado por el gobierno español en Alemania, ni el marxismo había aún cuajado como corriente alternativa del socialismo, ni en el Estado español el desarrollo del proletariado era lo suficientemente importante como para que la intelectualidad avanzada fuese sensible a sus necesidades teóricas.

En España todavía no se había consumado la revolución burguesa, y ni siquiera había entrado aún en escena el partido democrático (todo esto sucede antes de la Gloriosa Revolución de 1868). Sin embargo, y puesto que la frontera pirenaica permanecía impermeable a la penetración de cualquier influencia del socialismo francés, se perdió una buena ocasión para haber creado tempranamente una escuela de pensamiento socialista en España que hubiera facilitado la creación de condiciones culturales para la posterior recepción del marxismo. Al contrario, floreció el pensamiento humanista y personalista que depositaba en la educación del individuo toda esperanza de renovación. Cuando en el Estado español se crearon el primer partido y el primer sindicato obreros (en 1879 y 1888, respectivamente), en el ambiente intelectual de la época el marxismo no estaba seriamente presente. La influencia del reformismo y de la ideología burguesa fue, en consecuencia, demasiado importante en la fundación de esos órganos del ya sólido movimiento obrero en el Estado español. De hecho, el marxismo nunca constituye la única fuente de inspiración para la política del PSOE (Guesde influye más que Marx en la elaboración teórica y política del partido en sus primeras etapas), y cuando su ala izquierda se escinde para formar el PCE, lo hace más en virtud de los acontecimientos que había provocado en el escenario internacional un evento como la Revolución de Octubre, que como fruto de un proceso interno de deslindamiento político e ideológico. Posteriormente, sólo durante coyunturas históricas de auge de la lucha de clase del proletariado el marxismo recupera su papel protagonista en el proscenio político español: durante la II República y en el tardofranquismo el marxismo se coloca como referencia de primera línea para los sectores de vanguardia de la sociedad y para el movimiento obrero; sin embargo, en ambas ocasiones se presenta en su aspecto sesgado de pensamiento político: alimenta los programas de innumerables grupos y partidos, pero sus líneas políticas no se sostienen sobre una sedimentada tradición filosófica que hubiese familiarizado con la concepción del mundo marxista a promociones de intelectuales y a generaciones de dirigentes obreros. Esta falla acarreará graves consecuencias cuando en la Transición sea derrotada la opción rupturista (ya de por sí, enfocada al modo pequeñoburgués), y con la monarquía parlamentaria vaya desapareciendo gradualmente todo ese movimiento político revolucionario, tras cuyo rastro no quedará absolutamente nada del discurso proletario.

En resumidas cuentas, en la historia contemporánea del Estado español el marxismo no cuajó nunca como escuela de pensamiento, y su historia política apenas dejó testimonio. El hecho de que aquí no podamos mencionar a ningún Kautsky, Labriola o Plejánov, dice bastante por sí solo del papel que las ideas de Marx hayan podido jugar en la orientación del proletariado español en su lucha de clase, pobre en el terreno político y nulo en el teórico. Con esto no queremos insinuar que una de las tareas actuales tenga que ser la de implantar el marxismo como escuela filosófica en España. En absoluto. Tal vez en los prolegómenos de la primera gran ola de la Revolución Proletaria Mundial cupiese cierta autonomía entre la lucha teórica y la política. El monopolio casi exclusivo del conocimiento en manos de la intelectualidad permitía que determinados individuos resolvieran las cuestiones de fondo más teóricas, mientras que el partido se ocupaba de la agitación y de la propaganda. Pero desde el momento en que el partido de nuevo tipo leninista se ha convertido en el punto de partida para el inicio de la próxima ola revolucionaria, esa división del trabajo ya no ha lugar. Ahora, es con el Partido Comunista como centro que el proletariado acomete la lucha de clases en los tres niveles que describió Engels: económico, político y teórico. Ya no tiene sentido hablar del marxismo como filosofía y del marxismo como línea o programa político de forma separada. Si lo distinguíamos en la pequeña valoración histórica sobre la vigencia del marxismo en el movimiento obrero internacional durante el Primer Ciclo Revolucionario, era porque, además de constituir un hecho, nos permitía explicar las razones del reduccionismo político al que fue sometido el pensamiento de Marx de manera generalizada en el mundo y exagerada en el Estado español. Pero el nuevo ciclo de la Revolución Proletaria presupone superada la dicotomía intelectualidad burguesa-movimiento obrero que caracterizó al Ciclo de Octubre y, por lo tanto, también la tendencia a la autonomización de la dirección de la lucha en las diferentes esferas de la confrontación social. Al contrario, todas se articularán en torno al Partido. Sin embargo, esto trae consigo el reto de asumir el marxismo como totalidad, como cosmovisión, como Weltanschauung. La conservación de los vínculos e interrelaciones existentes entre los distintos planos de la lucha de clases permitirá mayores garantías en la cohesión ideológica entre los fundamentos teóricos y las resoluciones políticas y una más profunda visión crítica que permita en todo momento la adecuación de la línea política a las necesidades del desarrollo real de la sociedad, sin hipotecar el futuro revolucionario por las necesidades políticas del momento, por muy acuciantes que éstas nos parezcan.

La obligación que actualmente nos imponen las tareas relacionadas con la Revolución Proletaria de asumir el marxismo-leninismo como un todo, como concepción del mundo, no significa que la política haya dejado de ser el terreno decisivo de la lucha de clases, en general, y que la Reconstitución del Partido Comunista haya dejado de ser la tarea política más apremiante para el proletariado consciente, en particular. Al contrario, la política sigue siendo la expresión concentrada de la lucha de clases y el punto que permite la transición de la crítica social a la práctica social, lugar de asentamiento necesario, por tanto, para la obra de transformación del proletariado. Pero que la política sea lo principal y la lucha por el poder político lo verdaderamente importante es una cosa, y otra bien distinta considerar que es en términos políticos como se resuelven todas las formas de la lucha de clases o que sea el punto de vista de las necesidades de la política en curso las que dominen los análisis de los problemas que plantea la lucha de clases. El dominio del criterio de la política por la política ha demostrado que genera una tendencia al pragmatismo y al tacticismo demasiado peligrosa. El modo de superarla es adoptando el punto de vista global que nos permita enmarcar cada momento en el proceso en el que está incluido, manteniendo siempre la perspectiva del objetivo final; y este punto de vista sólo nos lo puede aportar el marxismo-leninismo como cosmología.

Bildung und Wissenschaft: la universidad obrera

La construcción de buenos cuadros dirigentes y la asunción, por su parte, del marxismo-leninismo como concepción del mundo son dos de los pilares básicos imprescindibles para el cometido de reconstituir la ideología comunista. Pero, ¿cómo formar ese tipo de militante comunista, de qué instrumentos necesitamos dotarnos para ello?.

Como se trata de educar, de formar, lo primero que necesitamos es instrucción (Bildung), pero instrucción en la ciencia (Wissenschaft). En este momento, las necesidades de la lucha del marxismo por reconquistar la posición de vanguardia teórica son distintas a las que requerían otros momentos históricos como, por ejemplo, la Rusia de los debates en torno al II Congreso del POSDR. En aquel momento, como diría Lenin, el eslabón de la cadena al que era preciso agarrarse era la fundación de un periódico revolucionario para toda Rusia. Hoy, para nosotros, ese eslabón es diferente, o, mejor dicho, corresponde a las necesidades propias de una etapa distinta, anterior, del proceso. En la Rusia de 1903, la obra de lucha y deslindamiento con otras corrientes políticas, aunque no consumada, ya hacía tiempo que había sido iniciada por el marxismo revolucionario, y era distinto el estado de ánimo de las masas, en pleno movimiento ascendente desde 1895 –movimiento que culminaría con la revolución de 1905–, mientras que nosotros aún nos encontramos en los inicios de aquella lucha, apenas restablecidos del aturdimiento que nos provocó la última derrota del proletariado internacional. ¡Y qué decir del estado de ánimo actual de las masas! Si hacia 1903 los marxistas revolucionarios rusos debían cubrir el último tramo de su lucha de desenmascaramiento de las corrientes políticas oportunistas de la época, para pasar inmediatamente a la conquista de los elementos más conscientes de las masas proletarias, de ahí la importancia del órgano central de prensa, nosotros debemos retrotraernos aún más, cuando los marxistas rusos –por continuar el paralelismo con la experiencia rusa–, encabezados por Plejánov, iniciaron la lucha contra los populistas (anarquistas) por lo menos a partir de 1883. Nuestra primera y principal tarea, en estos momentos, es similar. También debemos combatir el oportunismo político, el que plantea a las masas falsas vías revolucionarias y el que sólo les ofrece una salida reformista. Pero como el estado de liquidación de la conciencia marxista es severo –algo por lo que no pasaron nuestros homólogos rusos–, también debemos prepararnos para este combate. Por esta razón, el eslabón de la cadena al que tenemos que asirnos es diferente, no responde a tareas cuya naturaleza correspondería a las que pueda cumplir un periódico o la propaganda política en general, sino con tareas de carácter más elemental: formar cuadros marxistas-leninistas, educándolos en la teoría y en la lucha de dos líneas contra el oportunismo.

Instrucción y ciencia son los elementos clave que nos permitirán crear buenas bases y buenas condiciones para la construcción de cuadros comunistas. Pero debemos entender esas palabras en un sentido particular. Por eso, para designarlas, hemos utilizado los vocablos correspondientes en alemán, porque en esta lengua presentan connotaciones semánticas que adquirieron, sobre todo en un determinado periodo histórico, connotaciones que matizan el significado de esas palabras en el sentido que nosotros queremos subrayar. Efectivamente, cuando a partir de la liquidación del Sacro Imperio por Napoleón se apodera de Alemania una fiebre reformadora, mezcla de Ilustración y de resentido nacionalismo, y los sectores emergentes de la sociedad germana pertenecientes a las nuevas clases medias, vinculadas más con las profesiones liberales que con la industria, pretenden dirigir, con el permiso de la aristocracia, los cambios necesarios para situar a Alemania al nivel de las necesidades del mundo moderno que se había gestado a partir de la Revolución Francesa –que ni siquiera la Restauración sobrevenida con la derrota de Napoleón había podido atajar–, aparece la idea de la necesidad de que la renovación espiritual y moral de Alemania y su reforma política fuera encabezada por una nueva elite cultural de líderes formados para el gobierno del país: los hombres de BildungBildung significa instrucción, educación; pero a diferencia del término homólogo Erziehung, que denota asimilación pasiva de conocimientos, la palabra Bildung indica autoformación, dirección de uno mismo en el cultivo del saber, búsqueda del conocimiento, autodesarrollo cultural. Este elemento activo deja traslucir una predeterminación consciente a la hora de iniciar una labor educativa, es decir, la conciencia de que esta labor es solo un medio para alcanzar un fin predeterminado, lo cual resulta fundamental a la hora de definir el carácter de la formación ideológica y cultural del cuadro comunista, porque educar en términos de Bildung supone la capacitación crítica necesaria que permitirá su autoformación permanente. El sentido de la palabra Bildung presenta, pues, ante nosotros, un nuevo reto: el de enseñar a aprender. Si, además, el contenido principal de este aprendizaje se corresponde con la concepción del mundo proletaria, entonces habremos puesto los cimientos para edificar verdaderas conciencias revolucionarias.

Igual que para la mesocrática elite intelectual alemana de principios del siglo XIX la educación entendida como Bildung implicaba una idea de funcionalidad, de que una sabia autodirección cultural habilitaba para la dirección política (frente a las pretensiones fundadas en el nacimiento y la posición social propias de la tradición de la época), de la misma manera la formación intelectual del dirigente proletario no debe entenderse en términos de erudición académica, de búsqueda del saber por el saber, sino en los del conocimiento del mundo como condición para su transformación. Para decirlo de un modo más inmediato, relacionado con la política práctica, y con las palabras de Lenin, la instrucción en términos de Bildung de los militantes comunistas les permitirá “dirigir todas las manifestaciones de esta lucha múltiple, [y] que sepan, en el momento necesario, ‘dictar un programa positivo de acción’”[16] en cada uno de los frentes de la lucha de clases en el que tengan encomendadas tareas revolucionarias. La autonomía intelectual que le dotará de la capacidad de servirse por sí mismo y de saber enfrentarse a los retos novedosos que plantee la lucha de las masas, tanto desde el punto de vista teórico como práctico, principalmente en la tarea de aplicar y traducir creativamente la línea política revolucionaria en cada uno de esos frentes, permitirá al cuadro comunista ejercer de vanguardia y, a través de él, al Partido la dirección efectiva del movimiento de masas (cuestión a tener en cuenta y de vital importancia cuando se aborde la tercera fase de la Reconstitución: el trabajo entre las masas para conquistar a la vanguardia práctica). La autonomía intelectual que acompaña a la idea de Bildung no debe entenderse en el sentido pequeñoburgués de libertad de crítica, sino en el de capacidad crítica adquirida como condición sine qua non para ejercitar una actividad de vanguardia consciente. De la misma manera, la idea de Bildung, aunque pone énfasis en la iniciativa y la actividad individual en la formación, no pretende prescindir –y en nuestro caso no debe prescindir– del aprendizaje colectivo y de la experiencia práctica. Lo que pretende remarcar es la idea de formación permanente, fuera incluso (o, mejor dicho, sobre todo) del marco de la actividad organizativa, la idea de la continuación de la formación por otros medios, por los propios medios, la idea de reflexión permanente sobre el mundo a la luz del marxismo y sobre el marxismo a la luz de ese mundo, de imbuirnos de espíritu crítico y de ganas de aprender para comprender, de imbuirnos de la idea de que el permanente movimiento de la realidad exige de nosotros un aprendizaje constante y un esfuerzo intelectual individual permanente, exige de nosotros, en definitiva, el ejercitar la Bildung.

La relación entre el aspecto individual y el colectivo del aprendizaje ha sido planteada por nosotros de manera bastante unilateral hasta ahora. Al considerar la asunción colectiva de los materiales de formación como la forma verdadera de asimilación, hemos terminado entendiendo que también se trata de la única, lo cual es falso. Naturalmente, desde el punto de vista del debate, síntesis y elaboración de la política del día a día el marco colectivo de actividad intelectual es el principal; de la misma manera ocurre cuando se trata de asimilar de la mejor y más completa forma posible cuestiones y temas teóricos concretos relacionados directamente con el pensamiento marxista o con las necesidades de su política. Pero en este terreno estamos hablando de lo que la organización aborda desde el punto de vista de las necesidades teóricas o políticas más inmediatas o perentorias, ya se trate de dotar a los militantes de los elementos teórico-conceptuales imprescindibles para el conocimiento del marxismo-leninismo, ya de su aplicación práctica. Queda, sin embargo, olvidada –o, al menos, pendiente– una cuestión de fondo fundamental, a saber, que la asimilación mental de la concepción del mundo marxista-leninista es un prolongado y larvado proceso de sedimentación intelectual, y, además, en primera instancia, un proceso individual. El contexto formativo colectivo es importante como el más adecuado útero de gestación del marxista individual en tanto que guía intelectual y en tanto que entorno desde el que vincular la formación teórica del individuo con las necesidades prácticas del movimiento real de la lucha de clases (necesidades que son la verdadera base material de los problemas en cuya solución teórica debe participar el comunista como individualidad intelectual); pero esto no puede sustituir –y, en parte, nosotros hemos sido víctimas de este error– la originalidad de la experiencia individual en el estudio del marxismo-leninismo, o en la asimilación particular de la concepción del mundo proletaria. En general, nosotros no hemos sabido concienciar a los camaradas sobre la importancia de su experiencia personal como estudiantes de la doctrina comunista. De hecho, la etapa de preparación individual de los temas de estudio previa a las reuniones de formación (etapa colectiva) ha sido infravalorada e, incluso, en muchos casos suprimida. Como resultado hemos convertido el estudio en una formalidad y a nuestro método de estudio, en los hechos, en un método pasivo de educación (Erziehung) en el que la generalidad de los camaradas se han limitado a escuchar y a intentar comprender las ideas y comentarios de los otros más informados previamente. En tal situación, hemos reproducido inconsciente e involuntariamente el esquema que precisamente queríamos superar con el Programa de Formación: la separación entre el militante comunista y la ideología comunista, en general, y, en particular, la separación entre quienes conocían algo de marxismo-leninismo y quienes no conocían nada (con todo lo que esto puede repercutir en la organización desde el punto de vista de la reproducción de la división burguesa del trabajo manual e intelectual).

El problema de una actitud activa ante la formación (Bildung) adquiere, por tanto, la mayor importancia a partir de ahora. Y esta actitud sólo puede venir de la concienciación de que el aspecto individual de la educación acompaña en importancia al aspecto colectivo. De hecho, son complementarios. En primer lugar, porque la asimilación del marxismo-leninismo como Weltanschauung no puede reducirse al aprendizaje de unas tesis filosóficas o políticas. Aquí, la sentencia de Heráclito nos resulta del todo pertinente: para saber una cosa no basta con haberla aprendido[17]; o sea, aprender no es saber. Aprender una serie de principios, tesis ideológicas o políticas, o leer unos cuantos libros marxistas importantes no significa que se haya asimilado el marxismo como concepción del mundo. Para ello es preciso estudiar en el pleno significado de la palabra, reflexionando y reuniendo con sentido crítico nuestros conocimientos hasta el punto de imbuirnos del espíritu de la ideología, de familiarizarnos con su particular enfoque de la realidad. Además, es importante no limitar el interés de nuestra formación a la doctrina político-filosófica marxista-leninista propiamente dicha, sino ampliarlo a todas las facetas de la realidad y de la ciencia (Wissenschaft) en virtud de la vocación integradora y del punto de vista global que el marxismo-leninismo proyecta sobre el mundo. El esfuerzo individual por amalgamar todos esos contenidos cognitivos en un bloque homogéneo y único, en una cosmovisión, desde la perspectiva crítica marxista, contribuirá en gran medida a la forja de mentes portadoras de la cosmología proletaria. Los resultados de este esfuerzo individual pueden y deben contrastarse colectivamente –aunque no desde un riguroso orden del día, sino en la medida que las necesidades prácticas obliguen a ofrecer esos resultados en función de problemas concretos–, de modo que esas mentes proletarias individuales vayan configurando poco a poco una mente colectiva –ese querido intelectual colectivo– como verdadero soporte y propagador de esa nueva concepción del mundo.

Pero mientras este proceso acompaña paralelamente al proceso de Reconstitución, desde el punto de vista de nuestras necesidades inmediatas como destacamento de vanguardia ideológica, debemos hallar un nuevo equilibrio entre los aspectos individual y colectivo de la instrucción del militante comunista. En este sentido, es importante señalar que compartir una misma concepción del mundo no significa profesar un pensamiento único. En tanto que individuos limitados, la concepción del mundo proletaria sólo puede ser representada parcialmente en las conciencias de los comunistas. Esta limitación exige cierta complementación de los distintos grados y modos de asunción individual del marxismo-leninismo. Será así, por lo menos, hasta la culminación de la Reconstitución. Pero lo que sí perdurará –incluso en el seno del Partido Comunista– será la importancia de esa diferencia y desigual asunción individual de la concepción del mundo proletaria desde la perspectiva del desarrollo teórico del comunismo. Ciertamente, es en el largo plazo donde la contribución individual al desarrollo ideológico del proletariado adquiere su verdadero relieve. Si en lo inmediato es el contexto colectivo lo determinante para la resolución de los problemas teóricos y prácticos del movimiento desde la aplicación del esquema unidad-crítica-unidad, a la larga es la aportación novedosa (individual) ante un problema nuevo lo que permite ese desarrollo ideológico-político en términos cualitativos, cuando precisamente las premisas conceptuales desde las que se operaba no permiten enfrentarse correctamente a esos problemas novedosos y es preciso romper con ellas, revolucionarlas, plantear en toda su dimensión el elemento central de aquella dialéctica del desarrollo político-ideológico del comunismo, la crítica, la lucha. Y la capacidad interna del organismo político para recurrir a lo novedoso para enfrentarse a lo nuevo proviene, precisamente, de la diferenciación y riqueza de matices, de las distintas versiones del pensamiento en que ha ido asimilándose individualmente una misma concepción del mundo. Esta diversidad, por decirlo de algún modo, cumple la función que la variabilidad genética de las especies en la Naturaleza: garantizar su adaptación y evolución. La aportación de elementos individuales parciales e innovadores en la solución de los problemas prácticos de la revolución y su asimilación colectiva e integrada en la lógica del discurso ideológico de clase es el modo como se desarrolla el Partido Comunista desde la perspectiva de la contradicción individualidad-colectividad en la esfera intelectual. Pero, por otro lado, en este ámbito lo individual no podrá sustituir nunca a la colectividad como depositaria de la totalidad ideológica, de todo el horizonte cosmológico de la concepción del mundo del proletariado; la individualidad sirve a las necesidades del permanente desarrollo ideológico y a la constante vocación de teoría de vanguardia del marxismo-leninismo; pero la individualidad no puede suplir a la organización de vanguardia o al Partido Comunista como consciente colectivo depositario de la Weltanschauung de la clase proletaria, como entorno intelectual donde pacientemente se van soldando los fragmentos de la conciencia clasista del mundo al mismo ritmo que ésta se va desarrollando.

De ahí que algunas tesis políticas defendidas por ciertos sectores del movimiento comunista se nos antojen del todo erróneas por unilaterales y dogmáticas. Tesis como la teoría de la jefatura, defendida por algunas organizaciones maoístas, rompen completamente la unidad dialéctica entre individuo y colectivo en la cuestión del desarrollo teórico de la ideología proletaria, terminando por permitir la suplantación del Partido por el jefe, y por ungir a la conciencia individual con el monopolio y el privilegio de la creatividad teórica, sin referencia alguna al colectivo y por encima del Partido. Cuando, por añadidura, se personaliza esa conciencia individual, es decir, se considera que la individualidad intelectual creadora es siempre la misma y, en consecuencia, la única y verdadera portadora de la concepción del mundo proletaria, obtendremos como colofón la teoría complementaria del pensamiento guía. Ambas tesis, por tanto, deben ser denunciadas por idealistas e individualistas, por impedir la comprensión del verdadero papel que juega el individuo en el proceso de desarrollo del pensamiento proletario y su correcta relación con el colectivo partidista en esta materia (por no hablar ya del perjudicial reflejo de la rígida división del trabajo de la sociedad burguesa que provoca en el interior de la organización de vanguardia), y porque, después de todo, son hijas de una época, la del Primer Ciclo Revolucionario, donde dominó la concepción del marxismo como filosofía política y nunca se planteó la necesidad (si exceptuamos el corto período de la Revolución Cultural china y somos condescendientes con sus declaraciones de intenciones y no demasiado severos con la perspectiva, cuando menos ingenua, de extender la concepción del mundo proletaria entre las masas a base de recetarios de citas como el Libro rojo) de formar a todos los comunistas en la concepción del mundo proletaria. Ni siquiera esto se planteó como problema a resolver con los adecuados medios políticos.

El marxismo-leninismo como Weltanschauung implica una cosmología unitaria, una visión del mundo como totalidad integrada, como organon. La formación multidisciplinar del marxista persigue la representación intelectual de esa cosmovisión, su comprensión y su integración en su actividad práctica. La Weltanschauung así concebida exige una Wissenschaft, una ciencia; pero no una ciencia entendida como novedosa disciplina propia, ni tampoco como práctica experimental particular, sino como resultado del saber universal, como asimilación y síntesis sistematizada de los progresos de las ciencias y su integración crítica en el marco gnoseológico marxista-leninista. La idea ilustrada de Wissenschaft surgió como negación del dominio humanístico-literario en los contenidos de la formación cultural dominante (basados en la lengua y la literatura clásicas, griega y latina) que en Europa se remontaba al Renacimiento, y por oposición a toda superstición, esoterismo o espontaneísmo en el proceso de conocimiento. Éste sólo puede ser resultado de la ciencia, y es en su espíritu y en el conocimiento de las leyes reguladoras del universo que nos va desvelando donde debe residir la fuente de nuestra instrucción. La Wissenschaft así entendida pasa de esta manera a ser el objeto de la Bildung (es decir, educarse en la ciencia), el marco general y permanente de su desenvolvimiento y de su actividad, bajo la guía crítica del marxismo-leninismo. La unidad de ambos –Bildung und Wissenschaft– expresará el continuo esfuerzo por asimilar los progresos de la ciencia a la Weltanschauung proletaria y por la permanente actualización del marxismo-leninismo como teoría de vanguardia. Esa unidad constituirá el fundamento principal para proveer del contexto adecuado para la consecución de ese objetivo fundamental que es la construcción de cuadros comunistas: la universidad obrera. Esta idea de universidad obrera no debe ser interpretada en el sentido organizativo-institucional, sino como la visión genérica que englobaría el trasfondo común de las principales tareas políticas del presente periodo.

La idea de universidad obrera corresponde a una común necesidad histórica de autogestión cultural del proletariado en una nueva época prerrevolucionaria y en un nuevo nivel. Igual que en los preliminares del Ciclo de Octubre las consecuencias del imposible acceso a la educación por parte de las grandes masas trataba de paliarse a través del mitigamiento del analfabetismo y de impartir nociones de cultura general a las bases del sindicato o del partido obrero en la denominada Casa del Pueblo, en la actualidad, la imposibilidad creciente de acceder a una educación elevada de las masas y de sus elementos más preparados, en general, y la imposibilidad de obtener, en particular, una concepción del mundo autónoma, independiente de la burguesa, en el seno del sistema educativo vigente, obligan al proletariado consciente a dotarse de los instrumentos necesarios para elevarse intelectualmente hasta el punto que exige el grado de civilización alcanzado por el desarrollo social. Si en el Primer Ciclo Revolucionario las Casas del Pueblo se correspondían con una situación en la que era preciso acercar a las masas culturalmente a la actividad de su vanguardia, pues mientras la vanguardia estaba educada, las masas eran semianalfabetas, ante el próximo ciclo revolucionario la necesidad de la universidad obrera es exponente de una situación inversa, donde, relativamente hablando, las masas son muy cultas y la vanguardia, en cambio, no está a la altura de las exigencias de la dirección en la construcción de una sociedad nueva, ni de la dirección política de las masas, ni siquiera de las de la dirección de su partido revolucionario. Si en el Ciclo de Octubre el gran problema de la revolución, desde el punto de vista de la cultura, era la participación de las masas en la obra de edificación de lo nuevo, precisamente su participación en el proceso de su emancipación –lo que ponía un fuerte interrogante a la naturaleza del proceso revolucionario como proceso de autoemancipación del proletariado–, en la actualidad, la lucha de clases proletaria y las necesidades que impone el incremento de la composición técnica del capital han obligado a la burguesía a formar a los hijos de la clase obrera hasta niveles altos de educación (generalización de la enseñanza secundaria), pero impide su acceso a la formación superior como cuadros dirigentes. Esto es lo que debe suplir el proletariado de manera autosuficiente e independiente de cara al futuro ciclo revolucionario, del mismo modo que en la época de su preparación para el primer asalto revolucionario se enseñó a leer a sí mismo. Lo cual, por cierto, redundará en una mejor correspondencia entre la preparación cultural de la vanguardia y la de las masas de la clase, y en una correspondencia a un nivel más alto; lo cual, a su vez, otorgará mayores posibilidades futuras a la autonomía que el proletariado como clase debe imprimir a la revolución como proceso de autoemancipación.

La construcción de la vanguardia

Construir cuadros no es construir vanguardia, de la misma manera que construir vanguardia no es construir Partido (o, en nuestro caso, reconstituir). Debemos preparar al militante comunista como dirigente revolucionario, formándolo en el mayor número posible de campos del conocimiento y dotándole de la concepción del mundo proletaria, además de hacer de él un buen propagandista de la línea política proletaria y de los principios que la inspiran. Ésta debe ser nuestra actividad principal como organización que persigue el desarrollo de la vanguardia marxista-leninista. Pero, aunque necesario, esto no es suficiente. Como destacamento de vanguardia y, por lo tanto, como punto de referencia nuclear de la vanguardia proletaria, la organización marxista-leninista debe asumir la responsabilidad de aquel desarrollo en la dirección de la Reconstitución, y vigilar siempre por no desviarse de este camino, previendo sus necesidades presentes y a largo plazo, y tratando siempre de que sean cubiertas o de preparar las condiciones para que sean satisfechas. Sin embargo, la capacidad y capacitación política de la organización de vanguardia, tanto desde el punto de vista individual como desde el colectivo, no son ingredientes suficientes –aunque sí la base necesaria– para dar cuerpo al proceso de construcción de esa vanguardia (teórica) capaz de ganarse en el futuro a los sectores conscientes del movimiento de masas (vanguardia práctica) como paso previo a la Reconstitución del Partido Comunista. Para hablar de construcción de la vanguardia no podemos descuidar el tratamiento del aspecto secundario de lo que hemos definido como la actual contradicción principal del proceso de Reconstitución: el vínculo que une a su lado principal, la vanguardia marxista-leninista, con el resto de la vanguardia teórica, la línea de masas que aquélla debe aplicar para establecer el sistema de relaciones organizativas y políticas con ésta desde el que emprender un proceso dialéctico (unidad y lucha) que permita resolver esa contradicción. Tal proceso no será sino el proceso de construcción de la vanguardia propiamente dicho. Es decir, un proceso de construcción donde el resultado es una vanguardia situada a un nivel más elevado a su forma de construcción individual como cuadros o suma de cuadros, pero todavía inferior a la forma superior, social, la forma capaz de expresar los intereses y el movimiento de la clase en su conjunto, el Partido.

Pero el proceso de construcción de la vanguardia teórica marxista-leninista es sólo el aspecto formal que presenta la solución de la actual contradicción principal; su contenido se manifiesta como proceso de reconstitución ideológica del comunismo o, si se quiere, como lucha marxista-leninista por la reconquista de la posición de vanguardia ideológica del proletariado, que son dos modos diferentes de expresar el mismo necesario fenómeno. Y es que no hay verdadera construcción de la vanguardia sin la interrelación del marxismo-leninismo con el resto de las corrientes teóricas que influyen sobre el proletariado, sin lucha de dos líneas entre ambas y sin el proceso de transformación en virtud del cual el marxismo-leninismo fagocita a esas corrientes, es decir, las destruye asimilándolas, las supera incluyéndolas. En alemán, existe un verbo que expresa a la perfección el sentido que queremos otorgar a esta acción: aufheben, que significa, al mismo tiempo, elevar, suprimir y conservar. Entonces, las contradicciones entre el marxismo-leninismo y las demás corrientes teóricas irán resolviéndose sucesivamente como síntesis (Aufhebung, o, para decirlo en lenguaje marxista, negación de la negación) en las que el marxismo-leninismo se enriquecerá elevándose, al mismo tiempo que suprime a esas corrientes derrotándolas políticamente y conserva lo que han podido aportar a la reconstitución ideológica del comunismo. Al realizar esto, el marxismo-leninismo va configurándose como discurso teórico-político (reconstitución ideológica) y se construye como movimiento de vanguardia. En esto consiste su pugna por la hegemonía entre los sectores ideológicamente avanzados del proletariado. Es en el desenvolvimiento de este proceso como el marxismo-leninismo toma cuerpo y crece en todas las facetas (teórica, política y organizativa) como vanguardia ideológica, en función de las necesidades prácticas del propio movimiento de vanguardia, necesidades prácticas que, por cierto, no son sino las necesidades teóricas del proletariado como movimiento revolucionario. Es a través de la solución práctica de los problemas que la lucha de dos líneas impone al marxismo-leninismo en el seno de la vanguardia teórica del proletariado como conquistará la posición de interlocutor cualificado ante su vanguardia práctica; y es conquistando a lo más granado de entre los sectores de avanzada influenciados por esa vanguardia teórica que el marxismo-leninismo creará las condiciones organizativas para acometer la futura conquista de esa vanguardia práctica en todas y cada uno de los frentes que ésta pueda abrir en su lucha de resistencia contra el capital. En resumidas cuentas, reconstitución ideológica y construcción de la vanguardia son cuestiones inseparables desde el punto de vista del marxismo-leninismo: ambas van ligadas indisolublemente en un proceso en el que se alimentan recíprocamente.

Del mismo modo, no puede entenderse la idea de reconstitución ideológica de manera distinta de la de hegemonía ideológica del marxismo-leninismo en el seno de la vanguardia. La reconstitución ideológica no es un proceso exclusivamente teorético, no tiene por objeto resolver problemas abstractos o planteados de forma académica en función de las supuestas necesidades de la teoría marxista-leninista como sistema teórico encerrado en sí mismo. En absoluto. La reconstitución ideológica del marxismo-leninismo sólo puede realizarse en relación con la solución teórica y política de problemas concretos, de los problemas que pone en el orden del día la marcha o puesta en marcha del movimiento obrero como movimiento revolucionario, comenzando por aquellos problemas que atañen a la dirección consciente de ese movimiento, y, en primer lugar, los relacionados con la naturaleza de clase de esa conciencia rectora. Y esas soluciones no podrán ser ratificadas y asumidas como soluciones acordes con los requisitos que exige la vanguardia revolucionaria si no son confrontadas con otras soluciones a los mismos problemas presentadas por otras corrientes de pensamiento, y si en esa confrontación, en esa lucha, las respuestas marxista-leninistas no salen victoriosas, no resultan ser las únicas respuestas válidas y satisfactorias para la mayoría de la vanguardia teórica. La incorporación al discurso teórico y político de esas sucesivas respuestas, el deslindamiento ideológico que producirán respecto a la influencia ideológica burguesa y el desplazamiento de esas otras corrientes políticas alternativas procurarán simultáneamente la hegemonía y la reconstitución ideológicas del marxismo-leninismo.

La reconstitución ideológica debe ser comprendida como un proceso, y, además, como un proceso vivo. De hecho, en primer término, su naturaleza presenta más un perfil político que puramente teórico. Efectivamente, al organizarse el discurso teórico-político marxista-leninista en función de los problemas concretos que ante la vanguardia revolucionaria presenta el movimiento de la clase, su construcción discursiva no puede presentarse sino como línea política, en atención a las necesidades de la acción práctica como primera condición; si bien la vocación universalista del marxismo-leninismo como Weltanschauung promoverá con posterioridad la articulación de todos esos elementos discursivos en el seno de su cosmovisión unitaria del mundo. La reconstitución ideológica del comunismo, pues, no consiste en la construcción de ningún sistema teórico –aunque, a la larga, el desarrollo del marxismo-leninismo como teoría sí vaya cristalizando en sistema–, sino que se expresa de una forma real, viva, como dirección del movimiento práctico de la vanguardia (teórica) por el camino de la Reconstitución y de la Revolución Proletaria. No se trata, pues, de cubrir las supuestas necesidades teóricas de la teoría, sino las necesidades teóricas de la práctica, del movimiento práctico de construcción de la vanguardia ideológica. Por esta razón, hay un estrecho vínculo entre reconstitución ideológica y hegemonía política del marxismo-leninismo, porque hegemonía significa dirección, y ésta implica autoridad, prestigio, cualidades que no pueden ser fruto sino de la capacidad para ofrecer respuestas a los interrogantes acuciantes cuya solución es condición para toda verdadera teoría de vanguardia. La reconstitución ideológica del comunismo, por tanto, no es un ejercicio académico, y por eso mismo es algo que no se realiza desde la teoría para la teoría, es decir, en función del ensamblaje completo de un supuesto corpus teórico preestablecido y que permaneciera como entelequia teórica oculta que fuera necesario desvelar y recuperar del limbo del pensamiento puro. Al contrario, la reconstitución ideológica se realiza desde la teoría para la práctica, es decir, en función de los intereses concretos y reales del movimiento de Reconstitución política, en función de los problemas reales que la vanguardia necesita resolver para dar continuidad a ese movimiento y para ampliarlo en su base. No se trata, por consiguiente, de completar un sistema teórico determinado, ni de depurarlo de revisionismo, sino de construir un movimiento práctico real desde cuyas bases políticas en todo caso pueda ser recuperado el corpus teórico monolítico y coherente del marxismo-leninismo.

En el momento actual, desde el punto de vista de la contradicción principal que rige el proceso de Reconstitución, la línea de masas que debe aplicar la vanguardia marxista-leninista es el sistema de relaciones que debe establecer con el resto de la vanguardia teórica con el fin de resolver los problemas fundamentales de las dos primeras fases de la Reconstitución (cuando se establecen las bases ideológicas y la línea política general), de carácter eminentemente teórico. Este es el contenido principal de nuestro actual trabajo de masas. Este sistema de relaciones, por su parte, tiene dos vertientes. Por un lado, la principal, sobre la que ya hemos insistido bastante: el desarrollo de la lucha de dos líneas con los distintos destacamentos de esa vanguardia teórica no marxista-leninista. Pero, por el otro, las relaciones entre esta vanguardia y la marxista-leninista pueden establecerse, en determinados momentos, como alianza, como unidad, con alguno o algunos sectores de esa misma vanguardia. Todo depende de la situación de la lucha de dos líneas general en el interior de la vanguardia teórica, de la posición que en cada momento ocupa el marxismo-leninismo, de la necesidad de neutralizar o aislar la influencia de alguna corriente determinada, etc. Lo importante es no olvidar que la lucha por los principios también requiere la utilización inteligente de los recursos tácticos.

El objetivo de nuestro trabajo de masas, la vanguardia teórica, puede ser representado como una serie de círculos concéntricos que van alejándose del centro ocupado por el núcleo marxista-leninista en función de que sea más próxima o más lejana en cada momento su relación con los problemas teóricos y las tareas prácticas, políticas y organizativas, que plantean la Tesis y el Plan de Reconstitución. Se trata de ir acercándonos de manera consecutiva a aquellos que puedan ayudarnos a resolver esos problemas y a culminar esas tareas; se trata, naturalmente, de resolver tareas políticas apoyándonos en las masas –como es obligado en toda concepción correcta del estilo de trabajo comunista–; pero se trata de problemas muy particulares que afectan a masas también muy especiales: la vanguardia teórica del proletariado. Por lo tanto, no hablamos de los problemas de las grandes masas de la clase, ni de los problemas teóricos del movimiento obrero de resistencia, sino de la resolución de las premisas teóricas y políticas necesarias para la transformación de ese movimiento de resistencia en movimiento revolucionario: la reconstitución ideológica y la Reconstitución política (Partido Comunista) del proletariado, siendo la primera condición de la segunda. El contenido de la línea de masas debe conservar una unidad con el carácter de las tareas de la etapa política en la que nos encontramos en cada momento. Debemos ir a las masas para cumplir esas mismas tareas y, en consecuencia, hallar el tipo de masas que nos interesa en función de tal cumplimiento. Hasta ahora decíamos que nosotros, como destacamento de la vanguardia ideológica, debíamos resolver las cuestiones teóricas y de principio de forma fundamental –y casi sumaria– y que, en el futuro, las masas (entiéndase, las masas a las que se dirige ya el Partido reconstituido) se encargarían de los desarrollos y de los detalles. Pues bien, estábamos equivocados en el sentido de que necesitamos a las masas para cumplir las tareas incluso en su nivel básico fundamental. Es el único modo, desde luego, de que la actividad de la vanguardia marxista-leninista no sea una actividad aislada, sin ninguna relación con las necesidades objetivas del movimiento revolucionario –configurado hoy como vanguardia–, y el único modo de que los frutos de esa actividad sirvan verdaderamente de base para la Reconstitución.

La necesidad de la reconstitución ideológica presupone, evidentemente, la pérdida de la hegemonía ideológica de la que una vez el marxismo-leninismo disfrutó, su desaparición como importante referencia política (que no absoluta, ni única: el concepto de hegemonía debe ser entendido en sentido relativo, sobre todo cuando lo aplicamos a la historia de Occidente) para los sectores conscientes del movimiento de masas (vanguardia práctica); presupone, por tanto, un proceso histórico de liquidación y un estado político de retroceso. Y es, precisamente, mediante la revisión de las soluciones que el comunismo daba a los problemas, tanto de las masas como de la vanguardia, como fue liquidada poco a poco su posición hegemónica dentro del movimiento obrero. El revisionismo, en general, y el eurocomunismo, en particular, se encargaron de llevar a término esta labor de erosión de los cimientos sobre los que se levantaba el carácter revolucionario del movimiento proletario y la guía comunista de su vanguardia. Y no poco ayudó a ello, por otro lado, el dogmatismo, que si bien no revisó aquellas soluciones las absolutizó tanto que terminó sustituyendo el análisis vivo y actualizado basado en el marxismo-leninismo como concepción del mundo por esas soluciones concretas dadas en un momento particular como recetas, lo cual esclerotizó la política comunista y facilitó la labor del revisionismo.

La experiencia de la primera constitución política de un partido revolucionario del proletariado nos puede ayudar a comprender la naturaleza de este proceso de conquista de la vanguardia teórica y de la hegemonía en la dirección de las masas por parte del marxismo-leninismo, ya que, en la Rusia a caballo de los siglos XIX y XX, los marxistas hubieron de resolver tareas políticas muy similares a las que nosotros ahora tenemos planteadas, aunque relativamente más difíciles en nuestro caso, dada la actual crisis del marxismo y los imperativos del cambio de ciclo de la Revolución Proletaria Mundial. Así, comprobamos que la primera lucha política importante que tuvieron que atender fue la de dilucidar, frente al anarquismo populista, el carácter de la revolución rusa y la ideología que debía guiar a las masas en esa revolución. Entre mediados de la década de los 80 y de la de los 90 del siglo XIX, los marxistas supieron dar la réplica adecuada a los naródniki rusos y dejar sentado que la Rusia semifeudal debía pasar por una etapa capitalista, ya en ciernes, que engendrara a un poderoso proletariado, por lo que la inminente revolución debía de ser burguesa. Además, el instrumental ideológico adecuado para que la vanguardia pudiese guiarse y guiar a las masas en ese proceso revolucionario no podía provenir más que de la única teoría científica, el marxismo. En los primeros años del siglo XX, el populismo, derrotado como alternativa política revolucionaria, se transformaría en un partido ecléctico burgués.

A continuación, los marxistas revolucionarios hubieron de enfrentarse a los llamados marxistas legales en la disputa acerca de cuál debería ser el verdadero cometido de la teoría marxista: si respaldar políticamente la implantación franca del capitalismo en Rusia que anticipaba, o como instrumento político-ideológico de educación revolucionaria de la clase proletaria. Los marxistas revolucionarios se habían aliado con los marxistas legales contra el populismo, pero la instrumentalización del pensamiento de Marx que querían llevar a cabo éstos a favor de la burguesía (P. Struve, representante destacado del marxismo legal, llegó a decir que se podía ser marxista sin ser socialista) condujo a la inevitable ruptura. El siguiente círculo de vanguardia al que se enfrentó el marxismo ruso se encontraba dentro del socialismo: los economistas. En esta ocasión, se trataba de resolver cuáles debían de ser los medios de lucha y organización del proletariado. Los economistas optaban por la huelga y el sindicato, respectivamente, mientras que los marxistas revolucionarios (iskristas) apostaban por la lucha política y la constitución de un partido revolucionario. Los economistas fueron derrotados en la lucha de dos líneas dentro del partido socialdemócrata de Rusia, y el siguiente problema que los marxistas revolucionarios debieron afrontar (ya como bolcheviques) fue el de dilucidar cuál sería la fuerza motriz de la revolución rusa. Mientras los mencheviques querían dejar toda la iniciativa a la burguesía, Lenin y sus partidarios insistían en que el proletariado debía jugar un papel dirigente en la revolución burguesa rusa. Como se sabe, en la lucha por esta última vía revolucionaria se culminó el camino de constitución del primer partido de nuevo tipo proletario, que coronó su andadura con la Revolución de Octubre y la primera experiencia de construcción del socialismo.

Todas estas cuestiones, planteadas en un contexto de feroz lucha entre corrientes de pensamiento y alternativas políticas, fueron las que, al ser resueltas al modo revolucionario, llenaron de contenido teórico y político el proceso de construcción de la vanguardia revolucionaria del proletariado ruso. De la misma manera, nosotros, en nuestras circunstancias históricas particulares, debemos acometer un proceso de similar carácter, ahora que nos enfrentamos ante las tareas de construcción de la vanguardia marxista-leninista del proletariado del Estado español. Naturalmente, los interrogantes que será preciso resolver no serán los mismos, pues están en estrecha relación con las peculiaridades propias de cada revolución, lo que incluye hoy en día abordar las exigencias del cambio de ciclo revolucionario. Sin embargo, por la experiencia que hasta ahora arrastramos, podemos atisbar en el horizonte de las luchas políticas que las corrientes con las que habrá de enfrentarse el marxismo-leninismo se asemejan por el contenido de sus posiciones a las que ya tuvieron que combatir los marxistas revolucionarios rusos. Ciertamente, los populistas, marxistas legaleseconomistas y mencheviques de ayer parecen reencarnarse hoy en anarquistas, revisionistas y trotskistas, que son los actuales reflejos políticos en que se manifiesta de manera dominante la conciencia espontánea de los sectores de vanguardia del proletariado (vanguardia teórica, pero también práctica), principalmente del proletariado occidental. Si la comunidad de raíces filosóficas nos permite comprender de inmediato la afinidad entre el viejo populismo ruso y el actual anarquismo, la familiaridad entre el marxismo legal o el economismo y el moderno revisionismo no parece tan evidente hasta que comparamos sus tesis políticas a favor del reformismo. En el mismo sentido, tampoco a primera vista parecen poder ser emparejados menchevismo y trotskismo, hasta que comprobamos sus mismos fundamentos teóricos y sus prácticas políticas (connivencia con el revisionismo, electoralismo, construcción partidaria de tipo burgués,...). A la espera de que nuestro trabajo de masas nos permita completar estas expectativas –o a la espera de que nos indique, por el contrario, lo erróneo de las mismas–, podemos adelantar que los círculos de la vanguardia teórica a los que nos vamos a enfrentar en primera instancia se sitúan –sin olvidar, por supuesto a los maoístas– en la órbita de cada una de estas corrientes políticas fundamentalmente.

En relación con los grandes interrogantes que la lucha de dos líneas en el seno de la vanguardia teórica con esas corrientes deberá esclarecer, también deberán ser formulados, naturalmente, por esa misma vanguardia. Lo que no excluye que nosotros, como uno de sus destacamentos, llevemos lo que ya consideremos que son esos interrogantes insoslayables, incluyendo, si cabe, las respuestas a los mismos. En cualquier caso, nuestra experiencia nos permite, una vez más, anticipar que la vanguardia deberá resolver qué alternativa hay frente al capitalismo (su reforma, alguna forma de socialismo pequeñoburgués o el comunismo), lo cual está estrechamente relacionado con los resultados del balance del Ciclo de Octubre, en el sentido de su validez como experiencia histórica que muestra un camino de progreso para la humanidad; igualmente, se deberá resolver la naturaleza de los instrumentos políticos imprescindibles para hacer realidad aquella alternativa (por lo que es preciso confrontar nuestra Tesis de Reconstitución con todos los demás puntos de vista, tanto sindicalistas como cualesquier otros), así como la naturaleza de los procesos políticos para alcanzarla (debates sobre la estrategia y la táctica de la revolución, sobre el carácter de clase del nuevo poder –socialismo o etapa de transición– y sobre la forma del nuevo Estado –República de consejos o una nueva República burguesa), etc.

Pero, ¿dónde hallaremos a esa vanguardia que nos ayudará a resolver todos estos problemas y que nos permitirá desarrollar ese proceso de construcción de la vanguardia? Si somos consecuentes con las premisas desde las que hemos hilvanado nuestro análisis, sobre todo aquella que nos previene sobre la inutilidad de buscar elementos de vanguardia ideológica fuera del proletariado, debemos establecer que tenemos que remitirnos a la clase proletaria. Sin embargo, aquí debemos introducir una puntualización para advertir sobre los errores que pueda conllevar la tendencia espontánea y acrítica, propia de mentalidades políticas educadas en el sindicalismo, de identificar a la clase con el movimiento obrero y, sobre todo, a éste con el sindicato. Para expresarlo de forma resumida, el sindicato es el frente de resistencia general de proletariado, su modo más puro de organización para su lucha económica contra el capital; pero hay sectores del proletariado que no se encuadran en esas luchas o en esos modos de organización y que, sin embargo, abren otros frentes de combate: estudiantes, movimientos vecinales, asociaciones de mujeres, antiglobalización, etc. son también formas de la lucha espontánea de la clase proletaria determinadas por circunstancias específicas. Como concepto político, pues, el movimiento obrero debe ser comprendido como la suma del movimiento sindical y de todos esos otros movimientos parciales del proletariado. Finalmente, el proletariado como clase no puede ser identificado única y exclusivamente con su manifestación económica, puramente material, sino también con su forma consciente. La clase obrera no es sólo un movimiento económico, también contiene en su seno un movimiento revolucionario, también es, a través de sus sectores más conscientes, un movimiento de vanguardia en tanto que portadora del progreso social. La clase obrera es, pues, la suma del movimiento obrero más su movimiento de vanguardia. Pero, mientras no culmine el proceso de Reconstitución, esas dos formas principales del movimiento de la clase permanecerán escindidas, y la clase se mostrará predominantemente desde su materialidad, como movimiento económico, todavía no como movimiento consciente, como movimiento revolucionario.

Entonces, ¿dónde se encuentra esa vanguardia que el marxismo-leninismo necesita para reconstituir la ideología comunista y construir la vanguardia teórica que necesitamos para dar un salto cualitativo en el proceso de Reconstitución? Cuando decimos que el movimiento proletario de vanguardia y el movimiento obrero se encuentran escindidos, divorciados, hablamos en términos políticos, más que físicos. Queremos decir que la vanguardia no habla el mismo lenguaje político que las masas, que no tiene sus mismos problemas, ni sus mismas inquietudes (y así será mientras dure la Reconstitución); y esto se manifiesta políticamente en el sentido de que la vanguardia se organiza aparte e, incluso, plantea luchas aparte del movimiento obrero (organizaciones de apoyo a la revolución peruana, a presos políticos, plataforma por la República,...). Sin embargo, esto no siempre es así. De hecho, la forma más usual de existencia del movimiento de vanguardia es en simbiosis física con el movimiento obrero. Por esta razón, la vanguardia marxista-leninista no debe excluir ninguno de los ámbitos de la clase (sindicato, movimiento obrero o movimiento de vanguardia en los distintos destacamentos que lo conforman) para resolver sus contradicciones con la vanguardia teórica del proletariado en la orientación de transformar al movimiento de vanguardia del proletariado, ahora fragmentado ideológica y organizativamente, y fragmentado también en multitud de proyectos políticos, en un movimiento homogéneo y con la única dirección de la Reconstitución.

En esto consiste la orientación general para nuestro trabajo de masas. Pero debemos permanecer vigilantes en su aplicación, con el fin de evitar caer en esa tendencia casi innata –que hemos denunciado hasta la saciedad, aunque en este asunto nunca se pecará por exceso– hacia el economicismo o el sindicalismo, a desviar nuestra atención de las tareas inmediatas de la vanguardia (teórica) y fijarla en las necesidades inmediatas del movimiento obrero (o, si se quiere, de la vanguardia práctica). Error que ya cometimos y sobre el que aquí ya hemos expuesto nuestra autocrítica. En cualquier caso, si el criterio de ubicación de la vanguardia teórica es flexible y abierto, no ocurre así con el orden que debemos seguir para su tratamiento. En este sentido, debemos orientarnos por la idea de la vanguardia teórica organizada idealmente en círculos concéntricos con problemáticas políticas más o menos cercanas a las necesidades del Plan de Reconstitución. A no ser que la lucha de dos líneas termine anteponiendo en lo concreto problemas de otro tipo en el orden del día del proceso de construcción de la vanguardia teórica del proletariado, debemos seguir rigurosamente el orden que nos marca el Plan en su desarrollo, dando prioridad a la solución de las contradicciones con aquellos sectores de la vanguardia teórica preocupados por las cuestiones más cercanas a las que ahora nosotros estamos atendiendo o sobre las que ya hemos elaborado nuestra posición política (balance del Ciclo de Octubre, Tesis de Reconstitución, etc.).

Aunque hayamos definido el objetivo de nuestro trabajo de masas como la vanguardia teórica del proletariado, esto no significa que sea el único. También debemos contemplar el modo de conducir nuestra relación con la vanguardia práctica y las masas en general, en primer lugar porque, como ha quedado dicho, nos encontraremos con ellas, precisamente, cuando vayamos a la búsqueda de aquella vanguardia teórica.

En el siguiente gráfico ofrecemos representadas las dos formas de comprender y aplicar la línea de masas comunista en el actual periodo, entendiendo, en este caso, la línea de masas como aplicación tanto de la labor de propaganda como del trabajo de masas propiamente dicho. En la Figura 1 está visualizado el concepto de trabajo de masas que, en los hechos, aplicábamos hasta ahora, antes de la rectificación; en la Figura 2 observamos el modo como debe ser aplicado a partir de ahora.
Cada cuadro representa al proletariado, y está subdividido en los sectores que lo configuran desde el punto de vista de su grado de conciencia de clase o, si se quiere, desde el punto de vista del proceso de Reconstitución (vanguardia marxista-leninista, vanguardia teórica, vanguardia práctica y masas). Las flechas expresan la dirección en la que se aplica nuestra línea de masas y las expectativas que abrigamos en cuanto a lo que cabe esperar como respuesta, como fruto de ese trabajo en cuanto a contactos, reclutamiento, etc.: si la flecha es doble, significa que existen expectativas de que ese trabajo reporte resultados concretos, que nuestra acción sobre un determinado sector de la clase obrera encuentre respuesta positiva en su interior; si la flecha, en cambio, es unidireccional, significa que sobre ese sector realizaremos sólo trabajo de propaganda, sin esperar ninguna reciprocidad política.

La Fig. 1 muestra, en primer lugar, que nuestro análisis no tenía en consideración la diferenciación, dentro de la vanguardia teórica, entre vanguardia marxista-leninista y el resto de la vanguardia teórica (nuestra relación con el resto de la vanguardia teórica sólo era considerada desde la lucha de dos líneas, pero sin línea de masas, exclusivamente como competencia ideológico-política: se trataba de convencer a la vanguardia práctica de que nuestra línea de dirección era la más correcta, de que éramos la verdadera vanguardia teórica, sin más), y que, en segundo lugar, en nuestra línea de masas manteníamos las mismas expectativas con la propaganda entre las masas que con el trabajo entre la vanguardia práctica. Esto requería nuestra presencia tanto en la regular actividad de organismos y movimientos como el sindicato, las plataformas contra las guerras imperialistas y todas las demás movilizaciones puntuales por motivo de cualquier agresión perpetrada por el capital a cualquier nivel, o, por lo menos, la absorción de nuestro trabajo práctico por parte de este tipo de actividad. Además, la captación de nuevos miembros sólo era posible desde el trabajo de contactos individuales y con la condición de la formación ideológico-política de los nuevos candidatos. En Fig. 2, en cambio, observamos que ya hay establecida una jerarquía en la aplicación de la línea de masas. En primer lugar, la relación entre la vanguardia marxista-leninista y la vanguardia teórica como vínculo principal que es preciso desenvolver en función de las características del momento del proceso de Reconstitución en el que nos encontramos, vínculo que debe proporcionar resultados políticos, en el ámbito de la teoría y de la línea política, y organizativos, en el reclutamiento de nuevos miembros para la vanguardia marxista-leninista, y no sólo a título individual como contactos, sino también como colectivos o grupos. No olvidemos el punto de vista dialéctico en esta materia: la contradicción principal se resuelve como lucha, pero también y al mismo tiempo, como unidad, como alianza del marxismo-leninismo con la vanguardia teórica del proletariado para construir su vanguardia ideológica.

En segundo lugar, la relación de la vanguardia marxista-leninista con la vanguardia práctica, que también debe abrir un carril de ida y vuelta, pero, en esta ocasión, las expectativas políticas y organizativas deberán ser mucho menos exigentes. Esto se debe a que el vínculo entre la vanguardia marxista-leninista y la vanguardia práctica será, en lo inmediato,  predominantemente individual, a realizar a través del contacto personal, y no en función de problemas objetivos concretos, sino de inquietudes subjetivas y de problemáticas específicas particulares. Lo cual obligará a que la conquista para el comunismo de esos elementos de la vanguardia práctica se realice no desde la lucha de dos líneas principalmente, sino desde la formación ideológico-política. Mientras tanto, por su parte, la relación entre la vanguardia marxista-leninista y la vanguardia teórica sí se establecerá en función de los problemas objetivos de la construcción de la vanguardia ideológica del proletariado, y en un ámbito supraindividual, entre colectivos, que permitirá la aplicación de la lucha de dos líneas en la dirección de la clarificación teórico-política y del desarrollo orgánico a mayor escala de la vanguardia ideológica comunista. Por último, estos progresos entre los sectores más conscientes de la clase ejercerán cierto influjo indirecto sobre la vanguardia práctica, ya que situarán frente a ella nuevos referentes teóricos, esta vez realmente revolucionarios. Si bien no conviene albergar demasiadas expectativas acerca de su receptividad, siendo insustituible el posterior combate de la vanguardia ideológica marxista-leninista por conquistarla.

Finalmente, la relación de la vanguardia marxista-leninista con las masas en general. Aquí, sólo podemos contemplar la actividad de propaganda realizada sobre este sector de la clase sin ánimo proselitista a corto plazo, sino, más bien, con una intención a largo plazo de ir poniendo bases para la educación política de las masas, de ir creando opinión pública comunista entre ciertas esferas de la clase para que vayan familiarizándose con el discurso y con la forma de enfocar la realidad y sus problemas del proletariado revolucionario.

Partido Comunista Revolucionario
Marzo de 2005)...



Notas:
[1] MARX, K. y ENGELS, F.: Obras escogidas. Madrid, 1975. Tomo 1, pág. 32.
[2] Esta cuestión es crucial. Lo saben los revisionistas y liquidadores del marxismo, por eso siempre está en el objetivo de sus ataques más feroces. El último de ellos lo ha protagonizado una experimentada profesional del desprestigio del marxismo, Marta Harnecker. Esta renegada, metida a sacerdotisa de la lucha espontaneísta de las masas, ha montado toda una teoría –nada original, por cierto- precisamente sobre la revisión de este principio del marxismo-leninismo acerca de la naturaleza y los tipos de la conciencia social. Harnecker admite que la conciencia de clase “ilustrada” se elabora fuera del movimiento obrero práctico porque no puede negar la evidencia; pero sí niega que esta forma de conciencia sea la verdadera y única conciencia de clase proletaria, porque, según ella, la clase obrera, en su lucha de resistencia, adquiere conciencia de clase de manera natural, una conciencia que ya es diferente e independiente de la ideología burguesa, y, por añadidura, también distinta del socialismo científico. La finalidad de éste consiste, únicamente, en dotar a aquélla de más coherencia y fortaleza, siendo ella la que debe nuclear el trabajo de la vanguardia con el fin de evitar la construcción de partidos revolucionarios sabihondos, empeñados hasta la manía en formar en la teoría a los militantes en lugar de incitarlos a la lucha y educarlos en ella, sin “contacto real con la gente” y obsesionados por “controlarla” y “suplantarla”. Como se ve, más de un siglo después, Harnecker reedita la polémica de Lenin con los economistas socialdemócratas rusos, colocándose, en esta ocasión -a diferencia del adoptado de palabra en otro tiempo-, del lado de los Martínov y Krichevski de entonces, y con los Ludo Martens y Nines Maestro de hoy. Por otro lado, además, nuestro nuevo paladín de la lucha de resistencia (al que nunca, por cierto, se le ha conocido, en su larga trayectoria, por dirigir alguna lucha popular concreta, sino exclusivamente por su trabajo intelectual, dedicado a la, ahora tan nefasta, teoría y a destrozar el marxismo al pretender divulgarlo) enfila directamente contra los supuestos básicos de la estrategia y la táctica marxistas-leninistas: el carácter de clase del partido y su papel de vanguardia, la cuestión del poder como problema central de la revolución, la hegemonía de la clase obrera, la Dictadura del Proletariado, etc. (ver, Harnecker, M.: Acerca del sujeto político capaz de responder a los desafíos del siglo XXI. Ponencia ante la Conferencia Internacional “Carlos Marx y los desafíos del siglo XXI”; La Habana, mayo de 2003 [en línea] 27 de abril de 2003 [consulta:_27/08/04]_<http://www.nodo50.org/cubasigloXXI/congreso/Harnecker27abr03.pdf>). Su toma de posición, de ser aceptada, nos haría retroceder, igualmente, un siglo en la experiencia adquirida por el movimiento obrero revolucionario.

El gran peligro que representa Harnecker es el de todo el economicismo, el halago servil de la lucha espontánea de las masas, su postración ante ella, precisamente en una época en la que -como veremos más adelante- la construcción ideológica y política del proletariado revolucionario tiene que ser iniciada en el seno mismo de las filas de la clase obrera, entre sus destacamentos de vanguardia. Este tipo de mensajes persigue adular al obrero medio, situándolo en el centro de la lucha de clases proletaria en la actual etapa, con lo que sustrae a sus elementos más conscientes el necesario protagonismo, tirando hacia atrás de ellos y desviando la atención de las verdaderas tareas del momento, impidiendo la elevación política y teórica (revolucionaria) de su vanguardia y, con todo ello, obstaculizando la construcción del principal instrumento político del proletariado, el partido de nuevo tipo leninista. Más aún, las añejas tesis de Harnecker son doblemente peligrosas porque están siendo difundidas, en su caso, por un personaje conocido y de cierto prestigio e influencia (funesta, pero influencia al fin y al cabo), procedente de la corriente predominante del movimiento comunista internacional del Primer Ciclo Revolucionario y que presenta sus ideas como el balance correcto y adecuado de esa experiencia histórica para toda esa tradición, que va de Marx a la III Internacional. Es preciso, por tanto, combatir esta línea oportunista, porque oculta a la clase que pretende recuperar concepciones políticas derrotadas cuando no aplicadas y fracasadas durante aquella experiencia histórica, siendo en consecuencia falsas y engañosas; porque oculta que su propuesta política no es resultado de un verdadero balance, sino la simple proyección en el tiempo -bajo nuevas condiciones, bajo las condiciones del ciclo revolucionario terminado- de la misma línea oportunista y revisionista que esa corriente mayoritaria del viejo movimiento comunista internacional, al que ella pertenecía, venía aplicando desde hacía muchas décadas; y porque el halo de prestigio que utiliza esta señora lo ha conquistado gracias al apoyo de la burguesía en pago a sus servicios en la vulgarización y desnaturalización del marxismo.
[3] Ibidem.
[4] “Todo lo que existe está en relación, y esta relación constituye lo verdadero de toda existencia. Así lo que existe no es para sí de un modo abstracto, sino solamente en lo otro, y en este otro está en relación consigo mismo; y la relación absoluta es la unidad de la relación consigo mismo y de la relación con lo otro.” (HEGEL, G. W. F.: Lógica. Madrid, 1971; pág. 223 ­§ 135, Zusatz).
[5] “La educación ideológica es el eslabón clave que debemos empuñar firmemente en nuestro trabajo por unir a todo el Partido para la gran lucha política. De no proceder así, el Partido no podrá cumplir ninguna de sus tareas políticas.” (MAO TSE-TUNG: Citas del Presidente Mao Tsetung (Libro rojo). Pekín, 1972; pág. 152).
[6] MAO TSE-TUNG: Obras escogidas. Madrid, 1974. Tomo I, pág. 345.
[7] Ibidem
[8] “Los medios de producción y la producción misma se han hecho esencialmente sociales. Pero se someten a una forma de apropiación que tiene como presupuesto la producción privada por individuos, en la cual cada uno posee su propio producto y lo lleva al mercado. En esta contradicción que da al nuevo modo de producción su carácter capitalista se encuentra ya en germen toda la actual colisión. Cuanto más se extendió el dominio del nuevo modo de producción en todos los campos decisivos de la producción misma y por todos los países económicamente importantes, reduciendo la producción individual a unos restos irrelevantes, tanto más violentamente tuvo que salir a la luz la incompatibilidad entre la producción social y la apropiación capitalista.” (ENGELS, F.: La subversión de la ciencia por el señor Eugen Dühring (‘Anti-Dühring’). Barcelona, 1977; págs. 281 y 282).
[9] LENIN, V. I.: Obras completas. Moscú, 1981. 5ª edición. Tomo 6, pág. 91.
[10] Ibidem, pág. 134.
[11] Ibid., pág. 86.
[12] Ibid., pág. 84.
[13] Ibid., pág. 87.
[14] Aunque la reforma de la LOCE, promovida por el PSOE y que será aprobada en otoño de este año, ha limado las aristas más retrógradas de la Ley (derogación de los itinerarios en la enseñanza secundaria y carácter voluntario de la asignatura de Religión), ralentizando la tendencia que impone el capital hacia la especialización en el aprendizaje que el PP quería acelerar, está por ver hasta qué punto el nuevo partido en el poder anulará el alcance de esa normativa ultrarreaccionaria. En cualquier caso, sólo será una cuestión de grado: el PSOE fue quien introdujo la LOGSE, a finales de los 80, cuando ya se había demostrado –por ejemplo, en Francia– que provocaría un deterioro en la calidad de la educación pública.
[15] MARX y ENGELS: Op. cit., pág. 35.
[16] LENIN: Op. cit., pág. 91.
[17] “No entienden los más las cosas con las que se topan, ni pese a haberlas aprendido las conocen, pero a ellos se lo parece.” (Filósofos presocráticos. Barcelona, 1995; pág. 133). ))).... )))....



Lmm.

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