viernes, 22 de octubre de 2021

LA CONFLICTIVIDAD POLÍTICO-SOCIAL MUNDIAL EN EL SIGLO XX/De la Lucha de Clases al Movimiento Antiglobalización, pasando por el 68 y el auge del feminismo y ecologismo Ramón Fernández Durán Miembro de Ecologistas en Acción

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LA CONFLICTIVIDAD POLÍTICO-SOCIAL MUNDIAL EN EL SIGLO XX/De la Lucha de Clases al Movimiento Antiglobalización, pasando por el 68 y el auge del feminismo y ecologismo 

Ramón Fernández Durán Miembro de Ecologistas en Acción 

2 Í N D I C E: 

· Rivalidad intercapitalista, guerras mundiales, lucha de clases y revolución (pág. 7)

. o Nacionalismo, militarismo y conflictividad político-social (pág. 9). 

· Guerra Fría, “estabilidad” occidental, rebelión del Sur Global y terremoto del 68 (pág. 12) 

o La revuelta del 68 sacude el mundo (pág. 15). 

· Crisis de los 70, lucha armada, nuevos movimientos sociales, autonomía y “vuelta al campo” (pág. 18). 

· Expansión de nuevas vanguardias radicales y grupos armados (pág. 18). 

· La lucha obrera pierde centralidad, sobre todo del trabajador blanco y occidental (pág. 20). 

· Irrupción del feminismo, ecologismo, pacifismo y otros movimientos (pág. 21). 

· Crisis del marxismo, autonomía, crítica de la tecnología y nuevas espiritualidades (pág. 24). 

· Globalización, crisis del Socialismo Real, Movimiento Antiglobalización e Islam Político (pág. 27). 

· Caída de las luchas obreras y nuevos conflictos en el Sur Global (pág. 28). 

· Colapso del Socialismo Real y consecuencias en la conflictividad político-social (pág. 30). 

· Otros prolegómenos al estallido del Movimiento por la Justicia Global (pág. 36). 

· De Seattle a Génova, pasando por Porto Alegre (pág. 38). 

· Balance contradictorio de los conflictos político-sociales al filo del siglo XXI (pág. 40). 

· Bibliografía (pág. 46). 

(*) Este texto es parte de un libro en elaboración por el autor sobre la Crisis Global y el previsible colapso civilizatorio, vistos a partir de una amplia perspectiva histórica, en el que se hace una especial reflexión sobre la crisis energética mundial. Este trabajo es una pieza más del análisis del siglo XX, a la que se da una particular relevancia pues la conflictividad político-social ha sido clave para condicionar el despliegue del capitalismo global y moldear las actuales sociedades. Como este texto tiene contenido en sí mismo, el autor piensa que puede tener interés difundirlo en su actual grado de elaboración. Sólo señalar que el análisis más en concreto de los cambios acontecidos tras el 11-S, a partir de la irrupción de la gestión “neocon”, así como la progresiva agudización de la Crisis Global, no se han tratado en este texto, pues serán abordados más adelante en el futuro libro. 

Agradezco a Luis González, Yayo Herrero, Sabino Ormazábal, Kolya Abramsky, Iván Murray, Ana Hernando y Chusa Lamarca sus comentarios, así como el trabajo realizado por esta última para el diseño del texto. 

Doy las gracias también a Ecologistas en Acción y a Virus por la futura edición de este libro, así como a la Fundación Deep Ecology por el apoyo recibido. 

 3 LA CONFLICTIVIDAD POLÍTICO-SOCIAL MUNDIAL EN EL SIGLO XX/De la Lucha de Clases al Movimiento Antiglobalización, pasando por el 68 y el auge del feminismo y ecologismo

 “(Como resultado de los pactos nacionales interclasistas) los ciudadanos europeos se lanzaron a la Gran Guerra (1914-1918) con evidente entusiasmo (incluida la mayor parte de la clase obrera) (…) (Pero, a partir de 1916, ante el desastre de la guerra, se da) la mayor oleada de huelgas, rebeliones y revoluciones nunca conocida, que continuó después de terminar la contienda (…) Proliferaron las deserciones y sublevaciones, y en el momento de la Revolución Rusa de 1917 el sentimiento antimilitarista de las poblaciones europeas era mayoritario. En 1918, parecía que la revolución socialista se iba a extender a toda Europa” Giovanni Arrighi y Beverly Silver, “Caos y Orden en el Sistema Mundo Moderno” 

“El 68 fue la tumba ideológica del ‘papel dirigente’ del proletariado industrial” Inmanuel Wallerstein, 

“Capitalismo Histórico y Movimientos Antisistémicos” 

“En 1989, no sólo el leninismo, sino también los movimientos de liberación nacional, la socialdemocracia y todos los demás herederos del liberalismo revolucionario pos-1789 colapsaron ideológicamente, es decir como estrategias para la transformación eficaz del mundo” Arrighi, Hokins y Wallerstein, 

“Movimientos Antisistémicos” 

“La globalización ha conseguido, más que cualquier cosa, romper un siglo de poder obrero” Berverly Silver, 

“Fuerzas de Trabajo. Los Movimientos Obreros y la Globalización desde 1870” 

“La Rebelión de Seattle. Nunca ha habido en la historia americana un acontecimiento que aglutinara tantos y tan diferentes grupos” Michael Elliot, 

“The Siege of Seattle” 

Ya hemos visto como en el siglo XX el capitalismo urbano-agro-industrial se expandió por el mundo entero, pero con él también se propagaron las resistencias a su dominio. El capitalismo es como un cometa que lleva tras de sí el antagonismo (Silver, 2003), y el desorden social añadiríamos. Pero el capitalismo también se hermana con las estructuras de poder estatal y patriarcal para ampliar su proyección y asentar su gobernabilidad y hegemonía planetaria. 

Es más no se puede entender sin ellas. En los procesos de resistencia al poder del capital, estatal y patriarcal se hacen visibles los sujetos sociales dominados, logrando en ocasiones modificar en mayor o menor medida las relaciones de poder. Los sujetos solo son visibles, y tenidos en cuenta por el poder, en su lucha (y éxodo) contra el dominio. Pero el dominio se da no sólo en el campo de lo económico, como normalmente se ha considerado a lo largo del siglo XX, al menos hasta el último tercio del mismo, sino que se manifiesta en una multiplicidad de ámbitos de la sociedad. Es por eso por lo que no podemos hablar sólo de un sujeto dominado (el proletariado, la clase trabajadora), sino de una multiplicidad de sujetos oprimidos, entre los que destaca por supuesto la mitad de la Humanidad: las mujeres. Y, como decimos, es en el 4 conflicto y la resistencia social cuando se manifiesta el poder de los desposeídos, y es a través de ellos como principalmente se pueden alterar y erosionar las condiciones y la fortaleza del dominio. De formas diversas la consideración de los conflictos y resistencias sociales ha intentado estar presente en todo el análisis sobre el siglo XX que llevamos realizado, pero es hora de resaltar y estructurar su papel a lo largo del mismo, destacando sus principales rasgos y puntos de inflexión, para poder entender mejor, más tarde, el contexto y las formas en que se manifiesta la Crisis Global actual. 

Lo cual nos ayudará a vislumbrar más adecuadamente cuáles pueden ser sus posibles escenarios en el corto y medio plazo, y de qué formas podemos influir en ellos, teniendo en cuenta también las posibles aportaciones de las pasadas luchas de resistencia y transformación, y aprendiendo asimismo de sus múltiples errores. Igualmente, este conocimiento nos puede dar ciertas pistas para mejor comprender también cómo pueden reaccionar las distintas sociedades ante el más que previsible colapso civilizatorio que se vislumbra en el horizonte, aunque para ello será necesario recurrir asimismo a análisis históricos de más Longue Durée. Entender el pasado es siempre clave para poder aventurar, y sobre todo influir, en el futuro. Eso es lo que venimos haciendo a lo largo de todo el libro. El análisis del conflicto político-social en el siglo XX podemos estructurarlo en dos grandes periodos, que coinciden grosso modo con su primera y segunda mitad, aunque nos detendremos más en la segunda mitad por su mayor cercanía histórica para comprender la realidad actual. La mayor conflictividad a escala global se da en la primera mitad del siglo, y se manifiesta muy especialmente en los países centrales, allí donde se estaban desarrollando más entonces los procesos de industrialización y mercantilización de sus sociedades, pero también se expresa con intensidad en los territorios colonizados o bajo dominio neocolonial (ver figura 1, Beverly Silver, 2003), donde se refleja la evolución de la conflictividad laboral a escala mundial, y en ambos macro-espacios). Es una primera mitad de siglo con fuerte rivalidades interestatales capitalistas que se plasman en dos guerras mundiales, lo cual iba a tener, asimismo, como veremos, un efecto determinante en la evolución de la conflictividad político-social. Una conflictividad que iba a ser creciente y de carácter explosivo en esos años, dando lugar a importantes procesos revolucionarios, pero igualmente contra-revolucionarios, para enfrentar y revertir la lucha de clases en favor de las estructuras de poder. En la segunda mitad del siglo la conflictividad antagonista va a ir declinando lentamente en general en Occidente durante los “Treinta Gloriosos”, pero no así en el Sur Global donde se manifiesta como ya vimos la Rebelión contra Occidente, en el marco de la Guerra Fría, al menos hasta la ruptura del yugo colonial. Sin embargo, este paulatino declive general manifiesta un importante repunte de alcance mundial en torno al 68. Tras este terremoto social global, algunos de cuyos rasgos han sido ya analizados, asistimos a la paulatina erosión de la llamada Vieja Izquierda, que había terminado de fraguarse en la primera mitad del siglo (socialismo, comunismo y movimientos de liberación nacional), y que detentaba en ese momento el gobierno o el poder del Estado en muchos territorios del planeta (Arrighi et al, 1999). En la posterior profundización de esa crisis de la Vieja Izquierda cumple un importante papel la aparición con fuerza de nuevos movimientos sociales: feminismo, ecologismo, pacifismo, etc., en especial en los territorios centrales, así 5 como la progresiva irrupción de movimientos campesinos e indígenas en diversos territorios periféricos. En cualquier caso, los rasgos de la conflictividad social antagonista van a ser bastante menos explosivos que en la primera mitad de siglo (Silver, 2003). Y ello se va a ver propiciado asimismo, más tarde, por la Contrarreforma Neoliberal, a pesar de las reacciones puntuales que provoca su traumática imposición, y sobre todo por la inestimable ayuda desactivadora de la Aldea Global y la Sociedad de Consumo, al menos allí donde ésta se manifiesta. Sin embargo, en torno a la última década del siglo, y a pesar de la crisis y colapso del Socialismo Real, asistimos a un nuevo renacer de la conflictividad antagonista, más intenso en el Sur Global, aunque también con importantes diferencias según las regiones mundiales de las que hablemos, siendo su epicentro indudable América Latina. Este renacer eclosionaría finalmente en el llamado Movimiento Antiglobalización, o Movimiento por la Justicia Global, cuya cristalización se produciría en muchos de los territorios del mundo, con un relieve muy considerable asimismo en los países 6 centrales, y cuyo alcance sería claramente global. Pero en las últimas décadas del siglo presenciamos asimismo una proliferación de la conflictividad social no antagonista (delincuencia, violencia desordenada, narcotráfico, bandas juveniles, etc.), especialmente en las metrópolis, como resultado de la desarticulación de los tejidos sociales urbanos. E, igualmente, observamos una multiplicación de los movimientos fundamentalistas (religiosos, nacionalistas, étnicos), como reacción local a la pérdida de seguridad e identidad provocada por los procesos de globalización del capital, y asimismo un reverdecer de lo que podríamos llamar antimovimientos sociales (fascistas, racistas, misóginos, homófobos, etc.), muchos de ellos manejados desde ciertas esferas de poder. Y entre los fundamentalismos cabría resaltar a determinados sectores ligados al Islam Político, en especial aquellos vinculados a la Yihad. Aunque al mismo tiempo proliferan también dinámicas sociales de transformación y desarrollo personal: nuevas espiritualidades serenas y en paz con el planeta. En definitiva, el siglo XX ha sido un periodo enormemente convulso en el cual el conflicto ideológico ha cumplido un papel determinante (Del Águila, 2008). Como nunca quizás se había producido antes en la Historia de la Humanidad, sobre todo en lo que a su escala global se refiere. El poder catártico de las ideas ha sido brutal. Ha logrado traspasar las barreras de clase, nacionales y de género, provocando verdaderos tsunamis sociales, que en ocasiones han sido la causa de guerras, incluso fratricidas, y de auténticas políticas de exterminio. Su raíz hay que buscarla principalmente en los intereses económicos y de poder, o contrapoder, pero en muchas ocasiones las ideologías cobraron también una vida propia difícil de domesticar. Y todas ellas fueron causadas o activadas como resultado de la feroz irrupción de la Modernidad en el mundo entero. Unas, miraban principalmente hacia el futuro (comunismo, socialismo revolucionario, movimientos de liberación nacional), intentando acelerar aún más el paso de la modernización, pues en él depositaban la fe en la emancipación y realización humana, pensando que esa sería la vía para superar las injusticias y la dominación. La utopía se situaba al final del trayecto, con la convicción, “científica” para algunos, de que se alcanzaría la sociedad perfecta después de la revolución. Lo que permitió justificar muchas veces barbaridades en la plasmación de esa utopía, que fue secuestrada a conveniencia por las nuevas estructuras de poder. El fin justificaba los medios. Las otras, miraban hacia el pasado (fascismo, nazismo, nacionalismos diversos, fundamentalismos religiosos), pues veían como éste se desvanecía en el aire, y utilizaban la potencia de las emociones que este hecho suscitaba para aplastar movimientos emancipatorios y promover igualmente nuevos y descarnados proyectos de poder, fuertemente patriarcales, que impulsaban también en muchos casos una feroz modernización (Hitler, Mussolini, Franco…). Finalmente, otras más fueron quedando en el camino de la historia, reverdeciendo ocasionalmente, pues aunque llegaron a cumplir en ocasiones un papel importante de transformación social (anarquismo, consejismo, no violencia, desobediencia civil, autonomía, etc.), la dinámica de los tiempos modernos presionaba para que primaran las ideologías más estatalistas, autoritarias, androcéntricas y militaristas, al calor de la expansión del poder del mundial del capital y del flujo energético mundial en continuo ascenso que la posibilitaba. Sin embargo, su poso permaneció bajo la superficie de lo social. Es preciso pues desmenuzar algo más estos procesos que atraviesan el siglo XX, pues muchas de estas dinámicas se acentúan con el advenimiento del 11-S y la actual Crisis Global. 7 Rivalidad intercapitalista, guerras mundiales, lucha de clases y revolución La primera mitad del siglo del siglo XX va a estar marcada por fuertes conflictos interestatales, característicos de las etapas de crisis de hegemonía en el sistemamundo de Estados capitalistas. En este caso, a causa de la crisis de la hegemonía británica y el progresivo ascenso de nuevos hegemones potenciales: EEUU, Alemania y en menor medida Japón, que van a dar lugar a dos guerras mundiales. Los conflictos interestatales no se van a apaciguar hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando finalmente EEUU impone su nueva hegemonía en una gran parte del mundo. Pero este periodo va a estar también definido y condicionado por un auge explosivo de la conflictividad político-social, principalmente obrera en los espacios centrales, y por un creciente desarrollo de los movimientos de liberación nacional en el Sur Global colonizado. Algo también característico de otras etapas de crisis de hegemonía (Arrighi y Silver, 2001), que en este caso tarda tres décadas en resolverse (1914-1945), y que además se ve azuzada por el fuerte desarrollo de la lucha de clases a resultas de las dinámicas de industrialización y urbanización, y por la dureza de las políticas liberales. En estas décadas, como hemos dicho, se van a terminar de configurar los principales actores de la llamada Vieja Izquierda (socialismo, comunismo, movimientos de liberación nacional), que se venían concretando ya desde finales del siglo XIX, y que son los que van a liderar esos procesos. En ocasiones, se dan agudos periodos de conflictividad revolucionaria, que cuajan finalmente en ciertos territorios: México (1910), Rusia (1917) y China (1949), y que son aplastados en otros: Alemania (1918) y España (1936-9), por citar los casos más relevantes. Curiosamente, la revolución triunfa en territorios con un reducido desarrollo industrial y un amplio mundo rural, contraviniendo los pronósticos de Karl Marx. Y en todos los casos los movimientos antisistémicos que priman son aquellos que se plantean la toma del poder del Estado, a través de vías reformistas o revolucionarias1 , para luego proceder a la transformación del mismo y de la sociedad. Eso fue cierto tanto para los movimientos socialistas y comunistas, como para los movimientos de liberación nacional; en este último caso cortando el yugo colonial y creando un nuevo Estado (Wallerstein, 2004). Pero, también, en esta primera mitad de siglo se producen importantes desarrollos de movimientos revolucionarios que cuestionan el papel del Estado, pero que son derrotados (consejismo en Alemania, anarquismo en España, etc.). La ideología que predominaba en la Vieja Izquierda era aquella que se reclamaba del Marxismo, en sus distintas variantes, pues su planteamiento era el que más se ajustaba a sus objetivos y a la tradición revolucionaria que había ido triunfando desde finales del siglo XIX. Dicho de forma esquemática, que las relaciones de producción (de propiedad privada) estaban impidiendo el desarrollo de las fuerzas productivas, que iba a permitir el advenimiento de la sociedad socialista a través de la lucha de clases, bajo la sabía dirección de la clase obrera, y mediante la Dictadura del Proletariado, una vez alcanzado el poder del Estado, para finalmente 1 Al hablar en el apartado anterior de la evolución del Estado en el siglo XX, ya hemos comentado la escisión mundial que se produce en el movimiento socialista, la Segunda Internacional, al finalizar la Primera Guerra Mundial. A partir de entonces (1919) se crearía la Tercera Internacional, o internacional comunista, siendo Lenin uno de los principales artífices de la ruptura del movimiento socialista, entre “reformistas” y “revolucionarios”. 8 desembocar en la sociedad comunista. Es decir, a partir de la toma y transformación del Estado por la clase trabajadora. O, mejor dicho, por sus representantes organizados en partidos y sindicatos. Y muy especialmente en partidos, pues los sindicatos en todo caso se concebían como correas de transmisión de los mismos. Sobre todo en los partidos de corte leninista, con una estructura altamente centralizada y jerarquizada de revolucionarios profesionales. El partido marxistaleninista sería la máxima expresión organizativa de las corrientes surgidas del “socialismo científico”. El “socialismo científico” marxista había marginado y descalificado al llamado “socialismo utópico” ya en el propio siglo XIX, calificándolo de “pequeño burgués”, así como a las corrientes anarquistas o libertarias, que cuestionaban la toma del poder del Estado como vía de transformación social, y los intentos de crear formas organizativas altamente centralizadas en la Primera Internacional. Además, el ideal anarquista abogaba por la expansión de los límites de la libertad humana dentro de un proyecto colectivo y era más crítico con el industrialismo. De esta forma, el movimiento obrero se entregó (sin ser consciente de ello) en brazos de las dinámicas de fondo del capital y el industrialismo, cuando renunció al “socialismo utópico” y desechó las aportaciones anarquistas, escogiendo la ciencia y el progreso (la ciencia burguesa y el progreso burgués) en lugar del desarrollo comunitario e individual (Amorós, 2006). Por otro lado, la escisión del movimiento socialista a finales de la Primera Guerra Mundial entre “reformistas” y “revolucionarios” ahondó aún más las diferencias y conflictos dentro de la propia clase trabajadora, al tiempo que agudizaba un debate ideológico entre sus sectores dirigentes, lo que en diversas ocasiones tuvo consecuencias políticas nefastas. Entre ellas, la de posibilitar el ascenso de Hitler al poder, por la fuerte división entre socialdemócratas y comunistas en Alemania. Hecho que se intensificó con la supeditación de la III Internacional a los intereses externos de la URSS, bajo la excusa de defender el “Socialismo en un solo país”, de Stalin2 . Así, el enemigo se buscaba en muchos casos más dentro que fuera (los “traidores” a la causa obrera), un lastre muy negativo que ha perdurado con altibajos, aunque de forma más mitigada, hasta nuestros días. Además, los procesos revolucionarios, cuando surgían, eran movimientos populares en gran medida espontáneos, que se dan en determinadas circunstancias históricas, y que adoptan formas organizativas altamente inclusivas y participativas en un primer momento (asambleas populares, consejos, soviets, etc.). Es posteriormente cuando son cooptados o sustituidos progresivamente por las estructuras más organizadas dentro de los movimientos insurreccionales. Y más tarde, los propios partidos sufren a su vez fuertes purgas internas, eliminando la diversidad interior existente a pesar de todo en su seno, pues son reflejo de la sociedad, hasta que se impone una estructura cada vez más vertical y burocrática, la más adecuada para lidiar con las tareas organizativas del Estado. Los llamados Procesos de Moscú, ya comentados, son una buena y brutal muestra de ello, y para 2 Las divisiones en el movimiento socialista internacional llegarían a alcanzar su máxima intensidad en 1939, con ocasión del Pacto Molotov-Ribbentrop, o pacto de no agresión entre Hitler y Stalin, que sirvió para repartirse Polonia entre Alemania y la URRS; haciéndose esta última también con los Estados Bálticos. De repente, el máximo enemigo de la clase trabajadora, el nazismo, pasaba a ser un aliado de los comunistas. Hasta que Hitler lanzó la guerra contra la URSS, en 1941. 9 nada única en la historia del movimiento comunista (Claudín, 1978; Lefort, 1979). En este sentido, p.e., es curioso cómo dentro del propio partido comunista ruso se dan en los años 20 ciertas posturas radicales abogando por la des-urbanización y desindustrialización (o una industrialización distinta, descentralizada), que serían cortadas en seco por la línea oficial del partido a partir de 1930, desestimándolas como utópicas y reaccionarias (Los Amigos de Ludd, 2007). La razón de estas posiciones era un reflejo de la importancia del mundo rural en la Rusia zarista, y de la relevancia que llegó a adquirir en ella el anarquismo agrario a finales del siglo XIX y primeros del XX. Es curioso resaltar también la importancia, en las primeras décadas del siglo, del anarquismo en los movimientos campesinos de la Italia y la España meridional, mundos alejados de la Revolución Industrial pero afectados por el latifundio capitalista agrario (Sevilla Guzmán, 2006). La procedencia en oleadas migratorias desde el mundo rural a las ciudades del nuevo proletariado, que no tenía otra cosa más que su fuerza de trabajo para vender, y subsistir, sería una de las cuestiones que explicarían las raíces de la fuerte cohesión social y la cultura obrera en esas primeras décadas del siglo XX, así como su confrontación con la ideología burguesa. Como nos relata Hobsbawm (2003) el nuevo proletariado llegaba junto y se localizaba junto en las periferias de las ciudades industriales, o hacinado en enclaves interiores, en barrios degradados y segregados de los barrios burgueses. Pero en los barrios obreros se desarrollaban fuertes lazos comunitarios y una importante vivencia colectiva en el espacio público, ante las carencias de todo tipo de sus estructuras habitacionales. La vida se hacía pues en gran medida en la calle. Y la calle se convertía también en el principal espacio donde se gestaba la solidaridad, se reforzaban los vínculos sociales y se impulsaba, llegado el caso, la lucha. Hasta las huelgas de solidaridad, en muchas ocasiones. El “nosotros” predominaba sobre el “yo”, y el control colectivo del territorio obrero era patente. En este sentido, las estructuras de poder se ponen manos a la obra para intentar desactivar y diluir esta potencia y control, y establecer puentes simbólicos de enlace entre los espacios y sectores enfrentados, impulsando el Nacionalismo (estatal) como cemento ideológico unificador interclasista, y ciertas reformas sociales y espaciales para desactivar el conflicto social y territorial. Nacionalismo, militarismo y conflictividad político-social La primera mitad del siglo XX iba a estar marcada pues por el apogeo de los nacionalismos estatalistas, al tiempo que se reprimían los sentimientos nacionalistas subestatales o no estatales. Una política impulsada desde las propias elites, como ya hemos visto al hablar del Estado en el siglo XX, ante la que sucumbe el movimiento socialista, sobre todo de cara a la Primera Guerra Mundial, y que sería una de las razones también de la ruptura de la II Internacional. En el siglo XIX, cuando la “Nación” pertenecía a la clase media y los obreros no tenían patria, aparte de nada que perder, salvo las cadenas (de acuerdo con Marx y Engels), el socialismo era internacional. Pero en esta primera mitad de siglo el Nacionalismo se configura como una de las pestes de la Modernidad, y causa directa de tantas catástrofes, entre ellas la carnicería de la Gran Guerra. Una guerra jaleada previamente desde las distintas Vanguardias europeas, como ya comentamos. Las elites de los Estados que guerrearon entre sí lograron que los partidos socialistas apoyaran su causa, y justificaran el enviar al campo de batalla a la población trabajadora como carne de cañón. Pero el desastre total de la Gran Guerra se frenó 10 en gran medida porque los soldados ya no estaban dispuestos a seguir muriendo por que sí, y ante esa disyuntiva los Estados pararon sus máquinas de guerra, en primer lugar Alemania, ante la deserción de la tropa, pidiendo un armisticio. Todo ello va a dar lugar al inicio de una reflexión profunda de los horrores de la guerra, que acabó cristalizando en la primera organización mundial de oposición a las guerras y el militarismo en general: la Internacional de Resistentes a la Guerra (War Resisters International: WRI), fundada en 1921 en Holanda. Creada por resistentes a la Gran Guerra, definían la guerra como un crimen contra la Humanidad, y se definían por formas de lucha no violentas como vías de cambio social. Su símbolo es un rifle roto, y cumplirían un papel considerable en muchos de los conflictos que asolaron el siglo XX, sobre todo en el apoyo a los objetores a la guerra y en la difusión al rechazo de la conscripción militar obligatoria. Una voz discordante en la mitología revolucionaria de esta época marcada por el insurrecionalismo violento y las veleidades de la lucha armada, incluso dentro del anarquismo. Aunque, también, a principios del siglo XX, Gandhi iniciaba formas de lucha no violenta, de desobediencia civil, contra el Apartheid en Sudáfrica, donde vivía entonces, que luego le servirían para impulsar la lucha contra el dominio colonial de Gran Bretaña en India, y que dejaría semillas que germinarían más tarde en los sesenta (Martin Luther King) (Ormazabal, 2009). Por otro lado, la guerra, y en concreto las dos guerras mundiales, van a tener un papel muy importante en la evolución de la conflictividad social antagonista en los espacios centrales, pero también en los periféricos, como nos señala Beverly Silver (2003). Picos de fuerte conflictividad social se dan antes de las dos guerras, para bajar después como resultado de la fuerte represión interior estatal durante el periodo bélico, al abrigo de las leyes de excepción, y subir más tarde fuertemente al final de las mismas, siendo más intensa al final que al principio (ver figura 1. Beverly Silver, 2003). De hecho, la Organización Internacional del Trabajo se crea en 1919, en el pico más alto de la conflictividad postbélica, como respuesta occidental ante el éxito de la Revolución Rusa, con el fin de mejorar los derechos de los trabajadores, legalizar sus sindicatos y aprobar el derecho de huelga; una forma de intentar acabar con el sindicalismo revolucionario y regular y acotar los conflictos laborales. La OIT se establecería en el marco de la Sociedad de Naciones, instaurada por el Tratado de Versalles. Y también se activan las luchas contra el dominio colonial y el racismo, después también de que soldados de las colonias hubiesen participado de forma segregada y discriminatoria en los ejércitos occidentales. De hecho, el Congreso Pan-Africano de 1919, celebrado en París en paralelo a la conferencia de Versalles, marcaría un hito en la denuncia del colonialismo y el racismo. Y en 1945 se celebraría el 6º Congreso, en Manchester, al final de la II Guerra Mundial, que tuvo una importancia decisiva para impulsar los procesos de descolonización. Esta explosión de la conflictividad post-bélica será algo que probablemente tendrán en cuenta las elites en la actualidad, antes de embarcarse en futuras aventuras guerreras de amplio espectro, aunque ahora las guerras, y sobre todo los ejércitos, ya no sean lo mismo, por su alta tecnologización. El ejército profesional es la norma, especialmente en los países centrales occidentales, y a ello no fue ajeno el papel y actividad de los seguidores de la WRI desde 1921, y el rechazo social creciente al servicio militar en la segunda mitad del siglo. Pero sobre ello volveremos más tarde. 11 De esta forma, la conflictividad social en los espacios centrales antes de la Primera Guerra Mundial estuvo muy centrada en la minería y el ferrocarril, es decir, muy vinculada a la extracción y al transporte del carbón, siendo entonces estos sectores la columna vertebral del movimiento obrero. Es por eso por lo que, como ya dijimos, el paulatino cambio de matriz energética hacia el petróleo era una forma también de erosionar la potencia de lucha de los sectores más organizados de la clase trabajadora, capaces de paralizar la economía de un país (Mitchel 2007; Pobodnic, 2006). La extracción de petróleo requería además de menos mano de obra, por unidad energética. Sin embargo, la aparición de la producción en masa en la industria del automóvil, la que sería la industria más importante del siglo XX, iba a inaugurar igualmente nuevas formas de lucha obrera fuertemente organizada y sindicalizada. Primero en EEUU, en la primera mitad del siglo XX, y en su segunda mitad, por así decir, en el mundo entero, conforme esta industria se fue extendiendo primero en Europa occidental y Japón, y más tarde por gran parte del planeta. Mientras tanto, el trabajador artesanal especializado va perdiendo presencia a medida que avanza el maquinismo en las primeras décadas del siglo XX, como resultado de la progresiva implantación de las formas de producción fordista, posibilitada por el auge del uso de energía fósil. Por otra parte, el ascenso de la industria del automóvil en los países centrales, coincide con la primera oleada de periferización de la industria textil británica (la industria principal del siglo XIX) hacia los principales espacios periféricos: India y China. De esta forma, en el periodo entreguerras, se da una fuerte conflictividad laboral en este sector en dichos territorios, que se relaciona estrechamente con los movimientos en ascenso de liberación nacional. Allí donde va el capital, buscando salarios bajos, le acompaña el conflicto (Silver, 2003). Es importante decir también que las dos guerras mundiales van a significar una importante incorporación de la mujer a la actividad productiva y al trabajo asalariado en los países centrales, en concreto a la industria bélica, pues el grueso de la clase trabajadora masculina estaba en el frente de batalla. El trabajo fabril de la mujer era clave para la economía de guerra. Este hecho, la salida de la mujer del ámbito doméstico, va a tener consecuencias de toda índole. En concreto, acelera las demandas de participación en la vida pública de las mujeres, y en especial su derecho al voto, que se va a alcanzar de forma generalizada en dichos países en las primeras décadas del siglo XX, sobre todo tras la Gran Guerra (aunque en Francia, p.e., no se lograría hasta 1945). El movimiento de las sufragistas (nacido a finales del XIX), y su evolución posterior, sería uno de los principales gérmenes del movimiento feminista que se desarrolla en la segunda mitad de siglo. Pero también se activan las primeras luchas de mujeres obreras, que no en vano darían lugar a la creación del 8 de Marzo como día de reivindicación de los derechos de la mujer; la muerte de casi 150 mujeres en lucha en la fábrica Cotton de Nueva York, en 1908, calcinadas en un acto de terrorismo empresarial, sería su espoleta. Sin embargo, la irrupción de los totalitarismos en los años veinte y treinta, significaría un serio retroceso en el papel de la mujer en la sociedad. Lo cual refleja cómo el grado de emancipación de las mujeres es un buen indicador del grado de emancipación de la sociedad. Por otra parte, las primeras organizaciones en defensa del medio ambiente empiezan a surgir tímidamente en este periodo en los Estados centrales, si bien son de carácter más bien elitista (McNeil, 2003). Después de la Segunda Guerra Mundial, y al calor de la creación de NNUU, la UNESCO (uno de sus organismos), impulsa la creación de la UICN (Unión Internacional para la 12 Conservación de la Naturaleza), en donde participan muchas de las organizaciones medioambientales, además de los Estados. Sin embargo, el interés por estos temas era muy marginal, pues todavía la crisis ecológica era tan solo incipiente, y además la primera mitad del siglo está fuertemente dominada por los mitos de la fe en la Ciencia, la Tecnología y el Industrialismo. La guerra silenciosa contra la Naturaleza aún no había mostrado toda su dimensión. Finalmente resaltar que en esta tremenda primera mitad del siglo XX la utopía se fue convirtiendo en un concepto prácticamente deshonroso, por la pretensión de los distintos marxismos de pasar de una vez por todas de la “utopía” a la “ciencia”. Una ciencia que, por otro lado, estaba viendo como se ponía en cuestión entonces todo el basamento teórico del mundo newtoniano. 

Es así como hacia el final de esta época empiezan a florecer las distopías en el mundo literario emancipador de izquierdas (“Un Mundo Feliz”, “1984”, “Farenheit 451”). Una crítica contundente a los centros de poder de los dos mundos que se habían configurado tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, y a las ideologías en confrontación durante la Guerra Fría (Fdez Buey, 2007). Sin embargo, las críticas en el mundo de la izquierda hacia el modelo soviético tuvieron un carácter muy residual hasta la década de los sesenta, a pesar de todas las barbaridades cometidas por el estalinismo, ya comentadas, y dichas críticas fueron fuertemente estigmatizadas por el mundo marxista. Tan sólo los seguidores de Trostky emprendieron una crítica contundente contra la deriva totalitaria de la URSS, y llegaron a crear una nueva internacional (la Cuarta Internacional), en 1938, cuya actividad tendría un alcance limitado. Pero el Trotskismo no fue capaz de elaborar una crítica profunda al capitalismo de Estado de la URSS, pues venía a decir que en la Unión Soviética estaban sentadas las bases de la revolución socialista, y que tan solo era necesaria una revolución política para quitar a la burocracia que había secuestrado los logros de la revolución. Para nada una crítica al industrialismo y a la alienación del trabajo, así como a la fuerte estratificación social del Capitalismo de Estado. Trotsky sería asesinado dos años después de la creación de la Cuarta Internacional en México, a instancias de Stalin. Guerra Fría, “estabilidad” occidental, rebelión del Sur Global y terremoto del 68 El mundo postbélico iba a estar marcado por el conflicto entre bloques y la Guerra Fría, sobre todo en el espacio europeo. Pero este mundo en Occidente iba a gozar de una considerable “estabilidad”, desactivándose en gran medida el conflicto social, y sobre todo la movilización obrera (ver figura 1. Beverly Silver, 2003), como resultado de distintas dinámicas. La aparición de un pacto a tres bandas EmpresasSindicatos-Estado, en el marco de la Sociedad del Bienestar keynesiana. La mejora sustancial del “nivel de vida” de los trabajadores en este periodo de “pleno empleo”, que permitía a su vez la irrupción de la sociedad de consumo, un fuerte despegue de la motorización privada y la acentuación de los procesos de urbanizaciónmetropolitanización. Todo ello posibilitado por un intenso crecimiento económico y de la productividad del trabajo asalariado, en el marco de la Gran Fábrica fordista, gracias al petróleo barato y al fuerte ascenso del consumo energético, y por supuesto al trabajo no remunerado de las mujeres en el ámbito doméstico. A su vez la expansión de la industria del automóvil trajo consigo la “paz del week-end”, pues los trabajadores con sus familias incrementaron su movilidad y tiempo de ocio 13 (gracias también a los electrodomésticos), así como las salidas los fines de semana al mundo rural tradicional en descomposición, o a la playa y a la montaña; al tiempo que se integraban en el orden social dominante a través del acceso a un mundo creciente de mercancías (Los Amigos de Ludd, 2007). Pero la miseria e insatisfacción de la vida cotidiana se expandían al mismo tiempo en la “placidez” de la Sociedad del Bienestar, y bajo esta aparente quietud se fraguaba un mundo de otras luchas y resistencias no obreras, principalmente, aunque también se daban dentro del mundo de la Gran Fábrica muestras crecientes de rechazo al trabajo alienante en cadena. Así, pocas semanas antes del estallido del 68, un editorial de prensa francés reflejaba esta situación de quietud alienante bajo el titular “Francia se aburre” (Pastor, 2008). Al mismo tiempo, en el mundo colonial y neocolonial esas décadas postbélicas, hasta los setenta, son de fuerte conflictividad social, sobre todo, como ya vimos, por el fortísimo ascenso de los movimientos de liberación nacional en África y Asia, y por los procesos de afirmación nacional en muchos países de América Latina. Los primeros conseguirían independizarse del yugo colonial y crear nuevos Estados, y los segundos reforzarían los que tenían, intentando reducir su dependencia de Occidente. La Rebelión contra Occidente, como se ha llegado a conocer, que EEUU intentó reconducir y domesticar con la promesa del Desarrollo, tal y como ya analizamos. Sin embargo, conforme se van alcanzando los procesos de independencia nacional, las alianzas interclasistas que se habían desarrollado en la lucha anticolonial empiezan a saltar por los aires. Así, poco a poco surgen nuevos conflictos sociales con los sectores obreros, minoritarios en dichas sociedades, pero en crecimiento por la industrialización que apoyan fervientemente las nuevas elites nacionales, y se dan crecientes resistencias campesinas e indígenas, que enfrentan los procesos de intensa modernización del mundo rural. Y en el mundo árabe predomina el Nacionalismo Panarabista, y se crea la Organización de Liberación de Palestina (OLP), en 1964, cuya lucha va a tener una gran repercusión en el mundo árabe-musulmán, pero también a escala global. Mientras tanto, Occidente apoya a los Hermanos Musulmanes en Egipto, una de las primeras organizaciones integristas (creada en los años 30) de lo que se conoce como Islam político, para frenar el ascenso nacionalista pan-árabe y sus vínculos con Moscú; y hará asimismo todo lo posible por socavar el apoyo a la lucha palestina, planteando que la OLP era el enemigo a batir. Por otra parte en el Este, empiezan a irrumpir tempranamente importantes resistencias y luchas obreras en las llamadas “democracias populares” de Europa Oriental, mientras que en la URSS reina un absoluto vacío de antagonismo como resultado de la fortísima represión del periodo estalinista. En este periodo, es en Alemania Oriental, en concreto Berlín Este, en 1953, y especialmente en Hungría, en 1956, donde se producen los principales estallidos sociales contra el dominio soviético. Las primeras insurrecciones fundamentalmente proletarias contra el estalinismo, con demandas de libertad, autogestión, democracia directa y mejoras sociales. Las fuerzas de la URSS y del Pacto de Varsovia tuvieron que intervenir para acallarlas, a sangre y fuego. Y, a pesar de las evidencias del régimen de represión y terror soviético, las voces críticas contra la URSS son en estos años prácticamente inexistentes en el seno de la mayoritaria izquierda marxista occidental, que todo justificaba y todo callaba. La revista francesa “Socialismo o Barbarie” (impulsada por Castoriadis, Lefort, Debord, etc.), junto con algunos 14 colectivos anarco-marxistas estadounidenses como “Facing Reality”, serían los que iniciarían una crítica casi en solitario al “sistema comunista”, al margen del trotskismo. Por otra parte, la ruptura Chino-Soviética en los sesenta, iba a tener asimismo una fuerte repercusión en el movimiento comunista internacional, iniciándose la progresiva aparición de grupos de tendencia maoísta, que cuestionaban también el buen hacer revolucionario de la URSS, proclamando a la China comunista como nuevo referente revolucionario internacional. Dinámica que se acentúa con el advenimiento de la Revolución Cultural china impulsada por Mao y ciertos sectores del PCCh para combatir los procesos de degeneración y burocratización del partido3 , que anunciaban ya ciertos elementos de la revuelta del 68, pero que acabó cayendo en excesos sectarios y neoestalinistas. Sin embargo, los años sesenta van a suponer la aparición de nuevas y diversas dinámicas antagonistas, al margen en gran medida del movimiento obrero, y antes de la llegada del Tsunami del 68, que se empezaba a fraguar a partir de todos estos procesos y estallidos sociales. Irrupción del movimiento por los derechos civiles en EEUU por parte de la minoría negra, con formas de movilización no violenta activa y de desobediencia civil. Y en general extensión por todo el Sur Global de la lucha por los Derechos Humanos, recientemente aprobados (1948). Expansión de la lucha guerrillera (urbana y rural) en América Latina, a partir del triunfo de la revolución cubana, siendo la figura del Ché Guevara su principal icono de referencia. Florecimiento del movimiento antiguerra y antiimperialista en EEUU y Europa occidental (donde existía un fuerte sentimiento antibélico), sobre todo en el mundo estudiantil, como resultado de la oposición a la guerra de Vietnam. Mientras tanto, gana terreno muy lentamente la crítica a la URSS dentro de la izquierda occidental no marxista, y marxista crítica, por el ascenso de nuevas corrientes alternativas (provos holandeses, situacionistas franceses, anarquistas estadounidenses, etc.). Por otro lado, la revolución sexual y contracultural va en ascenso, planteando desde el amor libre, al consumo liberador de drogas, pasando asimismo por el auge del movimiento hippy que expresa nuevos valores y formas de vida: anticonsumismo, simplicidad voluntaria, desapego del poder, vida comunitaria, nueva espiritualidad, naturismo y pacifismo. Cuya síntesis podría ser el Flower Power y el “Haz el Amor y no la Guerra”. En suma, se da una crítica a la moral tradicional de la mano también de una creciente afirmación pública de las mujeres. Simone de Beauvoir publicaría en 1949 el Segundo Sexo (“no se nace mujer, se llega a serlo”), que marcaría un importante hito de cara a la aparición posterior del movimiento feminista, con la denuncia de las construcciones culturales de lo “femenino” y lo “masculino”, y de cómo el capitalismo y el patriarcado son dos sistemas que conviven, se adaptan y se sostienen mutuamente (Amorós, 2000). E, igualmente, en los sesenta empiezan a sentarse las primeras semillas de lo que luego sería el movimiento ecologista. Rachel Carson, y su “Primavera Silenciosa” (1962), con la denuncia del envenenamiento por pesticidas, sería uno de los jalones en este camino. Pero también libros como “La Vida en los Bosques” de Thoreau (de 1854), serían inspiradores del naciente movimiento ecologista (McNeill, 2003). 3 El periodo más intenso de la Revolución Cultural sería entre 1966 y 1969, aunque continuaría con bastante menos ardor hasta la muerte de Mao en 1976. 15 La Revuelta del 68, sacude al mundo De repente, todo ello se multiplica y estalla a escala global como resultado del Tsunami social en torno al 68 (Pastor, 2008; Fdez Savater, 2008). De París a México DF, de Berlín a Copenhague, de Praga a Pekín, de Buenos Aires a Caracas, de Washington a Pretoria, de Madrid a Atenas… “un nuevo fantasma recorre el mundo”. El primer proceso revolucionario de carácter mundial, en cuya eclosión cumple un papel importante la velocidad de transmisión de las ideas e información que permitían las nuevas formas y medios de comunicación. Pero es preciso resaltar que las bases para su irrupción ya estaban ahí, y que esa enorme marea no supo prevenirse por parte de los poderes fácticos. Unos poderes fácticos en donde en general se habían asentado los principales movimientos antisistémicos de la Vieja Izquierda (Arrighi et al, 1999). Socialdemocracia en Occidente4 , Partidos Comunistas en el Este, y Movimientos de Liberación (y Afirmación) Nacional en el Sur Global, que habían servido más bien para apuntalar el modelo capitalista occidental en el mundo, más que para desmantelarlo, generando también un nuevo capitalismo de Estado en el Este, aún más aberrante, si cabe. De repente la revuelta, con un fuerte componente juvenil, era contra todos ellos. Unos jóvenes que se sentían capaces de cambiar el mundo, en gran parte del planeta, irrumpían abiertamente en la escena pública global. Era la generación del baby boom de la postguerra, que accedía además masivamente a la universidad, especialmente en los países centrales. Es más, se da una construcción de una subjetividad común juvenil en muchas partes del mundo. La revuelta quizás más sonada fue la de París, donde como resultado de la insurrección ciudadana la ciudad estuvo más de dos semanas patas arriba, al tiempo que se plasmaba una huelga general en toda Francia. De hecho, las imágenes del Mayo del 68 en la ciudad del Sena serían las que más definirían el espíritu de esta época. Pero como ya vimos al hablar anteriormente de la Rebelión del 68, ésta tuvo una repercusión global, pues alcanzó a Occidente, al Este y al Sur Global, y no vamos a incidir aquí más en ello. Sin embargo, sí profundizaremos en algunas de las características de dicha sublevación que son relevantes para las cuestiones que estamos tratando en este apartado. La Rebelión del 68 significó un cambio de época y tuvo sobre todo un carácter antiautoritario, contra las estructuras de poder existentes de carácter político y de la vida cotidiana: Estado, Ejército, Iglesia y Familia. Pero también contra las estructuras monolíticas y jerarquizadas de partidos y sindicatos, y contra las instituciones burocráticas en general. Fue un enorme grito de libertad y crítica al orden establecido, a la democracia representativa, a las vanguardias de todo tipo, y en especial a las marxistas-leninistas. En este sentido, la insurrección puso de manifiesto que la religión del “comunismo” ortodoxo estaba en una fuerte crisis, no solo en el Este (Primavera de Praga), donde sólo se podía mantener en base a la represión, sino asimismo en una parte cada vez más amplia de la izquierda occidental. De hecho, los partidos comunistas francés e italiano fueron los que más colaboraron con los poderes fácticos para reconducir a las masas al orden establecido, y eso les supuso un importante descrédito, sobre todo entre los sectores más jóvenes de la revuelta, a lo que se sumó la imagen tremendamente 4 Aunque se daban algunas dictaduras en la Europa del Sur: España, Portugal y Grecia. 16 negativa que proyectaron a escala mundial las fuerzas del Pacto de Varsovia entrando a imponer el orden gélido soviético en las calles de Praga. La URSS, el faro guía del “comunismo” internacional, se mostró una vez más tal cual era, pero en esta ocasión la crítica al régimen de Moscú alcanzó cotas nunca vistas hasta entonces en la izquierda. A este respecto, el 68 significó la puesta en cuestión de la tradición revolucionaria moderna, jacobina y leninista, y del proletariado como único sujeto revolucionario. Y adoptó un discurso anticapitalista en Occidente y anticomunista en el Este, y sobre todo desarrolló una reflexión profundamente antisoviética. Igualmente, el 68 supuso también el inicio de la impugnación de la Revolución con mayúscula, como momento puntual, incapaz de transformar las estructuras de poder, ante las que sucumbe a medio plazo. Pero al mismo tiempo el 68 propone la reivindicación una vez más de la utopía (¡Sed realistas, pedid lo imposible!), rechazando el pragmatismo y la aceptación del mundo tal cual es (¡Bajo los adoquines, está la playa!), y planteando la necesidad de la transformación de la realidad concreta aquí y ahora. No en un futuro lejano, siempre por llegar. La Rebelión del 68 enlaza pues con muchos componentes de la tradición consejista y libertaria, con su énfasis en el asamblearismo y la democracia directa. Lo cual marca el inicio de las corrientes de la autonomía obrera, que pretendían impulsar una síntesis del marxismo revolucionario y el anarquismo, superando a ambos, como veremos más tarde. Pero el 68 implica también una importante crítica de la vida cotidiana en la Sociedad (capitalista) del Bienestar, sobre todo en los espacios centrales, rompiendo las amarras con la cultura, la moral y las costumbres de las generaciones mayores, y proponiendo un cuestionamiento en algunos casos radical a la Sociedad de Consumo. La revuelta de finales de los sesenta replantea también el concepto de militancia tradicional de la izquierda, y subraya la importancia y necesidad del cambio en nuestras formas de vida y comportamientos cotidianos, al tiempo que reafirma el relieve de la subjetividad individual contra el pretendido objetivismo científico y positivista, reivindicando la trascendencia de los sentimientos y del deseo. Un inicio de la importancia de lo micro sobre lo macro, y una crítica en toda regla de la ideología de masas, incluso “revolucionaria”. Impugna también la alienación del trabajo asalariado, y al mismo tiempo supone un cuestionamiento del orden patriarcal en el ámbito doméstico (¡lo privado, también es político!), siendo la espoleta que activaría el movimiento feminista. Asimismo, el 68 comporta igualmente el comienzo de la puesta en cuestión del dominio del capital sobre la naturaleza, una vez que empieza a ser patente la crisis ambiental, que luego profundizaría el movimiento ecologista. En este sentido, tanto el feminismo como el ecologismo son movimientos sociales que se consolidarán después del 68, considerándose los dos hijos del mismo, más que actores determinantes de dicha rebelión, aunque contribuyeran a la misma a partir de sus embriones en formación (Pastor, 2008). Y ambos surgirían al margen de las dinámicas de la Vieja Izquierda. La revuelta sesentayochista conlleva pues un desplazamiento de la centralidad obrera en el ámbito del conflicto social. Desde entonces, el conflicto social antagonista deja de estar centrado en la Fábrica, el espacio de la producción, para difundirse al territorio en su conjunto, desde los espacios metropolitanos, y en concreto sus barrios más degradados, hasta el sacrosanto ámbito de lo privado: el 17 hogar familiar. Y aparecen una diversidad de nuevos actores que van a ser protagonistas de dichas luchas. Aún así, la conflictividad obrera en el mundo de la Gran Fábrica fordista va a tener todavía importantes repuntes en esos años, en especial en algunos países centrales, p.e. en la industria del automóvil en Detroit5 , y muy en concreto en Italia, durante el Otoño Caliente de 1969. En ese ciclo de luchas, donde en muchas ocasiones se llegó a utilizar la acción directa y el sabotaje, como rechazo también al orden embrutecedor de la fábrica, los trabajadores del sector del automóvil van a ser la principal punta de lanza. Es por eso por lo que dicha industria va a iniciar poco a poco su peregrinar por el mundo entero intentando escapar al conflicto y reducir costes, al tiempo que se va a reconvertir posteriormente de forma importante en los países centrales. Pero, en cualquier caso, el 68 va a suponer la tumba ideológica del “papel dirigente” del proletariado industrial (Wallerstein, 2004), con la explosión además de lo social como nueva expresión de la actividad política al margen de lo político (Fdez Durán, 2001). En definitiva, la Rebelión global del 68 cabría caracterizarla quizás como la primera revuelta juvenil de la Historia, que además provoca una fuerte ruptura generacional. De hecho, la juventud se va a convertir a partir de entonces en una nueva “identidad”, no solo en una etapa de la vida, a la que más tarde se va a intentar integrar vía consumo. En cualquier caso, el 68 es un verdadero punto de inflexión en la historia contemporánea, que permitió la “Expansión de lo posible”, en palabras de Sartre, y que ha tenido una repercusión que llega (atenuada) hasta nuestros días. El 68 es resultado asimismo de una época marcada por un enorme optimismo y fe en la capacidad de cambio social, a los que no es ajeno por supuesto el enorme incremento del consumo de energía que se estaba dando en esos años (factor que se obvia en la gran mayoría de los análisis críticos de esta época), que permitía unas transformaciones sin precedentes en muchos ámbitos, tal y como hemos resaltado anteriormente. Entre ellas, el incremento de movilidad y libertad de la nueva generación. Y esa feroz irrupción social que surge desde abajo es capaz de cuestionar las estructuras institucionales y la cultura dominante, creando su propia contracultura, e implicando una contestación a todos los corsés autoritarios. Igualmente, el 68 significa el inicio de la progresiva alteración del eje principal del conflicto político hasta entonces, izquierda-derecha, y su creciente sustitución por el eje que separa el arriba y abajo de las estructuras sociales. El 68 es por tanto una gigantesca crítica a la deriva alienante y autoritario-despótica de la modernidad, en el Oeste y en el Este, que crea una enorme brecha en un orden que parecía inexpugnable (Pastor, 2008). Sin embargo, el “lo queremos todo” de la revuelta también cabría situarlo en un contexto de crecimiento y mutación sin límite (aparente) favorecido por la energía barata. En este sentido, cabe resaltar que en el París del Mayo del 68, cuando empezó a faltar la gasolina y llegaron los primeros problemas de desabastecimiento, apareció la angustia de la población y rápidamente ésta volvió la espalda a la revuelta estudiantil. Además, los trabajadores, una vez que consiguieron importantes mejoras salariales y derechos sindicales, volvieron al trabajo, a petición de la CGT (el sindicato comunista). Y pocas semanas después De Gaulle arrasaría en las elecciones que convocó. Pero, aunque el volcán del 68 dejó de lanzar lava por los cuatro costados, eso para nada significó que se apagara, sino que sus efectos 5 Con un importante componente de organización de los trabajadores negros contra la explotación y el racismo. 18 continuaron por otras vías, tal vez menos visibles algunas de ellas, a lo largo de las siguientes décadas. Crisis de los 70, nuevos movimientos sociales, autonomía, lucha armada y “vuelta al campo” El reflujo y resaca de la Rebelión del 68, que duró años después de su punto álgido, coincidió, o se solapó, con las repercusiones de las distintas crisis que acontecen en los setenta (monetaria, energética, económica, inflacionaria, de erosión de la hegemonía de EEUU, etc.), condicionando además la forma en que se expresaron muchas de ellas, así como sus interrelaciones. Además, la propia diversidad de la revuelta del 68 una vez que choca contra el muro de la enorme dificultad de transformación del capitalismo en Occidente, el “socialismo” en el Este, y de la posibilidad de cambiar la condición periférica del Sur Global, se va a reorientar por distintas vías: reforzamiento de la izquierda extraparlamentaria, auge de la lucha armada, impulso de nuevos movimientos sociales, creación de nueva izquierda parlamentaria, transformación personal y comunitaria, etc., que se suman e inciden a su vez en los conflictos derivados de la respuesta social a las múltiples crisis de los 70. Y todo ello va a adoptar formas diferentes en el Norte occidental, en el Este “socialista” y en el complejo y diverso Sur Global. Analicemos pues brevemente los rasgos principales de estos procesos, para entender mejor el enmarañado panorama de contestación social de la década, sobre el que va a incidir la Contrarreforma Liberal global que se da a partir de los ochenta. Expansión de nuevas vanguardias radicales y grupos armados Una consecuencia del descenso de la movilización social tras el 68 va a ser el auge temporal de nuevas vanguardias políticas en la izquierda extraparlamentaria, de carácter trotskista y maoísta. Un fenómeno curioso, cuando menos, pues el 68 había sido una impugnación a las vanguardias políticas, y sobre todo a aquellas de corte marxista-leninista. Quizás se pueda explicar este hecho por el abandono de la militancia en los partidos comunistas tradicionales, fuertemente desprestigiados a consecuencia del 68, y el refugio de parte de los militantes más activos y radicales en grupos políticos más “puros” y “revolucionarios”. Un repliegue pues en la ortodoxia marxista revolucionaria, ligada a aquellas corrientes que habían roto con Moscú. Esta dinámica fue dispar, y se manifestó más en algunos espacios que en otros, pero llegó a adquirir una considerable relevancia en Europa occidental, y especialmente en Francia, cuna del Mayo del 68. Pero quizás el auge mayor fuera de los grupos de activistas ligados a lo que se llegó a conocer como la Autonomía Obrera, que fueron especialmente importantes en Alemania, Italia y Dinamarca, y que tuvieron también un determinado desarrollo en otras partes del mundo occidental. Algunos de estos grupos coquetearon parcialmente con actividades de lucha armada, en plena expansión en esas fechas y rodeada de una gran aureola mítica y épica en la izquierda radical. Así, tras el 68, vamos a asistir a una extensión y profundización de los grupos de confrontación armada con el sistema, que adoptan una estructura de vanguardias militarizadas, una vez que se constatan las dificultades de transformación pacífica del capitalismo. Esa deriva ya se había manifestado en muchos espacios recién 19 descolonizados del Sur Global, sobre todo por parte de reivindicaciones nacionalistas y étnicas que no habían encontrado respuesta en los nuevos Estadosnación que se crean tras la independencia. Pero también se da este proceso en muchos países de América Latina, en donde se profundizan aún más las dinámicas guerrilleras urbanas y rurales de carácter antioligárquico y antiimperialista en los años 70, adquiriendo una dimensión muy especial en Colombia, Perú (más tarde) y Centroamérica. Si bien en algunos países latinoamericanos estos grupos van a ser en gran medida extirpados manu militari, tras Golpes de Estado castrenses (en Chile, Argentina, Uruguay, etc.). Sólo en Nicaragua la lucha guerrillera sandinista lograría alcanzar el poder del Estado, en 1979. Es conveniente resaltar que muchas de estos grupos de lucha armada contaban con el apoyo de la URSS, o de los países de “socialismo real” (en concreto, Cuba), sobre todo en cuanto al suministro de armamento. Pero va a ser en el Norte Occidental donde la deriva de la lucha armada va a adoptar nuevos bríos en los setenta, aunque ya había asomado tenuemente la cabeza en los sesenta. Así, en Europa occidental destacarían: el IRA, en Irlanda; ETA, en España; la RAF, en Alemania; y las Brigadas Rojas (BR), en Italia. Si bien cabría resaltar las diferencias entre el IRA y ETA, de corte nacionalista, y la RAF y BR, de carácter “internacionalista-proletario”. Y en EEUU aparecen grupos como las Panteras Negras, que tras el asesinato de Martin Luther King (en 1968) plantean la inutilidad de la lucha no violenta para la defensa de los derechos de la comunidad negra. Sin embargo, estos movimientos armados en los países centrales no logran en general arrastrar a sectores sociales amplios (salvo el IRA y en menor medida ETA), es más van quedando cada vez más marginados. Además, se convierten en la excusa perfecta para que los Estados inicien una fuerte represión (los “Años de Plomo”), especialmente intensa en Alemania, Italia y Gran Bretaña, que bajo el pretexto de la lucha contra el “terrorismo” (término que empieza a proliferar entonces) aprovechan para criminalizar y reprimir la amplia contestación social de los setenta. En particular en Italia, donde se dio un enorme movimiento social antagonista, y donde muchos de sus líderes fueron acusados de relación con las BR. Estos grupos armados consiguen una muy importante proyección mediática, tanto por la espectacularidad de sus acciones, como por el propio interés del Estado para legitimar su actividad represora generalizada, en un momento además que estaba en plena formación la Sociedad de la Imagen y la Aldea Global. Es por eso tal vez por lo que fue una de las derivas del 68 que más visibilidad pública tuvo, pero eso no significa, para nada, que fuera la que más militantes concitó, ni que fuera por supuesto la que tuviera unos contenidos y efectos más liberadores. Al contrario. El fin, es decir, la confrontación con el Estado y la activación (¡en teoría!) de procesos insurgentes, justificaba cualquier medio, sin importar las consecuencias humanas, sociales y éticas que tuviera la acción armada. Una acción armada absolutamente vanguardista y militarizada, muchas veces enloquecida, y separada del cuerpo social que decía representar. Y el Estado, y los sectores hegemónicos del capital, aprovecharon esta ocasión de oro para legitimar el recorte del carácter demasiado “democrático” del Estado Social de la posguerra, al tiempo que se aprestaban a recortar drásticamente éste. 20 La lucha obrera pierde centralidad, sobre todo del trabajador blanco y occidental Por otra parte, los importantes impactos económicos de las crisis de los setenta: fuerte recesión, pérdida de puestos de trabajo, auge intenso de la inflación, incremento generalizado del coste de la vida, etc., van a provocar un importante repunte de la movilización de los sectores trabajadores en todo el planeta, y en concreto en los países centrales (ver figura 1. Beverly Silver, 2003). En el Sur Global, y en menor medida en algunos países del Este europeo, el creciente endeudamiento estatal permitió en parte, durante unos años, seguir con el Business as Usual. En especial, con los procesos de industrialización propios. Dicho endeudamiento estatal fue propiciado, como ya dijimos, por el reciclaje de gran parte del ingente flujo de petrodólares hacia estos espacios periféricos, o semiperiféricos, a través del sistema financiero anglosajón. En cualquier caso, el impacto de la subida del precio del crudo tuvo una considerable repercusión social, sobre todo en los países Sur Global sin acceso al oro negro. En los países del Este europeo, al margen del mercado mundial en mayor medida, la contestación adquirió una forma subterránea, atomizada y no organizada, aunque al final de la década irrumpió con fuerza el sindicato Solidaridad en Polonia, que provocaría otra crisis de enorme magnitud dentro de uno de los grandes Estados del Pacto de Varsovia. Esta importante rebelión social marcaría el inicio de la crisis final del “Socialismo Real”, y fue quizás determinante en la llegada más tarde de Gorbachov al poder y en la posterior Caída del Muro de Berlín. Y otra vez se tuvo que recurrir al Ejército, en este caso el de la propia Polonia, con el fin de no implicar directamente al Pacto de Varsovia (aprendiendo de la repercusión de lo acontecido en Praga), para intentar contener la fuerte movilización obrera. Una movilización que se mezclaba también con el fuerte sentimiento religioso católico de la población, reprimido por el régimen “socialista”, y claramente auspiciado desde Roma por Juan Pablo II, el Papa polaco. Pero, en general, a pesar de estos repuntes puntuales, con mayor intensidad en unos territorios que en otros, la centralidad del conflicto obrero va a ir paulatinamente desapareciendo, en especial en los espacios centrales, mientras que la movilización obrera se va a ir afianzando en los periféricos, en paralelo a los procesos de deslocalización industrial. Sin embargo, las huelgas en el sector del transporte van a adquirir una especial intensidad en este periodo, debido principalmente al alza de los precios del crudo, lo que afectaba de lleno a dicho sector. Lo cual va a resaltar la creciente importancia estratégica del sector del transporte, y la capacidad de sus trabajadores para alterar fuertemente el funcionamiento de la economía capitalista (Silver, 2003). Lo mismo podemos decir de los trabajadores de las principales industrias relacionadas con la extracción, procesamiento y distribución de los combustibles fósiles. Las huelgas en dichos sectores, fuertemente sindicalizados (allí donde los sindicatos no están prohibidos), van a tener una gran repercusión y visibilidad (Abramsky, 2008). Pero, a pesar de ello, la movilización obrera en general va a ir siendo crecientemente rebasada, o sustituida, por los nuevos movimientos sociales, en el Centro capitalista, y complementada por nuevos movimientos populares urbanos (en paralelo a la intensa metropolización), así como campesinos e indígenas, en el Sur Global. 21 Irrupción del feminismo, ecologismo, pacifismo y otros movimientos La deriva más enriquecedora e innovadora del reflujo del 68 fue la fuerte irrupción de los llamados nuevos movimientos sociales: feminismo, ecologismo, pacifismo, etc. Estos, en general, van a alcanzar una menor visibilidad mediática que la lucha armada, pero van a tener impactos mucho más transformadores y liberadores que ésta en las sociedades. El movimiento feminista se va a desarrollar y adquirir una importante trascendencia a partir de los setenta, especialmente en los espacios centrales occidentales, planteando la necesidad de la organización autónoma de las mujeres, con el fin de defender mejor sus derechos y reforzar su independencia y posición social. El feminismo va a plantear que solo se es libre si todos son libres, y para ello debe haber igualdad real. Eso sí, una igualdad entre diferentes, que debe garantizarse. El creciente movimiento de las mujeres va poner en el debate público que una cosa es la igualdad formal, conseguida tan sólo muy parcialmente entonces (fundamentalmente el voto), y otra la efectiva, y su movilización va a lograr modificaciones sustanciales en el marco normativo estatal en los países centrales occidentales. Entre ellas, las leyes a favor del aborto que se van consiguiendo a partir de los setenta, y otras que refuerzan la capacidad de actuar más autónomamente a las mujeres. Pero el movimiento feminista va a hacer también muy importantes aportaciones teóricas, para comprender en toda su complejidad las estructuras del poder. El feminismo va a denunciar cómo el patriarcado y el capitalismo son sistemas que conviven, se adaptan y se sostienen mutuamente; aunque se dan también corrientes dentro del movimiento que ponen más el énfasis en censurar sólo el patriarcado. Si bien todas las corrientes señalan el carácter transhistórico del sistema de dominación patriarcal, basado en la coerción pero también en el consentimiento6 . Y, por supuesto, el feminismo va a realizar una crítica demoledora del mundo de lo privado, es decir, de la estructuración del ámbito doméstico, y del papel absolutamente subordinado y marginado que juegan las mujeres dentro del mismo. Una marginación que conduce a su invisibilidad y minusvaloración social, así como de las tareas de mantenimiento y cuidado que protagonizan, indispensables para el funcionamiento diario de la sociedad y el sostenimiento de la vida. Las mujeres están socializadas para verse a sí mismas como responsables del bienestar de los demás, dando más de lo que reciben del mundo masculino que las rodea, aún a costa de su propio beneficio (Amorós, 2000; Millet, 1971). El otro movimiento hijo de las Rebelión en torno al 68 sería el movimiento ecologista, que se va a desarrollar especialmente en los países centrales occidentales. Un movimiento que se estructura principalmente en esos años en torno a la lucha antinuclear, que adquiere un muy importante desarrollo en dichos territorios, y cuya capacidad de movilización social fue una de las causas principales del parón de la industria del átomo desde finales de los setenta. La otra razón sería el gran coste económico de esta fuente de energía, y los múltiples problemas derivados de ella, que se abordan en otra parte de este libro. Pero el movimiento ecologista se desarrolla también a partir de una diversidad de luchas concretas, ante las crecientes agresiones a la Naturaleza e impactos medioambientales, que se producen a causa de un modelo económico cada día más depredador y 6 En realidad no hay un solo feminismo sino múltiples corrientes feministas que se van desarrollando e hibridando desde los años setenta hasta la actualidad: de la igualdad, de la diferencia, ecofeminismo, etc., protagonizando en algunos casos importantes polémicas entre ellas. 22 contaminante. No en vano la crisis ecológica había irrumpido ya claramente en escena (sobre todo en Occidente, y más aún en el Este), provocando en ocasiones conflictos interestatales, se había abierto el debate sobre “los límites (ecológicos) del crecimiento” (Meadows, 1972), y hasta las NNUU habían convocado ya su primera cumbre sobre la crisis ambiental en Estocolmo (1972). En aquellos años la confrontación del movimiento en Occidente con las estructuras de poder político y empresarial fue muy fuerte (con acciones directas no violentas en muchos casos), y dichas estructuras fueron incapaces en un primer momento de hacer frente al nuevo reto que suponía la actividad y sobre todo el discurso ecologista. Eso iba a cambiar en las próximas décadas, como veremos. Por otro lado, en el Este la fuerte represión estatal acalló cualquier tipo de protesta medioambiental, a pesar de la magnitud de la crisis ecológica. Pero, en cualquier caso, el movimiento ecologista occidental, formado por una gran diversidad de grupos y prácticas, desde grandes organizaciones como Greenpeace (que se creó en 1971) hasta multitud de pequeños grupos locales, influyó decisivamente en que desde el poder político se aprobaran leyes y se crearan determinadas instituciones para hacer frente, o mejor dicho gestionar, la crisis ambiental, con medidas llamadas de “final de tubería”, y para proteger también ciertos enclaves de gran valor natural. Esta fue la forma principal de responder desde las estructuras de poder al desafío de un movimiento con amplia repercusión social, cuya implantación y proyección se amplió considerablemente en los setenta a resultas de las crisis energéticas. Pero, también, muchas medidas estatales de carácter medioambiental intentaron responder y paliar asimismo los conflictos interestatales de tipo ecológico. Por otra parte, en los setenta también se dan otros movimientos sociales que son hijos asimismo del 68. El movimiento pacifista en los países centrales occidentales, en donde se recrudece la oposición a la guerra de Vietnam (en especial en EEUU), se afianza la objeción de conciencia a la conscripción obligatoria, y hasta la insumisión, así como la reflexión antimilitarista y la oposición a las políticas antiimperialistas y al desarrollo del armamento nuclear. Este último movimiento antinuclear va a ser particularmente importante en los primeros ochenta en el espacio europeo occidental, contra el despliegue de los misiles Cruise y Pershing que pretendía instalar la Administración Reagan, y llegó a tener una enorme incidencia social. Igualmente, en los setenta, también se desarrolla el movimiento de liberación gay7 , que irrumpe en 1969 tras los disturbios de Stonewall, en el Greenwich Village de Nueva York, en el que la comunidad gay se enfrenta a las políticas homófobas de la policía de la ciudad. Esa lucha podría considerarse el primer hito de la posterior extensión del llamado movimiento LGBT, por los derechos de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales, y hasta del movimiento Queer. En 1970 tuvo lugar la primera Marcha del Orgullo Gay en Nueva York y Los Ángeles, y a partir de ahí el movimiento se va expandiendo de forma para nada fácil por EEUU y Europa occidental, y luego, con muchas dificultades y teniendo que enfrentar una fuerte represión, por más lugares del mundo. En diversos países, en especial 7 Los primeros pasos en defensa de los derechos de los homosexuales podemos decir que se dan tímidamente a principios del siglo XX en Alemania, Europa occidental y EEUU, en un contexto fuertemente homófobo, aunque luego en los años 30 el nazismo va a perseguir duramente a los miembros de la comunidad homosexual. Después de la Segunda Guerra Mundial empieza a remontar el vuelo modestamente otra vez un movimiento que se llamó homófilo, que perseguía también la despenalización de la homosexualidad. Pero no podemos hablar de un movimiento gay hasta primeros de los setenta, y mucho menos de un movimiento LGTB. 23 muchos del mundo islámico, los homosexuales enfrentan la pena de muerte por el solo hecho de expresarse como tales. Podemos decir que otro movimiento hijo de la Rebelión en torno al 68, y del Concilio Vaticano II, fue el movimiento de la Teología de la Liberación, impulsado por la iglesia de base más comprometida con las comunidades más pobres de América Latina, principalmente, pero también de África y de Filipinas. La Teología de la Liberación apostaba por el compromiso social con los sectores más marginados de dichas sociedades, y bebía también de la experiencia de los “curas obreros” que se habían desarrollado en la Europa occidental católica después de la Segunda Guerra Mundial, o de las comunidades eclesiales negras de base en EEUU. Esta nueva corriente se abría al marxismo como forma de entender una sociedad basada en la extrema desigualdad social y en la lucha de clases, y se planteaba cómo ser cristiano consecuente en dicho contexto. Algunos de sus miembros llegaron a implicarse en la lucha guerrillera de esos años (Camilo Torres), y otros fueron asesinados, entre ellos Ignacio Ellacuría, en 1989. La Teología de la Liberación sería considerada subversiva por parte de la jerarquía eclesiástica, y ha sido crecientemente perseguida dentro de la Iglesia Católica en las últimas décadas. El teólogo Leonardo Boff sería uno de los perseguidos y expulsados. El movimiento de la Teología de la Liberación establecería unos lazos muy estrechos con los nuevos movimientos de educación popular que se desarrollan también en esos años (otros hijos del 68), uno de cuyos representantes más renombrados fue Paulo Freire. Éste, autor de la Pedagogía del Oprimido (1970), nos diría que enseñar es también saber escuchar, que “todos sabemos algo, nadie sabe todo, y todos aprendemos siempre”; y que educadores y educandos debemos trabajar juntos para desarrollar una visión crítica del mundo, siendo la educación liberadora indispensable para reinventar el mundo. Enseñanza rupturista, innovadora y revolucionaria que ha perdurado y se ha desarrollado hasta nuestros días. Finalmente, last but not least, la resaca del 68 impulsó, junto con el cúmulo de crisis de los 70, y en especial las crisis energéticas, un considerable movimiento de transformación personal y colectiva al margen del sistema. Es decir, hubo mucha gente que, ante la enorme dificultad constatada de transformar las estructuras de poder capitalista, decidieron iniciar alternativas de transformación de la vida cotidiana y de las formas productivas y de consumo, y muchas de ellas se orientaron a la recuperación del mundo rural en crisis. Esto es, en los setenta y primeros ochenta, se dio una considerable “Vuelta al Campo” de activistas del 68 en muchos países occidentales, creando comunas de neo-rurales en muchas ocasiones, con un énfasis especial en la producción agroecológica. Pero también este movimiento desarrolló las energías renovables de pequeña escala, en concreto la energía eólica, siendo especialmente importante esta dinámica en Dinamarca, y en menor medida en Alemania, Francia y EEUU. Igualmente, las dinámicas de transformación de la vida cotidiana y la actuación al margen de la lógica del mercado también se dieron en las metrópolis. Así, se desarrolló desde un importante movimiento de okupación de viviendas y centros sociales, a la creación de comunas urbanas, pasando por cooperativas de todo tipo, bancos alternativos, monedas locales, etc. (Douthwaite, 1996). Y todo ello acompañado de la creación de radios libres y nuevos medios de comunicación alternativa, que permitían difundir y entrelazar estas experiencias, al tiempo que se conectaban también con las estrategias de resistencia y movilización más “tradicionales”. En cualquier caso, la Vieja Izquierda siempre miró estas 24 experiencias alternativas con distancia, y hasta algunas veces con desprecio, al igual que muchos de los grupos de la izquierda extraparlamentaria, pues las consideraban alternativas “pequeño-burguesas” que se alejaban del camino de la necesaria “revolución proletaria”. Y que dedicar esfuerzos a ellas, era retrasar innecesariamente el (seguro) advenimiento de esta última. Crisis del marxismo, autonomía, crítica de la tecnología y nuevas espiritualidades Pero los años setenta trajeron también algo adicional, y eso fue una creciente reflexión crítica sobre las corrientes políticas marxistas, y sobre el mismo marxismo, brotando también multitud de marxismos críticos. Este auge de la crítica al marxismo, y no sólo al marxismo político dogmático imperante, era impensable antes del 68. Y fue consecuencia no sólo de la resaca del 68, sino del cúmulo de interrogantes que se abrieron como resultado del desarrollo de la crisis ambiental y de la crisis de los recursos, y en concreto de las crisis energéticas. El “desarrollo (sin fin) de las fuerzas productivas” que, a través de la lucha de clases, acabaría rompiendo la envoltura capitalista que dificultaba su avance y trayendo el socialismo, se demostró que no tenía base física para sustentarse. La finitud de los recursos y la energía fósil sobre la que se basaban los procesos productivos industrializados no había sido tenida en cuenta por Marx, quizás por hallarse el capitalismo industrial en sus primeros estadios cuando desarrolló su reflexión teórica, estando preso también su pensamiento de la fe en el mito del Progreso sin fin de la Modernidad. Sin quererlo, Marx fue también un producto de su época. El gran pensador crítico alemán tampoco consideró el impacto ambiental creciente del desarrollo sin límite de las fuerzas productivas, pues con ellas se desarrollaban también las fuerzas destructivas. Así, el marxismo no fue, dicho irónicamente, lo suficientemente materialista, al concebir la evolución del sistema económico separada del mundo físico en el que se desarrollaba, y al no tener en cuenta la ley de la entropía, esto es, la degradación irreversible de la energía (Mez Alier y Naredo, 1972). El Comunismo de la abundancia que pronosticaba Marx que haría marchitar el Estado, tras la etapa Socialista y la Dictadura del Proletariado, y que se lograría con el desarrollo sin fin de las fuerzas productivas, no parecía posible alcanzarse; al contrario, al menos de esa forma basada en la abundancia material y el desarrollo tecnológico sin límite. Además, el desarrollo de las fuerzas productivas en la URSS, hasta el momento, lejos de marchitar el Estado, había creado un Estado mucho más monstruoso. Y por otro lado, la naturaleza es fuente de los valores de uso, algo que minusvaloró Marx, junto con el trabajo, algo que quizás “sobrevaloró”, pues no supo identificar que la productividad del trabajo no sólo se basaba en el capital y en la explotación humana, su gran aportación, sino asimismo, y sobre todo, en el uso imparable de combustibles fósiles, de carácter finito, algo que minusvaloró. El capitalismo industrial no sería entendible, es más sería imposible, sin la energía fósil. Además, en los países centrales occidentales, las tesis marxianas de la depauperación absoluta, y del derrumbe inminente del capitalismo que predijo Marx a finales del XIX, parecían difíciles de mantener en el capitalismo maduro del último tercio del siglo XX, aunque esa miserabilización sí se daba cada vez más en el Sur Global. Es más, la “clase obrera” de los países centrales parecía ser un elemento 25 fundamental del propio capitalismo, mas que la encarnación de su negación. Sobre todo cuando dicha “clase obrera” se había convertido ya en “clase media” gracias a la Sociedad del Consumo, y a que le estaban conquistando también su alma, que vendía gustosamente al capital, gracias a la Sociedad de la Imagen y el Entretenimiento, tal y como hemos visto. Por otro lado, el movimiento obrero parecía que debería ser un movimiento más entre los movimientos emancipatorios, pues la sociedad capitalista no parece posible cambiarla sólo desde el interior del proceso de producción, por muy importante que sea éste. La transformación del ámbito de lo privado y de la vida cotidiana en general parecían ser igualmente trascendentales de cara a un proceso de emancipación social. De esta forma, el enfoque marxista se había quedado cojo en lo que al análisis crítico de las relaciones patriarcales en el marco del capitalismo se refiere, y de hecho las relaciones entre marxismo y feminismo siempre fueron difíciles y tormentosas. Por otro lado, el marxismo minusvaloró igualmente la importancia de la “raza”, la etnicidad, el género y la nacionalidad en la formación de clase. Por último, la ciencia y la tecnología, que Marx tanto veneró, y que percibió como instrumentos liberadores, se demostraban como mecanismos que reproducían y profundizaban las condiciones de dominación del capital sobre el trabajo, sobre el conjunto de la sociedad y sobre la propia Naturaleza (Postone; 2007; Amorós, 2006; Valdivieso, 2008; Silver, 2003). Es por eso por lo que cabe destacar la irrupción de la reflexión teórica crítica que se llegó a denominar el Área de la Autonomía, muy ligada a las nuevas prácticas de lucha. La Autonomía aceptaba importantes aportaciones teóricas de Marx, sobre todo en el ámbito del funcionamiento del capital y en gran parte de sus reflexiones sobre el devenir histórico, pero planteaba la necesidad de superar abiertamente su pensamiento, actualizándolo con nuevas dimensiones críticas adaptadas a la situación actual. El marxismo no se podía fosilizar. Pero, además, proponía abiertamente también la necesidad de enriquecerlo con muchas de las aportaciones del movimiento anarquista y libertario, y de superar a ambos en una síntesis nueva, abierta, que tuviera en cuenta asimismo los conflictos y límites medioambientales y la importancia de las relaciones de poder patriarcal y del ámbito de lo privado. En suma, una nueva visión critica que recogiera las principales aportaciones del 68, y de su resaca, así como de las nuevas condiciones creadas por la crisis ecológica y energética. Esta corriente, en sí misma muy diversa, estaba basada en una nueva práctica política que iba a estar marcada por lo que se denominó la galaxia auto: autonomía, autogestión, autoorganización, autodeterminación, y rechazo en general de la heteronomía impulsada desde el poder. Y todo ello iba acompañado de la denuncia de las tesis productivistas y antidemocráticas del ideario dominante de la izquierda, planteando la necesidad de una nueva democracia radical. Para lo cual era preciso la emergencia de un sujeto consciente, con una nueva subjetividad autónoma, propia, pero a la vez comunitaria, que rechazara lo asignado externamente, y que se enfrentara a un sistema que desposee a la gente de los medios para autodeterminar su vida. Algunos de los principales intelectuales comprometidos de esta tendencia serían Cornelius Castoriadis o André Gorz, que además realizaron una crítica contundente al trabajo asalariado, al propio concepto de trabajo en la sociedad capitalista, y asimismo a la tecnología (Pastor, 2008; Valdivieso, 2008). Así, los setenta vieron desarrollarse una crítica considerable y diversa a la tecnología, como quizás no había tenido lugar desde el movimiento de los ludditas, a 26 principios del siglo XIX. Si bien la crítica a la tecnología en los setenta fue teórica y práctica, y la de los ludditas cabría calificarla como de rechazo directo a una tecnología capitalista que expropiaba a la gente de su autonomía y saber hacer, y que sustituía el trabajo humano por máquinas, negándoles sus formas de vida. Desde entonces la fe en la tecnología había impregnado en mayor o menor medida a las distintas corrientes emancipadoras, y muy en concreto al marxismo, y más aún a sus epígonos dogmáticos. Por eso la reflexión crítica sobre la tecnología, que ya se empezó a apuntar tímidamente en los sesenta, y que se profundiza en los setenta, activada por las crisis energéticas, fue una nueva y verdadera corriente de aire fresco. Como diría Illich (1974), uno de sus principales críticos, el “socialismo tendría que llegar en bicicleta”, al tiempo que criticaba el crecimiento sin fin del transporte motorizado y la expansión sin freno urbano-metropolitana. Lo cual chocaba de lleno con la creencia marxista de que la abundancia de capital fijo tecnológico, de trabajo muerto, se considerase un triunfo que nos acercaba a la transición al socialismo. Es más, el creciente desarrollo tecnológico profundizaba el conflicto entre trabajo vivo y trabajo muerto, pues las megatecnologías privaban a la gente de su propio espacio vital. Un lema que hizo furor en dicha época fue “Lo pequeño es hermoso”, acuñado por Schumacher (1973). La crítica tecnológica resaltó pues la deshumanización y alienación de los modernos procesos de producción capitalistas, y además la necesidad de impulsar tecnologías “democráticas” y no “autoritarias”, de pequeña escala, que posibilitaran la liberación y no el sometimiento, pues la tecnología para nada es algo neutral. Pero que además tuvieran en cuenta los condicionantes ambientales y los límites ecológicos, y que su desarrollo permitiera vivir en paz con el planeta. 

En este sentido, la apuesta por las energías renovables descentralizadas y autogestionadas era inexcusable. Esta nueva visión crítica de la tecnología resaltaba que la fuerza de la clase dominante, no proviene exclusivamente de la economía, ni de la política, ni siquiera de la técnica, sino de la fusión de las tres en un complejo empresarialburocrático-tecnológico de poder que Mumford denominó la Megamáquina; a la que cabría añadir por supuesto la tremenda potencia de control de la dimensión ideológica. (Los Amigos de Ludd, 2007; Mumford, 1971; Amorós, 2006; Valdivieso, 2008; Illich, 1974). En este sentido, la lucha de los trabajadores de la fábrica Lucas Aerospace a finales de los setenta y primeros de los ochenta, en una industria del sector militar británico, fue un hito en el cuestionamiento de la megatecnología destructiva y antisocial, planteando la necesidad de reorientación de la producción hacia las energías renovables, los transportes colectivos y las actividades socialmente útiles, como vía de salida también para la propia empresa y sus trabajadores (Elliot y Wainwright, 1981). Por último, decir que la resaca del 68 y las crisis de los setenta trajeron también una eclosión de nuevas espiritualidades, y prácticas de meditación y de autoconocimiento del cuerpo. El interés por las filosofías y religiones orientales se intensificó en Occidente. El budismo, el yoga, el hinduismo y el taoísmo se expandieron por los países centrales. Así, después de casi siglo y medio de creciente rechazo de las religiones católica y protestante, aparecía la necesidad de mucha gente inquieta por profundizar en la dimensión espiritual y el autodesarrollo y conocimiento, a la que no daban respuesta las metanarrativas y prácticas de la Vieja Izquierda, y mucho menos el creciente vacío existencial del mundo moderno. Era, en suma, otra forma de éxodo de Modernidad, de rechazo al materialismo y al 27 racionalismo, en este caso más intimista, y sin pretender un cambio directo de las estructuras de poder. En todo caso se pensaba (inocentemente) que ese cambio a escala individual ayudaría a traer, sin más, una transformación social y de paradigma colectivo. Todas estas tendencias se podrían considerar agrupadas en el movimiento New Age, en cierta medida una prolongación del hippismo, del que formaría parte también el interés por las medicinas alternativas y holísticas, como rechazo asimismo a la medicina oficial. En definitiva, a principios de los ochenta se empezaba a palpar una cierta crisis civilizatoria. Pero la llegada de la “globalización neoliberal”, con el repunte económico y sobre todo financiero que hizo posible el disponer otra vez de energía barata, y de fuerza de trabajo hiperexplotada del mundo entero, así como el fulgor de la profundización en la Sociedad de Consumo, la Imagen y el Entretenimiento que trajo consigo, hicieron desaparecer esa sensación de crisis profunda. Es más, la sepultaron públicamente durante casi treinta años, hasta nuestros días. Pero todo eso ocurrió en la superficie de las cosas, y en concreto en los países centrales occidentales, aunque aparecieran nuevos partidos políticos como Los Verdes, que surgieron en algunos países europeo-occidentales (en especial en Alemania Occidental) a partir de los nuevos movimientos sociales, aportando cierto aire fresco a nivel institucional, pero que fueron poco a poco cooptados y transformados por la lógica del sistema (Fdez Durán, 1984). Sin embargo, muchas de las corrientes post68 siguieron desarrollándose e hibridándose subterráneamente, junto con nuevas dinámicas de resistencia, antagonismo y transformación, especialmente en el Sur Global, pero también en el Centro, emergiendo todo ello abiertamente a finales de los noventa a partir de Seattle (1999) en un nuevo movimiento de alcance mundial. Globalización, crisis del Socialismo Real, Movimiento por la Justicia Global e Islam Político Las dos últimas décadas del siglo XX son las de la globalización neoliberal capitalista, que se amplia y acentúa tras la Caída del Muro de Berlín, lo que va a tener profundas repercusiones en las nuevas formas que adopta la conflictividad político-social a escala planetaria. Se acaba el capitalismo domesticado de los Treinta Gloriosos, al tiempo que irrumpe un capitalismo cada día más salvaje, pero edulcorado mediáticamente por la imagen seductora que proyecta de él la Aldea Global. El nuevo capitalismo global va a ser determinante para acometer la derrota del movimiento obrero, el viejo sujeto político moderno. Dicha derrota va a ser especialmente acusada en el Norte (en Occidente y en el Este), donde los conflictos obreros van a caer de forma espectacular (ver figura 1. Beverly Silver, 2003). La lucha armada va a entrar también en una fuerte crisis de identidad y legitimidad, tanto en Occidente como en el Sur Global, que se profundiza tras el colapso del Socialismo Real, y que se ve aún más deslegitimada por la progresiva irrupción del terrorismo de la Yihad islámica y la explosión de los comportamientos violentos no antagonistas (delincuencia organizada, narcotráfico, bandas urbanas, señores de la guerra rurales, etc.). Y, en paralelo, el Islam Político se expande por el mundo árabemusulmán. En este periodo vamos a asistir a la progresiva crisis de los partidos y sindicatos de la Vieja Izquierda, pero también a una considerable transformación de los llamados nuevos movimientos sociales de los setenta, así como a la aparición de nuevas, creativas y potentes dinámicas antagonistas. Estos procesos van a adoptar distintas expresiones e intensidades en las diferentes regiones mundiales, para 28 finalmente eclosionar a final del siglo, a partir de la “Batalla de Seattle” (1999), en el llamado Movimiento Antiglobalización (o Movimiento por la Justicia Global). Asimismo, las Nuevas Tecnologías de la Información y Comunicación (NTIC) van a cumplir un papel trascendental en la reconfiguración del nuevo capitalismo global, pero también van a tener una gran repercusión en las formas que adoptan y operan las nuevas dinámicas antagonistas. Finalmente, estas dos décadas finales del siglo van a ser las de la explosión de las ONG’s a escala mundial, tanto en el Norte Occidental, como en el Sur Global. Veamos con algo más de detalle algunas de estas dinámicas sociales. Caída de la conflictividad obrera y nuevos conflictos en el Sur Global En esta última etapa del siglo vamos a asistir a la crisis de la Sociedad del Trabajo. Las nuevas dinámicas de globalización capitalista van a generar un desempleo crónico, tanto en Centro, en torno al 10% de desempleo real, como en la Periferia, donde alcanza al 25-35% de sus poblaciones (Roth, 2007). A pesar de la fuerte terciarización del Centro, que no logra compensar su considerable desindustrialización, y la industrialización masiva de muchas regiones del Sur Global, que es incapaz de absorber la desarticulación que provoca en los mundos campesinos e indígenas su creciente modernización. Se afianza pues un “crecimiento sin empleo”, con una población en paro estructural, cada vez más dependiente del dinero, y a la que le es difícil acceder al mismo por la reducción de las ayudas estatales, especialmente en el Sur Global donde éstas son prácticamente inexistentes. Y ese “crecimiento sin empleo” es el resultado de la globalización del capital y de la creciente tecnologización de los procesos productivos, posibilitados por el bajo precio del petróleo y el uso imparable de energía eléctrica y las NTIC. Tecnologización (automatización y robotización) que se lleva a cabo para reemplazar trabajo humano, debido a su coste y conflictividad, y que va a ser posible por la existencia de energía barata. Se reemplaza cada vez más trabajo humano por energía, especialmente en el Centro, al tiempo que se incrementa enormemente la productividad. Hasta entonces el uso de la energía había permitido incrementar la productividad del trabajo, pero la producción necesitaba de la concurrencia masiva de éste, pero ahora lo empezaba a desplazar progresivamente, al tiempo que el capital seguía incrementando la productividad. El abaratamiento del coste de la energía, vuelve a hacer posible también el reducir el coste de la fuerza de trabajo, al bajar el coste de su reproducción social (Abramsky, 2008). Igualmente, la creciente competitividad del mercado mundial presiona fuertemente a la baja las condiciones laborales en todo el mundo, especialmente en el Norte Occidental. Y del mismo modo, la irrupción de nuevas corrientes migratorias en los países centrales, sería utilizada por el capital para abaratar el coste del trabajo, y erosionar y precarizar el marco laboral conseguido durante los Treinta Gloriosos. Todas estas cuestiones ya las hemos visto con más precisión en otras piezas del tratamiento de la complejidad del siglo XX, y no vamos a incidir aquí más en ellas. Tan sólo resaltar que han sido claves para reducir la conflictividad del trabajo asalariado, y dinamitar el movimiento obrero como actor político. “El nuevo capitalismo global ha conseguido, más que cualquier otra cosa, romper más de un siglo de poder obrero (…) Además, se pueden integrar a cientos de millones de trabajadores occidentales sin que el sistema deje de ser rentable, pero no a los miles de millones del Tercer Mundo, pues no quedaría nada para la acumulación de 29 capital” (Silver, 2003). Pero indudablemente conviene subrayar, como ya hemos hecho en los apartados anteriores, que esa voladura del movimiento obrero como actor antagonista no se ha debido exclusivamente a los cambios operados en el funcionamiento del mercado mundial, por muy importantes que hayan sido, sino que también ha contribuido decisivamente la intervención del Estado como parte de la Contrarreforma Neoliberal; privatizando y modificando el marco laboral, así como atacando directamente a los sindicatos en muchas ocasiones, y en algunos casos hasta asesinando sindicalistas en el Sur Global, o permitiéndolo impunemente. Colombia destaca por ser el territorio donde han sido asesinados más del 80% de todos los sindicalistas exterminados en el mundo (Ramiro et al, 2007). Igualmente, ha sido trascendental la ayudada brindada por la “Conquista del Alma” y la desarticulación social que han hecho factible la Sociedad de Consumo y la Aldea Global, especialmente en los sectores más jóvenes de las clases trabajadoras y en el mundo estudiantil, revirtiendo la rebeldía del 68. Por otra parte, uno de los bastiones del poder obrero, la industria del automóvil, la principal industria repetimos del siglo XX, continuó su expansión global, alcanzando su presencia a cada vez más países del mundo. Tanto del Sur Global como de los países del Este, donde se reestructura y amplía su antigua industria, orientando ambos espacios su producción hacia el mercado mundial. Ese tránsito por todo el mundo se hace buscando siempre una mano de obra más barata y más dócil, pero tras este proceso de progresiva deslocalización le va a acompañar también el conflicto, especialmente relevante en dicha industria por la alta capacidad obrera de poder afectar al proceso productivo. Además, las regiones periféricas se ven obligadas a competir de acuerdo con estrategias más intensivas en trabajo, y por lo tanto más represivas, para ser competitivas. En cambio, en los países centrales la industria del automóvil se tecnologiza fuertemente, y se reordena y descentraliza, para desactivar también el conflicto obrero. Se adoptan pues nuevas formas de organización del trabajo de tipo postfordista, que integran con altos salarios relativos a la mano de obra más central (y estable) del proceso productivo, en general sindicalizada, mientras que sateliza y precariza al resto que opera en las actividades descentralizadas y deslocalizadas. Un resto en constante aumento, donde difícilmente cuaja o se permite la sindicalización. Esta pauta que marca a escala global el sector del automóvil, se extiende también en general a la mayoría de los procesos industriales. Y esta desintegración vertical y espacial en los procesos productivos implica una fuerte pérdida de poder obrero. En suma, el conflicto obrero remite en los países centrales muy sensiblemente desde los años 80, mientras que en el Sur Global se mantiene más intenso en los ochenta, para luego decaer también de forma considerable en los noventa (ver figura 1. Beverly Silver, 2003). Pero en las dos últimas décadas del siglo el conflicto social en el Sur Global va a adoptar principalmente otros derroteros. Desde las llamadas Revueltas del Hambre, contra la aplicación de los Planes de Ajuste Estructural del FMI y BM, activadas principalmente por la retirada a las subvenciones a los alimentos básicos, y la subida del precio de los servicios públicos y de la energía (consecuencia de la fuerte devaluación de las monedas, que activan los mismos). Hasta la creciente irrupción en la esfera pública de los conflictos campesinos e indígenas, contra los desmanes de todo tipo que provocaban los procesos de industrialización, la agricultura de exportación y la urbanización salvaje. Estas dinámicas acosan los territorios de estos mundos, y los desarticulan, suscitando importantes migraciones (una forma de 30 éxodo), como reacción también de sus comunidades ante los efectos colaterales del avance imparable de la modernización. Por otra parte, a partir de los ochenta, la esperanza suscitada en los pueblos del Sur Global por la independencia colonial se había desvanecido ya en muy gran medida, sobre todo tras la creciente ruina del Espíritu de Bandung que se da a partir de los setenta, después del fracaso de su iniciativa de un Nuevo Orden Económico Internacional que, como ya vimos, ni siquiera se llegó a tener en cuenta por los poderosos. Todo lo cual fractura al Sur Global como actor político mundial “homogéneo”, permite el abaratamiento de las materias primas extraídas del Sur Global, gracias también a la bajada del precio del petróleo, y deriva asimismo en una creciente crisis político-social de sus sociedades, que se verá acentuada además por las dinámicas del nuevo capitalismo (financiero) global. Colapso del Socialismo Real y consecuencias en la conflictividad políticosocial Desde mediados de los ochenta, en los países de Socialismo Real en la órbita de Moscú, y en concreto en la URSS, se asiste a una creciente movilización de sus elites intelectuales al calor de la Perestroika (reforma) y la Glasnot (transparencia), impulsadas por Gorbachov ante el tremendo anquilosamiento y crisis del sistema soviético. Estas políticas permiten abrir el dique del secretismo y monolitismo estatal, hasta ese momento cerrado a cal y canto, y las críticas al sistema proliferan en un clima de apertura en los medios de comunicación. A ello se suman los cambios propiciados por la tímida reforma política (elecciones en 1988), que ayudan a abrir aún más el debate dentro de las propias instituciones. Este incipiente proceso democratizador se desata tras el accidente en la central nuclear de Chernobil (abril, 1986), una catástrofe ecológica sin precedentes con una enorme repercusión social y territorial, que activa aún más la reflexión crítica y el debate político. Todo ello se da en un clima de crecientes conflictos nacionalistas entre la URSS y su área de influencia; en especial con las repúblicas bálticas y del Cáucaso, así como con otros grandes Estados soviéticos, en concreto Ucrania, donde se ubica Chernóbil. Además, el ejército de la URSS se ve obligado a principios de 1989, también, a salir con el rabo entre las piernas de Afganistán, lo cual deriva en un enorme descrédito político interno. El sacar a la luz los problemas acaba desbordando a las instituciones soviéticas, en un momento también en que la crisis de su modelo productivo se precipita por la dificultad de acometer la reforma económica. Todo lo cual acontece antes de la Caída del Muro de Berlín (noviembre, 1989). Sin embargo, como ya dijimos, el colapso del sistema soviético no podemos decir que fuera resultado de la movilización de masas, aunque sí el de la República Democrática Alemana, en donde la movilización popular se vio incentivada por las reformas de Gorbachov. Y es a partir de la caída de esta pieza estratégica del Este, mediante una revolución no violenta, cuando van sucumbiendo como fichas de dominó las “democracias populares” del Este europeo, por la movilización que el derrumbe de la RDA induce en sus propias masas. A partir de las llamadas “revoluciones de terciopelo”, por su carácter pacífico, aunque en Rumania el fin de Ceacescu fuera sangriento por la represión de la Securitate contra la rebelión popular. Pero en el caso de la URSS, que implosiona dos años más tarde, tras un golpe fallido (y abortado) del sector más estalinista del régimen, su crisis cabría describirla como un auto-desmoronamiento 31 de un sistema en profunda crisis, sin que hubiera amplias movilizaciones sociales que lo provocara. Pero la crisis y el colapso de los regímenes de Socialismo Real van a tener una importante repercusión en los conflictos políticos-sociales, no solo en su propio territorio, sino en el mundo entero. El hecho de que el capitalismo ya no necesitara justificarse, ni medirse con otro sistema que le cuestionaba, pues aparece ya como el único juego sobre la mesa, tiene enormes consecuencias en todos los órdenes. Una, es que a partir de entonces desaparece el conflicto ideológico de décadas, ante el derrumbe del Imperio del Mal, y aparecen como incontestables la democracia de corte occidental y el capitalismo liberal, que se impulsan de forma decidida por Occidente. Es más, la desaparición del Socialismo Real no solo afecta de lleno a los partidos comunistas, sino a la propia socialdemocracia, que necesitaba de la amenaza del “comunismo” para presentarse como un estabilizador de cara a sus sociedades. Y muchas gentes de buena fe y ansias de cambio social que participaba en las filas de la Vieja Izquierda, sobre todo como militantes de base, se encuentran, de repente, absolutamente desorientadas, buscando nuevos referentes, pues no quieren irse a casa y, es más, se niegan a celebrar el triunfo del capitalismo global. Eso sí, muchos otros sucumben a sus “encantos”, y otra parte importante se retira discretamente hacia su esfera privada desencantados de todo. Otras consecuencias son, por supuesto, las que se producen en el plano geopolítico. El fin de la Guerra Fría va a dar paso a un nuevo mundo unipolar, hegemonizado claramente por EEUU, una hiperpotencia, pero también a nuevos conflictos al desplomarse el antiguo orden mundial (guerras en la ex-Yugoslavia) y al aparecer con toda su potencia las ansias de Occidente, y en concreto de Washington, de dominar el mundo y garantizar el acceso a sus recursos. Eso sí, “suavemente”, en apariencia, aunque también con importantes actos de fuerza que gozan, entonces, del respaldo jurídico-político internacional. La Guerra del Golfo (en 1991), y la presencia militar creciente de EEUU en Oriente Medio para intentar controlar el grifo mundial del petróleo, serían su corolario. La magna intervención militar de EEUU contra Irak, liderando una amplia coalición internacional que cuenta con total apoyo de NNUU, se da en un momento de enorme debilidad de la URSS, pocos meses antes de su implosión definitiva, y se hace posible debido a ello. A partir de entonces, las Periferias, ricas en recursos, se van a convertir en enemigos potenciales si no operan de acuerdo con la lógica del mercado mundial, y si no se avienen a permitir el acceso de Occidente a sus riquezas. El fin del conflicto entre bloques va a provocar asimismo el desfondamiento de la lucha guerrillera en muchas partes del mundo, en concreto en distintos países de América Latina, y en especial en Centroamérica, pero también en África, una vez que desaparece el apoyo de la URSS. Y los movimientos guerrilleros se ven obligados a aceptar “procesos de paz”, impulsados por EEUU y la UE, cuyos mínimos resultados para los grupos armados se quedan más tarde en papel mojado. Pero, eso sí, sus territorios van a quedar plagados de armas, cuyas consecuencias letales en sus sociedades estamos presenciando en la actualidad. Igualmente, tras el colapso de la URSS, se va a reformular de forma muy importante el marco del conflicto israelo-palestino en Oriente Próximo. La aceptación de la existencia de Israel por parte de la OLP, comandada por Arafat, iba a permitir la firma de los acuerdos de Oslo, abriendo paso a una nueva situación en la región, especialmente 32 tras el nuevo marco creado por la Guerra del Golfo. Pero también todo ello van a ser los factores que van a activar la expansión del Islam Político y la Yihad, sobre todo por la situación creada en Afganistán y Pakistán tras la salida de la URSS. Lo cual va a tener como veremos profundas repercusiones en las dinámicas de la conflictividad político-social mundial, cuya onda expansiva llega hasta el presente. El nuevo capitalismo (financiero) global va a experimentar a partir de entonces un auge redoblado, ya sin frenos ideológicos y territoriales. Es más, engullendo bajo su lógica a un tercio del territorio emergido mundial, que hasta entonces funcionaba fuera de su órbita. Los procesos de privatización del Estado tanto en el Centro como en la Periferia se van a intensificar, pues según el credo neoliberal había quedado claro que el Estado no podía gestionar de modo eficiente la economía (¡El Estado no funciona!), y eran el mercado y el capital los que debían sustituirlo. Lo cual profundiza aún más la crisis del movimiento obrero y de los partidos y sindicatos de la Vieja Izquierda, al tiempo que se recortaba el derecho de huelga y se incitaba a unos trabajadores contra otros cuando las huelgas tenían lugar. Además, privatizando la esfera pública se buscaba también eliminar la utopía social. Y, por otro lado, la importante expansión del crédito en los noventa (al consumo e hipotecario) permitía ampliar la capacidad de compra de las clases trabajadoras, a pesar de la mengua relativa de los salarios, y reducir igualmente la conflictividad social, como resultado del yugo de la deuda. Si esa fue la situación en el área occidental, en los territorios del fenecido Socialismo Real la debacle fue total, pues además las estructuras de la “sociedad civil” eran inexistentes, sobre todo en Rusia. La gente fue incapaz de reaccionar ante el tratamiento de shock que le impusieron las instituciones financieras internacionales, bajo el impulso del G-7, que ya hemos comentado, y las únicas alternativas que se les abrió fue la aceptación sumisa y caótica de las mismas, o el éxodo a Occidente. Camino que mucha gente tomó para escapar de la debacle. Pero aunque esa fue la tónica general, la Contrarreforma Neoliberal en los noventa no fue para nada un camino de rosas sin oposición ninguna. Aparecieron nuevos conflictos laborales en sectores que hasta entonces habían permanecido en general al margen de los mismos, sobre todo en el sector terciario y no tanto en la industria. Y fueron sobre todo el resultado de los procesos de privatización y fuerte ajuste de las empresas estatales del sector terciario, y asimismo de los servicios públicos en los espacios periféricos, que conllevaron importantes reducciones de empleo, precarización y empeoramiento de las condiciones laborales. Lo cual afectó de forma importante a la población laboral femenina, cuya presencia era muy importante en dichos ámbitos. Pero esos conflictos tan solo fueron el canto del cisne de la fuerza laboral organizada en esos sectores, antes de sucumbir a la nueva realidad; eso sí, consiguiendo en general unas mejores condiciones de retiro. Fueron luchas meramente defensivas, no ofensivas, como hasta los setenta; salvo las de los inmigrantes en el sector servicios de baja cualificación de EEUU para demandar sus derechos, en el ámbito de la limpieza principalmente, que empiezan a desarrollarse entonces. Sin embargo, algunos conflictos tuvieron una gran dimensión, como por ejemplo la huelga general en Francia (¡otra vez Francia!) contra el Plan Juppé de liberalización económica (1995), logrando atajar la Contrarreforma Neoliberal en muy gran medida, que fue posible también por la capacidad de paralizar el país de los trabajadores del transporte y del sector público. A partir de muchas de estas luchas se van a crear nuevos sindicatos más combativos, ante la pusilanimidad de los 33 grandes sindicatos. Pero, asimismo, asistimos a la aparición en muchos países europeo-occidentales de movimientos laborales por las 35 horas, cuando gobernaban coaliciones de centro-izquierda, pero asimismo como exigencia a gobiernos conservadores.

Reivindicación que hoy día nos parecería utópica cuando se ha planteado la directiva de las 65 horas por parte de la UE. El reforzamiento inusitado del nuevo capitalismo global en los noventa, en esa época que se llegó a conocer como de “globalización feliz”, tuvo también importantes consecuencias en los movimientos sociales surgidos a partir de los setenta (feminismo, ecologismo, pacifismo, etc.). No solo por el nuevo contexto políticosocial generado, sino por la creación, y manejo, de un nuevo discurso dominante, que incorporaba parte de los discursos y demandas de estos movimientos. Eso sí, metamorfoseadas a conveniencia de los intereses hegemónicos. En suma, el nuevo discurso dominante era capaz de crear una “nueva realidad progresista” (virtual), a través de la Aldea Global, que no coincidía con la “realidad real”, pero que tenía un fuerte efecto desmovilizador y embaucador en el activismo social. Así, en los noventa, NNUU, que había recobrado un renombrado protagonismo tras el fin de la Guerra Fría, con el visto bueno e impulso por supuesto de los principales actores estatales occidentales, va a cumplir un papel clave en esa elaboración de nuevos discursos que llenaran de contenido el nuevo lenguaje de la “globalización feliz”. A este respecto, a lo largo de la década se suceden un buen número de cumbres que van a ayudar a confeccionar dicho discurso a favor de: la Infancia y los Derechos del Niño (Nueva York, 1990); el Desarrollo Sostenible (Río, 1992); los Derechos Humanos (Viena, 1993); el Control de Población (Cairo, 1994); los Derechos de la Mujer (Pekín, 1995); el Desarrollo Social (Copenhague, 1995); los Asentamientos Humanos (Estambul,1996); la Alimentación (Roma, 1996), la Educación para Todos (Amman, 1996)... que culminarían con la Cumbres de la Declaración de los Objetivos del Milenio (Nueva York, 2000), la lucha Contra el Racismo (Durban, 2001) y la Financiación al Desarrollo (Monterrey, 2002)8 . A ello habría que añadir el papel de NNUU en la elaboración de un discurso de carácter multicultural, apuntando hacia una tolerancia de las diferencias étnicas, en un momento de fin del Apartheid en Sudáfrica, y respondiendo también a la creciente (y en algunos casos enorme) diversidad étnico-cultural, especialmente en los países centrales. Todo ello corre parejo con el impulso del mundo de las ONG’s en el Centro y en el Sur Global, como ya mencionamos en el apartado anterior. La considerable financiación destinada a este Tercer Sector (que complementaba al Estado y al Mercado), logra atraer hacia su órbita a una parte importante también del activismo político-social, que se ve enfrascado en unas redes organizativas cuyo operativa acaba siendo en general funcional con las lógicas del nuevo capitalismo global, así como legitimadoras del mismo. Una estrategia de “ingeniería social” que redunda en una importante reducción de la confrontación social. De esta forma, en los noventa vamos a asistir a una creciente integración dentro de la lógica dominante de poder de un sector considerable de los nuevos movimientos sociales en los países centrales, pero también al desbordamiento y 8 Las cumbres de Monterrey y Durban tienen lugar ya bajo el mandato de George Bush, y se ven condicionadas por el nuevo rumbo neoimperialista y securitario de Washington, y el fuerte cambio de actitud de la nueva administración de EEUU respecto a NNUU. Es más, EEUU abandona la cumbre de Durban, alegando el rechazo a la crítica al Estado de Israel. 34 transmutación de los mismos en el Sur Global. Así, el movimiento feminista va a ver cómo merma su capacidad de movilización en el Centro, una vez alcanzadas parte de sus demandas y conseguida una amplia proyección y legitimación social de las mismas, así como profundos cambios en la situación de las mujeres en sus sociedades. Pero, al mismo tiempo, los movimientos de mujeres se van a desarrollar intensamente en muchos territorios del Sur Global, con sus demandas específicas y con enfoques adaptados a las realidades periféricas en las que se insertan, en algunos casos en contextos verdaderamente hostiles. Algo parecido podemos decir respecto al movimiento ecologista. Una parte del mismo en los países centrales acaba convirtiéndose en grandes ONG’s que se dedican a hacer principalmente una labor de lobby de cara a las instituciones estatales y empresariales, mientras que una diversidad de pequeños grupos permanecen fieles a un espíritu más radical y activista. Pero, igualmente, los grupos ecologistas acaban proliferando también en los países del Sur Global. Unos como meras sucursales de las grandes ONG’s ambientalistas del Centro, pero muchos otros con una idiosincrasia propia, que normalmente expresa un potente discurso “antidesarrollista”. Por otro lado, el heterogéneo movimiento pacifista se ve enfrentado a nuevos retos, una vez que acaba el enfrentamiento de Bloques. 

Durante la Guerra Fría, el movimiento era capaz de arrastrar en Europa Occidental a un amplio espectro político-social contra el armamentismo (nuclear) y, en menor medida, el imperialismo, pero esa capacidad de movilización desaparece con la implosión de la URSS. Sin embargo, al mismo tiempo se plasma también el fin de la conscripción obligatoria en muchos países centrales, como resultado de la tecnologización de los ejércitos y del creciente rechazo social a la “mili”. Esta era una reivindicación histórica de los sectores ligados a la objeción de conciencia, siendo especialmente importante el movimiento por la insumisión en España, que logra una gran victoria política. Pero la aparición de nuevos conflictos como la Guerra del Golfo, las guerras de la Ex-Yugoslavia (1991-1995), y el bombardeo de la OTAN a la Yugoslavia de Milosevic (1999), como resultado de los conflictos étnicos en Kosovo, plantean nuevos interrogantes al movimiento. En el primero, la Guerra del Golfo, va a surgir en EEUU un movimiento que bajo el lema “No más sangre por petróleo”, intenta movilizar y concienciar a la sociedad estadounidense sobre las verdaderas razones de la guerra. En el segundo, las guerras en la Ex-Yugoslavia, van a aparecer nuevos grupos como las Mujeres de Negro, que ya habían hecho su irrupción en 1988 en Israel denunciando la ocupación, participando conjuntamente mujeres israelíes y palestinas. Estos grupos de mujeres vestidas de negro van a denunciar valientemente las violencias de todo tipo, en concreto las de tipo étnico-religioso, y sobre todo la violencia desatada por el régimen agresor de Belgrado en los territorios de la Ex-Yugoslavia, proponiendo la resolución no violenta de los conflictos, y planteando “la exclusión de la guerra de la historia y de nuestras vidas”. Las mujeres se implican pues autónomamente en la lucha pacifista y no violenta, imprimiendo también un enfoque feminista a sus luchas. Y a lo largo de la década los grupos de Mujeres de Negro van surgiendo poco a poco por muchos países Occidentales, incluido América Latina, aunque experimentan un desarrollo limitado. Los grupos de mujeres contra la violencia étnica y fundamentalista brotan incluso en India durante los noventa. Por último, en el tercero, la guerra de la OTAN contra la Yugoslavia de Milosevic en 1999, siendo ya la Alianza Atlántica el único actor militar supraestatal a finales de la década, una 35 vez desaparecido el Pacto de Varsovia, se plantea una importante escisión en el movimiento pacifista de muchos países occidentales, y muy en concreto en Europa Occidental. La división se da entre aquellos grupos que denuncian sólo las barbaridades de la OTAN, pero callan ante las barbaridades de Milosevic; en general grupos pacifistas y partidos vinculados con la Vieja Izquierda comunista. Y aquellos otros que plantean: “Ni OTAN, ni Milosevic”. Una postura consecuentemente antimilitarista y de denuncia de la violencia venga de donde venga, sobre todo cuando proviene de estructuras de poder que defienden sus propios intereses. Por otra parte, Los Verdes, presentes ya en el gobierno alemán, habían apoyado la guerra de la OTAN contra Serbia, tras un fuerte revuelo y ruptura interna debido a su procedencia pacifista. Este hecho marca su integración definitiva en la lógica del poder. Otros prolegómenos al estallido del Movimiento por la Justicia Global Otro elemento determinante de la irrupción a finales de los noventa del llamado Movimiento Antiglobalización va a ser el reforzamiento a lo largo de dicha década de las luchas campesinas e indígenas en los territorios del Sur Global. En 1992, se crea en Managua, Nicaragua, como parte de las actividades contra el Quinto Centenario del mal llamado “Descubrimiento”, una coordinadora de diferentes movimientos campesinos de América Latina, Europa y Norteamérica: Vía Campesina, cuyo alcance se va a ir extendiendo rápidamente a otros espacios de la Periferia, en África y Asia, en especial en India. 

Vía Campesina defiende los intereses de los pequeños y medianos agricultores, los trabajadores campesinos y las mujeres rurales, y proclama el derecho a la soberanía alimentaria. Lo cual significa la defensa de los mercados locales y regionales contra la lógica del mercado mundial, en mano de las grandes empresas del Agrobusiness. Otras demandas del movimiento son la necesidad de una reforma agraria en profundidad, para desmantelar los grandes latifundios, la defensa y el intercambio de semillas, así como el impulso de la agricultura sustentable, basado en prácticas agroecológicas. Este movimiento confluye también con los movimientos de campesinos sin tierra que desde mediados de los ochenta empiezan a desarrollarse en muchos países de la Periferia, ante la expansión de la agricultura industrializada de exportación en el Sur Global, que implica la desarticulación y expulsión de sus comunidades rurales. El más conocido es el MST brasileño, que se crea en 1985 y que en la actualidad tiene más de dos millones de miembros. Pero también hay importantes expresiones de este movimiento en India, Bolivia, Paraguay, Argentina y distintos países africanos. En cuanto al auge de los movimientos indígenas en los noventa, su desarrollo guarda una considerable relación con la campaña “500 Años de Resistencia” de denuncia de la “Conquista de América”, al calor también de las actividades de contestación en 1992. Pero indudablemente su reforzamiento y preparación llevaba ya varios años produciéndose, tal y como hemos apuntado. Sin embargo, el punto quizás culminante de esta dinámica va a ser la irrupción del movimiento zapatista en enero de 1994, el mismo día en que entraba oficialmente en funcionamiento el Tratado de Libre Comercio entre México, EEUU y Canadá. El impacto de su brillante aparición pública va a ser espectacular, alcanzando desde el principio una clara dimensión global, aparte de significar un verdadero terremoto político en México. La rebelión zapatista, que llevaba varios años gestándose, aparece como un verdadero soplo de aire fresco mundial, con un nuevo discurso, una nueva práctica, y una 36 revisión profunda del concepto de lucha armada. Desde sus planteamientos de la necesidad de crear “un mundo nuevo donde quepan muchos mundos”, a un funcionamiento cotidiano altamente participativo donde la dirección zapatista “manda obedeciendo”, pasando por un planteamiento de la lucha armada como estricta autodefensa. Lo cual implica que el EZLN, la estructura guerrillera del movimiento, prácticamente no pega tiros, salvo en los primeros días para defender el territorio propio sobre el que reivindica su soberanía, y luego se retira rápidamente de la primera línea para dejar paso a las estructuras civiles del movimiento. El discurso es claramente rupturista con las ideologías de la Vieja Izquierda, de corte occidental, manifestando un fuerte componente indígena, pero al mismo tiempo posee un carácter muy universal, al reconocer la enorme diversidad mundial de las realidades antagonistas al capitalismo global. Y todo ello trufado de un contenido claramente antidesarrollista y de defensa de la Madre Tierra, la Pachamama. A partir de entonces, el mito de la lucha armada tal y como lo entendían las organizaciones guerrilleras previas, en fuerte crisis o directamente desaparecidas tras el derrumbe de la URSS, o los grupos de confrontación armada en los países occidentales, va a entrar en una etapa terminal. Además, la expansión de la conflictividad armada no antagonista a escala mundial (crimen organizado y mafias de todo tipo, narcotráfico, señores de la guerra en “Estados fallidos”, etc.), así como la importante irrupción de la Yihad islámica en los noventa, erosionarían aún más la imagen y la épica de la lucha armada. De esta forma, los sectores sociales emancipadores se alejan progresivamente de la apología de la confrontación armada como vía de liberación-transformación, y plantean cada vez más sus estrategias en base a la desobediencia civil y la no violencia activa, como mejor forma también de desenmascarar la violencia estructural del Estado y ganarse mayorías sociales. No en vano ese va a ser uno de los rasgos distintivos del Movimiento por la Justicia Global, en esos momentos todavía en gestación. Por otro lado, el estallido de la ex-Yugoslavia en múltiples y muy graves conflictos nacionalistas interétnicos, así como la extensión o reaparición de los nacionalismos de derecha y ultraderecha en Europa occidental, hacen que las reivindicaciones nacionalistas pierdan halo emancipador y legitimidad social (progresista) en Europa occidental, al tiempo que se avanza hacia sociedades cada vez más cosmopolitas y multiculturales. En este contexto, el IRA apuesta por el futuro abandono de la lucha armada, desde mediados de los noventa, y entra junto con el Sinn Feinn (la rama política del movimiento nacionalista) en un proceso de negociación que duraría años, hasta declarar su disolución. 

Pero también en el caso de las llamadas Brigadas Rojas y de la Rote Armee Fraktion su final se va a producir en los noventa, tras sufrir un fuerte acoso policial. Tan sólo ETA, en España, continuaría con una dinámica militarista cada vez más demencial, con un fuerte rechazo social a escala estatal, inducido también mediáticamente desde las estructuras de poder, y cada vez con menos apoyo en su propio mundo en Euskadi. Deriva que dura hasta nuestros días y que, además, ha legitimado el endurecimiento del Estado y ha hecho viable la criminalización y persecución de la Izquierda Abertzale (IA) por parte de éste, y de paso la agudización de la represión sobre otras realidades antagonistas a escala estatal, al tiempo que propiciaba la ruptura de todos los puentes entre la IA y los movimientos emancipadores del resto del Estado (Fdez Durán, 2008) 37 Pero en los noventa9 se va a producir también una diversidad de nuevas dinámicas de movilización y confluencia del activismo social que van a preparar el terreno para la cristalización del Movimiento Antiglobalización a final del siglo: campañas contra el TLC entre México, EEUU y Canadá, contra el 50 aniversario del FMI y BM (¡50 Años Bastan!), y la reunión de dichas instituciones financieras en Madrid, así como contra la Ronda Uruguay del GATT, en las que participan un abanico muy plural y heterogéneo de grupos, y que adquieren una importante dimensión y proyección global; activismo social y campañas de denuncia contra los desmanes de grandes empresas transnacionales (Nestlé, Monsanto, Shell, Bayer, Nike, Mc Donalds, Novartis, etc., etc.), que alcanzan gran impacto social, llegándose a sentir acosadas dichas corporaciones, y que se apoyan también en la elaboración y reflexión crítica de diversos think tanks alternativos del movimiento: Corporate Watch, Oil Watch, TNI, CEO, The Corner House, Polaris Institute, Oil Watch, etc., principalmente ubicados en Europa Occidental y EEUU; encuentros intergalácticos contra el Neoliberalismo y por la Humanidad, promovidos por los zapatistas y con amplia presencia internacional (uno en la Sierra Lacandona y otro en España); coordinación y movilización de los colectivos de denuncia de la UE como proyecto del capital transnacional, que confluyen en Amsterdam en 1997; impulso de las movilizaciones de “bici crítica” (critical mass), reivindicando este medio de transporte, que empiezan en San Francisco en 1990 y que se extenderán por más de 300 ciudades del mundo, principalmente occidental; luchas de mujeres por la preservación de los bienes comunes, entre las que destacan las del movimiento Chipko en el Himalaya, en defensa de árboles amenazados por las madereras; luchas de pueblos campesinos e indígenas contra las actividades extractivas de energía y minerales que afectan a sus territorios; y creación de la Acción Global de los Pueblos contra la OMC (Ginebra, 1998), que luego cumplirá un papel determinante en los llamados días de acción global, y en la que participan también un amplio elenco de organizaciones campesinas, indígenas, sindicatos combativos de países periféricos y centrales, grupos del nuevo ecologismo radical (Reclaim the Streets, p.e.), etc. Una de sus movilizaciones más sonadas fue contra el capitalismo financiero global, desarrollada en muchos de los principales centros bursátiles del mundo, y que alcanzó una gran dimensión y repercusión en la City de Londres (junio, 1999). Movilización que era una reacción al impacto que la tremenda crisis monetario-financiera del sudeste asiático, de 1998, había tenido en el mundo entero, y muy especialmente en el Sur Global y en el Este. 

De Seattle a Génova, pasando por Porto Alegre 

Las convergencias de toda esta gran diversidad de dinámicas antagonistas, que cuestionaban el nuevo capitalismo (financiero) global, se iba a dar de forma manifiesta a partir de la llamada Batalla de Seattle (noviembre, 1999). Una muy importante y plural movilización que va a lograr interrumpir la Cumbre del Milenio de la OMC10 , y que no sería posible entender sin todo un proceso de entrelazamiento e hibridación previo de una multiplicidad de resistencias; así como sin tener en cuenta 9 E incluso antes, pues cabría resaltar la relevancia e impacto que tuvo la muy importante y plural contestación en 1988 en Berlín a la reunión del FMI y el BM, en donde se dieron cita asimismo muchos movimientos sociales del Sur Global. 10 En ella participaría un amplísimo elenco de organizaciones estadounidenses, como recalca la cita al principio de este texto, que iría por primera vez desde sectores sindicales a grupos anarquistas, y hasta anarco-primitivistas, pasando por una enorme diversidad de colectivos sociales (Elliot, 1999) 38 también la quiebra del Sueño Americano, debido a la proliferación de los working poors11, la aparición de 14 millones de “sin techo” en sus ciudades, y el almacenamiento de más de dos millones de presos en sus cárceles (Wacquant, 1998). La cristalización final va a ser la Rebelión de Seattle, que consigue que la reunión de la OMC acabe en un fracaso total. A la importante revuelta ciudadana, con una considerable participación de redes internacionales, se suma la de muchos gobiernos del Sur Global, auspiciada en parte por las protestas, que se niegan a aceptar los objetivos que querían imponer los países centrales occidentales (y en concreto el llamado QUAD –o cuadrilátero-: EEUU, UE, Canadá y Japón), que como ya dijimos pretendían una mayor liberalización del comercio, las inversiones y una mayor protección de la “propiedad intelectual”. Además, la movilización en Seattle va a tener muchas réplicas simultáneas, eso sí de menor dimensión, en diversas ciudades del mundo. Seattle, pues, va a significar el principio del fin del dominio occidental del mundo, pero sobre todo va a implicar el inicio de un espectacular ciclo de luchas que va a centrar su contestación en el intento de desbaratamiento de las cumbres de las principales instituciones y plataformas del capitalismo global: OMC, FMI, BM, G-7 y el Foro Económico Mundial de Davos. En solo dos años, de noviembre de 1999 en Seattle, a julio de 2001 en Génova, el movimiento va a adquirir una repercusión extraordinaria provocando la suspensión de algunas de las citas de estas instituciones, y sobre todo va a alterar de forma absoluta su normal desarrollo, con una amplia y muy diversa capacidad de movilización en distintas ciudades del mundo. Todo ello va a quebrar la imagen especular mediática de victoria sin contestación del capitalismo global, resaltando la naturaleza ficticia de su éxito, e hiriendo de lleno la legitimidad de las instituciones mundiales que lo impulsan. 

Este ciclo de luchas va a provocar una total estupefacción de los principales centros del poder mundial, haciendo que las grandes citas se tengan que celebrar en ubicaciones fuertemente fortificadas, ante el temor de la irrupción sin control de las masas de manifestantes. James Wolfenshon (presidente del BM) diría tras la suspensión de la cumbre del FMI y BM en Praga, como resultado de las movilizaciones: “Es desmoralizador que haya una movilización como esta por la justicia social, cuando esto es precisamente lo que hacemos nosotros” (sin comentarios). Incluso el FMI se vio obligado a cambiar y modular su discurso, reconociendo en parte sus “errores”. El Herald Tribune llegaría a decir que los sindicatos participantes (presentes en algunas de estas movilizaciones, pero con carácter secundario) quieren destrozar la economía mundial abierta, que anteriormente el “mundo del trabajo” solía apoyar. The Economist, que calificó Seattle de “desastre global”, alertaba sobre el auge mundial de la “globalfobia” generado por una “Nube de Mosquitos”, que se coordinaba a partir de las nuevas posibilidades que brindaban las tecnologías de la información y comunicación, y que era capaz de poner en jaque las principales instituciones mundiales. La enorme preocupación en los centros de poder por esta amplísima y diversa confluencia de protestas, hace que se intente dividir el movimiento, impulsando una criminalización de los sectores más activos del mismo, y resaltando el carácter destructivo de las acciones del llamado Black Block, marginal en las protestas, así como procurando cooptar a la parte más moderada del movimiento (Fdez Durán, 2001). 11 Personas que no logran salir de la pobreza, a pesar de disponer de un empleo. 39 Es más, desde las estructuras de poder se intentaba deslegitimar la protesta aduciendo que el hundimiento de la Ronda de la OMC iba a perjudicar a los pobres de los países más pobres, que no iban a poder beneficiarse de una nueva y mayor profundización del “libre comercio mundial”. ¡Qué tremenda hipocresía! De repente los poderosos del mundo parecía que se preocupaban de los parias del mismo, en plena época de la Contrarreforma Liberal. Pero la aparición de una nueva dinámica de confluencia: los Foros Sociales Mundiales (FSMs), que se inaugura en Porto Alegre, en Brasil, en el año 2001, como respuesta a la reunión de los poderosos en Davos, y que adquiere asimismo una gran repercusión planetaria, va a dificultar los intentos de división, criminalización, deslegitimización y desactivación de la contestación global. Los FSMs van a ser la expresión coordinada y masiva de un amplio y diverso “No” al capitalismo global, de la puesta en común y debate de muchos “Síes” como posibles alternativas al mismo, así como del impulso de diversas dinámicas de lucha y movilización. El hecho de que este proceso se inicie en una metrópoli del Sur Global va a tener una importante trascendencia (Fdez Durán, 2001). Los FSMs se empiezan a celebrar anualmente desde el 2000 (al menos hasta el 2007, que pasan a ser bianuales), y luego van a desarrollarse también en muchos casos a escala local y regional en diversos territorios del planeta, permitiendo la confluencia de un amplio abanico de contestación al capitalismo global. Desde sectores que propugnan la urgencia de regulación del mismo, y la necesidad de reforzar el Estado-nación, y en especial su dimensión social, para hacer frente a la Contrareforma Neoliberal. Hasta aquellos sectores que plantean la imposibilidad de reforma del capitalismo global, y propugnan el desmantelamiento de las instituciones que lo propiciaban, así como la ruptura de las dinámicas de mundialización económica y financiera. Lo verdaderamente positivo y nuevo era que este vasto y muy diverso elenco de grupos y organizaciones confluyera en un mismo movimiento, o se sintiera parte de una misma dinámica de contestación global, y que así lo percibieran temerosos los principales centros de poder global. Incluso movimientos y colectivos sociales que no participaban directamente en el Movimiento Antiglobalización, y que tenían un carácter más local, se sentían en mayor o menor medida parte del mismo. El movimiento tuvo su expresión más importante en el Norte occidental y en gran parte del Sur Global, siendo especialmente importante en América Latina. Pero también en India y África (Mumbai, Nairobi), donde se desarrollaron dos de los FSMs. La presencia del movimiento fue mucho más reducida en los países del Este, y muy residual en el mundo árabe-musulmán y China, pero a sus territorios llegaron también los ecos de las protestas como resultado de la Aldea Global. Finalmente decir que el Movimiento por la Justicia Global no sería reconducido, o mejor dicho, desactivado en gran medida, hasta después del 2001, cuando un cúmulo de grandes cambios va a permitir a los centros de poder enfrentar la creciente contestación mundial: sobre todo la llegada de la nueva administración Bush, con su nueva gestión y pensamiento “neocon”, y especialmente el giro securitario-represivo global tras el 11-S, que va a imprimir Washington. Aparte de que las cumbres globales pasaron a realizarse en enclaves cada vez más aislados, inaccesibles y militarizados. Un fuerte toque de atención al respecto fue la criminal represión ejercida por el gobierno Berlusconi en Génova 2001, que anunciaba una deriva progresivamente autoritaria para enfrentar el movimiento. A partir de entonces 40 se imponen las posturas más duras, sin concesiones, dentro de la elite mundial, aunque también se dan importantes dosis de nuevas formas de dominio dulce y cooptación social por parte de las grandes empresas transnacionales (estrategias como el Global Compact, la Responsabilidad Social y Ambiental Corporativa, etc.). Es decir, un puño de hierro, con guante de seda. Pero esta reconducción de la contestación no va a tener para nada efectos de la noche a la mañana. Además, las resistencias adoptarán a partir de entonces nuevas dinámicas, en muchos casos subterráneas, así como bruscas y muy importantes irrupciones en la escena pública global, como la movilización mundial contra la inminente guerra en Irak, en enero de 2003, o como las que acontecen en diversos territorios de América Latina. Sobre todo ello volveremos en el próximo capítulo al hablar de la Crisis Global actual. Un balance contradictorio de la conflictividad político-social al filo del siglo XXI Indudablemente, la irrupción con fuerza del Movimiento por la Justicia Global en el crepúsculo del siglo XX puede considerarse un hecho enormemente positivo, y es resultado también de los nuevos derroteros en la contestación mundial que inaugura el 68, reforzando algunos de sus rasgos, pero aportando muchos otros nuevos. Entre ellos cabe destacar la fuerte presencia de las demandas del Sur Global (en concreto la de la anulación del yugo de la Deuda Externa), y de los movimientos campesinos e indígenas en particular. 

Es decir, la consolidación de nuevos y diversos sujetos políticos antagonistas, desplazando aún más la centralidad obrera previa, planteando exigencias de democracia radical (Calle, 2005) e impugnando abiertamente la visión occidental del mundo. Además, empieza a entrar en escena un creciente cuestionamiento de la necesidad de la toma del poder del Estado para potenciar los cambios liberadores, profundizando una dinámica que ya se había apuntado en el 68. “Cambiar el mundo sin tomar el poder” (Holloway, 2002), un mensaje que enlaza con la nueva visión que aportan los zapatistas, se empieza poco a poco a abrir paso en las dinámicas de contestación globales. Como nos señala Holloway, la única forma de imaginar la revolución hoy es como la disolución del poder, no como su conquista. Todo ello inaugura un nuevo periodo en el que se pierden definitivamente las certidumbres del pasado, pues el saber de los revolucionarios del siglo XIX ha sido derrotado, aparte de absolutamente desvirtuado, en general, allí donde se plasmó. Es más, una cosa que podemos constatar al alba del siglo XXI es que la dinámicas antagonistas liberadoras son prácticamente inexistentes, o muy limitadas, allí donde se enseñoreó el Socialismo Real. No solo porque las “sociedades civiles” autoorganizadas en dichos territorios son inexistentes o extremadamente débiles, sino porque el autoritarismo y la represión estatal en los mismos es aún más manifiesto. Ese ha sido el legado que han dejado en general los procesos revolucionarios del siglo XX; tan solo se podrían rescatar o salvar algunas de las conquistas en torno a la propiedad colectiva en contra de la propiedad individual, y de ciertos servicios públicos, eso sí patroneados por los Estados, que perduraron en algunos casos. Pero algo parecido podríamos decir de los territorios del mundo donde más se enseñoreó la lucha armada en la segunda mitad del siglo XX. En general, allí donde tuvieron una mayor presencia el Estado ha salido más 41 reforzado12, legitimándose socialmente su progresivo endurecimiento como resultado de la “lucha contra el terrorismo”, y además los movimientos sociales han sufrido una fuerte represión que ha sido justificada en base a la misma lucha, lo que ha permitido la criminalización de muchos de ellos, en general los más activos, de cara al conjunto de la sociedad. Todo ello con gran apoyo mediático. Lo cual ha derivado en muchos casos en una debilidad estructural de la movilización social, al tener que moverse entre la espada del Estado y la pared de la lucha armada, con una gran dificultad para afianzarse de forma autónoma, al tiempo que prosperaban los movimientos populistas de derecha. Así pues los principales caladeros del nuevo Movimiento por la Justicia Global han estado en general fuera de ambos espacios mundiales, algo que nos debería hacer reflexionar sobre las vías más adecuadas para impulsar los procesos emancipadores y transformadores futuros. De cualquier forma, el nuevo movimiento mundial de múltiples Davids locales contra un tremendo Goliat global, es un movimiento mucho más amplio territorialmente de lo que fueron cualquiera de las Internacionales previas. Sobre todo porque la participación de Vía Campesina en el movimiento hace que estén presentes en el mismo muchos de los espacios menos modernizados y urbanizados del mundo. Como nos señala Wallerstein (2004), 

                                  “la Vieja Izquierda era un movimiento mundial apoyado por una minoría, numerosa y oprimida, pero en cualquier caso una minoría de la población mundial”. Además, 

“la Vieja Izquierda utilizaba un lenguaje universalista, pero practicaba una política particularista”. 

En definitiva, a finales del siglo XX se produce una clara quiebra del paradigma emancipador de corte occidental que había impregnado la mayor parte de la izquierda a lo largo del siglo XX, así como un desfondamiento de las viejas organizaciones burocráticas (partidos y sindicatos), aflorando nuevas y múltiples formas organizativas, plurales y menos jerarquizadas, y con un funcionamiento en red. Al tiempo que los distintos movimientos se contaminan unos a otros. Igualmente, se va abriendo poco a poco camino un discurso “antidesarrollista”, que tiene en cuenta la enorme diversidad de sujetos, territorios, recursos, culturas, tradiciones y, en definitiva, realidades que componen el mundo. Lo cual choca frontalmente con el pensamiento único neoliberal del nuevo capitalismo global que pretende diseñar una única receta a escala planetaria. Igualmente, la feroz batalla ideológica que sacudió tremendamente a la izquierda a lo largo de más de 100 años, así como los doctrinarismos diversos, se difuminan sensiblemente a finales del siglo (cosa que ya había empezado en el 68), lo que significa una enorme ventaja de cara al enfoque de los nuevos retos liberadores. Un siglo de feroces disputas ideológicas parecía que quedaba en gran medida atrás, aunque perduren en muchas ocasiones los micro-cainismos. Sin embargo, no todo es color de rosa, ni mucho menos. Este movimiento potente en el cambio de siglo y milenio, que gozó de una muy considerable proyección global, se queda lejos de alcanzar de lleno los corazones y las mentes de amplios sectores de la población mundial. Y eso que su repercusión internacional fue indudable. Pero la Conquista del Alma de las poblaciones llevada a cabo por la Sociedad del Consumo y de la Imagen, a través de la Aldea Global en el nuevo capitalismo planetario, pesaba también fuertemente en el otro lado de la balanza, sobre todo en los espacios centrales. Además, es preciso resaltar que en esos años 12 Colombia, Perú, o diversos países centroamericanos, pero también Alemania, Gran Bretaña, Italia y España. 42 el coste de la energía cayó a mínimos históricos (1998), y que aunque se inicia a partir de entonces un alza lenta pero constante, aunque con altibajos, la sensación de bonanza y disponibilidad energética “sin fin” era considerable. Es más, en esos años (los noventa) aparecen y proliferan los vuelos low cost, que hacen accesible el viajar a lugares recónditos a amplias capas de la población de los países centrales, o simplemente el multiplicar las salidas a destinos más cercanos. Lo cual va a actuar también como un factor adormecedor más de las conciencias. Si en las décadas anteriores fueron el coche y la “paz del weekend” los elementos integradores por excelencia de una clase obrera en proceso de desestructuración, aletargamiento y reconversión en “clase media”, ahora lo eran el avión y la escapada a lugares exóticos o turísticos, incluso para los sectores jóvenes precarios que viven con sus familias. De hecho, este fenómeno va a hacer también factible el turismo militante global que participa en los Foros Sociales Mundiales. En este sentido, es curioso constatar cómo en los primeros años del nuevo movimiento internacionalista el debate en torno a la energía y el agotamiento de los recursos, y hasta sobre el cambio climático global, fuera bastante marginal, incluso dentro del sector “antidesarrollista”. Asimismo, otras nubes que ensombrecen el panorama de la conflictividad político-social liberadora y emancipadora del mundo del fin de siglo es el considerable auge de los fundamentalismos de todo tipo y la aparición de lo que podríamos denominar “antimovimientos sociales”, o movimientos sociales fuertemente regresivos o hasta de defensa de los grandes intereses empresariales. Así, los impactos de la globalización de capital crean las condiciones para la reafirmación de los elementos identitarios locales o regionales: religión, cultura, etnicidad, nacionalidad, etc. Pero sobre esta tendencia actúan parte de las estructuras de poder (en gran medida las de carácter local) para reconducir y reforzar dichas dinámicas de acuerdo con sus intereses, y como forma también de enfrentar, reconducir y desactivar las dinámicas de contestación antagonista. De esta forma, en los últimos años del siglo XX asistimos a una importante expansión de los fundamentalismos religiosos: islámico, cristiano (católico y protestante), judío e hindú. Lo cual va a tener importantes repercusiones de carácter socio-político, reforzando los mecanismos de opresión patriarcal; es más, la progresión de los fundamentalismos pone en jaque en muchos territorios las conquistas de las mujeres. En este sentido, es de resaltar, por ejemplo, el fuerte crecimiento de las iglesias evangélicas en América Latina y, en menor medida, África, financiadas claramente desde sus centros de EEUU, así como la propia propagación del fundamentalismo cristiano dentro del gigante estadounidense. Factor que sería clave para la elección de George Bush en 2000. Todos ellos de orígenes calvinistas. O el importante giro conservador y reaccionario que experimenta la iglesia católica en todo el mundo, de la mano pretendidamente suave de Juan Pablo II, al tiempo que aborda una política de acoso y derribo a la Teología de la Liberación. Y, por supuesto, es preciso destacar la fuerte propagación que experimenta el llamado Islam Político en el mundo árabe-musulmán en los noventa, debido a la crisis del nacionalismo pan-árabe a partir de los setenta (tras sus derrotas en las guerras de 1967 y 1973 contra Israel), la revolución jomeinista en los ochenta, así como las consecuencias para toda la región de Oriente Próximo y Medio de la Primera Guerra del Golfo y la crisis del Proceso de Paz palestino-israelí abierto en Oslo, debido a la intransigencia de Tel Aviv, que goza del apoyo de Washington. Lo 43 cual crea también las condiciones para una progresión sustancial de la Yihad, especialmente en los noventa. Un monstruo incontrolable que había sido impulsado y financiado (aunque no creado) por el mismo EEUU para expulsar a la URSS de Afganistán, implicando en el proceso a Pakistán. El apoyo de EEUU a los talibanes y a los muyahidines desde Pakistán, con una fuerte financiación y dirección ideológica desde la wahabista Arabia Saudí, fue clave en la derrota de la URSS. Y de esos polvos estamos viviendo los actuales lodos de fanatismo y destrucción. Pero no es solamente el fundamentalismo islámico el que se expande en esos años, sino que el fundamentalismo judío se refuerza asimismo intensamente, dificultando todo ello posibles salidas al principal conflicto que marca la agenda mundial, y donde se encuentran los principales recursos fósiles del planeta. El pretendido Choque de Civilizaciones en Oriente Próximo y Medio se empieza a construir ya en los noventa, pero el papel de Occidente y de EEUU en el mismo es innegable. Y este hecho va a marcar y condicionar el devenir del siglo XXI. A todo ello habría que sumar el resurgir de los nacionalismos más reaccionarios, así como el florecimiento de nuevos movimientos de carácter fascista en muchos países centrales, que se alimentan también de los movimientos en ascenso de hooligans en los estadios de fútbol. La violencia se convierte en un factor de identidad y una nueva forma de ocio, y el vandalismo en grupo en una vía de crear comunidad en una sociedad altamente urbanizada, desestructurada, individualista y donde reina la anomia. Lo cual se relaciona igualmente con la creciente aparición de riots (o disturbios) en las metrópolis centrales13, donde crecen los barrios en proceso de abandono y marginación, y donde se refuerzan y segregan las diferentes comunidades étnicas ante la inmigración creciente. La creación y proliferación de bandas de varones juveniles con un fuerte componente étnico va a ser resultado de dichos procesos de segregación y marginación, y el choque entre las mismas va a convertirse en su forma especial de relación, al tiempo que defienden “su territorio”. Este fenómeno es especialmente relevante en las metrópolis de EEUU (Davis, 2005), y de ahí se exportará a muchas metrópolis y países del Sur, en especial de América Latina, y en concreto de Centroamérica (con la creación de las Maras), donde además se alimenta de la proliferación de armas en la región que dejó el desmantelamiento de los movimientos guerrilleros. A nadie se le escapa que estas dinámicas tienen un impacto muy negativo sobre las poblaciones de los territorios donde se despliegan, pero sobre todo sobre las mujeres, pues se refuerzan y amplían los mecanismos de dominación masculina, su hegemonía sobre el espacio público y la reclusión subordinada femenina en el espacio doméstico. “Ni putas, ni sumisas”, fue un interesante movimiento de mujeres en las periferias metropolitanas parisinas que denunciaba este acoso de las mujeres que luchaban por su autonomía (Amara, 2004). En definitiva, una guerra civil molar y molecular, impulsada principalmente desde el poder, que crece paulatinamente por la extensión asimismo de comportamientos patológicos y desviados, no directamente antagonistas con las estructuras de poder dominante (aunque éste tema la ingobernabilidad), de fuerte corte patriarcal y con un alto coste social. Y porque irrumpen también en ocasiones antimovimientos sociales directamente impulsados por los grandes actores 13 El primero de ellos como ya indicamos despunta en 1965 en el barrio negro de Watts, en Los Ángeles, expandiéndose progresivamente esa dinámica en los ochenta y noventa por otras metrópolis estadounidenses y europeo-occidentales, resaltando en 1993 el estallido de Los Ángeles (a raíz de la represión policial contra Rodney King), que tuvo una fuerte repercusión en todo EEUU, y desembocando ya en este siglo en los disturbios de las periferias metropolitana de París, en 2005. 44 empresariales mundiales, financiando e impulsando campañas de grupos fantasmas contra los movimientos sociales de denuncia, a favor de los transgénicos, p.e., que llegan en ocasiones a implicar hasta a ciertos sectores sindicales. Sin embargo, la progresiva crisis social de las metrópolis, la Explosión del Desorden (Fdez Durán, 1993), especialmente palpable en las megaciudades del Sur Global, se da también en paralelo con la creación y extensión de importantes movimientos emancipadores populares urbanos en muchas de estas últimas, especialmente en América Latina. Es pues una situación diversa y compleja la que encontramos en el mundo altamente urbanizado del siglo XX, en el que el grito liberador de Seattle “El Mundo no es una Mercancía”, anunciaba ya una conciencia en ascenso del impacto que la expansión del nuevo capitalismo global estaba teniendo sobre la Madre Tierra, el tema del siguiente y último apartado en el que hemos dividido el análisis del siglo XX. Pero, ojo, aunque muy importante, el movimiento denunciaba principalmente las consecuencias sobre la Pacha Mama de las dinámicas de globalización del capital, del metabolismo urbano-agro-industrial y de la progresiva mercantilización del entorno natural, pero no era tanto un grito de alerta, como hemos dicho, a la inviabilidad futura de este proceso como resultado del previsible declive energético y de la escasez y agotamiento de otros recursos, así como de la contaminación y deterioro del planeta. El desconocimiento o falta de atención hacia estas cuestiones, y también la fe en que el sistema ciencia-tecnología los pudiera resolver en el futuro, hacían que estos temas estuvieran todavía en la trastienda de los movimientos emancipadores a finales del siglo XX, y eso que se plantearon con cierta relevancia a finales de los setenta y primeros de los ochenta. La nueva etapa de energía masiva y barata los había arrinconado (temporalmente) en el baúl de la Historia. De todas formas, al final del siglo el precio del petróleo empezaría una tendencia clara al alza, que se intensifica a lo largo de toda la primera década del siglo XXI, y que hace asomar ya nuevos conflictos sociales en el cambio de milenio. Las huelgas en el sector del transporte vuelven a hacer su aparición, logrando provocar importantes alteraciones en el funcionamiento de diversos países centrales, especialmente en Europa occidental. Lo cual nos recuerda el carácter central de la movilidad motorizada en la articulación del nuevo capitalismo global, mucho más importante aún que en los setenta. Y esas importantes alteraciones se produjeron a pesar de la considerable reducción de fuerza de trabajo en algunos de sus principales nodos y medios de transporte (marítimo y ferroviario, principalmente), como resultado de la containerización y automatización de los puertos, y de la tecnologización de los sistemas de carga y descarga. No así en el transporte por carretera que va a experimentar una evolución espectacular de necesidad de fuerza de trabajo, a pesar del incremento de la dimensión de los camiones, así como por la demanda laboral derivada de la creación de grandes polígonos de actividades logísticas, a pesar de su tecnologización. Y lo mismo cabe decir respecto al transporte aéreo. 

Esto va a ser un importante toque de atención de cara al futuro, pues aunque la conflictividad obrera ha desaparecido en una medida importante, la conflictividad de los trabajadores en estos sectores estratégicos hace que el capital no haya podido escapar de la importancia de su conflicto con el trabajo. Y eso que a finales de siglo, también, aparecen nuevos gigantes empresariales como Wal Mart, en el campo de la distribución comercial, que se ha convertido en la 45 principal empresa del mundo, y que prohíbe taxativamente la presencia sindical, pero que goza del “atractivo” de que ofrece bajos precios para las clases populares. Un Wal Mart, sin sindicatos, ha desplazado a General Motors, con importante presencia sindical, de su primacía empresarial mundial. El nuevo gigante del siglo XXI, ha sobrepasado ya al gigante del siglo XX. Lo mismo podríamos decir de Carrefour, la segunda empresa de distribución comercial mundial. Sin embargo, el sistema Wal Mart-Carrefour está a expensas de que la cadena mundial del transporte funcione. Y ese es uno de los eslabones más frágiles del nuevo capitalismo global, sobre todo de cara a los escenarios de futuro declive energético. La fragilidad del eslabón del transporte fue puesta también en evidencia en las luchas de los piqueteros en Argentina, y en muchos otros conflictos del Sur Global, como forma de sacar a la luz conflictos y demandas que surgen fuera del espacio de la producción. Pero tal y como estamos viendo ya en los nuevos conflictos del siglo XXI, las interrupciones y hostilidades en torno a la cadena de transporte van a ser un elemento recurrente, sobre todo por el papel central que cumple. Y por supuesto estos conflictos no son los únicos, pero sí son estratégicos. El capital en el nuevo siglo no ha logrado por tanto sustraerse del conflicto sociolaboral, entre otros muchos que le acosan, sobre todo en la presente Crisis Global. Entre ellos la aparición de nuevos y fuertes conflictos especialmente en el Sur Global, ante las durísimas condiciones que soportan sus poblaciones y la rapiña de sus recursos. El siglo se iba a cerrar con nuevas luchas que apuntan hacia nuevas derivas de la conflictividad político-social en el siglo XXI. La explosión social del “Que se Vayan Todos”, en la aguda crisis monetario-financiera e institucional argentina en 2000-2001. La Guerra del Agua en Cochabamba del año 2000, que implicó a prácticamente toda una ciudad contra la Transnacional Bechtel, encargada del abastecimiento de agua tras la privatización de este servicio público en la ciudad. Esta lucha se desarrolla poco después de las movilizaciones de los cocaleros que sacuden la región, y se da también en paralelo a un importante auge de la lucha aymara en el altiplano andino (Zibechi, 2006). Bechtel se vería expulsada de Bolivia por el movimiento popular, y la rebelión aymara y la posterior Guerra del Gas inaugurarían un nuevo periodo de intensas luchas campesinas e indígenas en muchos territorios de América Latina. Luchas estas últimas protagonizadas por nuevos sujetos en defensa de sus recursos y sus formas de vida, y que se plantean el cuestionamiento y la dispersión del poder, más que la toma del mismo. Un “choque de civilizaciones” estaba en marcha ya al alborear el nuevo milenio. Y no solo el que apuntaba interesadamente Hungtington (1997) para señalar en especial con su dedo acusador al mundo islámico, el más reacio y refractario quizás a asumir los valores occidentales, y bajo cuyo suelo se ubica gran parte del petróleo y del gas mundial. Pero sobre todo esto último volveremos al hablar en el próximo capítulo de la Crisis Global actual. 

 Madrid, enero, 2010 46 

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ZIBECHI, Raúl: “Dispersar el Poder”. La Casa del Mago. Buenos Aires, 2006. ---¡¡¡---



Puede ser una imagen de una o varias personas y texto que dice "PROTESTA POPULAR Calle brasil, sector la vendimia "La alternativa no está entre la espera y el activismo, entre participar en los "movimientos sociales" formar una vanguardia armada, está entre resignarse u organizarse" -Tiqqun, llamamiento. LUNES 18 DE OCTUBRE, 17:00 HRS ANTE LA ARROG ORGANIZACIÓN EMPRESARIAL EMPRES TERR"
Este lunes 18 de octubre, Vallenar!!!
Tod@s a la calle.
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  • Luciano Medianero Morales
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Este lunes 18 de octubre, Vallenar!!!
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Anunciamos a la comunidad del valle del huasco que la actividad se aplazara hasta el proximo viernes 8 de octubre.
Muchas gracias por la comprensión.
Puede ser una imagen de texto que dice "ler encuentro territorial contra el extractivismoyelcapital extractivismo VIERNES 01 DE OCTUBRE FORO: Conflictividad territorial en punta de choros INVITADXS: Pobladores de la caleta los choros Lugar de encuentro: centro de vallenar, calle prata las afueras del centro cultura Horario: a partir de las 16:00 Horas."
Este viernes 01 de octubre todxs invitadxs a encontrarnos en el territorio a partir de las 16:00 horas. Calle Prat, a las afueras del centro cultural.
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Este viernes 01 de octubre todxs invitadxs a encontrarnos en el territorio a partir de las 16:00 horas. Calle Prat, a las afueras del centro cultural.
Puede ser una imagen de texto que dice "ler encuentro territorial contra el extractivismoyelcapital extractivismo VIERNES 01 DE OCTUBRE FORO: Conflictividad territorial en punta de choros INVITADXS: Pobladores de la caleta los choros Lugar de encuentro: centro de vallenar, calle prata las afueras del centro cultura Horario: a partir de las 16:00 Horas."
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Hacemos la invitación para este foro - conversatorio a realizarse el día viernes 01 de octubre en el cual participarán como expositores habitantes de la caleta los choros.
Les pedimos ayuda con la difusión.
Pd. Ese día haremos correr una rifa en apoyo a lxs presxs.
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  • Anita Torres
    Podría dejarlo para compartir porfavor!
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Puede ser una imagen de una persona, de pie y texto que dice "Muy buenas noticias Posibilidad de liberar, mediante acuerdo reparatorio a nuestro compañero LUIS CASTILLO preso político La Serena. Debemos reunir 1 millon 500 mil pesos para este miércoles 25. Nuestra imprescindible solidaridad de clase a: Camila Díaz Gallardo Cuenta RUT: 16560319-2 JUST PUEBLO ITBERA DO ACPUEBLO"
cabrxs el compañero Luis Castillo enfrenta dos demandas que lo mantienen encarcelado, el caso SALFA e INACAP, en el primero (AUTOMOTORA SALFA) se llegó a un acuerdo reparatorio verbal o escrito, en el caso de INACAP se pide el pago por daños a parte de la infraestructura, lo que según el acuerdo quedaría en $1.500.000, el plazo es de pocos días, finalizando este miércoles 25 de Agosto. Es importante apañar ahora que la libertad del compañero esta bien cerca, asi que quienes pueden solidarizar les estaremos muy agradecidxs.
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Solidaridad con Luis Castillo.
Puede ser una imagen de una persona y texto que dice "LUKATON NACIONAL EL COMPAÑERO PRESO POLÍTICOS LUIS CASTILLO OPAZO Ante audiencia de acuerdo reparatorio Necesita reunir urgentemente $1.500.000._. Apelamos a la solidaridad del pueblo. Aporte a la cuenta rut de SU compañ‘era CAMILA DIAZ GALLARDO RUT 16.560,319-2 CORREO: CANCER_21 OTMAIL.CL Colectiuo"
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Puede ser una imagen de una persona y texto que dice "LUKATON NACIONAL EL COMPAÑERO PRESO POLÍTICOS LUIS CASTILLO OPAZO Ante audiencia de acuerdo reparatorio Necesita reunir urgentemente $1.500.000._. Apelamos a la solidaridad del pueblo. Aporte a la cuenta rut de SU compañera CAMILA DIAZ GALLARDO RUT 16.560,319-2 CORREO: CANCER_21 HOTMAIL.CL Colectiuo"
ahooraaa compañerxs
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Como organización de carácter anti capitalista nos hacemos participe del llamado a agitación de agosto contra el extractivismo y por la libertad.
Es por ello que hacemos la invitación a todas las individualidades y organizaciones Anti autoritarias del valle del Paitanas (vallenar) para reunirnos el día VIERNES 27 AGOSTO A LAS 17:30 HORAS EN EL SECTOR DE LA VENDIMIA.
La lucha contra el extractivismo y la sociedad carcelaria es una lucha contra el Kapital.
*No olvide llevar ...
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