Marx en la hoguera feminista / Tita Barahona

Posted on 2024/01/16

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Artículo publicado en Canarias Semanal. Enero 2023. Tita Barahona

«Buena parte del pensamiento feminista académico desarrollado entre las décadas 60 a 80 del pasado siglo se fraguó en un diálogo con Marx, pero no con el Marx real, sino con un “Marx de paja” al que se atribuyeron una serie de “fallos”, que se pueden resumir en: “no haber hablado extensamente de lo que a nosotras nos interesa”. En ello entraban acusaciones de “determinismo económico”, “reduccionismo de clase” y ser “ciego al sexo”. Repetidas una y otra vez, estas asunciones estereotipadas han llegado hasta nuestros días en publicaciones de feministas más o menos famosas, que han recibido acertadas y merecidas críticas».

Una teoría viva como el marxismo es muy dura de quemar

Buena parte del pensamiento feminista académico desarrollado entre las décadas 60 a 80 del pasado siglo se fraguó en un diálogo con Marx, pero no con el Marx real, sino con un “Marx de paja” al que se atribuyeron una serie de “fallos”, que se pueden resumir en: “no haber hablado extensamente de lo que a nosotras nos interesa”. En ello entraban acusaciones de “determinismo económico”, “reduccionismo de clase” y ser “ciego al sexo”.

   Estos alegados fallos del Marx de paja llegaron a convertirse en asunciones estereotipadas, que, como tales, no había que tomarse la molestia en contrastar (con el Marx real). Ha llegado al punto, incluso, de poner en boca de Marx afirmaciones que él nunca hizo, actitud carente de rigurosidad y honestidad científica, o a malinterpretar las que sí hizo, deliberadamente o por ignorancia -lo que es quizás más grave (1).

   Repetidas una y otra vez, estas asunciones estereotipadas han llegado hasta nuestros días en publicaciones de feministas más o menos famosas, como Silvia Federici, Jule Goikoetxea y Ana de Miguel, entre otras, que han recibido acertadas y merecidas críticas (2); porque, si la paja arde bien, mucho más difícil de quemar es una teoría viva como el marxismo, que no se agota en la obra de Marx (incompleta en lo que se refiere a El Capital).

   Sobre una de las cuestiones que preocupó al feminismo de los años 70, el carácter del trabajo realizado por las mujeres dentro del hogar, la corriente denominada “feminismo socialista” indagó en su relación con el modo de producción capitalista, es decir: en la relación -que no dicotomía como han llegado a decir algunas- producción-reproducción. Se abrió entonces el llamado “debate del trabajo doméstico”. Se planteaban dos cuestiones principales: por un lado, si el trabajo doméstico era o no “productivo” y, por tanto, generaba plusvalía; y, por otro lado, si constituía o no un modo de producción en sí.

   Aplicando el análisis marxista, autoras como Lise Vogel sostuvieron que el trabajo doméstico es “trabajo útil”, produce “valores de uso”, no “valor” (en sentido capitalista). En los hogares de clase trabajadora, el trabajo doméstico reproduce la fuerza de trabajo. En el modo de producción capitalista, la fuerza de trabajo es una mercancía, crucial para el capital; pero es la única que no se produce ni reproduce sobre bases capitalistas, aunque para su reproducción diaria y generacional necesita de un flujo constante de mercancías que sí se producen sobre esas bases.   En consecuencia, la reproducción de la fuerza de trabajo, que tiene lugar mayormente aunque no exclusivamente en los hogares, está moldeada por los requerimientos de la producción capitalista. Y el trabajo doméstico que hace posible esa reproducción -añado- no genera “valor”, pero no se puede entender sin su relación a la “ley del valor” allí donde el modo capitalista de producción es dominante (hoy globalmente).

   Sobre la segunda cuestión, autoras de la corriente materialista del feminismo radical, como Christine Delphy, consideraron el trabajo doméstico que realizan las mujeres en los hogares como un modo de producción en sí; mientras que autores marxistas, como Claude Meillassoux, señalaron que las relaciones domésticas no constituyen un modo de producción, sino la base orgánica de todos los modos de producción históricos.

   A finales de los años 70, algunas académicas feministas pusieron en duda la capacidad del marco teórico del marxismo para explicar la opresión de las mujeres y vieron necesario complementarlo con la teoría del patriarcado. Esto dio lugar a los estudios sobre la relación patriarcado-capitalismo, que a nivel político tuvo implicaciones en la separación de espacios de lucha, traduciéndose en socialismo y feminismo más que en feminismo socialista.

   Queriendo esquivar el alegado “determinismo económico” de Marx, se elaboraron teorías ahistóricas del patriarcado, buscando los orígenes de la dominación masculina al margen de los modos de producción (3). En sus varias formulaciones, el patriarcado sitúa los rasgos y/o intenciones de los hombres, en su conjunto, como la causa de la opresión de las mujeres, de lo que derivó la concepción de los sexos como clases o castas antagónicas, que sostiene el feminismo de la corriente radical.

   Sin embargo, esta formulación del “consenso masculino” obvia que la mayoría de los hombres no tienen la capacidad de moldear conscientemente y de forma consensuada la organización social para su beneficio. El siervo, ciertamente, no acordó nada con el señor feudal, ni el proletario con el capitalista. Mas bien, tanto los hombres como las mujeres somos seres sociales, entramados de relaciones sociales cuyas características reflejan la formación social de la cual surgimos como agentes sociales. Los seres humanos hacemos nuestra propia historia, pero, como recordara Marx, no bajo circunstancias elegidas por nosotros mismos, sino bajo las circunstancias que hallamos directamente dadas y transmitidas del pasado.

   Posteriormente, el post-estructuralismo, en su empeño por desacreditar el “determinismo económico”, cayó en la paradoja de adoptar un determinismo discursivo -el llamado “giro lingüístico” basado en el principio de que la realidad es lo que el lenguaje construye. Buena parte de feministas académicas se adhirieron a esta corriente y se pusieron a la tarea de “deconstruir” a las mujeres y al sexo en favor del “género”, las sexualidades, los cuerpos y otras diferencias “construidas discursivamente”. Influidas por estas teorías, hay feministas que, más que aspirar a la igualdad entre hombres y mujeres, están por la abolición de los conceptos hombre/mujer (4).

   Hoy el grueso del feminismo radical rechaza los postulados post-estructuralistas, más generalmente denominados “posmodernos”, en favor de la vuelta a la categoría “mujeres” y a la diferenciación entre sexo (hecho biológico) y género (hecho social).

   No obstante, en este feminismo radical se observa un fenómeno curioso. Si siempre tuvo corrientes internas, actualmente, bajo el sello RadFem (abreviatura corriente en redes sociales) se agolpan posturas político-ideológicas bastante dispares: desde las que rechazan el marxismo y cualquier otra teoría social, porque “el feminismo se basta y sobra” y “lo único importante es lo que afecta a las mujeres”; hasta las que incluso se consideran marxistas, por ende anti-capitalistas; pasando por las que propugnan la total segregación entre los sexos y otras diversas variantes.

   Lo que el RadFem parece tener en común, aparte de su lucha contra el patriarcado y las violencias derivadas, es su oposición a la explotación sexual y reproductiva y a la “ideología de las identidades de género” que promueve el “activismo queer”, rama del tronco post-estructuralista. Muchas personas que no llevamos la insignia RadFem podemos concordar con la necesidad, idoneidad o legitimidad de estas luchas. Pero es esa misma disparidad político-ideológica la que obstaculiza la conformación de una estrategia política clara y unitaria para afrontarlas en conjunto.

   Probablemente esto se daba a que, el RadFem, -al menos en el contexto hispanohablante- carece de un buen desarrollo teórico sobre cómo se reproduce el patriarcado en el marco del modo capitalista de producción y reproducción, cuáles son sus conexiones orgánicas. No parece que haya ido más allá de conceptuar el patriarcado como “de coerción” (cuando es por ley y sanción) y “de consentimiento”, que sería el vigente en la mayoría de formaciones sociales actuales; y de basarlo en aspectos superestructurales (cultura, ideología, difusión mediática, fabricación de modelos de feminidad, publicidad…).

   Raramente en esta producción teórica se pone el foco en elementos estructurales -que, por supuesto, están relacionados con los anteriores- como, por ejemplo, los cambios producidos en la estructura del mercado de trabajo en general y el femenino en particular; la estratificación de las mujeres entre y dentro de las clases sociales (en el RadFem, al menos en una parte del mismo, es más aguda la “ceguera de clase” que la “ceguera del sexo” achacada al marxismo) o los cambios en la estructura de la familia y el trabajo doméstico en las últimas décadas.

   El trabajo doméstico es, sin embargo, una de las claves fundamentales para entender la opresión de las mujeres o sexismo, no tanto en el marco del “patriarcado de consentimiento”, como en el contexto de los modos de producción y sus formas históricas específicas. La producción, como ya señalara Engels, tiene una doble naturaleza: por un lado la producción de los medios de existencia; por otro, la producción de los propios seres humanos.

   Dentro del marxismo ha habido notables aportaciones teóricas sobre el trabajo doméstico, con el objetivo de orientar estrategias políticas concretas. Una de las más interesantes es la desarrollada por Martha E. Giménez, en cuyo libro Marx, Women and Capitalist Social Reproducción (5) dedica cuatro capítulos a analizar el trabajo doméstico desde distintos ángulos. Es una lectura muy recomendable, aunque seguramente no verá su traducción al castellano porque no sólo no incurre en esas asunciones estereotipadas sobre el marxismo, sino que, además, demuestra su insubstancialidad. Por tanto, a la “industria de la teoría global” no le interesa su promoción ni difusión (6). Esperamos que alguna editorial vea pronto la idoneidad de traducirlo y publicarlo. Merecería la pena.

(1) Hay varios ejemplos de ello, aunque encontré uno reciente de una afamada profesora y funcionaria italiana en un libro, colección de artículos en inglés, sobre trabajo femenino, del que se me encargó hacer una reseña.

(2) Federici ha recibido varias réplicas, pero citaré tres: Ignazio Aiestaran, “Karl Marx y El Capital frente a las soflamas sin valor de Silvia Federici”, Rebelión, 20/6/2018; Guillem Murcia, “De la quema de brujas al trabajo productivo: una crítica al enfoque de Silvia Federici”, Viento Sur, 10/7/2017; y Andrés Piqueras, “Feminismo a lo Federici. Breves consideraciones del feminismo ‘post’”, en cap. 10 de su libro De la decadencia de la política en el capitalismo terminal, Ed. Viejo Topo, Barcelona, 2022. Y, para una crítica a los planteamientos de Jule Goikoetxea, Kolitza en https://borrokagaraia.wordpress.com/2017/12/29/marxismo-y-opresion-de-genero-respuesta-a-jule-goikoetxea-y-teresa-larruzea/ y https://borrokagaraia.wordpress.com/2018/01/19/feminismo-proletario-y-comunismo-revolucionario/ Más reciente, véase también este artículo de Beatriz García en respuesta a otro de Cristina Lozano: https://elcomun.es/2023/10/01/respuesta-al-articulo-posmodernidad-y-patriarcado-la-insistencia-en-la-abnegacion-de-las-mujeres/

(3) Hubo intentos de historiar el patriarcado por parte de autoras como Hartmann, pero consistentes en el estudio de sus cambios de forma mientras el patriarcado en sí permanece constante. En cuanto a sus orígenes, la hipótesis más conocida es la de Gerda Lerner, en su obra de 1986 La Creación del Patriarcado.

(4) Por ejemplo, Jule Goikoetxea, en esta entrevista: https://www.eldiario.es/euskadi/jule-goikoetxea-objetivo-no-igualdad-hombres-mujeres-desaparicion-conceptos_128_9044311.html

(5) Martha E. Giménez, Marx, Women and Capitalist Social Reproduction. Marxist Feminist Essays, Chicago, Haymarket Books, 2019. Giménez es profesora emérita de Sociología en la Universidad de Colorado Boulder. Este libro recopila sus artículos escritos entre 1975 y 2009, con una amplia introducción de la autora.

(6) El concepto de “industria de la teoría global”, acuñado por el filósofo Gabriel Rockhill, se refiere al sistema de producción, circulación y consumo intelectual en el mundo capitalista; los productos de la alta cultura, como la teoría, que son controlados por la burguesía y supervisados por sus ejecutivos de élite. No es de extrañar que trabajos como los de Martha E. Giménez y otros de carácter marxista nunca hayan hallado difusión en las principales publicaciones de esta industria. La propia Giménez lo expresa en su libro: “Mis trabajos no se publicaron en las principales revistas feministas o se citaron en la literatura feminista de la década de 1980. Aunque resultase decepcionante en aquel entonces, visto en retrospectiva, esta falta de reconocimiento no es sorprendente: mi trabajo era crítico con las visiones predominantes en la teoría feminista y ofrecía una alternativa teórica fuera de ellas