jueves, 23 de marzo de 2023

ii repro ii -- Luciano Medianero Morales Hace un momento · Compartido con: Público Público Adhesiones Recibidos José Manuel Roca Adjuntos dom, 29 may 2022, 20:05 para la, bcc: mí Hola, adjunto un texto que acabo de enviar al número de junio de Trasversales. Se aleja de lo que corre por aquí en las filas de la izquierda. un abrazo

 

Hace un momento 
Compartido con: Público
Público
Adhesiones
Recibidos
José Manuel Roca <jmrocavid@gmail.com>
Adjuntos
dom, 29 may 2022, 20:05
para la, bcc: mí
Hola, adjunto un texto que acabo de enviar al número de junio de Trasversales. Se aleja de lo que corre por aquí en las filas de la izquierda.
un abrazo
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GRACIAS!OK.MIL GRACIAS. -- https://docs.google.com/.../1mvHpGJNXQzHByAzxhDDtJMh.../edit --- ii Guerra en Ucrania: adhesiones y agresiones
José M. Roca
Putin asumió los traumas de millones de ciudadanos de la Federación Rusa que no habían estado de acuerdo con la desintegración de la URSS. Las señas de identidad soviéticas fueron trasladadas a un sentimiento identitario nominalmente distinto en un país que seguía siendo increíblemente multinacional. Es a este sovietismo rusificado al que apelan los nacionalistas rusófonos fuera de la Federación, el mismo que ha impulsado la violencia en las fronteras, sea en Ucrania, Georgia o Transnistria.
Faraldo, J.M.: El nacionalismo ruso moderno.
Ningún Estado en guerra con otro debe permitirse tales hostilidades que hagan imposible la confianza mutua en la paz futura, como el empleo en el otro Estado de asesinos, envenenadores, el quebrantamiento de capitulaciones y la inducción a la traición.
Kant, I: Sobre la paz perpetua.
En ciertos círculos políticos, la invasión de Ucrania por el ejército ruso ha despertado el interés por hablar del imperialismo norteamericano y de la OTAN. Interés que, en principio, se puede atribuir a la perspectiva desde la que se contempla el conflicto; que bien se puede interpretar como un conflicto local entre Ucrania y Rusia -enfoque micro- o bien como un conflicto más amplio, entre Rusia y Estados Unidos -enfoque macro-. En el primer caso, se trataría de un conflicto nuevo entre Rusia y uno de los territorios que fueron anejos a la Unión Soviética, es decir, entre un imperio y una de sus partes, desmembrada y enfrentada. En el segundo caso, se trataría de una expresión nueva del viejo conflicto entre dos imperios, donde Rusia ocupa el lugar que antes tuvo la Unión Soviética, con lo cual persiste el (caduco) enfoque de la guerra fría.
No obstante, ese discurso se percibe más como un pretexto para adoptar una posición ambigua o claramente conciliadora con los planes de Putin, que como un intento de explicar lo que allí sucede.
Sacar a colación las guerras del Golfo, las invasiones de Iraq y Afganistán e, incluso, la guerra de Vietnam, que ciertamente han sido actos agresivos de Estado Unidos, ayuda poco a entender lo que hoy ocurre en Ucrania. Algunos textos parecen destinados a reforzar el sentimiento antinorteamericano, por si se hubiera debilitado, y a reforzar el inveterado antifascismo de ciertos colectivos, antes que a desentrañar las razones del carácter imperial que ofrece la invasión de Ucrania, bajo el guion de la propaganda de que se trata de un acto preventivo de Rusia para defenderse de la presunta adhesión a la OTAN del gobierno de Zelenski, por un lado, y proteger, por otro, a la población rusófona ucraniana de la persecución de un régimen de neonazis y drogadictos. La “desnazificación” ya amparaba la represión en Ucrania en tiempos de Stalin.
Putin interpreta la expansión de la OTAN hacia las fronteras de Rusia como una amenaza, con independencia de cómo se haya producido esa expansión, que es un asunto secundario, puesto que la adhesión a la Alianza no está motivada por una decisión libre, sino que se debe a las actividades subversivas de agentes occidentales en los países solicitantes para alejarles de la influencia rusa.
Para el presidente ruso, las repúblicas surgidas del ocaso de la URSS en 1991 no son países independientes y soberanos, sino consecuencia de un engaño. Como leal servidor del Estado soviético, Putin ha confesado que su desaparición fue la mayor catástrofe política del siglo XX, y el propósito de su mandato es corregir lo que se hizo mal en tiempos de Gorbachov y de Yeltsin.
Es preciso recordar que el día 17 de marzo de 1991 se aprobó en referéndum, con el 80% de participación, el 78% de aceptación y el 22% de rechazo, el Nuevo Tratado de la Unión, como una renovada federación de repúblicas soberanas. Y el 8 de septiembre de 1991, Boris Yeltsin, presidente de la República Soviética de Rusia, Stanislav Shuskevitch, presidente de Bielorrusia, y Leonid Kravchuck, presidente de Ucrania, anunciaron el final de la Unión Soviética, que quedó formalmente disuelta el 26 de diciembre.
En el futuro, las quince repúblicas que habían formado la URSS debían unirse voluntariamente en la nueva Comunidad de Estados Independientes, con sede en Minsk, no en Moscú, sin someterse a la dirección centralizada de un gobierno o de un partido, con lo que, en teoría, se ponía fin al monolitismo del bloque. Pero ese era un plan que no todas las repúblicas compartían, incluso Ucrania y Bielorrusia, que debían desempeñar un papel importante en el proyecto.
En julio de 1990, el parlamento aprobó la soberanía de Bielorrusia y en agosto de 1991, declaró la independencia. En ese mes, la Rada ucraniana (parlamento) aprobó una resolución a favor de la independencia y, tras un referéndum en diciembre, que Gorbachov creyó favorable a mantener la unión con Rusia, Ucrania se declaró independiente y se orientó, como otras repúblicas, hacia el bloque occidental.
Sobre el peligro potencial que Ucrania representa para Rusia, esgrimido por Putin para justificar la invasión, recuérdese que cuando desapareció la Unión Soviética en 1991, (Rieff, El País 1/3/2022), la tercera parte de su arsenal nuclear, así como elementos de la infraestructura industrial, científica y militar, se hallaban en Ucrania, pero en 1994, el gobierno ucraniano decidió deshacerse de ese arsenal a cambio de que Estados Unidos, Gran Bretaña y Rusia fueran garantes de su seguridad. Si Ucrania hubiera conservado ese arsenal, es fácil colegir que posiblemente hubiera evitado la invasión.
Idéntica lectura han realizado los gobiernos de Suecia y Finlandia al solicitar su adhesión a la Alianza. Y es que la metáfora utilizada por Putin, que compara Rusia con un oso fiero que defiende su territorio de los extraños, sirve para advertir a sus adversarios, pero sobre todo para atemorizar a sus ciudadanos y a sus aliados.
Imperios
El discurso que percibe la invasión de Ucrania como la respuesta de Rusia a la aproximación de la OTAN a sus fronteras, se funda, en apariencia, en analizar el conflicto bajo el esquema bipolar de la guerra fría, hoy parcialmente obsoleto, porque se dilucida el orden mundial que lo debe reemplazar. Atravesamos un período de transición desde un orden mundial en declive a otro, que, entre tensiones, no acaba de surgir, como si tuviéramos que soportar una larga fase de inestabilidad antes de poder configurar un nuevo equilibrio entre los nuevos y los viejos actores.
Este orden provisional ya no está marcado por la oposición entre el capitalismo y el comunismo como sistemas completos e incompatibles, y, por tanto, en pugna permanente, sino por la oposición política entre regímenes democráticos, con las carencias que se quieran señalar, y regímenes autocráticos conservadores o incluso totalitarios, sobre un capitalismo diverso y falto de alternativas veraces que puedan reemplazarlo con ventaja para toda la humanidad, no sólo para una minoría afortunada, pero enfrentado a retos mundiales que eran impensables en 1945, como el cambio climático, las crisis energéticas, alimentarias y sanitarias, sin olvidar las recurrentes crisis financieras y otros problemas surgidos de la mundialización.
Pero, volviendo al esquema bipolar de la guerra fría, el discurso aludido reposa en una visión distorsionada que enfrenta no dos imperios, sino un imperio a un antagonista que no lo es, con lo cual el impulso imperialista se atribuye a Estados Unidos y a la OTAN, que, ciertamente, existe, pero se priva a Rusia de tal rango, lo cual desvirtúa sus acciones y oculta un ingrediente fundamental del gobierno de Putin, que es recuperar el prestigio del imperio ruso.
En los años sesenta y setenta era innegable el carácter imperialista de la URSS, que desde la izquierda se calificaba, impropiamente, de social-imperialismo para distinguirlo del imperialismo a secas, que era capitalista y norteamericano.
De aquellos dos colosos, uno está en lento declive, pero activo; el otro, tras unos años de confusión, se está recomponiendo, porque aspira a ser, otra vez, grande y temible. Putin, que prefiere hacer las cosas como Gengis Kan, desconoce la probada eficacia política del “poder blando” (Nye, 2003).
Antes de la invasión, Carmen Claudín (El País 5/1/2022) advertía sobre el plan de Putin de restaurar el imperio soviético con una ambición similar a la de Stalin, cuando, derrotado el eje Berlín-Roma-Tokio, los aliados discutían el reparto de sus zonas de influencia. Y citaba el libro La crisis del movimiento comunista, (1970, 363) donde su padre relata las reuniones del dictador soviético con líderes occidentales intentando que le adjudiquen los territorios ocupados como efecto del pacto con Hitler en 1939, pero solicita que, en el acuerdo, la parte relativa al vergonzoso botín figure en un protocolo secreto. La autora apunta que basta cambiar Polonia por Ucrania y la URSS por Rusia para saber lo que persigue Putin.
Efectivamente, ese parece el modelo que inspira los planes de Putin, con Stalin como indiscutido gobernante de un país sometido, pero exaltado como un padre defensor de Rusia en la gran guerra patriótica contra los invasores nazis, ahora ubicados en la vecina Ucrania.
Rusia tiene una tradición imperial que se remonta al siglo XVI. Iván IV, el Terrible (1530-1584), conquistador de Estonia y Letonia para tener una salida al mar Báltico, de Siberia y Kazán y Astrakán, bajo poder de los tártaros, fue el primer zar, el unificador de territorios, el centralizador del poder en Moscú, fundador del ejército permanente y del primer parlamento de tipo feudal para reducir el poder de los nobles (boyardos). Por lo cual Rusia era un imperio casi un siglo antes de que los peregrinos del “Mayflower” llegaran a las costas de Nueva Inglaterra y pudieran soñar con fundar lo que luego fue Estados Unidos.
El imperio ruso tuvo un acusado carácter despótico, debido posiblemente a la influencia de las invasiones de tártaros y mongoles, que no desapareció con la caída del zarismo, se conservó como un rasgo destacado de la Unión Soviética y hoy crece bajo los mandatos de Putin, pues parece que aumentar el poder de Rusia lleva simultáneamente aparejado aumentar el poder de Putin.
Adhesiones y agresiones
La desproporcionada respuesta de Putin desatando una guerra ante la presunta intención de Ucrania de adherirse a la OTAN, se considera en ciertos círculos una medida adecuada a la “insólita” pretensión ucraniana. Con lo cual, Putin y quienes dan por buena esta razón, equiparan las adhesiones a la OTAN a la violenta invasión militar del país vecino.
Adherirse a un pacto de defensa no es una decisión equiparable a una agresión armada como acto de defensa. No es lo mismo una adhesión que una agresión.
Como en otros países, la adhesión de las exrepúblicas soviéticas a la OTAN se realizó sin disparar un solo tiro, si se permite la broma; es decir, siguiendo los pasos de un protocolo que establece las reglas del compromiso, la estructura del mando conjunto, la cesión de zonas para instalar bases militares y acantonar las tropas aliadas, etc; todo ello efectuado sin violencia.
Cuando España entró en la OTAN no hubo un desembarco de marines en Rota, ni una brigada paracaidista tomó por la fuerza las bases de Torrejón o Zaragoza. Y tampoco ocurrió en 1953, cuando Franco firmó el primer acuerdo de defensa con Estados Unidos. Pero no ha actuado así el ejército ruso al entrar en Ucrania, eso sin contar que ha efectuado una invasión violenta y destructiva sin previa declaración de guerra, porque, según Putin, no hay guerra.
La adhesión no es una invasión ni una agresión, sino un acuerdo para ganar un aliado, que evite en el futuro tener que vencer a un enemigo.
Como se ha indicado al principio, en los textos de ciertos círculos políticos la guerra en Ucrania ha dado ocasión para hablar, sobre todo, de Estados Unidos y la OTAN, cuyo impulso imperial se toma como causa de la guerra. Ese impulso es difícil de negar, pero que sea la causa de la guerra es uno de los argumentos de Putin para adoptar el papel de víctima siendo realmente el verdugo.
Cuando la URSS desapareció, Estados Unidos se consideró el vencedor de la guerra fría y trató de establecer un nuevo orden mundial bajo su hegemonía. Al parecer había llegado el fin de la historia, según Fukuyama, pues, tras vencer al nazi-fascismo y al comunismo, el liberalismo había triunfado sobre sus enemigos y la humanidad había alcanzado, por fin, el régimen político definitivo, que era, en realidad, el neoliberalismo, la versión salvaje del capitalismo, promovida por la “revolución conservadora” de Ronald Reagan y Margaret Thatcher.
Entonces, la OTAN se amplió, cuando debió disolverse, igual que lo había hecho el Pacto de Varsovia, pero es difícil imaginar que un imperio vencedor renuncie voluntariamente a parte del poder al que debe la victoria. Por otra parte, con la implosión de la URSS se abría una etapa de inestabilidad y reconfiguración de la correlación de fuerzas a escala internacional, mientras se percibían en Rusia las dificultades para acometer, no tanto la apertura de su sistema económico al mercado mundial y al capital foráneo, que fue rápida y salvaje, como la democratización de su régimen político, aspectos que sugerían mantener la Alianza, aunque no necesariamente ampliarla. Pronto se percibió la orientación prooccidental de las nuevas repúblicas exsoviéticas en demanda de comercio y seguridad, precisamente ante la Rusia postsoviética, lo que invitaba a ampliar la OTAN por la aparición de nuevos “clientes”.
En octubre de 1990, la reunificación de Alemania supuso la primera ampliación. Hubo una promesa verbal de no seguir hacia el Este, pero no un pacto formal en tal sentido. Además, persistía la demanda de seguridad.
El 12 de marzo de 1999 se adhirieron Hungría, Polonia y la República Checa, el
29 de marzo de 2004 lo hicieron Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Eslovaquia, Eslovenia y Rumanía; el 1 de abril de 2009 lo hicieron Albania y Croacia, el 5 de junio de 2017, Montenegro y el 27 de marzo de 2020, Macedonia del Norte.
Tras décadas de hostilidad entre los dos bloques, permanecía la desconfianza recíproca: la OTAN se extendió hacia el Este y Rusia fundó otro pacto de defensa con aliados de su confianza.
Varios expertos norteamericanos señalaron que la ampliación fue un error que podía inaugurar una nueva guerra fría. Pero los gobiernos estadounidenses acentuaron su política expansiva en Kwait, Afganistán, Iraq y Libia, ante el auge del yihadismo y los atentados del 11-S-2001.
Por su parte, Rusia, a pesar de su convulsión interna, no permaneció quieta. Sus tropas participaron en las dos guerras de Chechenia (1994-1996 y 1999-2009). En la primera tuvo lugar la batalla de Grozny, que fue un antecedente de lo que ahora ocurre en Ucrania, para acabar con un intento independentista. En la segunda los rebeldes chechenos invadieron la república rusa de Daguestán y llevaron el terrorismo a Rusia. En octubre de 2002, un grupo de medio centenar de chechenos asaltó el teatro Dubrovka de Moscú, reteniendo a 850 personas, para exigir la retirada de las tropas rusas de Chechenia. El rescate, dirigido desde la Presidencia, provocó casi 130 muertos entre terroristas y rehenes.
En mayo de 2004, durante el desfile conmemorativo del final de la II Guerra Mundial, Amad Kadirov, presidente de Chechenia, fue asesinado en un atentado atribuido a un grupo checheno. Con apoyo de tropas rusas, el hijo de Kadirov reemplazó a su padre en el poder y, tras una campaña de pacificación, Rusia se retiró en 2009. En 2008, participó en una breve guerra en Abjasia y Osetia del sur, dos provincias separatistas prorrusas de Georgia. Con mediación de la UE, la OTAN y Estados Unidos se llegó a un plan de paz respaldado por el presidente ruso Dimitri Medvedev y el presidente francés Nicolás Sarkozy.
Entre noviembre de 2013 y febrero de 2014, tuvieron lugar en Kiev las protestas de Maidán contra la decisión del presidente Yanukovich de suspender la firma de un acuerdo con la Unión Europea aprobado en la Rada. Pese a la represión -125 muertos, 65 desaparecidos, 1.200 heridos y cientos de detenidos- Yanukovich tuvo que dimitir. El Kremlin lo consideró un golpe de estado y aprovechó la inestabilidad en Kiev para enviar tropas rusas, sin insignias ni banderas, a ocupar el Dombás y Lugansk, en el este de Ucrania, y luego Crimea, convertidas en repúblicas independientes y en un permanente foco de tensión para el gobierno ucraniano. En septiembre de 2015, Rusia inició su cruenta intervención en la guerra de Siria, apoyando al presidente Bachar al Assad.
Antes de la invasión de Ucrania, la última intervención del ejército ruso, si bien como fuerza de pacificación, fue en 2020, en el conflicto entre Armenia y Azerbayán por el control del Alto Karabaj. Y no se puede olvidar la penetración comercial y militar, con ejército regular y con mercenarios, en África, en singular en la costa atlántica, en países que fueron territorios del imperio colonial francés.
Sin embargo, erraríamos si únicamente atendiéramos a la proyección exterior, que sólo es una parte de los planes de Putin; la otra es la configuración interior de Rusia, pues la invasión no trata solamente de prevenir una hipotética agresión de la OTAN desde suelo ucraniano, sino imponer el modelo autoritario prescrito para las repúblicas de su entorno; impedir la profundización democrática y sepultar el país bajo la uniformidad y el monolitismo dictados por Moscú. Por eso la invasión ofrece el aspecto ya conocido de otros intentos de liberalización fracasados por el expreso deseo del Kremlin, como en Polonia y Hungría en 1956, Checoslovaquia en 1968 o Polonia en 1980.
El proyecto de Putin no es sólo restaurar el protectorado de la URSS sobre las repúblicas colindantes y devolver a Rusia la importancia política que tuvo antaño recuperando su rango imperial, sino reforzar en Rusia el Estado necesario para mantenerlo; el régimen político autoritario que lo sostiene y establece la relación con los ciudadanos, con los aliados y con los adversarios; con los adversarios de hostilidad, con los ciudadanos de sumisión y con los aliados de vasallaje.
El modelo que le sirve de inspiración es el viejo imperio zarista ampliado por la URSS y el Pacto de Varsovia, como una federación sometida al monolitismo ideológico y al centralismo político y económico de Moscú, donde mandaba el Kremlin y el PCUS dirigía a los partidos comunistas de las repúblicas soviéticas e incluso a los que permanecían fuera de su área de influencia. Hoy parece difícil recuperar aquel tinglado, pero Putin intenta acercarse a él lo más posible.
Bibliografía citada.
Claudín, F. (1970): La crisis del movimiento comunista, París, Ruedo Ibérico.
Faraldo, J.M. (2020): El nacionalismo ruso moderno, Madrid, Báltica.
Fukuyama, F. (1992): El fin de la historia y el último hombre, Barcelona, Planeta.
Kant, I. (2002): Sobre la paz perpetua, Madrid, Alianza.
Nye, J. S. (2003): La paradoja del poder norteamericano, Madrid, Taurus.
Madrid, 26 de mayo de 2022.
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