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| 31 mar 2024, 11:35 (hace 22 horas) | |||
ÉXODOS
José
M. Roca
Tras
una estancia en Israel, en 1956, como corresponsal de guerra, el novelista León
Uris (1924-2003), hijo de judíos polacos emigrados a Estados Unidos, publicó en
1958 el relato de un episodio del año 1947 acaecido en el puerto de Haifa. El
libro -Exodus (Éxodo en la edición española)- fue bien acogido por el público y
llevado al cine en 1960. La película, del mismo título, fue dirigida por Otto
Preminger, con guion del propio Uris y del perseguido Dalton Trumbo, e
interpretada por célebres artistas de la pantalla.
El
libro y la película -como también La sombra de un gigante (Shavelson,
1966)- contribuyeron a popularizar la causa y los mitos del moderno estado de
Israel, que por entonces crecía en población admitiendo emigrantes judíos
dispersos por el mundo, de Europa en particular, donde, después de la II Guerra
mundial, unos 250.000 se hacinaban en campos de refugiados en Austria y
Alemania.
El
Exodus, nombre tomado del segundo libro del Pentateuco -Génesis,
Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio-, que
relata el hipotético viaje de “retorno” de los judíos desde el Egipto faraónico
a la Tierra Prometida, fue un antiguo paquebote utilizado por Estados Unidos
durante la IIª Guerra mundial, adquirido en 1946 a través de intermediarios por
el grupo paramilitar sionista Haganá para trasladar judíos europeos a
Palestina, entonces un protectorado británico.
El
11 de julio de 1947, el Exodus zarpó del sur de Francia con 4.500
personas a bordo, con el propósito de arribar al puerto de Haifa el día 18,
pero, cuando se hallaba sólo a 40 kilómetros de su destino, fue abordado por
tropas británicas procedentes del crucero “Ajax”[1], que
causaron tres muertos y varios heridos en el asalto antes de tomar el control
del buque.
Como
represalia por la deportación de los pasajeros del Exodus ordenada por
las autoridades británicas, en septiembre de 1947 un grupo de militantes de dos
organizaciones armadas sionistas -el Irgún y el Lehi (grupo Stern)- colocaron
una potente bomba en el Cuartel General de la Policía de Haifa, que provocó la
muerte de cuatro policías británicos, otros cuatro árabes, una mujer y un niño
y una treintena de heridos. Pero dejemos aquí el libro y la película.
El
futuro estado judío se inspiraba en la arbitraria Declaración de lord Balfour
de 1917, aprobada por el gobierno de Londres, que proponía dividir el
territorio de Palestina en dos estados, uno judío y otro árabe. Los ingleses administraban
de modo provisional un territorio perdido por el imperio otomano, pero dispusieron
de él como si fueran sus legítimos propietarios para cederlo a unos nuevos
ocupantes llegados de Europa, aunque sin pedir opinión a los palestinos, que lo
habitaban desde hacía siglos. En realidad, era el resultado de negociaciones secretas
entre ingleses y franceses para repartirse los despojos del imperio otomano (acuerdo
Sikes-Picot de 1916) y de promesas de independencia no cumplidas, hechas a los
árabes y a los kurdos para contar con su apoyo en la lucha contra los turcos.
Intrigas en parte descritas en las andanzas del militar inglés Thomas E.
Lawrence (Lawrence de Arabia en la película de David Lean).
Fundar
un estado confesional judío en Palestina era meter una brasa en Oriente próximo,
una región sometida a diversas apetencias imperialistas, de cultura árabe y religión
hegemónicamente musulmana -aunque con católicos, ortodoxos y drusos-, donde
personas extranjeras de otra religión y otra raza, blanca de origen europeo en
su mayoría, con otras culturas, lenguas y tradiciones no serían bien recibidas,
sobre todo si aumentaba rápidamente su afluencia y su tendencia a expandirse.
La
fundación de un estado judío en el cercano Oriente tenía el claro propósito
colonial de ocupar el territorio perdido por los turcos con un estado de tipo europeo,
aunque con otra apariencia, basado en la presunta legitimidad aducida por los
judíos de reclamar como propia una tierra que decían haber abandonado en el
siglo primero de la era cristiana, pero que les estaba reservada por una voluntad
inapelable, superior a cualquier pacto político entre seres humanos.
En
1918, el Plan Balfour fue rechazado por los árabes y en 1919 por el Congreso
General Sirio, celebrado en Damasco, además de por colectividades judías de
Europa y América. Entre 1919 y 1928 se celebraron siete congresos palestinos en
los cuales se rechazó de forma reiterada y se reafirmó el deseo de hacer de Palestina
un estado independiente. Pero el flujo migratorio de los judíos hacia Palestina
no cesó y los choques armados se hicieron frecuentes.
Además
de los llegados en el siglo XIX, entre 1919 y 1923 llegaron 35.000 judíos y otros
70.000, la mitad de ellos polacos, entre 1924 y 1928, y se multiplicaron los
atentados. En 1929, un acto del Betar, un grupo armado israelí antecedente del Irgún,
provocó un pogromo (estrago) contra los judíos en Jerusalén y una serie de
enfrentamientos que se saldaron con cerca de 300 muertos.
En
1936, con una huelga general comenzó la gran revuelta árabe, que en los tres
años siguientes provocó 7.000 víctimas. En julio de 1937, una bomba hizo
explosión en el mercado árabe de Haifa matando a 74 personas y dejando heridas
a más de cien.
La
llegada de los nazis al gobierno en Alemania supuso un salto cualitativo, pues,
por un lado, acentuó la huida de judíos hacía otros países, entre ellos
Palestina, cuya población judía, en 1941, sobrepasaba las 110.000 personas. Y,
por otro, contenía un plan extraordinario para resolver la “cuestión judía”,
basado en la depuración étnica y en la conquista del espacio vital necesario
para que la élite de una raza superior -la raza aria- pudiera instaurar, sobre
una amplia región del este europeo, un régimen político totalitario, que habría
de durar mil años.
En
septiembre de 1939 comenzó la II Guerra Mundial, durante la cual el III Reich puso
en marcha, en Alemania y en territorios ocupados por la Wehrmacht, la
“solución final”, un plan genocida para terminar rápida y violentamente con el llamado
“problema judío” y de paso con varios millones de personas que no eran del
agrado del régimen nazi. El “problema judío” era un eufemismo referido a uno de
los obstáculos, a superar con una depuración de seres y razas inferiores, para que
una raza natural de señores pudiera gobernar despóticamente los territorios
conquistados por el poderoso ejército del III Reich.
En
1942, se celebró un congreso judío en el hotel Biltmore de Nueva York, que
aprobó un plan que prefiguró el futuro de la región. El plan no contemplaba la
existencia de dos estados, sino sólo la fundación de un estado judío sobre todo
el territorio de Palestina, proyecto que recibió el apoyo de la facción de Ben
Gurión y de Estados Unidos.
El
ambiente de la segunda postguerra, con el telón de fondo del juicio contra
dirigentes nazis en Nuremberg (1945-1946), acusados de haber provocado, en
retaguardia, es decir, lejos de los frentes de combate, la muerte de unos seis
millones de judíos y de otros cinco de gitanos, polacos, rusos, discapacitados,
homosexuales y enemigos políticos del III Reich, allanó el camino a la causa sionista
al extender la simpatía hacia los supervivientes del Holocausto (Shoá) y
aumentar el número de partidarios de fundar un estado para acogerlos.
En
la ONU, varias comisiones estudiaron la cuestión, que, en síntesis, atendía a
dos salidas, sobre el hecho consumado de respetar la ocupación judía realizada
hasta la fecha: una contemplaba la fundación de dos estados -uno judío y otro
árabe-, con Jerusalén como ciudad compartida bajo un estatuto especial. La otra
proponía fundar un estado único con dos provincias, una árabe y otra judía.
Entre
tanto la violencia no menguaba: en julio de 1946, el Irgún (de Menahem Beguín),
atentó contra los británicos, haciendo estallar una bomba en el Hotel Rey
David, en Jerusalén, provocando casi un centenar de muertos. La actividad
terrorista de tres grupos armados sionistas -el Irgún, el Stern y el Haganá- se
dirigía, sobre todo, contra los palestinos para forzarles a dejar sus tierras
con objeto de acotar un territorio que facilitase el asentamiento de las
sucesivas levas de emigrantes judíos que habrían de poblar el inminente estado
hebreo.
La
división e impotencia de los árabes, el victimismo y la capacidad de influir de
los sionistas, apoyados por el poderoso grupo de presión judío norteamericano, el
desinterés de Gran Bretaña, muy quebrantada por la guerra, y el apoyo de
Estados Unidos y la Unión Soviética, que entonces diseñaban el orden mundial,
inclinaron la balanza en favor de dividir Palestina y fundar, en teoría, dos
estados. El episodio del Exodus, en julio de 1947, tuvo lugar en ese
crispado contexto.
El
29 de noviembre de 1947, la ONU aprobó el Plan de Partición de Palestina
(Resolución 181), por 33 votos a favor (países europeos, EE.UU. y la URSS), 13
en contra (países musulmanes y la India) y 10 abstenciones (entre ellas, China
y Gran Bretaña). La declaración fue bien acogida por el movimiento sionista, ya
que adjudicaba el 57% del suelo al estado de Israel y el 43% restante al
hipotético estado de los palestinos. Con este desequilibrado reparto, los
judíos, que eran menos de la tercera parte de la población, recibían casi dos
terceras partes del territorio, que además eran las zonas más fértiles,
mientras que los palestinos recibían la parte menos productiva, desértica y
montañosa.
La
decisión fue rechazada por los árabes, y aumentaron las acciones violentas. El
9 de abril de 1948, 250 personas de la aldea palestina Deir Yassin fueron
asesinadas y el acto difundido por las milicias sionistas como aviso de la
suerte que esperaba a los palestinos, si no optaban por la evacuación
voluntaria. En respuesta, 77 médicos judíos y otro personal sanitario fueron
asesinados en un hospital de Jerusalén. El ambiente llevaba de modo inexorable hacia
la guerra.
El
14 de mayo de 1948, antes de que expirara el mandato británico sobre la zona,
David Ben Gurión proclamó, de forma unilateral, el estado de Israel, que fue reconocido
por Estados Unidos y la URSS. Con la declaración, comenzó la primera guerra
entre árabes e israelíes, que concluyó en enero de 1949, por intervención de la
ONU, cuando Israel controlaba el 78% del suelo de Palestina. En marzo, en las
primeras elecciones, Ben Gurión fue elegido primer ministro del estado de Israel,
que fue admitido en la ONU el día 10 de mayo. En diciembre, la ONU creaba la
Oficina de Socorro para los Refugiados Palestinos (UNRWA) (que Netanyahu quiere
destruir) y la fundación del hipotético estado palestino se posponía sin fecha.
Durante
la guerra, el ejército israelí, mejor armado, instruido y asesorado, había
destruido casi medio millar de localidades y provocado la expulsión de casi 800.000
palestinos, que buscaron refugio en Gaza, Cisjordania y en los países árabes limítrofes.
Nunca se les permitió volver ni recibir compensación alguna, como recomendaba
la ONU. Fue sólo el principio de una emigración progresiva.
La
fundación del estado de Israel fue para los judíos el final de la diáspora, el
descanso después del éxodo, pero entonces comenzó el éxodo de los que vivían allí,
pues Palestina no era una tierra vacía y baldía, una superficie sin habitantes,
como afirmaba la propaganda sionista -los
judíos son un pueblo sin tierra y Palestina es una tierra sin pueblo-, sino
un territorio habitado desde hacía siglos por antiguos vecinos y ocasionales adversarios
de los israelitas del Antiguo Testamento, entre ellos los palestinos o filistin,
los bíblicos filisteos, cuyos descendientes no eran responsables de la
conquista de Judea por los romanos, la diáspora de los hebreos, la persecución
en Europa, el holocausto y la vesania de los nazis, pero sobre los que recayó
el coste de pagar la elevada factura de perder su tierra, su vida y su
historia, con que los gobiernos europeos quisieron lavar su mala conciencia por
no haber querido parar antes los pies a Adolfo Hitler.
La
fundación del estado de Israel fue para los palestinos el principio de la Nakba
(la catástrofe), una forzada emigración que no ha terminado. Según la UNRWA,
5,9 millones de palestinos viven, en gran mayoría, en difíciles condiciones en
campos de refugiados en Líbano, Jordania, Siria, Egipto, en países del cercano
Oriente o incluso más lejos.
Desde
hace 75 años, las naciones civilizadas, los países democráticos y la ONU tienen
delante un nuevo pueblo sin tierra, un pueblo errante y disperso: lo forman los
palestinos. Lo que plantea un problema urgente, que es buscarles acomodo en
algún lugar o permitirles volver a su tierra en condiciones dignas y fundar su
propio estado unificado, que coexista con el estado de Israel. O condenarlos a
un éxodo perpetuo.
23
de marzo de 2024.
[1] Los aficionados a la historia de la
II Guerra mundial y al cine, recordarán que el “Ajax”, junto con otros dos
cruceros ingleses, el “Ëxeter” y el “Aquiles”, libraron, en el estuario del Río
de la Plata, una batalla contra el crucero alemán “Graff Spee”, sin lograr
hundirlo.
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