domingo, 11 de enero de 2015

( ESCRIBAN COMENTARIOS A ESTE BLOG,....¡¡) Lo que se dice sobre globalización y revolución proletaria mundial,...las ideas del mai en 2.001,...y otros autores, entidades¡¡.

TEXTO DEL MAI, EN 2.001: Queremos entrar y trabajar-debatir, rebatir, en su caso,...estas ideas, asuntos,...pero parece que no tenemos tiempo concreto,...pero en concreto y en general le hemos contestado con antelación en trabajos editados en este blog,... En general criticamos como se da una consigna y no se plantea la táctica y estrategia para llegar a ella,... al objetivo de orquestar, preparar-organizar la revolución proletaria mundial,...PENSAMOS PORQUE EN EL FONDO PROPICIAN EL NACIONAL-COMUNISMO,...termino y concepto nuestro,...que es en realidad un estado de capitalismo e imperialismo obligado, dado la situación de capiimperialismo mundial existente y las relaciones sociales mundiales impericapitalistas existentes,...Más adelante procuraremos explicarnos mejor, y más detalladamente,...


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(Movimiento Anti-Imperialista -MAI- Septiembre 2.001):
FRENTE A LA GLOBALIZACION IMPERIALISTA, LA REVOLUCION PROLETARIA MUNDIAL




LA GLOBALIZACION
Parece obligado, por el modo en como se está planteando en los medios de comunicación, tomar una postura a favor o en contra de ella, pero en realidad se trata de una disyuntiva falaz porque nos invita o nos obliga a posicionarnos sobre una exteriorización que encubre el verdadero fenómeno responsable de la actual degradación del planeta y del crítico futuro que se nos ofrece. La globalización es más bien la consecuencia y no la causa fundamental que debería provocar las reacciones consecuentemente antagónicas. Es sobre la causa, sobre el tipo de sistema que sustenta esta globalización sobre la que hay que tomar partido, que no admite equidistancias posicionales entre apoyarlo o enfrentarse a él para destruirlo.
La caída del Muro de Berlín, y con él de todo el bloque del este, dio lugar a lo que se popularizó como Nuevo Orden Mundial. Este Orden se presentaba como el triunfo definitivo del capitalismo sobre cualquier otra opción de organización de la sociedad. La única alternativa universal que se le había enfrentado con éxito era el comunismo, y, el final del "socialismo real", como "representación" de este, se vendió como su derrota concluyente y, por extensión, también como la imposibilidad de volverá intentarlo de nuevo. Si aceptamos de momento este Nuevo Orden, sin mayores explicaciones, tal como nos lo vendieron en su día, como final de la Historia incluido, entonces, ¿en qué ha cambiado la situación? En realidad cualitativamente en nada a no ser la difusión mediática de un "nuevo" concepto que sin adjetivar es aséptico y neutro por lo que es susceptible de ser aceptado por todos o por una mayoría mucho más amplia frente al rechazo que provoca el concepto de Nuevo Orden. Pero es que además, esta pretendida revolucionarización debida a las nuevas tecnologías de la comunicación, sobre las que se dice asentar el fenómeno de la globalización, no suponen un salto cualitativo en el desarrollo técnico de la humanidad comparable al salto que supusieron en su día la electricidad, el telégrafo o el vapor por poner algún ejemplo, más bien es la continuación de la llamada revolución científico técnica que se inició hace ya algunas décadas.
Básicamente en esto se sustenta la propaganda oficial de la globalización, en el desarrollo y extensión a todo el mundo de la información y la comunicación, o sea de la manipulación y control mediático, lo cual tampoco es novedoso, con lo que pretende encubrir la voracidad con la que los grandes monopolios financieros transnacionales se meriendan las economías del planeta como si de un inmenso juego del monopoly se tratase. El objetivo, que no es nuevo sino intrínseco al sistema, es la ganancia máxima con la mayor brevedad posible y esto ya no lo pueden realizar sólo sobre la base de la producción sino que han desarrollado la especulación hasta niveles jamás alcanzados, pero ni esto es nuevo en esta fase superior del capitalismo en la que estamos, el recurso a la especulación ya se exponía en "El capital" de Carlos Marx. Y es que esta fase superior en la que la humanidad entró hace más de cien años se llama IMPERIALISMO, y es lo que intentan ocultar los capitalistas, porque temen la respuesta de los pueblos y de la clase productora explotada por excelencia, el proletariado. Globalización es, en resumen, "todo el globo para la gran burguesía.

EL NUEVO ORDEN POLITICO Y SOCIAL MUNDIAL
El Nuevo Orden tampoco era cualitativamente superior y superador del orden bipolar anterior, porque no variaba en nada sustancial el objetivo del sistema imperialista mundial. La guerra fría, guerra entre dos grandes bloques capitalistas, terminó con la victoria de uno de ellos como las dos anteriores grandes guerras, y también como en ellas después de la victoria vino la nueva paz que impone al vencido las reglas del vencedor y al que se invita a colaborar desde su posición de debilidad y dependencia. Ejemplos de ello hay muchos: el llamado G8 no es más que el G7+1; en China, es después de que el grupo revisionista, neoburgués y liquidador de las conquistas del socialismo, dirigido por Deng Xiaopin, usurpara el poder en la segunda mitad de los 70 y comenzara a restaurar el capitalismo y a liberalizar su economía siguiendo los dictados del vencedor cuando se solicita y se le consiente la entrada en la OMC, y, por ello, a pesar de fabricar una negativa imagen pública sobre lo que aún conserva de socialismo (nombre del Partido gobernante, Estado...), se le regala internacionalmente los próximos juegos olímpicos.
Con la creación de nuevas instituciones internacionales y la ampliación de otras se trata dé imponer a todo el planeta el orden de los vencedores suprimiendo las barreras nacionales y todo tipo de trabas políticas y económicas que limitaban la expansión de sus capitales.
En la década de los 50 del siglo pasado, la construcción del socialismo fue frenada en la URSS con la usurpación del poder por parte del revisionismo dirigido por Khruschev. Con él empezó la restauración paulatina del capitalismo que terminó con el estallido del sistema al ser imposible sostener por más tiempo unas estructuras de base socialista con una realidad económica capitalista completamente restaurada.
Las conquistas obreras y populares que fueron favorecidas gracias al socialismo han ido retrocediendo paulatinamente, y con la caída del capitalismo de Estado de los regímenes del este se han esfumado buena parte de las esperanzas o más bien ilusiones que la humanidad albergaba aún en la instauración de un mundo verdaderamente justo. Desde entonces el libre mercado se extiende por el mundo. Falsamente porque lo único que se extiende es el monopolio del capital financiero que ahora ve cómo prácticamente todas las barreras políticas y económicas van cayendo para abrir nuevos mercados sobre los que poder seguir realizando beneficios, apropiándose de las fuerzas productivas que les son rentables económicamente y destruyendo las que no les son suficientemente provechosas aunque lo sean socialmente. Los medios de producción estatales del antiguo bloque soviético son ahora sustituidos por capital privado del bloque vencedor al servicio de sus necesidades de mercado. Antiguos países socialistas llevan años entrando en este juego abriéndose al capital de los vencedores, mucho antes que el efecto propagandista de la globalización se pusiera en pie. China ya rompió con el socialismo en la segunda mitad de la década de los 70, el resto de países "socialistas" asiáticos ya mantenían su sistema económico dependiente del capitalismo soviético antes de quedar huérfanos y siguen el camino de China a su manera, "independientemente". Las cifras sobre el estado social, económico y político del mundo con que cualquier medio de comunicación nos informa a diario demuestran cómo de año en año empeoran para la inmensa mayoría de la humanidad todos esos índices, y no desde el fin de la guerra fría sino desde mucho antes.
El fracaso de Kioto ha quedado demostrado en la última cumbre de Bonn donde se firman acuerdos que no hay obligatoriedad de cumplir por parte de nadie, pues si algún país, presumiblemente de entre los más desarrollados, rebasa sus emisiones contaminantes, podrá "descontárselas" de su cuota prevista para el año siguiente y así sucesivamente. Se abre, además, la posibilidad de mercantilizar el clima en forma de cuotas de destrucción. Los países ricos, para mantener su ritmo de producción, podrán comprar la cuota de contaminación asignada a países más pobres que, por su menor crecimiento debido precisamente a ese subdesarrollo, no cubrirán su cuota, pudiendo ser comprada por los países que sí van a consumirla. Aquí se comprueba el embuste descomunal que supone defender la naturaleza sin poner en entredicho al sistema capitalista, como si el daño que se inflige a la naturaleza fuera impredecible e inherente al propio progreso humano y no estuviera sujeto a la falta de control y planificación característico de un sistema cuyo objetivo es única y exclusivamente la obtención de beneficio privado.
Otro ejemplo que demuestra la hipocresía de este sistema lo tenemos en el original método de desviar las inquietudes, de gran parte de la población de los países imperialistas, con respecto a las desigualdades que asolan el mundo. Se trata de la popular solidaridad, encauzada a través de los lucrativos negocios que gestionan las organizaciones gubernamentales llamadas ONG's, que nos devuelve la versión modernizada de la caridad a la que se suma buena parte de la población occidental para luego poder alardear de que se preocupa por el desarrollo de los más desfavorecidos mientras se sigue la tendencia alcista, día tras día, de consumo y despilfarro, agravando precisamente las condiciones de los habitantes de esos países a los que se quiere ayudar.
Y es muy fácil darse cuenta de qué es, qué representa el globalizado Nuevo Orden mundial analizándolo desde el punto de vista de a qué clase beneficia y a qué clase perjudica, que es la única manera objetiva y científica desde la cual partir para esclarecer la situación política a partir del final de la guerra fría. Pero hacerse esta pregunta requiere eliminar de nuestra región occipital el inducido tabú contra el marxismo.
La globalización no está afectando a todos por igual, los pueblos oprimidos se llevan la peor parte, no se benefician en absoluto, como se encargan de demostrar las estadísticas, del actual proceso de acumulación de capital, que revierte casi en su totalidad en las metrópolis imperialistas permitiendo a estas ahuyentar de momento el fantasma de la crisis y la recesión, que cabalga sin parar entre los países del tercer mundo y los derrotados de la guerra fría, consiguiendo así la paz social necesaria para mantener la estabilidad que de otra manera pondría en peligro la sostenibilidad del sistema de explotación que dirigen los Estados de dichas metrópolis.

EL MONOPOLIO DE LA VIOLENCIA POR PARTE DEL ESTADO CAPITALISTA
Los países del mundo, que antes dependían de la intervención de uno de los dos bloques, y se alineaban según los intereses de la clase en el poder, ahora se ven sometidos a las directrices del nuevo mundo unipolar y cuando deciden resistirse, los Estados que pretenden detentar también el monopolio de la violencia, les aplican sin contemplaciones la ley del garrote, como en Yugoslavia, Irak, Palestina, Chechenia... Este papel represivo y de control de la población autóctona y extrafronteriza es al que se está relegando a los Estados antaño del bienestar. El papel que juega el Estado como garante de un pacto entre clases antagónicas, manteniendo el control capitalista, llegó a su máximo desarrollo con los llamados Estados del Bienestar. Estos, se edificaron en la postguerra para frenar el avance del comunismo y alejar del occidente imperialista la amenaza de la revolución social, lo que llevo a la clase dominante a realizar concesiones importantes a las masas populares que salían reforzadas de la experiencia de la IIª guerra mundial. Este nuevo pacto consiguió frenar el empuje revolucionario y establecer una paz social relativa dominada por las organizaciones socialdemócratas y revisionistas. La actual fase de desmontaje de estos Estados tampón, al haber desaparecido las causas que forzaron su instauración, confirma el principio marxista de la necesidad de destruir al Estado burgués para sustituirlo por el control democrático y proletario al servicio de las clases productoras, instaurando un nuevo poder con el objetivo de trabajar para la superación del antagonismo entre las clases y, con él, de la propia existencia de las clases. Mientras tenga las riendas del Estado la burguesía, las concesiones arrancadas en un momento determinado, gracias a una correlación de fuerza favorable a las clases trabajadores, son de nuevo arrebatadas cuando la correlación de fuerza se torna desfavorable.
La verdadera privatización de los ejércitos nacionales, que supone su profesionalización, los separa aún más del pueblo al desaparecer la obligatoriedad del relevo generacional. Las cada vez más numerosas empresas de seguridad se convierten en grupos armados privados al servicio de quien les paga, los poseedores de los medios de producción. Los cuerpos de seguridad del Estado, cuya función es solamente reprimir al servicio de las reglas, leyes y derechos de la clase dominante, carecen de ningún control mínimamente democrático y popular, y ni siquiera parlamentario; reciben una formación parasocial, ideológica y políticamente definida, y se utilizan para reprimir cualquier manifestación de descontento incluso usando la provocación, como se vio en la convocatoria antiglobalización de Barcelona en junio pasado o en la batalla contra el G7+1 de Génova, en donde llegan a propiciar directamente los disturbios para justificar su brutal intervención posterior; participan del entramado mediático contribuyendo a la desinformación y falsificación de noticias y acontecimientos de las luchas sociales, como el fácil recurso a criminalizar cualquier protesta relacionándola con el entorno de ETA por ejemplo o intentando distinguir entre manifestantes pacíficos y violentos. Los fondos reservados, que representan el desvío de fondos públicos para funciones no justificables, se utilizan para mantener engrasadas las cloacas del sistema. Con ellos se paga a los servidores encargados de propagar mentiras y calumnias, se rapta, se tortura, se asesina, y los medios de comunicación, dependientes de los monopolios informativos, se encargan de separar estas actuaciones, cuando se hacen públicas, del resto del sistema, como anécdotas o defectos corregibles.
Detrás de todos ellos está la industria armamentista para que tanto gasto no deje de rendir grandes beneficios. La producción de armamento no sólo no disminuye sino que se ha intensificado desde el fin de la guerra fría, aumentando a su vez, como no, el número de los conflictos armados en todo el mundo. Esto demuestra, una vez más, que la paz, ese concepto que carece de sentido en una sociedad dividida en clases, está muy lejos aún y es imposible sin eliminar los antagonismos que las enfrentan entre sí y dentro de las mismas, lo que se consigue únicamente terminando con ellas.
De las dos formas de capitalismo monopolista enfrentadas en la guerra fría, salió triunfante el de contenido más liberal en lo económico y menos social. En los tipos de sociedad monopolista los Estados están al servicio de estos monopolios, que son dirigidos por la clase dominante. Pero en el triunfante, su papel se ve reducido al control político y represivo de las poblaciones y a taponar las averías financieras que son provocadas por el juego aleatorio que supone el sistema especulativo y por la anarquía de la producción debida al papel rector del mercado.
La democracia es más que nunca burguesa y cada vez manifiesta más abiertamente su esencia dictatorial. El capitalismo es omnipresente y se vende como único sistema viable sobre todo después de la victoria sobre el bloque soviético, omitiendo que la derrota de éste era la derrota del otro gran polo socialimperialista y no la derrota del socialismo, cuya destrucción había empezado 30 años antes desde dentro del propio sistema con la reintroducción del capitalismo bajo la imagen de socialismo.
El capitalismo tiene el control de los monopolios informativos, de los ejércitos, del mercado, de las fuerzas productivas, pretende privatizar incluso el genoma, lo posee casi todo, pero como el grado de explotación tiene siempre un límite, sabe que no cuenta con la capacidad de sublevación y organización de las clases explotadas y por eso sigue temiendo, por eso sigue usando su puño de hierro contra los trabajadores y pueblos oprimidos del planeta, por eso sigue empleando la desinformación ideológica e histórica sobre las experiencias de los pueblos que han luchado y siguen luchan por emanciparse del capital. El capitalismo se ha reforzado respecto al pasado inmediato pero no puede bajar la guardia pues lleva en sus entrañas las contradicciones que le asaltan continuamente en forma de crisis, revueltas y revoluciones y sabe que sólo puede retrasar pero no evitar que estas contradicciones acaben con su sistema explotador. Como dijo Mao, los imperialistas sólo son tigres de papel.
EL IMPERIALISMO
Marx ya apuntó hace más de 150 años la tendencia a la concentración del capital debido a la competencia, esto es, la tendencia al monopolio, y Lenin remarcó que el monopolio es el tránsito del capitalismo a un régimen superior, a un estadio superior de desarrollo, históricamente hablando, del que no se podría retroceder sin la destrucción total de las relaciones actuales debida al caos al que nos puede abocar la anarquía del sistema y la voracidad sin límites que provoca la necesidad de obtención de ganancia a cualquier precio (léase, una guerra nuclear total, un retorno a la barbarie, etc.).
En 1916 Lenin sentenciaba que el mercado libre ya era cosa del pasado. Los monopolios transnacionales van poniendo fin poco a poco, a pesar de ingenuas cuando no hipócritas leyes de defensa de la competencia, a la libertad de comercio. Lo comprobamos diariamente en los acuerdos tácitos de precios de las grandes empresas petrolíferas, por ejemplo. Si bien en teoría el capitalismo es libre concurrencia, también es un hecho que su desarrollo natural marca la tendencia hacia el monopolio, que implicaría, a su vez, la eliminación de la concurrencia. Pero el monopolio no la elimina del todo y así su dominación provoca contradicciones, fricciones que se exteriorizan como una aguda lucha de clases entre la pequeña burguesía y los grandes poderes económico-financieros. Aquí se manifiesta en la lucha del pequeño comercio frente a la gran superficie, por ejemplo; en el tercer mundo en la lucha campesina frente a la imposición del monocultivo desde de las metrópolis.
Así pues, la definición de Lenin sobre el imperialismo sigue siendo aún valida 85 años después:
"Si fuera necesario dar una definición lo más breve posible del imperialismo, debería decirse que el imperialismo es la fase monopolista del capitalismo. Una definición tal comprendería lo principal, pues, por una parte, el capital financiero es el capital bancario de algunos grandes bancos monopolistas fundido con el capital de los grupos monopolistas de industriales y, por otra, el reparto del mundo es el tránsito de la política colonial, que se expande sin obstáculos en las regiones todavía no apropiadas por ninguna potencia capitalista, a la política colonial de dominación monopolista de los territorios del globo, enteramente repartido.Pero las definiciones excesivamente breves, si bien son cómodas, pues resumen lo principal, son, no obstante, insuficientes, ya que es necesario deducir de ellas especialmente rasgos muy esenciales del fenómeno que hay que definir. Por eso, sin olvidar la significación condicional y relativa de todas las definiciones en general, las cuales no pueden nunca abarcar en todos sus aspectos las relaciones del fenómeno en su desarrollo completo, conviene dar una definición del imperialismo que contenga sus cinco rasgos fundamentales siguientes, a saber: 1) la concentración de la producción y del capital llegada hasta un grado tan elevado de desarrollo que ha creado los monopolios, que desempeñan un papel decisivo en la vida económica; 2) la fusión del capital bancario con el industrial y la creación, sobre la base de este «capital financiero», de la oligarquía financiera; 3) la exportación de capital, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere una importancia particular; 4) la formación de asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas, las cuales se reparten el mundo, y 5) la terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes. El imperialismo es el capitalismo en la fase de desarrollo en la cual ha tomado cuerpo la dominación de los monopolios y del capital financiero, ha adquirido una importancia de primer orden la exportación de capital, ha empezado el reparto del mundo por los trusts internacionales y ha terminado el reparto de todo el territorio del mismo entre los países capitalistas más importantes." (El imperialismo, fase superior del capitalismo.)
El capitalismo, pues, hace ya mucho tiempo que está extendido a todo el globo, su dominación en las relaciones de producción es absoluta. Que las empresas sean mineras, agroalimentarias o de telecomunicaciones no cambia un ápice la esencia del sistema. La supremacía de unas pocas grandes empresas en el mundo simplifica esta dominación pues facilita el acuerdo para el reparto. Esto es a lo que se dedican las instituciones internacionales que rigen el actual momento imperialista: el Banco mundial, la OMC, la OTAN, el G7+1, la ONU, todos en su área respectiva de intervención al servicio de las potencias imperialistas donde residen los grandes monopolios internacionales.

EL PELIGRO DE GUERRA MUNDIAL
Ahora bien, los que deducen de esta dominación, aún hoy, después de toda la experiencia histórica del siglo pasado, que el peligro de confrontación de guerra se reduce, que sólo provocan conflictos los que se oponen por una u otra razón a este proceso de globalización vendido como inevitable e imparable, o bien mienten deliberadamente porque defienden tal proceso, o bien no saben lo que se dicen. Unos y otros sólo sirven para crear falsas esperanzas en los pueblos del mundo alargando el sufrimiento y la pauperización de miles de millones de personas, favoreciendo una paz social a mayor beneficio de los explotadores. No tener en cuenta las contradicciones interimperialistas es no tener en cuenta las causas de las dos últimas guerras mundiales (o de las tres si incluimos a la guerra fría o de baja intensidad que dominó gran parte del siglo pasado). Además dichas contradicciones se manifiestan unas veces violentamente otras pacíficamente en forma de guerras comerciales y políticas. Mientras exista la posibilidad de obtener beneficios de la explotación de todos los recursos, humanos y naturales del planeta, habrá acuerdos, habrá paz, pero paz relativa, porque paz social no habrá nunca mientras exista esta explotación. Cuando las crisis endémicas que padece regularmente el sistema provoquen el enfrentamiento por el beneficio, cuando ya no haya para todos, volverá la guerra.

LA RESISTENCIA
Ha quedado claro que es al imperialismo al que hay que plantar cara, contra el que hay que resistir, al que hay que derrotar. La actual globalización imperialista no es inevitable, es el producto de la lucha de clases a escala mundial que se ha saldado con la derrota momentánea del proletariado y de sus aliados. Reactivando la lucha de clases se conseguirá frenar este proceso, ralentizándolo, forzando las contradicciones internas dentro del propio sistema. El sistema capitalista lleva intrínseco en su funcionamiento la agudización de las contradicciones entre clases y el desarrollo desigual entre países que se manifiesta en su forma más acentuada como opresión nacional. Esto provocará el agravamiento de las contradicciones y el aumento de los enfrentamientos. Depende de nosotros, de los éxitos en nuestra actuación, abrir una nueva etapa revolucionaria en el mundo. El papel de las fuerzas conscientes en la resistencia no es atenuar dichas contradicciones sino desarrollarlas. Es la única solución para reactivar el movimiento revolucionario mundial y acelerar el fin del capitalismo.
El alcance que han tenido las movilizaciones antiglobalización es largamente positivo. Demuestra el carácter internacional del sistema y la necesidad internacional de acabar con él. Ha puesto en el primer plano mediático la lucha política contra el capitalismo y las injusticias y desigualdades que provoca. Contribuye a popularizar y reactivar entre las masas la esperanza de un cambio que desde el fracaso del revisionismo soviético no dejaba de disminuir, favoreciendo, así, el rechazo a la ¡dea de que no hay alternativa posible. Desenmascara a los poderosos al mostrar la contundente represión sobre las manifestaciones, en su mayoría real y conscientemente pacíficas, mostrando la limitación creciente de la discrepancia bajo las democracias burguesas. Pero alabando lo positivo del movimiento de resistencia no describimos adecuadamente los componentes que lo caracterizan y nos dejamos fuera otros, fundamentales en cuanto a su verdadera tendencia transformadora y de cambio, de los que aún escasea.
Lejos de ser una virtud, la gran fragmentación del denominado Movimiento de Resistencia Global, que está compuesto por una abigarrada cantidad de colectivos unidos por un superficial anticapitalismo que en la práctica denuncia aspectos demasiado concretos con la voluntad ingenua de buscar "humanizar" el sistema (queriendo entender por "humanizar" la búsqueda de un mundo más justo, ni siquiera justo del todo porque se presupone imposible terminar con características del actual comportamiento humano que desde un punto de vista idealista son consustanciales a la propia persona y no un reflejo de las relaciones materiales de cada individuo con su entorno y con el resto de los de su especie. Humanos somos todos los que pertenecemos a la especie humana, y el egoísmo, la violencia, etc.. son expresiones individuales y colectivas empleadas como reacción a unas determinadas relaciones establecidas entre nosotros, con lo cual es no querer decir nada "humanizar" un sistema humano basado en la desigualdad. Hay que cambiar de sistema aunque eso no contente a todo el mundo), representa un lastre que lo debilita en la medida en que no consigue superar esta fase para abordar la crítica de fondo desde una posición radical, yendo a la raíz del propio sistema, proponiendo alternativas globales que socaven la propiedad privada de los medios de producción, la competencia y el mercado. El movimiento no expresa una opción verdaderamente alternativa de sociedad, pues las que mayoritariamente se proponen son parciales y al no cuestionar la base económica y política del sistema son irrealizables en la actual situación de derrota del movimiento popular y revolucionario de transformación social, pues el poder capitalista no tiene ninguna necesidad de ceder ante la nada, a diferencia del periodo en que la revolución socialista y de liberación nacional de los pueblos oprimidos se extendía por el planeta.
Las diferentes alternativas propuestas van desde aspectos más generales que obligarían al sistema a cambiar ciertos aspectos de su funcionamiento global, frenando así la tendencia natural a la concentración y al monopolio, pero nunca deteniendo el proceso ni invirtiéndolo, hasta propuestas de mayor equidad entre las relaciones comerciales (mercantiles, capitalistas) entre clases, entre países.
El Foro Social Mundial, realizado a principios de año en Porto Alegre (Brasil), reunió a organizaciones antiglobalización de todo el mundo, desde ONG's a partidos parlamentarios de izquierda. En él se recogieron las demandas que el movimiento intenta hacer llegar a los que detentan el poder político y económico del mundo. Estas son principalmente las siguientes: anular la deuda externa, que es una reivindicación histórica recogida una vez más en las actuales luchas, cerrar los paraísos fiscales, introducir tasas impositivas a las transacciones financieras especulativas, proponer un comercio justo entre los países de economías dependientes y las metrópolis imperialistas, realizar una reforma agraria que asiente las relaciones democráticas en el campo, suprimir los organismos internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización mundial de Comercio que marcan las directrices económicas y políticas de las países, o en su defecto subordinar sus actuaciones a los intereses de las políticas nacionales, sustraer a la lógica del mercado la educación, la cultura y los medios de comunicación, buscar el desarrollo económico sostenible que concilie progreso y mantenimiento de los recursos naturales y del medio ambiente, controlar el comercio de armas, extender a las personas el derecho a la libre circulación del que ya disponen los capitales y las mercancías, exigencia de una verdadera libertad de expresión y de manifestación y denuncia de la injerencia extranjera en los países dependientes. En una palabra, "humanizar el capitalismo", o lo que es lo mismo reforzar el sistema al propiciar el engaño y el desanimo entre los pueblos explotados del planeta al no abordar las causas de la actual situación imperialista y facilitar la respuesta parcial y reaccionaria del sistema a todas y cada una de estas propuestas. No hay ni una de estas propuestas que no sea realmente efectiva sin socavar el poder del capital que decide sobre ellas.
Estas propuestas, difundidas como alternativas específicas y viables, que no provienen de un plan de sustitución del régimen económico social dominante, sino de la resistencia inmediata a problemas materiales y de conciencia (esta última afecta mayoritariamente a la parte de la población occidental que se beneficia en diferentes medidas de la misma globalización) pueden servir, si no se incorporan a una perspectiva más elevada, de parapeto al propio sistema frente a la contestación de las masas explotadas del mundo. Sin embargo, podemos volver a dotar al movimiento de la perspectiva verdaderamente revolucionaria, transformadora, que la humanidad ya ha alcanzado con la experiencia teórica y práctica de la derrota del capitalismo y de la construcción del socialismo en varios países. Hay que aprender de toda esta experiencia para enriquecer el movimiento; de lo contrario, las limitaciones del mismo impedirán su utilidad, contribuyendo a retrasar la capacidad de comprensión, organización y lucha de las masas explotadas. Si cumplimos esta tarea, convertiremos esas propuestas en eslabones de un plan, a más largo plazo, de sustitución del actual sistema por el único que puede reemplazarlo, el comunismo.
La petición de gravar con una tasa (la tasa Tobin) a las transacciones especulativas como preconiza la organización socialdemócrata ATTAC, y a la que se han sumado muchos otros grupos, no es novedosa ni mucho menos efectiva. Desde un punto de vista diferente, para desarrollar aún más el imperialismo especulativo e intentar controlar las crisis que se desatan cada vez con menos intervalos de recuperación, el magnate de la especulación George Soros también preconiza su establecimiento. Aunque los capitalistas aceptaran este impuesto, cosa que no piensan hacer porque no ven la necesidad al no haber nadie que se la imponga, y que consiste en dejar de disponer de una parte de sus beneficios, que, además, seguramente gestionarían sus Estados, no evitaría la existencia de la especulación y de su desarrollo al no ser una medida que ataque la raíz del sistema y, probablemente fomentaría aún más la concentración de capitales.
Otras medidas como son el llamado "comercio justo", que no suprime las leyes del mercado y que siempre está basado en las necesidades de consumo del occidente capitalista, hace imposible esa pretendida justeza, o el intercambio en forma de trueque que tampoco lo elimina y supone volver a un sueño medieval es inaplicable a un mundo donde las fuerzas productivas y los medios de producción son de carácter social y de extensión internacional. En pocas palabras, ya no existen islas donde refugiarse ni bosques en los que perderse. El grado histórico alcanzado por el desarrollo de la economía mundial y la organización social y política asociada a ella requiere un salto cualitativo de carácter consciente del que la humanidad ya dispone los parámetros y las bases iniciales fundamentales. La necesidad de este salto cualitativo ya se hizo práctica concreta, ya entró en contacto con la realidad en el siglo XIX, y enriqueció y demostró su vitalidad y posibilidades en el XX. Toda esta experiencia histórica la condensa el marxismo-leninismo, ideológica, política y organizativamente.
Así pues, para fortalecer el movimiento antiglobalización hay que elevar cualitativamente el objetivo. Aún pesa y pesará durante algún tiempo la derrota del movimiento obrero y popular con la restauración del capitalismo en la URSS y la posterior desintegración del sistema soviético, pero hasta donde avanzó la transformación social demostró que la justicia puede llegar a la mayoría y ser controlada y dirigida por la organización de las masas trabajadoras a través de los organismos adecuados a los objetivos de transformación y superación del sistema capitalista derrotado. Hay que aprender de los errores cometidos para superarlos y afianzar los procesos de cambio para conjurar la posibilidad de la restauración de las relaciones económicas y políticas burguesas. Hoy no partimos de cero, siempre que recojamos el testigo donde lo dejaron nuestros antepasados y respondamos a los desafíos que la lucha de clases y la consolidación de una nueva sociedad nos impone.

LA ÚNICA ALTERNATIVA: EL COMUNISMO
"Las contradicciones objetivas del capitalismo, en su desarrollo, apuntan a su solución que no puede ser otra sino reconocer efectivamente el carácter social de las fuerzas productivas y, por consecuencia, poner la forma de producción, de apropiación y de cambio en armonía con el carácter social de aquellas. Para ello, la sociedad entera debe tomar posesión de esas fuerzas productivas cuya dirección ostenta hoy la burguesía." (Manual de Introducción al marxismo-leninismo)
La única elección correcta para transformar la sociedad, para tomar posesión de las fuerzas productivas, en todo el mundo, es luchar por la sociedad comunista. Para terminar con la plaga que supone para la humanidad el capitalismo la única elección es bregar desde ahora mismo por una sociedad que supere la división en clases, la destrucción de recursos y las injusticias sobre los que este sistema se sustenta. Y esta lucha por la construcción de esta nueva sociedad no sólo es necesaria sino que es posible. La historia revolucionaria del siglo XX demuestra que es posible derrotar en un primer momento al capitalismo; demuestra que es posible mantener el poder proletario durante décadas; pero también nos muestra todos las obstáculos, impedimentos, frenos y rémoras que se interponen en el proceso, lo cual nos permite abordar su resolución tanto dentro del sistema socialista en construcción como en las revoluciones pendientes en el resto de países.
El capitalismo ha socializado la producción y ha extendido ésta a todo el planeta, ha hecho, en su fase imperialista, que la revolución a realizar para acabar con él sea mundial (aunque deba de empezar, consolidarse y desarrollarse en cada país autónomamente) porque ha transformado al proletariado en internacional al internacionalizar el comercio y la producción. La desigualdad en el desarrollo, característico del capitalismo, hace que las crisis, consustanciales al sistema, atraviesen con distinta intensidad todo el globo, en una cadena de grados de desarrollo y de control del proceso de explotación. Pero esto no significa que haya que esperar al resto del mundo y alcanzar un desarrollo homogéneo antes de embarcarse en un proceso revolucionario, pues el capitalismo nunca supera las desigualdades sino que se alimenta precisamente del procedimiento contrario, acentuándolas. Es por esto por lo que la teoría leninista del eslabón más débil es válida aún y a cada momento se justifica más. Stalin lo explicaba así en su libro "Fundamentos del leninismo":
"Antes, el análisis de las premisas de la revolución proletaria solía abordarse desde el punto de vista del estado económico de tal o cual país. Ahora, este modo de abordar el problema ya no basta. Ahora hay que abordarlo desde el punto de vista del estado económico de todos o de la mayoría de los países, desde el punto de vista del estado de la economía mundial, porque los distintos países y las distintas economías nacionales han dejado ya de ser unidades autónomas y se han convertido en eslabones de una misma cadena, que se llama economía mundial; porque el viejo capitalismo «civilizado» se ha transformado en imperialismo, y el imperialismo es un sistema mundial de esclavización financiera y de opresión colonial de la inmensa mayoría de la población del Globo por un puñado de países «adelantados».
Antes solía hablarse de la existencia o de la ausencia de condiciones objetivas para la revolución proletaria en los distintos países o, más exactamente, en tal o cual país desarrollado. Ahora, este punto de vista ya no basta. Ahora hay que hablar de la existencia de condiciones objetivas para la revolución en todo el sistema de la economía imperialista mundial, considerado como una sola entidad; y la presencia, dentro de este sistema, de algunos países con un desarrollo industrial insuficiente no puede representar un obstáculo insuperable para la revolución, si el sistema en su conjunto o, mejor dicho, puesto que el sistema en su conjunto está ya maduro para la revolución.Antes solía hablarse de la revolución proletaria en tal o cual país desarrollado como de una magnitud particular y autónoma, que se contraponía, como a su antípoda, al respectivo frente nacional del capital. Ahora, este punto de vista ya no basta. Ahora hay que hablar de la revolución proletaria mundial, pues los distintos frentes nacionales del capital se han convertido en otros tantos eslabones de una misma cadena, que se llama frente mundial del imperialismo y ala cual hay que contraponer el frente general del movimiento revolucionario de todos los países.
Antes se concebía la revolución proletaria como resultado exclusivo del desarrollo interior del país en cuestión. Ahora, este punto de vista ya no basta. Ahora, la revolución proletaria debe concebirse, ante todo, como resultado del desarrollo de las contradicciones dentro del sistema mundial del imperialismo, como resultado de la ruptura de la cadena del frente mundial imperialista en tal o cual país.¿Dónde empezará la revolución?, ¿dónde podrá romperse, en primer lugar, el frente del capital?, ¿en qué país?Allí donde la industria esté más desarrollada, donde el proletariado forme la mayoría, donde haya más cultura, donde haya más democracia, solían contestar antes.No, objeta la teoría leninista de la revolución, no es obligatorio que sea allí donde la industria esté más desarrollada, etc. El frente del capital se romperá allí donde la cadena del imperialismo sea más débil, pues la revolución proletaria es resultado de la ruptura de la cadena del frente mundial imperialista por su punto más débil; y bien puede ocurrir que el país que haya empezado la revolución, el país que haya roto el frente del capital, esté menos desarrollado en el sentido capitalista que otros países, los cuales, pese a su mayor desarrollo, todavía permanezcan dentro del marco del capitalismo."
Que el sistema imperialista mundial esté maduro para la revolución, que, como resumía Lenin, desde el punto de vista del análisis de las condiciones objetivas, el imperialismo sea el preludio de la revolución socialista, no significa que nos encontremos a las puertas del comunismo, ni mucho menos, pero sí que estamos en condiciones de iniciar el proceso revolucionario. No pueden superarse todas las injusticias y desigualdades lanzadas durante siglos de un plumazo, como se ha encargado de demostrar la historia reciente de los procesos de construcción del socialismo. Para transformar la sociedad es necesario el componente subjetivo, es necesario el ser revolucionario y las masas revolucionarias organizadas, pero aún carecemos de esta organización. Para levantarla es por lo que debemos de trabajar en estos momentos. Lo que sí existe, la premisa que sí se cumple, es la realidad que engloba las condiciones objetivas necesarias para poder iniciar la revolución.

EL OBJETIVO INMEDIATO: INICIAR LA REVOLUCIÓN PROLETARIA MUNDIAL
El proletariado es la única clase con una unidad internacional desde el punto de vista de su papel en relación con los medios de producción que puede hacer frente y sustituir a la clase burguesa, y no como nueva clase explotadora como venía ocurriendo hasta ahora, sino como clase superadora de las contradicciones entre las clases. Esta unidad material objetiva que ha forjado el capitalismo en su fase imperialista por su propio y lógico desarrollo es la única base sobre la que sustentar un cambio real y radical (de raíz) de las relaciones entre los seres humanos.
"Mucho antes que yo, los historiadores burgueses habían descrito el desarrollo histórico de esta lucha de clases, y los economistas burgueses la anatomía económica de las clases. Lo nuevo que aporté fue demostrar: 1) que la existencia de las clases está vinculada a fases particulares, históricas, del desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce necesariamente a la Dictadura del Proletariado; 3) que esta misma dictadura sólo constituye la transición de la abolición de todas las clases y a una sociedad sin clases". (Carta de Marx a Weydemeyer, 5 de marzo de 1852)
La tarea primordial actual es luchar por la realización de la Revolución Proletaria Mundial (RPM). Este es el objetivo estratégico. El propósito de ésta es la toma del poder expulsando de él a la burguesía, destruir su Estado y sustituirlo por uno nuevo al servicio del proletariado y de su objetivo, la sociedad sin clases. Este nuevo Estado sólo puede ser la Dictadura del Proletariado. Un Estado que ejercerá la fuerza sobre las clases explotadoras, todo lo contrario del Estado burgués que ejerce esa fuerza sobre las clases trabajadoras. Y esta fuerza se ejercerá para transformar las relaciones de producción y acabar con la división en clases antagónicas, hasta conseguir su extinción y, asimismo, la del propio Estado.
También en los países imperialistas como el nuestro, la RPM pasa por la necesidad de refundar nuevos partidos comunistas sobre bases organizativas adecuadas para cumplir las tareas de dirigente político de vanguardia, con la asunción cabal de la ideología revolucionaria del proletariado, el marxismo-leninismo. Ésta es el objetivo principal, pues sin la organización de clase revolucionaria no se darán pasos hacia la toma del poder, y sin tomar el poder no hay transformación social. Es una enseñanza de la historia de la revolución. Por ello debemos sumarnos a la corriente que internacionalmente lucha por reconstituir organizaciones proletarias adecuadas para los cometidos inmediatos, asaltar el poder y levantar la Dictadura del Proletariado para consolidar y culminar la revolución socialista.
La participación en las luchas antiglobalización debe hacerse en función de estas tareas necesarias para cumplir los requisitos imprescindibles para la revolución. Debemos esforzarnos por elevar, en los grupos y movimientos de resistencia, el nivel ideológico, político y organizativo para conseguir que asuman la necesidad de una transformación radical del sistema y cuya alternativa sea global al mismo, lo que pasa inevitablemente por la lucha por el comunismo, pues es la única opción social universalista que no deja en pie nada del podrido sistema dominante actual. Hay que conseguir la unidad de criterios en la vertiente positiva del movimiento que es la de la alternativa que se quiere oponer a la coacción capitalista. En la vertiente negativa, de negación de la globalización, la mayoría de los resistentes coincide. No conseguir que el movimiento antiglobalización se decante por la revolución socialista significará con toda probabilidad un obstáculo en su camino, un lastre que desviará gran parte de los esfuerzos anticapitalistas de las masas explotadas y mantendrá su separación respecto al resto de grupos y movimientos que en el mundo ya han optado por la vía revolucionaria.
Entre los métodos de lucha del movimiento, hay un sector que se inclina por la acción directa en cada manifestación. La tarea verdaderamente revolucionaria es preparar a las masas para la violencia, no sólo porque las fuerzas represivas la emplean contra las movilizaciones actuales, sino, sobre todo, porque la lucha violenta se incrementará y se hará cada vez más necesaria en la medida que el movimiento adquiera una perspectiva cada vez más antagónica y transformadora y eso provoque una reacción, a su vez, más contundente del poder burgués. Hay que educar a las masas en la necesidad de utilizar la fuerza para transformar la sociedad. La revolución es un acto de imposición, o sea, violento, y es lógico que sea así porque la burguesía, que pretende disfrutar del monopolio de la violencia para garantizar su dominio de clase, no está dispuesta a abandonar este control sobre las masas que explota. Hay que desterrar, pues, las teorías pacifistas, por entreguistas y liquidadoras, asumidas todavía por la mayoría del movimiento. El objetivo no es mantener el pulso en la calle e intentar dominarla, cuando no existen condiciones para ello y lo único que se consigue es fortalecer los cuerpos y métodos represivos. La violencia que emplean los cuerpos de seguridad del Estado capitalista contra el actual movimiento antiglobalización debe de servir para enseñar que la vertiente militar debe de considerarse en la lucha contra el sistema. Hay que cuidar el estado de ánimo de las masas, su grado de compromiso, y dirigirlas sin desmarcarse de ellas para elevarlas a la comprensión de las tareas que deben realizar en el momento actual y que hemos descrito sucintamente más arriba. El vínculo entre la vanguardia dirigente y las masas combatientes no debe perderse nunca so pena de aislar al movimiento y favorecer así su destrucción. El combate es estéril cuando crea mártires que, aunque no son deseados en ningún momento porque eso supone la desaparición de un luchador, de un compañero, tampoco sirven para enseñar al resto del movimiento a tomar conciencia de la preparación necesaria. En la situación actual, a la vez que puede aumentar el grado de rabia y compromiso de una minoría consciente, también puede retrasar la incorporación a la lucha de la mayoría de las masas explotadas, que aún no se han puesto en marcha por no estar en condiciones de comprender la necesidad de la violencia y de las consecuencias que de ella se derivan. Exigir el derecho a la libre expresión pública, sin coacciones por parte de los poderes institucionales al servicio del capital, debe usarse para enseñar a las masas esa relación de dependencia entre las instituciones públicas y quienes las controlan verdaderamente haciendo un uso partidista, clasista de ese y otros derechos.
Tenemos que partir de lo más avanzado, no sólo ideológicamente sino también en la práctica, de la lucha por la emancipación de la humanidad de la división social en clases explotadoras y explotadas que la historia ha visto nacer desde Espartaco cuanto menos hasta hoy día. Asumir esto implica partir del proceso revolucionario inaugurado con la revolución de octubre de 1917 y proseguir en el camino de desarrollar, cada uno desde su lugar de lucha, la revolución proletaria en el mundo entero. A este respecto hay que señalar el interés que se opone propagar procesos revolucionarios de carácter marxista como son los de Perú, Nepal, India, Filipinas, etc.. que son claras manifestaciones de los pueblos oprimidos, organizados en partidos comunistas marxistas-leninistas, contra la actual globalización y sobre todo contra el capitalismo imperialista dominante en el mundo. Por mucho que se niegue esta evidencia, por mucho que el movimiento antiglobalización se intente circunscribir al occidente explotador o cuanto más a movimientos humanistas tercermundistas, no se podrá frenar la corriente más moderna y efectiva de lucha contra el sistema que representa la revolución proletaria mundial de carácter marxista.
Un correcto comportamiento de lucha contra la globalización capitalista pasa, inevitablemente, entre otras importantes actuaciones por defender, extender y popularizar estas revoluciones del tercer mundo, que representan el resquebrajamiento del statu quo del sistema imperialista global por las zonas más débilmente controladas por el sistema, a la vez que se aplica un programa de refundación de organizaciones de clase, de incremento de la lucha y de propagación entre la población de la necesidad de sumarse a este proceso como el único capaz de acabar de una vez para siempre con la explotación del hombre por el hombre y construir una nueva sociedad que nos haga abandonar la prehistoria de la humanidad.
Pasaremos así, de una vez por todas, a una etapa superior donde "el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos" {El Manifiesto del Partido Comunista, C. Marx y F. Engels), a diferencia de la sociedad actual que, no sólo se desarrolla sin que progrese la masa de la población, sino que lo hace a costa de esta gran mayoría, empeorando sus ya precarias condiciones de existencia.


Movimiento Anti-ImperialistaSeptiembre 2.001

EN 2.014, EN EL BLOG REVOLUCION O BARBARIE, AFIN AL MAI,...Y PARCE QUE CREADO POR PCREE, SE DITA ESTAS IDEAS:

El marxismo-leninismo y la dictadura del proletariado

Este breve documento ha sido preparado por nuestro colectivo para contribuir, en la medida de nuestras posibilidades, al esclarecimiento ideológico en el seno de la vanguardia teórica de nuestra clase. Esta lucha ideológica entre la línea proletaria y la línea burguesa se produce en un contexto de crecimiento cualitativo y cuantitativo de la Línea de Reconstitución en el Estado español. Como todos los textos que elaboramos desde Revolución o Barbarie, el artículo El marxismo-leninismo y la dictadura del proletariado está directamente vinculado con las necesidades y las problemáticas del movimiento por la reconstitución ideológica y política del comunismo. En este caso, de una forma sencilla y concisa nos dedicamos a analizar la cuestión de la dictadura del proletariado, del socialismo, desde el punto de vista del marxismo-leninismo; una cuestión que ha sido tradicionalmente distorsionada por el oportunismo y que, además, consideramos que aún no ha sido comprendida en toda su profundidad dialéctica por la mayoría de la vanguardia.
Hemos organizado los contenidos de este documento en cuatro epígrafes. El primero de ellos se centra en el análisis dialéctico de la dictadura del proletariado, del socialismo, paralelamente a la crítica revolucionaria de los postulados del revisionismo sobre la necesidad y la naturaleza histórica y política de la dictadura proletaria, indagando también de forma introductoria en la concepción espontaneísta, evolucionista y mecanicista delmarxismo revisionista en torno a la lucha por el comunismo. En segundo lugar, estudiamos desde la perspectiva de Marx, Engels y Lenin la naturaleza de la dictadura del proletariado, introduciendo algunos elementos críticos en base al Balance del Ciclo de Octubre (1) y a la lucha entre dos líneas en pos de la superación de las limitaciones teóricas, en relación con el socialismo, de las grandes figuras ideológicas del proletariado revolucionario. El tercer epígrafe, por su parte, focaliza la atención sobre los errores y limitaciones de índole ideológica por parte de la dirección soviética (y concretamente de Stalin), en torno a la construcción del socialismo, demostrando en dicho epígrafe cómo la dirección bolchevique fue incapaz de superar los elementos evolucionistas y mecanicistas, heredados del kautskismo de la II Internacional (con los cuales jamás rompió de forma completa el movimiento comunista internacional); elementos presentes en su visión sobre las clases sociales en el periodo de transición entre el capitalismo y el comunismo. Para finalizar, sintetizamos todo lo planteado en los tres epígrafes y conectamos las enseñanzas fundamentales sobre la cuestión de la dictadura del proletariado, del Nuevo Poder, con el proyecto de reconstitución del Partido Comunista del Estado español y del movimiento comunista internacional.
Dictadura del proletariado, ¿por qué?
Mientras exista una base clasista, la dictadura del proletariado será indispensable para profundizar las tendencias revolucionarias del proletariado, la lucha por implantar el comunismo a escala planetaria. Pero, al contrario de lo que defiende el revisionismo, la noción de la dictadura proletaria va mucho más allá del episodio de la “toma del poder” (que es a lo que el oportunismo reduce, a tenor de su visión espontaneísta-insurreccionalista, el proceso revolucionario). Es inseparable de la cuestión de la construcción, detentación, extensión y profundización del Nuevo Poder, uno de los tres instrumentos revolucionarios junto con el Partido Comunista y el Ejército Rojo.
Si, siguiendo a Lenin, la dictadura es el poder absoluto, por encima de toda ley, de la burguesía o bien del proletariado (2), el Nuevo Poder, el poder revolucionario de las masas proletarias guiadas por su Partido, es un poder absoluto de nuevo tipo que pretende la confrontación con el poder de la burguesía hasta la liquidación revolucionaria de esta clase, hecho que en realidad se prolonga hasta la fase superior del comunismo.
Hay una cuestión muy relacionada con el poder, que es el derecho. Pues bien, hemos de precisar que este no es nunca el fundamento de un determinado poder históricamente constituido, sino que tal fundamento es la correlación de fuerzas entre clases. Lo único que hacen el derecho y las leyes es sancionar las relaciones —fundamentalmente violentas— entre las clases. Por un lado, ningún dominio clasista puede ser mantenido sin la institucionalización de la represión contra la/s clase/s enemiga/s. Por otro lado, ninguna clase dominante puede mantener su dominación solo sobre dicha represión.
Sobre el Estado imperialista, hay que advertir que no es solamente el producto del antagonismo de clases (que también); es, además y sobre todo, la máxima expresión orgánica de los intereses de la burguesía, el conjunto de aparatos organizados permanentemente para tratar de conjurar por todos los medios el peligro de la Revolución proletaria (3). Un elemento más avanzado del Estado burgués en relación con los Estados feudal o esclavista tiene que ver con el hecho de que el primero integra y fusiona mucho mejor y de forma más plena las funciones de organización de la clase dominante y del conjunto de las clases sociales que el resto de formas estatales.
Por otra parte, el movimiento comunista, a la hora de encarar el problema de la dictadura, no puede atenerse a la diferenciación abstracta de las “mayorías” y las “minorías”, pues, como estableció Lenin, ese esquematismo es propio de liberales y demócratas burgueses. Como siempre, el criterio debe ser el de distinguir entre clases con intereses enfrentados, con antagonismos —valga la redundancia— irreconciliables.
Para comprender bien la problemática de la dictadura del proletariado, del socialismo o del Nuevo Poder, y su relación con el mecanicismo y el espontaneísmo del marxismorevisionista, lo primero que cabe recordar es que el comunismo revolucionario debe estar siempre claramente en contra de todo planteamiento evolucionista y en favor de la dialéctica revolucionaria, elemento este último antagónico a la visión tradeunionista del marxismo. Dicho lo cual, tengamos en cuenta que la caricaturización mecanicista del marxismo en la cuestión que tratamos se manifiesta, básicamente, en la separación rígida y antidialéctica del Estado y de las relaciones de producción; es decir, en la dependencia mecanicista de lo político-ideológico con respecto a la infraestructura económica. En el fondo, esto implica supeditar el comunismo a las categorías abstractas de la política burguesa, la teoría revolucionaria a la cosmovisión capitalista.
Marx, Engels, Lenin y la significación histórica de la dictadura del proletariado
“El problema de la dictadura del proletariado es el fundamental del movimiento obrero contemporáneo… Sin preparar la dictadura, no es posible ser revolucionario en la práctica” (Lenin, Contribución a la historia del problema de la dictadura [1920]).
Marx (4), al descubrir la necesidad histórica de la dictadura del proletariado, no se refirió al socialismo como etapa o fase entendida de manera mecánica, sino al proceso cuyo sendero termina, desde el seno mismo de la lucha de clases durante el periodo de transición, en el comunismo, en la sociedad sin clases, sin opresión de unos seres sobre otros.
Para Lenin, son tres las proposiciones más importantes sobre el poder político.
En primer lugar, la idea del poder estatal, que es siempre el poder político de una clase social dominante (5), de modo que la democracia es inseparable de la dictadura, y viceversa: la democracia burguesa es una dictadura de clase contra el proletariado, así como la democracia proletaria es una dictadura de clase contra la burguesía (6).
En segundo lugar, la tesis del aparato estatal: el poder político de la clase dominante no puede ser históricamente tal sin disponer de una serie de aparatos estatales: represivos (ejército, policía, burocracia permanente, subaparato judicial, etc.), ideológicos (sistema de enseñanza, medios de comunicación de masas, subaparato religioso o sindical) y económicos (organismos que se encargan de planificar y gestionar la política económica capitalista). Lógicamente, no hay que establecer una diferenciación rígida entre estas tres clases de aparatos, pues hay una intersección (es decir, hay un conjunto de elementos que son comunes a varios conjuntos) de factores entre los tres aparatos; o, dicho de otra forma, en el aparato represivo se manifiestan indudablemente elementos del ideológico y el económico; en el ideológico se manifiestan elementos del represivo y el ideológico, etc., etc.
Este punto de los aparatos estatales es de vital importancia comprenderlo, tanto para estudiar la compleja naturaleza del Estado capitalista de la fase imperialista como para derrocarlo y sustituirlo por el Estado-comuna. Nunca hemos de cansarnos de repetir una gran verdad histórica: la Revolución socialista es irrealizable sin la destrucción del aparato estatal burgués. No hay “varias teorías” o “vías” para construir la dictadura proletaria, sino solamente la concepción revolucionaria, marxista-leninista.
Llegados a este punto, entendemos que es necesario realizar una crítica a lo que consideramos como limitaciones de las tesis de Lenin con respecto al análisis del Estado y sus aparatos. Creemos que en el conjunto de la obra del revolucionario ruso, muy especialmente en el gran opúsculo El Estado y la revolución, se infravalora la importancia del aparato ideológico como dispositivo de dominación de la burguesía. Es innegable que, en última instancia, el Estado burgués es un grupo de personas armadas para el sostenimiento del capitalismo, pero sobredimensionar este elemento, obviando la relevancia del aparato ideológico como conformador y difusor de ideas dominantes que tienden a perpetuar el modo de producción burgués hasta que el movimiento proletario revolucionario le ponga fin, es un error del que creemos que el movimiento comunista en general, y Lenin en particular, no se ha librado ni se libra en la actualidad.
En tercer y último lugar, Lenin rescató la tesis marxiana, presente con nitidez en la Crítica al programa de Gotha de Marx, según la cual el socialismo no es otra cosa que la dictadura del proletariado. Por tanto, la dictadura proletaria no es una forma de transición o vía de paso al socialismo, sino que es el propio socialismo que pugna por profundizarse y llevar a la sociedad humana mundial al comunismo. En consecuencia, solamente hay un objetivo final: el comunismo. Existe dictadura del proletariado solo cuando se construye el socialismo desde el punto de vista del comunismo; o, lo que es lo mismo, la realización efectiva de la dictadura proletaria solo es posible desde el punto de vista del comunismo, desde la práctica tendente a conformar la sociedad sin clases (7).
Para Marx, Engels y Lenin la cuestión esencial era: ¿qué clase detenta el poder? Esta es la pregunta determinante sobre la cual debe girar siempre toda la estrategia del proletariado revolucionario, incluso cuando, ya constituido el Partido Comunista y con la indispensable independencia ideológico-política, sea necesario trabar alianzas con capas o clases no proletarias.
Es falso que lo fundamental de la teoría marxista tenga que ver con la lucha de clases, puesto que, como argumentó Lenin, marxista “solo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado”. Para el dirigente bolchevique, la esencia oportunista reside en la cuestión del aparato de Estado (8), en la interpretación de la “‘conquista’ [del poder] como una simple adquisición de la mayoría”. Por tanto, contrariamente a lo que se cree entre gran parte del movimiento autodenominado comunista, el revisionismo no se traduce en el hecho de ignorar o repudiar la conquista del poder estatal, sino en la carencia de la estrategia revolucionaria para la construcción del poder proletario, de los tres instrumentos revolucionarios (Partido, Ejército y Frente/Nuevo Poder). El oportunismo más derechista (el reformismo recalcitrante [9]) llega incluso a tildar de tesis “anarquista” o “izquierdista” la necesidad histórica de destruir el aparato de Estado capitalista.
Con respecto al Nuevo Poder y las tesis defendidas por Lenin, lo primero que hay que tomar en consideración es que en el dirigente revolucionario hubo, a nivel ideológico, una clara pugna entre lo viejo y lo nuevo, entre la vieja concepción masista-propagandista del revisionismo (es decir, aquella que postula que las grandes masas explotadas pueden ser ganadas para la Revolución socialista mediante la acción sindical y parlamentaria) y la concepción revolucionaria de las masas, según la cual están solo adquieren conciencia revolucionaria gracias a la instrumentación de órganos revolucionarios en los que dichas masas puedan participar y construir el poder revolucionario. Así, por un lado, Lenin defendió que
“La dictadura del proletariado es la forma más decisiva y revolucionaria de la lucha de clase del proletariado contra la burguesía. Sólo puede tener éxito cuando en la vanguardia más revolucionaria del proletariado es respaldada por la aplastante mayoría del proletariado” (Tesis para el II Congreso de la Internacional Comunista, en Obras Completas, Akal, Madrid, 1978, t. XXXIII, p. 313),
junto a aseveraciones como esta:
“El abismo de la miseria humana y de la ignorancia es insondable. Todo sector que se yergue deja detrás suyo otro que apenas intenta levantarse. Pero la vanguardia no debe esperar a la masa compacta de la retaguardia para iniciar el combate. La clase obrera aprenderá la tarea de despertar, estimular y educar a su sectores más atrasados cuando llegue al poder” (Manifiesto del II Congreso de la Internacional Comunista. El mundo capitalista y la Internacional Comunista, en Los cuatro primeros congresos, vol. I, p. 206).
Por otro lado, Lenin fue de los pocos dirigentes revolucionarios que rechazó siempre la concepción obrerista sobre la dictadura del proletariado (10). La dictadura proletaria no puede existir si esta no consigue tejer con las masas pequeñoburguesas sólidos vínculos ideológicos, políticos y económicos. De hecho, no solamente la noción de dictadura proletaria no excluye la cuestión de las alianzas en el proceso revolucionario, sino que las plantea con urgencia (por supuesto, también hay que tener en cuenta las condiciones concretas de cada Estado, pues no es lo mismo la pequeña burguesía de un país oprimido que la de un país imperialista, como tampoco son idénticos todos los sectores de la pequeña burguesía en cuanto a su permeabilidad al mensaje revolucionario). Pero estas alianzas solo deben trabarse cuando el proletariado cuenta con independencia ideológica y política, cuando dispone de su Partido. Si no se dan estas condiciones, ocurre que el proletariado es llamado a ser carne de cañón para unos sectores burgueses y otros, como ocurre hoy en el este de Ucrania.
A vueltas sobre la concepción en torno a la dictadura del proletariado
en la URSS de la época de Stalin
Durante la época de la URSS estaliniana, la noción marxista de la dictadura del proletariado fue progresivamente abandonada. Ya en la Constitución soviética de 1936 se consagró el fin de la lucha entre clases antagónicas (defendiendo la existencia de la lucha de clases solo contra los residuos de las clases enemigas), dado que, de acuerdo con lo dicho por el propio Stalin, en la URSS ya no existían clases enemigas, sino solo clases aliadas: el proletariado, el campesinado sovjosiano y koljosiano y los intelectuales y cuadros del Estado. Por lo tanto, desde el punto de vista interno, el Estado no tenía razón de ser en tanto que herramienta de la lucha de clases. Solo a nivel externo se justificaba la existencia del aparato estatal (11).
Entendemos que aquí se produjo una clara desviación teórica de carácter evolucionista, dado que los distintos elementos revolucionarios fueron aislados unos de otros, mostrándose como fases históricas diferentes e infravalorando el rol que concede el materialismo dialéctico a las rupturas de la continuidad, a los saltos (¡también y sobre todo en el socialismo!); en definitiva, a la consigna revolucionaria de la política al mando.
Como consecuencia de dicho planteamiento evolucionista (por supuesto, heredado del paradigma teórico-político de la II Internacional), el desarrollo de las fuerzas productivas se convirtió para la dirección soviética (12) en un elemento determinante de la historia. Así, la lucha de clases ya no era el motor de la historia, sino en todo caso un accidente o un elemento complementario de unas fuerzas productivas abstraídas de las relaciones de producción, que es como entiende el materialismo vulgar la relación dialéctica entre fuerzas productivas y relaciones de producción. De hecho, la concepción mecanicista y evolucionista del marxismo, que fue —y continúa siendo— hegemónica en el seno del movimiento comunista internacional, tiene como sedimento la primacía dada al desarrollo de las fuerzas productivas; una concepción cuyos presupuestos ontológicos más importantes tienen su origen en el tecnocratismo humanista de Saint-Simon.
Habida cuenta de que no existe el socialismo más que en la medida en que construye el comunismo, la postura estaliniana sobre la construcción del socialismo rechaza, en el fondo, la tesis leninista sobre el socialismo y el comunismo. Y es que como proceso histórico que es, el socialismo solo puede desarrollarse a través de una lucha profunda y radical contra la división del trabajo, de una transformación consciente de la división entre trabajo manual y trabajo intelectual, en favor de lo que Marx calificó como “politecnicismo”. En suma, el socialismo es un proceso dialéctico en el que la negación de la negación se materializa en la condición proletaria, que se generaliza y se hace fuerte al tiempo quedebe transformarse y tender a desaparecer progresivamente.
En definitiva, bajo el paraguas de esta concepción evolucionista fue inevitable terminar entendiendo el socialismo como la transición mecánica a la sociedad sin clases, que se realiza tras el fin de la lucha de clases, bajo el efecto de una necesidad técnica, puramente económica y organizativa, tomada a su cargo por el Estado proletario.
El socialismo es la dictadura del proletariado, el sendero rojo del comunismo
Partamos de una premisa básica e indiscutible: el comunismo solamente puede ser construido a partir del material humano legado por el modo de producción capitalista (13). Como en toda sociedad históricamente constituida, las contradicciones sociales en la dictadura proletaria surgen en el interior del sistema, contrariamente a lo que postula el reduccionismo revisionista y su teoría de los agentes externos como únicos restauradores del capitalismo tras la eliminación formal de la propiedad privada de los medios de producción.
En relación con la implantación del poder obrero, de la dictadura del proletariado, hay que tener muy clara una cosa: las masas proletarias no se rebelan contra el estado de cosas impuesto por el capitalismo por simple convicción o gracias a la propaganda de la Buena Nueva comunista, sino exclusivamente mediante su experiencia política de construcción y participación en el Nuevo Poder (que constituye “brotes de comunismo”, por usar la expresión de Lenin), fase en la cual están en condiciones de comprobar el antagonismo entre las relaciones sociales dominantes y sus intereses vitales e históricos.
En el momento en que el movimiento revolucionario de masas pierde fuerza, se extingue o es desviado de sus objetivos revolucionarios en el seno del Estado-comuna, las tendencias contrarrevolucionarias del revisionismo se desarrollan y se hacen fuertes hasta restaurar el capitalismo si no lo impide el Partido Comunista, el amplio y masivo movimiento revolucionario organizado.
En torno a los órganos de Nuevo Poder, soviets o consejos de obreros armados, debemos reparar en que la dialéctica complejidad ontológica y organizativa de los soviets se demuestra por su doble naturaleza: por un lado, los soviets o consejos de obreros armados son un nuevo poder proletario, un nuevo tipo de Estado, el embrión del Estado-comuna; por otro lado, los soviets constituyen la organización directa y propia de las masas proletarias, diferente de todo Estado y, desde el punto de vista histórico-tendencial, antagónica con la organización estatal en general. Con los soviets sucede lo que ocurre con las contradicciones insoslayables del Estado proletario: debe fortalecerse para combatir al revisionismo, a la burguesía más o menos latente durante el socialismo, pero ese fortalecimiento ha de ir encaminado a hacer desaparecer toda forma de Estado, de poder político, incluyendo por supuesto la democracia socialista. El Estado burgués se destruye, el Estado proletario se debilita hasta su total extinción. Pero no se debilita de forma natural (que es una idea subyacente total o parcialmente en el grueso de la vanguardia actual, y también en parte en el pensamiento de Lenin), sino tras un proceso de revolución ininterrumpida hasta el fin de toda forma de opresión de unos seres sobre otros.
El revisionismo, tan dado a desnaturalizar el marxismo para adecuarlo a su visión antidialéctica (propia de la aristocracia obrera y la pequeña burguesía radicalizadas), obvia que sin poder revolucionario de masas, es decir, sin Nuevo Poder armado y construido bajo la dirección del Partido Comunista, no hay posibilidad de generar Revolución, dado que
“(…) el nuevo poder no cae del cielo, sino que surge, crece a la par del viejo, en oposición al viejo poder, en lucha contra él. Sin la violencia contra los opresores, que tienen en sus manos instrumentos y órganos de poder, es imposible liberar al pueblo de los opresores (…) En tiempos de guerra civil, todo poder que haya resultado vencedor solo puede ser una dictadura (…) La noción científica de dictadura no significa otra cosa que un poder ilimitado no sujeto a ninguna clase de leyes ni absolutamente a ninguna clase de reglas y directamente apoyado en la violencia” (Lenin, El triunfo de los kadetes y las tareas del partido obrero, 1906).
Los consejos de obreros armados y las bases de apoyo de estos, que constituyen la médula espinal de la guerra civil revolucionaria (o Guerra Popular Prolongada), son de hecho el embrión de la dictadura proletaria. Y decimos embrión porque, pese a las diferencias que existen entre los primeros soviets creados por el Partido de Nuevo Tipo y los soviets que se desarrollan cuando el poder proletario ha destruido completamente el Estado capitalista en un territorio dado, los órganos de Nuevo Poder que constituye, potencia y extiende el Partido para confrontar la dictadura proletaria con la dictadura burguesa durante la defensiva estratégica, el equilibrio estratégico y la ofensiva estratégica son ya de hecho la dictadura del proletariado, aunque en un estado aún poco desarrollado. Veamos qué decía Lenin al respecto, ya en 1906:
“Los órganos descritos por nosotros eran, en germen, una dictadura, pues este poder no reconocía ningún otro poder, ninguna ley, ninguna norma, proviniera de quien proviniere. Un poder ilimitado, al margen de toda ley, que se apoya en la fuerza en el sentido más directo de esa palabra, es precisamente lo que se entiende por dictadura” (El triunfo de los kadetes y las tareas del partido obrero).
Continuando con el mismo escrito de Lenin, podemos preguntarnos en estos momentos: ¿en qué se apoyan los órganos del poder revolucionario, los órganos del Nuevo Poder?:
“(…) los nuevos órganos del nuevo poder (…) se apoyaba[n] en la masa popular (…) Este es un poder abierto para todos que lo hace todo a la vista de las masas, órgano directo de la masa popular y ejecutor de su voluntad. Tal era el nuevo poder popular” (14).
En contraste con estas posiciones, el revisionismo reniega en la teoría y en la práctica de la constitución de órganos de Nuevo Poder. A lo sumo, llega a la impostura de vender sus órganos sindicalistas como órganos de Nuevo Poder, cuando estos solo pueden considerarse tales a condición de que sean generados por el Partido (como parte de la tríada Partido-Ejército-Nuevo Poder/Frente) y de que constituyan la expresión del poder revolucionario, político-militar, de las masas proletarias. Dado que la concepción oportunista sobre la Revolución socialista es espontaneísta e insurreccionalista, al proletariado solo le queda, si continúa maniatado por esta visión, resignarse a generar un movimiento “de masas” desde lo sindical y económico, a la espera de que las condiciones “objetivas” sean propicias para “organizar la revolución” mediante una huelga general política y una insurrección. Es decir, para el revisionismo, el movimiento revolucionario no se genera fuera del movimiento espontáneo, sino dentro; además —como corolario lógico de esta premisa—, el proletariado tampoco debe constituir su propio Ejército Rojo para ir ampliando y consolidando, mediante la práctica de la Guerra Popular Prolongada, el poder revolucionario de la clase obrera. Esta posición demuestra el carácter antimarxista del revisionismo, que se niega a aprender de las lecciones históricas que nos ha legado la experiencia del movimiento comunista internacional, lo que lleva aparejado el desprecio hacia las aportaciones de Mao en torno a la teoría de la Guerra Popular o hacia la riquísima experiencia del PCP y su paradigma de construcción de un movimiento genuinamente revolucionario. Pero lo más llamativo no es que rechacen estos aportes (algo esperable del revisionismo, que es mecanicista y dogmático por naturaleza), sino que demuestren una ignorancia supina o un desinterés abierto hacia los mismos postulados de Marx, Engels o Lenin en torno a la guerra civil revolucionaria y al poder revolucionario. Veamos otro ejemplo que demuestra cómo Lenin entendió, aunque con las limitaciones referidas con anterioridad, la naturaleza del Nuevo Poder:
“¿Está bien que el pueblo aplique métodos de lucha ilegales, no reglamentarios, no regulares ni sistemáticos, tales como apoderarse de la libertad, crear un nuevo poder formalmente no reconocido por nadie y revolucionario, aplicar la violencia contra los opresores del pueblo? Sí, está muy bien” (El triunfo de los kadetes y las tareas del partido obrero).
En otro orden de cosas, podemos plantear que entre la burguesía y el proletariado, por una parte, y el Estado en general, por otra parte, hay una similitud y una disimilitud que deben ser comprendidas bien: la similitud consiste en que ambas clases necesitan un tipo determinado de poder estatal; la disimilitud tiene que ver con el hecho de que el proletariado, al ser la primera clase dominante que tiene como fin histórico acabar con las clases sociales, necesita destruir toda forma de poder político, estatal.
Por otro lado, hay que ser conscientes de que la deformación burocrática de la que hablaba Lenin al analizar el recién creado Estado soviético es consustancial a todoEstado, a la división del trabajo que lo sustenta. Por tanto, es en el propio Estado obrero donde se inserta la contradicción principal. La contradicción entre el socialismo y el imperialismo no es de hecho externa, sino interna (primeramente porque es una forma bajo la cual se desarrolla el antagonismo entre capital y fuerza de trabajo, y en segundo lugar porque no se pueden comprender ambas categorías, si es que se pretende ser marxista, como si fueran entidades separables, como si pudieran manifestarse de forma pura). Y, dado que es a través de las contradicciones internas como se manifiestan las contradicciones externas, es una desviación revisionista y mecanicista plantear que los enemigos del socialismo no provienen principalmente del Estado proletario, del aparato productivo-administrativo socialista y de la dirección del propio Partido Comunista.
Otro aspecto que consideramos que debe ser clarificado es el de relación entre la dictadura del proletariado y las instituciones representativas. Es falso decir que el marxismo-leninismo se opone a la democracia representativa en abstracto. A lo que se opone es a las instituciones representativas propias de la democracia burguesa, pero, como Lenin apuntó correctamente:
“Sin instituciones representativas no puede concebirse la democracia, ni aun la democracia proletaria; sin parlamentarismo, sí puede y debe concebirse, si la crítica de la sociedad burguesa no es para nosotros una frase vacía” (Lenin, El Estado y la revolución).
Dicho lo cual, recordemos que la dictadura proletaria no es el “tránsito” del capitalismo al comunismo sin más (esta es una visión metafísica, revisionista y mecanicista del socialismo). Sí, el Estado de dictadura proletaria es el periodo de transición del capitalismo al comunismo, pero es también el socialismo como periodo histórico de revolución que necesariamente debe ser ininterrumpida y que debe profundizar la lucha de clases hacia la sociedad comunista. La dictadura proletaria es la realidad de la tendencia histórica que empieza desarrollándose dentro del capitalismo con la creación y la extensión del Nuevo Poder (un poder que no cae del cielo), con el desarrollo del movimiento revolucionario desde la fase de defensiva estratégica hasta la fase de ofensiva estratégica.
Una definición claramente unilateral, errónea y oportunista del socialismo es aquella que lo concibe como una ecuación en la que solamente habría que sumar la propiedad estatal de los medios de producción y el poder político del proletariado, haciendo abstracción de la necesaria lucha de clases en el socialismo con el objetivo de eliminar las bases materiales de la sociedad de clases. Atendiendo al punto de vista revolucionario, el socialismo no es ni puede ser en ningún caso una sociedad sin clases (o con clases aliadas, “no antagónicas”, como planteaba erróneamente Stalin). En el socialismo está en proceso de desaparición la estructura clasista de la sociedad, pero, puesto que perduran las bases materiales de las clases sociales, solamente existe tal proceso de desaparición de las clases a condición de una aguda lucha de clases contra los intereses y la línea de la burguesía que sigue persistiendo en el nuevo Estado, en el aparato económico y administrativo, etc. (15)
Por tanto, el socialismo no es, como planteaban los oportunistas Kautsky y Plejanov (o como postula el revisionismo actual), un modo de producción histórico propio o una forma socioeconómica independiente del capitalismo. Porque, en palabras de Marx, de lo que aquí se trata “no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino, al contrario, de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede” (Crítica al programa de Gotha) (16).
Veamos la forma dialéctica en que Lenin concibió el Estado proletario, socialista, durante el periodo de transición entre el capitalismo y el comunismo:
“Resulta, pues, que bajo el comunismo (17) no solo subsiste durante cierto tiempo el derecho burgués, sino que subsiste incluso el Estado burgués ¡sin burguesía!” (El Estado y la revolución).
Esta última idea es especialmente interesante, puesto que demuestra que para Lenin la instauración definitiva de la dictadura del proletariado en un territorio determinado no podía suponer por sí misma la erradicación de las relaciones sociales burguesas. Sin embargo, según la lectura evolucionista y mecanicista de la teoría revolucionaria (lectura que demuestra que el revisionismo es incapaz de pensar la materia social en términos de movimiento, contradicción y tendencias), el socialismo y el comunismo son solo dos fases sucesivas en las que el desarrollo socialista de las fuerzas productivas, la tecnificación masiva y la “firmeza” ideológica bastan para llevar al proletariado a la victoria. Los hechos históricos relacionados con el triunfo del revisionismo en los Estados de dictadura del proletariado han impugnado claramente esta tesis mecanicista y antimarxista. Otra cuestión es que el oportunismo, que se niega a hacer un balance marxista del marxismo, tenga intención de comprender cabalmente esto.
Sobre la relación entre el capitalismo de Estado proletario y el socialismo, recordemos lo que dijo Lenin al respecto:
El socialismo no es más que el monopolio capitalista de Estado puesto al servicio de todo el pueblo y que, por ello, ha dejado de ser monopolio capitalista” (Lenin, La catástrofe que nos amenaza…, Cartago, t. XXV, p. 389 [348-349]).
Por consecuencia, para acabar con las contradicciones del capitalismo monopolista de Estado no hay alternativa que no pase por la Revolución socialista. Y, para acabar con el capitalismo de Estado existente durante la dictadura del proletariado, no hay otra solución que no pase por profundizar la Revolución socialista mediante la lucha ideológica y política del Partido Comunista contra el revisionismo, contra esa burguesía burocrática que permanece siempre en estado más o menos latente durante el desarrollo del socialismo. Como sostuvo Lenin:
“El desarrollo progresivo, es decir, el desarrollo hacia el comunismo, pasa por la dictadura del proletariado, y solo puede ser así, ya que no hay otra fuerza ni otro camino para romper la resistencia de los explotadores capitalistas” (El Estado y la revolución).
En conclusión, la propiedad estatal de los medios de producción es condición necesaria pero no suficiente en el socialismo. Y esto es así porque hasta que no se llega plenamente a la fase superior del comunismo no hay una apropiación integral de los medios de producción por parte de la clase obrera, sino que tal apropiación continúa siendo formal y no permite aún suprimir completamente la separación de la fuerza de trabajo y del control real de los medios de producción. La dictadura del proletariado, entonces, tiene como fin supremo la revolución ininterrumpida hasta la autoemancipación total de toda la Humanidad explotada.
Notas
(1). El oportunismo ortodoxo actual, que suele hacer ascos a todo lo que tenga que ver con la teoría de vanguardia como rectora del proceso de construcción concéntrica del movimiento revolucionario, olvida a esos clásicos a los que tanto apela cuando se desentiende de la perentoria necesidad de acometer con éxito el Balance del Ciclo de Octubre. Reparemos en lo que, según Lenin, hicieron los marxistas rusos tras la experiencia revolucionaria de 1905: “En Rusia, tanto los bolcheviques como los mencheviques, inmediatamente después de la derrota de la insurrección armada de 1905, realizaron el balance de esta experiencia” (Lenin, Contribución a la historia del problema de la dictadura [1920]).
(2) Precisemos que el proletariado no es en absoluto una clase totalmente homogénea. Tampoco es inmutable ni tiene ningún porvenir revolucionario escrito en su ADN, como defiende el revisionismo obrerista. Por el contrario, para que sea una clase revolucionaria debe poner en marcha su propio poder, lo que se consigue con la unión de los elementos que portan la ideología revolucionaria (vanguardia teórica) y de los elementos que encabezan los movimientos espontáneos de las masas obreras (vanguardia práctica).
(3) Un peligro que —conviene aclarar esto las veces que hagan falta— no se activa cual resorte de una determinada pieza, sino que solo puede ser generado por un movimiento revolucionario organizado.
(4) “La instauración inmediata de la dictadura como único medio de realización de la democracia” (Marx, Nachlass (Herencia [literaria]). Esta afirmación expresa con gran nitidez el carácter de clase de la democracia y la dictadura, algo que niega el reformismo, para el cual la democracia sería una forma social neutra y pura, cuyo carácter de clase moderno (burgués o proletario) puede ser moldeado en función de la acción de partidos políticos y fuerzas sociales que operen desde dentro del Estado burgués para su reforma gradual.
(5) En cuyo seno, evidentemente, pueden tejerse distintas alianzas entre fracciones dominantes. De hecho, la configuración del Estado imperialista no sería tal sin la participación política conjunta (y variable en función de la correlación de fuerzas y de la coyuntura política) del gran capital, la burguesía media, la pequeña burguesía y la aristocracia obrera en el aparato estatal capitalista. Otra cuestión es la evolución que este bloque de clases dominantes está sufriendo en los últimos tiempos, evolución espoleada sin duda por la gran crisis económica capitalista que aún padecemos, que ha traído aparejada una ofensiva considerable de la oligarquía financiera.
(6) “Mientras existe el Estado no existe libertad. Cuando haya libertad no habrá Estado” (Lenin, El Estado y la revolución). Por otro lado, no debemos olvidar que el mismo Lenin, en la obra precitada, señaló que “Engels aconseja a Bebel (…) borrar completamente del programa la palabra Estado, sustituyéndola por la de ‘comunidad’”. También Marx optó por denominar “Estado-comuna” al Estado proletario, así como Engels llegó a hablar de semiestado para diferenciar el nuevo Estado revolucionario del Estado capitalista, todo lo cual demuestra el carácter dialéctico del Estado para el marxismo.
(7) En Una gran iniciativa, Lenin defendió que la dictadura proletaria no implicaba solo ejercer violencia sobre los explotadores, sino algo de mucho mayor calado transformador: “La dictadura del proletariado (…) no es solo el ejercicio de la violencia sobre los explotadores, ni siquiera es principalmente violencia la base económica de esta violencia revolucionaria. La garantía de su vitalidad y éxito está en que el proletariado representa y pone en práctica un tipo más elevado de organización social del trabajo que el capitalismo. Esto es lo esencial”.
(8) Podemos definir el aparato de Estado como su organización material, el resultado histórico de la división social del trabajo, base de la existencia de las clases sociales. Sin esta organización material no cabe concebir la existencia de ningún tipo de Estado.
(9) El campo del oportunismo es hoy amplio y variado, y en él confluyen tanto elementos que forman parte integrante del Estado burgués, que incluso reniegan abiertamente de la dictadura del proletariado (el eurocomunismo o el reformismo pequeñoburgués en sus distintas variantes son sus grandes paradigmas), como el revisionismo, que es de hecho el más nocivo del campo oportunista por seguir compartiendo formalmente y de boquillaalgunos preceptos básicos del marxismo tales como la necesidad del Partido o del derrocamiento violento del poder burgués. Para nosotros, distinguir pertinentemente una categoría oportunista de otra es imprescindible para conocer a nuestro enemigo, para completar con éxito el proceso de reconstitución del comunismo (aunque, por supuesto, no existe una frontera inexpugnable entre el reformismo y el revisionismo). Por otro lado, esta posición ya estuvo muy presente en Lenin, quien, en su Contribución a la historia del problema de la dictadura (1920), planteó lo siguiente:  “(…) no solo todos los oportunistas y reformistas, sino también todos los ‘kautskianos’ (gentes que vacilan entre el reformismo y el marxismo)”. Dentro del movimiento comunista internacional en general y del Estado español en particular, la hegemonía la siguen ostentando aún los kautskianos, las “gentes que vacilan entre el reformismo y el marxismo”. De ahí la importancia crucial de esta diferenciación ideológica y política.
(10) Véanse estas dos reflexiones de Lenin (sobre todo la segunda): “(…) sólo en el curso de una larga y terrible lucha, la dura experiencia de la vacilante pequeña burguesía la llevará, después de comparar la dictadura del proletariado con la dictadura de los capitalistas, a la conclusión de que la primera es mejor que la segunda (Obras completas, Akal, tomo XXXII, pp. 253 y 259); “Imaginar que la revolución social es concebible sin las revueltas de las naciones pequeñas en las colonias y en Europa, sin los estallidos revolucionarios de una parte de la pequeña burguesía con todos sus prejuicios, sin el movimiento de las masas proletarias y semiproletarias sin consciencia de clase contra la opresión de los terratenientes, la iglesia, la monarquía, las naciones extranjeras, etc. —imaginar eso significa repudiar la revolución social—. Sólo aquellos que se imaginan que en un lado se alineará un ejército y dirá: ‘Estamos por el socialismo’, y en el otro lado otro ejército dirá: ‘Estamos por el imperialismo’, y que así será la revolución social… Quien espere una revolución social ‘pura’ nunca vivirá para verla. Tal persona pregona la revolución sin entender lo que es la revolución” (Obras escogidas, tomo V).
(11) Sobre este particular, remitimos a nuestro estudio monográfico sobre Stalin, las clases sociales y la restauración del capitalismo.
(12) En este sentido, llama la atención comprobar cómo el hilo del evolucionismo-productivismo revisionista conecta tanto al marxismo “ortodoxo” como al trotskismo o a la “izquierda comunista”. Esto demuestra que el derechismo, el centrismo y el “izquierdismo”, pese a la fraseología que puedan emplear, no asumen ni comprenden la cosmovisión revolucionaria, proletaria.
(13) “Esto es solo la mitad del trabajo; es poco vencer a la burguesía, terminar con ella; hay que obligarla a que trabaje para nosotros” (Lenin, XXXIII, 295 [265], Cartago); “[de lo que se trata es de] construir el comunismo con manos no comunistas” (Lenin, XXXIII, 296 [266], Cartago).
(14) Además, Lenin siempre dejó meridianamente claro el potencial revolucionario de las masas guiadas por su Partido. Así lo hizo en El Estado y la revolución: “(…) los obreros armados son gente práctica y no intelectualillos sentimentales, y será muy difícil que permitan que nadie juegue con ellos”.
(15) Es erróneo pensar que solo la pequeña producción engendra tendencialmente relaciones capitalistas, puesto que estas también se reproducen y se hacen fuertes en el seno del aparato estatal (con una ideología burguesa, revisionista, que sigue estando presente, y a la que hay que combatir sin cuartel desde la lucha entre dos líneas, por mucho “cierre de filas” que pregone el revisionismo ortodoxo con su típica visión estrecha y metafísica de lo que este entiende por “revisionismo” u “oportunismo”) y en la división social entre trabajo manual y trabajo intelectual que se reproduce dentro del aparato productivo estatal, una división que genera unas relaciones sociales determinadas que nopueden ser abolidas por decreto. Si bien en Lenin ya encontramos limitaciones en este sentido, es en el revisionismo “ortodoxo” donde observamos cómo se contempla de forma totalmente lineal la restauración capitalista en un Estado proletario, a nivel interno,solamente desde la vía de la pequeña producción o de la producción no ligada directamente a las unidades productivas del Estado socialista.
(16) “Cuando lo nuevo acaba de nacer, tanto en la naturaleza como en la vida social, lo viejo siempre sigue siendo más fuerte durante cierto tiempo” (Lenin, Una gran iniciativa).
(17) Comunismo referido al socialismo (considerada por Marx la fase inferior de la sociedad comunista), no a la fase superior, no al comunismo propiamente dicho, es decir, al periodo histórico de la Humanidad en que ya no existe opresión de clase, de género, etc.
Revolución o Barbarie
Diciembre de 2014
Publicado en Dictadura del proletariado, Marxismo-leninismo Deja un comentario

La encrucijada del nacionalismo – Balanç i Revolució

CASTELLANO:

LA ENCRUCIJADA DEL NACIONALISMO

DOCUMENTO SOBRE LA CUESTIÓN NACIONAL CATALANA Y LAS TAREAS DE LOS COMUNISTAS

I.  INTRODUCCIÓN
Balanç i Revolució (BiR) se presenta como grupo o destacamento de vanguardia en territorio catalán para la reconstitución ideológico-política del comunismo, con el objetivo de formar un Partido Comunista de Nuevo Tipo en el Estado español para la Revolución Proletaria Mundial. Debido al carácter del momento actual —derrota y repliegue del comunismo, expresado con el fin del último Ciclo Revolucionario (1917-1989)—, nuestra tarea se centra elementalmente en la formación polifacética de cuadros revolucionarios, mediante el balance o síntesis del pasado Ciclo Revolucionario, la lucha de dos líneas y el trabajo teórico-ideológico general, en dirección consciente hacia la formación y organización de la vanguardia teórica marxista (reconstitución ideológica) como una premisa básica para la formación del Partido Comunista (reconstitución política).
Actualmente, la línea revolucionaria se encuentra en plena derrota y repliegue, incapaz de tratar las tareas y contradicciones del momento actual y, por consiguiente, el revisionismo es la línea dominante en el Movimiento Comunista Internacional, en todo el abanico de corrientes que lo conforman. En el Estado español en concreto se reproduce, en líneas generales, esta situación en la amplia multiplicidad de organizaciones “comunistas”; la revolución proletaria ya no está en el horizonte del movimiento comunista ni de las masas. En este panorama, la Línea de Reconstitución plantea encarar la rearticulación del movimiento revolucionario por el comunismo no desde la reproducción mecánica de arquetipos asimilados, sino desde la reconstitución ideológico-política del comunismo para situar la teoría revolucionaria en un punto más elevado, superando así dialécticamente las limitaciones y errores de la praxis acumulada. El Movimiento por la Reconstitución, en la línea de masas y tareas de la actualidad, ha experimentado un crecimiento significativo en los últimos años. En este contexto general, Balanç i Revolució (BiR) se presenta como destacamento por la Reconstitución en territorio catalán, aspirando a agrupar y formar la vanguardia teórico-ideológica catalana en el proceso general por la reconstitución del Partido Comunista.
Debido a la singular intersección de diversas contradicciones inmediatas en el Estado español, como son, entre otras, la reorganización del Poder con la ofensiva característica del gran capital en el contexto de crisis sistémica, la correspondiente respuesta de la mediana-pequeña burguesía y la aristocracia obrera, y la cuestión nacional catalana —estrechamente relacionada con el punto anterior—, desde Balanç i Revolució (BiR) creemos conveniente presentarnos mediante un documento donde se exponen nuestras líneas generales de forma vinculada a nuestro posicionamiento sobre el “proceso soberanista”. Es decir, creemos que la inmediatez del 9-N nos ofrece una gran oportunidad para presentarnos y abordar la cuestión, siendo éste un tema realmente polémico, amplio, pendiente de un profundo debate y copado por los análisis revisionistas dominantes.
La cuestión nacional catalana, o general en el Estado español, es algo que exige un escrupuloso estudio histórico, un balance crítico y un posicionamiento claro que rompa con la línea revisionista dominante. Así, para poder entrar de lleno en las tareas actuales respecto a esta cuestión, hace falta profundizar previamente en ella mediante el análisis concreto e histórico de la situación concreta. Esto equivale, en términos marxistas, al análisis histórico de la configuración del Estado español y el encaje de las diversas naciones en él según la organización de la producción e intercambio mercantil capitalistas y la lucha y correlación de clases. Se esbozarán aquí unas líneas generales orientativas; nuestra aportación pretende ser un grano de arena que contribuya al debate profundo y conjunto de la vanguardia comunista sobre el tema.
II. ANÁLISIS GENERAL DEL ESTADO ESPAÑOL
El Estado español es un Estado plurinacional desarrollado sobre la alianza de las grandes burguesías monopolistas de las diversas naciones, que constituyen la columna vertebral del Poder burgués. En el Estado español existe una nación privilegiada-dominante —nación castellana— y un conjunto de naciones oprimidas a las cuales no se les reconoce su carácter nacional, su igualdad de derechos respecto a la nación opresora ni su derecho a la autodeterminación. Así, los rasgos nacionales de la nación opresora tienen un carácter predominante sobre las diversas naciones oprimidas, hecho derivado tanto de la situación pre-jurídica del Estado burgués de sumisión violenta de los territorios, como de las exigencias idiomáticas del modo de producción y del intercambio capitalista, en favor de la lengua mayoritaria, y del carácter general del Estado español. No obstante, las diversas naciones oprimidas presentan cierta «autonomía nacional», reflejo de la forma de desarrollo capitalista en el Estado español y de la alianza interburguesa de su configuración.
Como se puede comprender, entonces, el Estado español es un caso realmente particular de configuración estatal en el proceso de desarrollo capitalista, ya que rompe el esquema dominante de Estado-nación. Esta particularidad histórica en la formación del Estado español moderno está íntimamente relacionada con la articulación e interrelación de las naciones periféricas del Estado —Catalunya y Euskadi, principalmente— en su desarrollo capitalista. Las premisas y formas para la organización social capitalista —masas de campesinos separados de la tierra y trabajadores de los instrumentos de trabajo, producción de mercancías y mercado correspondiente y acumulación originaria de capital— se manifestaron con especial preponderancia en territorio catalán y vasco; su situación geográfica de cara al mercado mediterráneo y atlántico, la fuertemente desarrollada producción manufacturera y, en el caso catalán, un peso considerablemente importante en el mercado colonial y una abundante mano de obra ofrecieron las bases para un desarrollo capitalista más rápido que en otras partes del Estado. Así lo prueban, por ejemplo, la introducción inicial de la máquina de vapor en estos territorios —año 1833, fábrica textil Bonaplata—, la alta tasa de industrialización respecto al resto del Estado y las primeras formas primitivas de movimiento obrero económico —Societat de Protecció Mútua dels Teixidors del Cotó de Barcelona; quema de maquinaria de la fabrica Bonaplata el año 1835, etc.—.
Esta contradicción aparente, este choque de intereses, entre unas regiones periféricas relativamente avanzadas y una mayoría del Estado relativamente atrasada y sometida profundamente a las convulsiones feudales y semi-feudales, llevó a las burguesías nacionales nacientes a abrazar opciones federalistas de organización estatal y la forma de república democrática. Los primeros pasos del catalanismo político o política nacional burguesa catalana, con la figura de Valentí Almirall y la celebración de los Congressos Catalanistes de 1880 y 1883 (fundación del Centre Català, la primera organización política catalanista), se inclinaban en este sentido de denuncia de la sujeción y dependencia de las estructuras dinásticas españolas y a favor de una organización regionalista-federalista del Estado. Es decir, se intentaba arrancar concesiones a un Estado centralista y comparativamente atrasado en favor del desarrollo propio de Catalunya —mediante participaciones puntuales, como en las Cortes de Cádiz, la I República, etc.—. Así, el primer nacionalismo catalán tomaba forma de la mano de una fuerte burguesía naciente en contradicción aparente con el estado de cosas en el resto del Estado español.
Sin embargo, el dominio y agresividad del imperialismo inglés, holandés, etc., y la debilidad y estrechez del mercado colonial español, y posteriormente su pérdida a raíz del Desastre de 1898, sumado todo a los problemas de comunicación del Estado con el exterior y su fuerte dependencia económica, llevó a les naciones periféricas a adoptar un fuerte proteccionismo y a centrarse en el mercado interno español. Esto significaba, entonces, la necesidad para las burguesías periféricas del desarrollo capitalista en todo el Estado, de la forja del mercado interno y del crecimiento de la demanda, y un interés vital por su parte en la participación para la organización de los asuntos del Estado. De estas fechas, de finales del siglo XIX y principios del XX, en la segunda etapa de la Restauración, son las consignas «catalanitzar Espanya» o «fer política a Madrid». En el año 1901 se formó la Lliga Regionalista, partido político de la gran burguesía catalana con importante presencia en Madrid, y, poco antes, en 1895, el homólogo para la gran burguesía vasca, el Partido Nacionalista Vasco. Con todo esto, entonces, las líneas generales del Poder burgués en España se definieron como un amplio y fuerte bloque de grandes burguesías de diversas naciones, de modo que la adecuación del desarrollo capitalista se apartaba del esquema Estado-nación. En otras palabras, de concesiones y exigencias puntuales por unos proyectos propios, la gran burguesía catalana y de otras naciones pasó a integrarse en la estructuración moderna del Estado español como bloque articulado de grandes burguesías. Dentro de este bloque, orgánicamente unido en torno a la nación poderosa, la nación asimilista y conveniente para el desarrollo socio-económico, las grandes burguesías nacionales —a menudo acompañadas, crítica o acríticamente, por las medianas-pequeñas burguesías— han tendido a desarrollar o exigir instrumentos propios de Poder en sus regiones, por medio de Estatutos de Autonomía, etc.; unos instrumentos que, en su conjunto articulado, constituyen un arraigado Estado burgués, un verdadero ideal capitalista o gran capitalista colectivo, como diría Friedrich Engels. Hay que apuntar, además, que la opresión nacional en el Estado español no es una opresión de naciones imperialistas sobre naciones saqueadas —de tipo colonial o semi-colonial—, porque precisamente la alianza de sus grandes burguesías configura un Estado imperialista y el capitalismo está plenamente desarrollado, sino una opresión o sujeción de tipo político, una sumisión política según la estructura configurativa del Estado burgués.
Por tanto, en general, en los últimos dos siglos la gran burguesía catalana ha sido una facción vitalmente interesada en el pactismo para integrarse en el bloque dominante del Estado español. Esto conduce a una primera conclusión importante, a saber: las pretensiones independentistas, no predominantes históricamente en las reclamaciones nacionales catalanas, han provenido y provienen generalmente de sectores de la mediana y pequeña burguesía. En su afán de «lucha» contra el gran capital, la mediana-pequeña burguesía catalana tiende históricamente a integrarse o combatir la alianza de la gran burguesía catalana con la gran burguesía del resto del Estado español [1]; excluida del bloque dominante, especialmente en períodos de crisis, la mediana-pequeña burguesía catalana arremete contra el statu quo del pactismo entre grandes burguesías, ya sea reivindicando formar parte de este como en sentido rupturista-independentista —franca expresión de lucha e identidad de contrarios—. La contradicción interburguesa entre gran burguesía y mediana-pequeña burguesía, entre gran y mediano-pequeño capital, es la contradicción principal que impulsa la orientación del nacionalismo catalán entre dos polos.  Tal contradicción ha tenido y tiene especial fuerza en la situación nacional catalana; la fuerza y arraigo de la mediana-pequeña burguesía en Catalunya aviva el fuego de la cuestión nacional.
Con perspectiva histórica, esta contradicción interburguesa se ha desplegado continua e incansablemente bajo diversas formas. Claros ejemplos son la separación de Solidaritat Catalana —amplia plataforma unitaria de opciones catalanistas variadas— en el año 1907 por el choque irremediable de intereses; y el conflicto rabassaire de los años 30, entre rabassaires —campesinos arrendatarios no-propietarios— y grandes propietarios, traducido en las exigencias de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y de organizaciones campesinas como Unió de Rabassaires, referentes históricos de la mediana burguesía catalana,  respecto a una legislación a favor del acceso a la propiedad de los rabassaires, y la férrea oposición de la Lliga Regionalista (en general, gran burguesía y terratenientes). La Llei de Contractes de Conreu, aprobada el año 1934, fue recurrida dos veces por la Lliga Regionalista ante el Tribunal de Garantías Constitucionales. La reproducción de esta contradicción llevó incluso al abandono del Parlamento catalán por parte de la Lliga Regionalista.
Todo esto, si se emplea para estudiar la situación concreta del momento actual, permite explicar que el «proceso soberanista» se caracteriza por la intensificación de la contradicción interburguesa principal entre la mediana-pequeña burguesía catalana, con ciertos sectores radicalizados y arrastrando a amplios sectores de la aristocracia obrera, y la gran burguesía pactista catalana, debido a la reacción-ofensiva del bloque dominante del gran capital del Estado español contra otras facciones burguesas (mediana-pequeña burguesía, aristocracia obrera, etc.) para ganar cuota de mercado, fortalecer monopolios, etc [2]. En respuesta a esta ofensiva, la mediana-pequeña burguesía catalana (con mucha fuerza en Catalunya, como se ha comentado), arrastrando a amplios sectores de la aristocracia obrera catalana, entra en contradicción con el bloque dominante del gran capital en que está incluida la gran burguesía catalana adoptando la línea rupturista-independentista.
Después de haber ofrecido algunas pinceladas generales e históricas sobre el transcurso de la contradicción interburguesa principal mencionada, pasaremos ahora a analizar los choques e intereses de tal contradicción en la actualidad. La gran burguesía catalana, así como el resto de grandes burguesías nacionales, no tiene un carácter secesionista; puede dividirse en fracciones más catalanistas o españolistas, pero no cae, en líneas generales, en el saco de la línea rupturista-independentista. Importantes representantes de la gran burguesía monopolista catalana, integrada como parte elemental del bloque dominante del Estado español, como Isidre Fainé (CaixaBank) o Javier Godó (Grupo Godó), claman abiertamente por un «gran pacto» y se han reunido varias veces con el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, para abordar la cuestión nacional [3] (lúcido ejercicio para probar la posición de la gran burguesía catalana es leer las editoriales del diario La Vanguardia). La gran patronal catalana, Foment del Treball Nacional, ante el «proceso soberanista» comparte posición, en líneas generales, con la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) —claro ejemplo, de nuevo, del bloque entre grandes burguesías nacionales—; se mantiene «al margen», rechaza el camino independentista —incluso el pacto fiscal—, a la vez que urge a realizar «grandes pactos» [4]. La precipitación de los acontecimientos les ha llevado a aceptar, en septiembre de 2014, un posible marco legal y acordado por el bloque dominante para el «proceso soberanista» y algún tipo de «pacto fiscal» para solucionar el problema [5]. Sería un clamoroso error, como lo hacen la mayoría de organizaciones «comunistas», identificar el «proceso soberanista» como una orientación política de la gran burguesía monopolista catalana; esto lleva a una posición realmente incómoda, impotente para comprender la fuerza y ​​el papel de la mediana-pequeña burguesía y su contradicción con la gran burguesía y, a la vez, ambigua en torno a unos propósitos imaginarios de la gran burguesía catalana.
La mediana-pequeña burguesía catalana ha sido la principal fuerza de clase impulsora del camino independentista, proceso emanado de las contradicciones y correlaciones explicadas anteriormente. Su posición e intereses, en «oposición» al bloque dominante de grandes burguesías para integrarse o combatir la alianza de la gran burguesía catalana con la gran burguesía del resto del Estado español, dependen en gran medida de la postura del Gobierno y de las fuerzas políticas del bloque dominante. Si el transcurso de los acontecimientos permiten mejorar su posición en la negociación y estructuración político-económica del Estado español, amplias capas de la mediana-pequeña burguesía —en especial, la mediana burguesía— renunciarán al camino independentista; pero, si la inflexibilidad de la ofensiva del gran capital del bloque dominante permanece férrea, la mediana-pequeña burguesía catalana, excluida y enfrentada vivamente contra el gran capital del bloque dominante, aspirará como proyecto político a romper con el Estado español para configurar la República Catalana [6]. El desarrollo progresivo del «proceso soberanista», ya en un lapso de tiempo reciente, así lo prueba; desde un Estatuto de Autonomía recortado hasta un pacto fiscal negado, esto es, con la continua postura rígida del bloque dominante del gran capital, la mediana-pequeña burguesía ha ido basculando a favor de la independencia política de Catalunya. Así, toda la patronal y varias organizaciones de la mediana-pequeña burguesía catalana se han unido al Pacto Nacional por el Derecho a Decidir—PIMEC, Fepime, Círculo Catalán de Negocios, CECOT, etc.—, a pesar de las iniciales reticencias y vacilaciones explicadas —el Círculo Catalán de Negocios abandonó PIMEC por su negación inicial a tratar la línea independentista [7]—.
Por otra parte, en la actual coyuntura política de polarización, es decir, de intensificación de la contradicción entre gran burguesía catalana y bloque dominante del gran capital en España, y la mediana-pequeña burguesía catalana, el papel de la burguesía catalana no-monopolista, o de segunda línea, es realmente difícil de trazar. Se puede advertir cierto distanciamiento respecto a la gran burguesía monopolista, pero la «capa de transición» entre ellas es fina y característicamente permeable. En cuanto a la aristocracia obrera catalana, la proporcionalidad de intereses con la mediana-pequeña burguesía —sobre todo con los sectores más radicalizados— la ha arrastrado tras la basculación independentista de esta. Así, los sindicatos monopolistas de CCOO y UGT en Catalunya se han alineado a favor del «proceso soberanista», adhiriéndose al Pacto Nacional por el Derecho a Decidir. Sin embargo, esta posición entra en contradicción con el posicionamiento de CCOO y UGT en el ámbito estatal —manifestación de la contradicción secundaria entre mediana-pequeña burguesía y aristocracia obrera de Catalunya y el resto del Estado español—. Además, el seguidismo al bloque independentista ha suscitado discrepancias en sus propias organizaciones [8]. Cabe señalar, sin embargo, que no hay ninguna muralla china entre clases y que, por tanto, sería erróneo concebir una absolutización de sus posiciones —así, por ejemplo, la gran burguesía catalana puede aprovechar la deriva de la mediana-pequeña burguesía catalana para mejorar su articulación en el bloque dominante, puede haber fracciones claramente españolistas de la media burguesía catalana (representadas por Ciutadans (C ‘s), Unión Progreso y Democracia (UPyD) …), etc.—.
Si se echa un vistazo a la correlación política adyacente se puede ver cómo, desde el periodo de los años 80 hasta bien entrado el siglo XXI, Convergència i Unió (CiU) ha representado a la gran burguesía monopolista —junto a otras fuerzas parlamentarias como el partido Socialista de Catalunya (PSC)—, pactista e integrada en el bloque dominante del Estado español —Jordi Pujol era visto como «hombre de Estado» y dicha formación política jugó un papel importante en la configuración y desarrollo vigentes en el Estado español—. En el actual escenario, ante la intensificación de la contradicción entre la gran burguesía y otras capas burguesas inferiores catalanas, CiU ha manifestado claras vacilaciones respecto a su papel histórico. Así, una contradicción secundaria latente en esta organización política, como es la existente entre la línea «conservadora-pactista» de la gran burguesía que históricamente ha representado y la línea «independentista» cercana a la mediana burguesía, ha pasado a primer plano. Actualmente, de la mano de Convergencia Democrática de Catalunya (CDC), parece que en lucha de contrarios con la línea de Unión Democrática de Catalunya (UDC) de los intereses de la burguesía catalana monopolista puede tomar preponderancia la segunda línea —la práctica del futuro inmediato dirá mucho—. Por lo tanto, podría decirse que CiU representa el ala conservadora del «bloque soberanista», correspondiente a la mediana burguesía acomodada y a sectores de la burguesía no monopolista (gran burguesía de segunda línea); hecho que junto con la intersección con la gran burguesía pactista define a CiU y sus contradicciones internas actuales.
Por otra parte, la fuerza política parlamentaria directriz de la línea independentista es ERC, representante histórica de amplias capas de la mediana burguesía principalmente —lo que no excluye vacilaciones hacia otras facciones de clase—. La evolución interna y de su línea política sigue un camino similar a la basculación de la mediana burguesía catalana anteriormente explicada. Además, ERC invitó a numerosas organizaciones de la mediana burguesía a incorporarse al Pacto Nacional, una muestra clara del fortalecimiento y el tejido político-económico que está construyendo. En cuanto a Iniciativa per Catalunya Verds (ICV), la indecisión y vacilaciones internas muestran la contradicción entre una línea más cercana a la mediana burguesía y otra a la pequeña —e incluso a la aristocracia obrera—;  esto se ha acentuado en la actual coyuntura de crisis y ofensiva del gran capital del bloque dominante y los movimientos, entre otros, de CiU. Por tanto, no hay una posición común respecto a la independencia de Catalunya, sino un conglomerado por sectores.
Como fuerzas políticas extra-parlamentarias, cabe señalar el papel que realizan la Asamblea Nacional de Catalunya y Òmnium Cultural, actuando como mecanismo de equilibrio entre los partidos políticos en el movimiento soberanista. Su carácter del bloque de mediana-pequeña burguesía, aunque heterogéneo —Òmnium es más cercano a capas altas de la media burguesía y, ANC se encuentra más próxima o vinculada a sectores de la pequeña burguesía—, se evidencia a través de su importancia en la respuesta independentista de la mediana-pequeña burguesía a la ofensiva del gran capital.
En el ala radicalizada o de izquierda del «bloque soberanista» se encuentran las fuerzas correspondientes a la aristocracia obrera y sectores radicalizados de la pequeña-burguesía. En el primer caso, hay que mencionar a Esquerra Unida i Alternativa (EUiA); en el segundo, aunque con un amplio abanico de relaciones con otros sectores, se encuentra la izquierda independentista. En ella, de la misma forma que en otras organizaciones, se pueden discernir varias contradicciones definitorias. En este caso, según el grado de subordinación a otros sectores del «bloque soberanista» se pueden identificar el ala derechista, representada por Moviment de Defensa de la Terra (MDT) y que confía en la capacidad del «proceso soberanista» para generar una desestabilización aprovechable por la enigmática «revolución» o «transformación social» [9]; el ala izquierdista, representada principalmente por Endavant i Arran [10], críticos y escépticos con el seguidismo a CiU y ERC y la deriva rupturista del «proceso soberanista»; y el ala centrista, basculante y catalizadora entre las dos tendencias anteriores, que ocupa la Candidatura d’Unitat Popular (CUP).
No sería imprudente afirmar, pues, que el resultado del «proceso soberanista» dependerá en gran parte del desarrollo de las contradicciones entre las facciones políticas protagonistas y de las contradicciones en su seno; todo ello en el tablero general de la contradicción principal entre el bloque dominante de las grandes burguesías del Estado español y la mediana-pequeña burguesía catalana y otros sectores inferiores.
En todo este entramado de contradicciones, de intereses y correlaciones de fuerzas de clase, hay que destacar con especial énfasis la situación del proletariado de todo el Estado español, tanto de la nación opresora como de las naciones oprimidas. Esta clase social, la clase social de los desposeídos, no dispone de independencia político-ideológica. En otras palabras, el proletariado es carne de cañón para los intereses de las facciones de clase y los nacionalismos burgueses, tanto de la nación opresora como de la nación oprimida; es aprovechado, manejado y entregado como arma de poder por las respectivas burguesías. La división y enfrentamiento del proletariado de las diferentes naciones del Estado español es una carta jugada por los nacionalismos. Así pues, el proletariado no tiene una línea ni una organización revolucionaria para oponerse a las clases reaccionarias; en ello radica la falta de independencia del proletariado, esposado a los intereses de la burguesía y a la inmediatez de las condiciones actuales. Esto es un hecho. Cabe preguntarse, pues, a qué se debe. En líneas generales, a la derrota actual de la línea revolucionaria, del marxismo —hecho que culmina el último Ciclo revolucionario—. Y, yendo más allá, la derrota o crisis de la línea revolucionaria no debe atribuirse exclusiva o primariamente a factores externos, sino a su propia dinámica dialéctica, al transcurso de sus contradicciones teórico-prácticas, sobre las que pueden actuar e influenciar los factores externos. Es decir, la derrota de la línea revolucionaria en el último Ciclo es una consecuencia de su debilidad, de sus limitaciones y errores; de la incapacidad para resolver y superar (dialécticamente) las contradicciones que surgían y se desarrollaban. El marxismo o teoría revolucionaria no es algo compacto, hermético en sí mismo, acabado y ahistórico, preexistente de la práctica concreta, sino que se encuentra dialécticamente unido a ella (unidad de teoría y práctica); por tanto, se enriquece con ella, se desarrolla de acuerdo a las conclusiones que la práctica puede ofrecer y las necesidades que presenta. De aquí se desprende, ante las condiciones objetivas de innegable derrota y repliegue y para poder rearticular el movimiento práctico-revolucionario, la imperiosa exigencia de sintetizar la praxis acumulada para situar la teoría revolucionaria en un punto más alto, con mayor capacidad para afrontar las tareas prácticas actuales y superar las limitaciones de la práctica revolucionaria anterior [11]. O, dicho de otra forma, la imperiosa exigencia de reconstitución ideológica del marxismo como teoría revolucionaria de vanguardia para las exigencias prácticas de reconstitución del comunismo como movimiento revolucionario de masas.
Hasta aquí se ha ofrecido un análisis general, muy general, sobre la configuración histórica del Estado español, el encaje de las naciones en él y las correlaciones de fuerzas de clase en el «proceso soberanista», y también se ha tratado la necesidad de reconstitución del comunismo ante el panorama de profunda crisis de la línea revolucionaria y la consecuente falta de independencia del proletariado. A continuación se tratarán nuestro posicionamiento y las tareas respecto a la cuestión nacional en general y el derecho a la autodeterminación de Catalunya.
III. CUESTIÓN NACIONAL DESDE EL MARXISMO
Nuestro trabajo, y entendemos que así debe ser para todos los comunistas, se encamina hacia la Revolución Comunista Mundial, hacia la revolución internacional de la clase trabajadora contra el orden social existente. Tal es el objetivo que está a la orden del día, por el que debemos trabajar decididamente todos los comunistas a partir de las tareas del momento actual de reconstitución ideológico-política. El contenido de esta revolución es la lucha internacional del proletariado revolucionario contra el yugo del capital y las clases poseedoras, mediante la guerra revolucionaria de masas o Guerra Popular a partir del Partido Comunista de Nuevo Tipo. El contenido de esta revolución puede tomar forma únicamente si se basa en el internacionalismo proletario, es decir, en la más estrecha colaboración, acción y fusión del proletariado revolucionario de todas las naciones. Sólo una fuerza revolucionaria que fusione al proletariado de todas las naciones contra las clases dominantes puede hacer añicos el poder burgués. Así, nuestro trabajo en la etapa actual se encamina hacia la organización única de la vanguardia teórica marxista de todo el Estado español para la reconstitución política del Partido Comunista de todo el Estado español, por la reconstitución política de la organización revolucionaria de Nuevo Tipo única y central de toda la clase trabajadora del Estado español, que fusione en un mismo cuerpo articulado tanto al proletariado de las naciones oprimidas como de la nación opresora (es preciso señalar que, en caso de independencia de Catalunya, se debería estudiar la opción de forjar el Partido Comunista en la República Catalana, por exigencias del marco político objetivo de lucha, o poder articular un Partido para dos Estados diferentes según la situación que se diera). A su vez, la forma política más adecuada para el Estado-Comuna de transición revolucionaria, por el que nos inclinamos, es un Estado-Comuna unitario y lo más grande posible, que centralice y fusione el esfuerzo del proletariado revolucionario del máximo número de naciones posible [12].
Estas consignas son únicamente factibles con el reconocimiento, defensa y respeto del derecho a la autodeterminación de todas las naciones, de su derecho de libre separación política para convertirse en Estado propio o libre adhesión para unirse a otro Estado. Un movimiento revolucionario internacional basado en la fusión del proletariado revolucionario de naciones opresoras y oprimidas, y la configuración de los Estado-Comuna de transición lo más grandes posibles, son pura fraseología barata si no se basan en la libre unión de los diferentes elementos. No hay libre y fuerte alianza o fusión válidas si es mediante la coacción; sólo bajo el reconocimiento y defensa de la igualdad de derechos de todas las naciones y de su derecho a la autodeterminación puede una fuerza revolucionaria internacionalista tomar forma. Difícilmente es concebible un movimiento revolucionario unitario del proletariado de naciones opresoras y naciones oprimidas si la vanguardia comunista y el proletariado revolucionario de las naciones opresoras no reconocen y luchan decididamente por el derecho a la autodeterminación y la igualdad de derechos de las naciones oprimidas; y un Estado-Comuna revolucionario centralista es difícilmente concebible también si no se basa en la libre adhesión e igualdad de derechos de las naciones que lo conforman. Por tanto, entendemos la necesidad de defender la plena igualdad de derechos y el derecho a la autodeterminación de todas las naciones y el principio internacionalista incondicional de acercamiento y fusión del proletariado internacional —en sentido revolucionario, una cosa no se entiende sin la otra—. Todo ello, la defensa del derecho a la autodeterminación y la plena igualdad entre naciones, implica aceptar el resultado del mandato imperativo de las masas en referendos efectivos; implica un programa y unos hechos concretos y no sólo proclamarlo alegremente de palabra y negarlo en la práctica, como es habitual en los análisis revisionistas.
La defensa de la igualdad de derechos y del derecho a la autodeterminación de todas las naciones, esto es, la reivindicación democrática respecto a las naciones, debe tratarse desde la línea y los objetivos revolucionarios, es decir, desde la lucha revolucionaria totalizadora contra la organización social existente. Las reivindicaciones de tipo democrático, sean del tipo que sean, deben subordinarse por completo al trabajo por la Revolución Comunista, a la lucha revolucionaria y sus tareas y objetivos, y no a la inversa. Si así fuera, si se diera un carácter absoluto y primario a las reivindicaciones democráticas burguesas e inmediatas, el trabajo revolucionario se convertiría en un trabajo basado en un conjunto de luchas parciales cuantitativas, con una orientación espontaneísta e inmediata enmarcada y reproducida en las condiciones dadas. De esa manera se postergarían indefinidamente la línea y el trabajo por la Revolución y se subordinarían los objetivos, formas y tareas a la lucha democrático-burguesa nacional, o a cualquier otra lucha democrática parcial [13]. Grandes ejemplos de todo ello son los lemas «independència per canviar-ho tot», «independència i socialisme», etc.
Por otra parte, la reivindicación democrática por la igualdad de derechos de todas las naciones y su derecho a la autodeterminación debe entenderse en su marco base correspondiente, esto es, en el desarrollo histórico de las naciones y de los Estados en general. Así, la aplicación de estas reivindicaciones, la solución para la cuestión nacional —que no superación del problema nacional, factible únicamente en la fusión de todas las naciones en el comunismo—, puede darse efectivamente dentro del capitalismo e imperialismo. La separación de una u otra nación para convertirse en Estado propio, así como cualquier modificación formal de las fronteras entre Estados capitalistas, es una acción factible y que se ha repetido ampliamente en el marco capitalista internacional. Dicho de otra forma, Catalunya —y Escocia, etc.— puede convertirse en un Estado propio dentro del marco imperialista, puede separarse políticamente de España (en sentido de viabilidad de la aplicación del derecho a la autodeterminación). Tal es el significado del derecho a la autodeterminación, tal es su orientación y amplitud: relación entre Estados, entre naciones. Postergar su aplicación hasta que llegue el socialismo, es decir, admitir su inviabilidad en el marco capitalista, o peor aún, negarlo incluso en el socialismo, denota una clara incomprensión de la naturaleza democrático-burguesa y del marco político de la reivindicación del derecho a la autodeterminación. Es más, esta postura, tal y como se ha explicado antes, obstaculiza la libre unión del proletariado internacional y divide sus esfuerzos, potencia los nacionalismos burgueses y perpetúa la opresión nacional. Y aún hay más: condicionar la defensa del derecho a la autodeterminación, esto es, someter la reivindicación democrática de libre separación de las naciones a criterios unilaterales, equivale a potenciar y defender de facto el nacionalismo burgués de la nación opresora y la opresión nacional ejercida. Todo ello, a pesar de llenarse la boca de internacionalismo y defensa del derecho a la autodeterminación, significa renunciar de facto al derecho a la autodeterminación de las naciones oprimidas en el Estado español —parece que el luxemburguismo aún no ha sido suficientemente combatido—.
Como se ve, el punto cardinal, definitivo, del trato del derecho a la autodeterminación de las naciones gira en torno a la lucha incansable entre nacionalismo e internacionalismo, entre el enfoque burgués y el enfoque revolucionario de la cuestión. Como ya dijera Lenin, «Nacionalismo burgués e internacionalismo proletario: tales son las dos consignas antagónicas irreconciliables, que corresponden a los dos grandes campos de clase del mundo capitalista y expresan dos políticas (es más, dos concepciones) en el problema nacional» [14]. El nacionalismo propugna un enfoque estrictamente exclusivista y circunscrito a la propia nación, tanto en objetivos como en formas, de la cuestión nacional; el internacionalismo propugna un enfoque desde la amplia visión de la necesidad de unidad incondicional del proletariado de naciones opresoras y naciones oprimidas en la línea revolucionaria por el comunismo (sin embargo, aun con apariencia internacionalista y práctica nacionalista, hay organizaciones autodenominadas «revolucionarias», «marxista-leninistas» e «internacionalistas» que proclaman abiertamente que «el nostre objectiu final: la unificació total dels Països Catalans» [15] o que «el nostre treball serà de base dels Països Catalans, de Salses a Guardamar i de Fraga a Maó, en el que treballarem per comarques» [16] ¡Brillante y honesta expresión de internacionalismo!). En general, el nacionalismo se centra en el «correcto», «justo», «libre», etc., desarrollo de la nación en cuestión, mientras que el internacionalismo postula la necesidad de acercamiento y fusión de todas las naciones y del proletariado de todas las naciones en el marco de lucha revolucionaria internacional contra el poder burgués. El nacionalismo se inclina por la «cultura nacional», mientras que el internacionalismo lo hace por la fusión internacional de la cultura proletaria y universal. En definitiva, el nacionalismo es la consigna burguesa y practicista de enfocar la cuestión nacional y el trabajo político en general; el internacionalismo es la consigna proletaria y de principios de tratar la cuestión nacional y el trabajo político en general desde la lucha revolucionaria por el comunismo.
Cabe destacar, por tanto, que la consigna de la plena igualdad entre todas las naciones y de su derecho a la autodeterminación no equivale, ni mucho menos, a identificarse o apoyar los movimientos y aspiraciones nacionalistas de las distintas capas de la burguesía. Por un lado, puede apoyarse esta consigna, elemento básico y elemental como se ha explicado anteriormente, sin posicionarse a favor de la separación política de tal o cual nación por los intereses concretos del movimiento revolucionario y el proletariado (más adelante trataremos nuestro posicionamiento concreto ante el ejercicio del derecho a la autodeterminación de Catalunya). Por otra parte, puede aplicarse tal consigna –y así hemos de aplicarla– de forma totalmente opuesta, desde la línea revolucionaria e internacionalista, como se ha visto. Es más, en la época actual de capitalismo maduro, el imperialismo, cuando la organización mercantil-capitalista de la sociedad se ha impuesto y desarrollado por encima de viejas formas de producción y la fusión internacional del capital en estructuras comunes, el borrado de las barreras nacionales y la múltiple asimilación entre naciones son ya una tendencia histórica universal del capitalismo [17], la actitud del proletariado hacia los movimientos nacionalistas burgueses —la mayoría de los cuales carecen ya de contenido revolucionario— debe ser claramente diferente respecto a la primera época del capitalismo. En la etapa de intensas luchas revolucionarias entre las formas capitalistas y formas feudales y semi-feudales, en la etapa de configuración y consolidación del sistema político-económico capitalista, los múltiples movimientos nacionales de la burguesía tenían un carácter revolucionario para destruir lo «viejo» y desarrollar lo «nuevo», para crear Estados nacionales frente los vestigios aristocráticos. En esta etapa de capitalismo naciente, centrado en el desarrollo interior de las naciones y los Estados, de los mercados nacionales y primarios, el proletariado luchó a menudo junto a capas de la burguesía nacional contra las viejas formas de organización social —las revoluciones de 1848 en toda Europa son un claro ejemplo—. Con el asentamiento del sistema capitalista y el desarrollo de sus formas y contradicciones, con la superación del estrecho marco del mercado nacional y la configuración monopolista, los movimientos nacionalistas han perdido, en la mayoría de casos, su vertiente revolucionaria para el proletariado. Por lo tanto, para tratar la cuestión nacional, la distinción entre la línea burguesa y la línea proletaria, entre el nacionalismo y el internacionalismo, es extremadamente necesaria, así como también potenciar la lucha de líneas entre ellas. Así, en la consigna del derecho a la autodeterminación e igualdad de todas las naciones el proletariado puede y debe oponer y aplicar la política internacionalista, su política independiente de clase.
Adentrémonos más, sin embargo, en la anterior concepción unilateral de identificar el pleno reconocimiento de los derechos y libertades de todas las naciones con apoyar movimientos nacionalistas burgueses. Y es que si se rechaza la consigna democrática de plena igualdad entre todas las naciones y de su derecho a la autodeterminación bajo el argumento de que es una consigna apoyada o impulsada por sectores de la burguesía nacional —o cualquier otro motivo—, se acepta de facto la consigna nacionalista-reaccionaria de las burguesías de las naciones opresoras y la opresión nacional —vuelve a aparecer el fantasma del luxemburguismo—. En lugar de hacer de la cuestión nacional una cuestión proletaria, de subordinarla a los objetivos revolucionarios y tratarla desde el internacionalismo, se encasilla en el campo de la burguesía, se renuncia a ella, se entiende como algo nocivoextrañoajeno. A su vez, intentar implantar o adecuar en el orden de cosas actual los ideales de organización política revolucionaria de los Estados y las naciones, esto es, negar el derecho a la autodeterminación en tanto los comunistas aspiramos a la fusión de las naciones, denota un estrecho punto de vista sobre las tareas revolucionarias, todo obstaculizando la articulación de la libre unión del proletariado de varias naciones, y legitima de nuevo la opresión nacional.
Por tanto, en definitiva, desde Balanç i Revolució (BiR) reconocemos, aceptamos y defendemos con todas las consecuencias resultantes la aplicación del derecho a la autodeterminación para Catalunya y el resto de naciones del Estado español —es decir, su derecho a la libre separación política del Estado español—, en base y a partir de la política internacionalista de fusión del proletariado catalán con el resto del proletariado del Estado español en una organización revolucionaria única y central para la lucha por el comunismo. Las tareas que se nos presentan al conjunto de la vanguardia teórica marxista del Estado español respecto a la cuestión nacional pueden enfocarse —y deben enfocarse— desde dos puntos diferentes, pero de denominador común (unidad dialéctica). Por un lado, en la nación opresora la vanguardia teórica marxista debe poner énfasis en la necesidad de reconocer, aceptar y luchar por el derecho a la autodeterminación de todas las naciones del Estado oprimidas por su nación, sin olvidar las tareas por la organización central y única de todo el proletariado. Por otra parte, en las naciones oprimidas la vanguardia teórica marxista debe poner énfasis en la necesidad de la organización única y central de la clase trabajadora de todo el Estado, en la fuerza y conveniencia de la fusión del proletariado de las diversas naciones para la lucha revolucionaria, sin olvidar la defensa y lucha por el derecho a la autodeterminación de la propia nación. En ambos casos, esto se debe realizar en una constante lucha de dos líneas contra los nacionalismos respectivos que recluyen, dividen y enfrentan al proletariado y contra las formas revisionistas de enfocar la cuestión nacional —que, al fin y al cabo, como se ha visto, terminan en el campo de los nacionalismos—. Estas tareas concretas de la vanguardia teórica marxista en formación se adecuan al momento actual de reconstitución ideológico-política del comunismo y a sus tareas y objetivos generales.
IV. POSICIONAMIENTO
Una hipotética separación política de Catalunya en Estado independiente forzaría —si no lo está consiguiendo ya el «proceso soberanista»— una clara agudización de las contradicciones en el bloque dominante del Estado español, principalmente, y en las estructuras monopolistas europeas, secundariamente, en virtud de la reestructuración político-económica adyacente y las nuevas correlaciones de fuerzas que surgirían. Es importante resaltar esto, no en el sentido mecanicista y vulgar compartido por sectores revisionistas según el cual la agudización objetiva podría propiciar automática y mecánicamente algún tipo de movimiento revolucionario —es necesario el salto cualitativo de la conciencia social proletaria a partir de la fusión en las masas de la teoría revolucionaria, por medio de la acción y mediación del Partido Comunista de Nuevo tipo—, sino en el sentido de debilidad del enemigo de clase y contexto de politización, de caldo de cultivo para trabajar la conciencia revolucionaria. En el mismo sentido, probablemente la independencia política como Estado de Catalunya aliviaría las tensiones nacionalistas entre el proletariado de las diferentes naciones y pondría a la orden del día otras cuestiones. Dicho de otra forma, con la resolución de la opresión nacional respecto a Catalunya y la separación en Estado independiente, los objetivos y las tareas para la acción conjunta del proletariado de Catalunya y las demás naciones del Estado español encontrarían probablemente un mejor escenario, más distendido en términos nacionalistas.
Por otra parte, entendemos que únicamente la franca y directa expresión democrática de las masas por mandato imperativo en referéndum puede aplicar el derecho a la autodeterminación. Otros caminos o formas de intentar «conducir» la aplicación del derecho a la autodeterminación, otros caminos o formas que releguen el protagonismo directo de las masas, son herramientas útiles para la mediana-pequeña burguesía catalana y otros sectores en la negociación por sus intereses frente al bloque del gran capital. Así, la pseudo-consulta del nuevo 9-N se presenta como mecanismo para utilizar el movimiento y la participación de masas como carne de cañón ante el Estado español en tal negociación. Por lo tanto, rechazamos esta forma o camino estratégico de las facciones burguesas independentistas como ejercicio del derecho a la autodeterminación; no obstante, en tanto ejercicio participativo, entendemos que la libertad de voto es la consigna adecuada. En la misma línea, la celebración de elecciones plebiscitarias como mecanismo parlamentario sustitutivo del mandato imperativo de las masas en referéndum efectivo es una expresión aún más lúcida del uso y maniobras consecuentes por parte de la mediana-pequeña burguesía catalana en su relación contractual con el bloque dominante. En el momento actual de redacción del documento, parece claro que el Estado español impugnará y suspenderá también la pseudo-consulta, en la línea general de la ofensiva-respuesta del bloque dominante contra las reivindicaciones de la mediana-pequeña burguesía (hay que dejar claro que el Estado también utiliza todo este tira y afloja para tapar sus propias corruptelas). Además, dada la falta de voluntad, el legalismo burgués y la debilidad de las fuerzas políticas consecuentemente independentistas para poder convocar un referéndum efectivo, se puede llegar a la conclusión de que el referéndum efectivo no se celebrará.
Así, desde Balanç i Revolució (BiR) instamos al boicot ante unas elecciones plebiscitarias y a la libre participación y voto en cualquier ejercicio participativo, desde los objetivos y tareas internacionalistas de trabajo para la Revolución Comunista desarrollados anteriormente. Del mismo modo, instamos a las masas a cuestionarse, enfrentarse y desobedecer el marco legal burgués para poder aplicar debidamente el derecho a la autodeterminación de Catalunya.
La nación, como formación histórica burguesa, es uno de los grandes Minotauros en el inmenso laberinto del sistema capitalista. Muchos son los que, mansos, se postran ante él, mientras que otros tantos tratan de esquivarlo. Confrontarlo forma parte de las tareas históricas e ineludibles de los comunistas, y no hay mejor manera que enarbolando de manera efectiva el derecho a la autodeterminación. Eso hacemos nosotros, plenamente conscientes de que al mismo tiempo retomamos la senda que nos marca ese hilo rojo de Ariadna, con el objetivo de salir del odioso laberinto y llegar a nuestra meta: la humanidad plenamente emancipada, donde las naciones y la explotación del hombre por el hombre no serán más que polvo, reliquias antediluvianas procedentes de la noche de los tiempos.
COMPLETA IGUALDAD DE DERECHOS DE LAS NACIONES; DERECHO DE AUTODETERMINACIÓN DE LAS NACIONES; FUSIÓN DE LOS OBREROS DE TODAS LAS NACIONES; TAL ES EL PROGRAMA NACIONAL QUE ENSEÑA A LOS OBREROS EL MARXISMO, QUE ENSEÑA LA EXPERIENCIA DEL MUNDO ENTERO
V. I. LENIN
¡PROLETARIOS DEL MUNDO, UNÍOS!
3 de noviembre de 2014, Catalunya.
[1]
Las razones materiales de la contradicción interburguesa entre la gran burguesía y la mediana-pequeña burguesía radican en el hecho de que la segunda requiere para su desarrollo un marco económico de acción más local, más autónomo, y unos mecanismos anti-monopolistas que garanticen la protección respecto al gran capital, en contraposición a los intereses y mecanismos internacionales de la burguesía financiera.
[2]
En el contexto de crisis actual, la ofensiva del gran capital, manifestada en una aceleración de la concentración del capital, se acentúa y presenta un escenario de proletarización de capas bajas de la mediana-pequeña burguesía y radicalización de la aristocracia obrera. Esto significa la intensificación en diferentes ámbitos de la oposición de intereses entre el bloque monopolista y la mediana-pequeña burguesía y sectores inferiores.
[3]
http://www.directe.cat/noticia/291788/reunio-secreta-de-rajoy-amb-faine-i-godo-per-aturar-el-proces-sobiranista
[4]
http://www.elsingular.cat/cat/notices/2013/02/foment_del_treball_plega_veles_eludeix_el_sobiranisme_i_el_pacte_fiscal_92829.php
[5]
http://www.diaridegirona.cat/catalunya/2014/09/16/gay-montella-reitera-foment-treball/687879.html
[6]
La República Catalana como objetivo del proyecto político de amplias capas de la mediana-pequeña burguesía catalana y otras facciones inferiores es la homóloga de la III República anhelada por la mediana-pequeña burguesía de la nación opresora. Las divergencias entre la mediana-pequeña burguesía catalana y su contraparte en la nación opresora, en su oposición al gran capital, se manifiestan también en la actitud de sus respectivos partidos políticos hacia el proceso soberanista.
[7]
http://www.324.cat/noticia/2419380/economia/El-Cercle-Catala-de-Negocis-abandona-la-PIMEC-per-haver-impedit-la-votacio-sobre-lestat-propi
[8]
http://www.eltriangle.eu/cat/notices/2014/03/crisi-a-ugt-i-ccoo-pel-sobiranisme-38697.php
[9]
http://www.llibertat.cat/2014/09/que-cal-fer-27821
[10]
Esta dualidad de líneas puede situarse fuera de la provincia de Girona, del Alt Maresme, zonas como Badalona, ​​etc., para que en estos lugares la hegemonía del MDT no es cuestionada por las organizaciones de raíz, SEPC o CUP.
[11]
La reconstitución ideológica del comunismo, por tanto, no es un ejercicio académico, y por eso mismo es algo que no se realiza desde la teoría para la teoría, es decir, en función del ensamblaje completo de un supuesto corpus teórico preestablecido y que permaneciera como entelequia teórica oculta que fuera necesario desvelar y recuperar del limbo del pensamiento puro. Al contrario, la reconstitución ideológica se realiza desde la teoría para la práctica, es decir, en función de los intereses concretos y reales del movimiento de Reconstitución política, en función de los problemas reales que la vanguardia necesita resolver para dar continuidad a ese movimiento y para ampliarlo en su base. Nueva Orientación en el camino de la reconstitución del partido comunista (I) – El Martinete, nº 19, pág. 126. Año de publicación: 2006.
[12]
La centralización política, desde el punto de vista del marxismo, corresponde al sistema de organización económica comunista de propiedad social de todo el pueblo sobre los medios de producción, así como a los intereses inmediatos de la Revolución Comunista mencionados en el texto.
[13]
Otras luchas parciales que amplios sectores del revisionismo presentan como ámbito de lucha o camino para la acumulación de fuerzas hasta el momento en que tenga lugar una crisis revolucionaria son el republicanismo, el feminismo, las mareas de colores, etc.
[14]
V. I. Lenin, «Notas críticas sobre el problema nacional», 1913; pág. 18, Volumen VI, Obras Escogidas; Edición Progreso, Moscú, 1973.
[15]
Front Revolucionari dels Països Catalans (FRPC), «Comunicat davant el referèndum del 9N al Principat», julio de 2014; http://frpc.noblogs.org/post/2014/07/28/comunicat-davant-el-referendum-del-9n-al-principat/
[16]
Front Revolucionari dels Països Catalans (FRPC), «Manifest fundacional del FRPC», abril de 2014; http://frpc.noblogs.org/post/2014/04/
[17]
La gran burguesía lo explica así: «el objetivo de asegurar el adecuado funcionamiento del mercado único y profundizar en su desarrollo exige el establecimiento de normas homogéneas y la coordinación de un cierto número de instrumentos de política económica, lo que reduce la capacidad de las autoridades nacionales para influir de forma autónoma sobre sus economías. […]. Las vertientes de la política económica más relevantes para el funcionamiento de un mercado único son las que han sido objeto de un mayor grado de centralización. […]. El mercado único exige eliminar las restricciones que limitan la concurrencia y, en particular, las prácticas proteccionistas que, de un modo u otro, las autoridades nacionales pueden intentar introducir o mantener para reforzar la posición en el mercado de las empresas autóctonas ». («El análisis de la economía española», Servicios de Estudios del Banco de España; pàg. 67, Alianza Editorial, Madrid, 2005).

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Filosofía de la ciencia y crítica ontológica: verdad y emancipación


Autor(es): Duayer, Mario.

Duayer,  Mario.
Duayer, Mario.. Es PhD por la Universidad de Manchester (Inglaterra). Posdoctorado por la University of Massachusetts y en Duke University (EE.UU.). Profesor titular, hasta su jubilación del Departamento de Economía de la Universidade Federal Fluminense (Río de Janeiro). Se desempeña actualmente como Profesor Visitante del Programa de Posgraduación en Servicio Social de la Universidade do Estado do Rio de Janeiro. Supervisor Técnico y traductor (en colaboración) de la primera edición en portugués de los Grundrisse por la Editora Boitempo (San Pablo). Corresponsable por la traducción del primer volumen de la Ontologia, de György Lukács, lanzado en 2012 por Boitempo. Publicó diversos artículos sobre crítica ontológica – inspirados en las obras de Lukács y de Roy Bhaskar– en los que aborda temas relacionados con filosofía de la ciencia, economía, el problema de la centralidad del trabajo, entre otras cuestiones.


Pensé que Argos y yo participábamos de universos distintos; pensé quenuestras percepciones eran iguales, pero que Argos las combinaba de otra manera y construía con ellas otros objetos; pensé que acaso no había objetos para él, sino un vertiginoso y continuo juego de impresiones brevísimas.
J. L. Borges, “El inmortal”
Este artículo busca sostener que uno de los aspectos centrales de la falta de salida, de alternativa en las diversas crisis experimentadas en numerosos países en los últimos tiempos es la ausencia de una ontología crítica que permita imaginar otro mundo social, más digno de lo humano y capaz de cautivar a las personas. A fin de sostener el carácter inevitable de la crítica ontológica para la praxis transformadora, el artículo explora, en primer lugar, ensayos de Borges en que el escritor, a su modo, muestra cómo toda actividad humano-social tiene en su base nociones ontológicas y, a diferencia de lo que Foucault parece inferir de sus ensayos, subraya su objetividad, siempre sujeta, es evidente, a la refutación. De la literatura a la filosofía de la ciencia, el artículo argumenta que la ciencia tampoco puede funcionar en un vacío ontológico. El examen sucinto de las concepciones de ciencia y explicación científica del positivismo lógico de Kuhn y Lakatos permite demostrar esa afirmación, a pesar del desprecio e indiferencia de esas teorías hacia las cuestiones ontológicas. Por último, recurre a la Ontología de Lukács para demostrar que la genuina ciencia se orienta por necesidad para el ser de las cosas, o sea, para la verdad.
En el caso de una ciencia social, que, siendo ciencia, no puede operar en un vacío ontológico, orientarse hacia el ser de las cosas significa concebir lo que es la sociedad, fundar y estar fundada, explícita o implícitamente, en una ontología del ser social. Y si la teoría social es parte de la sociedad, si se crea una inteligibilidad sobre cuya base los sujetos actúan preservando o transformando las formas sociales, se puede afirmar que toda disputa entre teorías y las respectivas prácticas que promueven es disputa ontológica; que, por lo tanto, la crítica ontológica es un imperativo de cualquier emancipación respecto de estructuras sociales que oprimen, constriñen y degradan lo humano.
Borges y la ontología
Antes de justificar la afirmación de que las cuestiones ontológicas constituyen un tema central para Borges, me parece importante advertir que la interpretación que sigue no fue elaborada por un especialista en Borges, mucho menos por un crítico literario. Es más bien el resultado de la impresión causada por los textos del autor, en particular porque abordan ficcionalmente las complejas relaciones entre palabra y concepto, lenguaje y pensamiento conceptual. En la medida en que no es un tema expreso en la propia filosofía, sería un despropósito exigir que Borges considere las cuestiones ontológicas de forma explícita y sistemática. De cualquier manera, me parece innegable que ellas figuraban entre las principales inquietudes del autor. Para demostrarlo, bastará con mencionar algunos de sus textos. Pretendo concentrarme particularmente en dos de ellos, “El Idioma Analítico de John Wilkins” y “Funes, el Memorioso”. No obstante, una breve mención a “El Aleph” y a “Del rigor en la Ciencia” puede funcionar bien como forma de introducir la materia.
En el cuento “El Aleph”, el narrador relata el episodio de un personaje, escritor de un infinible poema, que reside en una casa en cuyo sótano hay un punto, el Aleph, precisamente en el décimo noveno escalón, que, visto de cierto ángulo, es “el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos” (Borges, 1982: 161). Escéptico, cuando ingresa al sótano el narrador ve, pasmado, el Aleph, el infinito; ve aquel objeto de no más de tres centímetros de diámetro, en el cual estaba el “espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa […] era infinitas cosas” (ibíd: 164), porque, asegura el narrador, él la veía desde todos los puntos del universo. En un “gigantesco instante”, el narrador asiste al vertiginoso flujo extensivo e intensivo de todas las cosas:
el populoso mar […] el alba y la tarde […] las muchedumbres de América […] una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, […] racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua [...] convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, […] a un tiempo cada letra de cada página […] la noche y el día contemporáneo, […] tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos [...] todas las hormigas que hay en la tierra, […] el engranaje del amor y la modificación de la muerte [...] (ibíd: 165s.).
Habiendo sido el espectador de todo eso, el narrador manifiesta su desesperación como escritor. Pues ¿como sería posible contar a los otros el infinito, si el lenguaje es un “abecedario de símbolos” que tiene por presupuesto un pasado compartido por sus hablantes? (ibíd: 163). Si el lenguaje es sucesivo, ¿como transcribir el simultáneo capturado de la experiencia? ¿Cómo sortear el insoluble problema de enumerar un conjunto infinito? Además de incomunicable, o por ser incomunicable, el infinito parece paralizar la mente con la densidad apabullante de su flujo de eventos. Tal vez por eso el narrador confiesa que solo retomó el control de sí después de noches de insomnio reviviendo lo que fue visto en el Aleph, cuando actuó otra vez sobre él el olvido (ibíd: 167).
Se puede decir que la cuestión central del cuento es la infinitud del mundo y nuestro acceso a él. El mundo es obviamente inaprehensible en su totalidad intensiva y extensiva de cosas, procesos y eventos. El mágico e inmediato acceso a tal infinito, como supuestamente lo permitió el Aleph, está más para la ignorancia que para su conocimiento, pues los infinitos detalles del infinito son lo que son, a saber, la sucesión instantánea y, paradójicamente, simultánea de eventos, objetos, etcétera singulares que, por sí solos, como singulares, no dan a conocer la totalidad. Para hacer un paralelo, su profusión se asemeja al colapso súbito e interminable de los estantes de un enorme y variado depósito: una mezcla de cosas.
El conocimiento del mundo, al contrario, no se reduce a la identificación de singulares, sino que consiste en el reconocimiento de las determinaciones universales y particulares de los singulares, de las categorías que, en fin, especifican los efectos que producen en el mundo y que el mundo produce en ellos. En otras palabras, Borges, en “El Aleph”, realiza una crítica notable a uno de los momentos del conocimiento –el análisis– al absolutizarlo. Y lo hace justamente cuando, primero, insinúa que conocer es tener acceso a los infinitos detalles de todo lo que existe y pasa, para en seguida a dar a entender que conocer es olvidar los detalles, en fin, sintetizar: el otro momento del conocer.
No es difícil percibir que en “Del rigor en la ciencia”, Borges lidia con el mismo problema. Se trata de un texto muy difundido, muy usado como, digamos, epígrafe “metodológico” de artículos científicos de diferentes áreas del conocimiento, pero también como objeto de análisis literarios propiamente dichos. La breve narración es sobre un supuesto imperio en el que la cartografía habría alcanzado tamaña perfección que sus mapas eran confeccionados a una escala gigantesca: el mapa de una provincia cubría toda una ciudad; el mapa del imperio se extendía por toda una provincia. Frustrados con la imprecisión de esos exorbitantes mapas, los colegios de cartógrafos deliberaron sobre la posibilidad de construir un mapa en escala 1:1, de modo que el mapa del imperio tenía el exacto tamaño del imperio. Mapa que, por inútil para las generaciones siguientes, fue abandonado a la acción degenerativa del tiempo (Borges, 1960: 117).
Como se puede constatar, aquí nuevamente el autor aborda el problema de la abstracción, de la separación sujeto/objeto, del distanciamiento del sujeto con relación al objeto, que constituye el presupuesto de la práctica. A pesar de tratarse de una apropiación mental específica de la realidad –un mapa, representación gráfica de cualquier extensión–, el sentido del texto vale para cualquier tipo de representación y para cualquier sector de la realidad natural y social. En una palabra, como resume Borges en otro cuento, pensar es abstraer. Y en la abstracción, como observa Lukács, la realidad es “realidad” como posesión espiritual y, por eso, constituye una
nueva forma de objetividad, pero no una realidad; y –precisamente, en términos ontológicos– lo reproducido no puede ser semejante, y aun menos idéntico a aquello que reproduce. Al contrario. Ontológicamente, el ser social se divide en dos factores heterogéneos, que no solo se contraponen entre sí en cuanto heterogéneos desde el punto de vista del ser, sino que son en verdad antitéticos: el ser y su reflejo en la consciencia (Lukács, 2004: 84).
En el cuento “Funes, el Memorioso”, el narrador toma como personaje un individuo peculiar, el propio Ireneo Funes, que acostumbraba a divertir y encantar a cuantos encontrase con su curiosa habilidad de percibir exactamente las horas del día. Ocurrió que cierta vez un caballo lo derrumbó y él quedó paralítico. Lo que era pintoresco en Funes se transformó, después de la invalidez, en asombrosa capacidad. Sus sentidos se aguzaron hasta el paroxismo, a lo que su memoria respondió hipertrofiándose, para registrar el volumen inmensurable de informaciones proporcionado por los sentidos. Por efecto del accidente, él ahora era capaz de percibir
todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que solo había mirado una vez […]. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etc. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero (Borges, 2007: 587).
Tan extraordinarios eran los sentidos de Funes, que el sistema de numeración decimal le parecía excesivamente prolijo. Es comprensible, por lo tanto, que él haya llegado a plantearse la tarea de desarrollar un sistema más sintético, en el que a cada número le correspondía una palabra. Otro proyecto que su prodigiosa memoria pensó acometer fue el de un idioma en el que cada singular (“cada piedra, cada pájaro y cada ramo”) recibiera un nombre propio. Tiene razón el narrador al ponderar que esos dos proyectos, a pesar de insensatos,
[n]os dejan vislumbrar o inferir el vertiginoso mundo de Funes. […] [Él] discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso. […] nadie ha sentido el calor y la presión de una realidad tan infatigable como la que día y noche convergía sobre el infeliz Ireneo, en su pobre arrabal sudamericano. Le era muy difícil dormir. Dormir es distraerse del mundo (ibíd: 589).
Percibimos que Funes era incapaz de ideas generales y que, por esa razón, para él era inconcebible que, por ejemplo, “el símbolo genérico perro” pudiese designar, no solamente toda la cantidad y variedad de canes, sino también cada uno de los animales en las infinitas circunstancias de sus vidas. Espectador incansable y obcecado de lo singular, Funes conservaba en la memoria todos los detalles de todo aquello a lo cual sus sentidos accedían, como también de todo lo que imaginaba. A pesar de eso, tanto, el narrador sospecha que él era incapaz de pensar, pues pensar “es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos” (ibíd: 590).
Es innecesario subrayar que los problemas tratados en ese cuento son esencialmente los mismos del cuento comentado antes, “El Aleph”. Veremos después que, en los dos casos, la observación y/o la identificación de los infinitos singulares tienen por presupuesto una ontología implícita en la taxonomía desde la cual cada uno de los singulares es identificado, visto. Si es así, es más que evidente la ilusión de que en “El Aleph” solo se ven singulares, o que a Funes solo le importan los singulares. De hecho, la taxonomía por intermedio de la cual cada singular es capturado, visto, identificado implica, con sus categorías de lo particular y de lo universal, relaciones de identidad y diferencia entre los singulares, sus propiedades específicas, sus nexos recíprocos etcétera. En otras palabras, presupone una noción del mundo como totalidad, en fin, una ontología, aun cuando absurdamente –como parece insinuar Borges– la totalidad aparece como un cúmulo de singulares atómicos. La afirmación más cabal de esa concepción borgeana puede ser constatada en “El Idioma analítico de John Wikins”, como veremos a continuación.
En ese breve ensayo, la defensa de la objetividad de nuestro conocimiento del mundo hecha por Borges es tan clara, tan inspirada que podría rivalizar con un tratado filosófico. El proyecto de crear un lenguaje filosófico desarrollado por John Wilkins, personaje que “abundó en felices curiosidades”, sirve de material para discutir la cuestión. El proyecto de Wilkins apuntaba a solucionar la naturaleza indescifrable, inexpresiva de las palabras de cualquier idioma, a pesar de las afirmaciones contrarias. Por ejemplo, la Real Academia, ironiza Borges, menciona el pretencioso carácter expresivo de los vocablos de la “riquísima lengua española”; pero, paradójicamente, edita un diccionario en que los vocablos “expresivos” reciben una definición. Según Borges, en vista de que el “sistema decimal de numeración permite aprender en un solo día nombrar todas las cantidades y escribirlas en un idioma nuevo”, el de los guarismos, Descartes ya había imaginado, a comienzos del siglo XVII, algo semejante: un lenguaje “que organice y abarque todos los pensamientos humanos. Emprendimiento que, alrededor de 1664, acometió John Wilkins” (Borges, 1976: 707).
Wilkins partió de la suposición de que las personas en general comparten un mismo principio de razón y la misma aprehensión de las cosas. Por eso, le pareció que la humanidad podría librarse de la confusión de lenguas y de sus infelices consecuencias si las nociones comunes pudiesen ser vinculadas con símbolos compartidos, escritos o hablados. Con ese propósito en vista, Wilkins imaginó, no sin admitida arbitrariedad, que cuarenta géneros básicos, subdivididos en diferencias, a su vez subdivididas en especies, formarían los símbolos de una especie de inventario del mundo. Para tornar expresivo su lenguaje artificial, Wilkins hizo corresponder un monosílabo con cada uno de los cuarenta géneros, una letra para cada diferencia y otra para cada especie. De ese modo, cada secuencia de símbolos pronunciable expresaría inmediatamente un determinado ítem del mundo. Borges ilustra así el dispositivo: decorresponde al género elemento; deb, acrecentada la letra de la respectiva diferencia, en este caso, el primero de los elementos, el fuego; adicionada la letra designando la especie, uno tiene deba, una porción del elemento del fuego, una llama (íd.). Otro ejemplo sería el género “mundo”, representado por da, que, seguido de la letra dcorrespondiendo a la segunda diferencia, que denota celestial, resulta en la noción del cielo (dad). El símbolo para tierra es dady, compuesto por los mismos elementos, pero incluyendo el símbolo de la séptima especie y, que denota ese globo de tierra y mar.
Ese es el esquema ideado por Wilkins. De cualquier forma, lo que es esencial, lo que realmente importa es la interpretación crítica de Borges. El problema que exige respuesta, dice él, es “el valor de la tabla cuadragesimal que es la base del idioma” de Wilkins. Para ofrecer una respuesta, él expone la ambigüedad de algunas categorías:
Consideremos la octava categoría, la de las piedras. Wilkins las divide en comunes (pedernal, cascajo, pizarra), módicas (mármol, ámbar, coral), preciosas (perla, ópalo), transparentes (amatista, zafiro) e insolubles (hulla, greda y arsénico). Casi tan alarmante como la octava, es la novena categoría. Ésta nos revela que los metales pueden ser imperfectos (bermellón, azogue), artificiales (bronce, latón), recrementicios (limaduras, herrumbre) y naturales (oro, estaño, cobre). La ballena figura en la categoría décimo sexta; es un pez vivíparo, oblongo (Borges, 1976: 708).
Las “ambigüedades, redundancias y deficiencias” de esa clasificación traen al recuerdo la clasificación de los animales de una supuesta enciclopedia china – Emporio Celestial de Conocimientos Benévolos – citada por Franz Kuhn, según inventa Borges. Como veremos, esta clasificación de los animales del “emporio de conocimientos” y la de Wilkins, reproducida antes, ofrecen los elementos centrales del argumento de Borges; y, por esa razón, a pesar de ser muy difundida, requiere la transcripción integral presentada a continuación. Los animales son así discriminados:
a) pertenecientes al Emperadori) que se agitan como locos
b) embalsamadosj) innumerables
c) amaestradosk) dibujados con un finísimo pincel de pelo
d) lechones
e) sirenas
de camello
l) etcétera
f) fabulososm) que acaban de romper el jarrón
g) perros sueltosn) que de lejos parecen moscas
h) incluidos en esta
Clasificación(Borges, 1976: ibid.)
           
Prescindiendo de la declaración más directa de Borges, que veremos más adelante, los pasajes anteriores ya indican de manera inequívoca su convicción sobre la objetividad de nuestro conocimiento y, por extensión, sobre la objetividad de la ontología que ese conocimiento siempre supone. De hecho, la ambigüedad, la deficiencia y, sobre todo, el antropomorfismo de las clasificaciones expresan el carácter social, histórico y, por lo tanto, falible de las nociones ontológicas en las cuales, en cada ocasión, se basa nuestra práctica.[1] Su falibilidad no contradice su objetividad, que es más bien su presupuesto. La mención de la ballena, definida como pez vivíparo, oblongo en la taxonomía de Wilkins, no es gratuita. Con tal recurso, Borges fuerza al lector a un diálogo involuntario. Lleva al lector a percibir inmediatamente que la clasificación no captura de manera correcta, objetiva la estructura anatómico-fisiológica de la ballena, que es un mamífero, y, por tanto, a percibir que ella es falible, pero, al mismo tiempo y en el mismo acto, hace afirmar al lector la objetividad de su propio conocimiento, o de su propia taxonomía, pues él solo puede cometer un error desde un punto de vista considerado verdadero. De esto es posible concluir que nuestras clasificaciones basadas en observaciones superficiales, de la práctica cotidiana – p. ej., un animal que nada y vive sumergido es un pez– pueden ser superficiales, falsas y pueden (y deben) ser corregidas, si bien son objetivas en algún grado: en definitiva, en ellas se basa la práctica cotidiana. Borges emplea el mismo expediente al recorrer a la clasificación de la enciclopedia china, que solo produce risa precisamente porque el lector percibe su absurdo; pero lo hace, como es evidente, desde la óptica de su propia clasificación, asumida como verdadera, objetiva.
Borges finaliza el ensayo de manera menos alusiva cuando declara, a propósito de las ambigüedades de las clasificaciones citadas, que todas las clasificaciones del universo son arbitrarias (Borges, 1976: 708). No obstante, advierte que “[la] imposibilidad de penetrar el esquema divino del universo no puede, sin embargo, disuadirnos de planear esquemas humanos, aunque nos conste que estos son provisorios” (íd.). Siendo humano, el conocimiento no puede tener acceso a lo “divino”, a lo absoluto. Entretanto, como la práctica humana es teleológica, finalista, el conocimiento del mundo es su presupuesto necesario y, en consecuencia, nada puede “disuadirnos de planear esquemas humanos”. Y si los esquemas humanos son condición irrevocable de la práctica, se sigue que, a pesar de provisorios, falibles, son objetivos.
Esa interpretación de Borges, es preciso decir, discrepa totalmente de la sostenida por Foucault sobre la base del ensayo recién comentado. Sería imposible garantizarlo categóricamente, pero “El idioma analítico…” parece deber grande parte de su difusión al hecho de que Foucault, en el prefacio de Las palabras y las cosas, revela que su libro nació a partir de la lectura del ensayo de Borges. Según Foucault, la clasificación de los animales de la supuesta enciclopedia china lo hizo “reír durante mucho tiempo, no sin un malestar evidente y difícil de vencer” (Foucault, 1990: 3). No obstante, son risas muy distintas las provocadas por la taxonomía. La primera, sugerida antes, es una risa que encuentra una gracia en la insensatez del esquema, que juzga, no sin condescendencia, desde la objetividad experimentada de la propia ontología; la segunda, es una risa de perplejidad, de espanto frente a una taxonomía que presumiblemente demuestra el irremediable contrasentido de nuestros esquemas mentales, frente a la imposibilidad de alcanzar un conocimiento objetivo del mundo. De acuerdo con Foucault, tal risa
sacude, al leerlo, todo lo familiar al pensamiento –al nuestro: al que tienen nuestra edad y nuestra geografía–, trastornando todas las superficies ordenadas y todos los planos que ajustan la abundancia de seres, provocando una larga vacilación e inquietud en nuestra práctica milenaria de lo Mismo y lo Otro […]. En el asombro de esta taxinomia, lo que se ve de golpe, lo que, por medio del apólogo, se nos muestra como encanto exótico de otro pensamiento, es el límite del nuestro: la imposibilidad de pensar esto (ibíd.: 1).
Esa impresión de lectura parece una manifestación de aquello que, a propósito de las ideas del filósofo neopragmático R. Rorty, en otro trabajo denominé de carencia de Dios.[2] Posición que, a partir de la constatación algo trivial de que todo conocimiento, siendo humano, social, es siempre relativo, mezcla lo objetivo con lo absoluto y, en la medida en que permanece inalcanzable lo último, defiende el relativismo al por mayor. Por tanto, frustrada la aspiración megalómana de todo saber, se priva a todos los conocimientos mundanos de cualquier objetividad.
Es importante tener en cuenta los sentidos más profundos de esa diferencia de lectura y no, claro está, en el campo específico de la crítica literaria, sino por las serias repercusiones que posee el escepticismo subyacente a la interpretación de Foucault. En la práctica, independientemente de la intención de quién lo invoca, el escepticismo significa tácita aquiescencia con el status quo. Tal escepticismo no pasa desapercibido para Norris, para quien el pasaje de Borges utilizado por Foucault demuestra de manera indiscutible su punto de vista antirrealista, convencionalista y nominalista. De hecho, afirma él, para Foucault la clasificación de los animales de la “enciclopedia china” vale como índice del carácter parroquial, cultural-determinado de nuestros conceptos y categorías. En su crítica a la lectura de Foucault, Norris concuerda con la interpretación aquí defendida, señalando que la “posibilidad de pensar sobre tales exóticas clasificaciones indica nuestra capacidad de percibirlas como una instancia de categorización extravagante y disparatada”, además de imaginar que constituyen una alusión ficcional “a nuestros hábitos naturalizados de pensamiento y percepción”. Justamente por eso, argumenta Norris, es un total equívoco pretender, como quiere Foucault, que la simple posibilidad de pensar y, en el caso de Borges, inventar tales “pensamientos completamente imposibles” sirve de base suficiente para sugerir que “todos nuestros conceptos, categorías, compromisos ontológicos etcétera son igualmente constructos ficcionales extraídos de uno u otro discurso ‘arbitrario’”.
En opinión de Norris, esas ideas componen la premisa implícita de todo el proyecto foucaultiano, ya en su punto de partida en la “arqueología” del conocimiento, de corte estructuralista, hasta el enfoque genealógico (post años setenta) de matriz nietzscheana, y que de hecho alimenta las agendas de lo pos-moderno, del neopragmatismo y adyacencias. Según Norris, tal premisa puede ser pensada como una reductio ad absurdum de la propuesta antirrealista que comienza por localizar la verdad en las proposiciones sobre las cosas, en lugar de localizarlas en las propias cosas, y termina (con Quine, Kuhn, Rorty, Lyotard etcétera) por relativizar holísticamente la “verdad” a cualquier tipo de juego de lenguaje que ocurre disfrutar tal título.
Como se puede constatar, la utilización de los textos de Borges aquí analizados sirve para propósitos teóricos –y políticos– muy distintos. Pueden ilustrar la concepción, aquí defendida, de que nunca se puede pensar y actuar “de ningún lugar”; de que nuestra práctica y el pensamiento que lo dirige se basan en caracterizaciones generales del mundo, en ontologías, que, como se vio con Borges, son provisorias, falibles, pero tienen su objetividad corroborada por las prácticas que informan. Pero pueden también ser tomados como ejemplo de la noción de que todas nuestras creencias, teóricas o no, son equiparables, puesto que la verdad –la objetividad– es considerada inalcanzable. Por tanto, las lecturas de los textos –de estos y de otros–, sus interpretaciones crean, refuerzan o refutan, estimulan o inhiben las ideas corrientes. No hay cómo ser indiferente frente a lecturas discrepantes, conflictivas, una vez que ellas expresan disputas ontológicas cuyo impacto en la práctica es imposible descuidar; pues es en las caracterizaciones generales del mundo donde vamos buscar nuestras ideas sobre lo deseable, lo posible, lo factible.
                              
La filosofía de la ciencia y la ontología
Tal como anunciamos en la introducción, pasaremos ahora de la literatura a la filosofía de la ciencia e intentaremos mostrar que también la ciencia, a pesar de tantas protestas adversas, no puede funcionar en un vacío ontológico. El examen sucinto de las concepciones de ciencia y de explicación científica del positivismo lógico de Kuhn y de Lakatos permite demostrar esa afirmación, a pesar del desprecio e indiferencia de esas teorías hacia las cuestiones ontológicas. Para tal demostración, vale advertir, serán utilizados algunos esquemas que procuran mostrar gráficamente la interdicción a las cuestiones ontológicas en la filosofía. En ese sentido, antes de alimentar la intención de elaborar un análisis exhaustivo de corrientes y autores, las próximas consideraciones toman las formulaciones de las principales corrientes y/o autores de la filosofía de la ciencia ortodoxa para ilustrar que aquella interdicción es puramente nominal.[3]
            Para iniciar, en la figura de abajo se representa de manera esquemática cómo concibe el proceso de conocimiento el empirismo más tosco.[4] El interior de las líneas paralelas horizontales representa el flujo de eventos, o sea, todo lo que está pasando en el mundo. Si, para el empirismo, el conocimiento es generalización de lo que el aparato sensorial permite atrapar del mundo, en el esquema ese proceso es ilustrado por el movimiento que empieza en la parte superior de la línea diagonal y que, a lo largo de ella, “atraviesa” el flujo de eventos. Cada uno de los recurrentes trayectos a lo largo de la línea permite capturar nuevos hechos empíricos y proceder a su generalización, conformando así el conocimiento que la práctica presupone y produce. Salvo equívocos en el proceso de generalización de lo empírico experimentado por los sentidos, libre de especulaciones metafísicas –ideas sin procedencia estrictamente empírica–, errores que a la ciencia cumpliría evitar, ese proceso acumulativo implicaría un conocimiento cada vez más incluyente del mundo, o sea, “sistemas de creencias”, “coordenadas ideológicas” o “esquemas ontológicos” perfeccionados empíricamente de manera continua, que por principio pueden ser retrotraídos a las sensaciones originarias y, por esa razón, irrefutables.
De inmediato se infiere que esa concepción supone un sujeto de conocimiento que solo puede ser un individuo originario, aislado, atómico, “preadánico”, desprovisto de relaciones no solo con otros individuos, sino también con la naturaleza; un individuo que, por todo eso, no posee lenguaje ni conciencia. Es ese individuo que súbitamente pasa a relacionarse con la naturaleza y, sobre la base de esas experiencias sin ideas, comienza a formarlas al descubrir las semejanzas y diferencias entre las cosas recogidas aquí y allí por sus sentidos. De manera gradual, por consiguiente, ese absurdo individuo va construyendo particulares y universales, arma para sí una inteligibilidad del mundo en el cual, desde el inicio, transita “empíricamente” –por absurdo que parezca y sea– sin ninguna clase inteligibilidad, a ciegas. Por último, una vez que, de acuerdo con esa concepción, el conocimiento es un simple efecto mecánico del mundo capturado por nuestro aparato sensorial –una especie de efecto drive-thru del mundo que atraviesa nuestros sentidos–, los sistemas de creencias así formados exclusivamente de lo empírico estarían libres de toda “metafísica”. No obstante tal pretensión, no es difícil percibir, como demostró Bhaskar, que esa concepción de conocimiento presupone una ontología empirista en la cual el mundo achatado, unidimensional, colapsado en las impresiones de los sujetos, es constituido de cosas y eventos atómicos, una vez que sus eventuales relaciones no son más que meras concomitancias (regularidades empíricas) percibidas por los sujetos. El sujeto del conocimiento atómico, por consiguiente, está en conformidad con esa ontología implícita.
En el positivismo lógico, la propia tradición positivista procuró superar las absurdas inconsistencias de esa concepción que, para cumplir la depuración del discurso científico de toda metafísica –su punto programático central–, precisaba garantizar que todos los items del conocimiento pudiesen ser remontados al dato empírico bruto. Idea que presupone, sin enunciarlo, una especie de mito creacionista: el individuo aislado del conocimiento, que no es otro que el individuo aislado superlativo del pensamiento liberal, eminencia oscura de tantas teorías. Para reformular tal posición, el positivismo lógico al menos admite, a pesar que de manera muy curiosa, que el sujeto que percibe, que forma ideas, que confiere sentido a los dados de sus impresiones nunca existe sin ideas.
El resultado de esa reformulación de la concepción de ciencia y explicación científica de la tradición positivista está ilustrado en el próximo esquema. En conformidad con la gnoseología empirista de la tradición positivista, para la cual todo conocimiento es derivado de la experiencia sensorial y es justificado con base en ella, el positivismo lógico heredó la función siempre reclamada por aquella tradición: operar como supervisor de la mente en sus procesos de generalización científicos, cohibiendo especulaciones metafísicas y, con ello, manteniendo firmes los vínculos de la mente con el mundo, aquí comprendido como la realidad capturada por el aparato sensorial. Función normativa que el positivismo lógico imaginó desempeñar postulando una estructura general del discurso científico, supuestamente característico de las ciencias paradigmáticas; en especial, la física. De acuerdo con tal prescripción, todo discurso científico tiene que presentar una estructura hipotético-deductiva, también conocida como modelo H-D del discurso científico. Dicho en pocas palabras, el H-D define que toda teoría consiste en un cálculo axiomático-deductivo. Lo que equivale a decir que, desde esta óptica, una teoría no es más que un conjunto de axiomas, incluyendo al menos una ley general, igualmente axiomática; conjunto del cual es deducida una serie de proposiciones sobre fenómenos observables.
En la ilustración precedente puede verse que, a diferencia del empirismo, el sujeto del conocimiento no va más a la práctica desprovisto de ideas. De modo similar al esquema anterior, aquí el proceso de conocimiento también comienza en la parte superior de la diagonal y, a lo largo de ella, “atraviesa” el flujo de eventos, capturando, en cada uno de los ciclos, nuevos hechos empíricos. Entretanto, en ese caso los hechos empíricos no se resuelven en generalizaciones. Al contrario, las teorías construidas deductivamente a partir de los axiomas son generalizaciones postuladas, descripciones de un sector de la realidad, que, si se observa el imperativo positivista, solo pueden consistir en regularidades empíricas entre fenómenos o relaciones funcionales estables entre variables. La validez de las teorías, por lo tanto, tiene por condición su corroboración por la evidencia observacional. En síntesis, las teorías postulan regularidades empíricas o la conjunción constante de eventos y son válidas cuando las regularidades postuladas son corroboradas por la evidencia empírica. Partiendo de SC1, EO1 o CI1, en la parte superior de la diagonal, la teoría válida “atraviesa” el flujo de eventos con el objetivo de identificar las regularidades empíricas postuladas. A cada ciclo a lo largo de la diagonal, la teoría, con base en los mismos axiomas estructurales, procura anexar nuevos fenómenos empíricos, vale decir, incorporarlos a su interpretación. El éxito de esa expansión del dominio empírico de la teoría es al mismo tiempo la validación empírica del “sistema de creencias” en el cual está fundada.
Vamos a eludir aquí todo comentario sobre la total ausencia, en el modelo H-D, de cualquier referencia sobre el origen de las ideas que arman ese “sistema de creencias”, por así decirlo, arquetípico. Para el argumento defendido en el artículo, más que destacar todas las inconsistencias de esa concepción de ciencia y explicación científica, importa sobre todo enfatizar que ella implica una clara refutación de la posición antiontológica da tradición positivista, pues sostener que el discurso científico es axiomático-deductivo equivale a decir que toda teoría está fundada en un “sistema de creencias”, “esquema ontológico” o “coordenadas ideológicas”, o sea, en una ontología. En consecuencia, las teorías ya no más ser consideradas, como pretendió siempre la tradición positivista, como la expresión de los datos brutos de la experiencia, ya que son, en realidad, interpretación del mundo.
En lugar de que los fenómenos captados por los sentidos se conviertan, de manera naturalista, en teoría, a partir de una especie de proceso mecánico, como presupone el empirismo, en ese caso es la teoría la que confiere sentido a los fenómenos aprehendidos por el aparato sensorial. Como advierte Bhaskar, “hechos […] no son los que aprehendemos con nuestra experiencia sensorial, sino resultados de teorías en términos de las cuales es organizada nuestra aprehensión de las cosas” (1989: 60s.). De ese modo, para el propósito de este artículo es absolutamente crucial tener presente que el positivismo lógico, aunque insinúe de manera vaga y ambigua el arraigo de las teorías en la empiria, en realidad precisamente implica lo opuesto. La pretensiosa actitud antiontológica disimula una ontología implícita: la ontología empírica acríticamente heredada del empirismo en la cual el mundo consiste de fenómenos atómicos.
Los dos próximos esquemas ilustran la concepción de ciencia y de explicación científica de las corrientes postpositivistas, que actualmente predominan en la filosofía de la ciencia. Son postpositivistas porque emergieron de una crítica al positivismo. No obstante, pretendo mostrar que esas corrientes, a pesar de la relevancia de algunas de sus críticas, están lejos de representar una crítica efectiva a la tradición positivista. En realidad, desde el punto de vista sustantivo, no es posible diferenciar la teoría crítica de la teoría criticada. Para demostrarlo, me concentro en los autores cuyas obras son más emblemáticas del postpositivismo en la filosofía de la ciencia –Kuhn y Lakatos, cuya influencia va más allá de la filosofía de la ciencia–. Por muy distante que estén de las ciencias naturales –ciencias priorizadas por los autores–, las corrientes teóricas que predominan en la teoría social, tales como culturalismo, postmodernismo, pragmatismo, constructivismo, perspectivismo, en sus ideas se inspiran directa o indirectamente, en particular, en el relativismo al por mayor asociado a sus teorías. El examen de las concepciones de los dos autores que veremos a continuación intenta destacar el papel de la ontología en sus teorías de la ciencia. No obstante, no debe pasar desapercibido el hecho de que en ellas, exactamente como en el positivismo lógico, la función de la ciencia se reduce a la búsqueda de regularidades empíricas entre fenómenos (variables) y de su corroboración empírica. La propiedad relevante de las teorías científicas, por lo tanto, es su capacidad predictiva, y no la de ofrecer una explanación verosímil y objetiva de la realidad.
Iniciamos con el esquema referente a las ideas del pospositivista Thomas Kuhn. Como se sabe, el autor sostiene que, en la dinámica de toda ciencia, se puede observar el esquema que está representado abajo. Según él, toda ciencia está fundada en un paradigma (en una ontología) – SC1, CI1 o EO1– y se perfecciona recorriendo ciclos a lo largo de la diagonal. La ciencia normal, como la denomina Kuhn, amplia su dominio empírico en ese proceso, tal como lo preconiza el positivismo lógico. Como se señaló antes, aquí la ciencia tiene la exclusiva función de capturar regularidades empíricas entre fenómenos relevantes capturados por su red interpretativa. Entretanto, la propia lógica de la ciencia normal consistente en expandir continuamente su territorio empírico acaba por hacerla alcanzar un límite. Después de cierto período, la ciencia normal demuestra ser inadecuada, insuficiente, pues no consigue explicar nuevos fenómenos, o incorporar nuevos fenómenos a su dominio. Tal estancamiento, afirma Kuhn, inaugura un período revolucionario en que nuevas teorías disputan la hegemonía interpretativa de la ciencia normal, que, por fin, acaba siendo sustituida por otra teoría –en el caso del esquema, representada por la figura en color gris–. Para el autor, en este caso se tiene lo que denomina shift paradigmático: la nueva ciencia normal está fundada en otro paradigma –SC2, CI2 o EO2–, otra ontología, otra figuración del mundo, y presenta una dinámica idéntica a la de la teoría que substituyó.
Teniendo en vista que de acuerdo con tal perspectiva, como se dijo, lo empírico es interno a cada paradigma, nunca es posible justificar empíricamente la supremacía de la corriente teórica que, en cada ocasión, conquistó la hegemonía. De hecho, como se puede observar en el esquema, el área cuadriculada, que indica la intersección de los respectivos “empíricos” de las corrientes, revela que ellas son equivalentes desde el punto de vista empírico. La supremacía en cuestión, por lo tanto, solo puede ser ontológica, o sea, de la ontología en que la nueva corriente está fundada. El autor pospositivista, de ese modo, admite explícitamente lo que el positivismo lógico daba por supuesto, a saber, que toda ciencia pone y presupone una ontología. Además de eso, muestra que lo fundamental en la dinámica de las ciencias es el cambio radical en la figuración del mundo, en la ontología que ponen y presuponen. De cualquier forma, ese reconocimiento explícito de la absoluta relevancia de la ontología, de su carácter decisivo en las disputas científicas sustantivas, no tiene ningún efecto teórico en la concepción de ciencia y de explicación científica del autor, porque simplemente la ontología jamás es tematizada. Se constata que los paradigmas, apodos para “ontología”, son elementos estructurales de cualquier ciencia, pero jamás se analiza su procedencia y naturaleza. Por esa razón, se puede concluir, como hicieron los críticos de Kuhn, que los paradigmas son inconmensurables y, por tanto, la crítica es imposible. Posición teórica cuyo corolario es la equiparación de todos los sistemas de creencia y, consecuentemente, la refutación de la objetividad de todo conocimiento. Se trata de un relativismo al por mayor de sentido inequívoco: la verdad no importa, pues es inalcanzable. Por consiguiente, la ciencia solo puede legitimarse por su eficacia como instrumento de la praxis inmediata.
La figura siguiente ilustra las ideas de Irme Lakatos. Él substituye la polaridad de ciencia normal y ciencia revolucionaria del esquema kuhniano (poco matizada y, por eso, incapaz de asimilar la coexistencia de varias corrientes teóricas que disputan la hegemonía explicativa en una ciencia específica) por la idea de programas de investigación científica (PIC). En la versión lakatosiana, la ciencia debe ser comprendida como consistiendo de sistemas o familias de teorías, en lugar de teorías aisladas. La ciencia, desde esa óptica, funciona como un sistema de teorías en permanente proceso de perfeccionamiento y transformación. Tales sistemas o tradiciones teóricas, en cada ciencia particular, constituyen un PIC, de modo que es posible tener en una dada ciencia una variedad de tradiciones teóricas, cada una de las cuales se desarrolla de acuerdo con los protocolos de su PIC, ilustradas por SC1, CI1 o EO– SC2, CI2o EO– SC3, CI3 o EO3.
En líneas generales, en la explanación lakatosiana, los PICs son constituidos por dos tipos de reglas metodológicas: una heurística negativa y una positiva. La heurística negativa de un PIC establece las investigaciones impropias en su interior; específicamente, desautoriza la investigación del núcleo duro del PIC; o sea, el conjunto de axiomas estructurales que componen su parte irrefutable, es decir, SC1, SC2 e SC3. La heurística positiva define las líneas de investigación legítimas, abonadas por el PIC, representando el conjunto de indicaciones para perfeccionar y modificar las teorías que rodean el núcleo rígido, componiendo el “cinturón protector” del PIC, su parte refutable.
Si se exceptúa la posibilidad de coexistencia de diferentes corrientes teóricas, en lo esencial la propuesta de Lakatos es prácticamente idéntica a la de Kuhn. En relación con la dinámica y función de la ciencia, de sus proposiciones se puede inferir que las teorías son construidas para capturar regularidades empíricas entre los fenómenos; y que, por tanto, cada sistema de teorías se desarrolla o no de acuerdo con su capacidad de aprehender nuevos hechos empíricos bajo su interpretación. Lo que implica que la función de la ciencia es operar como instrumento de la práctica inmediata. Por otro lado, así como Kuhn, Lakatos, a pesar de defender que la diferencia entre las corrientes teóricas es ontológica, cancela a priori la posibilidad de que sean analizados o discutidos los fundamentos ontológicos de los distintos sistemas teóricos, una vez que los llamados núcleos rígidos son por definición irrefutables. Nuevamente, por lo tanto, si las teorías se legitiman empíricamente y sus núcleos rígidos son irrefutables, el resultado de esa concepción es la negación de la objetividad del conocimiento científico; o sea, la equiparación de todos los sistemas de creencias, la paridad de todas las ontologías, no importa si están basadas en la razón y en la ciencia o en las nociones superficiales de lo cotidiano, en la superstición, en lo mágico y místico.
Si ni siquiera el conocimiento científico es objetivo, la conclusión solo puede ser una: la descalificación de la verdad y la apología velada del instrumentalismo, de la ciencia como simple instrumento de la práctica inmediata. Lukács ya advirtió que ese era el efecto sustantivo del positivismo lógico, pues en él
No se trata ya de conocer si cada factor singular de la regulación del lenguaje por parte de la ciencia neopositivista [...] conduce a resultados prácticos inmediatos, sino, al contrario, de conocer si el entero sistema del saber es elevado a la condición de instrumento de una manipulabilidad universal de todos los hechos relevantes (Lukács, 1984: 355).
En ese contexto, Lukács podría haber resaltado la absurda falacia de la posición que pretende que la ciencia construida en conformidad con sus prescripciones no contribuye a plasmar una concepción de mundo, sino únicamente ofrece instrumentos para manipularlo. ¡Como si todas las imágenes del mundo mantenidas en la sociedad moderna pudiesen ser compuestas sin la participación de la ciencia!
El positivismo lógico, por suprimir cualquier mención a la ontología en sus formulaciones, podría evocar la neutralidad axiológica de la ciencia, y consecuentemente justificar su carácter meramente instrumental. La ciencia, libre de cualquier ontología, no podría estar a servicio de ese o de aquellos valores o intereses. Artificio que, naturalmente, está vedado a los autores pospositivistas examinados, pero que de hecho subyace a sus concepciones. Porque es una insanable incongruencia sostener que toda ciencia está fundada en una ontología y, simultáneamente, como lo hacen Kuhn y Lakatos, circunscribir el papel de la ciencia a un simple instrumento de la práctica inmediata. Pues la ciencia, según sus propias explanaciones, antes de ser axiológicamente neutra, siempre funciona como instrumento de realización de los valores e intereses inherentes a la ontología en que está fundada.
Lukács: trabajo, ciencia y verdad
De las consideraciones precedentes vimos que la ontología es insuprimible o, como escribió Borges, la “imposibilidad de penetrar el esquema divino del universo no puede, sin embargo, disuadirnos de planear esquemas humanos, mismo sabiendo que ellos son provisorios”. Si totalizamos compulsivamente, si la figuración del mundo, la caracterización general del mundo es momento fundamental de la práctica en general y, por lo tanto, de la práctica de la ciencia, se comprende por qué Marx, a partir de los Grundrisse, comienza la elaboración de una figuración, sistemática y articulada, de la sociedad capitalista; figuración crítica de las figuraciones corrientes, científicas o no, que esa forma social genera y necesita. Es decir, formula una ontología de la sociedad moderna radicalmente distinta de la que circunscribe la praxis a la continua reproducción de lo existente. Como sostiene Lukács luego, en el primer parágrafo del capítulo de la Ontología dedicado a Marx:
Si se intenta resumir teóricamente la ontología de Marx, se llega a una situación algo paradójica. Por un lado, todo lector imparcial de Marx debe observar que todos los enunciados concretos de este […] son concebidos […] como enunciados directos sobre un ser, es decir, son concebidos en términos puramente ontológicos (Lukács, 1984: 559).
El propio Lukács ayuda a entender la razón de esa necesaria démarche ontológica de Marx. Entre los innumerables desarrollos notables en su examen del complejo del trabajo, hay indicaciones fundamentales para comprender la importancia de la consideración explícita de la ontología. Para exponer sintéticamente el punto, vale recordar que, en el análisis del complejo del trabajo, Lukács subraya la determinación específicamente humana del trabajo y, siguiendo a Marx, destaca su carácter teleológico. Para tratar de los presupuestos de la posición de fin presente en el trabajo, Lukács, basándose en Aristóteles y en la utilización de las ideas de este último por parte de Nicolai Hartmann, enfatiza los dos momentos centrales del trabajo: la posición del fin y el análisis de los medios necesarios para concretarlo. Dos momentos que, en el trabajo más primitivo, no pueden ser distinguidos, pero que, con el desarrollo del ser social, acaban por diferenciarse, punto que aquí nos interesa destacar. El hecho de poner el fin presupone, afirma Lukács, una apropiación espiritual de la realidad orientada por el fin puesto, pues solo de esa manera el resultado del trabajo puede ser algo nuevo, que no surgiría de los procesos propios de la naturaleza. No obstante, por contraste, enfatiza Lukács, el reordenamiento de los materiales y procesos naturales requerido para que ellos puedan dar origen al fin puesto exige un conocimiento lo más adecuado posible de esos objetos y procesos, precisamente para convertirlos de legalidades (procesos) naturales en legalidades puestas. En ese caso, al contrario del antropomorfismo propio de la posesión espiritual de la realidad condicionada por la finalidad planeada, aquí debe prevalecer el máximo de desantropomorfización, ya que la consecución del fin exige el conocimiento lo más adecuado posible de las propiedades de los objetos y procesos implicados en la transformación de las causalidades naturales en causalidades puestas.
Así, si el análisis del complejo del trabajo permite demostrar la génesis del conocimiento en el trabajo, no es difícil comprender que esos dos momentos del trabajo –la posición del fin y la investigación de los medios– acaban por volverse relativamente autónomos con el desarrollo y la complejización de los procesos de trabajo o, dado el caso, de la producción y reproducción de las condiciones materiales de la vida con el desarrollo del ser social. La ciencia, cuya génesis puede ser retrotraída a los trabajos más rudimentarios, en la elaboración lukácsiana es el momento de la investigación de los medios progresivamente autonomizada en relación con los fines particulares. En consecuencia, aun sin despegarse por completo de la determinación social de los fines, al afirmarse como esfera relativamente autónoma, la ciencia pasa a tener como finalidad específica la verdad, o sea, el conocimiento más adecuado posible de la realidad en sí misma. En una aparente paradoja, por tanto, cuyo origen está vinculado a las finalidades (en los valores) puestas por los sujetos, la ciencia busca la verdad de las cosas para, sin perseguirlo inmediatamente, contribuir a la consecución de los valores.
De esa manera queda explicada la orientación necesariamente ontológica de la ciencia genuina, que, para formularlo en un slogan, podría ser: conocer el mundo tal como él es para transformarlo en beneficio nuestro (humano). Si es posible admitir tal interpretación, se puede entender por qué para Lukács los enunciados de Marx son “afirmaciones puramente ontológicas”. La crítica de la economía política, en Marx, lleva la marca de la orientación ontológica de la genuina ciencia; le interesa el conocimiento más adecuado posible de la formación social regida por el capital. Mundo social que, siendo histórico, cambia necesariamente. Por consiguiente, la teoría social adecuada a ese mundo tiene que consistir en una crítica de las teorías que, basadas como están en una ontología que trunca la historicidad, no pueden más que circunscribirse a la investigación de la estructura de la sociedad moderna, de su funcionamiento, y así corroboran e infunden la impresión de su perennidad, al mismo tiempo que condicionan y habilitan a los sujetos a responder de manera pasiva a sus imperativos.
La crítica a ese tipo de concepción consiste ante todo en restituir al objeto, a la sociedad su efectiva historicidad y, por ende, en capturar la verdad de la dinámica histórica de la forma social regida por el capital; en elucidar sus tendencias, sus futuros posibles, abriendo a los sujetos nuevas posibilidades de práctica. Porque la relación de la humanidad con la historicidad del mundo social producida por su práctica es ella misma histórica. No tiene por qué ser una relación ahistórica, tal como está implícito en corrientes teóricas como el postmodernismo, el postestruturalismo y el neopragmatismo, en las cuales la historia es concebida, a lo sumo, como pancontingencia, como absoluta contingencia, ante cuyas ocurrencias a la humanidad solo le resta asistir y ajustarse. La crítica ontológica, por lo tanto, no solamente refigura la sociedad con su intrínseca historicidad, sino que también restituye a los sujetos, a los seres humanos, la historicidad de su relación con su propia historia, en la cual no están en absoluto destinados a ser eternamente meros espectadores. Esa verdad de la crítica ontológica de Marx es condición de la práctica transformadora: salir de la pre-historia, de la práctica reactiva, y participar activamente de la historia, de la construcción de un futuro digno de lo humano.
Bibliografía
Bhaskar, R., A Realist Theory of Science. Londres, Verso, 1977, capítulo 1.
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Borges, Jorge Luis,“Del rigor en la ciencia”. En: –, El Hacedor. Buenos Aires: Emecé, 1960, p. 130.
,“El Idioma Analítico de John Wilkins”. En: –, Obras Completas. Buenos Aires: Emecé, 1976, pp.
–, “El Aleph”: –, El Aleph. Buenos Aires: Emecé, 1982, pp. 151-169.
–,“Funes, el Memorioso”. En: –, Obras completas I (1923-1949). Buenos Aires: Emecé: 2007, pp. 583-590.
Duayer, Mario, “Relativismo, Certeza e Conformismo: para uma Crítica das Filosofias da Perenidade do Capital”. En:Revista da Sociedade Brasileira de Economia Política 27 (octubre de 2010), pp. 58-83.
Lukács, György, Zur Ontologie des gesellschaftlichen Seins. Ed. de Frank Benseler. Vol. I/1. Darmstadt y Neu­wied: Luchterhand, 1984 [Ed. brasileña: Lukács, G., Para uma Ontologia do Ser Social, I. San Pablo: Boitempo, 2012].
–, Ontología del ser social: El trabajo. Ed., introd. y notas de Antonino Infranca y Miguel Vedda. Buenos Aires: Herramienta, 2004.
Norris, C., Reclaiming Truth: Contribution to a Critique of Cultural Relativism. Durham: Duke Univ. Press, 1996.
Artículo enviado especialmente para su publicación en Herramienta


[1]Como momento de la práctica, condicionada por sus finalidades, la antropomorfización tiene que poseer alguna objetividad a pesar de su falsedad en términos ontológicos. Tal objetividad, subrayada por Borges, también es corroborada por Keith Thomas al destacar que “[en] el inicio del período moderno, incluso los naturalistas veían el mundo desde una perspectiva esencialmente humana y tendían a clasificarlo menos a partir de sus cualidades intrínsecas que en la relación con los hombres. Las plantas, por ejemplo, eran estudiadas principalmente en relación a sus usos humanos, y percibidas de la misma manera. Había siete tipos de hierbas, afirmaba William Coles, en 1656: hierbas de maceta; hierbas medicinales; cereales; legumbres; flores; capín y hierbas dañinas” (Thomas, 1988: 63).
[2]Ver Duayer, 2010: 72.
[3] Ver Duayer (2010) para una explicación más detallada de los argumentos elaborados en esa sección. Para una exposición sintética de las concepciones de Kuhn y de Lakatos, ver Suppe (1977).
[4] Debo la elaboración de los esquemas que siguen a Rômulo A. Lima, a quien agradezco la contribución.


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