Imagino que estos días se sucederán gran cantidad de textos y debates valorando lo que fue el 15M. Lamentablemente también, empezamos a padecer programas televisivos decretando su muerte para contribuir al cierre conservador que se pretende desde la caverna mediática. Y es que este aniversario nos llega en un momento particularmente sensible. Sin duda el “efecto Ayuso” de las pasadas elecciones en la Comunidad de Madrid ha tenido un impacto fuerte en quienes confiamos en construir un mundo más humano, o como mínimo, menos sádico de lo que viene siendo la política del PP en esta misma comunidad, y los discursos de odio de sus aliados de extrema derecha.

Reconozco que, yo misma, la noche de los resultados electorales no pude dormir. Hace casi diez años que vivo en Mallorca. Pero me sigo sintiendo madrileña, pese a no votar allí y pese a la vergüenza de estos días. Al fin y al cabo no podemos evitar sentirnos parte del lugar donde hemos vivido la infancia y juventud y, en mi caso, donde sigo teniendo vínculos fuertes. En medio de mi angustia, revisé los resultados electorales de los últimos años. No el subidón del PP respecto a 2019 con el que nos han machacado los medios una y otra vez, sino una trayectoria más larga. Para mi sorpresa, el PP había sacado aproximadamente el mismo resultado en mayo y noviembre de 2011 en la región de Madrid, en aquellos meses en los que el 15M ocupaba las calles. Así pues no es que en 2021 hubiera un giro histórico y el mundo (o Madrid) se tiñera de forma inexorable de azul. Es que había vuelto a un resultado ya anterior (que quizás sea su techo y que muestra, también, la dificultad que tiene la derecha para sostener pluralidad, pues los demás partidos – a excepción de Vox, que nace del mismo seno – han quedado pulverizados). Aquellos días Rajoy pudo felicitarse de aquello que él denomino “la mayoría silenciosa”. Parecía evidenciarse que las movilizaciones sociales no tienen una traducción directa en los resultados electorales.

Sin embargo, como ha recordado Emmanuel Rodríguez, nada parecido a esta amargura actual se vivió aquellos días que el azul coloreaba el mapa electoral. Había ilusión, esperanza, deseo por construir. ¿Por qué? Porque desde el 15M se percibían los límites de las instituciones tal y como están diseñadas, porque lo importante no era lo que ocurría en el mercado electoral, sino lo que se estaba tejiendo más allá. Porque el voto ciudadano es lo más parecido a la elección de un producto por un consumidor en un supermercado (de modo que la campaña realizada con más medios económicos tiene más probabilidades de llegar al votante/consumidor, aunque éste acabe comprando basura. Y es así como al PP le ha funcionado una campaña grotesca por capitalizar la fatiga pandémica). En aquellos momentos, decía, las esperanzas iban mucho más allá: se trataba de transformar el juego político, qué entendemos por democracia, qué es una vida digna.

Después vinieron las prisas, la “máquina de guerra electoral”, el “hay que madurar”… cuya historia conocemos y cuyo resultado es hoy los partidos Unidas Podemos y Más Madrid. ¿Era el 15M excesivamente utópico? ¿Si no gobiernas no puedes transformar?

Bueno, el 15M provocó que la mayor parte de los partidos políticos, incluidos los de derecha, tuvieran que replantearse la manera como construían sus listas, y abrirse a la participación de las bases. Una parte de su lenguaje fue incorporado en el discurso de muchos.

Cuando el 15M dejó la espectacularidad de las plazas centrales para trabajar en los barrios de manera menos mediática, conectó con la realidad material de las vidas de las personas. Vidas destrozadas y zarandeadas por la gestión neoliberal de la crisis financiera. Y se unió a las plataformas antidesahucios, y organizó bancos de alimentos asamblearios. Y construyó grupos de trabajo por la convivencia. Y ya daba igual si seguía teniendo la etiqueta 15M. Creó red y desarrolló otras formas. Pero esa apertura, esa confianza en la capacidad colectiva de construir era una energía que derivaba del movimiento.

Es así como se abrieron procesos participativos sin precedentes con personas que habían pasado por servicios sociales y entidades del tercer sector, acostumbradas a ser tratadas como “usuarias” (o en el lenguaje liberal, “clientes”). Esos procesos transformaron la vida de muchas personas al poder salir del marco individualizador y culpabilizador de su situación (Herrera-Pineda y Pereda Olarte, 2017). Es el caso del movimiento Invisibles, que se desarrolló en varios barrios y municipios de Madrid y la zona metropolitana (Tetuán, Hortaleza, Villaverde, Coslada…), y que sigue aún trabajando hoy por reivindicar una política decente de garantía de rentas, identificando los fallos del actual implementación del IMV. En el barrio de Tetuán se creó la Mesa contra la Exclusión y los Derechos Sociales en un esfuerzo descomunal por intentar tejer un puente entre movimientos sociales, asociaciones e instituciones. Fue iniciativa de Invisibles.

El 15M abrió espacios en los barrios y, por primera vez en treinta años, pensar en los problemas sociales y políticos dejó de ser un monopolio de las clases medias nacionales, abriéndose esos espacios a clases populares[1], y población migrante.

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Imagen del Banco de alimentos 15M de Tetuán

En muchos barrios se dio una simbiosis con centros sociales que trabajaban desde la autogestión, como es el caso de la Enredadera, de la Villana de Vallekas… Estos lugares se abrieron y dejaron de ser un espacio exclusivo de juventud activista, para ser habitados también por personas mayores, por migrantes, y por quienes no tenían ninguna experiencia política previa. Al mismo tiempo, el movimiento pudo enriquecerse con las experiencias de organización local previas, como los propios centros sociales y oficinas de derechos sociales.

Es así que una parte del movimiento sigue hoy viva en sindicatos de barrio, que dando valor a la autoorganización luchan frente a la precarización de las vidas, y por la garantía de derechos: el Sindicato de barrio de Hortaleza, la Asamblea Popular de Carabanchel, la Plataforma de parad@  precari@s de San Blas, La Asamblea Popular Villa de Vallecas, y muchos otros núcleos que siguen activos…

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Imágenes del Sindicato de Barrio de Hortaleza

 

 

 

 

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Otra parte del movimiento ha trabajado en puente con entidades del tercer sector para la propuesta de políticas públicas (es el caso de la campaña RMI tu derecho, impulsada Invisibles), pero siempre con una relación de apoyo y solidaridad con estos núcleos que apuestan por la autoorganización. Para ninguna de estas dos vertientes del movimiento ha sido central la creación de Podemos, o de Más Madrid. Y es por ello, precisamente, que siguen activas hoy en día con su trabajo.

Es herencia de ese trabajo en red, por ejemplo, la Iniciativa Legislativa Municipal por el derecho a la alimentación en Madrid, nacida de la Plataforma de la Carta contra el Hambre  (González Parada, 2015). Una propuesta para garantizar el derecho a una alimentación digna que se sitúa en las antípodas de la política de comida basura para familias con bajos recursos que ha practicado Isabel Ayuso (razón, entre otras muchas, por la que la referirnos a su sadismo no es un ejercicio metafórico).

Cuando se decretaron las medidas de confinamiento en marzo de 2020, muchas de las personas que lanzaron iniciativas de apoyo mutuo para acompañar a vecinas, y que nadie se sintiera sola, venían de estas experiencias del 15M.

¿El apoyo mutuo tiene sus límites? Probablemente. Necesita el refuerzo de políticas que garanticen derechos para todas y que luchen frente a la desigualdad. ¿La composición del congreso o la asamblea de Madrid condiciona las políticas? Sin duda. La propuesta legislativa por el derecho a la alimentación antes mencionada fue rechazada en la Asamblea de Madrid por un solo voto de diferencia (Ciudadanos, que jugó siempre a la ambigüedad en los actos de  presentación el proyecto, se mantuvo fiel a los postulados neoliberales, votando así en el marco del Partido Popular). Sin embargo, el trabajo de reflexión y elaboración de dicha propuesta nunca hubiera sido posible de haber dependido exclusivamente de diputados y consejeros de la misma asamblea. Aunque pertenecieran a partidos de izquierda y por muchos grados y masters que acumularan. Sin los saberes conectados con la realidad de las personas, saberes prácticos que toman voz a través de los movimientos sociales, las políticas no tienen el alcance y la capacidad de transformación que se necesita.

Recuerdo que, en aquellos días de ímpetu por construir la maquinaria de guerra electoral, se criticó a quienes defendíamos una idea más participativa de la democracia. “La gente no tiene tiempo de seguir ese tipo de vida activista”, se nos dijo. Pero en realidad no se trata de ver cómo liberar tiempo para el activismo. Ni de apelar a un supuesto compromiso moral. Se trata de poder construir vidas en las que merezca la pena vivir: que nadie se sienta sola en la crianza de sus hijas/os, o en el momento de cuidado a sus mayores. De crear espacios comunes y garantizar que nadie se quede sin casa. Que puedas compartir con otras personas cuando te has sentido maltratada por una institución. Que tu barrio sea un lugar habitable y no espacio cerrado, racista y hostil. Se trata de ese tejer, ese construir otras vidas liberadas de la violencia, el miedo y la soledad que caracterizan el modelo neoliberal.

El 15M hizo un gran esfuerzo por no depender de liderazgos personalizados. Todo lo contrario de la campaña por poner determinados rostros en los medios que llevó a cabo Podemos. El 15M, debo decirlo, rompió también con la idea de cuadros “formados”, tan propia de la izquierda. Porque una parte de él conectaba con otra mirada hacia lo político, y con el feminismo de los cuidados, y entendía que hay otros saberes que también son importantes.

El legado del 15M es inmenso. Sigue vivo y estos días nos interpela de manera especial.

En la izquierda surge a menudo el debate entre quienes tienen una mirada más movimentista y quienes piensan que sin una opción articulada en partido político es imposible cambiar el estado de las cosas. Creo que lo que hemos vivido permite evidenciar varias cuestiones importantes. Pero mencionaré aquí sólo dos.

  1. Un movimiento social puede tener un impacto fundamental en la vida política incluso sin tener ningún partido que lo represente.
  2. Sin acercarnos a las vidas cotidianas de las personas, a la praxis concreta, es imposible transformar. Es evidente que hay necesidad de construir otras estrategias de comunicación política. Mucho de ello se ha hablado en estos días. Pero quedarnos en eso no transformará nada. En aquellos momentos (los de la “guerra electoral”) de “vuelvan a sus casas, pues ya vamos nosotros a la tele para, con nuestra inteligencia, cambiar el sentido común”, los medios de comunicación que construyen esta hegemonía de neoliberalismo conservador (apoyados por conocidos empresarios), buscaron rápidamente diversas vías para confundir y silenciar discursos críticos: desde la agresividad de ok diario (cuya mirada ha sido bienvenida en la Sexta), a los memes por WhatsApp. ¿Merecía la pena focalizar exclusivamente ahí la batalla? ¿En la comunicación? Una cosa es que el discurso hegemónico se separe de las condiciones materiales de las personas, y otra muy diferente que nosotras, en la construcción de horizontes alternativos, reproduzcamos esa estrategia y no conectemos nuestras prácticas políticas con la realidad de nuestras vidas.

El 15M ha sabido aterrizar muy bien en los barrios, y construir horizontes desde esa realidad concreta. Diez años después, y en medio de la indigestión electoral, creo que compensa ir más despacio.

Notas

Este texto hace referencia principalmente a Madrid, sin pretender por ello representar el legado del 15M en otros territorios donde también se han construido importantes sindicatos de barrio, y otras formas de lucha y apoyo mutuo derivadas del mismo, como en Andalucía, Catalunya, Aragó o País Valencià

[1] Con el término “clases populares” me refiero a personas de clase trabajadora que padecen los embistes del modelo neoliberal, con permanentes entradas y salidas del mercado de trabajo, sin poder hacer de éste, el trabajo, su espacio de identificación ni de lucha. Y que pueden tener condiciones diferentes a las de asalariada/o. No me refiero por tanto a algo tan amplio como el precariado (Standing, 2013), que incluye a titulados universitarios en situación de precariedad. Porque precisamente estos, los titulados precarios, pese a ser expulsados de la norma social de empleo, y vivir por ello una ruptura generacional con el 68, son los que han venido hegemonizando los movimientos sociales en las décadas anteriores al 15M. Mucho se ha escrito sobre el supuesto componente de clase media del 15M de las grandes plazas (Rodríguez, 2016), en el sentido también de una clase social que ve rotas sus aspiraciones de privacidad o patrimonialismo Ortí y Sarrión (2015). Como insisto a lo largo de este texto, el 15M en los barrios conectó con personas de un origen social más diverso y popular.

Referencias

 González Parada, José Ramon (2015) Plataforma de la carta contra el hambre (Historia de un compromiso). Revista española del Tercer Sector, nº31: 157 – 163.

Herrera Pineda, Ivonne y Pereda Olarte, Carlos (2017) Invisibles de Tetuán (Madrid). Hacia una práctica subversiva del apoyo mutuo en contextos de exclusión. Cuadernos De Trabajo Social, 30(2): 389-402.

Ortí, Mario y Sarión, Irene (2015) La epifanía de las clases medias. En torno a las bases sociohistóricas del actual ciclo político español. Investigación y marketing, nº127: 28 – 35.

Rodríguez, Emmanuel. (2016) La política en el ocaso de la clase media: el ciclo 15M – Podemos. Madrid: Traficantes de Sueños.

Standing, Guy (2013) El precariado: una nueva clase social. Barcelona: Pasado y Presente.

María Gómez Garrido forma parte de la redacción de Viento Sur