sábado, 6 de febrero de 2021

LO PRIMERO-APOYAR LAS MOVILIZACIONES CONTRA LOS PRESOS POLÍTICOS, EN EL EST. HISPÁNICUS, ( PCOE @PCOE_estatal · Feb 5 #Murcia | Concentración 6 de febrero en Av. Alfonso X (frente a la Delegación de Gobierno) con motivo del inminente encarcelamiento de Pablo Hasel y en apoyo al resto de los presos políticos del Estado fascista español. CONVOCADOS POR MUNCHAS ENTIDADES,...

 

LO PRIMERO ES APOYAR LAS MOVILIZACIONES CONTRA LOS PRESOS POLITICOS, EN EL ESTADO HISPÁNICUS, CONVOCADOS POR MUNCHAS ENTIDADES,...ENTRE ELLAS ESTOS, QUE PRESENTAMOS A CONTINUACIÓN,...¡¡¡¡. : 


PCOE

@PCOE_estatal
·
#Murcia | Concentración 6 de febrero en Av. Alfonso X (frente a la Delegación de Gobierno) con motivo del inminente encarcelamiento de Pablo Hasel y en apoyo al resto de los presos políticos del Estado fascista español.,.. Y,.. :

https://comunismoenred.jimdofree.com/movimiento-comunista-espa%C3%B1ol/ //// : 

Partidos y organizaciones comunistas en el Estado español





Bitácora Marxista-Leninista

  • Fundamentos y propósitos: 
  • http://bitacoramarxistaleninista.blogspot.com/p/filosofia_11.html

  • PCOE
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    #Murcia | Concentración 6 de febrero en Av. Alfonso X (frente a la Delegación de Gobierno) con motivo del inminente encarcelamiento de Pablo Hasel y en apoyo al resto de los presos políticos del Estado fascista español.,...)))...

https://www.unionproletaria.com/wp-content/uploads/2020/10/Programa-de-UP-julio-2007.pdf // :

  • PROPUESTA DE UNIÓN PROLETARIA PARA EL PROGRAMA POLÍTICO DE LA CLASE OBRERA EN ESPAÑA APROBADO EN LA V CONFERENCIA DE UNIÓN PROLETARIA. JULIO DE 2007


  • 2 ÍNDICE
  • PRÓLOGO 3
  • PARTE TEÓRICA 4
  • CAPÍTULO 1º:

  • EL CAPITALISMO 5 ¿Cómo funciona el capitalismo? 5 ¿Hacia dónde se encamina el capitalismo? 6
  • CAPÍTULO 2º: EL IMPERIALISMO 8 ¿Qué cambios introduce el capitalismo monopolista? 8 ¿Por qué nos hallamos en la “antesala” del socialismo? 9
  • CAPÍTULO 3º: LA LUCHA CONTRA EL IMPERIALISMO 11 ¿Quiénes luchan contra el imperialismo y cómo lo hacen? 11 ¿Qué ideas desvían a los trabajadores de sus intereses fundamentales 12 ¿Cuál es la teoría y la práctica de la clase obrera? 15
  • CAPÍTULO 4º: EL IMPERIALISMO Y LA LUCHA DE CLASES EN ESPAÑA 17 ¿Qué significó el enfrentamiento entre la República y el franquismo 17 ¿Cómo son las contradicciones de clase bajo la monarquía parlamentaria 19
  • CAPÍTULO 5º: LA REVOLUCIÓN SOCIALISTA 21 ¿Cómo será la sociedad comunista? 21 ¿Por qué es necesaria la etapa transitoria del socialismo? 21 ¿Cuál es la experiencia práctica del socialismo? 23 ¿Cuáles son las causas del retroceso momentáneo del socialismo 24 ¿Cuáles son los deberes internacionalistas de los proletarios conscientes 25
  • CAPÍTULO 6º: EL CAMINO AL SOCIALISMO EN ESPAÑA 27 De la lucha cotidiana contra el neoliberalismo a la lucha general por la revolución socialista 29 De la lucha por la República Democrática a la conquista de la dictadura del proletariado 30
  • PARTE PRÁCTICA 32 PRIMERA PARTE: LA NECESIDAD DE LUCHA POR LA DEMOCRACIA CON EL OBJETIVO DEL SOCIALISMO 33
  • CAPÍTULO PRIMERO: Frente de lucha por la democracia 34 I.- La República Democrática y las libertades 34 1º.- Sobre la democracia popular 34 2º.- Sobre el derecho de autodeterminación nacional 35 3º.- Sobre los aparatos represivos 35 4º.- Sobre los aparatos ideológicos 36 II.- Medidas económicas 37 1º.- Nacionalizaciones: formación del sector público 37 2º.- Organización de la hacienda pública 38 3º.- Sobre el campo y la pesca 38 III.- Medidas sociales 39 1º.- Derecho a un trabajo digno, estable y saludable 39 2º.- Derecho a una vivienda digna para todos 40 3º.- Derecho a una educación igualitaria 40 4º.- Derecho a la sanidad de calidad para todos 41 5º.- Igualdad de derechos de la mujer 42 6º.- Derechos iguales para los inmigrantes 43 7º.- Derecho a un medio ambiente sostenible 43 8º.- Cultura, arte, ciencia y deporte 44 CAPÍTULO SEGUNDO: Frente de lucha sindical 45 1º.- Sobre las organizaciones de trabajadores 45 2º.- Sobre los derechos 45 3º.- Sobre el Nuevo Estatuto Obrero 46 3
  • CAPÍTULO TERCERO: Frente de lucha internacionalista 47 1º.- En relación a las naciones oprimidas 47 2º.- En relación a la UE 48 3º.- En relación a la guerra y la OTAN 48 4º.- En relación a los organismos del imperialismo 48
  • SEGUNDA PARTE: EL OBJETIVO DEL SOCIALISMO 49 La conquista de poder 49 La democracia socialista 49 La expropiación de los expropiadores 50 La lucha de clases en el socialismo 51 La revolución cultural 51 La lucha por la revolución socialista mundial 51 4
  • PRÓLOGO Todos vemos cómo crecen las desigualdades sociales. Unos pocos ricos amasan fortunas astronómicas, mientras la clase social de los trabajadores asalariados crece numéricamente con las masas de pequeños y medianos propietarios arruinados, a la vez que empeoran sus condiciones de existencia (paro, precariedad, sobreexplotación, carestía de la vida, ...). La lucha individual por la supervivencia, mantenida a pesar del espectacular progreso de la civilización, produce guerras, genocidios y terror. La sociedad brinda al débil opresión en vez de ayuda y al rebelde, represión en vez de soluciones. La naturaleza también se ve agredida por este conflicto social y reacciona contra la propia sociedad. El imperio de la burguesía toca su fin: se ha vuelto una locura y un horror incompatibles con el progreso humano alcanzado. Los trabajadores producimos y administramos toda la riqueza social, sin que sea necesario seguir alimentando al parásito capitalista. Sólo tenemos que tomar la dirección de la sociedad en nuestras manos y organizar racionalmente sus relaciones internas y su vínculo con la naturaleza. Pero no estamos lo suficientemente organizados nosotros mismos como para saber hacerlo. Nos sentimos defraudados por aquellos dirigentes en quienes habíamos depositado nuestra confianza y decepcionados por nuestra propia inmadurez. Desorientados, nos refugiamos en la competencia individual, que es nuestra perdición. Sólo nuestra unidad nos dará la fuerza para no retroceder más y para salvarnos de la catástrofe. Unidad, ¿sobre qué base?, ¿con qué dirección? Si reunimos el valor suficiente para mirar atrás y evaluar la experiencia de nuestra clase social, constataremos que hubo un período de avances y otro de retrocesos, un período de flujo y otro de reflujo del movimiento obrero. En definitiva, hubo una política que ayudó a liberarnos –el comunismo revolucionario- y otra política que nos volvió a encadenar al capital. Claro que esta otra política es la que hoy preconizan “todos”, esto es, los ricos y su enjambre de lacayos que nos aseguran que nuestra revolución fue un fracaso o, peor, un crimen por atrevernos a responder a la violencia de los explotadores. Sólo nos queda advertirles que, para su desgracia, combatiremos sus infinitas mentiras contrarrevolucionarias y retomaremos la política bolchevique, superando sus limitaciones históricas a la luz de la experiencia anterior y de las necesidades actuales del movimiento obrero. Conseguiremos unir a los marxistas-leninistas, a la clase obrera y a todos los oprimidos por el imperialismo, estén donde estén. A tal fin, tendremos que derrotar al oportunismo sectario de “izquierda” que refuerza la división de las masas trabajadoras, para así poder destruir el oportunismo reformista de derecha que las condena a vivir bajo el yugo del capitalismo. El pueblo unido en torno al proletariado será invencible, se curará de todas las heridas que le infligió el capitalismo y conquistará la Libertad. Para guiarnos desde nuestra postración actual hasta nuestra meta histórica, a través de la complejísima lucha de clases, necesitamos un Programa Político, el cual desarrollaremos sin duda al hilo de nuestra experiencia práctica. Lo que, a continuación, ofrecemos al lector es la modesta contribución a esta labor que Unión Proletaria propone a la clase obrera del Estado español. En Madrid, a 28 de julio de 2007 5
  • PARTE TEÓRICA 6
  • CAPÍTULO PRIMERO:
  • EL CAPITALISMO El desarrollo de la sociedad viene determinado por la lucha entre las clases que la conforman. Y las diferencias de clase entre los miembros de la sociedad se basan en las condiciones económicas de ésta, creadas a lo largo de la historia. La actual sociedad está regida por las relaciones de producción capitalistas, las cuales se corresponden con una determinada fase en el desarrollo de las fuerzas productivas materiales de la humanidad. Hace unos quinientos años, el régimen económico y político feudal que había posibilitado el desarrollo de las fuerzas productivas sociales resultó ya demasiado estrecho para la continuidad de este progreso y se abrió una época de revolución social. La burguesía surgida de los antiguos siervos libres que se instalaron en las ciudades, al margen del rígido régimen gremial de las mismas, fue desplazando las viejas formas económicas en beneficio de la producción mercantil y de la libre concurrencia, las cuales respondían mejor a la demanda de las nuevas y superiores fuerzas productivas. Al mismo tiempo, se fue desarrollando la importancia política de la clase burguesa hasta conquistar la hegemonía exclusiva del poder político –la dictadura de la burguesía- en el Estado representativo moderno, hace poco más de dos siglos, allí donde el régimen económico capitalista había progresado más. La burguesía es la clase dominante en las relaciones de producción capitalistas y no puede por menos que actuar como agente de las mismas. Por ello, no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales, primero dentro de cada nación y luego en el mundo entero. La burguesía, a lo largo de su dominio de clase que cuenta con poco más de dos siglos de existencia, ha creado fuerzas productivas mucho más abundantes y mucho más grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas. En este sentido, cumple un papel revolucionario, primero sustituyendo todas las formas económicas y políticas arcaicas y, segundo, preparando involuntariamente las condiciones materiales y espirituales para el progreso social ulterior hacia el comunismo. ¿Cómo funciona el capitalismo? Las relaciones de producción capitalistas se caracterizan por los siguientes hechos. La parte más importante de los medios de producción y circulación de mercancías pertenece en exclusiva a una minoría de la sociedad formada por los capitalistas y grandes terratenientes. En consecuencia, los proletarios y semi-proletarios que forman la inmensa mayoría de la sociedad en los países de capitalismo desarrollado, se ven obligados, para poder vivir, a emplearse como asalariados de aquéllos, es decir, a venderles su fuerza de trabajo por un salario que les permite sólo reproducirse como asalariados. A cambio, sus patronos los explotan, obteniendo así las diversas formas de plusvalía con las que se enriquecen (ganancia, interés y renta del suelo). La producción capitalista es producción de mercancías, pero su único objetivo es la obtención de ganancia, meta que la concurrencia en los mercados se encarga de imponer a cada capitalista individual: esto determina necesariamente un proceso de producción caótico, anárquico, sin plan. Cada capitalista cumple con su función social abaratando sus mercancías para desplazar a sus competidores y, para ello, procura aumentar la explotación de sus obreros mediante una jornada de trabajo más extensa, más intensa o más productiva perfeccionando las técnicas de producción. A la larga, esto determina que la proporción del capital destinado a comprar fuerza de trabajo disminuye en relación con el capital total invertido y, por consiguiente también, se reduce la ganancia obtenida por una misma cantidad de capital. Esta tendencia a la baja de la tasa de ganancia espolea a su vez la carrera de los capitalistas por elevar sus ganancias a base de explotar más a los obreros, de conquistar nuevos mercados y de someter a sus necesidades a los pueblos inmersos en tipos de producción más atrasados. La preponderancia de las relaciones de producción capitalistas va extendiéndose cada vez más con el constante perfeccionamiento de la técnica, lo cual crea empresas cada vez mayores que, en la concurrencia, tienden a eliminar a los pequeños productores independientes y a los capitalistas menores, convirtiendo a una parte de ellos en proletarios y reduciendo el papel económico-social de los demás, los cuales tienden a quedar bajo la dependencia más o menos absoluta, más o menos manifiesta, más o menos despótica del capital. 7 Este progreso técnico permite, además, a los patronos emplear en el proceso de producción y circulación de las mercancías, en proporciones cada vez mayores, el trabajo de la mujer –como mano de obra barata, en especiales condiciones de explotación- y del niño. Y como, por otra parte, ese mismo progreso técnico provoca una disminución relativa de la demanda de fuerza de trabajo por los empresarios, dicha demanda queda necesariamente por debajo de la oferta. Con lo cual, una parte de la clase obrera se constituye en contingente de parados o ejército industrial de reserva, en una cuantía que depende de los vaivenes del proceso de producción capitalista. Esta situación del mercado laboral hace que los salarios tiendan a situarse por debajo del valor de la fuerza de trabajo, que aumente la dependencia de los trabajadores asalariados respecto del capital y que se eleve el grado de explotación del trabajo. ¿Hacia dónde se encamina el capitalismo? Desde principios del siglo XIX, el capitalismo viene sufriendo periódicamente crisis económicas causadas por la anarquía que la propiedad privada imprime a un proceso de producción cada vez más amplio y rápido. La agudización de la competencia en los mercados nacionales y en el mercado mundial hace que se vuelva cada vez más difícil vender las mercancías, producidas en cantidad cada vez mayor. Esta superproducción, que se manifiesta en forma de crisis económicas más o menos agudas, a las que siguen períodos de estancamiento industrial más o menos prolongados, es una consecuencia inevitable del desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad burguesa. Es la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las actuales relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad que condicionan la existencia de la burguesía y su dominación. Las crisis ponen de manifiesto que las fuerzas productivas sociales producidas por el capitalismo no favorecen ya el régimen de la propiedad burguesa. Por el contrario, resultan ya demasiado poderosas para las relaciones capitalistas, las cuales se convierten en un obstáculo para el desarrollo de la producción. Y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de la propiedad burguesa. Los capitalistas vencen cada crisis destruyendo masas de fuerzas productivas (mercancías, industrias, técnicas, hornadas de trabajadores desempleados o muertos, etc.) y conquistando nuevos mercados, a la vez que explotan más intensamente los antiguos; todo ello, a menudo, acompañado de guerras, que son compañeras inseparables del desarrollo capitalista: en definitiva, superan cada crisis preparando nuevas crisis más extensas y más violentas, y disminuyendo los medios de prevenirlas. Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven ahora contra la propia burguesía. Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido también a las personas que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios. Las crisis y los períodos de estancamiento industrial arruinan aún más a los pequeños productores, acrecientan aún más la dependencia del trabajo asalariado respecto del capital y aceleran aún más el empeoramiento relativo, y a veces absoluto, de las condiciones de vida de la clase obrera. Por una parte, el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo conduce al crecimiento de la desigualdad social, al ahondamiento del abismo entre poseedores y desposeídos, al aumento de la inseguridad de la subsistencia, de la desocupación y de las privaciones de toda índole para masas trabajadoras cada vez más amplias. Mientras crece el número de proletarios, se les concentra en masas considerables en fábricas, polígonos industriales, barrios, ciudades, etc., y –a pesar de la tendencia contraria del capitalismo a dividirlos (subcontratación, diferentes clases de contratos, falsos autónomos, etc.)- aumenta así su fuerza. Al mismo tiempo, crece en ellos la conciencia de su fuerza, el descontento por su situación social y su lucha contra los explotadores. Las colisiones entre obreros y patronos adquieren más y más el carácter de una lucha entre dos clases. Los obreros forman sindicatos contra los capitalistas y actúan en común para la defensa de sus salarios y demás condiciones de trabajo. Su lucha recorre diversas formas y grados de combatividad, llegando a producir triunfos que son efímeros mientras sigue en pie la dominación burguesa. El resultado más importante de estas luchas es la unión cada vez más extensa de los obreros hasta adquirir una escala nacional e incluso internacional. La organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político, vuelve sin cesar a ser socavada por la competencia entre los propios obreros, pero acaba resurgiendo, y siempre más fuerte, más firme, más potente. En sus luchas, éstos aprovechan las disensiones intestinas de la burguesía, a la vez que el movimiento político que éstas provocan, y que no puede por menos que arrastrar a los proletarios, les proporciona los elementos de su propia educación política y general, es decir, armas que va a utilizar contra la clase capitalista. Por otra parte, el desarrollo de las fuerzas productivas por el régimen burgués, al concentrar y centralizar los capitales y socializar el proceso de trabajo en cada empresa, crea la posibilidad material de sustituir las 8 relaciones capitalistas de producción por las relaciones socialistas o comunistas, es decir, la posibilidad de realizar la revolución social del proletariado, que es la meta final a la que se orientan todos los esfuerzos del comunismo internacional, como intérprete consciente del movimiento de clase de los obreros. 9
  • CAPÍTULO SEGUNDO:
  • EL IMPERIALISMO El período del capitalismo industrial fue fundamentalmente el período de la “libre competencia”, del desarrollo relativamente fácil del capitalismo por todo el planeta. Los países burgueses, principalmente europeos, fueron colonizando a los demás, conquistándolos por medio de las armas, hasta repartirse la totalidad del mundo. Las contradicciones internas del capitalismo crecían sin cesar, haciendo pesar sus consecuencias en primer lugar sobre la periferia colonial saqueada y oprimida sistemáticamente. Este período fue remplazado, a principios del siglo XX, por el del imperialismo, la fase superior del capitalismo. ¿Qué cambios introduce el capitalismo monopolista? Desde el punto de vista económico, el imperialismo se caracteriza por cinco rasgos principales: “1) la concentración de la producción y del capital llega hasta un grado tan elevado de desarrollo, que crea los monopolios, los cuales desempeñan un papel decisivo en la vida económica; 2) la fusión del capital bancario con el industrial y la creación, sobre la base de este ‘capital financiero’, de la oligarquía financiera; 3) la exportación de capitales, a diferencia de la exportación de mercancías; 4) se forman asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas, las cuales se reparten el mundo, y 5) ha terminado el reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes.” (Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo) La concentración y centralización del capital ha creado poderosas agrupaciones monopolistas de capitalistas: consorcios, cárteles y trusts. La concentración en sus manos de una gran parte de la producción les asegura una situación dominante en una o varias ramas de la economía. Controlando el volumen de la oferta de mercancías, pueden imponer, dentro de ciertos límites, los precios en el mercado. Gracias a ello, se apropian una alta ganancia de monopolio. “En la vida práctica –explica Marx en Miseria de la filosofía- encontramos no solamente la competencia, el monopolio y el antagonismo entre la una y el otro, sino también su síntesis, que no es una fórmula, sino un movimiento. El monopolio engendra la competencia, la competencia engendra el monopolio. Los monopolistas compiten entre sí, los competidores pasan a ser monopolistas... La síntesis consiste en que el monopolio no puede mantenerse sino librando continuamente la lucha de la competencia”. La libre competencia conduce al monopolio y éste suprime la libertad en la concurrencia pero no la concurrencia mercantil misma, cuyas contradicciones profundiza, dando lugar a roces y conflictos particularmente agudos y bruscos. El capital industrial y el capital bancario altamente concentrados se fusionan entre sí formando el capital financiero, máxima potencia del capital en manos de una minoría de la clase burguesa: la oligarquía financiera. La tendencia al descenso de la tasa de ganancia se ve reforzada con la enorme elevación de la composición técnica y orgánica del capital que hacen posible las gigantescas empresas monopolistas. Éstas procuran contrarrestarla con el método clásico del incremento de la explotación de los obreros y también con otros nuevos que les permite su posición monopolista: política de precios elevados (inflación), tarifas proteccionistas elevadas, conquista de las fuentes de materias primas y energía, nuevos mercados exteriores y exportación masiva de capitales. La exportación de capitales a países extranjeros adquiere enormes dimensiones y una importancia muy superior a la exportación de mercancías, una importancia decisiva en la relación de dominación entre las distintas partes de la economía capitalista mundial. Al inicio de la era del imperialismo, el mundo entero estaba ya dividido territorialmente entre los países más ricos y, sobre esta base, las asociaciones de monopolistas se lanzan al reparto económico del planeta, arrastrando, en función de su fuerza económica relativa, a sus Estados para que luchen por una nueva distribución de las colonias y de las esferas de influencia. Hoy en día, la lucha por los mercados se enmascara bajo la forma de liberalización y globalización. El afán de control de las fuentes de materias primas lleva a los países imperialistas a desencadenar guerras como las que asolan Irak o Afganistán, provocando miles de muertos. El capitalismo se transforma en un sistema universal de sojuzgamiento colonial o neocolonial y de estrangulación económica de la inmensa mayoría de la población del planeta por un puñado de naciones “adelantadas, explotándola tanto en sus propios países como cuando se ve obligada a emigrar a las metrópolis imperialistas. 10 El imperialismo, debido al monopolio, no sólo acentúa extremadamente el desarrollo desigual de los diferentes países capitalistas, sino que produce cambios en la dirección del mismo. La evolución de cada uno de ellos se produce en forma de saltos, de tal manera que unos adelantan a otros en un corto espacio de tiempo, dando lugar a conflictos sin precedentes. El progreso de las fuerzas productivas sociales conduce a la internacionalización o “globalización” de la vida económica, pero este resultado no se alcanza de forma gradual y pacífica sino mediante luchas más o menos cruentas por una redistribución de los mercados y “dominios”. Las guerras imperialistas por la dominación mundial y el sometimiento de los pueblos más débiles son, en estas condiciones, inevitables. El siglo XX ha conocido dos Guerras Mundiales, que han enfrentado entre sí a los países más poderosos. Por sus proporciones y por la fuerza destructiva de su técnica, y no digamos desde la utilización de armas atómicas, las guerras imperialistas no tienen precedentes en la historia. En la época del capitalismo monopolista, el poder del Estado se convierte en la dictadura de la oligarquía financiera. La creciente socialización de la economía obliga a aquélla a investir al Estado con un papel económico fundamental: el capitalismo monopolista de Estado es la fusión de la fuerza del Estado burgués con la de los monopolios, fusión que frecuentemente se manifiesta como unión personal de los representantes de ambos. Con los tributos y cotizaciones sociales que recauda de los trabajadores, el Estado se hace cargo de la infraestructura que necesitan los monopolios, mientras aquélla no puede ser explotada de forma rentable por ellos; también regula la economía en beneficio de los mismos mediante sus presupuestos, su política monetaria y crediticia y su política de precios y salarios; compra buena parte de la producción monopolista (complejo militar-industrial, obras públicas, etc.); y apoya la expansión imperialista y neocolonial de sus grandes capitalistas y concierta alianzas e integraciones internacionales como la Unión Europea para luchar por un nuevo reparto del mundo que le favorezca. El proletariado se ve obligado a enfrentarse a la fuerza del capitalismo monopolista de Estado, el cual explota y oprime a la gran masa del pueblo. Así, la política burguesa en su conjunto tiende, no a la libertad ni a la democracia, sino a la reacción, al militarismo, al soborno de la cúspide de la clase obrera y de la burguesía nacional de los países dominados, a la demagogia, al oscurantismo cultural. Por ello, es impensable que el capitalismo pueda retirarse de la escena histórica y ceder su lugar a una organización social superior, de manera voluntaria, pacífica, democrática. El imperialismo ha desarrollado en alto grado las fuerzas productivas sociales, preparando así todas las condiciones necesarias para la organización socialista de la sociedad. Incluso las guerras mundiales y los acuerdos internacionales que las previenen y las preparan (Sociedad de Naciones, ONU, FMI, Banco Mundial, OMC, UE, OTAN, etc.) muestran que esas fuerzas productivas han sobrepasado el marco limitado de los Estados imperialistas y exigen la planificación internacional de la economía mundial. El imperialismo intenta dar satisfacción a esta necesidad abriendo camino a sangre y fuego a un único trust de Estado universal: un “ultraimperialismo” o “imperio” o “ nuevo orden internacional”. Pero, el capitalismo sigue teniendo una base nacional y no puede desprenderse de ella: los capitalistas de cada país dependen de la fuerza de su Estado nacional para realizar sus intereses en el mundo. Aprovechando esta circunstancia y todas las demás contradicciones que desestabilizan los pilares del imperialismo, el proletariado acabará por sepultarlo y por edificar la sociedad socialista sobre la base de los progresos sociales producidos por la era del capitalismo. ¿Por qué nos hallamos en la “antesala” del socialismo? La forma monopolista del capitalismo desarrolla, en forma creciente, elementos de contención del desarrollo de las fuerzas productivas, de degeneración parasitaria, de putrefacción, de decadencia de este régimen social: distorsión del mecanismo de competencia; política de precios de cártel elevados; dominación de los mercados; crecimiento del sector de los rentistas (al dejar los grandes capitalistas la gestión de sus negocios a personal asalariado), de la producción de bienes y servicios de lujo, de la burocracia, del aparato represivo, del militarismo; disgregación de la economía mundial por las guerras, etc. La situación de la clase obrera bajo el imperialismo se vuelve insoportable por el alza del coste de la vida y el aumento de la opresión y explotación de la clase obrera por los consorcios; los tremendos obstáculos que éstos interponen en las luchas económicas y políticas del proletariado; los horrores, las calamidades, la ruina y la barbarie provocados por las guerras imperialistas. Todos estos motivos convierten al imperialismo en el capitalismo en descomposición, moribundo, la etapa final de su evolución y la víspera de la revolución socialista mundial. La era de la revolución proletaria internacional comenzó en 1917 con la victoria de la Gran Revolución Socialista de Octubre en Rusia. 11 Sólo una revolución socialista proletaria puede sacar a la humanidad del atolladero al que es conducida por el imperialismo y las guerras imperialistas. Por grandes que sean las dificultades que encuentre la revolución, cualesquiera que sean los fracasos pasajeros o los vaivenes contrarrevolucionarios que tenga que enfrentar, el triunfo definitivo del proletariado es inevitable (ya que, tarde o temprano, las contradicciones sociales del capitalismo producirán en los trabajadores asalariados –con el impulso de su sector más avanzadouna conciencia revolucionaria que les llevará a cumplir su misión histórica revolucionaria). Las condiciones objetivas plantean como tarea urgente del día, de la época que atravesamos, la preparación directa, en todas las formas, del proletariado para la conquista del poder político, a fin de realizar las medidas económicas y políticas que son la esencia de la revolución socialista. Las cuatro contradicciones principales que minan los cimientos del imperialismo e impulsan la revolución proletaria mundial son las que enfrentan: 1) a la burguesía y el proletariado; 2) a las potencias imperialistas y las naciones oprimidas por ellas; 3) a los países imperialistas entre sí; y 4) a los países capitalistas y los países socialistas. La victoria del proletariado en Rusia marcó el inicio de la crisis general del capitalismo: la época histórica en que este régimen social será sustituido definitivamente por el comunismo en un largo proceso de revoluciones socialistas y democrático-nacionales, de guerras imperialistas y guerras revolucionarias, de triunfos y derrotas, de flujos y reflujos. La crisis general del capitalismo ha recorrido hasta hoy tres etapas:  1ª etapa: transcurrió entre 1917 y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945): durante la misma, el proletariado arrancó al capitalismo una sexta parte del planeta en la que se edificó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, pero el régimen burgués consiguió estabilizar su situación por medios diversos como la labor contrarrevolucionaria de la socialdemocracia, el saqueo de las colonias y de los países vencidos en la Primera Guerra Mundial, el desarrollo de la potencia norteamericana, el fascismo, la crisis económica de 1929, ... hasta producir el estallido de una nueva guerra mundial.  2ª etapa: se produjo entre 1945 y los años 60-70 del siglo pasado: a partir de la Segunda Guerra Mundial, se creó el campo socialista abarcando las democracias populares en Europa centro-oriental, China, Corea, Cuba, Vietnam, Laos, Camboya, etc., y se hundió el sistema colonial del imperialismo por las victorias de los movimientos de liberación nacional; el proletariado había liberado de las garras del capitalismo a una tercera parte de la humanidad y se convertía en el aliado firme y reconocido de otra tercera parte; frente a ello, el capital se unió en torno al imperialismo yanqui para practicar una política de cerco hostil, de chantaje nuclear, de infiltración y corrupción, de guerra fría contra los países socialistas y el movimiento comunista internacional, de neo-colonialismo, de reformas y concesiones al movimiento obrero siguiendo una estrategia económica keynesiana (el mal llamado “Estado de bienestar”), de plena integración en su aparato de la socialdemocracia y el trotskismo anti-comunistas, etc.  3ª etapa: se extiende desde los años 70 hasta nuestros días: está marcada por el reflujo internacional del proceso de revoluciones proletarias y de revoluciones democrático-nacionales causado por el viraje revisionista de la dirección de los principales partidos comunistas a partir del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (1956) y su desenlace en la plena restauración del capitalismo en la URSS y en los demás países socialistas de Europa a principios de los años 90; en este período, el capitalismo ha recuperado mercados, territorios, fuerza en la lucha de clases; ha desarrollado, socializado y globalizado las fuerzas productivas; ha hecho progresar la regulación monopolista y la integración de la economía mundial; ha sustituido la estrategia keynesiana de concesiones al movimiento obrero por la estrategia neoliberal de destrucción de las conquistas de éste; mantiene con vida las relaciones de producción capitalistas a costa de redoblar la explotación del proletariado y de los pueblos oprimidos, y al precio de esquilmar la naturaleza, como atestiguan las crisis energética y ecológica que, desde la década de 1970, amenazan la supervivencia de la propia sociedad. La existencia de la burguesía y de su régimen capitalista es cada día más incompatible con la de la sociedad. Hoy en día, espoleada por los sufrimientos que le causan las contradicciones cada vez más agudas del imperialismo (globalización, neoliberalismo, deterioro medioambiental, “guerra contra el terrorismo”, reaccionarización política, etc.), la clase obrera muestra síntomas de que empieza a recuperarse de su derrota. Está desplegando de nuevo su combate, tanto en el terreno de la resistencia económica y política, como en la reconstrucción de sus instrumentos revolucionarios, para abrir una nueva etapa de la revolución proletaria mundial hacia la sustitución definitiva del capitalismo por el socialismo. 12
  • CAPÍTULO TERCERO:
  • LA LUCHA CONTRA EL IMPERIALISMO El imperialismo oprime a las grandes masas de la humanidad, a las diversas clases que forman a éstas y a la mayoría de las naciones. Las consiguientes luchas de todas ellas debilitan el sistema mundial del imperialismo -además de hacerlo la rivalidad entre los monopolios y las grandes potencias- y apuntan hacia la liquidación del capitalismo y su sustitución por un régimen social superior: el socialismo. La desigualdad en el desarrollo capitalista, acentuada en su período imperialista, ha suscitado tipos diversos de capitalismo, ha dado lugar a países con distintos grados de madurez capitalista y a condiciones específicas y diversas del proceso revolucionario. Según el nivel de desarrollo en las fuerzas productivas, el carácter concreto de las relaciones de producción, la importancia relativa de las diferentes clases sociales, las condiciones políticas y culturales, los países han de recorrer diversos caminos, con ritmos desiguales, para conquistar el socialismo. De esto, a su vez, se desprende una diversidad de formas en la edificación de la sociedad socialista según los países. En los países de capitalismo desarrollado, como España, la revolución tiene directamente un carácter socialista. En los países de desarrollo capitalista medio, la revolución socialista viene precedida de una revolución democrático-nacional o, al menos, se ve obligada a realizar importantes tareas democrático-burguesas. En los países de capitalismo atrasado, más o menos dependientes y con resabios feudales, es necesario todo un período de transformación de la revolución democrático-nacional en revolución socialista. En todos los casos, es fundamental la solidaridad del proletariado internacional con las luchas contra el imperialismo, ya que éstas se verán coronadas por la victoria en la misma medida en que la clase obrera consiga conquistar la hegemonía y la dirección de las mismas. ¿Quiénes luchan contra el imperialismo y cómo lo hacen? De todas las clases sociales que hoy se enfrentan con la burguesía imperialista, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y desapareciendo con el desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar. En los países de capitalismo desarrollado, las capas medias, la pequeña burguesía y la burguesía no monopolista luchan contra el imperialismo para salvar de la ruina su existencia como sectores sociales específicos. No son, pues, revolucionarios, sino conservadores. Más todavía, son reaccionarios, ya que pretenden volver atrás la rueda de la Historia, hacia el capitalismo de libre competencia o hacia el sueño irrealizable de una sociedad de pequeños propietarios. Son revolucionarios únicamente por cuanto tienen ante sí la perspectiva de su transformación inminente en proletarios, defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, por cuanto abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado. En cuanto al lumpenproletariado, esto es, el producto pasivo de la putrefacción de las capas más bajas de la sociedad (vagabundos, indigentes, ladrones, etc.) puede verse arrastrado al movimiento revolucionario de la clase obrera, pero, por sus condiciones de vida, es incapaz de llevar a cabo una lucha política organizada, su solidaridad con las masas combativas es muy inestable y se muestra propenso al aventurerismo. Estas circunstancias son aprovechadas por la burguesía para reclutar del seno de este sector a esquiroles, chivatos y componentes de las bandas fascistas. Por el contrario, en el proletariado las condiciones de existencia de la sociedad burguesa ya están abolidas: la propiedad privada sobre los medios de producción; las relaciones familiares patriarcales; la nacionalidad, pues el yugo del capital es idéntico en todos los países; las leyes, la moral, la religión, etc., se le revelan a través de la experiencia como prejuicios detrás de los cuales se ocultan los intereses de la burguesía. El proletariado no puede liberarse sino liberando a las fuerzas productivas sociales del corsé que les impone la propiedad privada y liberando así a la inmensa mayoría de la humanidad de las condiciones opresivas del capitalismo. Además, el empeoramiento de su situación, junto con el de la mayoría del pueblo, le obliga a desarrollar su lucha contra el imperialismo hasta vencerlo definitivamente. Aunque el proletariado tenga por objetivo fundamental la completa transformación de la base económica de la sociedad actual, para ello, se ve obligado a enfrentarse a la fuerza organizada de la clase dominante –el Estado burgués- y a priorizar por consiguiente la lucha por la conquista del Poder político. El Estado no es, como pretenden los ideólogos burgueses y reformistas, un órgano de conciliación entre las clases que los trabajadores puedan poner al servicio de la sociedad en cuanto conquisten la mayoría parlamentaria. El Estado actual es la dictadura de la burguesía, la violencia organizada del capital para mantener su sistema de 13 explotación del trabajo asalariado, violencia que distingue a la democracia burguesa del fascismo sólo por las formas y el grado de su intensidad. La lucha de clase del proletariado se manifiesta como lucha económica o sindical, como lucha política que es la principal y, además, como lucha teórica e ideológica. Para alcanzar la victoria final, el proletariado necesita desarrollar, con el progreso de sus luchas de clase, una conciencia cada vez más exacta de sus condiciones de existencia y, por lo tanto, de las condiciones necesarias para su emancipación. El socialismo científico es la expresión teórica del movimiento proletario. Como consecuencia, es el que le proporciona a éste la conciencia de su misión revolucionaria histórico-universal. La difusión de esta conciencia en las filas de la clase obrera no es un proceso automático, exento de lucha, sino que exige combatir la influencia ideológica conservadora o reaccionaria que ejercen las demás clases sociales. En primer lugar, la ideología dominante es necesariamente la de la clase dominante, es decir, la de la burguesía. La conquista del Poder político por el proletariado presupone cierta crisis en la hegemonía de las ideas capitalistas pero, sólo a partir de la conquista de su dominación política, puede el proletariado acabar con la dominación ideológica burguesa. En segundo lugar, la clase obrera nutre sus filas continuamente de individuos procedentes del campesinado, de la pequeña burguesía, de sectores intelectuales, de capas medias, etc., que traen consigo concepciones adecuadas a sus anteriores intereses de clase y que sólo se librarán de ellas tras una larga experiencia y una ardua lucha del proletariado consciente contra las mismas. Entretanto, se erigen en un lastre para el desarrollo del movimiento obrero. En tercer lugar, no todas las masas del proletariado participan por igual en su lucha de clase, razón por la cual unas se convierten en vanguardia y otras permanecen políticamente atrasadas, dificultando la unidad y la consiguiente fuerza combativa de nuestra clase. En cuarto lugar, los beneficios extraordinarios que obtiene el capital imperialista le permiten sobornar a cierta capa superior de la clase obrera para que esta aristocracia y burocracia obreras actúen en el movimiento proletario como agentes de la burguesía dedicados a luchar contra el desarrollo revolucionario del mismo. ¿Qué ideas desvían a los trabajadores de sus intereses fundamentales? Las principales ideologías que, hoy en día, expresan la influencia de otras clases sobre el proletariado son las siguientes: A) Ideologías reaccionarias: En primer lugar, están las ideologías religiosas, confesionales o clericales, que provienen del pasado medieval-feudal del capitalismo, fomentan una visión romántica-idílica del mismo y tienden a la involución social. La religión es el reflejo fantástico, ilusorio, en la conciencia social, de las fuerzas externas que nos dominan, consistente en que éstas adoptan la forma de fuerzas extraterrenales (dioses, el alma inmortal, el más allá, etc.). Las causas de su existencia radican en la opresión y la miseria que sufren las masas, las cuales provocan en ellas sentimientos de desesperación y fatalismo que les llevan a depositar sus esperanzas en fuerzas sobrenaturales. La religión consolida la dependencia de los individuos con respecto a las fuerzas exteriores promulgando el castigo, el sentimiento de culpa y la búsqueda individual de la salvación o liberación en la vida eterna, condenándolos a la pasividad y al conformismo y encadenando su capacidad creadora. Por consiguiente, distrae a los trabajadores de la lucha activa por la transformación del mundo e impide que adquieran plena conciencia de su situación de clase, además de obstaculizar el desarrollo de la ciencia y el progreso social en general. Este “opio del pueblo”, como lo llamara Marx, es hábilmente administrado por las instituciones religiosas y sus servidores profesionales para fortalecer la dominación de las clases explotadoras y para combatir el movimiento de la clase obrera por la emancipación social. Éstos explotan los sufrimientos que el capitalismo causa en los trabajadores para culpar de ellos al progreso social que éste ha supuesto y promover así un movimiento reaccionario entre las masas políticamente más atrasadas. Intentan organizar a éstas en sindicatos, asociaciones juveniles, femeninas, partidos políticos, etc., de carácter confesional o abiertamente clerical, financiadas por el capital monopolista en agradecimiento a los servicios que les prestan en difundir el anticomunismo. Ciertamente, entre las masas obreras y campesinas creyentes se desarrollan también formas religiosas más cercanas a los intereses revolucionarios de estas clases, como son la teología de la liberación, cristianos por el socialismo y otras corrientes. En la medida en que sus adeptos sirven a la lucha de clase del proletariado, deben ser respetados e incorporados a la misma, pero el partido obrero de vanguardia no debe por ello rebajar su combate dialéctico contra la religión y por una concepción científica y atea del mundo. La conciencia social 14 religiosa será superada en el proceso de transformación de la sociedad, en el proceso de supresión de su división en clases. En segundo lugar, está el nacionalismo, vinculado al proceso de formación de las naciones y los mercados nacionales que son la base sobre la que se desarrolla el capitalismo. El nacionalismo es pues un principio fundamental de la ideología y de la política burguesas, consistente en la prédica del aislamiento, del exclusivismo, de la supremacía de la propia nación y, por consiguiente, de la desconfianza y enemistad hacia otras naciones. En la fase ascendente del capitalismo, el nacionalismo fue un aspecto del papel revolucionario y progresista de la burguesía. Pero rápidamente y sobre todo al entrar aquél en su fase descendente –el imperialismo-, la burguesía hizo pasar sus intereses egoístas por los de toda la nación y utilizó el nacionalismo como instrumento de esclavización de otros pueblos y de embotamiento de la conciencia de clase de los obreros. El nacionalismo conduce a la escisión del movimiento obrero internacional y a la justificación del colonialismo y de las guerras imperialistas. Es absolutamente contrario a los intereses fundamentales de los trabajadores asalariados, los cuales son idénticos en todas las naciones y pueden satisfacerse únicamente por medio del internacionalismo proletario.
  • Ahora bien, bajo el imperialismo que es un sistema mundial de sojuzgamiento de la inmensa mayoría dela humanidad por un puñado de naciones ricas, el nacionalismo presenta dos formas opuestas: una de esas formas es el chovinismo de gran potencia que es reaccionario en todos sus aspectos y debe ser combatido en su totalidad por el proletariado militante; la otra forma es el nacionalismo de nación oprimida que está presente en el movimiento de liberación nacional junto con el internacionalismo del proletariado. Esta última forma de nacionalismo contiene elementos progresistas, democráticos, anti-imperialistas y anti-feudales que los obreros debemos de apoyar, pero, al mismo tiempo, contiene la tendencia al enclaustramiento nacional y a la desconfianza hacia las demás naciones, tendencia contraria a los intereses de nuestra clase y que debemos combatir contundentemente. A pesar de sus aspectos positivos, el nacionalismo de nación oprimida es una ideología ajena a los obreros: es la ideología propia de la pequeña burguesía y de la burguesía nacional enfrentadas a la opresión imperialista pero contrarias a que el proletariado dirija el movimiento de liberación nacional, hasta el punto de tender a la conciliación con el imperialismo.
  • En tercer lugar, está el fascismo, que es la ideología del anticomunismo, del racismo, del chovinismo belicoso, del revanchismo nacional, de la violencia del más fuerte, del culto al jefe, del poder total del Estado sobre el individuo, de la militarización de toda la vida social, del irracionalismo, del oscurantismo, etc. Recurre en vasta escala a la propaganda demagógica para explotar con fines reaccionarios los síntomas de pudrimiento del régimen burgués: la quiebra del parlamentarismo, la corrupción política, la usura ejercida por los bancos sobre las clases populares, las diferencias salariales nacionales, la competencia de los trabajadores inmigrantes de los países atrasados, etc., y sobre todo la lucha revolucionaria del proletariado y de los pueblos oprimidos que amenaza el orden social imperialista. El fascismo propugna el aplastamiento de la lucha de clases en aras de un ideal de unidad nacional frente a los países extranjeros y de organización corporativa de la sociedad. Esta ilusión de poner término a las contradicciones de clase y sus consecuencias sin acabar con las clases puede prender entre la pequeña burguesía, las capas sociales intermedias y los sectores atrasados del proletariado descontentos con la dirección reformista, oportunista y colaboracionista de las organizaciones obreras. A despecho de estas vacilaciones, el fascismo supone en realidad la supresión de los derechos y libertades políticas a través de los cuales las clases populares pueden defenderse de la opresión de la oligarquía financiera. El fascismo en el poder es la dictadura terrorista abierta de los sectores más reaccionarios y chovinistas del capital monopolista que recluta lo más atrasado de las masas populares mediante engaños fugaces pero suficientemente duraderos para devastar a la vanguardia obrera revolucionaria, como ocurrió en Italia, Alemania, Chile, también con la masacre hitleriana de veinte millones de soviéticos, los 40 años de franquismo en España, etc.
  • B) Ideologías reformistas: la ideología sindicalista, el revisionismo moderno y su variante eurocomunista y, la principal y polo de atracción de todas ellas: la socialdemocracia. El sindicalismo o resistencia económica es la forma primaria, elemental y espontánea que reviste la práctica y la conciencia de las masas obreras frente al capital. Todavía se mantiene sobre el terreno de la ideología y la política burguesas dominantes, por cuanto aquí los obreros actúan como propietarios de su mercancía peculiar, que es en lo que el capitalismo convierte a la fuerza de trabajo de aquéllos. Admite la actividad política como intervención del Estado para contrarrestar el despotismo del capital en las relaciones laborales. Sobre esta base, el desarrollo necesario de la clase obrera conduce a que ésta adquiera plena conciencia de sus intereses fundamentales y de su misión histórica emancipadora. Pero, la influencia de la burguesía se erige en un obstáculo en este proceso, bajo la forma de prejuicio o ideología sindicalista. 15 Apoyándose en los sectores más atrasados del movimiento obrero, la ideología sindicalista rechaza la lucha revolucionaria del proletariado por la conquista del Poder político y el aporte de la ciencia en el esclarecimiento de la naturaleza y las leyes objetivas que rigen el capitalismo, las cuales determinan la necesidad de su sustitución por el socialismo. Además, este sindicalismo pequeñoburgués se afianza con el soborno de una ínfima capa superior de trabajadores por los imperialistas, a cambio de que se conviertan en vehículos estables de su influencia en el movimiento obrero (sindicatos, partidos obreros, fundaciones, ONGs, etc.). La socialdemocracia nació a finales del siglo XIX sobre esta base social y representa el reformismo de la burguesía liberal en el partido político de la clase obrera. Al truncar el desarrollo necesario del proletariado hacia la realización de su papel revolucionario, divide al movimiento obrero y al partido obrero organizando a su parte más atrasada contra la más avanzada. Sustituye la lucha de clase del proletariado por la colaboración con la burguesía; sustituye la revolución socialista y su palanca principal –la dictadura del proletariado- por un proceso de reformas que, desde el Estado burgués parlamentario, convertirían supuestamente el capitalismo en socialismo; sustituye el marxismo por el revisionismo; sustituye el internacionalismo proletario por la “unión sagrada” con la burguesía de su nación en la justificación del colonialismo y de las guerras imperialistas, por el anticomunismo y por la hostilidad hacia los países socialistas. El revisionismo moderno nació sobre la misma base social, pero en el seno de la vanguardia de la clase obrera y, particularmente, cuando ésta ya había conquistado el Poder político en varios países. También renuncia a la lucha de clase consecuente del proletariado, al liquidar el carácter obrero del partido y del Estado en los países socialistas y al propugnar la vía pacífica y parlamentaria al socialismo en los países capitalistas, a la vez que exagera las posibilidades de colaboración entre unos y otros países. En los primeros, abre camino a la contrarrevolución capitalista, como se ha visto en la URSS. En todos los casos, conduce a la socialdemocratización de los partidos comunistas, como muestra el apoyo del eurocomunismo al proceso de integración imperialista europeo. En los países atrasados y oprimidos por los neocolonialistas, la lucha de la burguesía nacional por dirigir el movimiento popular contra éstos se traduce en diversas formas de oportunismo que tienden a la conciliación con el imperialismo.
  • C) Ideologías ultraizquierdistas: el radicalismo o revolucionarismo pequeñoburgués en sus dos formas principales que son el anarquismo y el trotskismo (incluidas todas las variantes del “comunismo de izquierda”). Se distinguen por su inconsistencia política extrema. Encubren su política objetivamente de derecha –puesto que su esterilidad sirve a fin de cuentas al capital- con su fraseología de izquierda y su dogmatismo, a veces convertido en un intelectualismo aristocrático. Son incapaces de manifestar serenidad, organización, disciplina y firmeza. Caen en el aventurerismo, en el voluntarismo y en el sectarismo, remplazando el cálculo objetivo de las fuerzas por la gesticulación política vocinglera, pasando con frecuencia de una fanfarronada revolucionaria increíble al pesimismo más profundo y a la capitulación ante el enemigo. Estas tendencias, particularmente en los momentos en que se producen cambios bruscos de la situación política o en que el movimiento revolucionario sufre un reflujo –como ocurre en nuestros días-, se convierten en desorganizadores muy peligrosos de las filas proletarias y, por consiguiente, en un obstáculo para el desarrollo revolucionario del movimiento obrero. Estos comportamientos reflejan la situación vacilante de los sectores sociales no proletarios que se sienten más oprimidos por el imperialismo: la capa inferior de la pequeña burguesía, la bohemia intelectual, el lumpenproletariado, ... Éstos sólo son capaces de manifestar un espíritu de rebeldía espontánea, pero no están acostumbrados a esa disciplina en el trabajo y en la lucha con la cual el proletariado es educado por el mecanismo de producción capitalista. En períodos como el que atravesamos, después del ascenso y traición del oportunismo de derecha en el movimiento obrero, muchos proletarios avanzados son desviados por el “izquierdismo” del camino revolucionario consecuente: algunos atraídos por un 'obrerismo radical' tratando cada acción cual si fuera la 'lucha final', y, otros, por el intelectualismo excluyente que pretende 'inventar la ideología proletaria' clamando por el fracaso del marxismo-leninismo; pero todos apartándose de los intereses de las masas proletarias y dejando el camino libre al reformismo derechista. En primer lugar, está el anarquismo, el cual niega la necesidad de organizaciones proletarias vastas, centralizadas y disciplinadas y, con ello, condena a la clase obrera a la impotencia ante las poderosas organizaciones del capital. Al predicar el terror individual y la “acción directa”, aparta al proletariado militante de los métodos de organización y de lucha de masas. Al rechazar la dictadura del proletariado en nombre de una “libertad” abstracta, priva a este último del arma más afilada de que puede disponer contra la burguesía. Tiende a convertirse en una secta enfrentada a todo movimiento proletario de masas y a toda revolución socialista en el mundo, sirviendo así a la reacción imperialista. El anarcosindicalismo -que es el producto de la influencia del anarquismo en el movimiento sindical- considera al sindicato y a la huelga económica, el sabotaje, el boicot, etc., 16 como las formas superiores de organización y de lucha de la clase obrera, respectivamente. Quiere convertir a los sindicatos en órganos de “contrapoder” frente al Estado capitalista y, después de que la revolución haya destruido a éste, en los futuros organismos de autogestión social, sin necesidad de lucha política de clases, ni de partido obrero, ni de dictadura del proletariado. En segundo lugar, está el trotskismo y las diversas expresiones afines del “comunismo de izquierda”. Son una variedad de la socialdemocracia que también se opone al desarrollo del movimiento proletario con una deformación dogmática de la teoría revolucionaria, pero, en este caso, encubierta con una fraseología “izquierdista”. Se niegan a reconocer los cambios experimentados por el capitalismo al entrar en su fase imperialista y, sobre todo, a actuar políticamente en consonancia con los mismos.

  • 1º) Su particular teoría de la “revolución permanente” les lleva a propugnar directamente la revolución socialista y, por tanto, la ruptura de la alianza de la clase obrera y el campesinado en las revoluciones democrático-nacionales de los países oprimidos, que son un componente decisivo del proceso único de la revolución proletaria mundial.

  • 2º) Su negativa a reconocer que el capitalismo en la época del imperialismo se desarrolla económica y políticamente de forma desigual y a saltos les lleva a rechazar la posibilidad de construir el socialismo en un solo país enfrentado al mundo capitalista.

  • 3º) Su encubrimiento del papel de la socialdemocracia -consistente en convertir al partido obrero en el “caballo de Troya” de la burguesía en el movimiento de nuestra clase- les lleva a oponerse a la construcción del partido proletario de vanguardia, independiente, ideológica y organizativamente unido, propugnando a cambio la organización fraccional de corrientes en el movimiento obrero enfiladas objetivamente a reforzar el partido socialdemócrata. Su hostilidad de hecho hacia el partido obrero revolucionario y hacia la dictadura del proletariado, practicada en forma de aventurerismo, de simplismo rectilíneo, de adulación de lo más atrasado de nuestra clase, etc., convierte al trotskismo y al “comunismo de izquierda” en un anarquismo de apariencia marxista. Su dogmatismo les hace sobreestimar o subestimar, según los casos, las oportunidades revolucionarias reales. En lugar de comprender su propio fracaso a la hora de conquistar a las masas obreras como una consecuencia del carácter pequeñoburgués de su alternativa política, culpan de ello a los verdaderos dirigentes proletarios, a los que califican despectivamente de “burocracia estalinista”. Su oposición a los partidos comunistas y a los países socialistas condujo al trotskismo a la colaboración con la socialdemocracia y el imperialismo para dividir al movimiento obrero y aislar a los comunistas. Hoy en día, junto a la del nazismo, su crítica del “estalinismo” es la mayor fuente de inspiración para la propaganda anticomunista de los ideólogos burgueses.
  • ¿Cuál es la teoría y la práctica de la clase obrera? Frente a todas estas ideologías ajenas a los intereses fundamentales de la clase obrera, se alza el socialismo científico o comunismo proletario. Éste surgió en los años 40 del siglo XIX cuando se manifestaron los límites históricos del capitalismo y el proletariado se había estrenado prácticamente en la lucha de clases. Sobre esta base social, Carlos Marx y Federico Engels reelaboraron críticamente las máximas realizaciones teóricas de la época burguesa, dando lugar a la teoría revolucionaria del proletariado: el marxismo. Los obreros, relegados como lo están al trabajo manual, no podían por ellos mismos enriquecer su conciencia y su práctica social con estos conocimientos científicos, filosóficos y culturales, los cuales les tuvieron que ser aportados por aquéllos intelectuales burgueses que se habían elevado hasta la comprensión teórica del conjunto del movimiento histórico, que habían roto con su anterior concepción del mundo y que se habían pasado al campo del proletariado. El marxismo, continuamente desarrollado con los resultados de la práctica social (producción, ciencia y lucha de clases), proporciona a la clase obrera el conocimiento de la sociedad, de la naturaleza y del pensamiento que necesita para orientarse con acierto en su lucha por la revolución socialista. El marxismo no es pues un dogma, sino una guía para la acción. Al entrar el capitalismo en su fase imperialista e iniciarse así la época de la revolución proletaria mundial, el marxismo experimentó un desarrollo cualitativo fundamentalmente realizado por V. I. Lenin. El dirigente del Partido Bolchevique de Rusia analizó esta nueva situación y pudo así conducir con éxito la lucha de la clase obrera. El marxismo-leninismo es pues la teoría revolucionaria del proletariado en la época del imperialismo y las revoluciones proletarias, en la época del derrumbamiento del colonialismo y la victoria de los movimientos de liberación nacional, en la época de la transición del capitalismo al socialismo y de la construcción de la sociedad comunista. La vanguardia revolucionaria del proletariado se basa en el marxismo-leninismo para organizar primeramente el Partido Comunista, como forma superior de organización de la clase obrera en su lucha por el 17 socialismo. El Partido Comunista se constituye como la fusión del marxismo-leninismo con el movimiento obrero.
  • La existencia de un partido comunista curtido en el combate y constituido por los elementos mejores, más conscientes, más activos y más valerosos de la clase obrera es una condición previa para la lucha victoriosa por el socialismo. Ha de ser una organización revolucionaria unida por una disciplina férrea y por las estrictas reglas del centralismo democrático, lo cual se consigue por medio de la elevada conciencia de la vanguardia del proletariado, por su abnegación revolucionaria, por su aptitud para ligarse estrechamente con las masas obreras y por su acierto en la dirección política, comprobado por la experiencia de las masas mismas. El primer partido obrero fue la Liga de los comunistas, cuyos principios y programa son formulados en 1848 por Marx y Engels en el “Manifiesto del Partido Comunista”. Tras la disolución de esta organización, ambos dirigen la fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), la Iª Internacional obrera que participará en la primera revolución proletaria de la historia –la Comuna de París de 1871- y que se disolverá tras la derrota de ésta para dar paso a la constitución de partidos proletarios de masas en cada país. Fallecido Marx, será Engels quien encabece, en 1889, la fundación de la IIª Internacional, basada en estos partidos. Bajo el impulso de ésta, el proletariado desarrollará su lucha de clase hasta emerger como el antagonista del régimen burgués y madurará para los combates revolucionarios que le depararía la era del imperialismo. No obstante, junto con esos preparativos, se fue desarrollando en su seno la tendencia oportunista socialdemócrata que se haría con la dirección de la Internacional Socialista hasta degenerarla en un instrumento de la dictadura capitalista, aprovechando los años de paz social y fervor chovinista que precedieron a la Primera Guerra Mundial. Los revolucionarios internacionalistas, encabezados por el Partido Bolchevique de Rusia y su líder V. I. Lenin, se enfrentaron a esa tendencia social-imperialista y dirigieron en 1917 la primera revolución proletaria victoriosa en lo que sería la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Esta conquista impulsó la constitución de partidos consecuentemente obreros y marxistas, sobre las ruinas de los partidos socialistas aburguesados, así como su unificación en la IIIª Internacional Comunista, fundada en 1919. Estas nuevas organizaciones se desarrollaron sobre la base teórica del marxismo-leninismo y siguiendo el ejemplo bolchevique hasta alcanzar un carácter de masas que, aun a costa de tener que disolver la Internacional Comunista, les permitió derrotar al fascismo –la mayor agresión reaccionaria de la historia, perpetrada por el imperialismo- y llevar el socialismo a un tercio de la humanidad. Hoy en día, después de la contrarrevolución en el campo socialista y de la desnaturalización revisionista del movimiento comunista internacional, se impone como tarea urgente la reconstitución revolucionaria, marxista-leninista, bolchevique, de los partidos comunistas en el mundo. 18
  • CAPÍTULO CUARTO:
  • EL IMPERIALISMO Y LA LUCHA DE CLASES EN ESPAÑA
  • El desarrollo del capitalismo en España fue lento, débil y subordinado al poder de los terratenientes y a las potencias extranjeras, de modo que la burguesía no fue capaz de realizar una revolución que pusiese todo el poder político en sus manos y se vio obligada a diversos compromisos con las viejas clases dominantes. Hasta la IIª República (1931-1939) e incluso muchos años después, se trata de un país atrasado, agrario, con supervivencias feudales en el campo (latifundios, minifundios, aparcería, renta en trabajo y en especie, etc.), con poco capital industrial sobre todo concentrado en Cataluña y el País Vasco, con escasas posesiones coloniales y sometido a la dominación política del capital financiero –básicamente bancario-, de la aristocracia latifundista, de la burocracia civil y militar y de la Iglesia católica. Estas circunstancias producían una clase obrera poco numerosa, cuya experiencia en la lucha de clases era escasa y muy dependiente de la burguesía liberal. De ahí que el anarquismo –superado por el marxismo en el movimiento proletario europeo- se hiciera fuerte entre los trabajadores españoles y que el reformismo burgués dominara al naciente Partido Socialista Obrero Español y a su sindicato, la Unión General de Trabajadores.
  • No obstante, era cuestión de tiempo la maduración revolucionaria de un proletariado nacido de ese pueblo español que había dado al mundo los ejemplos de heroísmo de la Guerra de Independencia y de la revolución liberal de comienzos del siglo XIX; que a lo largo de éste tomó varias veces las armas en las guerras civiles y en las barricadas en defensa de la libertad; y que en 1873 proclamó la primera República. En 1917, la joven clase obrera de España encabezó la sublevación popular para intentar derribar el poder monárquico de sus explotadores y en 1920 constituyó su Partido Comunista.
  • Las contradicciones entre la burguesía industrial y el viejo orden se agudizaron con el advenimiento del imperialismo a escala internacional. La creciente rivalidad con otros países y la crisis económica mundial de 1929 pusieron fin al período de colaboración y se enfrentaron abiertamente dos modelos para el inaplazable desarrollo capitalista español.
  • ¿Qué significó el enfrentamiento entre la República y el franquismo? La burguesía media, con el apoyo del proletariado y de parte del campesinado, derrocó la monarquía y proclamó la república en un intento de suprimir las trabas conservadoras que impedían la modernización económica, política y cultural de España, para así recuperar el atraso en el desarrollo del capitalismo. Durante la IIª República hubo gobiernos de la derecha reaccionaria que intentaban echar por tierra el progreso social, pero los gobiernos republicanos progresistas tomaron medidas para mejorar las condiciones de vida de las masas, para entregar los latifundios a los campesinos trabajadores, para acabar con la opresión nacional que sufrían catalanes, gallegos y vascos, para reducir el poder del oscurantismo religioso en la vida pública, etc. La oligarquía financiera y terrateniente opondría una resistencia feroz a esta política, mientras que el proletariado se desarrollaba poderosamente en el transcurso de esta revolución democrático-burguesa y exigía su cumplimiento cabal frente a una burguesía republicana que vacilaba cada vez más entre la lucha revolucionaria contra las clases parasitarias y el miedo a que los obreros se hiciesen con la dirección de la misma, llevándola hasta el socialismo.
  • Entre las filas del proletariado, los intentos de los dirigentes socialdemócratas por contener las luchas de masas y subordinarlas a la burguesía liberal chocaban con la hábil táctica de frente único proletario y de frente popular antifascista defendida por la Internacional Comunista y aplicada por el Partido Comunista de España. Ésta movilizaba a las más amplias masas –incluidas las bases del PSOE, de la UGT y de la Confederación Nacional del Trabajo, anarcosindicalista- para impedir que la causa de la democracia y la independencia política de la clase obrera fueran nuevamente sacrificadas en beneficio de un nuevo compromiso entre las clases explotadoras. La insurrección obrera de Asturias en 1934 y el triunfo electoral del Frente Popular el 16 de Febrero de 1936 fueron los primeros hitos hacia la hegemonía del proletariado en la revolución democrática española. La oligarquía renunció entonces a recuperar el poder por la vía electoral y parlamentaria, y, reforzada con la fracción más conservadora de la burguesía liberal, preparó el derrocamiento violento de la república para la realización de su modelo alternativo de desarrollo capitalista: la instauración de un régimen fascista que descabezara el movimiento obrero para conseguir una acumulación acelerada de capital, a través del capitalismo monopolista de Estado y el militarismo, y a costa de la más brutal explotación del proletariado y de la ruina de la mayoría del campesinado. 19 El alzamiento militar fascista del 18 de julio de 1936 –apoyado con tropas y armas por la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini, pero también tolerado por las demás potencias imperialistas “democráticas” como Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia gobernada entonces por la socialdemocracia- dejó el territorio español dividido en dos bandos entre los que estalló la guerra civil. En la zona republicana, se profundizó la revolución democrática, en la medida en que la contienda lo permitía: las organizaciones del pueblo tomaron el poder sustituyendo las instituciones del Estado y su burocracia; se organizó un Ejército Popular a partir de las milicias obreras; las empresas abandonadas por los burgueses facciosos pasaron a manos de los trabajadores y del nuevo Estado; se repartieron los latifundios entre los trabajadores del campo; se recibió la ayuda de la Unión Soviética, de la Internacional Comunista y los demócratas del mundo con los que ésta organizó las heroicas Brigadas Internacionales que participaron en nuestra guerra antifascista etc. El proletariado no podía acometer todavía la revolución socialista porque 1º) la república democrática había perdido la mitad del país a manos de la reacción; 2º) se encontraba a la defensiva en un contexto internacional de contrarrevolución preventiva y de exacerbación del nacionalismo en vísperas de la IIª Guerra Mundial,; 3º) y, sobre todo, la vanguardia proletaria aún no había completado su conquista de la hegemonía política sobre las amplias masas de la clase y, menos aún, sobre las masas campesinas y pequeñoburguesas. El objetivo inmediato del PCE no podía ser otro que ganar la guerra, conquistando en el transcurso de la misma la dirección en el frente único de las fuerzas proletarias y populares. Esto se fue consiguiendo, pero diversos factores como la traición de dirigentes socialistas y republicanos, así como algunos errores del partido que son todavía objeto de controversia en el seno del movimiento comunista español, impidieron lograr la victoria o, al menos, prolongar la guerra civil hasta vincularla al inminente estallido de la guerra mundial, cuyo desenlace favorable a las fuerzas democráticas habría permitido poner fin a la dictadura fascista en España. En la zona fascista, todos los derechos democráticos, todas las libertades y todos los avances sociales conquistados bajo la república fueron sustituidos por una represión feroz y sanguinaria, por la pauperización y sobreexplotación de las masas, por la corrupción política, por una propaganda anticomunista demagógica y por una limitada política de concesiones a ciertos sectores del pueblo para quebrar la resistencia de éste. Esta política terrorista de la oligarquía se extendió a la totalidad del territorio español tras la victoria del ejército rebelde de Franco: a los ejecutados durante la guerra en la retaguardia fascista, había que sumar ahora los doscientos mil demócratas que fueron fusilados entre 1939 y 1944, así como los miles que sufrieron torturas, presidio y campos de trabajo o que se vieron forzados al exilio. Aunque no tan masivo, el terrorismo franquista continuó durante los 40 años de existencia del régimen. Por medio del látigo fascista y, desde los años 50, hipotecando la soberanía nacional a los Estados Unidos de América (bases militares yanquis sobre suelo español, entre otras cesiones) a cambio de su ayuda, la oligarquía terrateniente y la gran burguesía acometieron una profunda reestructuración de la economía y de las clases sociales convirtiendo a España en un país capitalista desarrollado, en una potencia imperialista, aunque de segundo orden. Los grandes latifundios se fueron convirtiendo en explotaciones agrícolas mecanizadas de tipo capitalista. La industria se desarrolló, por iniciativa estatal principalmente. Los campesinos se desplazaron a las ciudades empujados por la miseria que padecían y seducidos por las posibilidades de encontrar allí empleo y bienes de consumo. Más de un millón de trabajadores españoles espoleados por la miseria tuvieron que emigrar al extranjero y sus remesas contribuyeron a financiar el desarrollo económico español. Otra fuente de desarrollo fue la conversión de nuestro país en un destino turístico privilegiado de sol y playa para los millones trabajadores europeos cuya lucha había conquistado mejoras salariales y vacaciones pagadas. En consecuencia, desde los años 60, el proletariado creció con los campesinos arruinados, convirtiéndose en la clase social mayoritaria (sumando industria, servicios, construcción, ...). También se constituyó una nueva pequeña y mediana burguesía al calor del desarrollo monopolista estatal. En el otro extremo, el bloque dominante se conformaba en torno a la alta burocracia estatal, militar y eclesiástica, la banca, los terratenientes y grandes capitalistas agrarios, y el capital extranjero principalmente norteamericano pero crecientemente europeo. No obstante, la estructura económica seguía siendo endeble, burocrática y, dependiente del extranjero en cuanto a financiación, medios de producción y recursos energéticos. Todas estas deficiencias salieron a la luz con la crisis económica internacional –sobre todo monetaria y petrolera- de los años 70. Este factor, unido a cierto declive de EE.UU. y al progreso de la integración imperialista en Europa, precipitaron la crisis económica y política del régimen franquista, la cual brindó al pueblo la posibilidad de una ruptura con el fascismo por medio del derrocamiento revolucionario de la oligarquía que lo sustentaba. ¿Cómo son las contradicciones de clase bajo la monarquía parlamentaria?
  • En España, el modo de producción capitalista se había asentado completamente y había sometido y transformado los residuos económicos feudales. Por lo tanto, la solución de sus contradicciones sociales pasaba directamente por la realización de la revolución socialista proletaria. Ciertamente, aquel triunfo pleno del capitalismo se había logrado por medio de una superestructura política continuadora de la vieja reacción, pero se había llegado al mismo resultado que otros países democrático-burgueses radicales: un régimen imperialista, es decir, esencialmente reaccionario. Pasar del fascismo a la “democracia” era, por consiguiente, un problema menor desde el punto de vista de la burguesía: bastaba con desprenderse de los dogmas ideológicos falangistas y clericales –por otra parte, bastante tocados por los cambios sociales de los años 60-, abrir el bloque dominante a nuevos sectores burgueses principalmente catalanes y vascos, y recomponer las alianzas internacionales hacia la integración en la Comunidad Económica Europea, participando a través de ésta en el saqueo imperialista del proletariado y de los pueblos oprimidos del mundo.
  • El mayor problema de la burguesía consistía en que había producido una clase obrera mayoritaria (más de dos tercios de la población), con un potencial arrollador, que podría no conformarse con una “democracia” que la excluyera. Y así fue hasta cierto punto: encabezando el movimiento popular y el movimiento de liberación de las nacionalidades oprimidas por el Estado español, con huelgas masivas y prolongadas, con manifestaciones multitudinarias, haciendo frente a la represión, volvió a conquistar derechos políticos, sindicales, aumentos salariales y otras mejoras, un mayor respeto a las diversidades nacionales, etc. Pero la juventud e inexperiencia de las masas recientemente proletarizadas, la sistemática represión fascista y la pérdida de miles de los mejores comunistas en la Guerra Civil española y en la IIª Guerra Mundial favorecieron que el oportunismo burgués se hiciese con la dirección del movimiento obrero y de su partido de vanguardia, el PCE. Nuestro partido fue el único que supo mantenerse y organizar la lucha del pueblo contra la dictadura franquista, por los medios más diversos, desde las guerrillas hasta la conquista de las masas en los sindicatos verticales del régimen. No obstante, sus errores, sus carencias y su dogmatismo por seguir aspirando a una revolución democrático-burguesa a pesar de los cambios socio-económicos acaecidos, propiciaron el ascenso del revisionismo reformista en su seno, particularmente entre sus dirigentes. Los marxistas-leninistas españoles todavía tenemos que esclarecer este proceso degenerativo y sacar las oportunas enseñanzas, pero podemos afirmar que un golpe considerable al carácter revolucionario del partido fue dado con la aprobación de la política de “Reconciliación Nacional” en 1956, al amparo del viraje revisionista del Partido Comunista de la Unión Soviética en su vigésimo Congreso. En ella, la legítima pretensión de reconciliar a las dos partes del pueblo que se enfrentaron en la Guerra Civil es llevada hasta el extremo de eludir la responsabilidad de la oligarquía y de rebajar el objetivo inmediato de la lucha revolucionaria a la consecución de una democracia burguesa corriente, es decir, imperialista. Luego vino el alineamiento de Santiago Carrillo y de la dirección del PCE con el imperialismo europeo (“eurocomunismo”) contra la URSS y el campo socialista, y las expulsiones de miles de militantes contrarios a la deriva revisionista. En los años de la crisis del franquismo, seguía siendo un partido combativo en su base, pero fuertemente desnaturalizado entre sus cuadros superiores y medios. Muchos comunistas expulsados o escindidos del viejo partido han intentado, desde entonces, reconstituir el PCE, pero la situación general de división en el campo socialista, de degeneración en el movimiento comunista internacional y de reflujo de la revolución proletaria mundial no han permitido por ahora conseguirlo, a menudo por desviaciones “izquierdistas” pequeñoburguesas. Sin embargo, es necesario perseverar en este empeño y aprovechar para ello las condiciones objetivas favorables al movimiento obrero que están surgiendo.
  • La gran burguesía española y sus aliados euro-atlánticos consiguieron resolver la crisis del franquismo por medio de reformas, sin ruptura política y sin las imposiciones de un movimiento revolucionario de masas. De esto se encargaron los dirigentes del PCE y los del PSOE (financiados por la socialdemocracia alemana para escindir el movimiento obrero y encauzarlo por la senda de la colaboración con el capital imperialista), sobre todo desde que aceptaron la restauración de la monarquía borbónica a cambio de su legalización y su participación en el sistema de corrupción política parlamentaria sobre el que se asienta la actual dictadura del capital monopolista. Evitando incluso tener que consultar al pueblo sobre si prefería la monarquía impuesta por el fascismo o la república derrocada por éste, así es como otorgaban legitimidad “democrática” al golpe de Estado militar del 18 de julio. La transición política consagrada en la Constitución de 1978 supone una nueva victoria, esta vez relativamente pacífica, de la oligarquía financiera sobre las clases populares: restaura la monarquía como su régimen político predilecto, mantiene intacto su poder y sus propiedades a pesar de los desmanes del franquismo, evita la depuración del aparato del Estado de sus fieles servidores y socios, continúa negando el derecho de autodeterminación a las nacionalidades de España cuya opresión había redoblado con saña el régimen militar, conserva las plazas coloniales que le quedaban en Ceuta y Melilla, etc. Las concesiones democráticas y socio-económicas a las clases dominadas fueron para aplacar su resistencia y para compensarlas de la traición de sus dirigentes oportunistas con ilusiones que nunca se harían realidad.
  • La hegemonía burguesa se recompuso a base de engaños, de descrédito de las propuestas revolucionarias y de cierta mejora en las condiciones de vida a costa de la inserción de España en el sistema internacional de expolio imperialista (Unión Europea, sin consultar al pueblo; OTAN, tras el referéndum tramposo de los “socialistas” en 1986; reconquista monopolista de América Latina y el Maghreb; etc.). Claro que este nuevo paso hizo que las mejoras no fuesen ni mucho menos para todos. La reestructuración neoliberal del imperialismo a escala mundial también llegó a España: la reconversión industrial y agrícola de los años 80 acabó con muchas empresas y explotaciones, aumentando las ya altas cifras de desempleados; la involución legislativa en materia laboral iniciada ya con el Estatuto de los Trabajadores ha sido profundizada, hasta nuestros días, por los gobiernos del PSOE y del Partido Popular, con la complicidad de los dirigentes oportunistas del PCE y de los sindicatos de masas Comisiones Obreras y UGT, dando lugar a más precariedad, más accidentes y enfermedades en el trabajo, merma del poder adquisitivo de los salarios, más competencia entre los trabajadores, más vulnerabilidad de éstos, etc.; las privatizaciones en el sector público y la deslocalización de la producción hacia países con mano de obra más barata; la afluencia de trabajadores inmigrantes expulsados de sus países de origen por el expolio imperialista disfrazado de “globalización” y que aquí son perseguidos para así empeorar la situación media de la clase obrera; la especulación inmobiliaria que dispara los precios de la vivienda y vuelve a hacer bajar los salarios reales; etc.
  • La consiguiente resistencia de los obreros más avanzados, las necesidades de la expansión imperialista hacia el exterior, así como la continuación del movimiento de liberación nacional vasco dirigido por la pequeña burguesía y su organización armada ETA, han sido respondidas por el Estado con un desarrollo de su aparato represivo: profesionalización del Ejército, más policías y guardias civiles, creación del CESID-CNI, Ley antiterrorista, “guerra sucia” de los GAL y otros, régimen penitenciario de dispersión de presos políticos, Ley de Partidos, endurecimiento del Código Penal franquista, ilegalización de la tercera fuerza política de Euskadi, etc.
  • A esto ha venido a sumarse una situación internacional de destrucción del socialismo en la URSS y Europa oriental, de ofensiva belicosa del imperialismo en el Golfo Pérsico y en los Balcanes y, por último, la “guerra contra el terrorismo” declarada por la Administración neo-conservadora de los EE.UU. En este contexto, el PP -que es el partido político más vinculado al anterior régimen franquista- conquistó electoralmente el gobierno y continuó la política de sus predecesores socialdemócratas, pero con un nítido acento nacionalista español que apuntaba estratégicamente hacia el expansionismo a la sombra de la superpotencia yanqui (apoyando su invasión de Irak) y tácticamente contra las tendencias centrífugas de las burguesías nacionales catalana y vasca. Parecía que la tendencia reaccionaria era imparable, pero el atentado terrorista perpetrado por islamistas el 11 de marzo de 2004 y la reacción popular a la manipulación gubernamental galvanizaron la ira de todos los demócratas –obreros, estudiantes, intelectuales, pueblos oprimidos, ...- y la derecha fue revocada electoralmente. No obstante, su ofensiva reaccionaria, rayana en el fascismo –en línea con los neoconservadores Bush, Sarkozy, Berlusconi, los gemelos Kaczynski, etc.-, ha proseguido, demostrando que la apuesta del sector más agresivo de la burguesía va en serio. Frente a ella, la tímida respuesta del otro sector, con su política anti-obrera y anti-popular, obliga al proletariado a asumir la dirección de la resistencia antifascista y democrática, a la vez que combate las agresiones neoliberales, preparándose así para la batalla por la revolución socialista. Será capaz de ello en la medida en que consiga reconstituir su Partido Comunista sin demora. CAPÍTULO QUINTO:
  • LA REVOLUCIÓN SOCIALISTA ¿Cómo será la sociedad comunista?
  • Las contradicciones del capitalismo que amenazan a la humanidad con la miseria y la destrucción – entre ellas, la fundamental entre el carácter social de la producción y la forma privada de apropiación- hallarán su completa solución en la sociedad comunista mundial. En ésta, la propiedad privada de los medios de producción será convertida en propiedad colectiva y, de ese modo, la fuerza instintiva del mercado y de la concurrencia, el proceso ciego de la producción social que conduce a las crisis y a las guerras, será sustituido por la organización consciente de la economía, planificada para satisfacer las necesidades crecientes de todos los individuos. Desaparecerá pues la división de la sociedad en clases y la explotación y opresión de unas personas por otras. El trabajo dejará de ser para enriquecer al que no lo practica y se convertirá en una necesidad vital para el desarrollo armonioso de la gente. Ya no habrá división jerarquizada del trabajo entre trabajadores manuales e intelectuales, entre el campo y la ciudad, entre hombres y mujeres, sino que todos los miembros de la sociedad dedicarán su tiempo a la mayor variedad de actividades manuales, intelectuales, industriales, agrícolas, de cuidado de niños y ancianos, de acondicionamiento del hogar, etc. Al desaparecer los antagonismos de clase, ya no se necesitarán órganos de dominación de clase y el Estado se extinguirá quedando únicamente en pie una administración general de las cosas. La cultura se hará accesible a todos y las ideologías, condicionadas por los intereses de clase, cederán su lugar a la concepción científica del mundo, al materialismo dialéctico. Al crecimiento de las fuerzas productivas no se opondrá ningún límite de carácter social: ni la propiedad privada de los medios de producción, ni la maximización de beneficios en concurrencia contra los demás, ni la ignorancia de las masas sostenida artificialmente, ni su pobreza, ni los formidables gastos improductivos del capitalismo desarrollado. Nada de eso obligará ya a una utilización inapropiada de la naturaleza, poniendo en peligro la misma existencia de la humanidad, al menos en el estadio de desarrollo social alcanzado. Al contrario, las condiciones sociales del comunismo garantizarán una máxima productividad del trabajo armónica con nuestra base natural, reduciendo el tiempo consagrado a la producción material para dedicarlo al progreso vigoroso de la ciencia, del arte y del deporte. Este florecimiento cultural sin precedentes en la historia humana se apoyará en un sistema de relaciones sociales claras y diáfanas entre las personas, lo que enterrará para siempre la mística, la religión, los prejuicios y la superstición. Esta sociedad comunista desenvuelta ya sobre su propia base escribirá en su bandera: “de cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades”. ¿Por qué es necesaria la etapa transitoria del socialismo? Para alcanzar esta fase de desarrollo, toda la experiencia revolucionaria anterior enseña que la sociedad tendrá que recorrer una fase de transición, a partir del capitalismo, es decir, una fase inferior del comunismo a la que se conoce como socialismo. En ésta, la sociedad aparece cubierta en todos sus aspectos –económico, moral e intelectual- por las manchas de la vieja sociedad capitalista en cuyo seno ha nacido. Las fuerzas productivas del socialismo no han alcanzado aún un desarrollo suficiente para efectuar el reparto de los productos del trabajo según las necesidades y es necesario hacerlo según el trabajo aportado por cada uno a la sociedad. La división social del trabajo persiste y se va suprimiendo a medida que se progresa hacia el comunismo pleno. La división de la sociedad en clases tampoco se puede eliminar de golpe, nada más derribar la dictadura de la burguesía, sino que se va haciendo por partes, a medida que el proletariado conquista la fuerza social suficiente para hacerlo. Por consiguiente, la lucha de clases continúa hasta que éstas desaparezcan, hasta que se realice la plena posesión social de las condiciones de trabajo. Por ello es inevitable y absolutamente necesario, para abolir las diferencias de clase, que el proletariado ejerza el poder político y se organice en nuevo Estado (o semi-Estado, en la medida en que ejercerá su coacción, no sobre la mayoría trabajadora, sino contra la minoría poseedora que se resiste a erradicar las relaciones de explotación de unos seres humanos por otros). A medida que se desarrollan las fuerzas productivas sociales y, con ello, pierde su base la desigualdad social, reeducándose la humanidad en el espíritu del comunismo, el Estado proletario o socialista se extingue y deja paso al comunismo completo. Así pues, entre la sociedad capitalista y la comunista media un período de transformación revolucionaria, al que le corresponde un período político de transición, durante el cual el Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado. La transición de la dictadura mundial del imperialismo a la dictadura mundial del proletariado comprende una etapa prolongada de lucha, de derrotas y victorias de la clase obrera; un período de guerras de liberación nacional que, aun no siendo en sí movimientos socialistas del proletariado, constituyen objetivamente una parte integrante de la revolución proletaria mundial, por cuanto minan en su base la dominación capitalista; un período que comprende la existencia simultánea de los sistemas capitalista y socialista, las relaciones “pacíficas” y la lucha armada entre ellos; un período de fundación de uniones de Estados socialistas y de lazos cada vez más estrechos con los pueblos oprimidos; etc.
  • La desigualdad económica y política en el desarrollo del capitalismo se produce de forma más pronunciada, aguda, a saltos, en su etapa imperialista. De aquí se deduce que la revolución internacional del proletariado no puede ser considerada como un acto que tiene lugar simultáneamente en todos los países. La victoria del socialismo –y su avance hacia el comunismo- es posible en un número reducido de países capitalistas, e incluso en un solo país, como fue el caso de la Rusia Soviética como único Estado socialista durante más de veinte años. La victoria del socialismo en cada país –que se apoya ante todo en sus propias fuerzas- ensancha la base de la revolución mundial y, por consiguiente, exacerba todavía más la crisis general del capitalismo. Es así como el sistema capitalista llegará a su quiebra definitiva y la dictadura del capital financiero perecerá para ceder su sitio a la dictadura del proletariado mundial.
  • Bajo el imperialismo, que ha preparado las condiciones sociales fundamentales para el socialismo, ya no son decisivas las diferencias económicas entre los países o la pervivencia en ellos de relaciones precapitalistas, a la hora de poder edificar la nueva sociedad. La experiencia histórica atestigua que es posible pasar a edificar el socialismo en sociedades atrasadas y semifeudales, acometiendo tareas iniciales de carácter democrático-burgués y reuniendo para ello el potencial revolucionario del proletariado internacional, de los otros Estados socialistas, del campesinado y de los movimientos de liberación nacional, a la vez que aprovechando las inevitables disensiones entre los imperialistas. Los caminos, ritmos de avance y formas de edificación del socialismo son pues diversos según los países, aunque sea imprescindible hacerlo en todos ellos por medio de la dictadura del proletariado. En el ejercicio de su dictadura de clase, el proletariado transforma la sociedad, las ideas y su propia naturaleza, convirtiéndose en dirigente que suma a las demás clases a este proceso de transformación y preparando así el terreno para la eliminación de las clases en general. Se une a otras clases trabajadoras, principalmente organizando la alianza de los obreros y los campesinos que, bajo la hegemonía de los primeros, constituye la base de la dictadura del proletariado.
  • El proletariado triunfante utiliza el poder que ha conquistado como palanca de revolución económica, es decir, de la transformación revolucionaria de las relaciones de producción capitalistas en relaciones socialistas, arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital para nacionalizarlo y aumentar así con la mayor rapidez las fuerzas productivas. El punto de partida es la expropiación de la tierra y los medios de producción decisivos en manos de los grandes terratenientes y capitalistas monopolistas para convertirlos en propiedad del Estado socialista. Es entonces cuando se hace posible iniciar la planificación centralizada de la economía por parte de los organismos estatales y de masas de la clase obrera y el pueblo. Gracias a esta nueva propiedad con su administración democrática, la producción ya no se desarrolla para acrecentar el capital, sino para satisfacer las necesidades materiales y culturales de los trabajadores.
  • En el período inicial (siempre que no se produzca una agresión militar de los países capitalistas que obligue a una política de comunismo de guerra, esto, es de centralización coactiva del conjunto de recursos económicos en aras de la defensa de la patria socialista), la pequeña y mediana producción continúan en manos privadas porque: en el primer caso, se trata de una propiedad adquirida como fruto del trabajo personal, la cual debe atraerse voluntariamente al cauce de la edificación socialista; y, en el segundo caso, el proletariado necesita tener a la gran mayoría del pueblo de su parte para enfrentarse a la fuerza de la oligarquía monopolista y, al principio, no dispone de fuerzas suficientes para destruir el capitalismo en su totalidad y organizar el enlace socialista entre las múltiples unidades individuales de producción. En consecuencia, siguen vigentes por un tiempo las relaciones mercantiles y monetarias, aunque ahora sometidas a la economía socialista preponderante. Sobre esta base y con una política hábil que tenga en cuenta acertadamente las contradicciones entre las clases, el restante capital se irá socializando y la masa fundamental de la pequeña burguesía –ante todo, del campesinado- se incorporará progresivamente al sistema socialista mediante la cooperación o colectivización voluntaria incentivada por el Estado proletario.
  • Las organizaciones de masas -principalmente los sindicatos- que sirvieron bajo el capitalismo para organizar la resistencia contra la explotación siguen cumpliendo este cometido en esta etapa inicial, pero su papel crece cualitativamente al convertirse en escuela de comunismo, donde los trabajadores aprenden a dirigir 24 la producción y la vida social en general, a la vez que luchan contra las desviaciones burocráticas que se producen en el aparato estatal obrero como consecuencia de las influencias de otras clases y de la insuficiente cultura y experiencia de las masas. Para lograr esta reorganización socialista de la sociedad, el partido comunista tiene que dirigir el sistema de la dictadura proletaria y tiene que acreditar continuamente su carácter de vanguardia en la relación cotidiana que mantiene con las masas, principalmente obreras. De lo contrario, se desviará hacia los intereses burgueses, hacia la restauración del capitalismo. La dictadura del proletariado también realiza efectivamente todos los derechos democráticos, como la igualdad nacional y el derecho de las naciones a su autodeterminación; como la igualdad jurídica entre mujeres y hombres, la cual –con la erradicación de la base de la familia patriarcal consistente en la propiedad privada y la consiguiente revolución cultural- se convierte en igualdad social real; como las libertades individuales y colectivas; etc. Tales derechos se corresponden con los fines revolucionarios del proletariado, pero habrán de subordinarse a ellos en caso de ser utilizados por el enemigo de clase para comprometer el proceso de transformación social, al igual que bajo el capitalismo se someten a los intereses de la burguesía. Mientras la sociedad esté dividida en clases, habrá dominación de clase.
  • El auge de las fuerzas productivas, y la revolucionarización de las relaciones de producción y del conjunto de las relaciones sociales, proporcionará al partido proletario la base material y la autoridad política necesarias para que su labor de educación de las masas en la concepción del mundo marxista-leninista fructifique en una revolución cultural de la sociedad. Además de alfabetizar y de proporcionar a las capas sociales más oprimidas bajo el régimen capitalista un nivel de conocimientos suficiente para su plena incorporación a la construcción del socialismo, esta revolución cultural se prolongará hasta desembocar en la conquista de la hegemonía ideológica del proletariado, en la adquisición por las masas de la conciencia comunista. Con ello, habremos erradicado la última forma de dominación burguesa sobre la sociedad.
  • La conquista del poder político por el proletariado, por regla general, no puede ser pacífica, ni aun obteniendo victorias electorales y parlamentarias. Como muestra la historia en general y particularmente el levantamiento militar fascista de 1936 en España, la burguesía emplea todos los medios de violencia y de terror para conservar su propiedad y su dominación política. Ninguna clase dominante cede su lugar a otra más progresiva sin una lucha encarnizada y desesperada. Por esto, la violencia burguesa sólo puede ser destruida mediante la violencia revolucionaria del proletariado, la cual perseguirá siempre el camino más pacífico para liberar cuanto antes a las masas laboriosas del horror capitalista. El aparato de Estado que utilizan los capitalistas en el ejercicio de su dominación no es neutral en la lucha de clases y, por lo tanto, no puede ser utilizado por el proletariado como aparato de su poder, sino que debe ser destruido (desmantelando el ejército, la policía, la judicatura, la jerarquía burocrática, el parlamento, las administraciones autonómicas y municipales, etc.). La burguesía ha de ser desarmada y su aparato estatal, sustituido por nuevos órganos de poder del proletariado armado, para asegurar el aplastamiento de la resistencia de los explotadores y la construcción del socialismo. Estos nuevos órganos han revestido diversas formas a lo largo de la historia de la revolución proletaria: las comunas, los soviets o consejos obreros, las asambleas y comités populares, etc.
  • ¿Cuál es la experiencia práctica del socialismo? La primera experiencia de construcción del socialismo se dio en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Los países que la formaron eran económicamente atrasados, predominantemente agrarios, con un bajísimo nivel cultural entre la población y carentes de experiencia política democrática, a excepción de los breves momentos insurreccionales. Por medio de la Gran Revolución Socialista de Octubre de 1917, el proletariado conquistó el Poder político y lo supo defender, en alianza con el campesinado, de todas las agresiones militares imperialistas. Cuando falleció Lenin en 1924, fue J. V. Stalin quien, a la cabeza del Partido Bolchevique, dirigió hasta 1953 la edificación socialista, dando ejemplo a los oprimidos del mundo, despertando sus energías revolucionarias y ayudándolos a liberarse del yugo de la reacción. A pesar del acoso imperialista, el heroísmo del pueblo y de su vanguardia comunista al frente permitieron la industrialización del país a un ritmo sin precedentes, la colectivización y mecanización de su agricultura, la elevación del nivel de vida de los trabajadores, el aplastamiento de la máquina de guerra de la Alemania nazi que costó la vida de 20 millones de soviéticos, el apoyo moral y material al movimiento revolucionario internacional y a la victoria del socialismo en una decena de países. En tan sólo tres décadas, la Rusia zarista, reaccionaria, semifeudal y dependiente del capital extranjero se convirtió en una URSS socialista y soberana, en una gran potencia militar y económica (la segunda potencia industrial del mundo) y en el baluarte de la revolución mundial. Tres años después de la muerte de Stalin, se reunió el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética dirigido por Jruschov, quien lanzó un ataque furibundo contra su predecesor y contra los principios políticos que habían permitido las realizaciones socialistas. Los jruschovistas consiguieron neutralizar la resistencia del proletariado soviético al revisionismo moderno y, a los treinta años de la aplicación de esta política, sus vástagos Gorbachov, Yeltsin y otros desmembraron la URSS y acabaron de restaurar el capitalismo.
  • Entretanto, el revisionismo había contagiado a la mayoría de los países socialistas y de los partidos comunistas del mundo, pero otros le hicieron frente o siguieron su propio camino, como ocurrió con China, Albania, Corea, Cuba, etc. De todas estas experiencias, destacan la Gran Revolución Cultural Proletaria en China (1968-76) y el Movimiento de Revolucionarización en Albania, como tentativas de derrotar la corriente revisionista luchando a la vez por erradicar sus bases sociales. No obstante, no pudieron evitar que acabara imponiéndose un viraje oportunista de derecha y la abierta restauración del régimen burgués, respectivamente. El movimiento comunista internacional atraviesa un período de convalecencia durante el cual necesita hacer balance de todo un siglo de experiencia revolucionaria y analizar la situación resultante, a la vez que trabaja por la reanimación de la lucha de clases por el socialismo. Unión Proletaria somete a la consideración del proletariado militante las siguientes reflexiones y su consecuencia práctica. ¿Cuáles son las causas del retroceso momentáneo del socialismo? En la URSS y en Europa centro-oriental, hemos asistido a un proceso principalmente pacífico, paulatino e interno de restauración del capitalismo, a diferencia del aplastamiento armado de la Comuna de París. No obstante, la injerencia del cerco capitalista tuvo una repercusión significativa en la lucha de clases interna. En la Rusia soviética, el desarrollo de las fuerzas productivas sociales –base de la fortaleza de las nuevas relaciones de producción socialistas- resultó seriamente afectado por las devastaciones de la primera guerra mundial imperialista (1914-18), de la intervención contrarrevolucionaria (1918-20) y de la Gran Guerra Patria (1941-45), por el bloqueo y, finalmente, por la guerra fría y el chantaje nuclear norteamericano. Esta injerencia fortalecía la oposición burguesa al socialismo y obligaba a la dictadura del proletariado a reforzar su aparato coercitivo. En los países capitalistas, las fuerzas democráticas, obreras y comunistas –que son los apoyos exteriores de los países socialistas- se veían salvajemente descabezadas por el fascismo o sometidas a la corrupción del período de expansión capitalista (sobre todo en los años 60); un período de prosperidad capitalista que fue posible gracias a la destrucción de las fuerzas productivas “sobrantes” en la II Guerra Mundial, gracias a la unión anticomunista de los principales países capitalistas –bajo la hegemonía de unos Estados Unidos fortalecidos económica y militarmente en dicha contienda- y gracias a la carrera armamentista nuclear.
  • Obviamente, estas semillas contrarrevolucionarias pudieron prender en los países socialistas porque había terreno fértil para ello. En Yugoslavia, país pionero en esa “evolución pacífica al capitalismo”, el socialismo pequeñoburgués de Tito se impuso en una realidad social apenas transformada, a los tres años de que el país balcánico se liberase del nazismo. En cambio, en la URSS, las transformaciones habían sido enormes: además del progreso económico, ya no había clase capitalista, la pequeña burguesía estaba ligada al socialismo a través de las cooperativas y los viejos intelectuales burgueses habían sido sustituidos por intelectuales procedentes de las clases trabajadoras. A pesar de esto, había base social para una nueva burguesía en formación. Por una parte, el desarrollo de las fuerzas productivas sociales se había resentido de las agresiones externas y de la lucha contra el ambiente pequeñoburgués todavía masivo en el interior. Aquí destacaba el resentimiento que, en las capas más acomodadas del campesinado (Jruschov era de familia campesina), había producido la colectivización agraria, la cual se había hecho necesaria por el desarrollo espontáneo del capitalismo en el campo a partir de la pequeña propiedad y se había hecho urgente por los preparativos a marchas forzadas del imperialismo para perpetrar una nueva agresión contra la Unión Soviética.
  • Por otra parte, aunque era toda una proeza haber producido en tan pocos años una intelectualidad de extracción obrera y campesina, el progreso alcanzado por las fuerzas productivas todavía no permitía prescindir de totalmente de la vieja división social del trabajo, particularmente entre trabajadores manuales e intelectuales.
  • Los nuevos, jóvenes e inexpertos cuadros económicos y políticos, del Estado y del Partido, tuvieron que hacer frente al atraso subsistente, al estado de ánimo pequeñoburgués –a veces hostil en parte de la población- y a la agresividad del imperialismo. No habían tenido la oportunidad de forjar en ellos el temple de los viejos bolcheviques que, contra viento y marea, se habían mantenido fieles al proletariado internacional desde antes de la Revolución, como era el caso de Stalin, Molotov, Kalinin, Zhdánov, Kaganóvich, etc. Los nuevos dirigentes se veían tentados por el burocratismo, el tecnocratismo, el tacticismo, el recurso a las palancas monetario- 26 mercantiles para impulsar la producción, el temor a que la lucha de clases perturbara el desarrollo económico y su propia posición social, etc.
  • En definitiva, la conjunción de algunos de esos cuadros con los residuos de las viejas clases explotadoras liquidadas produjo una nueva capa pequeñoburguesa que luchó por adaptar el socialismo a sus propios intereses. Cuando ésta se hizo con mando, bajo el (auto)engaño de un “marxismo-leninismo” revisado en clave triunfalista, acomodaticia, espontaneísta, evolucionista y exenta de sobresaltos, prosperó como clase burguesa a la vez que hundía al proletariado, se posesionó de los medios de producción y acabó transformando las formas de propiedad y el Estado en correspondencia con las relaciones sociales capitalistas gradualmente resucitadas bajo formas aparentemente socialistas.
  • En la Cuba socialista, Che Guevara criticó a los nuevos dirigentes soviéticos por basar el desarrollo económico en el estímulo material individual, recordándoles las últimas advertencias de Stalin, y por no apoyar a los movimientos revolucionarios armados en los países oprimidos. En la República Popular Democrática de Corea, el Partido del Trabajo encabezado por Kim Il Sung se negó a atacar el pasado revolucionario de la URSS. Pero fue sobre todo en la China de Mao Tse-tung y en la Albania de Enver Hoxha donde se aplicaron medidas para evitar que los revisionistas pequeñoburgueses se hicieran con la dirección del Partido y del Estado. La experiencia de estos dos países encierra lecciones muy importantes que desarrollan el marxismo-leninismo.
  • En el aspecto positivo, defendieron muchos de los principios revolucionarios atacados por el revisionismo moderno, reconocieron la existencia de contradicciones sociales en el socialismo (lucha de clases, oposición entre trabajadores manuales e intelectuales, ...) y rescataron la importancia de seguir transformando las relaciones de producción, la superestructura política e ideológica y la conciencia, frente al jruschovismo que evitaba todo esto con el pretexto de no perjudicar el desarrollo de las fuerzas productivas. Pero, a la vez, y ésta es la enseñanza negativa principal de estas experiencias, bascularon un tanto hacia el extremo opuesto, hacia una revisión del marxismo-leninismo de carácter idealista, dogmático, ultraizquierdista. Perdieron de vista que el atraso de sus propias sociedades proporcionaba una base endeble para el éxito de su contraofensiva revolucionaria, a la vez que le imprimía a ésta un sesgo radical-pequeñoburgués. Así, exageraron el alcance de sus propias iniciativas, sustituyeron la realidad de los países en proceso de restauración capitalista por una absolutización de su tendencia dominante (los calificaban de social-imperialismo o incluso de social-fascismo) y no percibieron el reflujo generalizado en el que se adentraba la revolución proletaria mundial. En su lucha contra el revisionismo moderno, olvidaron la táctica leninista de frente único y, en cambio, practicaron un sectarismo con respecto al PCUS y otros partidos comunistas afines que les llevó a aislarse de las masas trabajadoras dirigidas por aquéllos, a enfrentarse luego entre sí antagónicamente y, finalmente, a perder toda influencia en un movimiento obrero internacional en retroceso, cuando no a preferir la alianza con el imperialismo yanqui.
  • ¿Cuáles son los deberes internacionalistas de los proletarios conscientes? El desenlace de la lucha entre el capitalismo y el socialismo no estará decidido definitivamente mientras no hayan madurado plenamente las condiciones sociales que impiden la contrarrevolución. Y tales condiciones están madurando irremisiblemente a través de todo este proceso, con sus avances y sus retrocesos: ya sea mediante la industrialización y la colectivización socialistas como en la URSS de Stalin, a través de medidas capitalistas como en la China contemporánea o directamente bajo la dominación del sistema imperialista mundial. El carácter inconsecuentemente proletario de los países socialistas actuales –comparado con las más elevadas realizaciones históricas de la revolución- es el reflejo de la debilidad de la clase obrera en los mismos y también de la debilidad de su lucha a escala internacional. Acabar con esta situación y reanudar la ofensiva revolucionaria del proletariado es, por lo tanto, responsabilidad de todos los comunistas del mundo:  Apoyando a todos los países socialistas y divulgando sus realizaciones entre las masas obreras y populares de los países capitalistas como acicate para su desarrollo revolucionario. Esto supone tanto defender el socialismo de la etapa ascendente de la revolución proletaria mundial dirigida por la vanguardia internacional del proletariado, como defender el socialismo hoy en retroceso, a la defensiva o debilitado por el predominio de tendencias oportunistas en la dirección de los países que no han completado la restauración del capitalismo (China, R.P.D. de Corea, Cuba, Vietnam y Laos). Sólo así podremos ayudar al proletariado de estos países a mantener sus conquistas, a desarrollar su conciencia de clase y a recuperar la dirección revolucionaria hacia el comunismo. Los errores cometidos en la construcción del socialismo deben explicarse con una actitud autocrítica, como consecuencia de la realidad social, de la insuficiente madurez de las condiciones objetivas y subjetivas, la cual se va superando a lo largo del proceso histórico de revoluciones y contrarrevoluciones. Hay 27 que combatir el idealismo de los falsos revolucionarios que tergiversan la historia del movimiento comunista internacional para justificar su “teoría definitiva” y así dar rienda suelta a su egocentrismo aun a costa de sumarse a la propaganda burguesa, la cual sólo busca denigrar al comunismo y desanimar al movimiento obrero.
  •  Sobre la base de esta solidaridad efectiva, defendiendo íntegramente el marxismo-leninismo y denunciando el carácter objetivamente contrarrevolucionario y anti-proletario de toda clase de revisionismo, de derecha y de “izquierda”, contra los cuales hemos de atenernos estrictamente a la táctica leninista de frente único.
  •  Sosteniendo de todas las formas posibles a los movimientos revolucionarios del mundo, principalmente a los que constituyen un ejemplo de lucha contra el imperialismo: los dirigidos por partidos comunistas, como el PC de Nepal (maoísta), el PC de Filipinas,...; y, por ejemplo, los que se desarrollan en varios países latinoamericanos, sobre todo en Venezuela.
  •  Aprovechando hasta las más mínimas oportunidades, en cada país y en el mundo, para desarrollar el movimiento obrero hacia la revolución socialista.
  •  Superando la actual división interna del movimiento comunista en cada país y en el mundo –producida por sus variados y contradictorios contagios pequeñoburgueses-, mediante una predisposición autocrítica a la síntesis superadora de las concepciones y experiencias particulares de cada una de las corrientes marxistas-leninistas (maoístas, hoxhistas, cubanistas, pro-soviéticos, etc.). La militancia de todas ellas en un único partido comunista y en una única Internacional Comunista en reconstrucción permitirá atender las necesidades imperiosas de la clase obrera y de las masas populares, a la vez que hacer partícipes a éstas de la lucha concreta por deslindar el marxismo-leninismo con respecto a todas las variantes de oportunismo contrarrevolucionario. Permitirá, en conclusión, reconstituir partidos comunistas verdaderamente revolucionarios y verdaderamente de masas, unidos a escala internacional, para impulsar una nueva ofensiva de la revolución proletaria mundial. CAPÍTULO SEXTO:
  • EL CAMINO AL SOCIALISMO EN ESPAÑA
  • Por el carácter capitalista desarrollado e imperialista que ha alcanzado el modo de producción en España, por las contradicciones de clase que le corresponden, no cabe otro objetivo de progreso social que la revolución socialista mediante la instauración de la dictadura del proletariado. Ahora bien, no basta que las condiciones para el socialismo estén presentes en general. Han de cumplirse además algunas condiciones políticas absolutamente indispensables, sin las cuales ni siquiera puede pensarse en la toma del poder por la clase obrera. “La ley fundamental de la revolución –explica Lenin-, confirmada por todas las revoluciones, y en particular por las tres revoluciones rusas del siglo XX, consiste en lo siguiente: para la revolución, no basta con que las masas explotadas y oprimidas tengan conciencia de la imposibilidad de seguir viviendo como viven y exijan cambios; para la revolución, es necesario que los explotadores no puedan seguir viviendo y gobernando como viven y gobiernan. Sólo cuando los ‘de abajo’ no quieren y los ‘de arriba’ no pueden seguir viviendo a la antigua, sólo entonces puede triunfar la revolución. En otras palabras, esta verdad se expresa del modo siguiente: la revolución es imposible sin una crisis nacional general (que afecte a explotados y explotadores).
  • Por consiguiente, para hacer la revolución, hay, en primer lugar, que conseguir que la mayoría de los obreros (o, en todo caso, la mayoría de los obreros conscientes, reflexivos, políticamente activos) comprenda profundamente la necesidad de la revolución y esté dispuesta a sacrificar la vida por ella; en segundo lugar, es preciso que las clases gobernantes atraviesen una crisis gubernamental que arrastre a la política hasta a las masas más atrasadas..., que reduzca a la impotencia al gobierno y haga posible su rápido derrocamiento por los revolucionarios”. (La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo).
  • Por consiguiente, además de estar prestos para aprovechar toda crisis política de la burguesía, los proletarios conscientes debemos procurarnos una fuerza de masas suficiente para conducir a la revolución hasta la victoria en España. Debemos tomar en consideración la situación interior y exterior concreta, la correlación de fuerzas de clase, el grado de solidez y la fuerza de la burguesía, el grado de preparación del proletariado, la posición de los elementos sociales intermedios, etc. Muchos creen todavía que los avances sociales que estamos perdiendo se debieron a la generosidad del sistema capitalista, de esa “economía social de mercado” con su “Estado de bienestar” al frente. Hay que tener en cuenta que la generación presente de trabajadores no es la que conquistó esos progresos con sus luchas. En cambio, es la que viene sufriendo la falta de educación marxista-leninista por culpa del fascismo primero y del revisionismo después, además de soportar el adoctrinamiento ideológico de una burguesía armada con las más modernas técnicas de comunicación (televisión, radio, prensa, publicidad comercial, cine, Internet,...).
  • Es fundamental que nos esforcemos por elevar la conciencia de las masas obreras y de otros trabajadores. Para ello, es indispensable que retomemos la teoría revolucionaria –el marxismo-leninismo- que acreditó su validez en más de medio siglo de revoluciones proletarias triunfantes, desoyendo los “cantos de sirena” de todos sus detractores, y desarrollándola con toda la experiencia acumulada y con toda nuestra práctica actual en la lucha de clases. También debemos acercarnos, vincularnos y hasta fundirnos con las masas proletarias principalmente, allí donde sus intereses inmediatos entren en conflicto con el capitalismo, para convertir nuestra teoría en una política acertada, como la que aspiramos a conseguir con el desarrollo del presente programa.
  • Después de décadas de predominio oportunista y de reflujo revolucionario, hay confusión y desorientación entre los trabajadores, incluso entre los más activos políticamente. Por eso, durante algunos años todavía, ocuparán un lugar principal la propaganda y la agitación del marxismo-leninismo, de las realizaciones del socialismo, de los éxitos del movimiento comunista y obrero internacional, de la lucha contra el revisionismo, etc., enlazadas con los problemas cotidianos de los oprimidos, principalmente bajo la forma de consignas y reivindicaciones parciales. Así, podremos organizar a los más conscientes como vanguardia del movimiento de masas. Con ello, avanzaremos considerablemente hacia el objetivo básico o mínimo de toda nuestra lucha política: la reconstitución del Partido Comunista de España. Pero, incluso para este primer objetivo, no bastará esta labor, no bastará que la vanguardia se convenza de la necesidad de la revolución y que se la explique a las masas de la clase obrera por medio de una política acertada (el comunismo no es una religión): hace falta, además, que esas masas se convenzan de ello por experiencia propia. En consecuencia, hay que partir del reconocimiento de la conciencia real de las masas 29 proletarias de España hoy en día y comprender las causas sociales de su retroceso para poder así intervenir en ellas impulsando el proceso de su elevación. El franquismo, la proletarización de millones de campesinos arruinados desde los años 60, la usurpación revisionista en el PCE, el reflujo de la revolución mundial son las causas principales de la ruptura en el progreso del movimiento obrero y de su conciencia. Los trabajadores avanzados políticamente se sitúan actualmente en el ala izquierda de la pequeña burguesía, enfrentando las embestidas del capital a la defensiva, desde las posiciones del sindicalismo y de la democracia en general (burguesa).
  • Para superar esta posición de partida pequeñoburguesa, tendremos que combatir las dos desviaciones opuestas que se oponen a una política consecuentemente proletaria: el derechismo reformista, pragmático, “realista”, insensible al sufrimiento de los más oprimidos, claudicante con el imperialismo, que promueven la aristocracia y la burocracia obreras; y el radicalismo “izquierdista” vacuo de quienes combaten a los derechistas olvidando que se trata de ganar a las masas para el socialismo y no de dar desahogo a una rebeldía cualquiera, convirtiéndose en apologistas del lumpen, en conspiradores sin base, en terroristas, etc. La mayoría de los proletarios avanzados se agrupan en torno a una u otra de estas desviaciones, por lo que los comunistas debemos tratarlas dialécticamente, con pedagogía y con paciencia, aislando a los elementos pequeñoburgueses más recalcitrantes. Frente a estas tendencias disgregadoras, el Partido Comunista en proceso de reconstrucción será el aglutinador de lo mejor del proletariado, en la medida en que practique una línea de masas acertada, consistente en:

  • 1º) dar cauce organizativo a la rebeldía de las masas más explotadas e indefensas de la clase;

  • 2º) llevar la política revolucionaria a los obreros industriales –que son la vanguardia de las fuerzas productivas más modernas y la columna vertebral de la sociedad-, organizando células en las principales empresas, como bastiones de la revolución;

  • 3º) aplicar la táctica leninista de Frente Único, la cual consiste en combinar la propaganda independiente de los comunistas con la lucha por la unidad de todos los trabajadores contra el capital, incluidos aquéllos que siguen las directrices de los jefes oportunistas, precisamente para desenmascarar a éstos y liberar de su influencia a las masas (gracias a que éstas habrán comprendido sus verdaderos intereses por propia experiencia). Es con este enfoque que los comunistas participamos en los sindicatos y otras organizaciones de masas del proletariado, por más reaccionarios que los hayan vuelto sus actuales dirigentes (como es el caso de Comisiones Obreras y la Unión General de Trabajadores). Únicamente mediante una labor constante en ellos y en las empresas, con objeto de defender enérgicamente los intereses de los obreros, labor acompañada de una lucha sin cuartel contra la burocracia reformista, es posible conquistar la dirección de la lucha de los trabajadores y atraer hacia el Partido Comunista a las masas proletarias. En oposición a la política escisionista de los reformistas y de los “izquierdistas”, los comunistas defendemos la unidad sindical sobre la base de la lucha de clases, empezando por construir un Frente Sindical de Clase que reúna las expresiones hoy dispersas de lucha obrera contra el capital. Es así también cómo los comunistas participamos en la lucha electoral y parlamentaria a la que el imperialismo convoca a las masas laboriosas para engañarlas y reforzar así su dictadura. A no ser en los momentos álgidos del movimiento revolucionario en los que existe una fuerza de masas para imponer el boicot y la destrucción de la democracia burguesa por la democracia proletaria, debemos esforzarnos por dirigir a los trabajadores en este frente, que es uno más en la lucha de clases. Por supuesto que no lo consideramos principal ni intervenimos en él con el ánimo de “competir” por la mejor oferta de gestión del capitalismo o por la mera realización de reivindicaciones parciales o por la conquista parlamentaria del socialismo. Lo afrontamos como un aspecto secundario de la preparación revolucionaria, subordinado a las acciones de masas, en el que buscamos entorpecer la reproducción de la dominación burguesa, desnudarla de su disfraz democrático ante los ojos de los trabajadores y demostrar a éstos con hechos que pueden contar con representantes políticos fieles a sus intereses. En definitiva, utilizamos las elecciones de la dictadura burguesa y las tribunas parlamentarias (europeas, estatales, autonómicas y municipales) con una finalidad de agitación y propaganda revolucionaria.
  • La política de los comunistas, en este período de preparación de un nuevo ascenso del movimiento revolucionario, parte pues de la satisfacción de las necesidades más sentidas por las masas obreras y populares:

  • 1º) la lucha por las condiciones de vida de los trabajadores y contra las medidas neoliberales de los monopolios capitalistas; y

  • 2º) la lucha por la democracia y contra la monarquía parlamentaria como la forma política del imperialismo español. Por supuesto que, como obreros conscientes de los intereses de nuestra clase social, vinculamos estas reivindicaciones a una actitud internacionalista, es decir, a su realización no a costa de otros pueblos, sino, al contrario, uniéndonos con todos ellos contra el enemigo común que es el sistema imperialista mundial. De la lucha cotidiana contra el neoliberalismo a la lucha general por la revolución socialista En los demás países de capitalismo desarrollado, la burguesía aplicó una estrategia de capitalismo de Estado, keynesiana, después de la Primera y, sobre todo, de la Segunda Guerra Mundial hasta los años 70. Con ella, el Estado nacionalizó empresas privadas y creó nuevas empresas públicas; incrementó considerablemente su presupuesto y su intervención en la economía; y tuvo que atender las demandas crecientes de los trabajadores en derechos sociales y financiación de los mismos. Por una parte, era la consecuencia de las guerras, del gasto militar, de las necesidades de reconstrucción de los territorios devastados; se trataba de crear la necesaria infraestructura no rentable para las actividades lucrativas de los monopolios y de reducir las crisis económicas. Por otra parte, era una política de concesiones reales al pujante movimiento obrero internacional (también de soborno a la cúspide del proletariado y de corrupción de sus capas medias a través del consumismo, del crédito, de la “cultura de masas”, etc.), para frenar el contagio revolucionario que había hecho nacer a la Unión Soviética y al campo socialista, y que el ejemplo de éstos acrecentaba. En España, esto se dio de una manera peculiar entre los años 60 y primeros 80.
  • Pero el keynesianismo sólo pudo contener las leyes objetivas del capitalismo hasta que, en los años estalló una crisis mundial que afectó a todas las estructuras del régimen (financiera, presupuestaria, energética, comercial, ecológica, ...) y que colocó a la sociedad ante la disyuntiva: tratar las fuerzas productivas sociales como lo que son, o bien, someterlas a las necesidades del capital, como así se encargó de imponer el Estado burgués. Además, los monopolios habían acumulado tanto capital que podían adueñarse, de manera rentable para ellos, de las industrias y servicios estatales, una vez éstos “saneados” desde el punto de vista de sus intereses. Tenían la necesidad vital de hacerlo para convertirlos en nuevos mercados y, gracias a ello, elevar la tasa media de ganancia. Por último, el movimiento proletario y, tras él, el de liberación nacional habían entrado en un largo período de reflujo, lo que permitía al imperialismo reconquistar lo que, con otra correlación de fuerzas, no tuvo más remedio que ceder. Éstos son los motivos reales de la actual estrategia neoliberal de los capitalistas. Claro que enmascaran estos propósitos con argumentos falaces, con los que van condicionando a la opinión pública, y que tenemos que combatir ideológica, política y prácticamente si no queremos retroceder hasta la miseria que padecieron las primeras generaciones de proletarios. No se trata de un regreso imposible al liberalismo de los tiempos de la libre concurrencia mercantil, idílico reino de la productividad, la competitividad, la eficiencia y demás monsergas: el capitalismo actual está dominado por un puñado de oligarcas; es capitalismo monopolista.
  • La liberalización del movimiento de mercancías, de capitales y de trabajadores sólo es hacia los países oprimidos, mientras es fuente de conflicto entre las potencias imperialistas. El “humanitarismo” de éstas (ayudas humanitarias, ayudas al desarrollo, trabajo de ONGs, etc.) hacia aquéllos es para mejor destruirlos, someterlos y saquearlos.
  • Las trabas a la libre explotación de los trabajadores que representan los derechos sociales y sindicales conquistados históricamente por el movimiento obrero son desmontados pieza por pieza, con la bendición del Estado “democrático” y la complicidad de los sindicalistas traidores. Las industrias se desmantelan para dedicar los capitales a operaciones especulativas inmobiliarias, financieras o bursátiles, y para “deslocalizarse” hacia lugares donde la mano de obra sea más barata. Para la clase obrera –empezando por sus sectores más indefensos (parados, mujeres, jóvenes, inmigrantes, ...)-, bajan los salarios, pensiones y subsidios, empeoran las condiciones de trabajo, aumentan la precariedad y los accidentes y enfermedades laborales, etc.
  • Los capitalistas denuncian el monopolio público para poder saquearlo y reconvertirlo en monopolio privado. Las masas salen perdiendo no sólo como trabajadores sino también como consumidores y como contribuyentes. En efecto, las empresas y servicios que estaban formalmente en manos del pueblo dejan de estarlo;
  • la calidad de su producción se subordina a la maximización de beneficios de las empresas que los prestan;
  • empeoran las condiciones salariales, contractuales y laborales de quienes trabajan en las mismas;
  • en virtud de los nuevos dogmas de austeridad presupuestaria y reducción de gastos sociales, lo que eran servicios para todo el público se van cobrando en proporción creciente a los usuarios, resultando excluidos quienes no los pueden pagar, como ya es habitual en los Estados Unidos; por el contrario, las gigantescas sumas de dinero que recauda el Estado en concepto de impuestos y cotizaciones sociales (y que, en su parte muy mayoritaria, pagamos los asalariados, a pesar de sólo disponer de la mitad de la renta nacional) van a engrosar los beneficios de los monopolistas en forma de subvenciones, contratos, suelo público barato, etc. 31 En resumidas cuentas, todo lo que no sean rentas salariales reducidas a su mínima expresión, se convierte en capital en manos de un puñado de magnates, precisamente a través de la más activa intervención de su Estado en la economía. Justifican este expolio masivo con el pretexto de que toda empresa pública está condenada, por el mero hecho de serlo, a la burocracia, a la ineficacia, al despilfarro, etc. (resultado, por cierto, al que se llega a veces, gracias al sabotaje de los políticos comprometidos con las medidas neoliberales). Pretenden salvarnos de estas lacras con sus “criterios empresariales”, léase, criterios de explotación, especulación y rapiña. Ellos, que presumen de demócratas en el campo de la alta política, resulta que no creen en ella cuando se trata de economía: aquí, la salvación estaría en el mercado, en la competencia, en el negocio, en la fuerza del egoísmo. En realidad, la solución empieza con el rechazo del chantaje neoliberal: 1º) Luchar por contener el deterioro y mejorar las condiciones de vida de la mayoría trabajadora a costa de los escandalosos beneficios de las grandes empresas. 2º) Luchar por la renacionalización de las empresas y servicios públicos privatizados y por la nacionalización de otros nuevos que permitan el control estratégico de la economía nacional por el Estado, para poder imponer el criterio de la satisfacción de las necesidades populares en lugar del criterio de la maximización de beneficios financieros. Los comunistas ponemos en primer término, como cuestión fundamental del movimiento, la cuestión de la propiedad, cualquiera que sea la forma más o menos desarrollada que ésta revista. Sabemos que las nacionalizaciones por parte del Estado burgués no son socialismo sino capitalismo de Estado. Pero, a partir de aquí, se confrontan dos caminos antagónicos: la transición nuevamente hacia el neoliberalismo y la transición hacia la revolución socialista. Ésta prevalecerá si, en su desarrollo, la lucha de clases avanza hacia la realización de la democracia consecuente, destruyendo el aparato estatal burgués e instaurando la dictadura del proletariado. 3º) Luchar pues por la democracia, a la que la dominación burguesa ha vaciado de todo su contenido verdadero hasta expulsar de ella a la masa del pueblo. Ésta se siente ya defraudada por el actual mecanismo representativo viciado que representa la monarquía parlamentaria heredada de la oligarquía franquista. Es representativa, sí, pero de los más ricos que, durante 40 años, aplastaron a sangre y fuego las ansias de paz, libertad, democracia y justicia social del proletariado y otras clases populares. De la lucha por la República Democrática a la conquista de la dictadura del proletariado La monarquía es la forma política concreta del capitalismo imperialista en España, es su “clave de bóveda”. Así lo entendió la oligarquía financiera que, desde los años 30, ha visto en la restauración de la Corona la garantía de su salvación, incluso recurriendo para ello al terror fascista. Es cierto que una parte de la clase explotadora se desmarcó más o menos de este camino. Sin embargo, el pacto constitucional auspiciado por Juan Carlos I dio lugar a un nuevo bloque hegemónico que abría el antiguo al resto de la burguesía, particularmente a las burguesías medias catalana y vasca, así como al “capital socialdemócrata” sostenido por Alemania y Francia. Es posible que las tensiones en el seno de la clase dominante lleguen a producir una reforma capitalista republicana, pero no es éste el contenido actual del sentir popular republicano, máxime cuando hoy, a diferencia de 1931, la clase obrera es la mayoría del pueblo. En las condiciones presentes, la lucha por la república tiene un contenido objetivamente revolucionario y el proletariado necesita participar en ella para formarse como clase revolucionaria. Por mucho que se limiten a reivindicaciones económicas, las masas proletarias anhelan poder realizarlas y, como van comprobando que ninguna otra clase las realiza, aspiran a tener poder para hacerlo ellas mismas. Intuyen que son la mayoría de la sociedad y que, sin embargo, carecen de tal poder.

  • Por consiguiente, son necesariamente demócratas, necesitan la democracia. Así empiezan a comprender que la política es la forma más importante y determinante de la lucha de clases: en ella, se revela la esencia de clase de todos los problemas sociales, los cuales sólo pueden empezar a resolverse precisamente a partir de la conquista del poder político por el proletariado. Por eso, se equivocan quienes creen que los obreros de hoy sólo pueden entender de sindicalismo y no hay que hablarles de política, de democracia, de república, de socialismo. También hacen daño los que denigran la lucha democrática alegando que también interesa a la pequeña burguesía y, a cambio, se limitan a reclamar la independencia política del proletariado y la realización de sus objetivos finales. ¿Cómo van los obreros a ser capaces de cuestionar a los ciudadanos capitalistas —iguales a ellos en derechos políticos— si se resignan a vivir como súbditos temerosos del rey, de la nobleza, del ejército, de la guardia civil, de la policía, de los jueces, 32 del clero y demás estamentos intocables? Gracias a su participación en la lucha política, descubrirán el antagonismo entre el proletariado y la burguesía que hace imposible la democracia en general, para todos, comprobarán que el capitalismo no permite la democracia para los trabajadores y comprenderán que ésta exige sustituir la actual dictadura de los explotadores por la dictadura del proletariado. Mientras, cuantos más derechos consigamos para el pueblo, más posibilidades de expresión y de organización obtendremos los obreros conscientes para luchar por el socialismo. Y en este proceso de lucha, nuestra clase social recobrará la confianza en sus fuerzas y los demás oprimidos la reconocerán como su dirigente necesario. El republicanismo actual basado en los Ocho Puntos –como el movimiento democrático más consecuente que existe y que representa objetivamente la alianza entre el proletariado y la burguesía no monopolista- puede y debe conquistar la confianza de los trabajadores. Y lo hará en la medida en que los comunistas nos dirijamos al movimiento obrero, ayudándole a organizar la lucha por resolver sus problemas inmediatos, a la vez que lo educamos políticamente mediante denuncias vivas y concretas sobre la responsabilidad del régimen monárquico y del capitalismo monopolista que lo sustenta en los sufrimientos del pueblo y en el cercenamiento de la democracia necesaria para solucionarlos. Así es como nuestra clase podrá desarrollar un amplio y poderoso movimiento popular que luche por el restablecimiento de la república, la ruptura institucional plena con el pasado franquista, la depuración del aparato del Estado de individuos fascistas, la soberanía popular efectiva con mandato imperativo y revocable sobre todos los cargos públicos, el reconocimiento del derecho de autodeterminación de las nacionalidades del Estado español, el laicismo y una política exterior de paz y solidaridad anti-imperialista. A través de la conquista de la República Democrática o del mero movimiento social a favor de la misma: tal sería, en las actuales condiciones, la forma de transición política de las masas obreras hacia la revolución socialista. Como representantes avanzados del proletariado, debemos combatir las ilusiones democráticoburguesas que se expresan inevitablemente en el movimiento republicano. No se trata de imponerle el objetivo del socialismo, ya que espantaríamos a la pequeña burguesía y, con ella, a las masas mayoritarias de obreros – incluso de vanguardia- que hoy están en sus posiciones. Pero sí es un imperativo luchar contra la idealización de la república, incluso de la república democrática, pues ésta no puede satisfacer los intereses fundamentales del proletariado si no es como forma de su dictadura de clase. Cualquier vacilación al respecto puede costarle muy caro en un futuro y, ahora mismo, aleja a los obreros conscientes más recelosos de las traiciones sufridas, contribuyendo así a la división de nuestra clase y a su parálisis política. El desarrollo de tendencias ultrarreaccionarias que pugnan, desde el Partido Popular, por hacerse con la dirección del Estado debe responderse por los comunistas con la suficiente agilidad y flexibilidad tácticas. El camino hacia el socialismo a través de una ofensiva democrática republicana puede cerrarse momentáneamente y abrirse otro a través de la defensiva democrática antifascista, como demostró la experiencia histórica de los Frentes Populares y de las Democracias Populares. En su Informe ante el VII Congreso de la Internacional Comunista (1935), el máximo dirigente de ésta, J. Dimitrov, nos proporcionó la brújula para conquistar la fuerza de las amplias masas obreras sin desviarnos de nuestro norte revolucionario: “Hace quince años, Lenin nos invitaba a que concentrásemos toda la atención ‘en buscar las formas de transición o de acercamiento a la revolución proletaria’. (...) Los doctrinarios ‘de izquierda’ siempre pasaron por alto esta indicación de Lenin, hablando solamente de la ‘meta’, como propagandistas limitados, sin preocuparse jamás de las ‘formas de transición’. Y los oportunistas de derecha intentaban establecer una ‘fase democrática intermedia’, especial, entre la dictadura de la burguesía y la dictadura del proletariado, para sugerir a la clase obrera la ilusión de un pacífico paseo parlamentario de una dictadura a otra. ¡Esta ‘fase intermedia’ ficticia la llamaban también ‘forma de transición’ e invocaban incluso el nombre de Lenin! Pero no fue difícil descubrir el fraude, pues Lenin hablaba de una forma de transición y de acercamiento a la ‘revolución proletaria’, esto es, al derrocamiento de la dictadura burguesa y no de una forma transitoria cualquiera entre la dictadura burguesa y la proletaria”. PARTE PRÁCTICA PRIMERA PARTE
  • LA NECESIDAD DE LUCHA POR LA DEMOCRACIA
  • CON EL OBJETIVO DEL SOCIALISMO.
  • España es un Estado imperialista que ha desarrollado la concentración de la producción y del capital hasta un grado elevado del que han surgido los monopolios que dominan la vida económica; ha desarrollado la fusión del capital bancario con el industrial, creando el capital financiero y la oligarquía financiera; ha desarrollado la exportación de capitales; y lucha en el terreno económico, político y militar por coger posiciones en el reparto del mundo frente a otras potencias del mismo calibre o más potentes. El imperialismo, como última fase del desarrollo capitalista, es la antesala del socialismo, por ello, la tarea inmediata del proletariado revolucionario español es la preparación de la revolución socialista. Pero, después de la derrota momentánea del socialismo, de las traiciones oportunistas y del retroceso dentro del movimiento comunista, del revolucionario e, incluso, del reivindicativo, la clase obrera y las capas populares se encuentran retrasadas en la comprensión de la necesidad inmediata del socialismo, situándose los proletarios más avanzados políticamente en el ala izquierda de la pequeña-burguesía reivindicando objetivos democráticos y defensivos.
  • En esta situación, Unión Proletaria, como organización marxista-leninista, reconoce la necesidad de afrontar la lucha por reivindicaciones democráticas, aunque subordinada y vinculada a la lucha general por el socialismo, siendo parte de la lucha inmediata por la revolución y que posibilite la comprensión de los intereses proletarios por la revolución socialista y los límites de la república y la democracia bajo el capitalismo.
  • Por eso, los comunistas de Unión Proletaria abogamos, en primer lugar, por la unidad de los comunistas en una estrategia y una práctica política revolucionaria común; en segundo lugar, por la unidad en los frentes de lucha con organizaciones democráticas populares; y, en tercer lugar, por la unidad del proletariado y de las capas populares. Todo ello, para organizar la fusión de la lucha democrática y de resistencia con la lucha por el socialismo. Ya sea la consecución de los objetivos democráticos o la lucha por los mismos, posibilitará a la clase obrera y las capas populares el paso de la organización y concienciación sobre los objetivos democráticos, a la organización y concienciación para la revolución socialista.
  • Hoy, las condiciones objetivas nos sitúan en la necesidad de luchar contra la oligarquía financiera, su forma de Estado monárquica, su neoliberalismo, su política reaccionaria y la pérdida de derechos democráticos, sociales y laborales, conquistados en dura lucha contra el franquismo y su transición política. Para todo ello, proponemos la organización de tres frentes de lucha para golpear en sus raíces a la burguesía monopolista española: frente de lucha por la democracia, frente de lucha sindical y frente de lucha internacionalista. CAPÍTULO PRIMERO:
  • FRENTE DE LUCHA POR LA DEMOCRACIA.
  • I.- LA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA Y LAS LIBERTADES.-,...///....

editado-publicado-currado por Lmm/lukydemálaga. 29006.

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