lunes, 15 de febrero de 2021

EL FEMINISMO CON EL MARXISMO Y EL PROLETARIADO : CONCIENCIA DE CLASE,...¡¡¡; HACE COMO CIEN AÑOS,...¡¡¡¡. // hola,..der-luky,...el fetichismo y poder del dinero,...en peetas hispánicus,...casi todas las mujeres sueñan, con que vuelva la pejeta,...naide quiere los euros,....pá comprá,....pero si para tener toneladas en los bancos,...etc,...¡¡.

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 https://elsudamericano.wordpress.com/2021/02/15/fatoumata-diawara-in-concert/

Incluido en «El sufragio femenino», folleto de propaganda para el segundo Día de la Mujer Socialdemócrata, Stuttgart, 12 de mayo de 1912.

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“¿Por qué no hay asociaciones de trabajadores en Alemania? ¿Por qué oímos tan poco sobre el movimiento obrero?” Con estas palabras, una de las fundadoras del movimiento proletario de mujeres en Alemania, Emma Iher, presentó su panfleto en 1898: “Mujeres trabajadoras en la lucha de clases”. Apenas catorce años han pasado desde entonces, y hoy el movimiento de mujeres proletarias en Alemania se despliega poderosamente. Más de ciento cincuenta mil trabajadores sindicalizadas constituyen el núcleo de las tropas del proletariado en la lucha económica. Muchas decenas de miles de mujeres políticamente organizadas están reunidas alrededor de la bandera de la socialdemocracia: el órgano de las mujeres socialdemócratas [Die Gleichheit; “La Igualdad” ] tiene más de cien mil suscriptores; la reivindicación del sufragio femenino es un punto central en la agenda de la vida política socialdemócrata.

Es precisamente por estos hechos que algunos podrían subestimar la importancia de la lucha por el sufragio femenino. Podría pensarse: incluso sin igualdad política para las mujeres, hemos logrado un progreso brillante en la educación y organización de las mujeres, y el sufragio femenino probablemente todavía no es una necesidad urgente. Pero quien piense de esta manera está sujeto a engaños. La gran agitación política y sindical de las masas del proletariado femenino en la última década y media solo se ha hecho posible porque las mujeres del pueblo trabajador, a pesar de su privación de derechos, toman la parte activa en la vida política y en las luchas parlamentarias de su clase. Hasta ahora, las mujeres proletarias se han beneficiado de los derechos electorales de los hombres en los que realmente participan, aunque sólo sea indirectamente. La campaña electoral ya es común para grandes masas de mujeres y hombres de la clase trabajadora. En todas las asambleas electorales socialdemócratas, las mujeres forman una audiencia numerosa, a veces abrumadora, siempre viva y apasionadamente involucrada.

En todos los distritos donde existe una sólida organización socialdemócrata, las mujeres hacen el trabajo electoral. También son responsables de la distribución de panfletos, de atraer suscriptores a la prensa socialdemócrata, esta es el arma más importante de la campaña electoral, a veces la mayoría abrumadora del público, siempre animado y apasionado.

El estado capitalista no ha podido impedir que las mujeres del pueblo emprendan todos estos problemas y deberes en la vida política. Viéndose obligado ha tenido paso a paso que facilitarles y asegurarles la posibilidad de hacerlo otorgándoles el derecho de asociación y reunión. Pero el Estado no quiere otorgar a las mujeres el derecho político definitivo, el derecho a emitir las papeletas de voto, a pertenecer a estos órganos como candidatas electas y, a decidir directamente en los órganos legislativos y administrativos como representantes del pueblo. Aquí solo, como en todos los demás ámbitos de la vida social, se dice: “¡No hay necesidad de cambiar nada!” Pero las cosas ya han empezado. El actual Estado claudicó ante las mujeres proletarias al admitirlas en reuniones públicas y en las asociaciones políticas. Sin embargo, no lo hizo por su propia voluntad, sino en obediencia a una amarga necesidad, bajo la presión irresistible de la clase trabajadora en ascenso. Por último, pero no menos importante, fue el tormentoso avance de las propias mujeres proletarias lo que obligó al estado policial prusiano-alemán a abandonar el famoso “segmento de mujeres” en las reuniones de los clubes políticos y a abrir las puertas de las organizaciones políticas a las mujeres. Esto hizo que la bola [de nieve] rodara aún más rápido. El inexorable avance de la lucha de clases proletaria ha arrastrado a las trabajadoras a la vorágine de la vida política. Gracias al uso del derecho de asociación y reunión, las mujeres proletarias han ganado el papel más activo en las campañas electorales y en la vida parlamentaria. Y ahora es sólo una consecuencia ineludible, sólo el resultado lógico del movimiento, que hoy millones de mujeres proletarias griten confiadas y desafiantes: Her mit dem Frauenwahlrecht! [¡”Exigimos el sufragio femenino!]

Antiguamente, en los buenos tiempos del absolutismo anterior a marzo, [de 1849] se solía decir de todo el pueblo trabajador que “todavía no estaba preparado” para ejercer los derechos políticos. Hoy esto no se puede decir de las mujeres proletarias, que han demostrado su madurez para ejercer los derechos políticos. Todo el mundo sabe que sin ellas, sin la ayuda entusiasta de las mujeres proletarias, la socialdemocracia alemana nunca hubieran logrado la brillante victoria del 12 de enero, [1912] ni habría recibido 4 ¼ millones de votos. Pero de todos modos: el pueblo trabajador siempre tuvo que demostrar su madurez para la libertad política a través de un victorioso levantamiento revolucionario de masas. Sólo cuando la derecha divina en el trono y los ‘mejores’ y ‘más nobles’ de la nación sintieron firmemente el puño calloso del proletariado en el ojo y la rodilla en el pecho, sólo entonces descubrieron en un instante la “madurez” política del pueblo.

Hoy es el turno de las mujeres del proletariado de concienciar al Estado capitalista de su madurez. Esto sucede a través de un poderoso movimiento de masas en curso en el que se deben utilizar todos los medios de presión y lucha proletarios.

El objetivo es el sufragio femenino, pero el movimiento de masas no es solo un asunto de mujeres, sino un asunto en común, de clase, para las mujeres y los hombres del proletariado. Porque la ilegalidad de las mujeres en Alemania hoy es sólo un eslabón en la cadena de la reacción que encadena la vida del pueblo, y está íntimamente relacionada con el otro pilar de esta reacción: la monarquía. En la Alemania del siglo XX, capitalista y altamente industrializada de hoy, en la era de la electricidad y la aviación, la falta de derechos políticos de las mujeres es un remanente de viejas y desgastadas condiciones, tan reaccionarias como la regla del derecho divino al trono. Ambos fenómenos: el ‘instrumento del cielo’ como poder dominante de la vida política y la mujer, sentada y casta en el hogar doméstico, despreocupada por las tormentas de la vida pública, por la política y la lucha de clases: ambos tienen sus raíces en las podridas condiciones del pasado, en los tiempos de la servidumbre en el campo y los gremios [castas, estamentos] en la ciudad. Tanto la monarquía como la falta de derechos de las mujeres que en aquellos tiempos pudieron entenderse como necesidad, han sido hoy desarraigadas por el moderno desarrollo capitalista y se han convertido en una caricatura ridícula de la humanidad. Sin embargo, persisten aún en la sociedad moderna, no porque se les haya olvidado limpiar, no por pura persistencia e indolencia. No, siguen ahí porque tanto la monarquía como la falta de derechos de las mujeres se han convertido en poderosas herramientas de intereses antipopulares. Los peores y más brutales representantes de la explotación y la servidumbre del proletariado se esconden detrás del trono y el altar, así como detrás de la esclavitud política del sexo femenino. La monarquía y la falta de derechos de las mujeres se han convertido en las herramientas más importantes del dominio de la clase capitalista.

Para el estado hoy realmente solo se trata de privar a las mujeres trabajadoras y solo a ellas, del derecho al voto. Teme con razón que pongan en peligro todas las instituciones tradicionales de gobierno de clase. Como el militarismo, el enemigo mortal de todo proletario conciente. La monarquía; el sistema de robos de derechos de aduana e impuestos a la alimentación, etc. El sufragio femenino es una abominación y un horror para el estado capitalista actual, porque detrás de él están los millones de mujeres que fortalecerían a su ‘enemigo interno’: la socialdemocracia revolucionaria. Si dependiera de las damas de la burguesía, el estado capitalista solo podría esperar de ellas un apoyo efectivo a la reacción. La mayoría de las mujeres burguesas que actúan como leonas en la lucha contra “los privilegios de los hombres”, irían en posesión del derecho al voto como piadosos corderos con el tren de la reacción conservadora y clerical. Ciertamente serían considerablemente más reaccionarias que la parte masculina de su clase. Aparte del reducido número de trabajadoras entre ellas, las mujeres de la burguesía no participan en la producción social, son meras co-consumidoras de la plusvalía que sus hombres exprimen al proletariado; son parásitas de los parásitos del organismo social. Y los co-consumidores suelen ser incluso más rabiosos y crueles al defender su “derecho” a la existencia de parásitos que los portadores directos del dominio y la explotación de clase. La historia de todas las grandes luchas revolucionarias lo ha confirmado horriblemente. Cuando, después de la caída del dominio jacobino en la gran Revolución Francesa, el Robespierre encadenado fue llevado al lugar de ejecución en el carro, las mujeres de la burguesía victoriosa bailaron desnudas de placer, alegres y descaradas, una danza alrededor del héroe revolucionario caído en las calles . Y cuando la heroica comuna obrera fue derrotada en París por las ametralladoras en 1871, las frenéticas mujeres de la burguesía superaron a sus bestiales hombres en su sangrienta venganza contra el proletariado derrocado. Las mujeres de las clases poseedoras seguirán siendo siempre fanáticas defensoras de la explotación y servidumbre de los trabajadores, de quienes reciben indirectamente los medios para su existencia socialmente inútil.

Económica y socialmente, las mujeres de las clases explotadoras no representan un estrato independiente de la población, sólo ejercen una función social como herramientas de reproducción natural de las clases dominantes. Por otro lado, las mujeres del proletariado son económicamente independientes, son productivas tanto para la sociedad como para los hombres. No en el sentido de que ayuden al hombre con su magro salario mediante el trabajo doméstico a sustentar la existencia diaria de la familia y a criar hijos. Este trabajo no es productivo en el sentido del orden económico capitalista actual, aún cuando pueda resultar un logro gigantesco de autosacrificio y esfuerzo en mil pequeños esfuerzos. Esto resulta apenas un asunto privado del proletario, para su felicidad y bendiciones, y por eso mismo es solo aire para la sociedad actual. Mientras dure el dominio del capital y el sistema salarial, sólo el trabajo que produce plusvalía, que crea ganancia capitalista, puede considerarse trabajo productivo. Desde este punto de vista, la bailarina del Tingeltangel, [music-hall] cuyas piernas suponen un beneficio para el bolsillo del empresario, es una trabajadora productiva, mientras que todas las penurias de las mujeres y madres proletarias en las cuatro paredes de su casa son actividades improductivas. Eso suena crudo y loco, pero corresponde exactamente a la crudeza y locura del orden económico capitalista actual, y captar esta cruda realidad clara y tajantemente es la primera necesidad de las mujeres proletarias.

Porque es precisamente desde este punto de vista que el derecho de las mujeres proletarias a la igualdad política está ahora anclado en una sólida base económica. Millones de mujeres proletarias crean hoy beneficios capitalistas como los hombres: en fábricas, talleres, en la agricultura, en la industria doméstica, en oficinas, en tiendas. Por tanto, son productivos en el sentido científico más estricto de la sociedad actual. Cada día aumenta el número de mujeres que son explotadas capitalistamente, cada nuevo avance en la industria y la tecnología crea un nuevo espacio para las mujeres en los engranajes del lucro capitalista. Y así, cada día y cada avance industrial agrega una nueva piedra a la base sólida de la igualdad política para las mujeres. Para el propio mecanismo económico, la educación escolar y la inteligencia intelectual de las mujeres se han vuelto ahora necesarias. La mujer limitada y poco mundana de la anticuada “vida doméstica” ya no es adecuada para las demandas de la gran industria y el comercio ni para las demandas de la vida política. Por supuesto, también en este sentido el estado capitalista ha descuidado sus deberes. Hasta ahora las organizaciones sindicales y socialdemócratas han hecho todo lo posible por el despertar con formación espiritual y moral a la mujer. Así como hace décadas en Alemania se conocía a los socialdemócratas como los trabajadores más capaces e inteligentes, también hoy han sido los sindicatos y la socialdemocracia los que han sacado a las mujeres proletarias de su estrecha y triste existencia, de la miserable e insípida mezquindad de la vida doméstica. La lucha de clases proletaria ha ampliado sus horizontes, ha desarrollado sus facultades intelectuales y ha fijado grandes metas en su lucha. El socialismo ha provocado el renacimiento espiritual de las amplias mayorias de mujeres proletarias y, por lo tanto, indudablemente las ha convertido en trabajadoras capaces y productivas para el capital.

Después de todo, la falta de derechos políticos de las mujeres proletarias es una injusticia tanto más vil cuanto que ya se ha convertido en una mentira a medias. Después de todo, las mujeres participan activa y masivamente en la vida política. Sin embargo, la socialdemocracia no utiliza en su lucha el argumento de la “injusticia”. La diferencia fundamental entre nosotros y el socialismo utópico sentimental anterior se basa precisamente en el hecho de que no confiamos en la justicia de las clases dominantes, sino únicamente en el poder revolucionario de las masas trabajadoras y en el curso del desarrollo social que crea las bases de ese poder. Así se entiende que la injusticia en sí misma no sea un argumento suficiente para derrocar las instituciones reaccionarias. Sin embargo, si el sentimiento de injusticia se apodera de amplios círculos de la sociedad –dice Friedrich Engels, el co-creador del socialismo científico– esto es siempre una señal segura de que se han producido cambios de gran alcance en los fundamentos económicos de la sociedad, que las condiciones existentes ya se han afianzado y han entrado en conflicto con el curso del desarrollo. El poderoso movimiento actual de los millones de mujeres proletarias que perciben su falta de derechos políticos como una flagrante injusticia, es un signo inconfundible de que los cimientos sociales del orden estatal existente ya están podridos y sus días están contados.

Uno de los primeros grandes heraldos de los ideales socialistas, el francés Charles Fourier, escribió hace cien años estas memorables palabras: «En toda sociedad, el grado de emancipación femenina (libertad) es la medida natural de la emancipación general». Esto es perfectamente cierto para la sociedad actual. La actual lucha de masas por la igualdad política de las mujeres es sólo una expresión, una parte de la lucha general de liberación del proletariado, y en ello radica su fuerza y su futuro. Gracias al proletariado femenino, el sufragio universal, igualitario y directo de las mujeres, supondría un inmenso avance e intensificación de la lucha de clases proletaria. Por eso la sociedad civil[1[] detesta y teme el derecho al voto de las mujeres, y por eso lo queremos y lo lograremos. También a través de la lucha por el sufragio femenino, queremos acelerar la hora en que la sociedad de hoy caiga en escombros bajo el martillo del proletariado revolucionario.

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NOTA:

1. [Se refiere a la política burguesa, es decir lo opuesto a la sociedad política según la entiende la crítica marxista de la política],...¡¡¡.




La verdadera historia del día internacional de la mujer trabajadora

Clara Zetkin y Rosa de Luxemburgo en 1910.

El próximo 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer, pero contrariamente a lo que se cree en muchos círculos sociales, su nacimiento no radica en un acontecimiento aislado, sobre el que ni tan siquiera existía consenso entre la historiografía norteamericana y la española, sino que ha de encuadrarse en un contexto histórico e ideológico mucho más amplio.
En la historiografía española la conmemoración del 8 de marzo se vincula, de forma equivocada, al incendio ocurrido el citado día del año 1908 en una fábrica textil de Nueva York, provocado por el propio empresario ante las obreras declaradas en huelga y encerradas en el inmueble.El próximo 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer, pero contrariamente a lo que se cree en muchos círculos sociales, su nacimiento no radica en un acontecimiento aislado, sobre el que ni tan siquiera existía consenso entre la historiografía norteamericana y la española, sino que ha de encuadrarse en un contexto histórico e ideológico mucho más amplio.
En la historiografía estadounidense se vincula, también de forma incorrecta el origen del 8 de marzo a una manifestación de trabajadoras del sector textil en la ciudad de Nueva York que reivindicaban mejoras laborales.
Según el Diccionario Ideológico Feminista de Victoria Sau, “se considera una jornada de lucha feminista en todo el mundo en conmemoración del día 8 de marzo de 1908 en que las trabajadoras de una fábrica textil de Nueva York llamada Cotton declararon una huelga en protesta por las condiciones insoportables de trabajo. El dueño no aceptó la huelga y las obreras ocuparon la fábrica. El dueño cerró las puertas y prendió fuego muriendo abrasadas las 129 trabajadoras que había dentro (…)”.
Las referencias sobre el origen de la celebración del 8 de marzo que se basan en el incendio de la fábrica en Nueva York o en la manifestación de las trabajadoras son falsas debido a la manipulación de querer silenciar el verdadero origen de esta festividad. En relación al incendio, basta con mirar el calendario para hacer tambalear esta teoría. El 8 de marzo de 1908 era domingo, un día un tanto extraño para declararse en huelga sin perjudicar al empresario.
Sí que hubo un incendio en la fábrica de la Triangle Shirtwaist Company donde murieron muchas mujeres, la mayoría chicas inmigrantes de entre los 17 y 24 años, pero no fue el 8 de marzo de 1908, sino el 25 de marzo de 1911, dos días antes a la primera celebración del Día Internacional de la Mujer.
En relación a la manifestación, aunque ésta tuvo lugar, no fue ni el 8 de marzo de 1857, ni el 8 de marzo de 1908 como se suele referenciar. Fue el 27 de septiembre de 1909 cuando los/las empleado/as del textil hicieron una huelga de trece semanas hasta el 15 de febrero de 1910, en demanda de mejoras laborales, pero este acontecimiento tampoco es el origen de la celebración del 8 de marzo.
Las historiadoras Liliane Kandel y François Picq afirman que el mito que sitúa la manifestación en el año 1857 fue creado en 1955 para eliminar el carácter comunista que más tarde adquiriría el Día Internacional de la Mujer.
La decisión de convertir esta celebración en una festividad internacional corrió a cargo de Clara Zetkin (Sajonia, Alemania – 1857), líder del movimiento alemán de mujeres socialistas. Pero la propuesta presentada por Zetkin en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, celebrada en Copenhague los días 26 y 27 de agosto de 1910, para organizar la celebración de un Día Internacional de la Mujer no era del todo original. Tenía un antecedente en el que inspirarse, el Women’s Day que las socialistas estadounidenses llevaban celebrando desde 1908, cuya finalidad era la reivindicación del derecho al voto para las mujeres. El Partido Socialista Americano designó el último domingo del mes de febrero, día 28 de 1909, como Woman’s Day, para reivindicar el derecho de las mujeres al sufragio. Y hasta el 1920 no fue aprobada la Decimonovena Enmienda de la Constitución Estadounidense por la que se otorgaba a las mujeres el derecho al sufragio.
El Día Internacional de la Mujer, que tiene sus orígenes indiscutiblemente en el movimiento internacional de mujeres socialistas de finales del siglo XIX, tenía como finalidad exclusiva promover la lucha por el derecho al voto femenino, sin ningún tipo de restricción basada en el nivel de riqueza, propiedades o educación.
De esta forma, la primera celebración del Día Internacional de la Mujer se produjo el 19 de marzo de 1911, y fue seguido en Austria, Alemania, Dinamarca y Suecia.
En los primeros años, el esta efeméride se festejaba en fechas diferentes según los países, pero en 1914, a propuesta de las feministas alemanas, se celebró por primera vez el 8 de marzo en Alemania, Suecia y Rusia. La única autora que se aventura a dar una explicación sobre la elección de esta fecha es Renée Côté, quien sólo apunta como posibilidad el hecho de que el mes de marzo estaba cargado de contenido revolucionario, pero sin dar ningún argumento sólido sobre por qué ese día en particular y no otro.
También la Revolución Rusa de 1917 tuvo una gran influencia a todos los niveles en la elección de este día internacional. Aunque el 8 de marzo se llevaba celebrando en Rusia desde 1914, en el año 1917 las mujeres rusas se amotinaron ante la falta de alimentos, dando inicio al proceso revolucionario que acabaría en el mes de octubre de ese mismo año. Los acontecimientos del 8 de marzo de 1917 (23 de febrero en su calendario) son importantes, no sólo porque dieron origen a la revolución y porque fueron protagonizados por mujeres, sino porque, según todo parece apuntar, esos sucesos fueron los que hicieron que el Día Internacional de la Mujer se pasara al celebrar sin más cambios hasta la actualidad el 8 de marzo.
Naciones Unidas, con ocasión de la celebración en 1975 del Año Internacional de la Mujer, ofreció una versión de los hechos que habían conducido al nacimiento de esta conmemoración femenina. Según Ana Isabel Álvarez, es muy interesante resaltar que en ese breve informe se silencian de manera absoluta los sucesos vividos en Rusia en 1917, que precisamente fueron los que harían del 8 de marzo el día elegido para celebrar el Día Internacional de la Mujer: “El Día Internacional de la Mujer fue propuesto por primera vez por Clara Zetkin, una representante de la Conferencia de Mujeres Socialistas, celebrada en Copenhague en 1910”.
Según Álvarez, “la propuesta llegó al comienzo de un periodo de gran transformación social y política en el mundo. Europa estaba al borde de la I Guerra Mundial, los imperios coloniales de Asia y África estaban sufriendo las primeras conmociones de la revuelta nacionalista, y en Norteamérica el movimiento por el sufragio femenino estaba cuestionando algunas de las presunciones de las relaciones humanas. La llamada de Clara Zetkin a las mujeres para unir su lucha por la igualdad de derechos con la lucha por preservar la paz mundial topó con un coral sensible”.
Cuando se celebró el primer Día Internacional de la Mujer en 1911, más de un millón de mujeres participó públicamente en él. Además del derecho a voto y a ocupar cargos públicos, demandaban el derecho a trabajar, a la enseñanza vocacional y el fin de la discriminación en el trabajo”.,...¡¡¡.






ALEXANDRA KOLLONTAI. Escritos políticos

1907: Los fundamentos sociales de la cuestión femenina (Extractos)
1911: La relaciones sexuales y la lucha de clases
1913: El Día de la Mujer
1918: El comunismo y la familia
1921: La prostitución y cómo combatirla

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Kollontai Foto 2

LOS FUNDAMENTOS SOCIALES DE LA CUESTIÓN FEMENINA

(Extractos)1

Alejandra Kollontai

Dejando a los estudiosos burgueses absortos en el debate de la cuestión de la superioridad de un sexo sobre el otro, o en el peso de los cerebros y en la comparación de la estructura psicológica de hombres y mujeres, los seguidores del materialismo histórico aceptan plenamente las particularidades naturales de cada sexo y demandan sólo que cada persona, sea hombre o mujer, tenga una oportunidad real para su más completa y libre autodeterminación, y la mayor capacidad para el desarrollo y aplicación de todas sus aptitudes naturales. Los seguidores del materialismo histórico rechazan la existencia de una cuestión de la mujer específica separada de la cuestión social general de nuestros días. Tras la subordinación de la mujer se esconden factores económicos específicos, las características naturales han sido un factor secundario en este proceso. Sólo la desaparición completa de estos factores, sólo la evolución de aquellas fuerzas que en algún momento del pasado dieron lugar a la subordinación de la mujer, serán capaces de influir y de hacer que cambie la posición social que ocupa actualmente de forma fundamental. En otras palabras, las mujeres pueden llegar a ser verdaderamente libres e iguales sólo en un mundo organizado mediante nuevas líneas sociales y productivas.

Sin embargo, esto no significa que la mejora parcial de la vida de la mujer dentro del marco del sistema actual no sea posible. La solución radical de la cuestión de los trabajadores sólo es posible con la completa reconstrucción de las relaciones productivas modernas. Pero, ¿debe esto impedirnos trabajar por reformas que sirvan para satisfacer los intereses más urgentes del proletariado? Por el contrario, cada nuevo objetivo de la clase trabajadora representa un paso que conduce a la humanidad hacia el reino de la libertad y la igualdad social: cada derecho que gana la mujer le acerca a la meta fijada de su emancipación total…

La socialdemocracia fue la primera en incluir en su programa la demanda de la igualdad de derechos de las mujeres con los de los hombres. El partido demanda siempre y en todas partes, en los discursos y en la prensa, la retirada de las limitaciones que afectan a las mujeres, es sólo la influencia del partido lo que ha forzado a otros partidos y gobiernos a llevar a cabo reformas en favor de las mujeres. Y, en Rusia, este partido no es sólo el defensor de las mujeres en relación a su posición teórica, sino que siempre y en todos lados se adhiere al principio de igualdad de la mujer.

¿Qué impide a nuestras defensoras de los “derechos de igualdad”, en este caso, aceptar el apoyo de este partido fuerte y experimentado? El hecho es que por “radicales” que pudieran ser las igualitaristas, siguen siendo fieles a su propia clase burguesa. Por el momento, la libertad política es un requisito previo esencial para el crecimiento y el poder de la burguesía rusa. Sin ella resultará que todo su bienestar económico se ha construido sobre arena. La demanda de igualdad política es una necesidad para las mujeres que surge de la vida en sí misma.

La consigna de “acceso a las profesiones” ha dejado de ser suficiente, y sólo la participación directa en el gobierno del país promete contribuir a mejorar la situación económica de la mujer. De ahí el deseo apasionado de las mujeres de la mediana burguesía por obtener el derecho al voto, y por lo tanto, su hostilidad hacia el sistema burocrático moderno.

Sin embargo, en sus demandas de igualdad política nuestras feministas son como sus hermanas extranjeras, los amplios horizontes abiertos por el aprendizaje socialdemócrata permanecen ajenos e incomprensibles para ellas. Las feministas buscan la igualdad en el marco de la sociedad de clases existente, de ninguna manera atacan la base de esta sociedad. Luchan por privilegios para ellas mismas, sin poner en entredicho las prerrogativas y privilegios existentes. No acusamos a las representantes del movimiento de mujeres burgués de no entender el asunto, su visión de las cosas mana inevitablemente de su posición de clase…

La lucha por la independencia económica

En primer lugar debemos preguntarnos si un movimiento unitario sólo de mujeres es posible en una sociedad basada en las contradicciones de clase. El hecho de que las mujeres que participan en el movimiento de liberación no representan a una masa homogénea es evidente para cualquier observador imparcial.

El mundo de las mujeres está dividido –al igual que lo está el de los hombres– en dos bandos. Los intereses y aspiraciones de un grupo de mujeres les acercan a la clase burguesa, mientras que el otro grupo tiene estrechas conexiones con el proletariado, y sus demandas de liberación abarcan una solución completa a la cuestión de la mujer. Así, aunque ambos bandos siguen el lema general de la “liberación de la mujer”, sus objetivos e intereses son diferentes. Cada uno de los grupos inconscientemente parte de los intereses de su propia clase, lo que da un colorido específico de clase a los objetivos y tareas que se fija para sí mismo…

A pesar de lo aparentemente radical de las demandas de las feministas, uno no debe perder de vista el hecho de que las feministas no pueden, en razón de su posición de clase, luchar por aquella transformación fundamental de la estructura económica y social contemporánea de la sociedad sin la cual la liberación de las mujeres no puede completarse.

Si en determinadas circunstancias las tareas a corto plazo de las mujeres de todas las clases coinciden los objetivos finales de los dos bandos, que a largo plazo determinan la dirección del movimiento y las estrategias a seguir, difieren mucho. Mientras que para las feministas la consecución de la igualdad de derechos con los hombres en el marco del mundo capitalista actual representa un fin lo suficientemente concreto en sí mismo, la igualdad de derechos en el momento actual para las mujeres proletarias, es sólo un medio para avanzar en la lucha contra la esclavitud económica de la clase trabajadora. Las feministas ven a los hombres como el principal enemigo, por los hombres que se han apropiado injustamente de todos los derechos y privilegios para sí mismos, dejando a las mujeres solamente cadenas y obligaciones. Para ellas, la victoria se gana cuando un privilegio que antes disfrutaba exclusivamente el sexo masculino se concede al “sexo débil”. Las mujeres trabajadoras tienen una postura diferente. Ellas no ven a los hombres como el enemigo y el opresor, por el contrario, piensan en los hombres como sus compañeros, que comparten con ellas la monotonía de la rutina diaria y luchan con ellas por un futuro mejor. La mujer y su compañero masculino son esclavizados por las mismas condiciones sociales, las mismas odiadas cadenas del capitalismo oprimen su voluntad y les privan de los placeres y encantos de la vida. Es cierto que varios aspectos específicos del sistema contemporáneo yacen con un doble peso sobre las mujeres, como también es cierto que las condiciones de trabajo asalariado, a veces, convierten a las mujeres trabajadoras en competidoras y rivales de los hombres. Pero en estas situaciones desfavorables, la clase trabajadora sabe quién es el culpable…

La mujer trabajadora, no menos que su hermano en la adversidad, odia a ese monstruo insaciable de fauces doradas que, preocupado solamente en extraer toda la savia de sus víctimas y de crecer a expensas de millones de vidas humanas, se abalanza con igual codicia sobre hombres, mujeres y niños. Miles de hilos la acercan al hombre de clase trabajadora. Las aspiraciones de la mujer burguesa, por otro lado, parecen extrañas e incomprensibles. No simpatizan con el corazón del proletariado, no prometen a la mujer proletaria ese futuro brillante hacia el que se tornan los ojos de toda la humanidad explotada…

El objetivo final de las mujeres proletarias no evita, por supuesto, el deseo que tienen de mejorar su situación incluso dentro del marco del sistema burgués actual. Pero la realización de estos deseos está constantemente dificultada por los obstáculos que derivan de la naturaleza misma del capitalismo. Una mujer puede tener igualdad de derechos y ser verdaderamente libre sólo en un mundo de trabajo socializado, de armonía y justicia. Las feministas no están dispuestas a comprender esto y son incapaces de hacerlo. Les parece que cuando la igualdad sea formalmente aceptada por la letra de la ley serán capaces de conseguir un lugar cómodo para ellas en el viejo mundo de la opresión, la esclavitud y la servidumbre, de las lágrimas y las dificultades. Y esto es verdad hasta cierto punto. Para la mayoría de las mujeres del proletariado, la igualdad de derechos con los hombres significaría sólo una parte igual de la desigualdad, pero para las “pocas elegidas”, para las mujeres burguesas, de hecho, abriría las puertas a derechos y privilegios nuevos y sin precedentes que hasta ahora han sido sólo disfrutados por los hombres de clase burguesa. Pero, cada nueva concesión que consiga la mujer burguesa sería otra arma con la que explotar a su hermana menor y continuaría aumentando la división entre las mujeres de los dos campos sociales opuestos. Sus intereses se verían más claramente en conflicto, sus aspiraciones más evidentemente en contradicción.

¿Dónde, entonces, está la “cuestión femenina” general? ¿Dónde está la unidad de tareas y aspiraciones acerca de las cuales las feministas tienen tanto que decir? Una mirada fría a la realidad muestra que esa unidad no existe y no puede existir. En vano, las feministas tratan de convencerse a sí mismas de que la “cuestión femenina” no tiene nada que ver con aquella del partido político y que “su solución sólo es posible con la participación de todos los partidos y de todas las mujeres”. Como ha dicho una de las feministas radicales de Alemania, la lógica de los hechos nos obliga a rechazar esta ilusión reconfortante de las feministas…

Las condiciones y las formas de producción han subyugado a las mujeres durante toda la historia de la humanidad, y las han relegado gradualmente a la posición de opresión y dependencia en la que la mayoría de ellas ha permanecido hasta ahora.

Sería necesario un cataclismo colosal de toda la estructura social y económica antes de que las mujeres pudieran comenzar a recuperar la importancia y la independencia que han perdido. Las inanimadas pero todopoderosas condiciones de producción han resuelto los problemas que en un tiempo parecieron demasiado difíciles para los pensadores más destacados. Las mismas fuerzas que durante miles de años esclavizaron a las mujeres ahora, en una etapa posterior de desarrollo, las está conduciendo por el camino hacia la libertad y la independencia…

La cuestión de la mujer adquirió importancia para las mujeres de las clases burguesas aproximadamente en la mitad del siglo XIX: un tiempo considerable después de que la mujer proletaria hubiera llegado al campo del trabajo. Bajo el impacto de los monstruosos éxitos del capitalismo, las clases medias de la población fueron golpeadas por olas de necesidad. Los cambios económicos hicieron que la situación financiera de la pequeña y mediana burguesía se volviera inestable, y que las mujeres burguesas se enfrentaran a un dilema de proporciones alarmantes, o bien aceptar la pobreza o conseguir el derecho al trabajo. Las esposas y las hijas de estos grupos sociales comenzaron a golpear a las puertas de las universidades, los salones de arte, las casas editoriales, las oficinas, inundando las profesiones que estaban abiertas para ellas. El deseo de las mujeres burguesas de conseguir el acceso a la ciencia y los mayores beneficios de la cultura no fue el resultado de una necesidad repentina, madura, sino que provino de esa misma cuestión del “pan de cada día”.

Las mujeres de la burguesía se encontraron, desde el primer momento, con una dura resistencia por parte de los hombres. Se libró una batalla tenaz entre los hombres profesionales, apegados a sus “pequeños y cómodos puestos de trabajo”, y las mujeres que eran novatas en el asunto de ganarse su pan diario. Esta lucha dio lugar al “feminismo”: el intento de las mujeres burguesas de permanecer unidas y medir su fuerza común contra el enemigo, contra los hombres. Cuando estas mujeres entraron en el mundo laboral se referían a sí mismas con orgullo como la “vanguardia del movimiento de las mujeres”. Se olvidaron de que en este asunto de la conquista de la independencia económica, como en otros ámbitos, fueron recorriendo los pasos de sus hermanas menores y recogiendo los frutos de los esfuerzos de sus manos llenas de ampollas.

Entonces, ¿es realmente posible hablar de las feministas como las pioneras en el camino hacia el trabajo de las mujeres, cuando en cada país cientos de miles de mujeres proletarias habían inundado las fábricas y los talleres, apoderándose de una rama de la industria tras otra, antes de que el movimiento de las mujeres burguesas ni siquiera hubiera nacido? Sólo gracias al reconocimiento del trabajo de las mujeres trabajadoras en el mercado mundial las mujeres burguesas han podido ocupar la posición independiente en la sociedad de la que las feministas se enorgullecen tanto…

Nos resulta difícil señalar un solo hecho en la historia de la lucha de las mujeres proletarias por mejorar sus condiciones materiales en el que el movimiento feminista, en general, haya contribuido significativamente. Cualquiera que sea lo que las mujeres proletarias hayan conseguido para mejorar sus niveles de vida es el resultado de los esfuerzos de la clase trabajadora en general, y de ellas mismas en particular. La historia de la lucha de las mujeres trabajadoras por mejorar sus condiciones laborales y por una vida más digna es la historia de la lucha del proletariado por su liberación.

¿Qué fuerza a los propietarios de las fábricas a aumentar el precio del trabajo, a reducir horas e introducir mejores condiciones de trabajo, si no el temor a una grave explosión de insatisfacción del proletariado? ¿Qué, si no el miedo a los “conflictos laborales”, persuade al gobierno de establecer una legislación para limitar la explotación del trabajo por el capital?…

No hay un solo partido en el mundo que haya asumido la defensa de las mujeres como lo ha hecho la socialdemocracia. La mujer trabajadora es ante todo un miembro de la clase trabajadora, y cuanto más satisfactoria sea la posición y el bienestar general de cada miembro de la familia proletaria, mayor será el beneficio a largo plazo para el conjunto de la clase trabajadora…

En vista a las crecientes dificultades sociales, la devota luchadora por la causa debe pararse en triste desconcierto. Ella no puede si no ver lo poco que el movimiento general de las mujeres ha hecho por las mujeres proletarias, lo incapaz que es de mejorar las condiciones laborales y de vida de la clase trabajadora. El futuro de la humanidad debe parecer gris, apagado e incierto a aquellas mujeres que están luchando por la igualdad pero que aun no han adoptado la perspectiva mundial del proletariado o no han desarrollado una fe firme en la llegada de un sistema social más perfecto. Mientras el mundo capitalista actual permanezca inalterado, la liberación debe parecerles incompleta e imparcial. Que desesperación deben abrazar las más pensativas y sensibles de estas mujeres. Sólo la clase obrera es capaz de mantener la moral en el mundo moderno con sus relaciones sociales distorsionadas. Con paso firme y acompasado avanza firmemente hacia su objetivo. Atrae a las mujeres trabajadoras a sus filas. La mujer proletaria inicia valientemente el espinoso camino del trabajo asalariado. Sus piernas flaquean, su cuerpo se desgarra. Hay peligrosos precipicios a lo largo del camino, y los crueles predadores están acechando.

Pero sólo tomando este camino la mujer es capaz de lograr ese lejano pero atractivo objetivo: su verdadera liberación en un nuevo mundo del trabajo. Durante este difícil paso hacia el brillante futuro la mujer trabajadora, hasta hace poco una humillada, oprimida esclava sin derechos, aprende a desprenderse de la mentalidad de esclava a la que se ha aferrado, paso a paso se transforma a sí misma en una trabajadora independiente, una personalidad independiente, libre en el amor. Es ella, luchando en las filas del proletariado, quien consigue para las mujeres el derecho a trabajar, es ella, la “hermana menor”, quien prepara el terreno para la mujer “libre” e “igual” del futuro.

¿Por qué razón, entonces, debe la mujer trabajadora buscar una unión con las feministas burguesas? ¿Quién, en realidad, se beneficiaría en el caso de tal alianza? Ciertamente no la mujer trabajadora. Ella es su propia salvadora, su futuro está en sus propias manos. La mujer trabajadora protege sus intereses de clase y no se deja engañar por los grandes discursos sobre el “mundo que comparten todas las mujeres”. La mujer trabajadora no debe olvidar y no olvida que si bien el objetivo de las mujeres burguesas es asegurar su propio bienestar en el marco de una sociedad antagónica a nosotras, nuestro objetivo es construir, en el lugar del mundo viejo, obsoleto, un brillante templo de trabajo universal, solidaridad fraternal y alegre libertad…

El matrimonio y el problema de la familia

Dirijamos la atención a otro aspecto de la cuestión femenina, el problema de la familia. Es bien conocida la importancia que tiene para la auténtica emancipación de la mujer la solución de este problema ardiente y complejo. La aspiración de las mujeres a la igualdad de derechos no puede verse plenamente satisfecha mediante la lucha por la emancipación política, la obtención de un doctorado u otros títulos académicos, o un salario igual ante el mismo trabajo. Para llegar a ser verdaderamente libre, la mujer debe desprenderse de las cadenas que le arroja encima la forma actual, trasnochada y opresiva, de la familia. Para la mujer, la solución del problema familiar no es menos importante que la conquista de la igualdad política y el establecimiento de su plena independencia económica.

Las formas actuales, establecidas por la ley y la costumbre, de la estructura familiar hacen que la mujer esté oprimida no sólo como persona sino también como esposa y como madre. En la mayor parte de los países civilizados, el código civil coloca a la mujer en una situación de mayor o menor dependencia del hombre, y concede al marido, además del derecho de disponer de los bienes de su mujer, el de reinar sobre ella moral y físicamente…

Y allí donde acaba la esclavitud familiar oficial, legalizada, empieza la llamada “opinión pública” a ejercer sus derechos sobre la mujer. Esta opinión pública es creada y mantenida por la burguesía con el fin de proteger la “institución sagrada de la propiedad”. Sirve para reafirmar una hipócrita “doble moral”. La sociedad burguesa encierra a la mujer en un intolerable cepo económico, pagándole un salario ridículo por su trabajo. La mujer se ve privada del derecho que posee todo ciudadano de alzar su voz para defender sus intereses pisoteados, y tiene la inmensa bondad de ofrecerle esta alternativa: o bien el yugo conyugal, o bien las asfixias de la prostitución, abiertamente menospreciada y condenada, pero secretamente apoyada y sostenida.

¿Será preciso insistir acerca de los sombríos aspectos de la vida conyugal de hoy, acerca de los sufrimientos de la mujer que se ligan estrechamente a las actuales estructuras familiares. Ya se ha escrito y se ha dicho mucho sobre este tema. La literatura está llena de negros cuadros que pintan nuestro desorden conyugal y familiar. En este campo, ¡cuántas tragedias psicológicas, cuántas vidas mutiladas, cuántas existencias envenenadas! Por ahora, sólo nos importa resaltar que la estructura actual de la familia oprime a las mujeres de todas las clases y condiciones sociales. Las costumbres y las tradiciones persiguen a la madre soltera de idéntico modo, cualquiera que sea el sector de la población a la que pertenezca, las leyes colocan bajo la tutela del marido tanto a la burguesa como a la proletaria y a la campesina.

¿No hemos descubierto por fin ese aspecto de la cuestión femenina sobre el cual las mujeres de todas las clases pueden unirse? ¿No pueden luchar conjuntamente contra las condiciones que las oprimen? ¿Acaso los sufrimientos comunes, el dolor común borran el abismo del antagonismo de clases y crean una comunidad de aspiraciones y de tareas para las mujeres de diferentes planos? ¿Acaso es realizable, en cuanto a los deseos y objetivos comunes, una colaboración de burguesas y proletarias? Después de todo, las feministas luchan a la vez por conseguir formas más libres de matrimonio y por el “derecho a la maternidad”, levantan su voz en defensa de la prostituta a la que todo el mundo acosa. Observad cómo la literatura feminista es rica en búsquedas de nuevos estilos de unión del hombre y la mujer y de audaces esfuerzos encaminados a la “igualdad moral” entre los sexos. ¿No es cierto que, mientras en el terreno de la liberación económica las burguesas se sitúan en la cola del ejército de millones de proletarias que allanan la senda a la “mujer nueva”, en la lucha por resolver el problema de la familia los reconocimientos son para las feministas?

Aquí en Rusia, las mujeres de la mediana burguesía –es decir, este ejército de mujeres que, poseedoras de una situación independiente, se encontraron de golpe, en la década de 1860, arrojadas al mercado de trabajo– han resuelto en la práctica, a título individual, multitud de aspectos embarazosos de la cuestión matrimonial, saltando valientemente por encima del matrimonio religioso tradicional y reemplazando la forma consolidada de la familia por una unión fácil de romper, que se corresponde mejor con las necesidades de esa capa intelectual, móvil, de la población. Pero las soluciones individuales, subjetivas, de esta cuestión no cambian la situación y no mitigan el triste panorama general de la vida familiar. Si alguna fuerza está destruyendo la forma actual de familia, no es el titánico esfuerzo de los individuos más o menos fuertes por separado, sino las fuerzas inanimadas y poderosas de la producción, que están intransigentemente construyendo vida, sobre nuevos cimientos…

La heroica lucha de las jóvenes mujeres individuales del mundo burgués, que arrojan el guante y demandan de la sociedad el derecho a “atreverse a amar” sin órdenes ni cadenas, debe servir como ejemplo a todas las mujeres que languidecen bajo el peso de las cadenas familiares: esto es lo que predican las feministas extranjeras más emancipadas y también nuestras modernas defensoras de la igualdad aquí. En otros términos, según el espíritu que anima a las feministas, la cuestión del matrimonio se resolverá independientemente de las condiciones ambientales, independientemente de un cambio en la estructura económica de la sociedad, sencillamente merced a los esfuerzos heroicos individuales y aislados. Basta con que la mujer “se atreva”, y el problema del matrimonio caerá por su propia inercia.

Pero las mujeres menos heroicas mueven la cabeza con aire dubitativo: “está todo muy bien para las heroínas de las novelas que un previsor autor ha dotado de una cómoda renta, así como de amigos desinteresados y de un extraordinario encanto. Pero, ¿qué pueden hacer quienes carecen de rentas, de salario suficiente, de amigos, de atractivo extraordinario?” Y, en cuanto al problema de la maternidad, que se alza ante la ansiosa mirada de la mujer sedienta de libertad, ¿qué hay? El “amor libre”, ¿es posible, realizable no como hecho aislado y excepcional, sino como hecho normal en la estructura económica de la sociedad de hoy, es decir, como norma imperante y reconocida por todos? ¿Puede ser ignorado el elemento que determina la actual forma del matrimonio y de la familia, la propiedad privada? ¿Se puede, en este mundo individualista, abolir por entero la reglamentación del matrimonio sin que padezcan por ello los intereses de la mujer? ¿Puede abolirse la única garantía que posee de que no todo el peso de la maternidad caerá sobre ella? En caso de llevar a efecto tal abolición, ¿no ocurriría con la mujer lo que ha ocurrido con los obreros? La supresión de las trabas causadas por los reglamentos corporativos, sin que nuevas obligaciones hayan sido instituidas para los patronos, ha dejado a los obreros a merced del poder incontrolado capitalista, y la seductora consigna de “libre asociación del capital y del trabajo” se ha trocado en una forma desvergonzada de explotación del trabajo a manos del capital. El “amor libre”, introducido sistemáticamente en la sociedad de clases actual, en lugar de liberar a la mujer de las penurias de la vida familiar, ¿no la lastrará seguramente con una nueva carga: la tarea de cuidar, sola y sin ayuda, de sus hijos?

Únicamente una serie de reformas radicales en el ámbito de las relaciones sociales, reformas mediante las cuales las obligaciones de la familia recaerían sobre la sociedad y el Estado, crearía la situación favorable para que el principio del “amor libre” pudiera en cierta medida realizarse. Pero, ¿podemos contar seriamente con que el Estado clasista actual, por muy democrática que sea su forma, esté dispuesto a asumir todas las obligaciones referentes a la madre y, a la joven generación, es decir, aquellas obligaciones que atañen de momento a la familia en cuanto célula individualista? Tan sólo una transformación radical de las relaciones productivas puede crear las condiciones sociales indispensables para proteger a la mujer de los aspectos negativos derivados de la elástica fórmula del “amor libre”. ¿Realmente no vemos qué confusión y qué desórdenes de las costumbres sexuales se esconden, en las actuales circunstancias, a menudo en semejante fórmula? Observad a todos esos señores, empresarios y administradores de sociedades industriales: ¿no se aprovechan frecuentemente a su manera del “amor libre” al obligar a obreras, empleadas y criadas a someterse a sus caprichos sexuales, bajo la amenaza de despido? Esos patronos que envilecen a su doncella y después la ponen en la calle cuando ha quedado embarazada, ¿acaso no están aplicando ya la fórmula del “amor libre”?

Pero no estamos hablando de ese tipo de “libertad”, objetan las defensoras de la unión libre. Por el contrario, exigimos la instauración de una “moral única”, igualmente obligatoria para el hombre y la mujer. Nos oponemos al desorden de las costumbres sexuales de hoy, proclamamos que sólo es pura una unión libre fundamentada sobre un amor verdadero”. Pero, ¿no pensáis, queridas amigas, que vuestro ideal de “unión libre “, llevado a la práctica en la situación económica y social actual, corre el riesgo de dar resultados que difieren muy poco de la forma distorsionada de la libertad sexual? El principio del “amor libre” no podrá entrar en vigor sin traer nuevos sufrimientos a la mujer más que cuando ella se haya librado de las cadenas materiales que hoy la hacen doblemente dependiente: del capital y de su marido. El acceso de las mujeres a un trabajo independiente y a la autonomía económica ha hecho aparecer una cierta posibilidad de “amor libre”, sobre todo para las intelectuales que ejercen las profesiones mejor retribuidas. Pero la dependencia de la mujer con respecto al capital sigue ahí, e incluso se agrava a medida que crece el número de mujeres de proletarios empujadas a vender su fuerza de trabajo. La consigna del “amor libre” ¿puede mejorar la triste suerte de estas mujeres que ganan justo lo mínimo para no morir de hambre? Y, además, el amor libre ¿no se practica ya ampliamente en la clase obrera, hasta tal punto que más de una vez la burguesía ha elevado la voz de alarma y ha denunciado la «depravación» y la «inmoralidad» del proletariado? Cabe señalar que cuando las feministas hablan con entusiasmo de nuevas formas de unión extra-matrimoniales para las burguesas emancipadas, les dan el bonito nombre de “amor libre”. Pero cuando se trata de la clase obrera, esas mismas uniones extra-matrimoniales son vituperadas con el término despectivo de “relaciones sexuales desordenadas”. Es bastante característico.

No obstante, para la proletaria, habida cuenta de las condiciones actuales, las consecuencias de la vida en común, ya sea ésta de origen libre o consagrada por la Iglesia, siguen siendo siempre igual de penosas. Para la esposa y la madre proletarias, la clave del problema conyugal y familiar no reside en sus formas exteriores, rituales o civiles, sino en las condiciones económicas y sociales que determinan esas complejas relaciones familiares a las que debe hacer frente la mujer de clase obrera. Por supuesto, también para ella es importante conocer si su marido puede disponer del salario que ella ha ganado, si como marido posee el derecho de obligarla a vivir con él aun en contra de su voluntad, si le puede quitar a los hijos por la fuerza, etc. Pero no son tales párrafos del código civil los que determinan la situación real de la mujer en la familia, y tampoco se resolverá en ellos el difícil problema familiar. Sea legalizada la unión ante notario, consagrada por la Iglesia o fundamentada en el principio de libre consentimiento, la cuestión del matrimonio llegaría a perder su relevancia para la mayoría de las mujeres si y únicamente si tal ocurre– la sociedad les descargara de las mezquinas preocupaciones caseras, inevitables hoy en este sistema de economías domésticas individuales y dispersas. Es decir, si la sociedad asumiera el cuidado de la generación más joven, si estuviese capacitada para proteger la maternidad y dar una madre a cada niño, al menos durante los primeros meses.

Las feministas luchan contra un fetiche: el matrimonio legalizado y consagrado por la Iglesia. Las mujeres proletarias, por el contrario, arriman el hombro contra las causas que han ocasionado la forma actual del matrimonio y de la familia, y cuando se esfuerzan en cambiar estas condiciones de vida, saben que también están ayudando, por ende, a reformar las relaciones entre los sexos. Ahí es donde estriba la principal diferencia entre el enfoque de la burguesía y el del proletariado al abordar el complejo problema familiar.

Al creer ingenuamente en la posibilidad de crear nuevas formas de relaciones conyugales y familiares sobre el sombrío telón de fondo de la sociedad de clases contemporánea, las feministas y los reformadores sociales pertenecientes a la burguesía buscan penosamente tales formas nuevas. Y, puesto que la vida misma aún no las ha suscitado, precisan inventarlas a toda costa. Deberían ser, a su juicio, formas modernas de relaciones sexuales que sean capaces de resolver el complejo problema de la familia bajo el sistema social actual. Y los ideólogos del mundo burgués –periodistas, escritores, y destacadas mujeres que luchan por la emancipación– proponen, cada cual por su lado, su “panacea familiar”, su nueva “fórmula de matrimonio”.

¡Qué utópicas suenan estas fórmulas de matrimonio! ¡Qué débiles estos paliativos, cuando se considera a la luz de la penosa realidad de nuestra estructura moderna de familia! ¡La “unión libre”, el “amor libre”! Para que tales fórmulas puedan nacer, es preciso proceder a una reforma radical de todas las relaciones sociales entre las personas. Aún más, es preciso que las normas de la moral sexual, y con ellas toda la psicología humana, sufran una profunda evolución, una evolución fundamental. ¿Acaso la psicología humana actual está realmente dispuesta a admitir el principio del “amor libre”? ¿Y los celos, que consumen incluso a las mejores almas humanas? ¿Y ese sentimiento, tan hondamente enraizado, del derecho de propiedad no sólo sobre el cuerpo, sino también sobre el alma del compañero? ¿Y la incapacidad de inclinarse con simpatía ante una manifestación de la individualidad de la otra persona, la costumbre bien de “dominar” al ser amado o bien de hacerse su “esclavo”? ¿Y ese sentimiento amargo, mortalmente amargo, de abandono y de infinita soledad que se apodera de uno cuando el ser amado ya no nos quiere y nos deja? ¿Dónde puede encontrar consuelo la persona solitaria, individualista? La “colectividad”, en el mejor de los casos, es “un objetivo” hacia el cual dirigir las fuerzas morales e intelectuales. Pero, ¿es capaz la persona de hoy de comulgar con esa colectividad hasta el punto de sentir las influencias de interacción mutuamente? ¿La vida colectiva puede por sí sola sustituir las pequeñas alegrías personales del individuo? Sin un alma que esté cerca, una “única” alma gemela, incluso un socialista, incluso un colectivista está infinitamente solo en nuestro mundo hostil, y únicamente en la clase obrera podemos vislumbrar el pálido resplandor que anuncia nuevas relaciones, más armoniosas y de espíritu más social, entre las personas. El problema de la familia es tan complejo, embrollado y múltiple como la vida misma, y no será nuestro sistema social quien permita resolverlo.

Otras fórmulas de matrimonio se han propuesto. Varias mujeres progresistas y pensadores sociales consideran la unión matrimonial sólo como un método de producir descendencia. El matrimonio en sí mismo, sostienen, no tiene ningún valor especial para la mujer: la maternidad es su propósito, su objetivo sagrado, su misión en la vida. Gracias a tales inspiradas defensoras como Ruth Bray y Ellen Key, el ideal burgués que reconoce a la mujer como hembra antes que como persona ha adquirido una aureola especial de progresismo. La literatura extranjera ha aceptado con entusiasmo el lema propuesto por estas mujeres modernas. E incluso aquí, en Rusia, en el período anterior a la tormenta política (de 1905), antes de que los valores sociales fueron objeto de revisión, la cuestión de la maternidad había atraído la atención de la prensa diaria. El lema “el derecho a la maternidad” no puede evitar producir una viva respuesta en los círculos más amplios de la población femenina. Así, a pesar del hecho de que todas las propuestas de las feministas en este contexto fueran de índole utópico, el problema era demasiado importante y de actualidad como para no atraer a las mujeres.

El “derecho a la maternidad” es el tipo de cuestión que afecta no sólo a las mujeres de la clase burguesa, sino también, en mayor medida aún, a las mujeres proletarias. El derecho a ser madre -estas son bellas palabras que van directamente al “corazón de cualquier mujer” y que hacen que le lata más rápido. El derecho a alimentar al “propio” hijo con su leche, y asistir a las primeras señales del despertar de su conciencia, el derecho a cuidar su diminuto cuerpo y a proteger su delicada alma tierna de las espinas y los sufrimientos de los primeros pasos en la vida: ¿Qué madre no apoyaría estas demandas?

Parece que nos hemos topado de nuevo con un problema que podría servir como un momento de unidad entre mujeres de diferentes estratos sociales: podría parecer que hemos encontrado, por fin, el puente de unión entre las mujeres de los dos mundos hostiles. Echemos un vistazo más minucioso, para descubrir lo que las mujeres burguesas progresistas entienden como “el derecho a la maternidad”. Entonces podremos ver si las mujeres proletarias, de hecho, pueden estar de acuerdo con las soluciones al problema de la maternidad previstas por las igualitaristas burguesas. A los ojos de sus entusiastas apologistas, la maternidad tiene un carácter casi sagrado. Luchando por romper los falsos prejuicios que marcan a una mujer por dedicarse a una actividad natural –el dar a luz a un hijo– porque la actividad no ha sido santificada por la ley, las luchadoras por el derecho a la maternidad han doblado el palo en la otra dirección: para ellas, la maternidad se ha convertido en el objetivo de la vida de una mujer…

La devoción de Ellen Key por las obligaciones de la maternidad y la familia le obliga a ofrecer una garantía de que la unidad familiar aislada seguirá existiendo incluso en una sociedad transformada en términos socialistas. El único cambio, tal y como ella lo ve, será que todos los elementos accesorios que supongan una ventaja o un beneficio material serán excluidos de la unión matrimonial, que se celebrará conforme a las inclinaciones mutuas, sin ceremonias ni formalidades: el amor y el matrimonio serán verdaderamente equivalentes. Sin embargo, la célula familiar aislada es el resultado del mundo individualista moderno, con su lucha por la supervivencia, sus presiones, su soledad, la familia es un producto del monstruoso sistema capitalista. ¡Y Key espera legarle la familia a la sociedad socialista! La sangre y los lazos de parentesco en la actualidad sirven a menudo, es cierto, como el único sostén en la vida, como el único refugio en tiempos de penuria y desgracia. ¿Pero será moral o socialmente necesaria en el futuro? Key no responde a esta pregunta. Ella tiene demasiado en consideración a la “familia ideal”, esta unidad egoísta de la burguesía media a la que los devotos de la estructura burguesa de la sociedad miran con tal admiración.

Pero la talentosa aunque imprevisible Ellen Key no es la única que pierde el norte en las contradicciones sociales. Probablemente no haya otra cuestión como la del matrimonio y la familia sobre la que haya tan poco de acuerdo entre los socialistas. Si organizásemos una encuesta entre los socialistas, los resultados probablemente serían muy curiosos. ¿Se marchita la familia? ¿O hay motivos para creer que los problemas de la familia en la actualidad son sólo una crisis transitoria? ¿Se conservaría la forma actual de la familia en la futura sociedad, o será enterrada junto con el sistema capitalista moderno? Estas son preguntas que bien podrían recibir respuestas muy diferentes…

El paso de la función educativa desde la familia a la sociedad hará desaparecer los últimos lazos que mantenían unida la célula familiar aislada. La vieja familia burguesa empezará a desintegrarse aún más rápidamente y, en la atmósfera de cambio, veremos dibujarse con una nitidez cada vez mayor las siluetas todavía indefinidas de las futuras relaciones conyugales. ¿Qué siluetas confusas son esas, aún sumergidas en las brumas de las influencias actuales?

¿Hace falta repetir que la forma opresiva actual del matrimonio dejará sitio a la unión libre de individuos que se aman? El ideal del amor libre, que se presenta a la hambrienta imaginación de las mujeres que luchan por su emancipación, se corresponde sin duda hasta cierto punto con la pauta de relaciones entre los sexos que instaurará la sociedad colectivista. Sin embargo, las influencias sociales son tan complejas y sus interacciones tan diversas, que ahora mismo es imposible imaginar con precisión cómo serán las relaciones del futuro, cuando se haya cambiado todo el sistema radicalmente. Pero la lenta evolución de las relaciones entre los sexos que tiene lugar ante nuestros ojos atestigua claramente que el ritual del matrimonio y la familia cerrada y constrictiva están abocados a la desaparición.

La lucha por los derechos políticos

Las feministas responden a nuestras críticas diciendo: incluso si os parecen equivocados los argumentos que están detrás de nuestra defensa de los derechos políticos de las mujeres, ¿puede rebajarse la importancia de la demanda en sí, que es igual de urgente para las feministas y para las representantes de la clase trabajadora? ¿No pueden las mujeres de ambos bandos sociales, por el bien de sus aspiraciones políticas comunes, superar las barreras del antagonismo de clase que las separan? ¿No serán capaces seguramente de librar una lucha común contra las fuerzas hostiles que los las rodean? La división entre la burguesía y el proletariado es tan inevitable como otras cuestiones que nos atañen, pero en el caso de este asunto particular las feministas creen que las mujeres de las distintas clases sociales no tienen diferencias.

Las feministas continúan volviendo a estos argumentos con amargura y desconcierto, viendo nociones preconcebidas de lealtad partidista en la negativa de las representantes de la clase trabajadora a unir sus fuerzas con ellas en la lucha por los derechos políticos de las mujeres. ¿Es realmente éste el caso? ¿Existe una identificación total de las aspiraciones políticas o, en este caso, al igual que en todos los demás, el antagonismo la creación de un ejército de mujeres indivisible, por encima de las clases? Tenemos que responder a esta cuestión antes de que podamos definir las tácticas que las mujeres proletarias utilizarán para obtener derechos políticos para su sexo.

Las feministas declaran estar del lado de la reforma social, y algunas de ellas incluso dicen estar a favor del socialismo –en un futuro lejano, por supuesto– pero no tienen la intención de luchar entre las filas de la clase obrera para conseguir estos objetivos. Las mejores de ellas creen, con ingenua sinceridad, que una vez que los asientos de los diputados estén a su alcance serán capaces de curar las llagas sociales que se han formado, en su opinión, debido a que los hombres, con su egoísmo inherente, han sido los dueños de la situación. A pesar de las buenas intenciones de grupos individuales de feministas hacia el proletariado, siempre que se ha planteado la cuestión de la lucha de clases han dejado el campo de batalla con temor. Reconocen que no quieren interferir en causas ajenas, y prefieren retirarse a su liberalismo burgués que les es tan cómodamente familiar.

Por mucho que las feministas burguesas traten de reprimir el verdadero objetivo de sus deseos políticos, por mucho que aseguren a sus hermanas menores que la participación en la vida política promete beneficios inconmensurables para las mujeres de clase trabajadora, el espíritu burgués que impregna todo el movimiento feminista da un colorido de clase incluso a la demanda de igualdad de derechos políticos con los hombres, que podría parecer una demanda general de las mujeres. Diferentes objetivos e interpretaciones de cómo deben usarse los derechos políticos crea un abismo insalvable entre las mujeres burguesas y las proletarias. Esto no contradice el hecho de que las tareas inmediatas de los dos grupos de mujeres coincidan en cierta medida, puesto que los representantes de todas las clases que han accedido al poder político se esfuerzan sobre todo en lograr una revisión del Código Civil, que en cada país, en mayor o menor medida, discrimina a las mujeres. Las mujeres presionan por conseguir cambios legales que creen condiciones laborales más favorables para ellas, se mantienen unidas contra las regulaciones que legalizan la prostitución, etc. Sin embargo, la coincidencia de estas tareas inmediatas es de carácter puramente formal. Así, el interés de clase determina que la actitud de los dos grupos hacia estas reformas sea profundamente contradictoria…

El instinto de clase –digan lo que digan las feministas– siempre demuestra ser más poderoso que el noble entusiasmo de las políticas “por encima de las clases”. En tanto que las mujeres burguesas y sus “hermanas menores” son iguales en su desigualdad, las primeras pueden, con total sinceridad, hacer grandes esfuerzos en defender los intereses generales de las mujeres. Pero, una vez que se hayan superado estas barreras y las mujeres burguesas hayan accedido a la actividad política, las actuales defensoras de los “derechos de todas las mujeres” se convertirán en defensoras entusiastas de los privilegios de su clase, se contentarán con dejar a las hermanas menores sin ningún derecho. Así, cuando las feministas hablan con las mujeres trabajadoras acerca de la necesidad de una lucha común para conseguir algún principio “general de las mujeres”, las mujeres de la clase trabajadora están naturalmente recelosas.

LAS RELACIONES SEXUALES Y LA LUCHA DE CLASES

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Entre los múltiples problemas que perturban la inteligencia y el corazón de la humanidad, el problema sexual ocupa indiscutiblemente uno de los primeros puestos. No hay una sola nación, un solo pueblo en el que la cuestión de las relaciones entre los sexos no adquiera de día en día un carácter más violento y doloroso. La humanidad contemporánea atraviesa por una crisis sexual aguda en la forma, una crisis que se prolonga y que, por tanto, es mucho más grave y más difícil de resolver.

En todo el curso de la historia de la humanidad no encontraremos seguramente otra época en la que los problemas sexuales hayan ocupado en la vida de la sociedad un lugar tan importante, otra época en la que las relaciones sexuales hayan acaparado, como por arte de magia, las miradas atormentadas de millones de personas. En nuestra época, más que en ninguna otra de la historia, los dramas sexuales constituyen fuente inagotable de inspiración para artistas de todos los géneros del arte.

Como la terrible crisis sexual se prolonga, su carácter crónico adquiere mayor gravedad y más insoluble nos parece la situación presente. Por esto la humanidad contemporánea se arroja anhelante sobre todos los medios que hacen entrever una posible solución del problema “maldito”. Pero a cada nueva tentativa de solución se complica más el enmarañado complejo de las relaciones entre los sexos, y parece como si fuera imposible descubrir el único hilo que nos ha de servir para desenredar el compacto nudo. La humanidad, atemorizada, se precipita desde un extremo al otro; pero el círculo mágico de la cuestión sexual permanece cerrado tan herméticamente como antes.

Los elementos conservadores de la sociedad llegan a la conclusión de que es imprescindible volver a los felices tiempos pasados, restablecer las viejas costumbres familiares, dar nuevo impulso a las normas tradicionales de la moral sexual. “Es preciso destruir todas las prohibiciones hipócritas prescritas por el código de la moral sexual corriente. Ha llegado el momento de arrojar a un lado ese vejestorio inútil e incómodo… La conciencia individual, la voluntad individual de cada ser es el único legislador en una cuestión de carácter tan íntimo”, se oye afirmar entre las filas del campo individualista burgués. “La solución de los problemas sexuales sólo podrá hallarse en el establecimiento de un orden social y económico nuevo, con una transformación fundamental de nuestra sociedad actual”, afirman los socialistas. Pero precisamente este esperar en el mañana, ¿no indica también que nosotros tampoco hemos logrado apoderarnos del “hilo conductor”? ¿No deberíamos encontrar o al menos localizar este “hilo conductor” que promete desenredar el nudo? ¿No deberíamos encontrarlo ahora, en este mismo momento? El camino que debemos seguir en esta investigación nos lo ofrece la historia misma de las sociedades humanas, nos lo ofrece la historia de la lucha ininterrumpida de las clases y de los diversos grupos sociales, opuestos por sus intereses y sus tendencias.

No es la primera vez que la humanidad atraviesa un período de crisis sexual aguda. No es la primera vez que las al parecer firmes y claras prescripciones de la moral al uso, en el campo de las relaciones sexuales, han sido destruidas por el aflujo de la corriente de nuevos valores e ideales sociales. La humanidad ha pasado por una época de “crisis sexual” verdaderamente aguda durante los períodos del Renacimiento y la Reforma, en el momento en que un formidable avance social relegaba a un segundo término a la aristocracia feudal, orgullosa de su nobleza, acostumbrada al dominio absoluto, y en su lugar se asentaba una nueva fuerza social, la burguesía ascendente, que crecía y se desarrollaba cada vez con mayor impulso y poder.

La moralidad sexual del mundo feudal se había desarrollado a partir de las profundidades de la “forma de vida tribal”: la economía colectiva y el liderazgo autoritario tribal que reprimía la voluntad individual de cada miembro. El viejo código moral chocaba con el nuevo código moral de principios opuestos que imponía la clase burguesa en ascenso. La moral sexual de la nueva burguesía estaba basada en principios radicalmente opuestos a los principios morales más esenciales del código feudal. El estricto individualismo y la exclusividad y el aislamiento de la “familia nuclear” sustituyen al énfasis en el “trabajo colectivo” que fue característico de la estructura económica tanto local como regional de la vida ancestral. Los últimos vestigios de ideas comunales propias, hasta cierto punto, de todas las formas de vida tribal fueron barridos por el principio de “competencia” bajo el capitalismo, por los principios triunfantes del individualismo y de la propiedad privada individualizada, aislada.

La humanidad, perdida durante el proceso de transición, titubeó durante todo un siglo entre los dos códigos sexuales de espíritu tan diverso, ansiosa de adaptarse a la situación, hasta el momento en que el laboratorio de la vida transformó las viejas normas en un molde nuevo y logró, cuando menos, una armonía en la forma, una solución en cuanto a su aspecto externo.

Pero durante esta época de transición, tan viva y llena de colorido, la crisis sexual, a pesar de revestir un carácter de gravedad, no se presentó en una forma tan grave y amenazadora como en nuestros tiempos. La principal razón de esto estriba en que durante los gloriosos días del Renacimiento, en la “nueva era” en la que la brillante luz de una nueva cultura espiritual inundó el moribundo mundo con sus vivos colores, inundó la vacía y monótona vida de la Edad Media, la crisis sexual sólo la experimentó una parte relativamente reducida de la sociedad. La capa social más considerable de la época, desde el punto de vista cuantitativo, el campesinado, no sufrió las consecuencias de la crisis sexual más que de una manera indirecta, cuando, lentamente, con el transcurso de los siglos, se transformaban las bases económicas en que estaba fundada esta clase social, es decir, únicamente en la medida en que evolucionaban las relaciones económicas del campo.

Las dos tendencias opuestas luchaban en las capas superiores de la sociedad. Allí era donde se enfrentaban los ideales y las normas de dos concepciones diferentes de la sociedad, y donde precisamente la crisis sexual, cada vez más grave y amenazadora, se apoderaba de sus víctimas. Los campesinos, reacios a toda innovación, clase apegada a sus principios, continuaban apoyándose en las viejas columnas de las tradiciones ancestrales, y no se transformaba, no dulcificaba ni adaptaba a las nuevas condiciones de su vida económica el código inconmovible de la moral sexual tradicional más que bajo la presión de una gran necesidad. La crisis sexual durante la época de lucha aguda entre el mundo burgués naciente y el mundo feudal no afectó a la “clase tributaria”.

Es más, mientras los estratos superiores de la sociedad rompían los viejos hábitos, la clase campesina se aferraba con mayor fuerza a sus ancestrales tradiciones. A pesar de todas las tempestades que se desencadenaban sobre su cabeza, que conmovían hasta el suelo que pisaba, la clase campesina en general, y particularmente los campesinos rusos, lograron conservar durante siglos y siglos, en su forma primitiva, los principios esenciales de su código moral sexual.

El problema de nuestra época presenta un aspecto totalmente distinto. La crisis sexual de nuestra época no perdona siquiera a la clase campesina. Como una enfermedad infecciosa, no reconoce “ni grados ni rangos”. Se extiende desde los palacios y mansiones hasta los barrios obreros más concurridos, entra en los apacibles hogares de la pequeña burguesía, y se abre camino hasta la miserable y solitaria aldea rusa. Elige sus víctimas lo mismo entre los habitantes de las mansiones de la burguesía europea, que en los húmedos sótanos donde se hacina la familia obrera y en la choza ahumada del campesino. Para la crisis sexual no hay “obstáculos ni cerrojos”. Es un profundo error creer que la crisis sexual sólo alcanza a los representantes de las clases que tienen una posición económica materialmente asegurada. La indefinida inquietud de la crisis sexual franquea cada vez con mayor frecuencia el umbral de las habitaciones obreras, y causa allí tristes dramas que por su intensidad dolorosa no tienen nada que envidiar a los conflictos psicológicos del “exquisito” mundo burgués.

Pero precisamente porque la crisis sexual no ataca sólo a los intereses de “quienes todo lo poseen”, precisamente porque estos problemas sexuales afectan también a una clase social tan extensa como el proletariado de nuestros tiempos, es incomprensible e imperdonable que esta cuestión vital, esencialmente violenta y trágica, sea considerada con tanta indiferencia. Entre las múltiples consignas fundamentales que la clase obrera debe tener en cuenta en su lucha para la conquista de la sociedad futura, tiene que incluirse necesariamente la de establecer relaciones sexuales más sanas y que, por tanto, hagan más feliz a la humanidad.

Es imperdonable nuestra actitud de indiferencia ante una de las tareas esenciales de la clase obrera. Es inexplicable e injustificable que el vital problema sexual se relegue hipócritamente al casillero de las cuestiones “puramente privadas”. ¿Por qué negamos a este problema el auxilio de la energía y de la atención de la colectividad? Las relaciones entre los sexos y la elaboración de un código sexual que rija estas relaciones aparecen en la historia de la humanidad, de una manera invariable, como uno de los factores esenciales de la lucha social. Nada más cierto que la influencia fundamental y decisiva de las relaciones sexuales de un grupo social determinado en el resultado de la lucha de esta clase con otra de intereses opuestos.

El drama de la sociedad actual es tan desesperado porque mientras ante nuestros ojos vemos cómo se desmoronan las formas corrientes de unión sexual y cómo son desechados los principios que las regían, desde las capas más bajas de la sociedad se alzan frescos aromas desconocidos que nos hacen concebir esperanzas risueñas sobre una nueva forma de vida, y llenan el alma humana con la nostalgia de ideales futuros, pero cuya realización no parece posible. Somos personas que vivimos en un mundo caracterizado por el dominio de la propiedad capitalista, un mundo de agudas contradicciones de clase e imbuidos de una moral individualista. Aún vivimos y pensamos bajo el funesto signo de un inevitable aislamiento espiritual. La terrible soledad que cada persona siente en las inmensas ciudades populosas, en las ciudades modernas, tan bulliciosas y tentadoras; la soledad, que no disipa la compañía de amigos y compañeros, es la que empuja a las personas a buscar, con avidez malsana, a su ilusoria “alma gemela” en un ser del sexo contrario, puesto que sólo el amor posee el mágico poder de ahuyentar, aunque sólo sea momentáneamente, las tinieblas de la soledad.

En ninguna otra época de la historia ha sentido la gente con tanta intensidad como en la nuestra la soledad espiritual. No podría ser de otra manera. La noche es mucho más impenetrable cuando a lo lejos vemos brillar una luz.

Las personas individualistas de nuestra época, unidas por débiles lazos a la comunidad o a otras individualidades, ven ya brillar en la lejanía una nueva luz: la transformación de las relaciones sexuales mediante la sustitución del ciego factor fisiológico por el nuevo factor creador de la solidaridad, de la camaradería. La moral de la propiedad individualista de nuestros tiempos empieza a ahogar a las personas. El hombre contemporáneo no se contenta criticando la calidad de las relaciones entre los sexos, negando las formas exteriores prescritas por el código de la moral corriente. Su alma solitaria anhela la renovación de la esencia misma de las relaciones sexuales, desea ardientemente encontrar el “amor verdadero”, esa gran fuerza confortadora y creativa que es la única que puede ahuyentar el frío fantasma de la soledad que padecen los individualistas contemporáneos.

Si es cierto que la crisis sexual está condicionada en sus tres cuartas partes por relaciones externas de carácter socioeconómico, no es menos cierto que la otra cuarta parte de su intensidad es debida a nuestra refinada psicología individualista, que con tanto cuidado ha cultivado la ideología burguesa dominante. La humanidad contemporánea, como dice acertadamente la escritora alemana Meisel-Hess, es muy pobre en “potencial de amor”. Cada uno de los sexos busca al otro con la única esperanza de lograr la mayor satisfacción posible de placeres espirituales y físicos para sí, utilizando como medio al otro. El amante o el novio no piensan para nada en los sentimientos, en la labor psicológica que se efectúa en el alma de la persona amada.

Quizá no haya ninguna otra relación humana como las relaciones entre los sexos en la que se manifieste con tanta intensidad el individualismo grosero que caracteriza nuestra época. Absurdamente se imagina la persona que para escapar de la soledad moral que le rodea le basta con amar, con exigir sus derechos sobre otra alma. Únicamente así espera obtener esa rara dicha: la armonía de la afinidad moral y la comprensión entre dos seres. Nosotros, los individualistas, hemos echado a perder nuestras emociones por el constante culto de nuestro “yo”. Creemos todavía que podemos conquistar sin ningún sacrificio la mayor de las dichas humanas, el “amor verdadero”, no sólo para nosotros, sino también para nuestros semejantes. Creemos lograr esto sin tener que dar, en cambio, los tesoros de nuestra propia alma.

Pretendemos conquistar la totalidad del alma del ser amado, pero, en cambio, somos incapaces de respetar la fórmula de amor más sencilla: acercarnos al alma de otro dispuestos a guardarle todo género de consideraciones. Esta sencilla fórmula nos será únicamente inculcada por las nuevas relaciones entre los sexos, relaciones que ya han comenzado a manifestarse y que están basadas en dos principios nuevos también: libertad absoluta, por un lado, e igualdad y verdadera solidaridad como entre compañeros, por otro. Sin embargo, por el momento, la humanidad tiene que sufrir todavía el frío de la soledad espiritual, y no le queda más remedio que soñar con una época mejor en la que todas las relaciones humanas se caractericen por sentimientos de solidaridad, que podrán ser posibles a causa de las nuevas condiciones de la existencia.

La crisis sexual no puede resolverse sin una transformación fundamental de la psicología humana, sólo puede ser vencida por la acumulación de “potencial de amor”. Pero esta transformación psíquica depende en absoluto de la reorganización fundamental de nuestras relaciones socioeconómicas sobre una base comunista. Si rechazamos esta “vieja verdad”, el problema sexual no tiene solución.

A pesar de todas las formas de unión sexual que ensaya la humanidad presente, la crisis sexual no se resuelve en ningún sitio.

No se han conocido en ninguna época de la historia tantas formas diversas de unión entre los sexos. Matrimonios indisolubles, con una familia firmemente constituida, y a su lado la unión libre pasajera; el adulterio conservado en el mayor secreto, al lado del matrimonio y de la vida en común de una muchacha soltera con su amante; el matrimonio “por la iglesia”, el matrimonio de dos y el matrimonio “de tres”, e incluso hasta la forma complicada del “matrimonio de cuatro”, sin contar las múltiples variantes de la prostitución. Al lado de estas formas de unión, entre los campesinos y la pequeña burguesía encontramos vestigios de las viejas costumbres tribales, mezclados con los principios en descomposición de la familia burguesa e individualista, la vergüenza del adulterio, la vida marital entre el suegro y la nuera y la libertad absoluta para la joven soltera. Siempre la misma “moral doble”.

Las formas actuales de unión entre los sexos son contradictorias y embrolladas, de tal modo que uno se ve obligado a interrogarse cómo es posible que el hombre que ha conservado en su alma la fe en la firmeza de los principios morales pueda continuar admitiendo estas contradicciones y salvar estos criterios morales irreconciliables, que necesariamente se destruyen el uno al otro. Tampoco resuelve la cuestión la justificación que se oye corrientemente: “Yo vivo conforme a los principios de una moral nueva”, puesto que esta “nueva moral” se encuentra todavía en proceso de formación. Precisamente la labor a realizar consiste en hacer que surja esta nueva moral, hay que extraer de entre el caos de las actuales normas sexuales contradictorias la forma, y aclarar los principios, de una moralidad que corresponda al espíritu de la clase revolucionaria ascendente.

Además del extremado individualismo, defecto fundamental de la psicología de la época actual, de un egocentrismo erigido en culto, la crisis sexual se agrava mucho más con otros dos factores de la psicología contemporánea: la idea del derecho de propiedad de un ser sobre el otro y el prejuicio secular de la desigualdad entre los sexos en todas las esferas de la vida, incluida la esfera sexual.

La moralidad burguesa, con su familia individualista encerrada en sí misma basada completamente en la propiedad privada, ha cultivado con esmero la idea de que un compañero debería “poseer” completamente al otro. La burguesía ha logrado a la perfección la inoculación de esta idea en la psicología humana. El concepto de propiedad dentro del matrimonio va hoy día mucho más allá que el concepto de la propiedad en las relaciones sexuales del código aristocrático. En el curso del largo período histórico que transcurrió bajo los auspicios de la “tribu”, la idea de la posesión de la mujer por el marido –la mujer carecía de derechos de propiedad sobre el marido– no se extendía más allá de la posesión física. La esposa estaba obligada a guardar al marido fidelidad física, pero su alma no le pertenecía en absoluto.

Los caballeros de la Edad Media llegaban incluso a reconocer a sus esposas el derecho de tener adoradores platónicos y a recibir el testimonio de esta adoración de caballeros y menestrales. El ideal de la posesión absoluta, de la posesión no sólo del “yo” físico, sino también del “yo” espiritual por parte del esposo, del ideal que admite una reivindicación de derechos de propiedad sobre el mundo espiritual y emocional del ser amado es un ideal que se ha formado totalmente, y que ha sido cultivado igualmente por la burguesía con el fin de reforzar los fundamentos de la familia, para asegurarse su estabilidad y su fuerza durante el período de lucha para la conquista de su predominio social. Este ideal no sólo lo hemos aceptado como herencia, sino que llegamos incluso a pretender que sea considerado “como un imperativo” moral indestructible.

La idea de propiedad se extiende mucho más allá del matrimonio legal. Es un factor inevitable que penetra hasta en la unión amorosa más “libre”. Los amantes de nuestra época, a pesar de su respeto “teórico” por la libertad, sólo se satisfacen con la conciencia de la fidelidad psicológica de la persona amada. Con el fin de ahuyentar de nosotros el fantasma amenazador de la soledad, penetramos de una manera violenta en el alma del ser “amado” con una crueldad y una falta de delicadeza que sería incomprensible a la humanidad futura. De la misma manera pretendemos hacer valer nuestros derechos sobre su “yo” espiritual más íntimo. El amante contemporáneo está dispuesto a perdonar más fácilmente al ser querido una infidelidad física que una infidelidad moral, y pretende que le pertenece cada partícula del alma de la persona amada, que se extiende más allá de los límites de su unión libre. Considera cualquier sentimiento experimentado fuera de los límites de la relación libre como un despilfarro, como un robo imperdonable de tesoros que le pertenecían exclusivamente y, por tanto, como un espolio cometido a sus expensas.

El mismo origen tiene la absurda indelicadeza que cometen constantemente dos amantes con respecto a una tercera persona. Todos hemos tenido ocasión de observar un hecho curioso que se repite continuamente. Dos amantes que apenas han tenido tiempo de conocerse en sus relaciones mutuas se apresuran a establecer sus derechos sobre las relaciones personales anteriores del otro y a intervenir en lo más sagrado y más íntimo de su vida. Dos seres que ayer eran extraños el uno para el otro, hoy, únicamente porque les unen sensaciones eróticas comunes, se apresuran a poner la mano sobre el alma del otro, a disponer del alma desconocida y misteriosa sobre la cual ha grabado el pasado imágenes imborrables y a instalarse en su interior como si estuvieran en su propia casa.

Esta idea de la posesión recíproca de una pareja amorosa extiende su dominio de tal forma que casi no nos sorprende un hecho tan anormal como el siguiente: dos recién casados vivían hasta ayer cada uno su propia vida, al día siguiente de su unión cada uno de ellos abre sin el menor escrúpulo la correspondencia del otro, y, consecuentemente, el contenido de la carta procedente de una tercera persona que sólo tiene relación con uno de ellos se convierte en propiedad común. Una “intimidad” de este tipo no puede adquirirse más que como resultado de una verdadera unión entre las almas en el curso de una larga vida común de amistad puesta a prueba. Lo que ocurre en general es que a esta intimidad se le busca un sustitutivo legítimo, que tiene por base la idea, totalmente equivocada, de que la intimidad física entre dos seres es una razón suficiente para extender el derecho de propiedad sobre el ser emocional de la persona amada.

El segundo factor que deforma la mentalidad del hombre contemporáneo, y que es una razón para que la crisis sexual se agudice, es la idea de desigualdad entre los sexos, desigualdad de derechos y desigualdad en la valoración de su experiencia física y emocional. La “doble moral”, inherente tanto a la sociedad burguesa como a la aristocrática, ha envenenado durante siglos la psicología de hombres y mujeres. Estas actitudes son tan parte de nosotros que es mucho más difícil librarse de su penetrante ponzoña que de las ideas tocantes a la propiedad de un esposo sobre el otro, heredadas de la ideología burguesa. La concepción de desigualdad entre los sexos, incluso en la esfera de la experiencia física y emocional, obliga a aplicar constantemente medidas diversas para actos idénticos, según el sexo que los haya realizado. Incluso la persona más “progresista” de la burguesía que haya sabido desde hace tiempo superar las prescripciones del código de la moral en uso, será incapaz de sustraerse a la influencia del medio ambiente y emitirá un juicio completamente distinto, según se trate de un hombre o de una mujer. Bastará un simple ejemplo: imaginemos que un intelectual burgués, un hombre de ciencia, un hombre que está involucrado en asuntos políticos y sociales, que es en definitiva “una personalidad”, e incluso, una figura pública, se enamora de su cocinera –hecho que, además, se da con bastante frecuencia– y llega, incluso, a casarse con ella. ¿Modificará la sociedad burguesa por este hecho su conducta con respecto a la “personalidad” de este hombre? ¿Pondrá acaso en cuestión su “personalidad”? ¿Dudará de sus cualidades morales?

Naturalmente, no. Ahora pongamos otro ejemplo: una mujer perteneciente a la sociedad burguesa, una mujer respetada, considerada, una profesora, médica o escritora. Una mujer, en suma, con “personalidad”, se enamora de un criado y colma el “escándalo” consolidando esta cuestión con un matrimonio legal. ¿Cuál será la actitud de la sociedad burguesa respecto a esta persona hasta ahora respetada? La sociedad, naturalmente, la mortificará con su “desprecio”. Pero todavía será mucho más terrible si su marido, el criado, posee una bella fisionomía u otros atractivos de carácter físico. Nuestra hipócrita sociedad burguesa juzgará su elección de la forma siguiente: “Es obvio de qué se ha enamorado”.

La sociedad burguesa no puede perdonar a la mujer que se atreve a dar a la elección del hombre amado un carácter demasiado individual. Según la tradición heredada de costumbres tribales, nuestra sociedad pretende todavía que la mujer continúe teniendo en cuenta, en el momento de entregar su corazón, una serie de consideraciones de grados y rangos sociales, que tenga en consideración el medio familiar y los intereses de la familia. La sociedad burguesa no puede considerar a la mujer como una persona independiente, separada de la célula familiar, le es completamente imposible apreciarla como una personalidad fuera del círculo estrecho de las virtudes y deberes familiares.

La sociedad contemporánea va mucho más lejos que el orden de la antigua sociedad tribal en la tutela que ejerce sobre la mujer. No sólo le prescribe casarse únicamente con hombres “dignos” de ella, sino que le prohíbe incluso que llegue a amar a un ser que es su “inferior”.

Estamos acostumbrados a ver cómo hombres de un nivel moral e intelectual muy elevado eligen como compañera de vida a una mujer insignificante y vacua, que de ninguna manera se corresponde con el valor espiritual del marido. Apreciamos este hecho como completamente normal y, por tanto, no merece siquiera nuestra consideración. Todo lo más que puede suceder es que los amigos “se lamenten de que Iván Ivanovitch se haya casado con una mujer insoportable”. El caso varía si se trata de una mujer. Entonces nuestra indignación no tiene límites, y la expresamos con frases como la siguiente: “¡Cómo es posible que una mujer tan inteligente como María Petrovna pueda amar a una nulidad así!… Tendremos que poner en duda su inteligencia…”

¿A qué obedece esta manera diferente de juzgar las cosas? ¿Qué causa determina una apreciación tan contraria? Esta diversidad de criterio no tiene otro origen que la idea de la desigualdad entre los sexos, idea que ha sido inoculada a la humanidad durante siglos y siglos y que ha acabado por apoderarse de nuestra mentalidad de una manera orgánica. Estamos acostumbrados a valorar a la mujer, no como una personalidad, con cualidades y defectos individuales, independientes de sus experiencias físicas y emocionales. Para nosotros la mujer no tiene valor más que como accesorio del hombre. El hombre, marido o amante, proyecta sobre la mujer su luz y, es a él, y no a ella misma, a quien tomamos en consideración como el verdadero elemento determinante de la estructura espiritual y moral de la mujer. En cambio, cuando valoramos la personalidad del hombre hacemos por anticipado una total abstracción de sus actos en relación a sus relaciones sexuales. La personalidad de la mujer, por el contrario, se valora casi exclusivamente en relación con su vida sexual. Este modo de apreciar el valor de una personalidad femenina se deriva del papel que ha representado la mujer durante tantos siglos y sólo ahora es cuando se está logrando poco a poco una reevaluación de estas actitudes, al menos en términos generales.

La atenuación de estas falsas e hipócritas concepciones sólo podrá realizarse con la transformación del papel económico de la mujer en la sociedad, y con su entrada independiente en la producción.

Los tres factores fundamentales que distorsionan nuestra mente, y que deben afrontarse si se pretende resolver el problema sexual, son: el egoísmo extremo, la idea del derecho de propiedad de los esposos entre sí y el concepto de desigualdad entre los sexos en el ámbito de sus experiencias físicas y emocionales. La humanidad no encontrará solución a este problema hasta que no haya acumulado en su psicología suficientes reservas de “sentimientos de consideración”, hasta que su capacidad de amar sea mayor, hasta que el concepto de libertad en el matrimonio y en la unión libre no sea un hecho consolidado. En suma, hasta que el principio de camaradería no haya triunfado sobre los conceptos tradicionales de desigualdad y de subordinación en las relaciones entre los sexos. Sin una reconstrucción total y fundamental de nuestra psicología el problema sexual es irresoluble.

¿Pero no será esta condición previa una utopía desprovista de base, utopía en la que basan sus consignas ingenuas los idealistas soñadores? Intentemos aumentar la “capacidad de amar” de la humanidad. ¿Acaso los sabios de todos los pueblos, desde Buda y Confucio hasta Cristo, no se han entregado desde tiempos remotos a esta tarea? Sin embargo, ¿hay alguien que crea que la “capacidad de amar” ha aumentado en la humanidad? Reducir la cuestión de la crisis sexual a utopías de este tipo, por muy bien intencionadas que sean, ¿no significará prácticamente un reconocimiento de debilidad y una renuncia a buscar la solución anhelada?

Veamos si esto es cierto. ¿Es la reeducación radical de nuestra psicología y nuestro enfoque de las relaciones sexuales algo tan improbable, tan alejado de la realidad? ¿No podríamos decir que, por el contrario, mientras que grandes cambios sociales y económicos están en curso, las condiciones que se están creando demandan y dan lugar a una nuevo fundamento para la experiencia psicológica que está en consonancia con lo que hemos estado hablando? Ya en nuestra sociedad avanza un nuevo grupo social que intenta ocupar el primer puesto y dejar de lado a la burguesía, con su ideología de clase y su código de moral sexual individualista. Esta clase ascendente, de vanguardia, lleva necesariamente en su seno los gérmenes de nuevas orientaciones entre los sexos, relaciones que forzosamente han de estar estrechamente unidas a sus objetivos sociales de clase.

La compleja evolución de las relaciones socioeconómicas que tiene lugar ante nuestros ojos, que pone en conmoción todas nuestras concepciones sobre el papel de la mujer en la vida social y destruye los fundamentos de la moral sexual burguesa, trae consigo dos hechos que a primera vista parecen contradictorios.

Por un lado, observamos los esfuerzos infatigables de la humanidad por adaptarse a las nuevas condiciones socioeconómicas cambiantes. Esto se manifiesta ya sea en un intento de conservar las “viejas formas”, dándoles un nuevo contenido (mantenimiento de la forma exterior del matrimonio indisoluble y monógamo, pero al mismo tiempo el reconocimiento de hecho de la libertad de los esposos), o, por el contrario, en la aceptación de nuevas formas que lleven en su interior, sin embargo, todos los elementos del código moral del matrimonio burgués (la unión libre en la que el derecho de propiedad de los dos esposos unidos “libremente” sobrepase los límites del derecho de propiedad del matrimonio legal).

Por otra parte, no podemos dejar de señalar la aparición lenta, pero constante, de nuevas formas de relaciones entre los sexos, que difieren de las formas externas tanto en la forma exterior como por el espíritu que anima sus normas vivificadoras.

La humanidad sondea con inquietud los nuevos ideales. Pero basta examinarlos un poco detenidamente para reconocer en ellos, a pesar de que sus límites no están todavía lo suficientemente marcados, los rasgos característicos merced a los cuales están estrechamente vinculados con las tareas del proletariado, como aquella clase social a la que le incumbe apoderarse de la fortaleza asediada del futuro. Quien quiera encontrar en el laberinto de las normas sexuales contradictorias los gérmenes de relaciones más sanas entre los sexos –que prometan liberar a la humanidad de la crisis sexual que atraviesa–, tiene necesariamente que abandonar las cultas estancias de la burguesía, con su refinada psicología individualista, y echar una ojeada a las habitaciones hacinadas de los obreros. Allí, en medio del horror y de la miseria causada por el capitalismo, entre lágrimas y maldiciones, surgen a pesar de todo manantiales vivificadores que se abren paso por la nueva senda.

Entre la clase obrera, bajo la presión de duras condiciones económicas, bajo el yugo implacable de la explotación del capital, se observa el doble proceso al que acabamos de referirnos. La influencia destructiva del capitalismo, que aniquila todos los fundamentos de la familia obrera, y obliga al proletariado a adaptarse “instintivamente” a las condiciones del mundo que le rodea, y provoca, por tanto, una serie de hechos en lo referente a las relaciones entre los sexos, análogos a los que se producen también en otras capas de la sociedad. Debido a los bajos salarios el obrero retrasa de manera continua e inevitable la edad de contraer matrimonio. Si hace veinte años un obrero podía casarse de los veintidós a los veinticinco años, hoy día no puede crear un hogar hasta los treinta años aproximadamente. Además, cuanto más desarrolladas están en el obrero las necesidades culturales, tanto más valora la posibilidad de seguir el ritmo de la vida cultural, de ir al teatro, de asistir a conferencias, leer periódicos, consagrar el tiempo que el trabajo le deja libre a la lucha sindical, a la política, a una actividad por la que siente afición, al arte, a la lectura, etc., y más tarde tiende a casarse. Sin embargo, las necesidades físicas no tienen para nada en cuenta su situación financiera, son necesidades vitales de las que no se puede prescindir. El obrero “soltero”, lo mismo que el burgués “soltero”, resuelven su problema acudiendo a la prostitución. Este es un ejemplo de la adaptación pasiva de la clase obrera a las condiciones desfavorables de su existencia.

Tomemos otro ejemplo. Al casarse un obrero, y a causa del nivel tan bajo de los salarios, la nueva familia obrera se ve obligada a resolver el problema del nacimiento de los hijos de igual forma que lo hace la familia burguesa. La frecuencia de infanticidios y el aumento de la prostitución son dos son expresiones del mismo proceso. Ambos son ejemplos de adaptación pasiva del obrero a la espantosa realidad que le rodea. Pero lo que no hay que olvidar es que en estos procesos no hay nada que caracterice propiamente al proletariado. Esta adaptación pasiva es propia de todas las clases y sectores sociales que se ven envueltos en el proceso mundial de desarrollo del capitalismo.

La línea de diferenciación comienza precisamente cuando entran en juego los principios activos y creadores; la delimitación se marca allí donde no se trata ya de una adaptación, sino de una reacción frente a la realidad opresora. Comienza donde nacen y se expresan nuevos ideales, donde surgen tímidas tentativas de relaciones sexuales dotadas de un espíritu nuevo. Pero aún hay más: debemos señalar que este proceso de reacción se inicia únicamente entre la clase obrera.

Esto no quiere decir, en modo alguno, que las otras clases y capas de la sociedad, principalmente la de los intelectuales burgueses, que es la clase que por las condiciones de su existencia social se encuentra más cerca de la clase obrera, no se apoderen de estos elementos nuevos que el proletariado crea y desenvuelve. La burguesía, impulsada por el deseo instintivo de inyectar vida nueva a las formas agonizantes de la suya, y ante la impotencia de sus diversas formas de relaciones sexuales, aprende a toda prisa las formas nuevas que la clase obrera lleva consigo. Pero, desgraciadamente, ni los ideales, ni él código de moral sexual elaborados de un modo gradual por el proletariado corresponden a la esencia moral de las exigencias burguesas de clase. Por tanto, mientras la moral sexual, nacida de las necesidades de la clase obrera, se convierte para esta clase en un instrumento nuevo de lucha social, los “modernismos” de segunda mano que de esa moral deduce la burguesía, no hacen más que destruir de un modo definitivo las bases de su superioridad social.

El intento de los intelectuales burgueses de sustituir el matrimonio indisoluble por los lazos más libres, más fácilmente desligables del matrimonio civil, conmueve las bases de la estabilidad social de la burguesía, bases que no pueden ser otras que la familia monógama cimentada en el concepto de propiedad.

Todo lo contrario sucede en la clase obrera. Una mayor libertad en la unión entre los sexos, una menor consolidación de sus relaciones sexuales concuerda totalmente con las tareas fundamentales de esta clase social, y hasta podemos decir que se derivan directamente de estas tareas. Lo mismo sucede con la negación del concepto de subordinación en el matrimonio que rompe los últimos lazos artificiales de la familia burguesa. Todo lo contrario sucede en la clase proletaria. El factor de la subordinación de un miembro de esta clase social a otro al igual que el concepto de posesividad en las relaciones, tiene efectos nocivos sobre la mente del proletariado. A los intereses de la clase revolucionaria no les conviene en modo alguno “atar” a uno de sus miembros, puesto que a cada uno de sus representantes independientes le incumbe ante todo el deber de servir a los intereses de su clase y no los de una célula familiar aislada.

El deber del miembro de la sociedad proletaria es ante todo contribuir al triunfo de los intereses de su clase, por ejemplo, actuando en las huelgas, participando en todo momento en la lucha. La moral con que la clase trabajadora juzga todos estos actos caracteriza con perfecta claridad la base de la nueva moral proletaria.

Supongamos que un empresario, movido únicamente por intereses familiares, retira de los negocios su capital en un momento crítico para la empresa. Su acción, apreciada desde el punto de vista de la moral burguesa, no puede ser más clara, “porque los intereses de la familia deben figurar en primer lugar”. Comparemos ahora este juicio con la actitud de los obreros ante el rompehuelgas, que acude al trabajo durante el conflicto para que su familia no pase hambre. Los intereses de clase figuran en este ejemplo en primer lugar. Representemos ahora a un marido burgués que ha conseguido por su amor y devoción a la familia tener alejada a su mujer de todos sus intereses, a excepción de los deberes de ama de casa y de mujer consagrada por completo al cuidado de los hijos. El juicio de la sociedad burguesa será: “un marido ideal que ha sabido crear una familia ideal”.

Pero, ¿cuál sería la actitud de los obreros hacia un miembro consciente de su clase que intentase hacer que su mujer se apartase de la lucha social? La moral de la clase exige, a costa incluso de la felicidad individual, a costa de la familia, la participación de la mujer en la vida de lucha que transcurre fuera de los muros de su hogar. Atar a la mujer a la casa, colocar en primer plano los intereses familiares, propagar la idea de los derechos de la propiedad absoluta de un esposo sobre su mujer, son actos que violan el principio fundamental de la ideología de la clase obrera, que destruyen la solidaridad y el compañerismo y que rompen las cadenas que unen a todo el proletariado. El concepto de posesión de una personalidad por otra, la idea de la subordinación y de la desigualdad de los miembros de una sola y misma clase, son conceptos contrarios a la esencia del concepto de camaradería, que es el principio proletario más fundamental.

Este principio básico de la ideología de la clase ascendente es el que da colorido y determina el nuevo código en formación de la moral sexual del proletariado, merced al cual se transforma la psicología de la humanidad y llega a adquirir una acumulación de sentimientos de solidaridad y de libertad, en vez del concepto de la propiedad, una acumulación de compañerismo en vez de los conceptos de desigualdad y de subordinación.

Es una vieja verdad la que establece que toda nueva clase ascendente, nacida como consecuencia de una cultura material distinta de la del grado precedente de la evolución económica, enriquece a toda la humanidad con la ideología nueva característica de esta clase. El código de la moral sexual constituye una parte integrante de la nueva ideología. Por tanto, basta pronunciar los términos “ética proletaria” y “moral sexual proletaria” para escapar de la trivial argumentación: la moral sexual proletaria no es en el fondo más que “superestructura”, mientras no se experimente la total transformación de la base económica de la sociedad, no puede haber lugar para ella. ¡Como si una ideología, sea del género que fuere, no se formase hasta que se hubiera producido la transformación de las relaciones socioeconómicas necesarias para asegurar el dominio de la clase de que se trate! La experiencia de la historia enseña que la elaboración de la ideología de un grupo social, y consecuentemente de la moral sexual también, se realiza durante el proceso mismo de la lucha de este grupo contra las fuerzas sociales adversas.

Esta clase de lucha sólo puede fortalecer su posición social con la ayuda de nuevos valores espirituales sacados de su propio seno, y que respondan totalmente a sus tareas como clase ascendente. Sólo mediante estas normas e ideales nuevos puede esta clase arrebatar el poder a los grupos sociales contrarios.

La tarea que corresponde, por tanto, a los ideólogos de la clase obrera es buscar el criterio moral fundamental, producto de los intereses específicos de la clase obrera y armonizar con este criterio las nacientes normas sexuales.

Ya es hora de comprender que únicamente después de haber tanteado el proceso creador que se realiza allá abajo, en las profundas capas sociales, proceso que engendra necesidades nuevas, nuevos ideales y formas, será posible vislumbrar el camino en el caos contradictorio de las relaciones sexuales y desenmarañar la enredada madeja del problema sexual.

Debemos recordar que el código de la moral sexual, en armonía con las tareas fundamentales de la clase obrera, puede convertirse en poderoso instrumento que refuerce la posición de lucha de la clase ascendente. ¿Por qué no servirse de este instrumento, en interés de la clase obrera, en su lucha por el establecimiento de un sistema comunista y, a la vez también, por establecer nuevas relaciones entre los sexos, que sean más perfectas y felices?

EL DÍA DE LA MUJER

3

¿Qué es el día de la mujer? ¿Es realmente necesario? ¿No es una concesión a las mujeres de clase burguesa, a las feministas y sufraguistas? ¿No es dañino para la unidad del movimiento obrero? Esas cuestiones todavía se oyen en Rusia, aunque ya no en el extranjero. La vida misma le ha dado una respuesta clara y elocuente a estas preguntas.

El día de la mujer es un eslabón en la larga y sólida cadena de la mujer en el movimiento obrero. El ejército organizado de mujeres trabajadoras crece cada día. Hace veinte años las organizaciones obreras sólo tenías grupos dispersos de mujeres en las bases de los partidos obreros… Ahora los sindicatos ingleses tienen más de 292.000 mujeres sindicadas; en Alemania son alrededor de 200.000 sindicadas y 150.000 en el partido obrero, en Austria hay 47.000 en los sindicatos y 20.000 en el partido. En todas partes, en Italia, Hungría, Dinamarca, Suecia, Noruega y Suiza, las mujeres de la clase obrera se están organizando a sí mismas. El ejército de mujeres socialistas tiene casi un millón de miembros. ¡Una fuerza poderosa! Una fuerza con la que los poderes del mundo deben contar cuando se pone sobre la mesa el tema del coste de la vida, el seguro de maternidad, el trabajo infantil o la legislación para proteger a las trabajadoras.

Hubo un tiempo en el que los hombres trabajadores pensaron que deberían cargar ellos solos sobre sus hombros el peso de la lucha contra el capital, pensaron que ellos solos debían enfrentarse al «viejo mundo» sin el apoyo de sus compañeras. Sin embargo, como las mujeres de clase trabajadora entraron en las filas de aquellos que vendían su trabajo a cambio de un salario, forzadas a entrar en el mercado laboral por necesidad, porque su marido o padre estaba en el paro, los trabajadores empezaron a darse cuenta de que dejar atrás a las mujeres entre las filas de «no-conscientes» era dañar su causa y evitar que avanzara. ¿Qué nivel de conciencia posee una mujer que se sienta en el fogón, que no tiene derechos en la sociedad, en el estado o en la familia? ¡Ella no tiene ideas propias! Todo se hace según ordena su padre o marido…

El retraso y falta de derechos sufridos por las mujeres, su dependencia e indiferencia no son beneficiosos para la clase trabajadora, y de hecho son un daño directo hacia la lucha obrera. ¿Pero cómo entrará la mujer en esa lucha, como se la despertará?

La socialdemocracia extranjera no encontró la solución correcta inmediatamente. Las organizaciones obreras estaban abiertas a las mujeres, pero sólo unas pocas entraban. ¿Por qué? Porque la clase trabajadora al principio no se percató de que la mujer trabajadora es el miembro más degradado, tanto legal como socialmente, de la clase obrera, de que ella ha sido golpeada, intimidada, acosada a lo largo de los siglos, y de que para estimular su mente y su corazón se necesita una aproximación especial, palabras que ella, como mujer, entienda. Los trabajadores no se dieron cuenta inmediatamente de que en este mundo de falta de derechos y de explotación, la mujer está oprimida no sólo como trabajadora, si no también como madre, mujer. Sin embargo, cuando los miembros del partido socialista obrero entendieron esto, hicieron suya la lucha por la defensa de las trabajadoras como asalariadas, como madres, como mujeres.

Los socialistas en cada país comienzan a demandar una protección especial para el trabajo de las mujeres, seguros para las madres y sus hijos, derechos políticos para las mujeres y la defensa de sus intereses.

Cuanto más claramente el partido obrero percibía esta dicotomía mujer/trabajadora, más ansiosamente las mujeres se unían al partido, más apreciaban el rol del partido como su verdadero defensor y más decididamente sentían que la clase trabajadora también luchaba por sus necesidades. Las mujeres trabajadoras, organizadas y conscientes, han hecho muchísimo para elucidar este objetivo. Ahora el peso del trabajo para atraer a las trabajadoras al movimiento socialista reside en las mismas trabajadoras. Los partidos en cada país tienen sus comités de mujeres, con sus secretariados y burós para la mujer. Estos comités de mujeres trabajan en la todavía gran población de mujeres no conscientes, levantando la conciencia de las trabajadoras a su alrededor. También examinan las demandas y cuestiones que afectan más directamente a la mujer: protección y provisión para las madres embarazadas o con hijos, legislación del trabajo femenino, campaña contra la prostitución y el trabajo infantil, la demanda de derechos políticos para las mujeres, la campaña contra la subida del coste de la vida…

Así, como miembros del partido, las mujeres trabajadoras luchan por la causa común de la clase, mientras al mismo tiempo delinean y ponen en cuestión aquellas necesidades y sus demandas que les afectan más directamente como mujeres, amas de casa y madres. El partido apoya esas demandas y lucha por ellas… Estas necesidades de las mujeres trabajadoras son parte de la causa de los trabajadores como clase.

En el día de la mujer las mujeres organizadas se manifiestan contra su falta de derechos. Pero algunos dicen ¿por qué está separación de las luchas de las mujeres? ¿Por qué hay un día de la Mujer, panfletos especiales para trabajadoras, conferencias y mítines? ¿No es, en fin, una concesión a las feministas y sufraguistas burguesas? Sólo aquellos que no comprendan la diferencia radical entre el movimiento de mujeres socialistas y las sufraguistas burguesas pueden pensar de esa manera.

¿Cuál es el objetivo de las feministas burguesas? Conseguir las mismas ventajas, el mismo poder, los mismos derechos en la sociedad capitalista que poseen ahora sus maridos, padres y hermanos. ¿Cuál es el objetivo de las obreras socialistas? Abolir todo tipo de privilegios que deriven del nacimiento o de la riqueza. A la mujer obrera le es indiferente si su patrón es hombre o mujer.

Las feministas burguesas demandan la igualdad de derechos siempre y en cualquier lugar. Las mujeres trabajadoras responden: demandamos derechos para todos los ciudadanos, hombres y mujeres, pero nosotras no sólo somos mujeres y trabajadoras, también somos madres. Y como madres, como mujeres que tendremos hijos en el futuro, demandamos un cuidado especial del gobierno, protección especial del estado y de la sociedad.

Las feministas burguesas están luchando para conseguir derechos políticos: también aquí nuestros caminos se separan: para las mujeres burguesas, los derechos políticos son simplemente un medio para conseguir sus objetivos más cómodamente y más seguramente en este mundo basado en la explotación de los trabajadores. Para las mujeres obreras, los derechos políticos son un paso en el camino empedrado y difícil que lleva al deseado reino del trabajo.

Los caminos seguidos por las mujeres trabajadoras y las sufraguistas burguesas se han separado hace tiempo. Hay una gran diferencia entre sus objetivos. Hay también una gran contradicción entre los intereses de una mujer obrera y las damas propietarias, entre la sirvienta y su señora… Así pues, los trabajadores no deberían temer que haya un día separado y señalado como el Día de la Mujer, ni que haya conferencias especiales y panfletos o prensa especial para las mujeres.

Cada distinción especial hacia las mujeres en el trabajo de una organización obrera es una forma de elevar la conciencia de las trabajadoras y acercarlas a las filas de aquellos que están luchando por un futuro mejor. El Día de la Mujer y el lento, meticuloso trabajo llevado para elevar la auto-conciencia de la mujer trabajadora están sirviendo a la causa, no de la división, sino de la unión de la clase trabajadora.

Dejad que un sentimiento alegre de servir a la causa común de la clase trabajadora y de luchar simultáneamente por la emancipación femenina inspire a las trabajadoras a unirse a la celebración del Día de la Mujer.

EL COMUNISMO Y LA FAMILIA

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La mujer no depende ya del hombre

¿Se mantendrá la familia en un Estado comunista? ¿Persistirá en la misma forma actual? Son estas cuestiones que atormentan, en los momentos presentes, a la mujer de la clase trabajadora y preocupa igualmente a sus compañeros, los hombres.

No debe extrañarnos que en estos últimos tiempos este problema perturbe las mentes de las mujeres trabajadoras. La vida cambia continuamente ante nuestros ojos; antiguos hábitos y costumbres desaparecen poco a poco. Toda la existencia de la familia proletaria se modifica y organiza en forma tan nueva, tan fuera de lo corriente, tan extraña, como nunca pudimos imaginar.

Y una de las cosas que mayor perplejidad produce en la mujer en estos momentos es la manera como se ha facilitado el divorcio en Rusia.

De hecho, en virtud del decreto del Comisario del Pueblo del 18 de diciembre de 1917, el divorcio ha dejado de ser un lijo accesible sólo a los ricos; desde ahora en adelante, la mujer trabajadora no tendrá que esperar y meses, e incluso hasta años, para que sea fallada su petición de separación matrimonial que le dé derecho a independizarse de un marido borracho o brutal, acostumbrado a golpearla. Desde ahora en adelante el divorcio se podrá obtener amigablemente dentro del periodo de una o dos semanas todo lo más.

Pero es precisamente esta facilidad para obtener el divorcio, manantial de tantas esperanzas para las mujeres que son desgraciadas en su matrimonio, lo que asusta a otras mujeres, particularmente a aquellas que consideran todavía al marido como el “proveedor” de la familia, como el único sostén de la vida, a esas mujeres que no comprenden todavía que deben acostumbrarse a buscar y a encontrar ese sostén en otro sitio, no en la persona del hombre, sino en la persona de la sociedad, en el Estado.

Desde la familia genésica a nuestros días

No hay ninguna razón para pretender engañarnos a nosotros mismos: la familia normal de los tiempos pasados en la cual el hombre lo era todo y la mujer nada -puesto que no tenía voluntad propia, ni dinero propio, ni tiempo del que disponer libremente-, este tipo de familia sufre modificaciones día por día, y actualmente es casi una cosa del pasado, lo cual no debe asustarnos.

Bien sea por error o ignorancia, estamos dispuestos a creer que todo lo que nos rodea debe permanecer inmutable, mientras todo lo demás cambia. Siempre ha sido así y siempre lo será. Esta afirmación es un error profundo.

Para darnos cuenta de su falsedad, no tenemos más que leer cómo vivían las gentes del pasado, e inmediatamente vemos cómo todo está sujeto a cambio y cómo no hay costumbres, ni organizaciones políticas, ni moral que permanezcan fijas e inviolables.

Así, pues, la familia ha cambiado frecuentemente de forma en las diversas épocas de la vida de la humanidad.

Hubo épocas en que la familia fue completamente distinta a como estamos acostumbrados a admitirla. Hubo un tiempo en que la única forma de familia que se consideraba normal era la llamada familia genésica, es decir, aquella en que el cabeza de familia era la anciana madre, en torno a la cual se agrupaban, en la vida y en el trabajo común, los hijos, nietos y biznietos.

La familia patriarcal fue en otros tiempos considerada también como la única forma posible de familia, presidida por un padre-amo, cuya voluntad era ley para todos los demás miembros de la familia. Aún en nuestros tiempos se pueden encontrar en las aldeas rusas familias campesinas de este tipo. En realidad podemos afirmar que en esas localidades la moral y las leyes que rigen la vida familiar son completamente distintas de las que reglamentan la vida de la familia del obrero de la ciudad. En el campo existen todavía gran número de costumbres que ya no es posible encontrar en la familia de la ciudad proletaria.

El tipo de familia, sus costumbres, etc., varían según las razas. Hay pueblos, como por ejemplo los turcos, árabes y persas, entre los cuales la ley autoriza al marido el tener varias mujeres. Han existido y todavía se encuentran tribus que toleran la costumbre contraria, es decir, que la mujer tenga varios maridos.

La moralidad al uso del hombre de nuestro tiempo le autoriza para exigir de las jóvenes la virginidad hasta su matrimonio legítimo. Pero, sin embargo, hay tribus en las que ocurre todo lo contrario: la mujer tiene por orgullo haber tenido muchos amantes, y se engalana brazos y piernas con brazaletes que indican el número…

Diversas costumbres, que a nosotros nos sorprenden, hábitos que podemos incluso calificar de inmorales, los practican otros pueblos, con la sanción divina, mientras que, por su parte, califican de “pecaminosas” muchas de nuestras costumbres y leyes.

Por tanto, no hay ninguna razón para que nos aterroricemos ante el hecho de que la familia sufra un cambio, porque gradualmente se descarten vestigios del pasado vividos hasta ahora, ni porque se implanten nuevas relaciones entre el hombre y la mujer. No tenemos más que preguntarnos: ¿qué es lo que ha muerto en nuestro viejo sistema familiar y qué relaciones hay entre el hombre trabajador y la mujer trabajadora, entre el campesino y la campesina?

¿Cuáles de sus respectivos derechos y deberes armonizan mejor con las condiciones de vida de la nueva Rusia? Todo lo que sea compatible con el nuevo estado de cosas se mantendrá; lo demás, toda esa anticuada morralla que hemos heredado de la maldita época de servidumbre y dominación, que era la característica de los terratenientes y capitalistas, todo eso tendrá que ser barrido juntamente con la misma clase explotadora, con esos enemigos del proletariado y de los pobres.

El capitalismo ha destruido la vieja vida familiar

La familia, en su forma actual, no es más que una de tantas herencias del pasado. Sólidamente unida, compacta en sí misma en sus comienzos, e indisoluble -tal era el carácter del matrimonio santificado por el cura-, la familia era igualmente necesaria para cada uno de sus miembros. Porque ¿quién se hubiera ocupado de criar, vestir y educar a los hijos de no ser la familia? ¿Quién se hubiera ocupado de guiarlos en la vida? Triste suerte la de los huérfanos en aquellos tiempos; era el peor destino que pudiera tocarle a uno en suerte.

En el tipo de familia a que estamos acostumbrados, es el marido el que gana el sustento, el que mantiene a la mujer y a los hijos. La mujer, por su parte, se ocupa de los quehaceres domésticos y de criar a los hijos como le parece.

Pero, desde hace un siglo, esta forma corriente de familia ha experimentado una destrucción progresiva en todos los países del mundo, en los que domina el capitalismo, en aquellos países en que el número de fábricas crece rápidamente, juntamente con otras empresas capitalistas que emplean trabajadores.

Las costumbres y la moral familiar se forman simultáneamente como consecuencia de las condiciones generales de la vida que rodea a la familia. Lo que más ha contribuido a que se modificasen las costumbres familiares de una manera radical ha sido, indiscutiblemente, la enorme expansión que ha adquirido por todas partes el trabajo asalariado de la mujer. Anteriormente, era el hombre el único sostén posible de la familia. Pero desde los últimos cincuenta o sesenta años, hemos experimentado en Rusia (con anterioridad en otros países) que el régimen capitalista obliga a las mujeres a buscar trabajo remunerador fuera de la familia, fuera de su casa.

Treinta millones de mujeres soportan una doble carga

Como el salario del hombre, sostén de la familia, resultaba insuficiente para cubrir las necesidades de la misma, la mujer se vio obligada a su vez a buscar trabajo remunerado; la madre tuvo que llamar también a la puerta de la fábrica. Año por año, día tras día, fue creciendo el número de mujeres pertenecientes a la clase trabajadora que abandonaban sus casas para ir a nutrir las filas de las fábricas, para trabajar como obreras, dependientas, oficinistas, lavanderas o criadas.

Según cálculos de antes de la Gran Guerra, en los países de Europa y América ascendían a sesenta millones las mujeres que se ganaban la vida con su trabajo. Durante la guerra ese número aumentó considerablemente.

La inmensa mayoría de estas mujeres estaban casadas; fácil es imaginarnos la vida familiar que podrían disfrutar. ¡Qué vida familiar puede existir donde la esposa y madre se va de casa durante ocho horas diarias, diez mejor dicho (contando el viaje de ida y vuelta)! La casa queda necesariamente descuidad; los hijos crecen sin ningún cuidado maternal, abandonados a sí mismos en medio de los peligros de la calle, en la cual pasan la mayor parte del tiempo.

La mujer casada, la madre que es obrera, suda sangre para cumplir con tres tareas que pesan al mismo tiempo sobre ella: disponer de las horas necesarias para el trabajo, lo mismo que hace su marido, en alguna industria o establecimiento comercial; consagrarse después, lo mejor posible, a los quehaceres domésticos, y, por último, cuidar de sus hijos.

El capitalismo ha cargado sobre los hombros de la mujer trabajadora un peso que la aplasta; la ha convertido en obrera, sin aliviarla de sus cuidados de ama de casa y madre.

Por tanto, nos encontramos con que la mujer se agota como consecuencia de esta triple e insoportable carga, que con frecuencia expresa con gritos de dolor y hace asomar lágrimas a sus ojos.

Los cuidados y las preocupaciones han sido en todo tiempo destino de la mujer; pero nunca ha sido su vida más desgraciada, más desesperada que en estos tiempos bajo el régimen capitalista, precisamente cuando la industria atraviesa por periodo de máxima expansión.

Los trabajadores aprenden a existir sin vida familiar

Cuanto más se extiende el trabajo asalariado de la mujer, más progresa la descomposición de la familia. ¡Qué vida familiar puede haber donde el hombre y la mujer trabajan en la fábrica, en secciones diferentes, si la mujer no dispone siquiera del tiempo necesario para guisar una comida medianamente buena para sus hijos! ¡Qué vida familiar puede ser la de una familia en la que el padre y la madre pasan fuera de casa la mayor parte de las veinticuatro horas del día, entregados a un duro trabajo, que les impide dedicar unos cuantos minutos a sus hijos!

En épocas anteriores, era completamente diferente. La madre, el ama de casa, permanecía en el hogar, se ocupaba de las tareas domésticas y de sus hijos, a los cuales no dejaba de observar, siempre vigilante.

Hoy día, desde las primeras horas de la mañana hasta que suena la sirena de la fábrica, la mujer trabajadora corre apresurada para llegar a su trabajo; por la noche, de nuevo, al sonar la sirena, vuelve precipitadamente a casa para preparar la sopa y hacer los quehaceres domésticos indispensables. A la mañana siguiente, después de breves horas de sueño, comienza otra vez para la mujer su pesada carga. No puede, pues, sorprendernos, por tanto, el hecho de que, debido a estas condiciones de vida, se deshagan los lazos familiares y la familia se disuelva cada día más. Poco a poco va desapareciendo todo aquello que convertía a la familia en un todo sólido, todo aquello que constituía sus seguros cimientos, la familia es cada vez menos necesaria a sus propios miembros y al Estado. Las viejas formas familiares se convierten en un obstáculo.

¿En qué consistía la fuerza de la familia en los tiempos pasados? En primer lugar, en el hecho de que era el marido, el padre, el que mantenía a la familia; en segundo lugar, el hogar era algo igualmente necesario a todos los miembros de la familia, y en tercer y último lugar, porque los hijos eran educados por los padres.

¿Qué es lo que queda actualmente de todo esto? El marido, como hemos visto, ha dejado de ser el sostén único de la familia. La mujer, que va a trabajar, se ha convertido, a este respecto, en igual a su marido. Ha aprendido no sólo a ganarse la vida, sino también, con gran frecuencia, a ganar la de sus hijos y su marido. Queda todavía, sin embargo, la función de la familia de criar y mantener a los hijos mientras son pequeños. Veamos ahora, en realidad, lo que subsiste de esta obligación.

El trabajo casero no es ya una necesidad

Hubo un tiempo en que la mujer de la clase pobre, tanto en la ciudad como en el campo, pasaba su vida entera en el seno de la familia. La mujer no sabía nada de lo que ocurría más allá del umbral de su casa y es casi seguro que tampoco deseaba saberlo. En compensación, tenía dentro de su casa las más variadas ocupaciones, todas útiles y necesarias, no sólo para la vida de la familia en sí, sino también para la de todo el Estado.

La mujer hacía, es cierto, todo lo que hoy hace cualquier mujer obrera o campesina. Guisaba, lavaba, limpiaba la casa y repasaba la ropa de la familia. Pero no hacía esto sólo. Tenía sobre sí, además, una serie de obligaciones que no tienen ya las mujeres de nuestro tiempo: hilaba la lana y el lino; tejía las telas y los adornos, las medias y los calcetines; hacía encajes y se dedicaba, en la medida de las posibilidades familiares, a las tareas de la conservación de carnes y demás alimentos; destilaba las bebidas de la familia, e incluso moldeaba las velas para la casa.

¡Cuán diversas eran las tareas de la mujer en los tiempos pasados! Así pasaron la vida nuestras madres y abuelas. Aún en nuestros días, allá en remotas aldeas, en pleno campo, en contacto con las líneas del tren o lejos de los grandes ríos, se pueden encontrar pequeños núcleos donde se conserva todavía, sin modificación alguna, este modo de vida de los buenos tiempos del pasado, en la que el ama de casa realizaba una serie de trabajos de los que no tiene noción la mujer trabajadora de las grandes ciudades o de las regiones de gran población industrial, desde hace mucho tiempo.

El trabajo industrial de la mujer en el hogar

En los tiempos de nuestras abuelas eran absolutamente necesarios y útiles todos los trabajos domésticos de la mujer, de los que dependía el bienestar de la familia. Cuanto más se dedicaba la mujer de su casa a estas tareas, tanto mejor era la vida en el hogar, más orden y abundancia se reflejaban en la casa. Hasta el propio Estado podía beneficiarse un tanto de las actividades de la mujer como ama de casa. Porque, en realidad, la mujer de otros tiempos no se limitaba a preparar purés para ella o su familia, sino que sus manos producían muchos otros productos de riqueza, tales como telas, hilo, mantequilla, etc., cosas que podían llevarse al mercado y ser consideradas como mercancías, como cosas de valor.

Es cierto que en los tiempos de nuestras abuelas y bisabuelas el trabajo no era evaluado en dinero. Pero no había ningún hombre, fuera campesino u obrero, que no buscase como compañera una mujer con “manos de oro”, frase todavía proverbial entre el pueblo.

Porque sólo los recursos del hombre, sin el trabajo doméstico de la mujer, no hubieran bastado para mantener el hogar.

En lo que se refiere a los bienes del Estado, a los intereses de la nación, coincidían con los del marido; cuanto más trabajadora resultaba la mujer en el seno de su familia, tantos más productos de todas clases producía: telas, cueros, lana, cuyo sobrante podía ser vendido en el mercado de las cercanías; consecuentemente, la “mujer de su casa” contribuía a aumentar en su conjunto la prosperidad económica del país.

La mujer casada y la fábrica

El capitalismo ha modificado totalmente esta antigua manera de vida. Todo lo que antes se producía en el seno de la familia, se fabrica ahora en grandes cantidades en los talleres y en las fábricas. La máquina sustituyó a los ágiles dedos del ama de casa. ¿Qué mujer de su casa trabajaría hoy día en moldear velas, hilar o tejer tela? Todos estos productos pueden adquirirse en la tienda más próxima. Antes, todas las muchachas tenían que aprender a tejer sus medias; ¿es posible encontrar en nuestros tiempos una joven obrera que se haga las medias? En primer lugar, carece del tiempo necesario para ello. El tiempo es dinero y no hay nadie que quiera perderlo de una manera improductiva, es decir, sin obtener ningún provecho. Actualmente, toda mujer de su casa, que es a la vez una obrera, prefiere comprar las medias hechas que perder tiempo haciéndolas.

Pocas mujeres trabajadoras, y sólo en casos aislados, podemos encontrar hoy día que preparen las conservas para la familia, cuando la realidad es que en la tienda de comestibles de al lado de su casa puede comprarlas perfectamente preparadas. Aun en el caso de que el producto vendido en la tienda sea de una calidad inferior, o que no sea tan bueno como el que pueda hacer una ama de casa ahorrativa en su hogar, la mujer trabajadora no tiene ni tiempo ni energías para dedicarse a todas las laboriosas operaciones que requiere un trabajo de esta clase.

La realidad, pues, es que la familia contemporánea se independiza cada vez más de todos aquellos trabajos domésticos sin cuya preocupación no hubieran podido concebir la vida familiar nuestras abuelas.

Lo que se producía anteriormente en el seno de la familia se produce actualmente con el trabajo común de hombres y mujeres trabajadoras en las fábricas y talleres.

Los quehaceres individuales están llamados a desaparecer

La familia actualmente consume sin producir. Las tareas esenciales del ama de casa han quedado reducidas a cuatro: limpieza (suelos, muebles, calefacción, etc.); cocina (preparación de comida y cena); lavado y cuidado de la ropa blanca, y vestidos de la familia (remendado y repaso de la ropa).

Estos son trabajos agotadores. Consumen todas las energías y todo el tiempo de la mujer trabajadora, que, además, tiene que trabajar en una fábrica.

Ciertamente que los quehaceres de nuestras abuelas comprendían muchas más operaciones, pero, sin embargo, estaban dotados de una cualidad de la que carecen los trabajos domésticos de la mujer obrera de nuestros días; éstos han perdido su cualidad de trabajos útiles al Estado desde el punto de vista de la economía nacional, porque son trabajos con los que no se crean nuevos valores. Con ellos no se contribuye a la prosperidad del país.

Es en vano que la mujer trabajadora se pase el día desde la mañana hasta la noche limpiando su casa, lavando y planchando la ropa, consumiendo sus energías para conservar sus gastadas ropas en orden, matándose para preparar con sus modestos recursos la mejor comida posible, porque cuando termine el día no quedará, a pesar de sus esfuerzos, un resultado material de todo su trabajo diario; con sus manos infatigables no habrá creado en todo el día nada que pueda ser considerado como una mercancía en el mercado comercial. Mil años que viviera todo seguiría igual para la mujer trabajadora. Todas las mañanas habría que quitar polvo de la cómoda; el marido vendría con ganas de cenar por la noche y sus chiquitines volverían siempre a casa con los zapatos llenos de barro… El trabajo del ama de casa reporta cada día menos utilidad, es cada vez más improductivo.

La aurora del trabajo casero colectivo

Los trabajos caseros en forma individual han comenzado a desaparecer y de día en día van siendo sustituidos por el trabajo casero colectivo, y llegará un día, más pronto o más tarde, en que la mujer trabajadora no tendrá que ocuparse de su propio hogar.

En la Sociedad Comunista del mañana, estos trabajos serán realizados por una categoría especial de mujeres trabajadoras dedicadas únicamente a estas ocupaciones.

Las mujeres de los ricos, hace ya mucho tiempo que viven libres de estas desagradables y fatigosas tareas. ¿Por qué tiene la mujer trabajadora que continuar con esta pesada carga?

En la Rusia Soviética, la vida de la mujer trabajadora debe estar rodeada de las mismas comodidades, la misma limpieza, la misma higiene, la misma belleza, que hasta ahora constituía el ambiente de las mujeres pertenecientes a las clases adineradas. En una Sociedad Comunista la mujer trabajadora no tendrá que pasar sus escasas horas de descanso en la cocina, porque en la Sociedad Comunista existirán restaurantes públicos y cocinas centrales en los que podrá ir a comer todo el mundo.

Estos establecimientos han ido en aumento en todos los países, incluso dentro del régimen capitalista. En realidad, se puede decir que desde hace medio siglo aumentan de día en día en todas las ciudades de Europa; crecen como las setas después de la lluvia otoñal. Pero mientras en un sistema capitalista sólo gentes con bolsas bien repletas pueden permitirse el gusto de comer en los restaurantes, en una ciudad comunista estarán al alcance de todo el mundo.

Lo mismo se puede decir del lavado de la ropa y demás trabajos caseros. La mujer trabajadora no tendrá que ahogarse en un océano de porquería ni estropearse la vista remendando y cosiendo la ropa por las noches. No tendrá más que llevarla cada semana a los lavaderos centrales para ir a buscarla después lavada y planchada. De este modo tendrá la mujer trabajadora una preocupación menos.

La organización de talleres especiales para repasar y remendar la ropa ofrecerán a la mujer trabajadora la oportunidad de dedicarse por las noches a lecturas instructivas, a distracciones saludables, en vez de pasarlas como hasta ahora en tareas agotadoras.

Por tanto, vemos que las cuatro últimas tareas domésticas que todavía pesan sobre la mujer de nuestros tiempos desaparecerán con el triunfo del régimen comunista.

No tendrá de qué quejarse la mujer obrera, porque la Sociedad Comunista habrá terminado con el yugo doméstico de la mujer para hacer su vida más alegre, más rica, más libre y más completa.

La crianza de los hijos en el régimen capitalista

¿Qué quedará de la familia cuando hayan desaparecido todos estos quehaceres del trabajo casero individual? Todavía tendremos que luchar con el problema de los hijos. Pero en lo que se refiere a esta cuestión, el Estado de los Trabajadores acudirá en auxilio de la familia, sustituyéndola; gradualmente, la Sociedad se hará cargo de todas aquellas obligaciones que antes recaían sobre los padres.

Bajo el régimen capitalista la instrucción del niño ha cesado de ser una obligación de los padres. El niño aprende en la escuela. En cuanto el niño entra en la edad escolar, los padres respiran más libremente. Cuando llega este momento, el desarrollo intelectual del hijo deja de ser un asunto de su incumbencia.

Sin embargo, con ello no terminaban todas las obligaciones de la familia con respecto al niño. Todavía subsistía la obligación de alimentar al niño, de calzarle, vestirle, convertirlo en obrero diestro y honesto para que, con el tiempo, pudiera bastarse a sí propio y ayudar a sus padres cuando éstos llegaran a viejos.

Pero lo más corriente era, sin embargo, que la familia obrera no pudiera casi nunca cumplir enteramente estas obligaciones con respecto a sus hijos. El reducido salario de que depende la familia obrera no le permite ni tan siquiera dar a sus hijos lo suficiente para comer, mientras que el excesivo trabajo que pesa sobre los padres les impide dedicar a la educación de la joven generación toda la atención a que obliga este deber. Se daba por sentado que la familia se ocupaba de la crianza de los hijos. ¿Pero lo hacía en realidad? Más justo sería decir que es en la calle donde se crían los hijos de los proletarios. Los niños de la clase trabajadora desconocen las satisfacciones de la vida familiar, placeres de los cuales participamos todavía nosotros con nuestros padres.

Pero, además, hay que tener en cuenta que lo reducido de los jornales, la inseguridad en el trabajo y hasta el hambre convierten frecuentemente al niño de diez años de la clase trabajadora en un obrero independiente a su vez. Desde este momento, tan pronto como el hijo (lo mismo si es chico o chica) comienza a ganar un jornal, se considera a sí mismo dueño de su persona, hasta tal punto que las palabras y los consejos de sus padres dejan de causarle la menor impresión, es decir, que se debilita la autoridad de los padres y termina la obediencia.

A medida que van desapareciendo uno a uno los trabajos domésticos de la familia, todas las obligaciones de sostén y crianza de los hijos son desempeñadas por la sociedad en lugar de por los padres. Bajo el sistema capitalista, los hijos eran con demasiada frecuencia, en la familia proletaria, una carga pesada e insostenible.

El niño y el Estado comunista

En este aspecto también acudirá la Sociedad Comunista en auxilio de los padres. En la Rusia Soviética se han emprendido, merced a los Comisariados de Educación Pública y Bienestar Social, grandes adelantos. Se puede decir que en este aspecto se han hecho ya muchas cosas para facilitar la tarea de la familia de criar y mantener a los hijos.

Existen ya casas para los niños lactantes, guardería infantiles, jardines de la infancia, colonias y hogares para niños, enfermerías y sanatorios para los enfermos o delicados, restaurantes, comedores gratuitos para los discípulos en escuelas, libros de estudio gratuitos, ropas de abrigo y calzado para los niños de los establecimientos de enseñanza. ¿Todo esto no demuestra suficientemente que el niño sale ya del marco estrecho de la familia, pasando la carga de su crianza y educación de los padres a la colectividad?

Los cuidados de los padres con respecto a los hijos pueden clasificarse en tres grupos: 1º, cuidados que los niños requieren imprescindiblemente en los primeros tiempos de su vida; 2º, los cuidados que supone la crianza del niño, y 3º, los cuidados que necesita la educación del niño.

Lo que se refiere a la instrucción de los niños, en escuelas primarias, institutos y universidades, se ha convertido ya en una obligación del Estado, incluso en la sociedad capitalista.

Por otra parte, las ocupaciones de la clase trabajadora, las condiciones de vida, obligaban, incluso en la sociedad capitalista, a la creación de lugares de juego, guarderías, asilos, etc. Cuanto más conciencia tenga la clase trabajadora de sus derechos, cuanto mejor estén organizados en cualquier Estado específico, tanto más interés tendrá la sociedad en el problema de aliviar a la familia del cuidado de los hijos.

Pero la sociedad burguesa tiene medio de ir demasiado lejos en lo que respecta a considerar los intereses de la clase trabajadora, y mucho más si contribuye de este modo a la desintegración de la familia.

Los capitalistas se dan perfecta cuenta de que el viejo tipo de familia, en la que la esposa es una esclava y el hombre es responsable del sostén y bienestar de la familia, de que una familia de esta clase es la mejor arma para ahogar los esfuerzos del proletariado hacia su libertad, para debilitar el espíritu revolucionario del hombre y de la mujer proletarios. La preocupación por lo que le pueda pasar a su familia, priva al obrero de toda su firmeza, le obliga a transigir con el capital. ¿Qué no harán los padres proletarios cuando sus hijos tienen hambre?

Contrariamente a lo que sucede en la sociedad capitalista, que no ha sido capaz de transformar la educación de la juventud en una verdadera función social, en una obra del Estado, la Sociedad Comunista considerará como base real de sus leyes y costumbres, como la primera piedra del nuevo edificio, la educación social de la generación naciente.

No será la familia del pasado, mezquina y estrecha, con riñas entre los padres, con sus intereses exclusivistas para sus hijos, la que moldeará el hombre de la sociedad del mañana.

El hombre nuevo, de nuestra nueva sociedad, será moldeado por las organizaciones socialistas, jardines infantiles, residencias, guarderías de niños, etc., y muchas otras instituciones de este tipo, en las que el niño pasará la mayor parte del día y en las que educadores inteligentes le convertirán en un comunista consciente de la magnitud de esta inviolable divisa: solidaridad, camaradería, ayuda mutua y devoción a la vida colectiva.

La subsistencia de la madre asegurada

Veamos ahora, una vez que no se precisa atender a la crianza y educación de los hijos, qué es lo que quedará de las obligaciones de la familia con respecto a sus hijos, particularmente después que haya sido aliviada de la mayor parte de los cuidados materiales que llevan consigo el nacimiento de un hijo, o sea, a excepción de los cuidados que requiere el niño recién nacido cuando todavía necesita de la atención de su madre, mientras aprende a andar, agarrándose a las faldas de su madre. En esto también el Estado Comunista acude presuroso en auxilio de la madre trabajadora. Ya no existirá la madre agobiada con un chiquillo en brazos. El Estado de los Trabajadores se encargará de la obligación de asegurar la subsistencia a todas las madres, estén o no legítimamente casadas, en tanto que amamanten a su hijo; instalará por doquier casas de maternidad, organizará en todas las ciudades y en todos los pueblos guarderías e instituciones semejantes para que la mujer pueda ser útil trabajando para el Estado mientras, al mismo tiempo, cumple sus funciones de madre.

El matrimonio dejará de ser una cadena

Las madres obreras no tienen por qué alarmarse. La Sociedad Comunista no pretende separar a los hijos de los padres, ni arrancar al recién nacido del pecho de su madre. No abriga la menor intención de recurrir a la violencia para destruir la familia como tal. Nada de eso. Estas no son las aspiraciones de la Sociedad Comunista.

¿Qué es lo que presenciamos hoy? Pues que se rompen los lazos de la gastada familia. Esta, gradualmente, se va libertando de todos los trabajos domésticos que anteriormente eran otros tantos pilares que sostenían la familia como un todo social. ¿Los cuidados de la limpieza, etc., de la casa? También parece que han demostrado su inutilidad. ¿Los hijos? Los padres proletarios no pueden ya atender a su cuidado; no se pueden asegurar ni su subsistencia ni su educación.

Estas es la situación real cuyas consecuencias sufren por igual los padres y los hijos.

Por tanto, la Sociedad Comunista se acercará al hombre y a la mujer proletarios para decirles: “Sois jóvenes y os amáis”. Todo el mundo tiene derecho a la felicidad. Por eso debéis vivir vuestra vida. No tengáis miedo al matrimonio, aun cuando el matrimonio no fuera más que una cadena para el hombre y la mujer de la clase trabajadora en la sociedad capitalista. Y, sobre todo, no temáis, siendo jóvenes y saludables, dar a vuestro país nuevos obreros, nuevos ciudadanos niños. La sociedad de los trabajadores necesita de nuevas fuerzas de trabajo; saluda la llegada de cada recién venido al mundo. Tampoco temáis por el futuro de vuestro hijo; vuestro hijo no conocerá el hambre, ni el frío. No será desgraciado, ni quedará abandonado a su suerte como sucedía en la sociedad capitalista. Tan pronto como el nuevo ser llegue al mundo, el Estado de la clase Trabajadora, la Sociedad Comunista, asegurará el hijo y a la madre una ración para su subsistencia y cuidados solícitos. La Patria comunista alimentará, criará y educará al niño. Pero esta patria no intentará, en modo alguno, arrancar al hijo de los padres que quieran participar en la educación de sus pequeñuelos. La Sociedad Comunista tomará a su cargo todas las obligaciones de la educación del niño, pero nunca despojará de las alegrías paternales, de las satisfacciones maternales a aquellos que sean capaces de apreciar y comprender estas alegrías. ¿Se puede, pues, llamar a esto destrucción de la familia por la violencia o separación a la fuerza de la madre y el hijo?

La familia como unión de afectos y camaradería

Hay algo que no se puede negar, y es el hecho de que ha llegado su hora al viejo tipo de familia. No tiene de ello la culpa el comunismo: es el resultado del cambio experimentado por la condiciones de vida. La familia ha dejado de ser una necesidad para el Estado como ocurría en el pasado.

Todo lo contrario, resulta algo peor que inútil, puesto que sin necesidad impide que las mujeres de la clase trabajadora puedan realizar un trabajo mucho más productivo y mucho más importante. Tampoco es ya necesaria la familia a los miembros de ella, puesto que la tarea de criar a los hijos, que antes le pertenecía por completo, pasa cada vez más a manos de la colectividad.

Sobre las ruinas de la vieja vida familiar, veremos pronto resurgir una nueva forma de familia que supondrá relaciones completamente diferentes entre el hombre y la mujer, basadas en una unión de afectos y camaradería, en una unión de dos personas iguales en la Sociedad Comunista, las dos libres, las dos independientes, las dos obreras. ¡No más “sevidumbre” doméstica para la mujer! ¡No más desigualdad en el seno mismo de la familia! ¡No más temor por parte de la mujer de quedarse sin sostén y ayuda si el marido la abandona!

La mujer, en la Sociedad Comunista, no dependerá de su marido, sino que sus robustos brazos serán los que la proporcionen el sustento. Se acabará con la incertidumbre sobre la suerte que puedan correr los hijos. El Estado comunista asumirá todas estas responsabilidades. El matrimonio quedará purificado de todos sus elementos materiales, de todos los cálculos de dinero que constituyen la repugnante mancha de la vida familiar de nuestro tiempo. El matrimonio se transformará desde ahora en adelante en la unión sublime de dos almas que se aman, que se profesen fe mutua; una unión de este tipo promete a todo obrero, a toda obrera, la más completa felicidad, el máximo de la satisfacción que les puede caber a criaturas conscientes de sí mismas y de la vida que les rodea.

Esta unión libre, fuerte en el sentimiento de camaradería en que está inspirada, en vez de la esclavitud conyugal del pasado, es lo que la sociedad comunista del mañana ofrecerá a hombres y mujeres.

Una vez se hayan transformado las condiciones de trabajo, una vez haya aumentado la seguridad material de la mujer trabajadora; una vez haya desaparecido el matrimonio tal y como lo consagraba la Iglesia -esto es, el llamado matrimonio indisoluble, que no era en el fondo más que un mero fraude-, una vez este matrimonio sea sustituido por la unión libre y honesta de hombres y mujeres que se aman y son camaradas, habrá comenzado a desaparecer otro vergonzoso azote, otra calamidad horrorosa que mancilla a la humanidad y cuyo peso recae por entero sobre el hambre de la mujer trabajadora: la prostitución.

Se acabará para siempre la prostitución

Esta vergüenza se la debemos al sistema económico hoy en vigor, a la existencia de la propiedad privada. Una vez haya desaparecido la propiedad privada, desaparecerá automáticamente el comercio de la mujer.

Por tanto, la mujer de la clase trabajadora debe dejar de preocuparse porque esté llamada a desaparecer la familia tal y conforme está constituida en la actualidad. Sería mucho mejor que saludaran con alegría la aurora de una nueva sociedad, que liberará a la mujer de la servidumbre doméstica, que aliviará la carga de la maternidad para la mujer, una sociedad en la que, finalmente, veremos desaparecer la más terrible de las maldiciones que pesan sobre la mujer: la prostitución.

La mujer, a la que invitamos a que luche por la gran causa de la liberación de los trabajadores, tiene que saber que en el nuevo Estado no habrá motivo alguno para separaciones mezquinas, como ocurre ahora.

“Estos son mis hijos. Ellos son los únicos a quienes debo toda mi atención maternal, todo mi afecto; ésos son hijos tuyos; son los hijos del vecino. No tengo nada que ver con ellos. Tengo bastante con los míos propios”.

Desde ahora, la madre obrera que tenga plena conciencia de su función social, se elevará a tal extremo que llegará a no establecer diferencias entre “los tuyos y los míos”; tendrá que recordar siempre que desde ahora no habrá más que “nuestros” hijos, los del Estado Comunista, posesión común de todos los trabajadores.

La igualdad social del hombre y la mujer

El Estado de los Trabajadores tiene necesidad de una nueva forma de relación entre los sexos. El cariño estrecho y exclusivista de la madre por sus hijos tiene que ampliarse hasta dar cabida a todos los nuños de la gran familia proletaria.

En vez del matrimonio indisoluble, basado en la servidumbre de la mujer, veremos nacer la unión libre fortificada por el amor y el respeto mutuo de dos miembros del Estado Obrero, iguales en sus derechos y en sus obligaciones.

En vez de la familia de tipo individual y egoísta, se levantará una gran familia universal de trabajadores, en la cual todos los trabajadores, hombres y mujeres, serán ante todo obreros y camaradas. Estas serán las relaciones entre hombres y mujeres en la Sociedad Comunista de mañana. Estas nuevas relaciones asegurarán a la humanidad todos los goces del llamado amor libre, ennoblecido por una verdadera igualdad social entre compañeros, goces que son desconocidos en la sociedad comercial del régimen capitalista.

¡Abrid paso a la existencia de una infancia robusta y sana; abrid paso a una juventud vigorosa que ame la vida con todas sus alegrías, una juventud libre en sus sentimientos y en sus afectos!

Esta es la consigna de la Sociedad Comunista. En nombre de la igualdad, de la libertad y del amor, hacemos un llamamiento a todas las mujeres trabajadoras, a todos los hombres trabajadores, mujeres campesinas y campesinos para que resueltamente y llenos de fe se entreguen al trabajo de reconstrucción de la sociedad humana para hacerla más perfecta, más justa y más capaz de asegurar al individuo la felicidad a que tiene derecho.

La bandera roja de la revolución social que ondeará después de Rusia en otros países del mundo proclama que no está lejos el momento en el que podamos gozar del cielo en la tierra, a lo que la humanidad aspira desde hace siglos.

LA PROSTITUCIÓN Y CÓMO COMBATIRLA

Discurso a la tercera conferencia de dirigentes de los Departamentos Regionales de la Mujer de toda Rusia en 1921.

Camaradas, la cuestión de la prostitución es un tema difícil y espinoso al que se le ha prestado muy poca atención en la Rusia soviética. Esta oscura herencia de nuestro pasado capitalista continúa envenenando el ambiente de la república de los trabajadores y afecta a la salud física y moral de los obreros de la Rusia soviética. Es cierto que en tres años de revolución la naturaleza de la prostitución ha variado un poco bajo la presión de las cambiantes condiciones económico-sociales. Pero estamos todavía lejos de librarnos de este mal. La prostitución sigue existiendo y amenaza el sentimiento de solidaridad y camaradería entre los obreros y las obreras, los miembros de la república de los trabajadores. Y este sentimiento es el cimiento, la base de la sociedad comunista que estamos construyendo y haciendo realidad. Es hora de que afrontemos este problema. Es hora de que reflexionemos y atendamos a los motivos que dan lugar a la prostitución. Es hora de que encontremos formas y medios de deshacernos de una vez por todas de este mal, para el cual no hay lugar en una república de los trabajadores.

Nuestra república de los trabajadores hasta ahora no ha aprobado leyes enfocadas a la erradicación de la prostitución, y ni siquiera ha publicado una redacción prestigiosa y científica de la consideración de que la prostitución es algo que perjudica al colectivo. Sabemos que la prostitución es un mal, hasta reconocemos que, en este momento, en este período de transición tan complejo, la prostitución se ha vuelto extremadamente común. Pero hemos dejado de lado el asunto, nos hemos quedado callados al respecto. En parte por las actitudes hipócritas que hemos heredado de la burguesía, y en parte por nuestra propia reticencia a considerar y ponernos de acuerdo sobre el perjuicio que causan el incremento y la extensión masiva de la prostitución en el colectivo obrero. Y nuestra desgana en la lucha contra la prostitución se ha visto reflejada en nuestra legislación.

Hasta ahora no hemos aprobado ningún estatuto que reconozca la prostitución como un fenómeno social perjudicial. Cuando las viejas leyes zaristas fueron derogadas por el Consejo de Comisarios del Pueblo, se suprimieron todos los estatutos sobre la prostitución. Pero no se presentaron nuevas medidas basadas en los intereses del pueblo trabajador. Por consiguiente, la política de las autoridades soviéticas hacia las prostitutas y la prostitución se ha caracterizado por su diversidad y sus contradicciones. En algunas áreas la policía todavía detiene a prostitutas igual que en los viejos tiempos. En otros lugares, subsisten burdeles muy abiertamente (la Comisión Interdepartamental para la Lucha contra la Prostitución tiene datos sobre esto). Y hay otros sitios donde las prostitutas son consideradas criminales y son recluidas en campos de trabajos forzados. Las diferentes actitudes de las autoridades locales resaltan así la ausencia de un estatuto reconocido ya redactado. Nuestra actitud vaga hacia este complejo fenómeno social es la responsable de algunas distorsiones y desviaciones de los principios subyacentes a nuestra legislación y moral.

Debemos por tanto no sólo encarar el problema de la prostitución sino buscar una solución que esté en la línea de nuestros principios fundamentales y el programa de transformación económica y social que sigue el partido de los comunistas. Debemos, sobre todo, definir claramente qué es la prostitución. La prostitución es un fenómeno que está estrechamente ligado a las rentas, y se desarrolla y prospera en la época dominada por el capital y la propiedad privada. Las prostitutas, desde nuestro punto de vista, son mujeres que venden su cuerpo a cambio de beneficio material –por comida decente, por ropa y otras ventajas–; son prostitutas todas aquellas que evitan la necesidad de trabajar entregándose a sí mismas a un hombre, ya sea por un tiempo o de por vida.

Nuestra república soviética de trabajadores ha heredado la prostitución del pasado capitalista, donde sólo un pequeño número de mujeres trabajaban directamente en la economía nacional y la mayoría contaba con el sostén masculino de la familia, con el padre o el marido. La prostitución surgió con los primeros Estados como una sombra inevitable de la institución oficial del matrimonio, que estaba concebido para preservar los derechos de la propiedad privada y garantizar la herencia de la propiedad a través de un linaje de herederos legítimos.

La institución del matrimonio hizo posible impedir que la riqueza acumulada fuera desperdigada entre un gran número de “herederos”. Pero hay una gran diferencia entre la prostitución de Grecia y Roma y la prostitución que conocemos hoy. En los tiempos antiguos el número de prostitutas era pequeño, y no existía esa hipocresía, esencia de la moral del mundo burgués, que fuerza a la sociedad burguesa a quitarse el sombrero respetuosamente ante la “legítima esposa” de un magnate industrial (la cual obviamente se ha vendido a un marido al que no ama) para repudiar a una chica que ha sido forzada a las calles a causa de la pobreza, la indigencia, el desempleo y otras situaciones sociales que se derivan de la existencia del capitalismo y la propiedad privada. El mundo antiguo tenía a la prostitución como el complemento legal a las relaciones exclusivamente familiares. Aspasia, la amante de Pericles, era respetada por sus contemporáneos mucho más que las insulsas mujeres del aparato de reproducción [entiéndase aquí aparato como conjunto de personas – nota del traductor].

En la Edad Media, donde predominaba la producción artesanal, la prostitución era aceptada como algo natural y legítimo. Las prostitutas tenían sus propios gremios y participaban en festivales y actividades locales de igual manera que los otros gremios. La prostituta aseguraba que las hijas de los respetables ciudadanos permanecieran castas y sus mujeres fieles, ya que los hombres solteros podían, por una retribución, acudir a las miembros del gremio para obtener consuelo. La prostitución se tornaba así beneficiosa para los respetables propietarios y era abiertamente aceptada por ellos.

Con el ascenso del capitalismo, la situación cambia. En los siglos XIX y XX la prostitución alcanza proporciones amenazantes por primera vez. La venta del trabajo de la mujer, que está estrecha e inseparablemente conectada a la venta del cuerpo femenino, se incrementa ininterrumpida-mente, llevando a una situación donde la respetada esposa de un obrero, y no sólo la abandonada y “deshonrada” chica, se une a las filas de las prostitutas: una madre por el bien de sus hijos, o una joven como Sonya Marmeladova por el bien de su familia. Este es el horror y la desesperanza que resulta de la explotación del trabajo por el capital. Cuando los salarios de una mujer son insuficientes para mantenerla viva, la venta de favores parece una posible ocupación complementaria. La moral hipócrita de la sociedad burguesa fomenta la prostitución por la estructura de su economía explotadora, mientras que al mismo tiempo cubre con desprecio a cualquier chica o mujer que es forzada a tomar este camino.

La sombra negra de la prostitución acecha al matrimonio legal de la sociedad burguesa. La historia nunca antes ha presenciado tal crecimiento de la prostitución como ha ocurrido en la última parte del siglo XIX y el siglo XX. En Berlín hay una prostituta por cada veinte de las llamadas mujeres honestas. En París la proporción es de una de cada dieciocho y en Londres de una de cada nueve. Existen diferentes tipos de prostitución: existe una prostitución abierta, que es legal y está sujeta a regulación, y está el tipo secreto, “temporal”. Todas las formas de prostitución florecen como una flor venenosa en los barrizales del estilo de vida burgués.

El mundo de la burguesía no perdona ni a las niñas, forzando a las chicas jóvenes de nueve y diez años a los sórdidos abusos de ancianos ricos y depravados. En los países capitalistas hay burdeles que se especializan exclusivamente en chicas jovencísimas. En el actual período de posguerra, toda mujer tiene que afrontar la posibilidad del desempleo. El paro azota a la mujer en particular y causa un enorme incremento del ejército de las “mujeres callejeras”. Masas hambrientas de mujeres en busca de compradores de “blancas” inundan de noche las calles de Berlín, París y otros centros desarrollados de los Estados capitalistas. El comercio con los cuerpos de mujeres se desarrolla muy a la luz, lo cual no debe sorprendernos si consideramos que toda la vida burguesa está basada en la compra y la venta. Hay un elemento innegable de consideraciones materiales y económicas incluso en el más legal de los matrimonios. La prostitución es la única salida para la mujer que no puede mantenerse permanentemente. La prostitución bajo el capitalismo les da la oportunidad a los hombres de tener relaciones sexuales sin tener que asumir la responsabilidad de mantener a las mujeres hasta la tumba.

Pero si la prostitución tiene tanto arraigo y está tan extendida, hasta en la misma Rusia, ¿cómo debemos luchar contra ella? Para responder a esta cuestión debemos primero analizar con más detalle los factores que hacen surgir la prostitución. A la ciencia burguesa y sus académicos les encanta demostrar al mundo que la prostitución es un fenómeno patológico, por ejemplo, que es el resultado de las anormalidades de algunas mujeres. Del mismo modo que algunas personas son criminales por naturaleza, algunas mujeres, se argumenta, son prostitutas por naturaleza.

Independientemente de dónde o cómo tales mujeres pudieran haber vivido, se habrían dedicado a una vida de pecadoras. Los marxistas y los académicos, médicos y estadísticos más conscientes han demostrado claramente la idea de que la “disposición innata” es falsa. La prostitución es sobre todo un fenómeno social; está estrechamente conectado a la necesitada posición de la mujer y su dependencia económica con respecto al hombre en el matrimonio y la familia. Las raíces de la prostitución están en la economía. La mujer, por un lado, está en una posición económicamente vulnerable, y, por el otro, condicionada por siglos de educación para esperar favores materiales de un hombre a cambio de favores sexuales – ya se den estos dentro o fuera de la atadura del matrimonio. Esta es la raíz del problema. Aquí está el origen de la prostitución.

Si los académicos burgueses de la escuela Lombroso-Tarnovsky estuviesen en lo cierto al mantener que las prostitutas nacen con el sello de la corrupción y la anormalidad sexual, ¿cómo se explicaría algo que es bien sabido por todos: que en tiempos de crisis y desempleo el número de prostitutas se incrementa inmediatamente? ¿Cómo se explicaría que los proveedores de “mercancía humana” que llegaban a la Rusia zarista provenientes de otros países de Europa occidental siempre encontraban una buena cosecha en zonas donde los cultivos habían sido un fracaso y la población estaba sufriendo de hambre, mientras que venían con nuevos empleados desde lejanas regiones de abundancia? ¿Por qué tantas de las mujeres que supuestamente están destinadas por naturaleza a la ruina sólo se han dado a la prostitución en años de hambre y desempleo?

Es también significativo que en los países capitalistas la prostitución recluta a sus empleados de entre los sectores desposeídos de la población. Trabajo mal pagado, indigencia, pobreza extrema y la necesidad de mantener a los hermanos y hermanas más pequeños: estos son los factores causantes del mayor número de prostitutas. Si las teorías burguesas sobre la disposición innata corrupta y criminal fueran ciertas, entonces todas las clases de la población deberían contribuir igualmente a la prostitución. Debería haber la misma proporción de mujeres corruptas entre los ricos y entre los pobres. Pero las prostitutas profesionales, mujeres que viven de sus propios cuerpos, son contratadas de las clases pobres con raras excepciones. La pobreza, el hambre, la privación y las flagrantes desigualdades sociales, que son la base del orden burgués, conducen a estas mujeres a la prostitución.

O de nuevo uno puede señalar que las prostitutas en los países capitalistas tienen en su mayoría entre 13 y 20 años, de acuerdo con las estadísticas. Las niñas y las mujeres jóvenes, en otras palabras. Y la mayoría de estas chicas están solas y sin hogar. Las niñas criadas en ambientes ricos que tienen una estupenda familia burguesa que las protege rara vez caen en la prostitución. Las excepciones son generalmente víctimas de trágicas circunstancias. Por lo común son víctimas de la “doble moral” hipócrita. La familia burguesa abandona a la chica que ha “pecado” y ella –sola, sin mantenimiento y estigmatizada por el desprecio de la sociedad– ve en la prostitución la única salida.

Podemos por tanto enumerar como factores causantes de la prostitución: los salarios bajos, las desigualdades sociales, la dependencia económica de la mujer respecto al hombre, y la mala costumbre por la cual las mujeres esperan ser mantenidas a cambio de favores sexuales en vez de a cambio de su trabajo.

La revolución obrera en Rusia ha destrozado las bases del capitalismo y ha asestado un duro golpe a la antigua dependencia de la mujer respecto al hombre. Todos los ciudadanos son iguales ante la comunidad del trabajo. Están obligados por igual a trabajar por el bien común y son aptos por igual para el apoyo del colectivo cuando lo necesiten. Una mujer se mantiene no mediante el matrimonio sino por el papel que juega en la producción y por la contribución que realiza a la riqueza popular. Las relaciones entre los sexos se están transformando. Pero todavía somos prisioneros de las viejas ideas. Además, la estructura económica está lejos de ser completamente organizada de un modo nuevo, y el comunismo queda aún muy lejos. En este período de transición es natural que la prostitución siga teniendo un fuerte arraigo. Al fin y al cabo, aunque las causas principales de la prostitución –la propiedad privada y la política de fortalecimiento de la familia– han sido eliminadas, otros factores tienen peso. La indigencia, el abandono, las condiciones insalubres en las viviendas, la soledad y los bajos salarios para la mujer se mantienen en nuestros días. Nuestro aparato productivo sigue desplomado y continúa la dislocación de la economía nacional. Estas y otras condiciones económico-sociales llevan a la mujer a prostituirse.

Luchar contra la prostitución significa sobre todo luchar contra estas condiciones –en otras palabras, significa apoyar la política general del gobierno soviético–, que está dirigida al fortalecimiento de las bases del comunismo y la organización de la producción.

Algunos podrían decir que no se necesita ninguna campaña especial, puesto que la prostitución estará fuera de lugar una vez que el poder de los obreros y las bases del comunismo estén fortalecidos. Este tipo de argumento no tiene en cuenta el efecto dañino y divisor que tiene la prostitución en la construcción de una nueva sociedad comunista.

La consigna correcta fue formulada en el primer Congreso de la Mujer Obrera y Campesina de Toda Rusia: “Una mujer de la república obrera soviética es una ciudadana libre con iguales derechos, y no puede ni debe ser objeto de compra y venta”. La consigna se proclamó, pero no se hizo nada. Sobre todo la prostitución perjudica la economía nacional y obstaculiza el desarrollo de las fuerzas productivas. Sabemos que sólo podemos superar el caos y mejorar la industria si empleamos los esfuerzos y las energías de los obreros y si organizamos la fuerza de trabajo disponible de los hombres y las mujeres de la manera más racional posible. ¡Abajo el trabajo improductivo de las tareas domésticas y del cuidado de los niños! Abrir paso al trabajo que está organizado y es productivo, y que sirve a la comunidad del trabajo. Estas son las consignas que nos deben ocupar.

¿Y qué es, después de todo, la prostituta profesional? Es una persona cuya energía no es usada por y para el colectivo; una persona que vive de los demás, tomando de las raciones de los demás. ¿Se puede permitir esto en una república de los trabajadores? No. No puede ser permitido, porque reduce las reservas de energía y el número de las manos laboriosas que están creando la riqueza nacional y el bienestar general. Desde el punto de vista de la economía nacional la prostituta profesional es una desertora del trabajo. Por esta razón debemos oponernos sin compasión a la prostitución. Por los intereses de la economía debemos empezar una lucha inmediata por reducir el número de prostitutas y eliminar la prostitución en todas sus formas.

Es hora de que entendamos que la existencia de la prostitución contradice los principios básicos de una república de los trabajadores que lucha contra toda forma de salario inmerecido. En los tres años de revolución nuestras ideas sobre este tema han cambiado mucho. Una nueva filosofía, que tiene poco en común con las viejas ideas, está forjándose. Hace tres años considerábamos a un comerciante una persona totalmente respetable. Asegurándonos de que sus cuentas estaban en orden y no engañaba ni estafaba a su cliente de una forma demasiado clara, era recompensado con el título de “comerciante de primera”, “estimado ciudadano”, etc.

Desde la revolución las actitudes hacia el comercio y los comerciantes han cambiado radicalmente. Ahora llamamos al “comerciante honrado” un especulador, y en vez de recompensarlo con títulos honorarios lo llevamos ante una comisión especial y lo ponemos en un campo de trabajos forzados. ¿Por qué hacemos esto? Porque sabemos que solamente podemos construir una nueva economía comunista si todos los ciudadanos adultos se implican en el trabajo productivo. La persona que no trabaja y que vive de alguien o de un salario inmerecido perjudica al colectivo y a la república. Nosotros, por tanto, perseguimos a los especuladores, a los comerciantes y a los acaparadores, ya que todos viven de las rentas. Debemos luchar contra la prostitución como otra forma de deserción laboral.

Por tanto, no condenamos la prostitución y luchamos contra ella como una categoría especial sino como un tipo de deserción laboral. Para nosotros en la república de los trabajadores no es importante si una mujer se vende a un hombre o a muchos, si está considerada como una prostituta profesional vendiendo sus favores a unos clientes o como esposa vendiéndose a su marido. Todas las mujeres que evitan el trabajo y no toman parte en la producción o en el cuidado de los niños se exponen a la posibilidad de que, al igual que a las prostitutas, se las fuerce a trabajar. No podemos diferenciar entre una prostituta y una esposa legítima mantenida por su esposo, –quienquiera que sea su marido– incluso si es un “comisario”. El fracaso a la hora de formar parte del trabajo productivo es el hilo común que conecta a todos los desertores del trabajo. El colectivo obrero condena a la prostituta no porque entregue su cuerpo a muchos hombres sino porque, igual que la esposa legítima que se queda en casa, no hace ningún trabajo útil para la sociedad.

La segunda razón para organizar una campaña deliberada y planificada contra la prostitución es la de salvaguardar la salud del pueblo. La Rusia soviética no quiere que la enfermedad paralice y debilite a sus ciudadanos y reduzca su capacidad de trabajo.

Y la prostitución extiende enfermedades venéreas. Por supuesto, no es el único medio por el cual la enfermedad se transmite. El hacinamiento, la ausencia de hábitos de higiene, la vajilla y las toallas comunes también contribuyen. Además, en esta época de normas morales cambiantes y particularmente cuando hay también un continuo movimiento de tropas de un sitio a otro, se registra un intenso ascenso en el número de casos de enfermedades venéreas que tuvieron lugar al margen de la prostitución comercial. La guerra civil, por ejemplo, está arrasando en las fértiles regiones del sur. Los cosacos fueron abatidos y han regresado con los Blancos. Las mujeres se quedan solas en las aldeas. Tienen abundancia de todo excepto de maridos. Las tropas del Ejército Rojo entran en la aldea. Son alojados en las casas y se quedan varias semanas. Se desarrollan relaciones libres entre los soldados y las mujeres. Estas relaciones no tienen nada que ver con la prostitución: la mujer va con el hombre voluntariamente porque se siente atraída por él, y no hay ningún pensamiento de obtener ganancia material de ello. No es el soldado del Ejército Rojo el que mantiene a la mujer sino más bien lo contrario. La mujer cuida de él durante el tiempo en que las tropas se alojan en la aldea. Las tropas se marchan, pero dejan enfermedades venéreas detrás. La infección se extiende. Las enfermedades se desarrollan, se multiplican y amenazan con destrozar a las generaciones más jóvenes.

En una reunión conjunta del departamento de protección de la maternidad y el departamento de la mujer, el profesor Koltsov habló de eugenesia, la ciencia de mantener y mejorar la salud de la humanidad. La prostitución está estrechamente relacionada con este problema, ya que es una de las formas principales en que se extienden las infecciones. Las tesis de la comisión interdepartamental sobre la lucha contra la prostitución señalan que es una tarea urgente el desarrollo de medidas especiales para luchar contra las enfermedades venéreas. Se deben por supuesto dar pasos para tratar todo tipo de enfermedades, y no sólo la prostitución en la forma que la hipócrita sociedad burguesa lo hace. Pero aunque las enfermedades se extiendan hasta cierto punto por las circunstancias cotidianas, no obstante es esencial difundir una clara idea de cuál es el papel que la prostitución juega aquí. La organización correcta de la educación sexual para los jóvenes es especialmente importante. Debemos armar a los jóvenes de información precisa que les permita llegar a la vida con los ojos abiertos. No debemos quedarnos por más tiempo callados ante cuestiones relacionadas con la vida sexual; debemos romper con la falsa e intolerante moral burguesa.

La prostitución no es compatible con la república obrera soviética por una tercera razón: no contribuye al desarrollo y fortalecimiento ni de un carácter de clase ni del proletariado y su nueva moral.

¿Cuál es el atributo fundamental de la clase obrera? ¿Cuál es su arma moral más fuerte en esta lucha? La solidaridad y el compañerismo es la base del comunismo. Hasta que este sentido no se desarrolle ampliamente entre los trabajadores, la construcción de una verdadera sociedad comunista es inconcebible. Los comunistas políticamente más conscientes deberían en consecuencia fomentar el desarrollo de la solidaridad en todos los sentidos y luchar contra los que entorpecen su desarrollo; la prostitución destruye la igualdad, la solidaridad y el compañerismo de las dos mitades de la clase obrera. Un hombre que compra los favores de una mujer no la ve como una camarada o como una persona con iguales derechos. Ve a la mujer como dependiente de él mismo y como una criatura desigual de rango inferior que es inservible al Estado de los trabajadores. El desprecio que tiene por la prostituta, cuyos favores ha comprado, afecta en su actitud hacia todas las mujeres. El desarrollo de la prostitución, lejos de permitir el incremento del sentimiento de camaradería y de la solidaridad, fortalece la desigualdad de las relaciones entre sexos.

La prostitución es ajena y perjudicial para la nueva moral comunista que está en proceso de formación. La tarea del partido en general y de los departamentos de la mujer en particular debe ser lanzar una amplia y decidida campaña contra esta herencia del pasado. En la sociedad burguesa todos los intentos de luchar contra la prostitución eran un inútil gasto de energía, ya que los dos factores que alimentaban el fenómeno –la propiedad privada y la dependencia material, directa de la mayoría de las mujeres respecto al hombre– estaban firmemente establecidas. En una república de los trabajadores la situación ha cambiado. La propiedad privada se ha abolido y todos los ciudadanos de la república están obligados a trabajar. El matrimonio ha dejado de ser un método mediante el cual la mujer podía encontrar alguien que la mantuviese y así evitar la necesidad de trabajar y de mantenerse a sí misma mediante su propio trabajo. Los grandes factores sociales que daban pie a la prostitución han sido eliminados en la Rusia soviética. Un número de factores secundarios económicos y sociales aún perviven, con los cuales es más fácil acabar. Los departamentos de la mujer deben abordar la lucha con energía y encontrarán un amplio campo para la actividad.

Por iniciativa del Departamento Central, se organizó el año pasado una comisión interdepartamental dedicada a la lucha contra la prostitución. Por varias razones el trabajo de la comisión fue descuidado por un tiempo, pero desde el otoño de este año ha habido señales de vida, y con la cooperación del doctor Goldman y el Departamento Central (de la Mujer) se ha planeado y organizado trabajo. Se han implicado representantes de los Consejos de Comisarios del Pueblo de salud, trabajo, seguridad social e industria, el departamento de la mujer y la unión de la juventud comunista. La comisión ha impreso las tesis en el boletín n° 4, distribuye circulares a todos los departamentos regionales de seguridad social que esbozan un plan para establecer comisiones similares por todo el país, y ha comenzado a poner en marcha una serie de medidas concretas que abarcan los factores que dan lugar a la prostitución.

La comisión interdepartamental considera necesario que los departamentos de la mujer tomen parte activa en esta tarea, ya que la prostitución afecta a las mujeres desposeídas de la clase obrera. Es nuestro trabajo, es el trabajo de los departamentos de la mujer organizar una campaña de masas en torno a la cuestión de la prostitución. Debemos abordar este tema teniendo en cuenta los intereses del colectivo obrero y asegurar que la revolución dentro de la familia se complete, y que las relaciones entre los sexos se sustenten en una base más humana.

La comisión interdepartamental, como dicen las tesis claramente, es de la opinión de que la lucha contra la prostitución está relacionada fundamentalmente con la realización de nuestra política soviética en el área de la economía y la construcción general. La prostitución será erradicada cuando las bases del comunismo se fortalezcan. Esta es la certeza que determina nuestras acciones. Pero también necesitamos comprender la importancia de crear una moral comunista. Las dos tareas están estrechamente conectadas: la nueva moral la crea una nueva economía, pero no construiremos una nueva economía comunista sin el apoyo de una nueva moral. La claridad y un pensamiento preciso son esenciales en este asunto, y no tenemos nada que temer de la verdad. Los comunistas deben aceptar abiertamente que están teniendo lugar cambios sin precedente en la naturaleza de las relaciones sexuales. Son los cambios en la estructura económica y el nuevo papel que la mujer juega en la actividad productiva del Estado obrero los que han dado vida a esta revolución. En este difícil período de transición, donde se está destruyendo lo viejo y lo nuevo está en proceso de crearse, las relaciones entre sexos a veces se manifiestan como no compatibles con los intereses del colectivo. Pero hay también algo bueno en la diversidad de relaciones que se tienen.

Nuestro partido y los departamentos de la mujer en particular deben analizar las diferentes formas de relaciones para determinar cuáles son compatibles con las tareas generales de la clase revolucionaria y sirven al fortalecimiento del colectivo y sus intereses. Los comunistas deben rechazar todo comportamiento que sea perjudicial para el colectivo. Así es como el Departamento Central de la Mujer ha entendido las tareas de la comisión interdepartamental. No sólo es necesario tomar medidas prácticas para luchar contra la situación y las circunstancias que nutren la prostitución y resolver los problemas de la vivienda y la soledad, etc; sino también ayudar a la clase obrera a establecer su moral junto a su dictadura.

La comisión interdepartamental señala que en la Rusia soviética la prostitución se practica (a) como una profesión y (b) como un medio de conseguir ingresos complementarios. La primera forma de prostitución es menos común y en Petrogrado, por ejemplo, el número de prostitutas no ha sido reducido significativamente por las detenciones de los profesionales. El segundo tipo de prostitución está extendido en los países capitalistas (en Petrogrado, después de la revolución, de un total de cincuenta mil prostitutas sólo unas seis o siete mil estaban registradas), y continúa bajo distintas apariencias en nuestra Rusia, las mujeres soviéticas intercambian sus favores por un par de botas de tacón alto; las mujeres trabajadoras y las madres de las familias venden sus favores por harina.

Las mujeres campesinas duermen con los encargados de los destacamentos anti-especuladores con la esperanza de ahorrarse su comida empaquetada, y las trabajadoras de oficina duermen con sus jefes a cambio de raciones, zapato, etc. con la esperanza de conseguir un ascenso.

¿Cómo podríamos luchar contra esta situación? La comisión interdepartamental tuvo que afrontar la importante cuestión de si debía hacerse o no de la prostitución un delito. Muchos de los representantes de la comisión se vieron conducidos hacia el punto de vista de que la prostitución debería ser un delito, argumentando que las prostitutas profesionales son verdaderas desertoras del trabajo. Si se aprobaran tales leyes, las detenciones y los campos forzados para las prostitutas se convertirían en política oficial.

El Departamento Central se pronunció firme y absolutamente en contra de esa medida, señalando que, si las prostitutas debieran ser arrestadas sobre tales bases, también debería arrestarse a todas las esposas legítimas que son mantenidas por sus maridos y no contribuyen a la sociedad. La prostituta y el ama de casa son ambas desertoras del trabajo, y no se puede enviar a una a campos de trabajos forzados sin enviar a la otra. Esta fue la posición que tomó el Departamento Central, y fue apoyada por el representante del Comisariado de Justicia. Si tomamos la deserción laboral como norma, no podemos ayudar a sancionar todas las formas de deserción laboral. El matrimonio o la existencia de ciertas relaciones entre los sexos no tienen importancia ni juegan ningún papel en la definición de los delitos en una república del trabajo.

En la sociedad burguesa una mujer está condenada a la persecución no cuando no realiza trabajo alguno en beneficio de la comunidad ni porque se vende por beneficios materiales (dos tercios de las mujeres en la sociedad burguesa se venden a sus legítimos maridos), sino cuando sus relaciones sexuales son informales y de corta duración. El matrimonio en la sociedad burguesa se caracteriza por su duración y por la naturaleza oficial de su registro. La herencia de la propiedad se conserva de esta manera. Las relaciones que tienen una naturaleza temporal y carecen de sanción oficial están consideradas vergonzosas por los intolerantes e hipócritas defensores de la moral burguesa.

¿Podemos nosotros, que defendemos los intereses de los obreros, definir las relaciones temporales y no registradas como delictivas? Por supuesto que no. La libertad en las relaciones entre los sexos no contradice la ideología comunista. Los intereses del colectivo obrero no se ven afectados por la naturaleza temporal o duradera de una relación o porque esté fundamentada en el amor, la pasión o una atracción física pasajera.

Una relación es dañina y ajena al colectivo sólo si se da el negocio material entre sexos, sólo cuando los cálculos mundanos son un sustituto de la atracción mutua. Si el negocio toma la forma de prostitución o de una relación de matrimonio legal no es importante. Estas relaciones dañinas no pueden ser permitidas, ya que amenazan la igualdad y la solidaridad. Debemos por tanto condenar toda prostitución, e ir igual de lejos explicando a estas esposas legítimas que son “mujeres sustentadas” qué lamentable e intolerable papel están jugando en el Estado obrero.

¿Puede la presencia u otra forma de negocio material ser empleado como norma en la determinación de qué es y qué no es un delito? ¿Podemos realmente persuadir a una pareja para que admita si hay un elemento de cálculo en su relación o no? ¿Funcionaría una ley como esta, especialmente teniendo en cuenta que ahora mismo se tienen una gran variedad de relaciones entre los obreros y que las ideas sobre la moral sexual están en constante cambio? ¿Dónde termina la prostitución y dónde empieza el matrimonio de conveniencia? La comisión interdepartamental se opuso a la sugerencia de que las prostitutas deberían ser penadas por prostituirse, por ejemplo por la compra y la venta. Se limitan a sugerir que todo convicto desertor del trabajo se dirija a la red de seguridad social y de allí a la sección del Comisariado encargado de la utilización de la fuerza de trabajo o a los sanatorios y hospitales. La prostituta no es un caso especial; como con otras categorías de desertor, sólo es enviada a hacer trabajos forzados si evade el trabajo una y otra vez. Las prostitutas no son tratadas de un modo diferente de los otros desertores del trabajo. Este es un paso importante y valiente, digno de la primera república del trabajo del mundo.

La cuestión de la prostitución como un delito se trató en la tesis n° 15. El siguiente problema que tenía que ser afrontado era el de si la ley debería penar a los clientes de la prostitución. Había algunos en la comisión que estaban a favor de esto, pero tuvieron que abandonar la idea, que no se derivaba lógicamente de nuestras premisas fundamentales.

¿Cómo se define a un cliente? ¿Es alguien que compra los favores de una mujer? En ese caso los maridos de muchas esposas legítimas serían también culpables. ¿Quién puede decidir quién es un cliente y quién no? Se sugirió que este problema se estudiara más a fondo antes de que se tomase una decisión, pero el Departamento Central y la mayoría de la comisión estaban en contra de ello. Como representante del Comisariado de justicia, admití que, si no era posible definir con precisión cuándo se había cometido un delito, entonces la idea de penar a los clientes era insostenible. La posición del Departamento Central fue adoptada una vez más.

Pero mientras la comisión aceptaba que los clientes no podían ser penados por la ley, se expresó por la condena moral de aquellos que frecuentaban a prostitutas o que de alguna forma hacían negocio de la prostitución. De hecho las tesis de la comisión señalan que los intermediarios que sacan tajada de la prostitución pueden ser procesados como personas que ganan dinero de otra forma que no es de su propia fuerza de trabajo. Las propuestas legislativas para ello han sido redactadas por la comisión interdepartamental y expuestas al Consejo de Comisarios del Pueblo. Entrarán en vigor próximamente.

Me falta indicar las medidas puramente prácticas que pueden ayudar a reducir la prostitución, y en la implementación de las que el departamento de la mujer puede jugar un papel activo. No hay duda de que los salarios bajos e insuficientes que las mujeres reciben siguen funcionando como uno de los factores reales que empujan a la mujer a la prostitución. Según la ley, los salarios de los trabajadores y las trabajadoras son iguales, pero en la práctica la mayoría de las mujeres son contratadas en trabajos no cualificados. El problema de mejorar sus habilidades mediante el desarrollo de una red de cursos especiales debe ser tratado. La tarea del departamento de la mujer debe ser influir en las autoridades de la educación para que redoblen la provisión de formación vocacional para la mujer trabajadora.

El atraso político de la mujer y su falta de conciencia social es una segunda causa de la prostitución. El departamento de la mujer debería incrementar su trabajo entre la mujer proletaria. La mejor forma de luchar contra la prostitución es elevar la conciencia política de las amplias masas femeninas e involucrarlas en la lucha revolucionaria para construir el comunismo.

El hecho de que la situación de la vivienda no se haya ­resuelto aún también fomenta la prostitución. El departamento de la mujer y la comisión para la lucha contra la prostitución pueden y deben tener algo que decir sobre la solución de este problema. La comisión interdepartamental está sacando adelante un proyecto sobre la provisión de comunas barriales para los jóvenes trabajadores y sobre el establecimiento de casas que proveerán de acomodamiento a las mujeres cuando hayan recién llegado en cualquier lado. Sin embargo, hasta que el departamento de la mujer y los konsomoles de las provincias muestren algo de iniciativa y se muevan en este sentido, todas las directrices de la comisión quedarán como bonitas y benévolas resoluciones; pero se quedarán en el papel. Y hay mucho que podemos y debemos hacer. Los departamentos locales de la mujer deben trabajar conjuntamente con las comisiones de educación para plantear la cuestión de la correcta organización de la educación sexual en los colegios. También podrían mantener una serie de debates y lecturas sobre el matrimonio, la familia y la historia de las relaciones entre sexos, remarcando la dependencia de este fenómeno y de la moral sexual misma con respecto a los factores económicos.

Es hora de que esclarezcamos la cuestión de las relaciones sexuales. Es hora de que nos aproximemos a esta cuestión con un espíritu de crítica implacable y científica. Ya he dicho que la comisión interdepartamental ha aceptado que las prostitutas profesionales deben ser tratadas de la misma forma que los desertores laborales. De aquí por tanto se deduce que la mujer que tenga un trabajo pero que esté practicando la prostitución como fuente de ingresos secundaria no puede ser perseguida. Pero esto no quiere decir que no luchemos contra la prostitución. Somos conscientes de que, como he señalado anteriormente en más de una ocasión, la prostitución perjudica al colectivo obrero, afectando negativamente a la psicología de los hombres y las mujeres y distorsionando los sentimientos de igualdad y solidaridad. Nuestra tarea es reeducar al colectivo obrero y armonizar su psicología con las tareas económicas de la clase obrera. Debemos desechar inflexiblemente las viejas ideas y actitudes a las que nos aferramos a través de las costumbres. La economía va por delante, ha aventajado a la ideología.

La vieja estructura económica se está desintegrando y con ella el viejo tipo de matrimonio, pero nos aferramos a los estilos de vida burgueses. Estamos dispuestos a rechazar todos los aspectos del viejo sistema y dar la bienvenida a la revolución en todas las esferas de la vida, sólo que… ¡no toques a la familia, no trates de cambiar la familia! Incluso los comunistas políticamente más conscientes tienen miedo de contemplar honradamente la verdad, dejan de lado la evidencia que demuestra sin lugar a dudas que las ataduras de la vieja familia se están debilitando y que las nuevas formas de la economía dictan nuevas formas de relaciones entre sexos. El poder soviético reconoce que la mujer tiene un papel que jugar en la economía nacional y la ha situado en una posición igual a la del hombre en este sentido, pero en la vida diaria aún tenemos que soportar las “viejas formas” y estamos dispuestos a aceptar como normales matrimonios que se basan en la dependencia material de la mujer con respecto al hombre. En nuestra lucha contra la prostitución debemos aclarar nuestra actitud hacia las relaciones conyugales que se basan en los propios principios de “compra y venta”. Debemos aprender a ser inflexibles en este tema; no debemos desviarnos de nuestro propósito por demandas sentimentales tales como “mediante tu crítica y tu sermoneo científico violas los sagrados lazos familiares”. Tenemos que dejar bien claro que la vieja forma de familia ha sido superada. La sociedad comunista no tiene ninguna necesidad de ella. El mundo burgués dio su bendición a la exclusividad y al aislamiento de la pareja matrimonial respecto del colectivo; en la sociedad burguesa, atomizada e individualista, la familia era la única protección de la tormenta de la vida, un puerto tranquilo en un mar de hostilidad y competencia. La familia era un colectivo independiente y cerrado. En la sociedad comunista esto no debe existir. La sociedad comunista presupone un sentido tan fuerte del colectivo que se excluye cualquier posibilidad de existencia del grupo familiar aislado e introspectivo. En el presente se puede observar que las ataduras de parentesco, familia e incluso de vida matrimonial se van debilitando. Nuevas ataduras están siendo forjadas entre los trabajadores y el compañerismo, los intereses comunes, la responsabilidad colectiva y la fe en el colectivo se están asentando como los más altos principios morales.

No me haré cargo de predecir la forma de matrimonio o de relaciones entre sexos que se asumirán en el futuro. Pero de una cosa no hay duda: el comunismo estará ausente de toda dependencia de la mujer con respecto al hombre y de todos los elementos de cálculos materiales que se hallan en el matrimonio contemporáneo. Las relaciones sexuales estarán basadas en un instinto saludable de reproducción provocado por el desenfreno del amor joven, por una ferviente pasión, por un fogonazo de atracción física o por una cariñosa luz de armonía intelectual y emocional. Tales relaciones sexuales no tienen nada en común con la prostitución. La prostitución es espantosa porque es un acto de violencia de la mujer sobre sí misma en el nombre del beneficio material. La prostitución es un acto brutal de cálculo material que no deja lugar para el amor y la pasión. Donde empieza la pasión y la atracción, termina la prostitución. Bajo el comunismo, la prostitución y la familia contemporánea desaparecerán. Se desarrollarán las relaciones sexuales saludables, alegres y libres. Una nueva generación surgirá, independiente y valiente y con un fuerte sentido del colectivo: una generación que sitúa el bien del colectivo por encima de todo.

¡Camaradas! Estamos sentando las bases para este futuro comunista. Está en nuestras manos acelerar la llegada de este futuro. Debemos fortalecer el sentido de solidaridad en el seno de la clase obrera. Debemos fomentar este sentido de compañerismo. La prostitución obstaculiza el desarrollo de la solidaridad, y por tanto debemos apelar a los departamentos de la mujer para que comiencen una campaña inmediata para erradicar este mal.

¡Camaradas! Nuestra tarea es cortar las raíces que dan vida a la prostitución. Nuestra tarea es librar una lucha sin tregua contra todos los remanentes de individualismo y del antiguo tipo de matrimonio. Nuestra tarea es revolucionar las actitudes en la esfera de las relaciones sexuales, armonizarlas con el interés del colectivo obrero. Cuando el colectivo comunista haya eliminado las formas contemporáneas de matrimonio y de familia, el problema de la prostitución dejará de existir.

Pongámonos manos a la obra, camaradas. La nueva familia está ya en proceso de creación y la gran familia del triunfante proletariado mundial se está desarrollando y haciéndose más fuerte.

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NOTAS

1 Publicado por vez primera en 1907. Traducción al castellano: Traducida por María Teresa García Banús en 1931, y revisada por Tamara Ruiz en 2011. Esta edición: Marxists Internet Archive, mayo de 2011.

2 Escrito en 1911. Publicado por vez primera en 1911. Traducción al castellano: por Tamara Ruiz en 2011 a partir de la versión inglesa de Alix Holt de 1977. Esta edición: Marxists Internet Archive, mayo de 2011.

3 Escrito en 1913. Esta edición: Marxists Internet Archive, mayo de 2002.
4 Escrito en de 1918. Versión en castellano publicada por primera vez por Editorial Marxista, Barcelona, en 1937. Esta edición: Marxists Internet Archive, 2002.,...¡¡¡.







LOS PUNTOS DE VISTA DE MARX Y ENGELS SOBRE LA FAMILIA Y EL MATRIMONIO por David Riazanov

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ÍNDICE

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CAPÍTULO I: SOCIALISMO Y MATRIMONIO
Concepción proletaria y concepción burguesa. El ma¬trimonio burgués. La religión cristiana y la moral del amor. Las mujeres y la lucha por los nuevos idea¬les. Divorcio

CAPÍTULO II: LA MUJER Y LA PROPIEDAD PRIVADA BURGUESA
La mujer como presa. Moral y propiedad privada. La presunta superioridad del hombre en la sociedad mo¬derna. La metamorfosis del instinto sexual

CAPÍTULO III: AMOR, MATRIMONIO Y FAMILIA
El adulterio. Los problemas del sexo y la clase obrera. Los fundamentos revolucionarios y sociales de la trans¬formación del régimen familiar. El dinero y el matri¬monio en las condiciones de descomposición de la sociedad burguesa

CAPÍTULO IV: POLIGAMIA Y MATRIMONIO BURGUÉS
La mujer como instrumento de producción, según el capitalismo. El absurdo de la “comunidad de mujeres”. La hipocresía oficial ante el sexo

CAPÍTULO V: LA PRODUCCION CAPITALISTA Y LA MUJER
La familia en la sociedad industrial. La tribu y la fa¬milia. El proceso histórico y la variación de las rela-ciones familiares. El “honor” burgués y el régimen fa¬miliar

CAPÍTULO VI: SEXO, AMOR Y SOCIEDAD
Sentimiento animal, y relaciones sexuales. La monoga¬mia, forma superior de las relaciones sexuales. La emancipación de las mujeres a través de la integración femenina en el trabajo social. Monogamia y prostitución

CAPÍTULO VII: SEXO Y REVOLUCION
Economía privada, familia, socialismo. Proletariado y régimen social. El amor en el socialismo. Matrimonio civil,...¡¡¡.




LA EVOLUCIÓN DE LA MUJER. DEL CLAN MATRIARCAL A LA FAMILIA PATRIARCAL por Evelyn Reed

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ÍNDICE

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INTRODUCCIÓN

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PRIMERA PARTE: EL MATRIARCADO

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I ¿ERA EL PRIMITIVO TABÚ SEXUAL UN TABU DE «INCESTO»?

1. Debilidades de la teoría de la consanguinidad
2. Instintos y psicología
3. Parentesco clasificatorio
4. Una multitud de mujeres prohibidas
5. La importancia del problema

II. TABÜ CONTRA EL CANIBALISMO

1.El rastro fósil del canibalismo
2.La ignorancia del salvaje acerca del canibalismo
3.Totemismo y tabú
4.Prohibiciones sobre alimentos: resabios de canibalismo

III. BIOLOGÍA FEMENINA Y EL DOBLE TABÚ

1. El sexo femenino y el cuidado materno
2. El «macho dominante», hecho y ficción
3. Defensas naturales de las hembras
4. La catástrofe del zoológico de Londres
5. El papel de la mujer en la transición de los simios a los humanos

IV. EL CLAN MATERNAL Y LA SEGREGACIÓN SEXUAL

1. Los celos padre-hijo y la reforma sobre el incesto
2. Restricciones en los alimentos y en el apareamiento
3. Segregación entre los cazadores y las madres
4. Separación de los cónyuges a la hora de la comida
5. Tabúes sobre el alumbramiento y la menstruación

V. LA HISTORIA PRODUCTIVA DE LA MUJER PRIMITIVA

1. El control de las reservas de alimentos
2. El uso del fuego en la cocción y en la industria
3. La medicina femenina
4. Desde la cordelería hasta los tejidos
5. Fabricantes de cuero y curtiembreros
6. Alfareras y artistas
7. Arquitectas e ingenieras
8. Sobre las espaldas y las cabezas de las mujeres
9. La producción social de las mujeres

VI. LAS MUJERES Y LOS HOMBRES EN LA COMUNA MATRIARCAL

1. La época prefamiliar
2. La mujer y el fuego
3. La hermandad matriarcal

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SEGUNDA PARTE: EL FRATRIARCADO

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VII. FORJANDO EL PARENTESCO FRATRILINEAL

1. Hermanos naturalbs o hermanos de «leche y de sangre
2. Los hermanos paralelos y los pactos de sangre
3. Primos cruzados y cuñados

VIII. EL SISTEMA DE INTERCAMBIO

1. El origen de la venganza de sangre
2. El papel de las mujeres en el intercambio de paz

IX. LOS COMIENZOS DEL MATRIMONIO

1. Ritos del pasaje y de «hacer hombres»
2. Las mujeres: la iniciación y las sociedades secretas
3. La visita de los maridos y los parientes políticos prohibidos
4. El casamiento favorecido por la suegra
5. El choque entre el matrimonio y el matriarcado

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TERCERA PARTE: EL PATRIARCADO

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X. LA FAMILIA MATRILINEAL

1. Couvade: «hacer» al padre
2. La hermana del padre en el parentesco patrilineal

XI. LA FAMILIA MATRIARCAL: UNA FAMILIA DIVIDIDA

1. La descendencia masculina a partir del hermano de la madre
2. El corte incisivo de la línea de sangre

XII.«EL PRECIO DE LA SANGRE» Y LA FAMILIA PATRIARCAL

1. Traición y fratricidio
2. Redención de sangre de los padres y de los hijos
3. Acerca del «infanticidio femenino»

XIII. PRECIO DE BODA Y FAMILIA PATRIARCAL

1. El origen de la propiedad privada
2. El matrimonio a cambio de ganado y el «precio por un niño»
3. Del matrimonio por compra al poder patriarcal

XIV. HECHOS Y FALACIAS ACERCA DEL INCESTO

1. La ambigüedad del parentesco de «sangre»
2. ¿Había un «incesto real» en Egipto?

XV. LA FAMILIA PATRIARCAL EN LA TRAGEDIA GRIEGA

1. Medea: asesina de hermano y de hijos
2. Edipo: parricida
3. Orestes: el matricida,...¡¡¡.




CONTRARREVOLUCIÓN Y REVUELTA por Herbert Marcuse

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ÍNDICE

Reconocimientos

1. La Izquierda y la contrarrevolución
2. Naturaleza y revolución
3. El arte y la revolución
4. Conclusión

Lista de obras citadas,...¡¡¡¡.





hola,..der-luky,...el fetichismo y poder del dinero,...en peetas hispánicus,...casi todas las mujeres sueñan, con que vuelva la pejeta,...naide quiere los euros,....pá comprá,....pero si para tener toneladas en los bancos,...etc,...¡¡.

Luciano Medianero Morales lukymlg@gmail.com

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