https://elsudamericano.wordpress.com/2020/12/26/progreso-tecnologico-y-cambio-historico-engels-la-guerra-y-la-hipertrofia-del-estado-en-el-siglo-xx/
PROGRESO TECNOLÓGICO Y CAMBIO HISTÓRICO. ENGELS, LA GUERRA Y LA HIPERTROFIA DEL ESTADO EN EL SIGLO XX por Wolfgang Streeck
Wolfgang Streeck | newleftreview.es[1]
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Friedrich Engels, nacido en 1820 en Barmen, Renania, y muerto en 1895 a la edad de 75 años en Londres, pasó toda su vida adulta a la sombra de Karl Marx, a quien sobrevivió doce años, sintiéndose a gusto en esa posición.[2] Por mandato de su padre dejó la escuela secundaria un año antes de obtener su título de bachiller [Abitur] para incorporarse como hijo mayor al negocio familiar. Completando pues su formación de forma autodidacta, su encuentro con Marx le dejó profundamente impresionado, admirando el brillo sistemático-filosófico del joven hegeliano, en quien veía un genio con mucho mayor talento que el propio. De hecho, el tipo de pensamiento especulativo en el que Marx sobresalía como ningún otro se consideraba entre los filósofos alemanes de la época la forma más elevada de actividad científica; Engels, que compartía esa valoración, consideraba quizá su propia tarea, de tipo positivista, demasiado pedestre en comparación, entendiendo que su papel en la colaboración con Marx era el de editor, lector, publicista, traductor y divulgador de la teoría marxista (no marxista-engelsiana), a fin de que fuera comprensible para el movimiento socialista al que estaba destinada. El hecho de que a veces el resultado de esa tarea fueran simplificaciones o formulaciones reduccionistas de pensamientos complejos no sólo era inevitable sino también deseado, aunque el precio que Engels tuviera que pagar por él fuera la persistente sospecha de que era incapaz de articular una mayor complejidad.
Sin embargo, a él se deben logros realmente notables y no a pesar de que su temperamento lo inclinara hacia el mundo realmente existente, hacia las realidades más que las abstracciones, sino precisamente por ello. Junto a sus trabajos científicos, literarios, periodísticos y políticos, extraordinariamente variados, Engels fue durante mucho tiempo un empresario industrial exitoso con muchos años de experiencia a sus espaldas, lo que no solo le permitió financiar la lenta progresión de la producción teórica de Marx, sino que también le proporcionó una comprensión del capitalismo desde dentro, desacostumbrada entre sus adversarios. Quizá puede afirmarse que, a su modo, Engels se hallaba más a sus anchas en el mundo que Marx, el filósofo economista-político, lo que ayuda a explicar que se convirtiera, siendo aún muy joven, en uno de los primeros sociólogos empíricos con su obra Die Lage der arbeitenden Klasse in England: Nach eigner Anschauung und authentischen Quellen [La situación de la clase obrera en Inglaterra, según mis propias opiniones y fuentes auténticas], escrita a la edad de 24 años durante una estancia de formación de dos años transcurrida en la sede de la empresa textil de su familia situada en Manchester. Marx, a quien Engels había visitado en Colonia en 1842 camino de Inglaterra, quedó profundamente impresionado por el libro y declaró que Engels había «llegado a la misma conclusión» que él, pero «por una vía diferente», en concreto, la de la investigación empírica.
Así comenzó una amistad y un trabajo conjunto que durarían toda una vida y que poco después darían lugar, entre otras cosas, al Manifiesto Comunista de 1848, un hito en la historia de las ciencias sociales lleno de huellas textuales del libro de Engels, como también lo estaría, casi dos décadas después, el primer volumen de El Capital. Lo que podríamos llamar el carácter terreno del pensamiento y la investigación de Engels, su experiencia y su forma de vida, también se manifiestan en su producción intelectual prácticamente enciclopédica, impulsada por el hambre voraz de hechos y la constante búsqueda de nuevos temas, devorando bibliotecas enteras en su rastreo de los últimos avances en los distintos campos del conocimiento. Como estudioso independiente investigó la evolución de los simios antropoides que daría lugar a la aparición de los homínidos, la antropología histórica del trabajo, el origen de la familia, la historia del cristianismo primitivo y la de Alemania, especialmente las guerras campesinas, además de las ciencias naturales emergentes en su Dialéctica de la Naturaleza. Mientras que Marx podía mostrar rasgos misantrópicos, por decirlo suavemente, la inmediatez del acceso de Engels al mundo explica en parte por qué era el más activo políticamente de los dos. En gran medida era él quien mantenía contacto con los movimientos y partidos socialistas internacionales de la época para lo cual le servía de ayuda su dominio de doce idiomas y su capacidad de entender con cierta facilidad otra veintena.
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Suplemento teórico
No estoy en absoluto cualificado para resumir la totalidad de los estudios y la producción intelectual de Engels. En su caso, como en el de otros grandes pensadores, podemos releer sus obras una y otra vez y siempre descubrir algo nuevo. A mí mismo, como sociólogo interesado en las fuerzas impulsoras que configuran el desarrollo de las sociedades complejas contemporáneas, me llama la atención hasta qué punto complementó la concepción materialista de la historia, elaborada (con su ayuda) por Marx como una crítica de la economía política del siglo XIX, con algo así como una teoría del Estado y de la política. Aunque el propio Engels entendía su contribución como un mero complemento de la teoría marxiana del materialismo histórico, argumentaré que puede considerarse como fundador de una rama independiente de la teoría social materialista, que contribuyó a una mejor y más exhaustiva comprensión, absolutamente necesaria desde la perspectiva actual, de la política y del Estado.
¿Qué quiero decir con «algo así como una teoría»? En primer lugar, que Engels siempre confió en Marx en lo que respecta al «sistema de pensamiento general», porque, por un lado, confiaba en que este lo desarrollaría, pero también debido, cabe al menos suponer, a su temperamento personal como investigador, que se expresaba en cierta avidez presistemática e insaciable de hechos, cada vez más resistentes a la sistematización cuanto más amplio era el caudal al que accedía su investigación. Entre los temas que más atrajeron su atención estaba el desarrollo de las fuerzas armadas y las guerras que acompañaron el ascenso simultáneo del capitalismo y del Estado-nación moderno.[3] Su conexión con la economía política de la época y su futura superación revolucionaria no era inmediatamente obvia, debido en parte a los elementos de imprevisibilidad, esto es, de «relativa autonomía» generados por la «niebla del campo de batalla», si se quiere expresar así, ligados al papel de la guerra como generador de contingencias históricas, como ya había señalado Clausewitz. Engels acabó convirtiéndose en uno de los principales teóricos militares de su época, aunque a sus amigos de Londres les parecía un capricho personal que le valió el apodo de «el general». Luego fue estudiado como autoridad indiscutible sobre estos asuntos y no solo por los estrategas militares del socialismo como Lenin, Trotsky y Mao-Zedong; más tarde aún aquella inclinación suya fue ocultada como algo vergonzoso por los socialistas pacifistas, que negaban el papel estratégico de la violencia en la política después de 1945. Su contribución en este campo creo que deriva en buena medida de la especial afinidad existente entre la naturaleza peculiar de la guerra moderna en el contexto del desarrollo capitalista y la predisposición de Engels a observar de modo no dogmático la realidad, lo que le permitió establecer los cimientos de un complemento teórico sobre el Estado, que resultaba realmente necesario para la crítica de la economía política desarrollada por Marx y él mismo.
Esto no quiere decir que Marx no estuviera interesado en las guerras de su tiempo. También para él, como afirmaba en el primer volumen de El Capital (1867), «la violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva».[4] Al menos hasta la década de 1880, tanto Marx como Engels esperaban ver el fin del capitalismo durante su propia vida e imaginaban que esa transición sólo de modo excepcional podría producirse pacíficamente. Donde finalmente Engels tenía una ventaja sobre Marx era en su experiencia práctica como voluntario en la artillería prusiana en Berlín en 1841-1842, como participante en el levantamiento de Elberfeld de 1849, efectuado para garantizar la adopción de la Constitución de Frankfurt, y como partícipe en la rebelión antiprusiana, rápidamente aplastada, del ejército de Baden-Palatinado y de las Volkswehr [fuerzas de defensa populares] de Baden en 1848-1849, derrota dolorosa que le acompañó hasta su muerte. Probablemente por esa razón Marx lo consideraba un experto en asuntos militares y trató de convencerle para que escribiera un capítulo sobre historia militar para el primer volumen de Das Kapital. Engels aceptó la propuesta, pero nunca la llevó a cabo, lo que considero una indicación de que su material empírico se resistía a ser subsumido bajo la sistematización del fetichismo de la mercancía en la que Marx enmarcó su crítica de la economía política.
Al contrario de lo que muchos suponen hoy, ello no se debió a que la llamada «concepción materialista de la historia» de Marx y Engels fuera económicamente determinista y, por lo tanto, apolítica. Las principales teorías de las ciencias sociales del siglo XIX solían utilizar formulaciones deterministas, si no teleológicas, aunque solo fuera para figurar junto a las ciencias naturales en ascenso. En la medida en que esas tendencias pueden detectarse en la obra de Marx y Engels –y ambos estaban convencidos de que la trayectoria de la historia en última instancia sólo podía ir en dirección al socialismo–, estaban en buena compañía. Por otra parte, se diferenciaban de sus contemporáneos en que no solo eran teóricos de la sociedad capitalista, sino también militantes de la revolución proletaria que debía organizarse; como tales tenían que desplegar la retórica de la confianza en la victoria final indispensable para un movimiento político, la cual no debe confundirse con el pronóstico teórico. Después de todo, ambos dedicaron una parte importante de su tiempo a la creación de organizaciones internacionales de trabajadores y asesorando a los partidos nacionales, e interrumpieron repetidamente su trabajo teórico con ese propósito. Si su teoría hubiera pronosticado que el avance hacia el socialismo tendría lugar per se, podrían haberse ahorrado ese esfuerzo. De hecho, dedicaron mucha atención desde 1849 en adelante a los acontecimientos políticos y militares de la época e invirtieron cuantiosas energías en la redacción de innumerables análisis periodísticos y teóricos sobre ellos. Si tenemos en cuenta obras como El 18 Brumario de Luis Bonaparte y La lucha de clases en Francia, así como la larga serie de artículos periodísticos escritos sobre la guerra de Crimea, la Guerra Civil estadounidense y otros conflictos bélicos, podemos afirmar sin lugar a dudas que el materialismo histórico concede un lugar mucho más destacado a la intervención político-colectiva en el desenvolvimiento de los asuntos sociales –lo que en inglés se suele designar como agency– de lo que lo hacían las ciencias sociales académicas de su época y de lo que lo han hecho las desarrolladas desde entonces.
Como ya he dicho, las guerras de su tiempo fueron seguidas con una gran atención por Marx y Engels, lo cual no es sorprendente, ya que como revolucionarios pretendían aprender de las guerras libradas entre Estados en el momento presente para concebir las guerras de clases del futuro que debían poner fin al capitalismo. De su experiencia de 1849, Engels aprendió que las rebeliones improvisadas no tenían sentido; los combatientes por el comunismo debían igualar al menos a los adversarios estatales y de clase en términos de armamento y disciplina. Para aclarar cómo podía ser posible esto, era necesario comprender con precisión el rápido desarrollo de la tecnología militar y de la conducción de la guerra y su relación con el desarrollo industrial registrado en aquel momento. En los cuatro años transcurridos entre 1861 y 1865, Marx y Engels siguieron cada acontecimiento de la Guerra Civil estadounidense en la que reconocían con razón la primera guerra moderna. Ya en marzo de 1862, decían en uno de los artículos periodísticos que escribieron conjuntamente:
“Desde cualquier punto de vista, la Guerra Civil estadounidense presenta un espectáculo sin parangón en los anales de la historia militar. La vasta extensión del territorio en disputa; el ancho frente de las líneas de combate; la fuerza numérica de los ejércitos enfrentados, cuya creación apenas contó con el apoyo de una base organizativa previa; los fabulosos costes de esos ejércitos, la manera de liderarlos y las tácticas y principios estratégicos generales según los cuales se libra la guerra son todos nuevos a ojos del espectador europeo.”[5]
Al final de la guerra se contaban casi setecientos mil muertos en los campos de batalla y de prisioneros de ambos bandos. Seis años más tarde, entre marzo y mayo de 1871, Marx y Engels observaron desde Londres la represión de la Comuna de París, esto es, la rebelión de parte de la población parisina contra su propio gobierno y la ocupación prusiana, tras la derrota francesa en la guerra contra Prusia de 1870-1871. En los combates y las posteriores ejecuciones en masa perdieron la vida no menos de treinta mil personas del bando insurgente; entre las tropas gubernamentales el número de muertos fue aproximadamente de novecientos.[6]
Aun así, para Marx y Engels seguía estando claro que el camino hacia el socialismo exigiría el uso colectivo de la fuerza. Pero, ¿cómo podía encajar una guerra de clases entre el trabajo y el capital en un mundo de ejércitos estatales profesionalizados equipados como los unionistas y confederados de la Guerra Civil estadounidense o el prusiano, por no mencionar los ejércitos del futuro? A mi juicio, Marx y Engels afrontaron repetidamente en el curso de su vida este enigma estratégico central, proponiendo diversas soluciones. Ocasionalmente, en las guerras interestatales que se avecinaban o en curso, tomaron partido por el Estado capitalista que les parecía más avanzado desde una perspectiva histórico-mundial; la mayoría de las veces era Alemania en relación con Francia, al menos durante el Segundo Imperio, y la Rusia zarista fue siempre el país del «modo de producción asiático», el baluarte de la reacción, contra el que el progreso alemán tenía que defenderse si era necesario. También formularon respuestas reduccionistas: la fuerza militar de un Estado era acorde con su nivel de desarrollo industrial por lo que los Estados avanzados con sociedades maduras para el socialismo siempre debían vencer a los menos desarrollados.
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¿Un modo de destrucción capitalista?
Gradualmente, sin embargo, y especialmente tras la muerte de Marx, prevaleció un planteamiento más matizado basado en dos hechos observados por Engels: el fortalecimiento de los Estados frente a sus sociedades mediante el monopolio de los medios modernos de exterminio y la dinámica endógena del desarrollo de la tecnología militar conducente a un modo de aniquilación social, que es diferente del modo de producción social y que se halla dotado de su propia dinámica de desarrollo, complementaria a la del capitalismo. Juntos proporcionan, en mi opinión, una explicación de lo que denomino la hipertrofia del Estado en el siglo XX y quizá más allá del mismo. En el resto de mi exposición pretendo demostrar que hay en Engels bastante más que «algo así como una teoría», en concreto que es posible deducir una teoría parcial del desarrollo social similar a la teoría económica de Marx, y que junto con esta aquella permite elaborar una teoría histórico-materialista más realista de las sociedades capitalistas más allá del siglo XIX.
Comienzo con el aspecto tecnológico. En mi opinión, la crítica del materialismo histórico como supuestamente determinista alude a dos versiones del determinismo, una técnica y otra económica. El locus classicus para la versión tecnológica es el siguiente párrafo de Miseria de la filosofía:
“Las relaciones sociales están íntimamente vinculadas a las fuerzas productivas. Al adquirir nuevas fuerzas productivas, los hombres cambian de modo de producción y al cambiar el modo de producción, la manera de ganarse la vida, cambian todas sus relaciones sociales. El molino movido a brazo nos da la sociedad del señor feudal; el molino de vapor, la sociedad del capitalista industrial (la cursiva es mía, WS)”.[7]
Esto no fue escrito por Engels, sino por el propio Marx en 1847. «Íntimamente vinculadas a» (eng verknüpft mit) no significa «determinadas por», aunque la oración final, exagerada metafóricamente, y a menudo separada de su contexto, tenga un tono determinista. Pero la afirmación de que el progreso tecnológico, el aparato de producción vulgar-utilitario en las fábricas capitalistas, tal como podía observarlo diariamente el hijo de un empresario fabril como Engels, debiera al menos condicionar el progreso de la humanidad, tuvo que parecer una provocación a los idealistas hegelianos de la época; y esa era sin duda precisamente su intención. Este no es el lugar para indagar cómo la teoría de la transición de molino a brazo al molino de vapor y su relación con las formas de poder social fue posteriormente elaborada en la dirección de «íntimamente vinculadas» (eng verknüpft) o de «generar» o «producir» (ergibt) una sociedad (o tal vez de ambas). Lo único que hay que destacar aquí es el papel central que desempeñó desde el principio el desarrollo de la tecnología en el pensamiento histórico-materialista de Marx y también de Engels.
En 1855, en el apogeo de la Guerra de Crimea, Engels publicó un extenso y documentado resumen del desarrollo del armamento en todos los Estados europeos.[8] Como industrial, le pareció útil no solo comparar el progreso de las tecnologías destructivas de la época con las tecnologías productivas, sino también considerar su interrelación. Una de las cuestiones objeto de investigación era si la tecnología militar se había beneficiado más de la civil o al contrario, esto es, cuál de las dos podía considerarse predominante. Desde una perspectiva político-económica, la tecnología militar no podía ser más que un subproducto de la civil. Pero, ¿no podía remontarse la producción industrial en masa, basada en componentes estandarizados (requisito previo esencial para lo que se convertiría en el modo de producción «fordista»), a un cierto Samuel Colt, cuyo invento le permitió entregar ciento treinta mil revólveres a los estados del norte en la Guerra Civil estadounidense? Aún más relevante para el materialismo histórico era la cuestión de si, por analogía con el desarrollo de los medios de producción a raíz del progreso del molino a brazo al molino de vapor, cabía postular el desarrollo «relativamente autónomo» de lo que podríamos llamar los medios de destrucción –el reemplazo de la espada por la ametralladora–, como un segundo hilo paralelo del desarrollo histórico, entrelazado con el primero pero no idéntico a él.
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Coronas rodando por los suelos
¿Quién destruye a quién en las relaciones de destrucción tecnológicamente revolucionadas que se han desarrollado en las sociedades industriales modernas? Las reflexiones de Engels sobre la guerra durante el último tercio del siglo XIX indican que lo que tenía cada vez más importancia para él era que el principal beneficiario del progreso militar en la trinidad sociedad-economía-Estado era el Estado. Sólo los Estados disponían de los recursos necesarios para adquirir los nuevos medios de destrucción a gran escala centralizados y para construir y mantener las fuerzas laborales conocidas como «ejércitos» necesarias para su despliegue. Con esto el peso del Estado en la política y el desarrollo económico de la sociedad crecieron inevitablemente más allá del papel que le asignaba la teoría político-económica de mediados del siglo XIX, haciendo del mismo algo más que un mero «comité gestor de los asuntos comunes de la clase burguesa»,[9] o una «superestructura» del modo de producción capitalista. La magnitud de los nuevos poderes de destrucción en sus manos estaba condenada a desatar una competencia entre los Estados que se añadiría a la rivalidad entre los monopolios y los cárteles emergentes en las economías capitalistas: un competencia sui generis por capacidades de exterminio cada vez más aterradoras, que para las sociedades involucradas podía resultar mucho más peligrosa que las crisis periódicas causadas por la competencia económica.
En esas circunstancias, ¿había todavía una perspectiva realista de utilizar con éxito la violencia revolucionaria para liberar a la sociedad de la plaga del capitalismo? Hacia el final de su vida, Engels parece haberse visto obligado a introducir de contrabando la guerra de clases por el socialismo en la guerra a vida o muerte entre los Estados, que veía dibujarse en el horizonte. En razón de su detallado conocimiento de la carrera armamentística emprendida, Engels no tenía dudas sobre tal evolución. En 1887, menos de tres décadas antes de 1914, predijo una «guerra mundial de una extensión e intensidad sin precedentes»:
“De ocho a diez millones de soldados se enfrentarán unos a otros, arrasando Europa más que una plaga de langostas. La devastación de la Guerra de los Treinta Años concentrada en tres o cuatro años y extendida a todo el continente; hambruna, epidemias, barbarie general de los ejércitos y las masas populares causada por una miseria aguda; dislocación irrecuperable de nuestro sistema artificial de comercio, industria y crédito, culminando en la bancarrota general; el colapso de los viejos Estados y su sabiduría política tradicional, de modo que docenas de coronas rodarán sobre el pavimento sin que nadie pueda levantarlas; es absolutamente imposible prever cómo terminará todo ello y quién saldrá vencedor de la batalla […]. Esa es la perspectiva para el momento en que el hipertrofiado sistema de competencia mutua en armamentos dé finalmente sus frutos inevitables.”[10]
Las últimas estimaciones hablan de un total de nueve millones y medio de muertos de ambos bandos, caídos en una guerra como no se había conocido antes. Para Engels, sin embargo, ni siquiera un evento de esa monstruosa magnitud podía llevar a un punto muerto la dialéctica del avance de la historia hacia el socialismo. Al final de la próxima guerra mundial, proclamó, con esa combinación de predicción y grito de batalla tan característica de los primeros socialistas, no cabía esperar sino la victoria de la clase obrera internacional:
“Solo un resultado [es] absolutamente seguro: el agotamiento general y el establecimiento de las condiciones para la victoria final de la clase trabajadora […]. Ahí es, señores príncipes y estadistas, adonde han llevado ustedes a la vieja Europa con su sabiduría. Y si no les queda otra opción que comenzar la última gran danza de guerra, que así sea. La guerra puede llevarnos a un segundo plano por un tiempo, puede arrebatarnos algunas de las posiciones que ya hemos conquistado. Pero una vez que hayan desatado las fuerzas ya no podrán volver a controlarlas y estas seguirán su curso; al final de la tragedia, ustedes estarán arruinados y la victoria del proletariado ya se habrá conseguido o será inevitable.”[11]
Esta perspectiva no era del todo irreal, como demostraría poco después la oleada revolucionaria de 1917-1919. Lo que proclamaba Engels era que, como consecuencia de la inminente guerra mundial, las clases trabajadoras armadas de los países entonces devastados se alzarían contra sus enemigos de clase y, en un levantamiento popular, derrocarían finalmente el capitalismo. Después de 1918 Engels podría haber señalado las muchas reformas democráticas obtenidas en muchos países: sufragio universal, derechos sindicales, negociación colectiva, así como la Revolución Rusa, asistida sin duda por las operaciones estratégicas del Estado Mayor Alemán. Como había pronosticado Engels, la guerra iniciada como lucha nacional con ejércitos reclutados coercitivamente podía servir para fortalecer a la clase obrera tanto en los países derrotados como en los victoriosos; lo mismo sucedió en un primer momento después de 1945.
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Dimensiones interestatales
El hecho de que el capitalismo permaneciera prácticamente incólume no se debió únicamente al equilibrio interno de fuerzas políticas; ya en 1918, el orden interno de los Estados nacionales emergentes también se había vuelto dependiente de las circunstancias militares internacionales. El nuevo gobierno bolchevique tuvo que construir inmediatamente después de su establecimiento un ejército estatal regular –el «Ejército Rojo» dirigido por León Trotsky– para prevalecer en una «guerra civil», que era fundamentalmente una invasión extranjera; Engels no se habría sorprendido. Y en Alemania fue el jurista socialdemócrata Hugo Sinzheimer, padre fundador del derecho laboral alemán y jefe de policía provisional en la ciudad de Frankfurt durante la revolución de noviembre de 1918, quien advirtió a una manifestación de masas que no pretendiera establecer directamente una república de consejos [Räterepublik] al estilo soviético, ya que eso provocaría inevitablemente, como en Rusia, una invasión de la Entente formada por las potencias occidentales vencedoras en la guerra. Un año y medio después, Sinzheimer se convirtió, como miembro de la Asamblea Constituyente, en uno de los autores del artículo sobre los comités de empresa de la Constitución de Weimar.
Si se otorga credibilidad a la investigación histórica, los círculos gobernantes de las potencias europeas esperaban que la guerra iniciada en el verano de 1914 fuese de corta duración, como las escaramuzas que la precedieron. No así Engels, probablemente porque conocía como ningún otro las fuerzas de destrucción acumuladas en los arsenales de los Estados-nación ya plenamente industrializados. Que en 1918 no solo se mantuvieran las relaciones de producción capitalistas, sino también las relaciones de violencia entre los Estados, –es decir, que los Estados lograran, más o menos rápidamente, restablecerse en torno a su identidad nacional mediante concesiones a la clase trabajadora, mediante la represión sobre ella o combinando ambos medios–, probablemente tuvo que ver también con el hecho de que en la era industrial un Estado enemigo altamente armado podía hacer en poco tiempo más daño a una sociedad que cualquier crisis económica capitalista
Un Estado extranjero parecía más peligroso que el capital nacional. Ninguna revolución socialista podía protegerte frente a él, sino, por el contrario, un ejército nacional, tal y como el ejército prusiano había protegido a Alemania de la amenaza zarista en el siglo XIX. Por esta razón, el peligro de guerra interestatal se interpuso en el camino del desencadenamiento de una guerra de clases: las relaciones internas de producción se vieron fortalecidas por las relaciones de fuerza interestatales; las guerras de clase amenazaban con el peligro de una derrota en la guerra interestatal; y las elites nacionales se pudieron proclamar como protectoras de sus pueblos contra los medios de destrucción de otros pueblos, declarar a la nación como una familia extensa (los hombres protegen a sus madres, mujeres e hijos) y hacer que la distribución de los medios nacionales de producción parezca de importancia secundaria en comparación con su defensa.
No es que la guerra de clases desapareciera por completo. Después de 1918 surgió de los conflictos entre Estados y clases una nueva configuración de Estados y clases, una vez más influida por la naturaleza y la distribución de las fuerzas destructivas modernas. La teoría original de las clases sirvió de poco a este respecto desde el punto de vista explicativo, mientras que las últimas obras de Engels, me atrevería a decir, consideraron seriamente los Estados y su potencial de violencia, aunque sin querer o poder incorporarlos sistemáticamente en el marco de la «concepción materialista de la historia» desarrollada como una economía política, que partía del análisis del fetichismo de la mercancía. Después de la Revolución Rusa por mor de la Primera Guerra Mundial surgió una proyección más o menos estable del conflicto de clases en el sistema interestatal, que se mantuvo durante décadas en la confrontación entre el Estado socialista de la Unión Soviética y los estados capitalistas «de Occidente», particularmente Estados Unidos y Gran Bretaña, las potencias hegemónicas ascendente y descendente del capitalismo de principios del siglo XX.
Ya entonces se estableció en la Unión Soviética una división del trabajo entre el Estado, que como tal debía ocuparse de su propia seguridad entre otros Estados basándose en las fuerzas armadas profesionales y la diplomacia internacional convencional, y el partido, que concebido como fuerza revolucionaria mundial, interfería decisivamente en los asuntos internos de otros países mediante los partidos hermanos nacionales, convertidos rápidamente en dependencias del PCUS e instrumentos del Estado soviético, y los agentes de la Internacional Comunista. No puedo tratar aquí en detalle las contradicciones y conflictos que la política exterior de Stalin generó en su propio país y en el extranjero; bastará aludir a la sangrienta «limpieza» del cuerpo de oficiales del Ejército Rojo realizada en 1938 para garantizar el control del partido sobre las fuerzas armadas en vísperas de la inminente guerra contra el Tercer Reich alemán, al tiempo que se firmaba el pacto Hitler-Stalin poco antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, la cual se convirtió en una guerra entre las tres versiones de la sociedad industrial moderna –capitalismo, fascismo y comunismo– representadas por los respectivos Estados-nación armados hasta los dientes con las últimas tecnologías de destrucción, si bien la Unión Soviética socialista en un grado ligeramente menor que las potencias capitalistas.
La hipertrofia de los Estados en el siglo XX como resultado del uso de medios cada vez más letales de violencia y exterminio puestos a su disposición alcanzó su culminación histórica en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, después de que la invención de la bomba atómica y su reproducción en la Unión Soviética bajo la dirección de Stalin convirtiera a esta en la segunda de las dos superpotencias mundiales. Durante mucho tiempo, el más letal de todos los medios de exterminio obligó a ambos bandos a coexistir dividiéndose el mundo. Bajo la fórmula de la «coexistencia pacífica» Estados Unidos y la Unión Soviética compitieron durante décadas intentando promover su sistema y socavar el del contrario sin tener que recurrir a la utilización de sus medios de destrucción mutua asegurada mediante una rivalidad sistémica disfrazada de lucha de clases interestatal entre los pueblos del trabajo y los pueblos del capital, unidos internamente por la democracia o la dictadura u otras combinaciones específicas de ambas.
Así como el conflicto de clases se convirtió en conflicto internacional después de 1918, después de 1945 el conflicto internacional dio una nueva forma a aquel al reprimir ambos bandos su oposición política de clase interna, denunciándola como quinta columna del Estado enemigo. En Washington y Moscú, la política exterior a la sombra de la bomba sirvió para defender y propagar formas antagónicas de organización social, que reflejaban los frentes del conflicto de clases del siglo XIX, y para movilizar a los «hermanos de clase» en el resto del mundo en interés de sus propios Estados y bloques estatales. Mientras que Estados Unidos lograría, durante la Guerra Fría, eliminar casi por completo las simpatías por el comunismo de los opositores al sistema tanto en casa como en los países pertenecientes al imperio estadounidense, durante la década de 1980 la URSS comenzó a desintegrarse bajo la presión de su oposición pro-occidental y, por lo tanto, pro-capitalista.
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Comerciantes y mercenarios.
La investigación de Engels a finales del siglo XIX sobre el desarrollo de medios técnicos de destrucción puede entenderse, pues, como el inicio de una línea adicional de investigación histórico-materialista de las sociedades modernas en la que los medios de destrucción se sitúan junto a los medios de producción y la formación de los Estados enmarca y se superpone a la formación de clases, línea que se adecua más a las realidades del sangriento siglo XX que una teoría histórica centrada únicamente en la producción. La exposición apuntada aquí podría proseguir fácilmente a partir de las categorías encontradas en Engels: historia del progreso técnico como fuerza impulsora del desarrollo político y social y de la liberación de la política estatal respecto de su subordinación teórica a la economía en virtud del control por parte de los Estados de los medios modernos de exterminio. Así surgió, por ejemplo, a finales del siglo XX, una situación en la que el desarrollo técnico en sus líneas avanzadas ya no tenía lugar en el sector privado de la economía, sino en los programas de armamento, en particular en los del Estado más poderoso del mundo, Estados Unidos: desde los viajes aéreos y espaciales hasta el llamado «uso pacífico de la energía atómica» y los avances de la tecnología microelectrónica de la información, que actualmente revoluciona la economía capitalista.
En cuanto a la historia política en sentido estricto, podríamos señalar el plan de Reagan para adelantar a la Unión Soviética mediante su programa de «Guerra de las Galaxias»; la «globalización» del poder militar estadounidense después de 1989, cuestionada solo treinta años después por el rápido desarrollo de los medios de producción y destrucción en China; la desintegración de los movimientos de liberación nacional en la periferia capitalista a la vista de su desesperada inferioridad militar y su reemplazo por movimientos religiosos-fundamentalistas, a cuyos seguidores no les importa perder la vida en pos de sus objetivos milenaristas. Actualmente observamos, en la medida en que se nos permite ser espectadores, una transformación radical adicional de las relaciones de destrucción mediante el empleo de nuevas fuerzas microelectrónicas, que permiten el espionaje ilimitado de oponentes reales y potenciales y su eliminación individual usando drones. La organización social de esta labor de exterminio corresponde a la reprivatización de una gran parte de las actividades bélicas: la subcontratación de las misiones letales a empresas privadas, que ahora dominan y desarrollan de forma mejor y más rentable las nuevas tecnologías; y la sustitución de los ciudadanos-soldados reclutados o voluntarios de la modernidad europea y estadounidense por servicios especiales profesionalizados o, si se prefiere enunciarlo de esta otra manera, del ejército permanente por un grupo flexible y ajustable de comerciantes de alta tecnología y mercenarios de la muerte.
A Engels no le sorprenderían estas dramáticas consecuencias para la estructura y la función del Estado moderno, aunque sean difíciles de encajar en la versión temprana de la concepción materialista de la historia, que encontró su expresión más destacada en El Capital. La destrucción personalizada de enemigos individuales mediante drones y operaciones especiales urdidas con la ayuda de la tecnología de la información ahorra a los gobiernos la necesidad de movilizar el consenso en el frente interno para operaciones militares desplegadas en lugares lejanos, porque ya nadie se ve obligado por la fuerza a participar en ellas y poner en juego su vida por el Estado, y porque la ‘liquidación de villanos’ seleccionados significa que el número de bajas occidentales en esas operaciones es pequeño. Además, los daños colaterales pueden limitarse mejorando la tecnología y, por otro lado, para poder ganar la Guerra contra el Terrorismo –una nueva interfaz de trabajo bélico, policial y social– no debe hablarse mucho de ella. (Si en un futuro no muy lejano combatieran robots contra robots, por ejemplo, drones Tesla contra drones Huawei, las batallas se podrían contemplar cómodamente desde la pantalla de nuestros domicilios).
Igualmente, el problema de tener que construir un nuevo Estado en el país de un enemigo derrotado, como sucedió después de 1945 en Japón y Alemania, podría parecer igualmente obsoleto: ya no hay por qué construir nuevos Estados. Como se ha demostrado en Iraq y Afganistán, basta la destrucción de los existentes, ya que los Estados fallidos o los no Estados son perfectamente tolerables para los vencedores, siempre que pueda evitarse mediante la vigilancia individualizada y la eliminación selectiva que la población subyugada militarmente se organice como sujeto político colectivo. Considérese, como ejemplo, el tipo de guerra revelado en la carta enviada el 12 de septiembre de 2014 al primer ministro israelí por cuarenta y tres oficiales y soldados de la Unidad de Elite ‘8200’ de los servicios secretos israelíes en la que anunciaban su negativa a continuar prestando sus servicios:
“La población palestina sometida al gobierno militar está completamente expuesta al espionaje y la vigilancia por parte de la inteligencia israelí […]. Se recopila y almacena información […] que se utiliza para la persecución política y para crear divisiones dentro de la sociedad palestina mediante el reclutamiento de colaboradores y para arrojar a parte de la sociedad palestina contra sí misma […]. La inteligencia permite el control continuo sobre millones de personas mediante una supervisión e invasión minuciosa e intrusiva de la mayoría de las áreas de la vida.”[12]
Este tipo de protesta es más importante que nunca, pero está lejos de los alzamientos de los soldados del siglo XIX anhelados por Engels y los socialistas, cuyos participantes daban la vuelta a sus armas contra su enemigo de clase nacional. ¿Pueden los servidores de una instalación informática volverse contra la clase dominante?
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NOTAS:
Wolfgang Streeck | newleftreview.es[1]
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Friedrich Engels, nacido en 1820 en Barmen, Renania, y muerto en 1895 a la edad de 75 años en Londres, pasó toda su vida adulta a la sombra de Karl Marx, a quien sobrevivió doce años, sintiéndose a gusto en esa posición.[2] Por mandato de su padre dejó la escuela secundaria un año antes de obtener su título de bachiller [Abitur] para incorporarse como hijo mayor al negocio familiar. Completando pues su formación de forma autodidacta, su encuentro con Marx le dejó profundamente impresionado, admirando el brillo sistemático-filosófico del joven hegeliano, en quien veía un genio con mucho mayor talento que el propio. De hecho, el tipo de pensamiento especulativo en el que Marx sobresalía como ningún otro se consideraba entre los filósofos alemanes de la época la forma más elevada de actividad científica; Engels, que compartía esa valoración, consideraba quizá su propia tarea, de tipo positivista, demasiado pedestre en comparación, entendiendo que su papel en la colaboración con Marx era el de editor, lector, publicista, traductor y divulgador de la teoría marxista (no marxista-engelsiana), a fin de que fuera comprensible para el movimiento socialista al que estaba destinada. El hecho de que a veces el resultado de esa tarea fueran simplificaciones o formulaciones reduccionistas de pensamientos complejos no sólo era inevitable sino también deseado, aunque el precio que Engels tuviera que pagar por él fuera la persistente sospecha de que era incapaz de articular una mayor complejidad.
Sin embargo, a él se deben logros realmente notables y no a pesar de que su temperamento lo inclinara hacia el mundo realmente existente, hacia las realidades más que las abstracciones, sino precisamente por ello. Junto a sus trabajos científicos, literarios, periodísticos y políticos, extraordinariamente variados, Engels fue durante mucho tiempo un empresario industrial exitoso con muchos años de experiencia a sus espaldas, lo que no solo le permitió financiar la lenta progresión de la producción teórica de Marx, sino que también le proporcionó una comprensión del capitalismo desde dentro, desacostumbrada entre sus adversarios. Quizá puede afirmarse que, a su modo, Engels se hallaba más a sus anchas en el mundo que Marx, el filósofo economista-político, lo que ayuda a explicar que se convirtiera, siendo aún muy joven, en uno de los primeros sociólogos empíricos con su obra Die Lage der arbeitenden Klasse in England: Nach eigner Anschauung und authentischen Quellen [La situación de la clase obrera en Inglaterra, según mis propias opiniones y fuentes auténticas], escrita a la edad de 24 años durante una estancia de formación de dos años transcurrida en la sede de la empresa textil de su familia situada en Manchester. Marx, a quien Engels había visitado en Colonia en 1842 camino de Inglaterra, quedó profundamente impresionado por el libro y declaró que Engels había «llegado a la misma conclusión» que él, pero «por una vía diferente», en concreto, la de la investigación empírica.
Así comenzó una amistad y un trabajo conjunto que durarían toda una vida y que poco después darían lugar, entre otras cosas, al Manifiesto Comunista de 1848, un hito en la historia de las ciencias sociales lleno de huellas textuales del libro de Engels, como también lo estaría, casi dos décadas después, el primer volumen de El Capital. Lo que podríamos llamar el carácter terreno del pensamiento y la investigación de Engels, su experiencia y su forma de vida, también se manifiestan en su producción intelectual prácticamente enciclopédica, impulsada por el hambre voraz de hechos y la constante búsqueda de nuevos temas, devorando bibliotecas enteras en su rastreo de los últimos avances en los distintos campos del conocimiento. Como estudioso independiente investigó la evolución de los simios antropoides que daría lugar a la aparición de los homínidos, la antropología histórica del trabajo, el origen de la familia, la historia del cristianismo primitivo y la de Alemania, especialmente las guerras campesinas, además de las ciencias naturales emergentes en su Dialéctica de la Naturaleza. Mientras que Marx podía mostrar rasgos misantrópicos, por decirlo suavemente, la inmediatez del acceso de Engels al mundo explica en parte por qué era el más activo políticamente de los dos. En gran medida era él quien mantenía contacto con los movimientos y partidos socialistas internacionales de la época para lo cual le servía de ayuda su dominio de doce idiomas y su capacidad de entender con cierta facilidad otra veintena.
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Suplemento teórico
No estoy en absoluto cualificado para resumir la totalidad de los estudios y la producción intelectual de Engels. En su caso, como en el de otros grandes pensadores, podemos releer sus obras una y otra vez y siempre descubrir algo nuevo. A mí mismo, como sociólogo interesado en las fuerzas impulsoras que configuran el desarrollo de las sociedades complejas contemporáneas, me llama la atención hasta qué punto complementó la concepción materialista de la historia, elaborada (con su ayuda) por Marx como una crítica de la economía política del siglo XIX, con algo así como una teoría del Estado y de la política. Aunque el propio Engels entendía su contribución como un mero complemento de la teoría marxiana del materialismo histórico, argumentaré que puede considerarse como fundador de una rama independiente de la teoría social materialista, que contribuyó a una mejor y más exhaustiva comprensión, absolutamente necesaria desde la perspectiva actual, de la política y del Estado.
¿Qué quiero decir con «algo así como una teoría»? En primer lugar, que Engels siempre confió en Marx en lo que respecta al «sistema de pensamiento general», porque, por un lado, confiaba en que este lo desarrollaría, pero también debido, cabe al menos suponer, a su temperamento personal como investigador, que se expresaba en cierta avidez presistemática e insaciable de hechos, cada vez más resistentes a la sistematización cuanto más amplio era el caudal al que accedía su investigación. Entre los temas que más atrajeron su atención estaba el desarrollo de las fuerzas armadas y las guerras que acompañaron el ascenso simultáneo del capitalismo y del Estado-nación moderno.[3] Su conexión con la economía política de la época y su futura superación revolucionaria no era inmediatamente obvia, debido en parte a los elementos de imprevisibilidad, esto es, de «relativa autonomía» generados por la «niebla del campo de batalla», si se quiere expresar así, ligados al papel de la guerra como generador de contingencias históricas, como ya había señalado Clausewitz. Engels acabó convirtiéndose en uno de los principales teóricos militares de su época, aunque a sus amigos de Londres les parecía un capricho personal que le valió el apodo de «el general». Luego fue estudiado como autoridad indiscutible sobre estos asuntos y no solo por los estrategas militares del socialismo como Lenin, Trotsky y Mao-Zedong; más tarde aún aquella inclinación suya fue ocultada como algo vergonzoso por los socialistas pacifistas, que negaban el papel estratégico de la violencia en la política después de 1945. Su contribución en este campo creo que deriva en buena medida de la especial afinidad existente entre la naturaleza peculiar de la guerra moderna en el contexto del desarrollo capitalista y la predisposición de Engels a observar de modo no dogmático la realidad, lo que le permitió establecer los cimientos de un complemento teórico sobre el Estado, que resultaba realmente necesario para la crítica de la economía política desarrollada por Marx y él mismo.
Esto no quiere decir que Marx no estuviera interesado en las guerras de su tiempo. También para él, como afirmaba en el primer volumen de El Capital (1867), «la violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva».[4] Al menos hasta la década de 1880, tanto Marx como Engels esperaban ver el fin del capitalismo durante su propia vida e imaginaban que esa transición sólo de modo excepcional podría producirse pacíficamente. Donde finalmente Engels tenía una ventaja sobre Marx era en su experiencia práctica como voluntario en la artillería prusiana en Berlín en 1841-1842, como participante en el levantamiento de Elberfeld de 1849, efectuado para garantizar la adopción de la Constitución de Frankfurt, y como partícipe en la rebelión antiprusiana, rápidamente aplastada, del ejército de Baden-Palatinado y de las Volkswehr [fuerzas de defensa populares] de Baden en 1848-1849, derrota dolorosa que le acompañó hasta su muerte. Probablemente por esa razón Marx lo consideraba un experto en asuntos militares y trató de convencerle para que escribiera un capítulo sobre historia militar para el primer volumen de Das Kapital. Engels aceptó la propuesta, pero nunca la llevó a cabo, lo que considero una indicación de que su material empírico se resistía a ser subsumido bajo la sistematización del fetichismo de la mercancía en la que Marx enmarcó su crítica de la economía política.
Al contrario de lo que muchos suponen hoy, ello no se debió a que la llamada «concepción materialista de la historia» de Marx y Engels fuera económicamente determinista y, por lo tanto, apolítica. Las principales teorías de las ciencias sociales del siglo XIX solían utilizar formulaciones deterministas, si no teleológicas, aunque solo fuera para figurar junto a las ciencias naturales en ascenso. En la medida en que esas tendencias pueden detectarse en la obra de Marx y Engels –y ambos estaban convencidos de que la trayectoria de la historia en última instancia sólo podía ir en dirección al socialismo–, estaban en buena compañía. Por otra parte, se diferenciaban de sus contemporáneos en que no solo eran teóricos de la sociedad capitalista, sino también militantes de la revolución proletaria que debía organizarse; como tales tenían que desplegar la retórica de la confianza en la victoria final indispensable para un movimiento político, la cual no debe confundirse con el pronóstico teórico. Después de todo, ambos dedicaron una parte importante de su tiempo a la creación de organizaciones internacionales de trabajadores y asesorando a los partidos nacionales, e interrumpieron repetidamente su trabajo teórico con ese propósito. Si su teoría hubiera pronosticado que el avance hacia el socialismo tendría lugar per se, podrían haberse ahorrado ese esfuerzo. De hecho, dedicaron mucha atención desde 1849 en adelante a los acontecimientos políticos y militares de la época e invirtieron cuantiosas energías en la redacción de innumerables análisis periodísticos y teóricos sobre ellos. Si tenemos en cuenta obras como El 18 Brumario de Luis Bonaparte y La lucha de clases en Francia, así como la larga serie de artículos periodísticos escritos sobre la guerra de Crimea, la Guerra Civil estadounidense y otros conflictos bélicos, podemos afirmar sin lugar a dudas que el materialismo histórico concede un lugar mucho más destacado a la intervención político-colectiva en el desenvolvimiento de los asuntos sociales –lo que en inglés se suele designar como agency– de lo que lo hacían las ciencias sociales académicas de su época y de lo que lo han hecho las desarrolladas desde entonces.
Como ya he dicho, las guerras de su tiempo fueron seguidas con una gran atención por Marx y Engels, lo cual no es sorprendente, ya que como revolucionarios pretendían aprender de las guerras libradas entre Estados en el momento presente para concebir las guerras de clases del futuro que debían poner fin al capitalismo. De su experiencia de 1849, Engels aprendió que las rebeliones improvisadas no tenían sentido; los combatientes por el comunismo debían igualar al menos a los adversarios estatales y de clase en términos de armamento y disciplina. Para aclarar cómo podía ser posible esto, era necesario comprender con precisión el rápido desarrollo de la tecnología militar y de la conducción de la guerra y su relación con el desarrollo industrial registrado en aquel momento. En los cuatro años transcurridos entre 1861 y 1865, Marx y Engels siguieron cada acontecimiento de la Guerra Civil estadounidense en la que reconocían con razón la primera guerra moderna. Ya en marzo de 1862, decían en uno de los artículos periodísticos que escribieron conjuntamente:
“Desde cualquier punto de vista, la Guerra Civil estadounidense presenta un espectáculo sin parangón en los anales de la historia militar. La vasta extensión del territorio en disputa; el ancho frente de las líneas de combate; la fuerza numérica de los ejércitos enfrentados, cuya creación apenas contó con el apoyo de una base organizativa previa; los fabulosos costes de esos ejércitos, la manera de liderarlos y las tácticas y principios estratégicos generales según los cuales se libra la guerra son todos nuevos a ojos del espectador europeo.”[5]
Al final de la guerra se contaban casi setecientos mil muertos en los campos de batalla y de prisioneros de ambos bandos. Seis años más tarde, entre marzo y mayo de 1871, Marx y Engels observaron desde Londres la represión de la Comuna de París, esto es, la rebelión de parte de la población parisina contra su propio gobierno y la ocupación prusiana, tras la derrota francesa en la guerra contra Prusia de 1870-1871. En los combates y las posteriores ejecuciones en masa perdieron la vida no menos de treinta mil personas del bando insurgente; entre las tropas gubernamentales el número de muertos fue aproximadamente de novecientos.[6]
Aun así, para Marx y Engels seguía estando claro que el camino hacia el socialismo exigiría el uso colectivo de la fuerza. Pero, ¿cómo podía encajar una guerra de clases entre el trabajo y el capital en un mundo de ejércitos estatales profesionalizados equipados como los unionistas y confederados de la Guerra Civil estadounidense o el prusiano, por no mencionar los ejércitos del futuro? A mi juicio, Marx y Engels afrontaron repetidamente en el curso de su vida este enigma estratégico central, proponiendo diversas soluciones. Ocasionalmente, en las guerras interestatales que se avecinaban o en curso, tomaron partido por el Estado capitalista que les parecía más avanzado desde una perspectiva histórico-mundial; la mayoría de las veces era Alemania en relación con Francia, al menos durante el Segundo Imperio, y la Rusia zarista fue siempre el país del «modo de producción asiático», el baluarte de la reacción, contra el que el progreso alemán tenía que defenderse si era necesario. También formularon respuestas reduccionistas: la fuerza militar de un Estado era acorde con su nivel de desarrollo industrial por lo que los Estados avanzados con sociedades maduras para el socialismo siempre debían vencer a los menos desarrollados.
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¿Un modo de destrucción capitalista?
Gradualmente, sin embargo, y especialmente tras la muerte de Marx, prevaleció un planteamiento más matizado basado en dos hechos observados por Engels: el fortalecimiento de los Estados frente a sus sociedades mediante el monopolio de los medios modernos de exterminio y la dinámica endógena del desarrollo de la tecnología militar conducente a un modo de aniquilación social, que es diferente del modo de producción social y que se halla dotado de su propia dinámica de desarrollo, complementaria a la del capitalismo. Juntos proporcionan, en mi opinión, una explicación de lo que denomino la hipertrofia del Estado en el siglo XX y quizá más allá del mismo. En el resto de mi exposición pretendo demostrar que hay en Engels bastante más que «algo así como una teoría», en concreto que es posible deducir una teoría parcial del desarrollo social similar a la teoría económica de Marx, y que junto con esta aquella permite elaborar una teoría histórico-materialista más realista de las sociedades capitalistas más allá del siglo XIX.
Comienzo con el aspecto tecnológico. En mi opinión, la crítica del materialismo histórico como supuestamente determinista alude a dos versiones del determinismo, una técnica y otra económica. El locus classicus para la versión tecnológica es el siguiente párrafo de Miseria de la filosofía:
“Las relaciones sociales están íntimamente vinculadas a las fuerzas productivas. Al adquirir nuevas fuerzas productivas, los hombres cambian de modo de producción y al cambiar el modo de producción, la manera de ganarse la vida, cambian todas sus relaciones sociales. El molino movido a brazo nos da la sociedad del señor feudal; el molino de vapor, la sociedad del capitalista industrial (la cursiva es mía, WS)”.[7]
Esto no fue escrito por Engels, sino por el propio Marx en 1847. «Íntimamente vinculadas a» (eng verknüpft mit) no significa «determinadas por», aunque la oración final, exagerada metafóricamente, y a menudo separada de su contexto, tenga un tono determinista. Pero la afirmación de que el progreso tecnológico, el aparato de producción vulgar-utilitario en las fábricas capitalistas, tal como podía observarlo diariamente el hijo de un empresario fabril como Engels, debiera al menos condicionar el progreso de la humanidad, tuvo que parecer una provocación a los idealistas hegelianos de la época; y esa era sin duda precisamente su intención. Este no es el lugar para indagar cómo la teoría de la transición de molino a brazo al molino de vapor y su relación con las formas de poder social fue posteriormente elaborada en la dirección de «íntimamente vinculadas» (eng verknüpft) o de «generar» o «producir» (ergibt) una sociedad (o tal vez de ambas). Lo único que hay que destacar aquí es el papel central que desempeñó desde el principio el desarrollo de la tecnología en el pensamiento histórico-materialista de Marx y también de Engels.
En 1855, en el apogeo de la Guerra de Crimea, Engels publicó un extenso y documentado resumen del desarrollo del armamento en todos los Estados europeos.[8] Como industrial, le pareció útil no solo comparar el progreso de las tecnologías destructivas de la época con las tecnologías productivas, sino también considerar su interrelación. Una de las cuestiones objeto de investigación era si la tecnología militar se había beneficiado más de la civil o al contrario, esto es, cuál de las dos podía considerarse predominante. Desde una perspectiva político-económica, la tecnología militar no podía ser más que un subproducto de la civil. Pero, ¿no podía remontarse la producción industrial en masa, basada en componentes estandarizados (requisito previo esencial para lo que se convertiría en el modo de producción «fordista»), a un cierto Samuel Colt, cuyo invento le permitió entregar ciento treinta mil revólveres a los estados del norte en la Guerra Civil estadounidense? Aún más relevante para el materialismo histórico era la cuestión de si, por analogía con el desarrollo de los medios de producción a raíz del progreso del molino a brazo al molino de vapor, cabía postular el desarrollo «relativamente autónomo» de lo que podríamos llamar los medios de destrucción –el reemplazo de la espada por la ametralladora–, como un segundo hilo paralelo del desarrollo histórico, entrelazado con el primero pero no idéntico a él.
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Coronas rodando por los suelos
¿Quién destruye a quién en las relaciones de destrucción tecnológicamente revolucionadas que se han desarrollado en las sociedades industriales modernas? Las reflexiones de Engels sobre la guerra durante el último tercio del siglo XIX indican que lo que tenía cada vez más importancia para él era que el principal beneficiario del progreso militar en la trinidad sociedad-economía-Estado era el Estado. Sólo los Estados disponían de los recursos necesarios para adquirir los nuevos medios de destrucción a gran escala centralizados y para construir y mantener las fuerzas laborales conocidas como «ejércitos» necesarias para su despliegue. Con esto el peso del Estado en la política y el desarrollo económico de la sociedad crecieron inevitablemente más allá del papel que le asignaba la teoría político-económica de mediados del siglo XIX, haciendo del mismo algo más que un mero «comité gestor de los asuntos comunes de la clase burguesa»,[9] o una «superestructura» del modo de producción capitalista. La magnitud de los nuevos poderes de destrucción en sus manos estaba condenada a desatar una competencia entre los Estados que se añadiría a la rivalidad entre los monopolios y los cárteles emergentes en las economías capitalistas: un competencia sui generis por capacidades de exterminio cada vez más aterradoras, que para las sociedades involucradas podía resultar mucho más peligrosa que las crisis periódicas causadas por la competencia económica.
En esas circunstancias, ¿había todavía una perspectiva realista de utilizar con éxito la violencia revolucionaria para liberar a la sociedad de la plaga del capitalismo? Hacia el final de su vida, Engels parece haberse visto obligado a introducir de contrabando la guerra de clases por el socialismo en la guerra a vida o muerte entre los Estados, que veía dibujarse en el horizonte. En razón de su detallado conocimiento de la carrera armamentística emprendida, Engels no tenía dudas sobre tal evolución. En 1887, menos de tres décadas antes de 1914, predijo una «guerra mundial de una extensión e intensidad sin precedentes»:
“De ocho a diez millones de soldados se enfrentarán unos a otros, arrasando Europa más que una plaga de langostas. La devastación de la Guerra de los Treinta Años concentrada en tres o cuatro años y extendida a todo el continente; hambruna, epidemias, barbarie general de los ejércitos y las masas populares causada por una miseria aguda; dislocación irrecuperable de nuestro sistema artificial de comercio, industria y crédito, culminando en la bancarrota general; el colapso de los viejos Estados y su sabiduría política tradicional, de modo que docenas de coronas rodarán sobre el pavimento sin que nadie pueda levantarlas; es absolutamente imposible prever cómo terminará todo ello y quién saldrá vencedor de la batalla […]. Esa es la perspectiva para el momento en que el hipertrofiado sistema de competencia mutua en armamentos dé finalmente sus frutos inevitables.”[10]
Las últimas estimaciones hablan de un total de nueve millones y medio de muertos de ambos bandos, caídos en una guerra como no se había conocido antes. Para Engels, sin embargo, ni siquiera un evento de esa monstruosa magnitud podía llevar a un punto muerto la dialéctica del avance de la historia hacia el socialismo. Al final de la próxima guerra mundial, proclamó, con esa combinación de predicción y grito de batalla tan característica de los primeros socialistas, no cabía esperar sino la victoria de la clase obrera internacional:
“Solo un resultado [es] absolutamente seguro: el agotamiento general y el establecimiento de las condiciones para la victoria final de la clase trabajadora […]. Ahí es, señores príncipes y estadistas, adonde han llevado ustedes a la vieja Europa con su sabiduría. Y si no les queda otra opción que comenzar la última gran danza de guerra, que así sea. La guerra puede llevarnos a un segundo plano por un tiempo, puede arrebatarnos algunas de las posiciones que ya hemos conquistado. Pero una vez que hayan desatado las fuerzas ya no podrán volver a controlarlas y estas seguirán su curso; al final de la tragedia, ustedes estarán arruinados y la victoria del proletariado ya se habrá conseguido o será inevitable.”[11]
Esta perspectiva no era del todo irreal, como demostraría poco después la oleada revolucionaria de 1917-1919. Lo que proclamaba Engels era que, como consecuencia de la inminente guerra mundial, las clases trabajadoras armadas de los países entonces devastados se alzarían contra sus enemigos de clase y, en un levantamiento popular, derrocarían finalmente el capitalismo. Después de 1918 Engels podría haber señalado las muchas reformas democráticas obtenidas en muchos países: sufragio universal, derechos sindicales, negociación colectiva, así como la Revolución Rusa, asistida sin duda por las operaciones estratégicas del Estado Mayor Alemán. Como había pronosticado Engels, la guerra iniciada como lucha nacional con ejércitos reclutados coercitivamente podía servir para fortalecer a la clase obrera tanto en los países derrotados como en los victoriosos; lo mismo sucedió en un primer momento después de 1945.
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Dimensiones interestatales
El hecho de que el capitalismo permaneciera prácticamente incólume no se debió únicamente al equilibrio interno de fuerzas políticas; ya en 1918, el orden interno de los Estados nacionales emergentes también se había vuelto dependiente de las circunstancias militares internacionales. El nuevo gobierno bolchevique tuvo que construir inmediatamente después de su establecimiento un ejército estatal regular –el «Ejército Rojo» dirigido por León Trotsky– para prevalecer en una «guerra civil», que era fundamentalmente una invasión extranjera; Engels no se habría sorprendido. Y en Alemania fue el jurista socialdemócrata Hugo Sinzheimer, padre fundador del derecho laboral alemán y jefe de policía provisional en la ciudad de Frankfurt durante la revolución de noviembre de 1918, quien advirtió a una manifestación de masas que no pretendiera establecer directamente una república de consejos [Räterepublik] al estilo soviético, ya que eso provocaría inevitablemente, como en Rusia, una invasión de la Entente formada por las potencias occidentales vencedoras en la guerra. Un año y medio después, Sinzheimer se convirtió, como miembro de la Asamblea Constituyente, en uno de los autores del artículo sobre los comités de empresa de la Constitución de Weimar.
Si se otorga credibilidad a la investigación histórica, los círculos gobernantes de las potencias europeas esperaban que la guerra iniciada en el verano de 1914 fuese de corta duración, como las escaramuzas que la precedieron. No así Engels, probablemente porque conocía como ningún otro las fuerzas de destrucción acumuladas en los arsenales de los Estados-nación ya plenamente industrializados. Que en 1918 no solo se mantuvieran las relaciones de producción capitalistas, sino también las relaciones de violencia entre los Estados, –es decir, que los Estados lograran, más o menos rápidamente, restablecerse en torno a su identidad nacional mediante concesiones a la clase trabajadora, mediante la represión sobre ella o combinando ambos medios–, probablemente tuvo que ver también con el hecho de que en la era industrial un Estado enemigo altamente armado podía hacer en poco tiempo más daño a una sociedad que cualquier crisis económica capitalista
Un Estado extranjero parecía más peligroso que el capital nacional. Ninguna revolución socialista podía protegerte frente a él, sino, por el contrario, un ejército nacional, tal y como el ejército prusiano había protegido a Alemania de la amenaza zarista en el siglo XIX. Por esta razón, el peligro de guerra interestatal se interpuso en el camino del desencadenamiento de una guerra de clases: las relaciones internas de producción se vieron fortalecidas por las relaciones de fuerza interestatales; las guerras de clase amenazaban con el peligro de una derrota en la guerra interestatal; y las elites nacionales se pudieron proclamar como protectoras de sus pueblos contra los medios de destrucción de otros pueblos, declarar a la nación como una familia extensa (los hombres protegen a sus madres, mujeres e hijos) y hacer que la distribución de los medios nacionales de producción parezca de importancia secundaria en comparación con su defensa.
No es que la guerra de clases desapareciera por completo. Después de 1918 surgió de los conflictos entre Estados y clases una nueva configuración de Estados y clases, una vez más influida por la naturaleza y la distribución de las fuerzas destructivas modernas. La teoría original de las clases sirvió de poco a este respecto desde el punto de vista explicativo, mientras que las últimas obras de Engels, me atrevería a decir, consideraron seriamente los Estados y su potencial de violencia, aunque sin querer o poder incorporarlos sistemáticamente en el marco de la «concepción materialista de la historia» desarrollada como una economía política, que partía del análisis del fetichismo de la mercancía. Después de la Revolución Rusa por mor de la Primera Guerra Mundial surgió una proyección más o menos estable del conflicto de clases en el sistema interestatal, que se mantuvo durante décadas en la confrontación entre el Estado socialista de la Unión Soviética y los estados capitalistas «de Occidente», particularmente Estados Unidos y Gran Bretaña, las potencias hegemónicas ascendente y descendente del capitalismo de principios del siglo XX.
Ya entonces se estableció en la Unión Soviética una división del trabajo entre el Estado, que como tal debía ocuparse de su propia seguridad entre otros Estados basándose en las fuerzas armadas profesionales y la diplomacia internacional convencional, y el partido, que concebido como fuerza revolucionaria mundial, interfería decisivamente en los asuntos internos de otros países mediante los partidos hermanos nacionales, convertidos rápidamente en dependencias del PCUS e instrumentos del Estado soviético, y los agentes de la Internacional Comunista. No puedo tratar aquí en detalle las contradicciones y conflictos que la política exterior de Stalin generó en su propio país y en el extranjero; bastará aludir a la sangrienta «limpieza» del cuerpo de oficiales del Ejército Rojo realizada en 1938 para garantizar el control del partido sobre las fuerzas armadas en vísperas de la inminente guerra contra el Tercer Reich alemán, al tiempo que se firmaba el pacto Hitler-Stalin poco antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, la cual se convirtió en una guerra entre las tres versiones de la sociedad industrial moderna –capitalismo, fascismo y comunismo– representadas por los respectivos Estados-nación armados hasta los dientes con las últimas tecnologías de destrucción, si bien la Unión Soviética socialista en un grado ligeramente menor que las potencias capitalistas.
La hipertrofia de los Estados en el siglo XX como resultado del uso de medios cada vez más letales de violencia y exterminio puestos a su disposición alcanzó su culminación histórica en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, después de que la invención de la bomba atómica y su reproducción en la Unión Soviética bajo la dirección de Stalin convirtiera a esta en la segunda de las dos superpotencias mundiales. Durante mucho tiempo, el más letal de todos los medios de exterminio obligó a ambos bandos a coexistir dividiéndose el mundo. Bajo la fórmula de la «coexistencia pacífica» Estados Unidos y la Unión Soviética compitieron durante décadas intentando promover su sistema y socavar el del contrario sin tener que recurrir a la utilización de sus medios de destrucción mutua asegurada mediante una rivalidad sistémica disfrazada de lucha de clases interestatal entre los pueblos del trabajo y los pueblos del capital, unidos internamente por la democracia o la dictadura u otras combinaciones específicas de ambas.
Así como el conflicto de clases se convirtió en conflicto internacional después de 1918, después de 1945 el conflicto internacional dio una nueva forma a aquel al reprimir ambos bandos su oposición política de clase interna, denunciándola como quinta columna del Estado enemigo. En Washington y Moscú, la política exterior a la sombra de la bomba sirvió para defender y propagar formas antagónicas de organización social, que reflejaban los frentes del conflicto de clases del siglo XIX, y para movilizar a los «hermanos de clase» en el resto del mundo en interés de sus propios Estados y bloques estatales. Mientras que Estados Unidos lograría, durante la Guerra Fría, eliminar casi por completo las simpatías por el comunismo de los opositores al sistema tanto en casa como en los países pertenecientes al imperio estadounidense, durante la década de 1980 la URSS comenzó a desintegrarse bajo la presión de su oposición pro-occidental y, por lo tanto, pro-capitalista.
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Comerciantes y mercenarios.
La investigación de Engels a finales del siglo XIX sobre el desarrollo de medios técnicos de destrucción puede entenderse, pues, como el inicio de una línea adicional de investigación histórico-materialista de las sociedades modernas en la que los medios de destrucción se sitúan junto a los medios de producción y la formación de los Estados enmarca y se superpone a la formación de clases, línea que se adecua más a las realidades del sangriento siglo XX que una teoría histórica centrada únicamente en la producción. La exposición apuntada aquí podría proseguir fácilmente a partir de las categorías encontradas en Engels: historia del progreso técnico como fuerza impulsora del desarrollo político y social y de la liberación de la política estatal respecto de su subordinación teórica a la economía en virtud del control por parte de los Estados de los medios modernos de exterminio. Así surgió, por ejemplo, a finales del siglo XX, una situación en la que el desarrollo técnico en sus líneas avanzadas ya no tenía lugar en el sector privado de la economía, sino en los programas de armamento, en particular en los del Estado más poderoso del mundo, Estados Unidos: desde los viajes aéreos y espaciales hasta el llamado «uso pacífico de la energía atómica» y los avances de la tecnología microelectrónica de la información, que actualmente revoluciona la economía capitalista.
En cuanto a la historia política en sentido estricto, podríamos señalar el plan de Reagan para adelantar a la Unión Soviética mediante su programa de «Guerra de las Galaxias»; la «globalización» del poder militar estadounidense después de 1989, cuestionada solo treinta años después por el rápido desarrollo de los medios de producción y destrucción en China; la desintegración de los movimientos de liberación nacional en la periferia capitalista a la vista de su desesperada inferioridad militar y su reemplazo por movimientos religiosos-fundamentalistas, a cuyos seguidores no les importa perder la vida en pos de sus objetivos milenaristas. Actualmente observamos, en la medida en que se nos permite ser espectadores, una transformación radical adicional de las relaciones de destrucción mediante el empleo de nuevas fuerzas microelectrónicas, que permiten el espionaje ilimitado de oponentes reales y potenciales y su eliminación individual usando drones. La organización social de esta labor de exterminio corresponde a la reprivatización de una gran parte de las actividades bélicas: la subcontratación de las misiones letales a empresas privadas, que ahora dominan y desarrollan de forma mejor y más rentable las nuevas tecnologías; y la sustitución de los ciudadanos-soldados reclutados o voluntarios de la modernidad europea y estadounidense por servicios especiales profesionalizados o, si se prefiere enunciarlo de esta otra manera, del ejército permanente por un grupo flexible y ajustable de comerciantes de alta tecnología y mercenarios de la muerte.
A Engels no le sorprenderían estas dramáticas consecuencias para la estructura y la función del Estado moderno, aunque sean difíciles de encajar en la versión temprana de la concepción materialista de la historia, que encontró su expresión más destacada en El Capital. La destrucción personalizada de enemigos individuales mediante drones y operaciones especiales urdidas con la ayuda de la tecnología de la información ahorra a los gobiernos la necesidad de movilizar el consenso en el frente interno para operaciones militares desplegadas en lugares lejanos, porque ya nadie se ve obligado por la fuerza a participar en ellas y poner en juego su vida por el Estado, y porque la ‘liquidación de villanos’ seleccionados significa que el número de bajas occidentales en esas operaciones es pequeño. Además, los daños colaterales pueden limitarse mejorando la tecnología y, por otro lado, para poder ganar la Guerra contra el Terrorismo –una nueva interfaz de trabajo bélico, policial y social– no debe hablarse mucho de ella. (Si en un futuro no muy lejano combatieran robots contra robots, por ejemplo, drones Tesla contra drones Huawei, las batallas se podrían contemplar cómodamente desde la pantalla de nuestros domicilios).
Igualmente, el problema de tener que construir un nuevo Estado en el país de un enemigo derrotado, como sucedió después de 1945 en Japón y Alemania, podría parecer igualmente obsoleto: ya no hay por qué construir nuevos Estados. Como se ha demostrado en Iraq y Afganistán, basta la destrucción de los existentes, ya que los Estados fallidos o los no Estados son perfectamente tolerables para los vencedores, siempre que pueda evitarse mediante la vigilancia individualizada y la eliminación selectiva que la población subyugada militarmente se organice como sujeto político colectivo. Considérese, como ejemplo, el tipo de guerra revelado en la carta enviada el 12 de septiembre de 2014 al primer ministro israelí por cuarenta y tres oficiales y soldados de la Unidad de Elite ‘8200’ de los servicios secretos israelíes en la que anunciaban su negativa a continuar prestando sus servicios:
“La población palestina sometida al gobierno militar está completamente expuesta al espionaje y la vigilancia por parte de la inteligencia israelí […]. Se recopila y almacena información […] que se utiliza para la persecución política y para crear divisiones dentro de la sociedad palestina mediante el reclutamiento de colaboradores y para arrojar a parte de la sociedad palestina contra sí misma […]. La inteligencia permite el control continuo sobre millones de personas mediante una supervisión e invasión minuciosa e intrusiva de la mayoría de las áreas de la vida.”[12]
Este tipo de protesta es más importante que nunca, pero está lejos de los alzamientos de los soldados del siglo XIX anhelados por Engels y los socialistas, cuyos participantes daban la vuelta a sus armas contra su enemigo de clase nacional. ¿Pueden los servidores de una instalación informática volverse contra la clase dominante?
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NOTAS:
[1] New Left Review, n° 123 (segunda época) Julio-Agosto, 2020
[2] Texto basado en la conferencia plenaria pronunciada en el International Engels Congress, Universidad de Wuppertal, 19-21 de febrero de 2020.
[3]. Gran parte de lo que sigue está inspirado en autores con perspectivas tan diferentes como Georg Fülberth y Herfried Münkler. Véanse Georg Fülberth, Friedrich Engels, Colonia, 2018, y Herfried Münkler, «Der gesellschaftliche Fortschritt und die Rolle der Gewalt: Friedrich Engels als Theoretiker des Krieges», en Samuel Salzborn (ed.), “… ins Museum der Altertümer”: Staatstheorie und Staatskritik bei Friedrich Engels, Baden-Baden, 2012, pp. 81-104. Véase también Rüdiger Voigt, «Militärtheoretiker des Proletariats? Friedrich Engels als Kritiker des preußischen Militärwesens», en S. Salzborn (ed.), “…ins Museum der Altertümer”: Staatstheorie und Staatskritik bei Friedrich Engels, cit., pp. 107-124.
[4] Karl Marx, Das Kapital: Band I [1867], en Marx-Engels Werke, Band 23, Berlín, Dietz Verlag, 1968, cap. XXIV, p. 779 [Die Gewalt ist der Geburtshelfer jeder alten Gesellschaft, die mit einer neuen schwanger geht]; ed. cast., El capital, vol. i, Madrid, Siglo XXI, 2017, p. 844.
[5] K. Marx y F. Engels, «Der Amerikanische Bürgerkrieg», Die Presse, 26 de marzo de 1862, en Marx-Engels Werke [mew], Band 15, Berlín, Dietz Verlag, 1972, p. 486.
[6] Se estima que durante la Guerra de Vietnam perdieron la vida en suelo vietnamita cincuenta y ocho mil estadounidenses, el 20 por 100 de ellos bajo fuego amigo o en actividades no bélicas (esa cifra equivale aproximadamente al número anual de muertes por accidentes de tráfico en Estados Unidos durante la década de 1960). Las bajas de insurgentes y civiles por el lado vietnamita son más difíciles calcular debido al uso generalizado de tecnologías destructivas por parte de Estados Unidos. Las estimaciones varían de 3 a 6 millones de personas, lo que arroja un «ratio letal» situado entre 1:50 y 1:100, frente a la relación 1:33 para la Comuna de París. Los resultados del progreso tecnológico son aquí obvios.
[7] K. Marx, Misère de la philosophie, París y Bruselas, 1847; ed. cast.: Miseria de la filosofía, Madrid, Siglo XXI, 1987, p. 68.
[8] Véase F. Engels, «The Armies of Europe», publicado en tres entregas la Putnam’s Monthly. A Magazine of Literature, Science and Art, en agosto, septiembre y diciembre de 1855, en Marx-Engels Collected Works, vol. 14, Londres, 2010, pp. 401-469.
[9] K. Marx y F. Engels, Manifest der Kommunistischen Partei [1848], en Marx-Engels Werke [mew], Band 4, Berlín, Dietz Verlag, 1972, p. 464 [Die moderne Staatsgewalt ist nur ein Ausschuß, der die gemeinschaftlichen Geschäfte der ganzen Bourgeoisklasse verwaltet]; ed. cast.: Manifiesto comunista (edición bilingüe), Madrid, Akal, 2018, pp. 48-49.
[10] F. Engels, «Introducción al folleto de S. Borkheim En memoria de los patriotas alemanes, 1806-1807» [1887]. Publicado inicialmente en S. Borkheim, Zur Erinnerung fur die deutschen Mordspatrioten.1806-1807, Hottingen-Zurich, 1888. Fue publicado en inglés por iniciativa de Engels como núm. XXIV de The Social-Democratic Library, en Marx-Engels Collected Works, Londres, vol. 26, p. 451. 2010
[11] Ibíd.
[12] Peter Beaumont, «Israeli intelligence veterans refuse to serve in Palestinian territories», The Guardian, 12 de septiembre de 2014. Durante la «Operación Plomo Fundido» de las Fuerzas de Seguridad Israelíes en la Franja de Gaza desplegada entre el 27 de diciembre de 2008 y el 18 de enero de 2009, hubo seis bajas israelíes y 1.398 palestinas, lo cual arroja un ratio letal de 1:233
Lukydemálaga 29006 : PUES ESTUPENDO,...MIRE UN LEMA DE AGUSTIN ANTUNEZ CORRALES - YA FALLECIDO - DE SIMBIODIVERSIDAD. BLOGSPOT.COM,... Y MÍO,...ES DE TODO CON TODO,...ESE EL EXISTIR, ES LA MATERIALIDAD AUNQUE TODO SE TRANSFORME, A LA VEZ, TODO ESTÁ,....ESTE AMIGO POR EJEMPLO, CUANDO MURIÓ"", SOLO CAMBIÓ SU FORMA DE EXISTENCIA,..""¡¡??¡¡: CUANDO "LO QUEMARON",...POS TODOS RESPIRAMOS ESOS HUMOS HUMANOS, DONDE ENTRE OTROS MATERIALES""" ¡¡, ESTABA ÉL,.....ESTO, ME DIÓ, MÁS ELEMENTOS SOBRE LA FRASE FRÍA, CASI-CASI, DE TODO ES TODO,....EL DECÍA, QUE INCLUSO, TENEMOS EN NUESTROS CUERPOS LOS GENES ¡¡??¡¡; NO ES ESTO,...ES OTRO ELEMENTO DIGAMOS, COMO EL ADN,....ESTO ES MÁS REAL-CIERTO,.....ESTOS CONCEPTOS, CASI SIEMPRE EL LO SOLTABA COMO UNA GRAN RÁFAGA DE VIENTO HURACANADO,....¡¡¡¡. DE LAS PLANTAS, DE LOS DINOSAURIOS,...¡¡¡???¡¡¡¡. - TOTAL, QUE NO LO ESCRIBÍA EN MI BLOG, PERO LO COMENTO DE VEZ, EN CUANDO,....¡¡¡¡. YO SI SAQUÉ EL TODO CON TODO,....Y ÉL, MIRE, POR DONDE, SACÓ ALGO SIMILAR, POR ELLO, LO DE SIMBIODIVERSIDAD,....QUE NO ES UNA TERMINOLOGÍA OFICIAL,....ÉL ERA PALEONTÓLOGO, DE FAMILIA BIEN DE CALLE LARIOS, CENTRO MÁXIMO DE CIUDAD DE MÁLAGA,......TODO CON TODO,....TUBE COMPA DE TRABAJO DE UN GUANCHE, EN TORREMOLINOS, MÁLAGA, DESPUÉS TRES NOS FUÍMOS A MALLORCA,....CON UNOS 16-17 AÑOS,.....Y DOS HERMANOS MÍOS HAN TRABAJADO EN LAS CANARIAS, EN HOSTELERÍA DE COCINERO, LUIS, Y OTRO DE PINTOR DE EDIFICIOS, PACO,...AMBOS YA FALLECIDOS,.....¡¡¡¡. Y LUÍS ME TRAJO DE CANARIAS COMIDA, Y UN RELOJ ¡¡¡¡, NO ERAN MUY MALAS PERSONAS,....AUNQUE LOS DOS CON MUCHOS COJONES Y REVOLUCIONARIOS ANTIFRANQUISAS A TOPE,....¡¡¡¡, Y ANTICAPITALISTAS NETOS,.....¡¡¡¡¡. EN EL SERVICIO MILITAR OBLIGATORIO, EN ALGECIRAS-CÁDIZ, UN COMPA DE LA OFICINA TÉCNICA DE LA COMPAÑÍA ERA GUANCHE,.....ERA ADEMÁS BUEN DIBUJANTE,...ERA DELINEANTE,....¡¡¡¡, Y EN CIERTA OCASIÓN,....ME HIZO UNA CARICATURA DE PERFIL,....ÉL, ERA MUY BUENA PERSONA, SENSIBLE, PERO BIEN PUESTOS SUS POSTURAS,....ERA MUY VALORADO POR LOS DEMÁS SOLDADOS Y LOS JEFES MILITARES,....AHORA NO RECUERDO SU NOMBRE,....DICHO DIBUJO, QUIZÁS AÚN LO MANTENGA, EN CUALQUIER CAJA DE FOTOS, QUE SIEMPRE GUARDAN LAS COMPAS, COMO RECUERDOS,....ADEMÁS SE BIEN LO QUE HA PASADO EL PUEBLO GUANCHE,....Y PARA MÍ,.....UNO DE LOS MÁS INTERESANTES DE LOS ÚLTIMOS MILENIOS DE LA HUMANIDAD,....¡¡¡¡. Y SUS CANTES, POR EJEMPLO, SON DE UNA GRAN MARAVILLA Y ESQUISITEZ,......CUANDO EL MPAIAC,...¡??¡¡; MIS HERMANOS LO SEGUÍAMOS POR LA RADIO,.....CREO, QUE ERA LA PIRENÁICA,....¡¡¡. BUENO, ME REPITO, ES UNA MARAVILLA, SU CONVERSACIÓN Y ACTITUD,...¡¡¡¡. SABE USTED,....ALGUNAS CONVERSACIONES CON DETERMINADAS PERSONAS, LAS EDITO EN MI BLOG,....Y QUEDA MUY BONITO-INTERESANTE,...ETC,...YA QUE DEMUESTRAN LA MISMAS DE QUE LOS COMUNISTAS Y REVOLUCIONARIOS NO SOMOS MÁQUINAS FRÍAS, QUE SOLO QUIEREN JODER AL PERSONAL,...NO HOMBRE NO,....POR ESO CUANDO ESCRIBO, MUCHAS VECES, INTRODUZCO COSAS DE LAS GENTES, MÍAS, VIVENCIAS, ANÉCDOTAS,....ETC,....NO SOMOS FANÁTICOS,....HAY QUE SER NATURALES Y PERSONAS REALES, NO ROBOTS MECANICÍSTAS Y MECÁNICOS DOGMÁTICOS-FANÁTICOS,....QUE AL FINAL, LAS GENTES, INCLUSO SE ASUSTAN,....Y YA NO CREE NUESTRAS INQUIETUDES, IDEAS, INTELECTOS,....NUESTRAS MANERAS DE SER PERSONAS DE IDEAS,.....DURANTE LA GUERRA CIVI ESPAÑOLA 36-????¡¡¡¡, NO SE SABE REALMENTE CUANDO TERMINÓ,....YO DIGO A LAS GENTES, CON PRECAUCIÓN,...DE QUE TERMINÓ, CUANDO LA ETA, DEJÓ DE ACTUAR MILITARMENTE,....HACE UNOS AÑOS, CON R. ZAPATERO, SI MAL, NO ME ACUERDO,.....O, SEA, EN LA DÉCADA DE 2000, SOBRE EL AÑO 6-7 + -- ,....¡¡¡. ESTA IDEA, CLARO, NO LA COMPORTE NÁIDE NÁIDE ¡¡¡¡. SOY UN ENAMORADO DE LAS INDIAS, SEAN DE LA REGIÓN QUE SEA,.....MIRE ESTO ES UNA TONTERÍA,.....MEKI, ERA UNA CHABALA, QUE VINO DE ARGENTINA,.....TRABAJABA FRENTE DONDE YO, CALLE ALCAZAVILLA, PEDRO DE TOLEDO,.....TOTAL, QUE YO LE VAÍA Y ME DECIA, AHÍ, ESTÁ LA INDIA,.....PELO MORENO-NEGRO, LARGO,...ERA DE ANÁLISIS FARMACÉUTICOS,...ETC,....Y MIRE, POR DONDE ESTUVIMOS DE PAREJA UN AÑO + --, ERA ELLA MÁS AVANZADA QUE YO,....¡¡¡, SABÍA TOCAR EL ÓRGANO-PIANO,...ETC,....Y MUCHA CLASE Y SIMPATÍA,.....LA MILI Y LA POLÍTICA HIZO QUE YO CORTARA, YA QUE ELLLA VENÍA TRAUMATIZADA DE LA ARGENTINA,....AÑOS 73-74, + --,... ERA LO MEJOR PARA ELLA, Y QUIZÁS PARA MIS TAREAS POLÍTICAS,.....YA QUE EN LA MILI, ME RADICALICÉ Y COMPRENDÍ, MEJOR DE QUE VA EL PERCÁ,....Y LA LUCHA DE CLASES, Y DONDE REALMENTE ESTÁ EL PODER DEL ESTADO Y DEL MULTI-IMPERICAPITALISMO,...--- COMO HABRÁS OBSERVADO, INTRODUZCO TÉRMINOS CREADOS POR MÍ,...NO ES CHULERÍA,....ES QUE POCAS GENTES LOS COMPRENDE,.....PERO NADA, ES SOLO UNA OBSERVACIÓN TONTA,...¡¡¡. Lmm.
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Luis Orta
escribidor665@gmail.com
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