domingo, 13 de diciembre de 2020

N.- 2ª.- parte ) LIBRO, SOBRE V. I. LENIN,...(La coherencia de su pensamiento);...DE G. LUCAKCS // Luky : ABAJO EL PODER DE LA OTANONUISTA Y LAS PARTITOCRACIAS Y AFINES : EL GRAN PROBLEMA Y LASTRE DE LA LIBERACIÓN SOCIAL DE LA HUMANIDAD. SEGÚN MIS DATOS EL CAPITAL ACUMULADO DEL CAPITALISMO ESPAÑOL ES DE UNOS 40,6 BILL/DÓL.,...EN MEDIDA EURACA ¡¡¡¡. ( EL TOTAL GLOBAL ES DE 4.900 BILL/DÓL. ). ¡¡.

ABAJO EL PODER DE LA OTANONUISTA Y LAS PARTITOCRACIAS Y AFINES : EL GRAN PROBLEMA Y LASTRE DE LA LIBERACIÓN SOCIAL DE LA HUMANIDAD. 

SEGÚN MIS DATOS EL CAPITAL ACUMULADO DEL CAPITALISMO ESPAÑOL ES DE UNOS 40,6 BILL/DÓL.,...EN MEDIDA EURACA ¡¡¡¡. ( EL TOTAL GLOBAL ES DE 4.900 BILL/DÓL. ). ¡¡.


VIENE DE LA PRIMERA PARTE DEL LIBRO DE G. LUCAKCS, SOBRE V.I. LENIN,.....(La coherencia de su pensamiento)

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Capítulo 4 EL IMPERIALISMO: GUERRA MUNDIAL Y GUERRA CIVIL ¿Hemos entrado acaso en el período de las luchas revolucionarias decisivas? ¿Es este ya el momento en el que el proletariado ha de llevar a cabo su misión transformadora del mundo, bajo la pena de su propia desaparición? En realidad, semejante decisión únicamente puede deberse a una mayor madurez ideológica u organizativa del proletariado en el caso de que esta madurez, es decir, la decisión de combatir, no sea sino una consecuencia de la situación económica y social objetiva del mundo, que empuja a actuar así. Y un acontecimiento, sea cual fuere, derrota o victoria, no puede en modo alguno decidir este problema. Es más, cuando se considera un determinado acontecimiento aisladamente, ni siquiera se puede determinar si se trata de una victoria o una derrota: únicamente en virtud de su relación con la totalidad de la evolución hístórico-social es convertido un hecho aislado en una victoria o una derrota a escala histórico-universal. De ahí que la controversia en el seno de la socialdemocracia rusa (que entonces acogía tanto a los mencheviques como a los bolcheviques), una discusión -que estalló ya durante el curso de la primera revolución y alcanzó su punto culminante una vez derrotada ésta- en torno al problema de si al hablar de la revolución se tenía que escribir 1847 (o sea, antes de la revolución decisiva) o 1848 (después de la revolución decisiva), no pudiera menos de desbordar el marco de la estricta problemática rusa. Antes de darle una solución ha de quedar resuelto el problema del carácter fundamental de nuestra época. La cuestión más restringida, propiamente rusa, de si la revolución de 1905 fue una revolución burguesa o una revolución proletaria y de si el comportamiento proletario y revolucionario de los obreros fue o no "deficiente", no puede, en realidad, encontrar respuesta fuera de este contexto. De todos modos, el hecho mismo de que se haya planteado tan enérgicamente este problema indica ya la dirección en que debe buscarse su respuesta. Porque la escisión del movimiento obrero ruso en dos alas, la izquierda y la derecha, tiende cada vez más, incluso fuera de Rusia, a adoptar la forma de una controversia en torno al carácter general de la época. 49 Controversia sobre si ciertos fenómenos económicos, cada vez más claramente perceptibles (concentración de capital, importancia creciente de los grandes bancos, colonialismo, etc.), son sólo estadios cuantitativamente superiores de la evolución "normal" del capitalismo, o vienen a insinuar, por el contrario, la inminencia de una nueva época del capitalismo, es decir, el imperialismo. Una controversia en torno a si las guerras cada vez más frecuentes al cabo de un periodo de paz relativa (la guerra de los boers, la hispanoamericana, la ruso-japonesa, etc.), han de ser consideradas como algo "casual" o "episódico", o más bien han de ser aceptadas como signos de un período en el que irán desarrollándose guerras cada vez más violentas. Una controversia, en fin, en torno a una cuestión bien concreta: si la evolución del capitalismo ha entrado en una nueva fase de este tipo, ¿pueden bastar los viejos métodos de lucha del proletariado para hacer valer sus intereses de clase bajo condiciones diferentes? ¿Son, en tal caso, las nuevas formas de lucha proletaria surgidas antes y durante la revolución rusa -huelga de masas, insurrección armada- simples acontecimientos de importancia local y restringida, "fallas", incluso, o "errores", o hay que ver en ellos, por el contrario, los primeros intentos espontáneos de las masas, acometidos con certero instinto de clase, para adecuar su conducta a la situación mundial? Conocemos la respuesta práctica de Lenin a este complejo de problemas tan estrechamente relacionados entre si. Viene expresada de la manera más clara en su lucha en el Congreso de Stuttgart -poco tiempo después de la derrota de la revolución rusa, cuando aún no se habían extinguido las lamentaciones de los mencheviques por la actitud de los obreros rusos, que habían ido, en su opinión, "demasiado lejos"- a favor de una toma de posición clara y tajante de la Segunda Internacional contra el peligro inminente de una guerra mundial imperialista, procurando orientar, además, esta toma de posición en lo concerniente a la actitud a adoptar contra dicha guerra.1 La proposición de Lenin y Rosa Luxemburgo fue adoptada en Stuttgart y más tarde ratificada por los Congresos de Copenhague y de Basilea. Lo cual significa que la Segunda Internacional reconocía oficialmente el peligro inminente de una guerra mundial imperialista y la necesidad de que el proletariado lo combatiera de manera revolucionaria. De manera pues, que, aparentemente, Lenin no estaba sólo en este punto. Tampoco en su visión, por razones económicas, del imperialismo como nueva fase del capitalismo. 50 La izquierda en bloque, así como ciertos elementos centristas y el ala derecha de la Segunda Internacional, percibieron los factores económicos reales que iban a hacer posible la irrupción del imperialismo. Hilferding intentó elaborar una teoría económica de estos nuevos fenómenos y Rosa Luxemburgo llegó incluso a perfilar el complejo económico global del imperialismo como fruto necesario del proceso de reproducción capitalista, integrando orgánicamente el imperialismo en la teoría de la historia del materialismo histórico y procurando de este modo un fundamento económico concreto a la "teoría del derrumbamiento". Y, sin embargo, cuando en agosto de 1914 -y mucho después- Lenin se encontró completamente solo en la defensa de su punto de vista acerca de la guerra mundial, esta soledad suya no era en modo alguno casual. Tampoco es explicable por motivos psicológicos o morales, es decir, porque muchos de los que anteriormente enjuiciaban también "adecuadamente" el imperialismo hubieran sido dominados por la cobardía, etc. No. Las tomas de posición de las diversas corrientes socialistas en agosto de 1914 fueron la consecuencia lógica y objetiva de sus anteriores líneas tácticas, teóricas, etc., de conducta. La concepción leninista del imperialismo es, de manera aparentemente paradójica, una producción teórica importante, por una parte, y, por otra, no es mucho lo que, considerado como teoría puramente económica, contiene de realmente nuevo. En cierto sentido se apoya en Hilferding y, desde el estricto punto de vista económico, no puede ser comparada en cuanto a profundidad y grandeza con la magnífica prosecución de la teoría marxista de la producción realizada por Rosa Luxemburgo. La superioridad de Lenin no consiste sino en la íntima y concreta vinculación que ha sido capaz de establecer entre la teoría económica del imperialismo y el conjunto de los problemas políticos del presente, culminando así, realmente, una hazaña teórica sin parangón. Ha sido capaz, en fin, de convertir el contenido económico de la nueva fase en el hilo conductor de todas las acciones concretas acometidas en un medio tan decisivo. De ahí, por ejemplo, que rechazara Lenin durante la guerra ciertos puntos de vista ultraizquierdistas de los comunistas polacos calificándolos de "economicismo imperialista"; de ahí que consume su refutación de la idea de Kautsky del "ultraimperialismo", una teoría que confiaba en la creación de un trust capitalista mundial favorable a la paz, para el que la guerra mundial no sería sino una vía "casual" y en 51 modo alguno "adecuada", especificando que Kautsky introducía una separación entre la economía del imperialismo y su política. Por supuesto que la teoría del imperialismo sustentada por Rosa Luxemburgo (y por Pannekoek y otros izquierdistas) no podía ser en modo alguno calificada como economicista en sentido estricto. Todos ellos -y Rosa Luxemburgo sobre todo- subrayan aquellos momentos de la economía imperialista en que ésta toma necesariamente un carácter político (colonialismo, industria de armamentos, etc.). Y, sin embargo, esta relación no es expuesta de manera verdaderamente concreta. Es decir, que Rosa Luxemburgo muestra de manera incomparable que como resultado del proceso de acumulación, el tránsito al imperialismo, la época de las luchas por conseguir mercados coloniales y centros de producción de materias primas, así como las posibilidades de exportación de capital, etc., resultan realmente inevitables; que esta época -la fase postrera del capitalismo había de ser una época de guerras mundiales. Pero con ello se limita a fundamentar la teoría de la época entera, la teoría de este imperialismo moderno en general. Por otra parte, tampoco logra establecer un puente entre esta teoría y las necesidades concretas del momento; sus artículos publicados bajo el rótulo de Junius no son, en sus aspectos concretos, consecuencia necesaria alguna de La acumulación de capital. El rigor teórico de su enjuiciamiento de la época entera no llega a concretarse en ella en un conocimiento claro de todas las fuerzas concretamente actuales, cuya valoración y aprovechamiento revolucionario constituye una de las tareas prácticas de la teoría marxista. Pero la superioridad de Lenin en este punto tampoco puede explicarse a base de fórmulas manidas como "genialidad política", "clarividencia práctica", etc. Es más bien una superioridad puramente teórica en el enjuiciamiento del proceso general. Porque en toda su vida cabe encontrar una sola decisión suya que no haya sido tomada obedeciendo de manera concreta y objetiva a una toma de posición teórica previa. Y el que la máxima fundamental de esta posición no sea otra que la exigencia de un análisis concreto de la situación concreta, hace que quienes no piensan dialécticamente, sitúen el problema en el terreno de la práctica de la "Real Politik". Para un marxista el análisis concreto de la situación concreta no se opone a la teoría pura; por el contrario, constituye el punto culminante de la auténtica teoría, el punto en el que la teoría encuentra su realización verdadera, el punto en el que se transforma en praxis. 52 Esta superioridad teórica suya radica en el hecho de haber sido Lenin, de todos los sucesores de Marx, el que ha tenido una visión menos deformada por las categorías fetichistas de su medio capitalista. Porque la superioridad decisiva de la economía marxista sobre todas las que la han precedido y sucedido se debe a que ha logrado, en virtud de su método e incluso en las cuestiones más complejas, en cuestiones en las que aparentemente hay que operar con las categorías económicas más puras (y, en consecuencia, más fetichistas), dar un giro a los problemas tal que más allá de las categorías "puramente económicas" resulten evidentes, en su proceso evolutivo, precisamente aquellas clases cuyo ser social viene expresado por estas mismas categorías económicas. (Piénsese en la diferencia entre capital variable y constante en contraposición a la clásica distinción entre capital fijo y circulante. Unicamente a través de estas distinciones resulta evidente la estructura clasista de la sociedad burguesa. La formulación marxista del problema de la plusvalía ha desvelado ya la división clasista existente entre burguesía y proletariado. El aumento del capital constante muestra esta relación en el contexto dinámico del proceso evolutivo de la totalidad social, arrojando luz al mismo tiempo sobre la lucha de los diferentes grupos capitalistas por el reparto de la plusvalía.) La teoría del imperialismo de Lenin es menos una teoría de su génesis económicamente necesaria y de sus limites económicos -como la de Rosa Luxemburgo-, que una teoría de las concretas fuerzas de clase que el imperialismo desencadena y a las que en su mismo contexto hace operantes; la teoría de la concreta situación mundial provocada por el imperialismo. Al analizar la esencia del capitalismo monopolista, lo que en primer lugar le interesa es la situación mundial concreta y la división clasista de la sociedad a que da lugar: cómo las grandes potencias coloniales se reparten de facto la tierra, cómo evoluciona la división interna entre burguesía y proletariado con el movimiento de concentración de capital (capas puramente parasitarias de rentistas, aristocracia obrera, etc.). Y, sobre todo, cómo la evolución interna del capitalismo monopolista desborda -en virtud de los diferentes ritmos de los países- las "zonas de intereses" establecidas antes de manera más o menos duradera y por vía pacífica, desbordando así no pocos compromisos de este tipo, dando lugar, en consecuencia, a conflictos cuya solución sólo puede lograrse por la fuerza, es decir, acudiendo a la guerra. En la medida en que la esencia del imperialismo es determinada como capitalismo monopolista y su guerra como evolución necesaria y manifestación de esta tendencia a una concentración cada vez mayor, 53 camino del monopolio absoluto, van resultando más claras las diferenciaciones de la sociedad respecto de dicha guerra. Queda patente que imaginarse -a la Kautsky- que algunas fracciones de la burguesía, "no interesadas" directamente en el imperialismo, o incluso "desbordadas" por él, pueden ser movilizadas en contra suya, no es sino una ingenua ilusión. La evolución monopolista arrastra consigo a toda la burguesía, y es más, no sólo encuentra apoyo en la pequeña burguesía -tan vacilante de por sí- sino también en algunas fracciones del proletariado (aunque este apoyo sólo sea, por supuesto, pasajero). Sin embargo, y a diferencia de lo que opinan los escépticos profesionales, no es cierto que el proletariado revolucionario acabe reducido por su inexorable oposición al imperialismo a una posición de aislamiento. La evolución de la sociedad capitalista es siempre contradictoria. El capitalismo monopolista crea, por primera vez en la historia, una economía mundial en el auténtico sentido de la palabra; su guerra, la guerra imperialista, es por eso la primera guerra mundial en el significado más riguroso del término. Lo cual significa, sobre todo, que por primera vez en la historia los oprimidos y explotados por el capitalismo han dejado de estar solos en su lucha aislada contra sus opresores, en la medida en que son arrastrados en su existencia entera al torbellino de la guerra mundial. La política colonialista llevada a cabo por el capitalismo no se limita a explotar a los pueblos coloniales con el saqueo de sus riquezas, como hacía en los primeros tiempos de la evolución del capitalismo; ahora transforma al mismo tiempo su estructura social, la vuelve capitalista. Lo cual ocurre, por supuesto, con vistas a conseguir una explotación más intensa de los mismos (exportación de capitales, etc.), dando lugar, sin embargo, en los países coloniales -contrariamente, desde luego, a las intenciones del capitalismo- al comienzo de una evolución burguesa propia, cuya necesaria consecuencia ideológica no es otra que el estallido de un movimiento combativo a favor de la autonomía nacional. Todo lo cual aún resulta acentuado por la íntegra movilización de las reservas humanas disponibles a que la guerra imperialista obliga a los países imperialistas, arrastrando de este modo activamente a los pueblos coloniales a la lucha y llegando incluso a favorecer parcialmente una rápida industrialización de los mismos; de este modo el proceso es acelerado tanto en el plano ideológico como en el económico. La situación de los pueblos coloniales no es, sin embargo, sino un caso extremo de la relación existente entre el capitalismo monopolista y sus explotados. La transición histórica de una época a otra jamás acontece 54 mecánicamente; es decir, jamás ocurre que un modo de producción irrumpa y comience a resultar históricamente efectivo únicamente cuando el anterior, al que viene a superar, haya cumplido ya plenamente su misión conformadora de la sociedad. Los modos de producción que van superándose entre sí y las formas y estratificaciones sociales a ellos correspondientes irrumpen más bien en la historia entrecruzándose y operando unos frente a otros. De ahí que ciertas evoluciones que abstractamente consideradas se parecen (por ejemplo, la transición del feudalismo al capitalismo), tengan -a consecuencia de lo diferente del contexto histórico en el que discurrenun significado y una función completamente distintos, como una relación totalmente heterogénea respecto de la totalidad histórica social. El capitalismo ascendente vino a favorecer la cristalización de las nacionalidades. A partir de la gran fragmentación medieval fue transformando las partes de mayor evolución capitalista de Europa en grandes naciones -al cabo de toda una serie de intensas luchas revolucionarias. Las luchas por la unidad de Italia y Alemania fueron las últimas de estas luchas revolucionarias -objetivamente consideradas. El hecho, no obstante, de que el capitalismo haya evolucionado en estos estados hasta convertirse en un capitalismo monopolista de carácter imperialista, y que incluso en algunos países atrasados (como Rusia o Japón) comenzara a adoptar estas mismas formas, no implica en absoluto que haya perdido su facultad de impulsar otras nacionalidades en el resto del mundo. Todo lo contrario. La creciente evolución capitalista impulsó movimientos nacionales en todos los pueblos de Europa que hasta la fecha "habían carecido de historia". Sólo que las "luchas por la liberación nacional" de estos países no han podido ya discurrir como luchas contra el feudalismo o el absolutismo feudal -lo que les hubiera convertido en indiscutiblemente progresistas- sino que, por el contrario han de ser consideradas en el marco de la rivalidad imperialista de las grandes potencias mundiales. De ahí que su significado histórico y la valoración del mismo dependan de la función concreta que en esta totalidad concreta les corresponda. Marx fue perfectamente consciente de la importancia de este problema. En su época, era un problema esencialmente inglés: el de la relación anglo-irlandesa. Y Marx subrayó con la mayor energía que "independientemente de toda justicia internacional, transformar la actual unidad forzosa -es decir, la esclavitud de Irlanda- en una alianza libre y en condiciones de igualdad, si es posible, o en una separación 55 total, si es necesario, constituye la condición previa de la emancipación de la clase obrera inglesa". Marx vio claramente que la explotación de Irlanda representaba, por una parte, un puntal decisivo del capitalismo inglés, capitalismo que ya entonces -aunque fuera el único en ello- poseía un indudable carácter monopolista, y por otra, que la confusa toma de posición de la clase obrera inglesa daba lugar a una división entre los oprimidos, a una lucha entre unos explotados contra otros, en lugar de cristalizar en una lucha común contra los explotadores comunes; de manera, pues, que sólo la lucha por la liberación nacional de Irlanda podía coadyuvar a la creación de un frente verdaderamente eficaz en la lucha del proletariado inglés contra la burguesía inglesa. Dentro del movimiento inglés de la época fue desatendida esta visión marxista, que tampoco pudo imponerse eficazmente en la teoría y la praxis de la Segunda Internacional. También en este caso iba a ser Lenin quien vivificara de nuevo esta teoría, pero con una vida mucho más activa y concreta de la que pudo tener Marx. Porque de tener una simple actualidad en el panorama mundial ha pasado a ser el problema central del momento, de tal modo que Lenin no se ocupa ya de él por la vía teórica, sino de manera puramente práctica. Porque todo el mundo ha de ver claramente en este contexto que el inmenso problema que se alza ante nosotros -la sublevación de todos los oprimidos a escala mundial, ya no sólo la sublevación de los obreroses el mismo problema que Lenin situó desde un principio enérgicamente en el propio núcleo del problema agrario ruso, contra los populistas, marxistas legales, economicistas, etc. En todos estos casos se trata de lo que Rosa Luxemburgo ha llamado el mercado "exterior" del capitalismo, concepto con el que se alude al mercado no capitalista, tanto si está situado dentro como si está situado fuera de las fronteras políticas. El capitalismo en expansión no puede subsistir sin él, pero, por otra parte, en lo concerniente a este mercado, su función social no es otra que destruir su estructura social originaria, convirtiéndolo al capitalismo, trasformándolo en un mercado - capitalista- "interior", aunque sea esto mismo lo que ha de acabar posibilitando sus aspiraciones de autonomía, etc. Se trata, pues, de una relación dialéctica. Sólo que Rosa Luxemburgo no llegó a encontrar, a partir de esta justa y grandiosa perspectiva histórica, el camino que podía llevar a la solución concreta de los problemas concretos de la guerra mundial. Todo esto no pasó de ser, para ella, una perspectiva histórica, la caracterización magnífica y grandiosa de toda la época, pero sólo de la época considerada en su 56 aspecto más general. Fue Lenin quien dio el paso de la teoría a la praxis. Un paso que, no obstante -y esto no hay que olvidarlo nuncaimplica al mismo tiempo un progreso teórico en la medida en que es un paso de lo abstracto a lo concreto. Esta conversión a lo concreto a partir de la justa apreciación abstracta de la realidad histórica actual, a partir de la evidenciación del general carácter revolucionario del período imperialista en bloque, se agudiza al máximo en el problema del carácter específico de esta revolución. Una de las mayores hazañas teóricas de Marx fue la exacta diferenciación que introdujo entre revolución burguesa y revolución proletaria. Una diferenciación de especial importancia práctica y táctica dado el inmaduro ilusionismo de sus contemporáneos, y que venia, además, a ofrecer el único método apropiado para captar netamente los elementos verdaderamente nuevos y verdaderamente proletarios del movimiento revolucionario de la época. En el marxismo vulgar, sin embargo, esta diferenciación acabó convirtiéndose en una rígida separación mecanicista. Separación en la que los oportunistas se han basado para generalizar esquemáticamente el hecho de que toda revolución de la época moderna, como indica cualquier observación empírica adecuada, haya comenzado por ser una revolución burguesa, por mucho que esté penetrada de acciones, reivindicaciones, etc., proletarias. En todos estos Casos la revolución es, pues, para los oportunistas, una revolución meramente burguesa. Y el deber del proletariado no es otro que apoyar esta revolución. Como consecuencia de esta separación entre revolución burguesa y revolución proletaria el proletariado ha de renunciar, pues, a sus propios objetivos revolucionarios de clase. La concepción ultraizquierdista, sin embargo, que vislumbra claramente el sofisma mecanicista de esta teoría y es perfectamente consciente del carácter revolucionario y proletario de nuestra época, cae a su vez en otra interpretación mecanicista no menos peligrosa. De la conciencia de que el papel revolucionario histórico-universal de la burguesía en la era imperialista toca ya a su fin, saca la conclusión -basándose asimismo en una separación mecanicista entre revolución burguesa y proletaria- de que hemos entrado en época de la revolución proletaria pura. Este punto de vista tiene la peligrosa consecuencia práctica de pasar por alto, desdeñar e incluso rechazar todos los movimientos de efervescencia y descomposición que surgen necesariamente en la era imperialista (el problema agrario, el colonial, el de las nacionalidades), y que son objetivamente revolucionarios en relación con la revolución proletaria; de este modo, estos teóricos de la revolución proletaria pura 57 renuncian voluntariamente a los más auténticos e importantes aliados del proletariado; desprecian ese contexto revolucionario, que da perspectivas concretas a la revolución proletaria, y esperan, en un espacio abstracto -pensando que así ayudan a prepararla- una revolución proletaria "pura". "El que espera una revolución social pura -dice Lenin- jamás llegará a vivirla, y no pasa de ser un revolucionario verbal que no entiende la verdadera revolución". Porque la verdadera revolución es la transformación dialéctica de la revolución burguesa en proletaria. El hecho histórico innegable de que la clase que en otro tiempo fue cabeza o beneficiaria de las grandes revoluciones burguesas se haya convertido ya en una clase objetivamente contrarrevolucionaria, no significa en modo alguno que los problemas objetivos, en torno a los que giraron dichas revoluciones, estén ya resueltos en el plano social y que las capas de la sociedad vitalmente interesadas en una solución revolucionaria estén ya satisfechas. Todo lo contrario. El giro contrarrevolucionario de la burguesía no implica únicamente su hostilidad hacia el proletariado, sino el desvío, también, respecto de sus propias tradiciones revolucionarias. Abandona al proletariado la herencia de su propio pasado revolucionario. Con lo que el proletariado se convierte en la única clase que está en disposición de llevar consecuentemente a término la revolución burguesa. Es decir que, por una parte, las reivindicaciones de la revolución burguesa -que aún no han perdido su actualidad- únicamente pueden culminar en el marco de una revolución proletaria, en tanto que, por otra, la realización consecuente de estas reivindicaciones de la revolución burguesa conduce necesariamente a la revolución proletaria. La revolución equivale hoy a la culminación y superación de la revolución burguesa. El exacto conocimiento de esta situación abre una perspectiva inmensa a las oportunidades y posibilidades de la revolución proletaria. Pero esto impone al mismo tiempo esfuerzos enormes al proletariado revolucionario y a su partido dirigente. Porque para llevar a buen término esta transición dialéctica, el proletariado no ha de limitarse a poseer un adecuado conocimiento del contexto justo, sino que ha de ser al mismo tiempo capaz de superar en el terreno práctico todas sus inclinaciones pequeñoburguesas, hábitos del pensamiento, etc., que le han entorpecido la visión clara de todas estas interrelaciones. (Por ejemplo, los prejuicios nacionales.) En consecuencia, el proletariado se ve obligado a superarse a sí mismo, convirtiéndose en líder de todos los oprimidos. En primer lugar, la lucha de los pueblos oprimidos por su independencia nacional es una gran 58 obra de autoeducación revolucionaria, tanto para el proletariado del pueblo opresor, que así supera paralelamente a esta conquista de la plena autonomía nacional, su propio nacionalismo, como para el proletariado del pueblo oprimido que, fiel a las consignas del federalismo, supera una vez más su nacionalismo a beneficio de la solidaridad proletaria internacional. Porque, como dice Lenin, "el proletariado lucha por el socialismo y contra sus propias debilidades". La lucha por la revolución, la utilización de las posibilidades objetivas de la situación mundial y la lucha interior por la propia madurez de la conciencia de clase revolucionaria son momentos indisolubles de un único proceso dialéctico. La guerra imperialista procura, pues, aliados por todas partes al proletariado, cuando lucha revolucionariamente contra la burguesía. Ahora bien, si el proletariado no toma conciencia de su situación y de los deberes inherentes a la misma, dicha guerra le obliga -a remolque de la burguesía- a un terrible autoaniquilamiento. La guerra imperialista crea una situación en el mundo en la que el proletariado puede ponerse verdaderamente a la cabeza de todos los oprimidos y explotados, en la que la lucha por su liberación puede llegar a convertirse en guía y señal para la liberación de todos los esclavizados por el capitalismo. Y sin embargo, puede convertirse al mismo tiempo en una situación mundial en la que millones y millones de proletarios se ven obligados a matarse unos a otros con la crueldad más refinada para favorecer y consolidar la posición monopolista de sus explotadores. Cuál de ambos destinos le toque en suerte al proletariado depende de la visión de su papel histórico, de su conciencia de clase. Porque "los hombres hacen su propia historia". Y no, por cierto, en circunstancias elegidas por ellos, sino en las que encuentran inmediatamente dadas y que les han sido legadas". No se trata, pues, de que el proletariado tenga que elegir entre combatir o no, sino de que elija a favor de qué intereses tiene que luchar, los suyos propios o los de la burguesía. El problema que plantea la situación histórica del proletariado no es el de una elección entre la guerra y la paz, sino el de una elección entre guerra imperialista y guerra contra esta guerra, o sea, guerra civil. La necesidad de la guerra civil como defensa del proletariado contra la guerra imperialista emana, como todas las formas de lucha del proletariado, de las condiciones de lucha que la evolución de la producción capitalista y de la sociedad burguesa imponen al proletariado. La actividad del partido, la importancia de la adecuada previsión teórica, únicamente alcanza a conferir al proletariado esa fuerza de resistencia o de ataque que en una situación dada posee ya objetivamente en virtud de su posición de clase, pero que dada su 59 inmadurez en el plano de la teoría y en el de la organización no eleva a la altura de lo objetivamente posible. De ahí que aún con anterioridad a la guerra imperialista surgiera la huelga de masas como reacción espontánea del proletariado contra la fase imperialista del capitalismo, y este hecho coherente, que la derecha y el centro de la Segunda Internacional intentaron disimular por todos los medios, ha ido convirtiéndose progresivamente en uno de los pilares teóricos del ala radical. También en este caso fue Lenin el primero en reconocerá muy pronto, ya en 1905, que la huelga general no era suficiente como arma en la lucha decisiva. Al dar a la fracasada insurrección de Moscú el calificativo de etapa decisiva, pretendiendo fijar así sus experiencias concretas frente a Plejánov, que sostenía que "no se debla haber ido a las armas", Lenin estaba fundando teóricamente la táctica proletaria necesaria en la guerra mundial. Porque la fase imperialista del capitalismo y, sobre todo, su culminación en la guerra mundial indican que el capitalismo ha entrado en una situación en la que ha de decidir entre su supervivencia o su desaparición. Y con su agudo instinto de clase habituado a gobernar, consciente de que paralelamente al crecimiento de su ámbito de influencia al desarrollo de su aparato estatal está disminuyendo la base social real de su dominio, se esfuerza con toda la energía de que es capaz tanto por ampliar esta base (arrastrando a ella a las capas medias, corrompiendo a la aristocracia obrera, etc.), corno por aplastar definitivamente a sus enemigos mortales, antes de que estos estén en condiciones de ofrecerle una auténtica resistencia. De ahí que sea la burguesía la que "liquida" en todas partes las formas "pacíficas" de lucha de clases, formas en cuyo temporal, aunque problemático, funcionamiento, descansaba íntegramente la teoría del revisionismo, prefiriendo medios de lucha más enérgicos. (Piénsese en América.) Se va apoderando cada vez con más energía del aparato estatal, identificándose hasta tal punto con él, que incluso las reivindicaciones de apariencia estrictamente económica de la clase obrera chocan cada vez más intensamente contra esa pared, de tal modo que los obreros se ven obligados a luchar contra el poder estatal (es decir, por el poder estatal, aunque no sean conscientes de ello) si quieren frenar el deterioro de su situación económica y la pérdida de las posiciones ganadas. En virtud de esta evolución, el proletariado se ve obligado a acudir a la táctica de las huelgas generales, con lo que el oportunismo, ante su temor a la revolución, se siente inclinado a abandonar lo ya conseguido 60 en lugar de extraer las consecuencias revolucionarias de la acción. La huelga general, sin embargo, es esencialmente, un medio revolucionario. Toda huelga de masas crea una situación revolucionaria de la que la burguesía, ayudada por el aparato estatal, extrae, hasta donde le resulta posible, las consecuencias que le convienen. Frente a estos medios, sin embargo, el proletariado es impotente. Incluso el arma de la huelga general le fracasa, si frente a la toma de armas de la burguesía no acude él mismo a las armas. Lo cual le impone el esfuerzo de armarse, de desorganizar el ejército de la burguesía - compuesto por una mayoría de obreros y campesinos-, de volver contra la burguesía sus propias armas. (La revolución de 1905 muestra numerosos ejemplos de un penetrante instinto de clase, un instinto que, sin embargo, en este punto no pasa de ser eso: un instinto.) La guerra imperialista extrema esta situación al máximo. La burguesía pone al proletariado ante la alternativa de matar a sus camaradas de clase de otros países, obedeciendo a sus intereses monopolistas, o morir por estos intereses, o derrocar al poder de la burguesía por la fuerza de las armas. Los restantes medios de lucha contra esta violencia extrema resultan impotentes, ya que están condenados a estrellarse sin remedio contra el aparato militar de los estados imperialistas. De manera, pues, que si el proletariado quiere evadirse de esta extrema violencia, debe asumir él mismo el combate contra dicho aparato militar: destruirlo desde dentro y dirigir contra la propia burguesía las armas que la burguesía imperialista se ve obligada a dar al pueblo, utilizándolas así para acabar con el imperialismo. Nada hay aquí de extraordinario -en el plano teórico. Todo lo contrario. El núcleo de la situación radica en las relaciones de clase entre burguesía y proletariado. La guerra no es, según la definición de Clausewitz, sino la prolongación de la político; y lo es, efectivamente, en todos los sentidos. O sea, que la guerra no sólo significa, respecto de la política exterior de un estado, la más extrema y activa prosecución y culminación de la línea mantenida por el país en "tiempos de paz", sino que viene a exacerbar también al máximo, en el contexto de las diferencias clasistas internas de una nación (o del mundo), todas aquellas tendencias que en "tiempos de paz" se manifestaban activamente en el seno de la sociedad. De manera, pues, que la guerra no crea ninguna situación absolutamente nueva, ni respecto de un país ni de una clase en el interior de una nación. Su novedad radica en la transformación cualitativa de todos los problemas, cuantitativamente intensificados de 61 manera excepcional, a que da lugar, provocando así -y sólo así- una nueva situación. Considerada desde el ángulo socio-económico, la guerra no es, pues, sino una etapa de la evolución imperialista del capitalismo. De ahí que también sea necesariamente una etapa en la lucha de clases del proletariado contra la burguesía. La importancia de la teoría leninista del imperialismo radica en el hecho de haber sido Lenin el primero en establecer, de manera teóricamente consecuente, un nexo entre la guerra mundial y la evolución general, probándolo claramente a la luz de los problemas concretos de la guerra misma. Ahora bien, como el materialismo histórico es la teoría de la lucha proletaria de clases, el establecimiento de este nexo hubiera quedado incompleto si la teoría del imperialismo no hubiera sido al mismo tiempo una teoría de las corrientes del movimiento obrero en la era imperialista. Por lo tanto, no bastaba con vislumbrar claramente la forma en que el proletariado debía actuar de acuerdo con sus intereses de clase en la nueva situación internacional, creada por la guerra, sino que se tenía que hacer ver al mismo tiempo cuáles eran los fundamentos teóricos de las otras tomas "proletarias" de posición frente al imperialismo y a su guerra, así como los sectores del proletariado que se adherían a estas teorías, convirtiéndolas así en corrientes políticas. Se trataba, ante todo, de probar que estas corrientes existían en realidad como tales. Probar que la toma de posición de la socialdemocracia ante la guerra no había sido fruto de un extravío momentáneo, ni de cobardía, etc., sino la lógica consecuencia de su evolución anterior. Es decir, que esta toma de posición tenía que ser comprendida en el contexto general de la historia del movimiento obrero, que debla, en fin, ser analizada en relación con las antiguas "divergencias de opinión" que operaban en la socialdemocracia (revisionismo, etc.). Este punto de vista, que a la luz del método marxista debería ser de todo punto evidente (piénsese en el enjuiciamiento de las corrientes contemporáneas del Manifiesto Comunista) no pudo ser fácilmente aceptado por el ala revolucionaria del movimiento obrero. Ni siquiera el grupo de La Internacional, el grupo de Franz Mehring y Rosa Luxemburgo, estaba en condiciones de reelaborar mentalmente a fondo este punto de vista metodológico, y luego aplicarlo. Es evidente, sin embargo, que toda condena del oportunismo y de su toma de posición ante la guerra que no lo conciba como una corriente - históricamente detectable- del movimiento obrero, valorando su actualidad como el fruto orgánicamente maduro de todo su pasado, es 62 incapaz de elevarse a la más elemental altura de una discusión realmente marxista, y es incapaz también de extraer de dicha condena sus concretas consecuencias prácticas, necesarias en el momento de la acción, así como también tácticas, aplicables al terreno de la organización. Para Lenin, y una vez más sólo para Lenin, estaba claro desde el estallido de la guerra mundial que la actitud de Scheidemann, Plejánov, Vandervelde, etcétera, ante la guerra, no era sino la lógica aplicación de los principios del revisionismo a la situación actual. Pero, ¿cuál es -en suma- la esencia del revisionismo? En primer lugar, intenta superar esa "unilateralidad" del materialismo dialéctico, en virtud de la cual éste considera la totalidad de los fenómenos del acontecer histórico-social exclusivamente desde el punto de vista de clase del proletariado. Su punto de vista, por el contrario, es el de los intereses de la "sociedad entera". Pero como estos intereses globales - concretamente considerados- no existen en absoluto y como lo que podría parecer tal cosa no pasa de ser el resultado momentáneo de la interacción de las diferentes fuerzas clasistas que luchan entre sí, el revisionista concibe el resultado siempre cambiante del proceso histórico como un punto de partida metodológico invariable. Con lo cual invierte también las cosas en el plano teórico. Prácticamente considerado, el revisionismo es -dado su punto de partida teórico- un compromiso constante y necesario. El revisionismo siempre es ecléctico; es decir, intenta suavizar -ya en el propio plano de la teoría- los conflictos entre las clases, neutralizándolos entre sí, con el fin de convertir su unidad -unidad que anda cabeza abajo y que, en realidad, sólo existe en su cabeza- en el criterio para enjuiciar los acontecimientos. He aquí por qué el revisionista rechaza -en segundo lugar- la dialéctica. Porque la dialéctica no es otra cosa que la expresión conceptual de la evolución de la sociedad, una evolución que tiene lugar, en realidad, a fuerza de contradicciones, contradicciones (entre las clases, así como la esencia antagónica de su ser económico, etc.) que constituyen el núcleo y fundamento de todo acontecer, de tal modo que una "unidad" de la sociedad, en tanto ésta descanse sobre una estratificación clasista, no puede ser sino un concepto abstracto, el resultado -pasajero- de la interacción de estas contradicciones. Y como la dialéctica -en cuanto método- no es más que la formulación teórica del hecho de que la sociedad avanza a través de una serie de contradicciones, pasando de un contrario a otro, es decir, revolucionariamente, el rechazo teórico de la dialéctica implica 63 necesariamente la ruptura total con cualquier posible comportamiento revolucionario. En la medida en que los revisionistas -en tercer lugar- se niegan a reconocer la realidad de la dialéctica como movimiento de contrarios que da siempre lugar a algo nuevo, como algo realmente existente, se ven privados en su pensamiento de la dimensión histórica, de lo concreto, de lo nuevo. La realidad que experimentan está subordinada a unas "eternas leyes de bronce" que actúan de manera esquemática y mecanicista, y que -de acuerdo con su esencia- producen siempre lo mismo, y a las que el hombre está sometido, por una especie de fatalidad, como a las propias leyes de la naturaleza. De manera, pues, que basta con conocer estas leyes de una vez por todas para saber cómo habrá de ir evolucionando el destino del proletariado. Suponer que pueden presentarse situaciones nuevas, no sometidas a estas leyes, o situaciones cuya resolución dependa de la decisión del proletariado, es, para los revisionistas, muy poco científico. (La supervaloración de las grandes individualidades, de la ética, etc., no es sino el complemento necesario de semejante concepción.) Estas leyes son, sin embargo -en cuarto lugar-, las leyes de la evolución capitalista, y subrayar su validez intemporal y suprahistórica implica que para el revisionista la sociedad capitalista es, como para la burguesía misma, la realidad, es decir, una realidad inmutable en lo esencial. El revisionista no considera ya a la sociedad burguesa como algo surgido históricamente y, en consecuencia, condenado a perecer históricamente, ni a la ciencia como el medio idóneo para determinar el momento de esta decadencia y trabajar para acelerarlo, sino -en el mejor de los casos como un medio para mejorar la posición del proletariado dentro de la sociedad burguesa. Todo pensamiento que vaya prácticamente más allá del horizonte de la sociedad burguesa es, para el revisionismo, una ilusión, una utopía. De ahí que -en quinto lugar- adopte una posición política "realista". Sacrifica en todo momento los verdaderos intereses de la clase obrera en su totalidad, cuya consecuente defensa califica de utópica, a los intereses inmediatos de determinados grupos. Es evidente -incluso a la luz de estas breves reflexiones- que el revisionismo puede llegar a convertirse en una verdadera corriente del movimiento obrero únicamente porque la nueva evolución del capitalismo permite mejorar económicamente a ciertas capas obreras -aunque sólo sea pasajeramente. Y también porque la estructura organizativa de los partidos obreros asegura a estas capas y a sus representantes intelectuales una influencia superior a la que pueden ejercer amplias 64 masas revolucionarias -aunque no lo sean sino de manera confusa e instintiva- del proletariado. Todas las corrientes oportunistas comparten un mismo denominador: no considerar jamás los acontecimientos desde el punto de vista de clase del proletariado, cayendo así en una "Realpolitik" (política realista) ecléctica, ahistórica y no dialéctica; esto es lo que unifica sus diferentes concepciones de la guerra y las presenta, sin excepción, como necesaria consecuencia del revisionismo anterior. La incondicional sumisión del ala derecha respecto de las potencias imperialistas de su "propio" país, es la consecuencia orgánica de una concepción según la cual la burguesía -no sin ciertas reservas, en principio- es la clase rectora de la evolución histórica y el proletariado debe apoyarla en su "papel progresista". Cuando Kautsky califica a la Internacional de simple instrumento para la paz, inutilizable a efectos bélicos, no dice en realidad cosa muy distinta de lo que decía el menchevique ruso Tscherewanin al estallar en lamentos a raíz de la primera revolución rusa: "En plena llama revolucionaria, sin embargo, cuando los objetivos revolucionarios parecen al alcance de la mano, que difícil resulta esbozar la vía de una táctica menchevique razonable", etc. El oportunismo se diferencia en razón de las capas de la burguesía en las que intenta apoyarse y detrás de las que procura arrastrar al proletariado. Puede ser, como en el caso del ala derecha, la industria pesada y la gran banca. En cuyo caso el imperialismo es aceptado sin condiciones como algo verdaderamente necesario. El proletariado debe satisfacer sus intereses en la guerra imperialista, en la grandeza y en la victoria de la nación "propia". O puede buscarse también una alianza con aquellos sectores de la burguesía que se ven, sin duda, forzados a participar en la evolución, pero que se sienten relegados a un segundo plano, que se someten prácticamente al imperialismo (y tienen, desde luego, que someterse a él) pero que de todos modos reniegan de su servidumbre y "desean") que las cosas vayan por otro camino; que, en consecuencia, aspiran a una pronta paz, al librecambio, al retorno a una situación "normal", etc. Sin que, evidentemente, sean capaces de oponerse nunca de manera activa al imperialismo. Por el contrario, se limitan a combatir -inútilmente- para recibir también su parte del botín imperialista (ciertos sectores de la industria ligera, la pequeña burguesía, etc.). Desde este ángulo el imperialismo parece algo "casual"; se procura llegar a una solución pacifista, a una neutralización de las contradicciones. Y el proletariado -al que el centro quiere subordinar a estas capas- debe abstenerse también de luchar activamente contra la guerra. (Y no luchar equivale, en realidad, a 65 intervenir prácticamente en la guerra.) Debe contentarse simplemente con proclamar la necesidad de una paz "justa", etc. La Internacional es la expresión, en el plano de la organización, de la comunidad de intereses de todo el proletariado mundial. Desde el momento en que se acepta como teóricamente posible la lucha de obreros contra obreros a beneficio de la burguesía, la Internacional ha dejado prácticamente de existir. Y desde el momento en que se impone la evidencia de que esta lucha sangrienta de obreros contra obreros a beneficio de las potencias imperialistas rivales no es sino la necesaria consecuencia de la línea anteriormente mantenida por los elementos determinantes de la Internacional, no es posible hablar ya de enderezarla nuevamente por el camino justo ni de reorganizarla. Tomar nota de la existencia del oportunismo corno corriente equivale a denunciar que el oportunismo es el enemigo de clase del proletariado en su propio campo. De manera, pues, que la eliminación de los oportunistas del movimiento obrero es la condición previa e indispensable para toda lucha victoriosa del proletariado contra la burguesía. Para preparar la revolución proletaria es, pues, absolutamente necesario que los obreros se liberen de esta influencia catastrófica, tanto en el ámbito intelectual como en el de la estructura organizativa, Y como esta lucha es, precisamente, la lucha de la totalidad de esta clase contra la burguesía mundial, de esta lucha contra el oportunismo como corriente se desprende una consecuencia necesaria: crear una nueva Internacional proletaria, y revolucionaria. El hundimiento de la vieja Internacional en la ciénaga del oportunismo ha sido la consecuencia de una época cuyo carácter revolucionario no resultaba inmediatamente visible. Su desmoronamiento y la necesidad de una nueva Internacional es un síntoma de lo inexorable del comienzo de un período de guerras civiles. Lo que no significa en modo alguno, que haya de lucharse a diario a partir de este momento en las barricadas. Significa, antes bien, que esta necesidad puede presentarse en cualquier momento; es decir, que la historia ha puesto la guerra civil a la orden del día. Y un partido del proletariado y, en general, una Internacional no pueden ser eficaces si no reconocen claramente esta necesidad y se deciden a preparar para ella y sus consecuencias al proletariado tanto en lo material, como en lo teórico y en el plano de la organización. Dicha preparación debe partir de la comprensión del carácter de la época. Tan sólo cuando la clase obrera se haya percatado de que la guerra mundial es la consecuencia necesaria de la evolución imperialista del capitalismo y vea claramente que la guerra civil es la única defensa 66 con que cuenta para no ser progresivamente aniquilada al servicio del capitalismo, podrá comenzar la preparación material y organizativa de dicha defensa. Y sólo cuando esta defensa sea realmente efectiva, se convertirá el sordo rumor de todos los oprimidos en una alianza con el proletariado que lucha por liberarse. De manera, pues, que el proletariado ha de comenzar por poseer una rigurosa conciencia de clase, materializada ante él de manera absolutamente visible, para convertirse con su ayuda en la cabeza y guía de la verdadera lucha de liberación, de la auténtica revolución mundial. La Internacional que ha surgido de esta lucha y ha surgido para esta misma lucha es, en consecuencia, la unificación -perfectamente clara en el terreno de la teoría y decididamente apta para la lucha- de los elementos verdaderamente revolucionarios de la clase obrera; pero al mismo tiempo es el órgano y el núcleo de la lucha de todos los oprimidos del mundo por su liberación. Es el partido bolchevique; la concepción leninista del partido a escala mundial. De idéntica manera a como la guerra mundial demostró en el macrocosmos de una gigantesca destrucción a escala mundial de los poderes del capitalismo en decadencia y las posibilidades de lucha contra él, así Lenin vislumbró claramente en el macrocosmos del incipiente capitalismo ruso las posibilidades de la revolución rusa. Notas 1. En los años anteriores al estallido de la Primera Guerra Mundial la Segunda Internacional -fundada en 1889, en el centenario de la Revolución Francesa- se ocupó preferentemente del peligro cada vez más perceptible de una conflagración bélica entre las grandes potencias imperialistas. En 1907 -dos años después de la derrota de la primera revolución rusa- se celebró en Stuttgart un importante congreso de la Internacional en el que se discutieron problemas tan importantes para la lucha obrera como el del empleo de la huelga general como arma política (reclamado por los sectores más izquierdistas de la socialdemocracia alemana) y, sobre todo, el de la inminente guerra imperialista. Los socialistas tenían que elegir entre dos alternativas: o se entregaban a la defensa de sus países, en el caso de que éstos fueran atacados, subordinando a esta defensa su oposición a los gobiernos, o se sentían relevados de toda obligación de este tipo como consecuencia de su declarada hostilidad a los estados capitalistas. Tenían también que pronunciarse acerca del colonialismo en cualquiera de sus formas, 67 adhiriéndose a las empresas colonialistas del momento o condenándolas tajantemente. El congreso se encontró ante cuatro propuestas no excesivamente diferentes entre sí, aunque tampoco plenamente coincidentes. La más radical (la de Gustave Hervé) era una invitación a los obreros de todos los países a rechazar todo tipo de "patriotismo burgués y gubernamental que mentirosamente sostiene la existencia de una comunidad de intereses entre todos los habitantes de un país". La propuesta de Jules Guesde, a su vez, se manifestaba contra toda posible campaña antimilitarista que pudiera distraer a la clase obrera de su objetivo principal (la toma de poder político y la socialización de la propiedad de los medios de producción), con lo que realmente no se definía demasiado. En opinión de Vaillant y Jaurés los partidos socialistas debían proponerse el desarme militar de la burguesía con el fin de armar a la clase obrera, es decir, a todo el pueblo. Subrayaban, además, que el primer deber de los proletarios era la solidaridad internacional, de tal modo que su obligación no podía ser otra que impedir la guerra por todos los medios, desde los parlamentarios a la huelga general y la insurrección. Bebel, por último, definía las guerras como producto típico del capitalismo imperialista y proponía la organización de un sistema democrático de defensa que hiciera imposible toda agresión. En el caso de que por fin estallara la guerra, los obreros estaban obligados a impedir que se extendiera. En realidad, ninguna de las cuatro propuestas definía claramente la política concreta a seguir. Al final del debate, Rosa Luxemburgo, Lenin y Martov consiguieron imponer algunas enmiendas (presentadas a la propuesta de Bebel), consiguiendo que el congreso proclamase la necesidad de que la clase obrera impidiera la guerra por todos los medios a su alcance, "medios que naturalmente habrán de variar con arreglo a la intensidad de la lucha de clases y a la situación política en general". Ahora bien, si a pesar de todo estallaba la guerra, la clase obrera debía "intervenir a fin de ponerle término en seguida, aprovechando con todas sus fuerzas la crisis económica y política creada por la guerra, para agitar los estratos más profundos del pueblo y precipitar la caída de la dominación capitalista". En 1910 se reunió un nuevo congreso socialista internacional en Copenhague. En los tres años transcurridos, las grandes potencias imperialistas habían acelerado perceptiblemente su carrera armamentista. Los problemas a discutir eran muchos -las relaciones entre los partidos y las cooperativas, el problema de los sindicatos, el 68 del desempleo, el de la legislación obrera y social, etc.- y, no obstante, el de la guerra seguía pareciendo el más importante. Se propuso la recomendación de la huelga general de trabajadores como medio especialmente eficaz contra la guerra (sobre todo en las industrias de armamentos, en los transportes, etc.). Pero esta enmienda no logró imponerse. La propuesta aprobada en el congreso de Copenhague ratificaba los acuerdos de Stuttgart, pero acababa recomendando que los socialistas impusieran su pacifismo por vía parlamentaria en sus países respectivos, votando contra los gastos militares y navales, etc. El comienzo de la guerra de los Balcanes, a fines de 1912 -preludio de la mundial-, hizo que se celebrara un nuevo congreso de La Internacional en Basilea. Los acuerdos de Stuttgart y Copenhague contra la guerra fueron ratificados de nuevo con toda energía. Las declaraciones a favor de la paz fueron muy numerosas; pero el congreso no pasó de recomendar a los socialistas que continuaran su labor pacifista atendiendo a "todos los medios apropiados", teniendo en cuenta que "el temor que la clase gobernante tenía a la revolución proletaria había sido una garantía para la paz" (ya que, de momento, las grandes potencias no habían intervenido prácticamente en la conflagración balcánica). Un mes antes de la celebración, en agosto de 1914, de un nuevo congreso de La Internacional socialista en Viena, fue asesinado el heredero del trono de Austria, lo que, como todo el mundo sabe, precipitó los acontecimientos. Se acordó trasladar el congreso a Paris, pero se acabó por renunciar definitivamente a él. 69 Capítulo 5 EL ESTADO COMO ARMA La esencia revolucionaria de una época resulta especialmente evidente en la superación, por parte de la lucha de clases y de partidos, del carácter de una lucha en el interior de una organización estatal determinada, con el consiguiente desbordamiento de sus fronteras y su difusión más allá de ellas. Por una parte parece una lucha por el poder estatal, por otra, sin embargo, el Estado mismo es convertido también en contrincante. No se lucha únicamente contra el Estado, sino que el Estado mismo se revela como un arma de la lucha de clases, como uno de los instrumentos esenciales para el mantenimiento de un dominio clasista. Marx y Engels subrayaron repetidamente este carácter del Estado, analizándolo en su completa interrelación con la evolución histórica y la revolución proletaria. Marx y Engels dejaron sentados en términos claros e inequívocos los fundamentos de una teoría del Estado en el marco del materialismo histórico. Y este es, precisamente, el punto en que el oportunismo -consecuente consigo mismo- más se ha alejado de Marx y Engels. Porque en cualquier otro punto era posible presentar la "revisión" de determinadas teorías económicas de tal modo que su base misma siguiera concordando a pesar de todo con la esencia del método marxista (línea de Bernstein) o bien dar a las teorías económicas sustentadas de la manera más "ortodoxa" un giro mecanicista y fatalista, nada dialéctico y no revolucionario (línea de Kautsky). Pero la simple suscitación de problemas que Marx y Engels consideraban como cuestiones básicas de su teoría del Estado equivale ya a reconocer la actualidad de la revolución proletaria. El oportunismo o de todas las tendencias dominantes en la Segunda Internacional se manifestaba de la manera más clara en su nulo planteamiento serio del problema del Estado; en este punto fundamental no hay ninguna diferencia entre Bernstein y Kautsky. Todos, sin excepción, se limitaron a aceptar el Estado de la sociedad burguesa. Y cuando lo criticaban, su único propósito era combatir algunas de las formas exteriores o manifestaciones estatales que podían perjudicar al proletariado. Se enfrentaban con el Estado desde el exclusivo punto de vista de unos intereses particulares e inmediatos, sin analizar ni valorar jamás su esencia desde el punto de vista global del proletariado. 70 La falta de madurez revolucionaria del ala izquierda de la Segunda Internacional, así como su innegable confusionismo, provenían asimismo de su incapacidad para plantearse científicamente el problema del Estado. Llegaban a veces al problema de la revolución, al problema de la lucha contra el Estado, pero sin llegar a plantear el problema de manera concreta -aunque sólo fuera a un nivel puramente teórico- ni mucho menos dilucidar sus consecuencias concretas en la realidad histórica actual. También en este punto ha sido Lenin el único en alcanzar nuevamente la altura teórica de la concepción marxista, la pureza de la toma de posición revolucionaria frente al problema del Estado. Y aún cuando su aporte no fuera más allá de esto, no por ello dejaría de ser una aportación teórica de máximo rango. Ahora bien, la recuperación leninista de la teoría marxista del Estado no debe ser en modo alguno considerada como una reconstrucción filológica de la teoría originaria o una sistematización filosófica de sus principios más puros, sino como una realización concreta de la misma, como su concretización en lo práctico-actual (fiel en esto al típico proceder leninista). Lenin vislumbró y situó el problema del día del proletariado combativo. Con ello se lanzó -por no salirnos de esta cuestión- por el camino de la decisiva concretización del problema. Porque el enmascaramiento oportunista de la teoría del Estado del materialismo histórico -una teoría perfectamente clara- fue objetivamente posible por no haber sido planteada esta teoría, con anterioridad a Lenin, sino de manera harto general, como explicación histórica, económica, filosófica, etc., de la esencia del Estado. Marx y Engels aprehendieron, sin duda, de las manifestaciones revolucionarias concretas de su época el progreso, real de la idea proletaria del Estado (comuna), y subrayaron, desde luego, los inconvenientes de las teorías erróneas del Estado para la gestión de la lucha proletaria de clases (Crítica del programa de Gotha). Sin embargo, ni siquiera sus discípulos más inmediatos, los mejores líderes de la época, comprendieron la profunda relación existente entre el problema del Estado y su inmediato trabajo cotidiano. Para ello resultaba imprescindible el genio teórico de Marx y de Engels, capaz de vislumbrar lo actual -en un sentido histórico-universal, sobre todo- de esta relación con las pequeñas luchas de cada día. El proletariado todavía estaba en peores condiciones, por supuesto, para vincular orgánicamente este problema medular a los problemas que de manera inmediata iban presentándosela en su lucha cotidiana. El 71 problema adquiría cada vez mas el acento de un "objetivo final" cuya decisión queda relegada al futuro. Tan sólo gracias a Lenin fue convertido ese "futuro" -también en el ámbito de la teoría- en un presente. Ahora bien, únicamente en el momento en el que el problema del Estado acaba siendo situado en el centro mismo de la problemática actual le resulta al proletariado posible dejar de considerar de manera concreta al Estado capitalista como su entorno natural inamovible y único orden social posible en su presente existencia. Esta toma de posición frente al Estado burgués es el único camino por el que el proletariado accede a una auténtica independización teórica respecto del Estado, convirtiéndose así su actitud frente al mismo en una simple cuestión táctica. Es, sin duda, evidente que tanto la táctica de la legalidad a cualquier precio como el romanticismo de la ilegalidad a ultranza padecen soterradamente de la misma falta de independencia táctica respecto del Estado. El Estado burgués no es considerado como instrumento de la lucha de clases de la burguesía, con el que hay que contar como un factor de fuerza real, pero tan sólo como tal factor de fuerza; el respeto al mismo acaba convirtiéndose en una simple cuestión de eficacia. De todos modos, el análisis leninista del Estado como arma de la lucha de clases concreta el problema todavía más acabadamente. No se limita a poner de relieve las inmediatas consecuencias prácticas (tácticas, ideológicas, etc.) del adecuado conocimiento histórico del Estado burgués, sino que consigue que los rasgos concretos del Estado proletario resulten evidentes en su orgánica vinculación con los restantes medios de lucha del proletariado. La tradicional división operativa del movimiento obrero (partido, sindicato, cooperativa) se revela hoy como insuficiente para la lucha revolucionaria del proletariado. Resulta palpable la necesidad de crear órganos capaces de reunir al proletariado entero e incluso más allá de éste a todos los explotados de la sociedad capitalista (campesinos, soldados) en masas considerables, para así dirigir su lucha. Estos órganos, los soviets, son, no obstante, esencialmente -incluso en el seno todavía de la sociedad burguesa- órganos del proletariado que se organiza en clase. Con lo que la revolución entra en el orden del día. Porque como dice Marx: "La organización de los elementos revolucionarios como clase presupone la existencia acabada de todas las fuerzas productivas que aún podrían desarrollarse en el seno de la vieja sociedad". Esta organización global de la clase obrera tiene que emprender la lucha -quiéralo o no- contra el aparato estatal de la burguesía. No hay 72 elección posible: o los consejos proletarios desorganizan el aparato estatal burgués, o éste corrompe a los consejos, reduciéndolos a una existencia meramente aparente, con lo que, en definitiva, los aniquila. Se crea una situación en la que o bien la burguesía consigue aplastar por vía contrarrevolucionaria los movimientos revolucionarios de masas, reestableciendo la situación "normal", el "orden", etc., o bien surge a partir de los consejos y de las organizaciones de lucha del proletariado su propia organización de dominio, su propio aparato estatal, un aparato que también es, a su vez, una organización de la lucha de clases. Los consejos obreros revelan ya en 1905, en sus formas iniciales y menos evolucionadas, etc., su carácter: son un contragobierno. En tanto que otros órganos de la lucha de clases pueden todavía adaptarse tácticamente a una época de dominio indiscutible de la burguesía, pudiendo realizar un trabajo revolucionario en semejantes circunstancias, a la esencia del consejo obrero pertenece el estar con el poder estatal de la burguesía en una relación de rivalidad, compitiendo con él como lo que es, es decir, un nuevo gobierno. De manera, pues, que cuando Martov reconoce a los consejos como órganos de lucha, negando paralelamente su condición de posible aparato estatal, no está haciendo en realidad otra cosa que alejar la revolución, la efectiva toma de poder del proletariado, de la teoría. Cuando algunos teóricos ultraizquierdistas, por el contrario, convierten a los consejos obreros en una permanente organización de clase del proletariado, pretendiendo que sustituyan a los sindicatos y al partido, están evidenciando que son incapaces de comprender la diferencia existente entre situaciones revolucionarias y no revolucionarias, y que no ven claramente la función verdadera de los consejos obreros. No saben que el simple conocimiento de la concreta posibilidad de los consejos obreros desborda el marco de la sociedad burguesa, es una perspectiva de la revolución proletaria, de tal modo que el consejo obrero debe ser, en consecuencia, ininterrumpidamente difundido entre el proletariado, y el proletariado ininterrumpidamente preparado para esta tarea, y que su verdadera existencia -si no quiere reducirse a una farsa- equivale ya a una lucha inexorable por el poder estatal, es decir, a la guerra civil. El consejo obrero como aparato estatal no es sino el Estado como arma en la lucha de clases del proletariado. La concepción no dialéctica y, en consecuencia, no revolucionaria de los oportunistas ha deducido de la lucha del proletariado contra el dominio clasista de la burguesía y de sus esfuerzos por acceder a una sociedad sin clases que el proletariado, en cuanto adversario, como hemos dicho, del dominio clasista burgués, debe ser asimismo adversario de cualquier otro dominio de clase; y que, 73 en consecuencia, sus propias formas de dominio no pueden llegar a ser en modo alguno órganos de dominio y de presión clasista. Este punto de vista es, abstractamente considerado, una utopía, ya que un dominio semejante del proletariado no puede, en realidad, producirse nunca. Ahora bien, analizado más concretamente y aplicado el presente se revela como una capitulación ideológica ante la burguesía. La más elaborada forma de dominio de la burguesía, es decir, la democracia, figura en esta concepción como una forma preparatoria, al menos, de la democracia proletaria; la mayor parte de las veces, sin embargo, como esta democracia misma, y en la que sólo hay que esforzarse -acudiendo a la agitación pacífica- porque la mayoría de la población sea ganada para los "ideales" de la socialdemocracia. El tránsito de la democracia burguesa a la proletaria no es, pues, necesariamente revolucionario. Lo único revolucionario es el tránsito de formas estatales retrógradas a la democracia; en determinadas ocasiones, una defensa revolucionaria de la democracia puede resultar necesaria en la lucha contra la reacción social. (Lo falso y contrarrevolucionario de esta mecánica separación de la revolución proletaria respecto de la burguesa se evidencia de manera práctica en el hecho de que la socialdemocracia jamás ha opuesto una resistencia seria a reacción fascista alguna, defendiendo revolucionariamente a la democracia). A la luz de esta concepción, no solamente es alejada la revolución de la evolución histórica y presentada -acudiendo a todo tipo de transiciones más o menos inteligentemente perfiladas- como una "progresión" hacia el socialismo, sino que el carácter clasista burgués de la democracia es ocultado al proletariado. Y el factor del engaño radica en la nula concepción dialéctica del concepto de mayoría. En efecto, como el dominio de la clase obrera representa, por definición, los intereses de la inmensa mayoría de la población, en muchos obreros se desarrolla muy fácilmente la ilusión de que una democracia formal pura, en la que la voz de todos y cada uno de los ciudadanos cuenta lo mismo, puede ser el instrumento más adecuado para expresar y defender los intereses de todos. Pero en este razonamiento se olvida simplemente -¡simplemente!- el hecho insignificante de que los hombres no son individuos abstractos, átomos aislados de un todo estatal, sino hombres concretos sin excepción, hombres que ocupan un lugar determinado en la producción social y cuyo ser social (y, mediatamente, su pensamiento, etc.), viene determinado por esta posición. 74 La democracia pura de la sociedad burguesa excluye esta mediación, vinculando inmediatamente el simple individuo abstracto con el todo del Estado -que en este contexto se presenta de manera no menos abstracta. Ya simplemente por este carácter formal de la democracia pura es pulverizada políticamente la sociedad burguesa. Lo que no implica ninguna ventaja especial para la burguesía, sino sólo la condición inexcusable de su dominio de clase. Porque por mucho que un dominio de clase se base en última instancia en la fuerza, no hay dominio de clase que pueda sostenerse a la larga exclusivamente por la violencia. Ya Talleyrand decía que "con las bayonetas es posible hacerlo todo, salvo sentarse sobre ellas". Todo dominio de una minoría está organizado socialmente de tal manera que concentra a la clase dominante, preparándola para una acción unificada y coherente, en tanto que desorganiza y fragmenta a las clases oprimidas. En el caso del dominio minoritario de la burguesía moderna hay que tener siempre presente que la gran mayoría de la población no pertenece a ninguna de las clases decisivas en la lucha de clases, ni al proletariado ni a la burguesía; y que, en consecuencia, a la democracia pura le corresponde la tarea social y clasista de salvaguardar a la burguesía en la dirección de estas capas intermedias. (A lo que, por supuesto, corresponde también la desorganización ideológica del proletariado. Cuanto más antigua es la democracia de un país, cuanto más puramente se ha desarrollado, tanto mayor es esta desorganización ideológica, como puede verse de la manera más clara en Inglaterra y Estados Unidos). Es evidente, de todos modos, que una democracia política de este tipo no es suficiente para estos fines. No es sino la culminación política de un sistema social cuyos restantes elementos son: la separación ideológica entre la economía y la política, la creación de un aparato estatal burocrático, que motiva que a grandes sectores de la pequeña burguesía les interese moral y materialmente la solidez del Estado, el sistema de partidos burgueses, la prensa, la escuela, la religión, etcétera. Elementos que -dentro de una división más o menos consciente del trabajo- persiguen un mismo fin: evitar que surja entre las clases explotadas una ideología que exprese sus intereses específicos, vincular a los miembros de estas clases, en su condición de individuos aislados, es decir, como simples "ciudadanos", etc., a un Estado abstracto - situado por encima y mas allá de las clases-, desorganizar, en fin, estas clases como tales clases, reduciendo a sus miembros a átomos fácilmente manejables por la burguesía. 75 La conciencia de que los consejos (consejos de obreros y de campesinos y de soldados) constituyen el poder estatal del proletariado no es sino la tentativa, por parte del proletariado, de trabajar, como clase rectora de la revolución, contra este proceso de desorganización. El proletariado debe empezar por constituirse a sí mismo como clase. Pero ha de organizar también paralelamente a los elementos más vitales de las capas intermedias, que se revuelven instintivamente contra el dominio de la burguesía, preparándolos para la acción. Al mismo tiempo, sin embargo, es preciso quebrantar la influencia material e ideológica de la burguesía sobre los restantes sectores de estas clases. Oportunistas más inteligentes, como por ejemplo, Otto Bauer,1 han percibido también que el sentido social de la dictadura del proletariado, de la dictadura de los consejos, radica esencialmente en arrancar de modo radical a la burguesía la posibilidad de una dirección ideológica de estas clases, de los campesinos sobre todo, asegurando este papel rector -durante el período de transición- para el proletariado. Aplastar a la burguesía, destruir su aparato estatal, acabar con su prensa, etc., son necesidades vitales para la revolución proletaria, porque la burguesía, después de sus primeras derrotas en la lucha por el dominio del Estado, no renuncia en absoluto a la recuperación de su papel rector en lo económico y en lo político, y sigue siendo durante mucho tiempo - incluso en el contexto de una lucha de clases llevada a cabo en unas condiciones diferentes- la clase más poderosa. El proletariado prosigue, pues, con la ayuda del sistema estatal de consejos (es decir, del sistema "soviético") la lucha que antes había llevado contra el poder estatal capitalista. Tiene que aniquilar económicamente a la burguesía, aislarla políticamente, someterla y acabar ideológicamente con ella. Y tiene, al mismo tiempo, que llegar a ser para todas las otras capas de la sociedad a las que el proletariado arranca de su servidumbre respecto de la burguesía, un guía en el camino de su libertad. Es decir, que no basta que el proletariado luche objetivamente por los intereses de los otros sectores explotados. Su forma estatal ha de servir también para superar la apatía y fragmentación de estas capas, educándolas de nuevo, educándolas con vistas a la acción, con vistas a su autónoma participación en la vida del Estado. Una de las funciones más importantes del sistema soviético es la de vincular entre si todos aquellos elementos de la vida social que el capitalismo desgarra. Y es allí donde este desgarramiento está únicamente presente en la conciencia de las clases oprimidas, debe revelar a éstas la vinculación existente entre estos elementos. 76 El sistema soviético une, por ejemplo, inextricablemente política y economía; de este modo vincula la existencia humana inmediata, con sus inmediatos intereses cotidianos, etc., a los problemas esenciales de la totalidad. En la realidad objetiva reestablece asimismo la unidad allí donde los intereses clasistas de la burguesía imponían la "división del trabajo", la unidad, sobre todo, entre el "aparato del poder" (ejército, policía, administración, justicia, etc.) y el "pueblo". Los campesinos armados y los obreros son, como tal poder estatal, producto de la lucha de los consejos y supuesto previo de su existencia. El sistema soviético procura vincular siempre la actividad de los hombres a los problemas generales del Estado, de la economía, de la cultura, etc., luchando al mismo tiempo para que la administración de todos estos problemas no llegue a ser el privilegio de una capa burocrática cerrada y aislada del conjunto de la vida social. Al devenir así consciente la sociedad entera de la interrelación real de todos los factores de la vida social (y al unificar objetivamente en un estadio ulterior lo que hoy está objetivamente disociado -la ciudad y el campo, por ejemplo, el trabajo intelectual y el manual, etcétera-) el sistema soviético se convierte en un factor decisivo en la organización del proletariado como clase. Lo que en el proletariado de la sociedad capitalista no pasaba de ser una posibilidad, alcanza aquí existencia real; la auténtica energía productiva del proletariado únicamente puede despertarse en toda su plenitud después de la toma del poder estatal. Y lo que vale para el proletariado, vale también para las otras capas oprimidas de la sociedad burguesa. Tampoco éstas pueden desarrollarse realmente sino en este contexto, por más que también en este orden estatal salgan siendo dirigidas. Aunque, como es obvio, ser dirigidas en el capitalismo les suponía no poder vislumbrar su descomposición social y económica, su opresión y su explotación. Ahora, por el contrario -dirigidas por el proletariado- no solamente pueden vivir más de acuerdo con sus propios intereses, sino que se benefician también del desarrollo de unas energías que hasta ese momento hablan permanecido ocultas y atrofiadas. Estos sectores son dirigidos, tan sólo en la medida en que el contexto y la orientación de este desarrollo están determinados por el proletariado, clase dirigente de la revolución. Ser dirigidas tiene, pues, para las capas intermedias no proletarias, un sentido material muy distinto según ello ocurra en el Estado proletario o en la sociedad burguesa. Pero existe también una diferencia formal no desdeñable debida al hecho de ser el Estado proletario el primer Estado de clase de la historia que confiesa abiertamente, sin tapujos, que es tal 77 Estado de clase, es decir, un aparato de opresión, un instrumento de la lucha de clases. Esta franqueza, esta falta de disimulo es lo que hace posible un verdadero entendimiento entre el proletariado y otros sectores de la sociedad. Pero, sobre todo, es un medio muy importante para la autoeducación del proletariado. Porque así como fue de la mayor importancia despertar en el proletariado la conciencia de que la fase de las luchas revolucionarias había llegado ya, de que la lucha por el poder estatal y por la dirección de la sociedad había ya estallado, no sería menos peligroso que esta verdad se volviera rígida por falta de espíritu dialéctico. Seria, efectivamente, muy peligroso que el proletariado, al liberarse de la ideología del pacifismo en la lucha de clases y al comprender la importancia histórica y el carácter inevitable de la fuerza, llegara ahora a hacerse a la idea de que la violencia ayuda a solucionar todos los problemas del dominio del proletariado en todas las circunstancias. Pero más peligroso seria aún que el proletariado llegara a creer que la lucha de clases termina con la conquista del poder estatal o, por lo menos, se apacigua al producirse ésta. El proletariado debe comprender que la conquista del poder estatal no pasa de ser una fase de esta lucha. Una vez tomado el poder estatal la lucha aún prosigue en toda su violencia, y no cabe afirmar en modo alguno que las relaciones de fuerza se han desplazado ya decisivamente en favor del proletariado. Lenin repite incansablemente que la burguesía sigue siendo la clase más poderosa aún una vez instaurada ya la república soviética, aún una vez expropiada ya económicamente y aun incluso una vez oprimida ya políticamente. Pero las relaciones de fuerzas se han desplazado efectivamente en la medida en que el proletariado ha conquistado una nueva y poderosa arma para su lucha de clases: el estado. Qué duda cabe: el valor de esta arma, su capacidad de disolución, aislamiento y destrucción de la burguesía, su capacidad para ganar y educar a los otros sectores de la sociedad, asociándolos al Estado de los obreros y campesinos, su capacidad, en fin, para organizar al proletariado mismo y convertirlo realmente en clase dirigente, todo ello no se adquiere, desde luego, automáticamente por la simple conquista del poder estatal, ni se desarrolla forzosamente el Estado como medio de lucha a partir del simple acto de la conquista del poder del Estado. El valor del Estado como arma del proletariado depende de lo que el proletariado sea capaz de hacer con él. 78 La actualidad de la revolución se expresa en la actualidad del problema del Estado para el proletariado. Lo cual plantea al mismo tiempo el problema del socialismo, que en vez de una perspectiva lejana, de un objetivo final se convierte en un problema de inmediata actualidad para el proletariado. Esta proximidad tangible de la realización del socialismo se ha convertido nuevamente en una relación dialéctica, y podría ser funesto para el proletariado que esta proximidad del socialismo fuera interpretada de manera utópica y mecanicista, es decir, como si fuera su realización misma, lograda por la simple conquista del poder (expropiación de los capitalistas, socialización, etcétera). Marx ha analizado con extrema perspicacia el tránsito del capitalismo al socialismo, indicando las múltiples formas estructurales burguesas que - no pueden ser sino lentamente eliminadas y a través de una larga y costosa evolución. Lenin traza asimismo con nitidez extrema la línea divisoria respecto de la utopía. "Ningún comunista ha discutido, según creo -nos dice- que la expresión "república socialista soviética" expresa la determinación del poder soviético de realizar el tránsito al socialismo y en absoluto cualquier posible aceptación de las condiciones económicas dadas como ya socialistas". La actualidad de la revolución significa, pues, la conversión del socialismo en el punto central del orden del día para el movimiento obrero. Pero tan sólo en el sentido de que debe luchar día tras día por la realización de sus supuestos previos y que tan sólo algunas medidas concretas del día representan ya pasos concretos en el camino de su realización. El oportunismo revela precisamente en este punto, en su crítica de la relación entre soviets y socialismo que se ha pasado definitivamente al campo de la burguesía, que se ha convertido en un enemigo de clase del proletariado. Porque por un lado considera todas las aparentes concesiones que una burguesía momentáneamente asustada y desorganizada ha hecho al proletariado (con la intención de revocarlas tan pronto como le sea posible) como pasos efectivos hacia el socialismo. (Piénsese en las "comisiones de socialización" organizadas en Alemania y Austria en 1918-19 y hace ya mucho tiempo liquidadas).2 Por otro denigra a la república soviética por no haber dado vida inmediata al socialismo y por hacer, bajo formas proletarias y bajo dirección asimismo proletaria, una revolución burguesa simplemente. ("Rusia como república de campesinos", "Nueva implantación del capitalismo", etc.). En ambos casos se ve claramente que para el oportunismo de toda laya el verdadero enemigo, el enemigo que debe ser realmente combatido es la revolución proletaria misma. Lo que, en realidad, no es sino la consecuente prolongación de su toma de posición respecto de la guerra 79 imperialista. Al tratar Lenin a los oportunistas en la república soviética como enemigos de la clase obrera tampoco hace, a su vez, sino proseguir consecuentemente su crítica del oportunismo de antes y de durante la guerra. El oportunismo forma parte también de la burguesía, cuyo aparato moral y material debe ser destruido y cuya estructura debe ser desorganizada por la dictadura, con el fin de evitar que su influencia se extienda a aquellos sectores de clase cuya objetiva situación de clase coadyuva a su inestabilidad. Lo que agudiza al máximo esta lucha, convirtiéndola en mucho más encarnizada de lo que era en la época, por ejemplo, de la polémica suscitada por Bernstein es, precisamente, la actualidad del socialismo. El Estado, como arma del proletariado para la lucha por el socialismo y para el sometimiento de la burguesía es, al mismo tiempo, un arma para acabar con el peligro oportunista, un peligro que acecha a la lucha de clases protagonizada por el proletariado y que debe proseguir con igual violencia en la dictadura. Notas 1. Otto Bauer (1881-1935) figura preeminente del ala izquierda del Partido Socialista austriaco. Recién fundada la República de Austria (a raíz del desmoronamiento del Imperio provocado por el resultado de la Primera Guerra Mundial) ocupó el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores del nuevo gobierno. 2. La revolución de Munich y las grandes huelgas de marzo de 1919 - sangrientamente reprimidas- crearon un clima tal de protesta en toda Alemania que el gobierno comprendió la necesidad de hacer algunas concesiones a la petición de reconocimiento de los recién creados "consejos de obreros". No obstante, los socialistas -que eran mayoría en el gobierno- se oponían a cualquier posible concesión de poder político a los mismos. Aún así, el 15 de marzo de 1919 se firmó un acuerdo en Weimar creando -de acuerdo con la nueva Constitución- consejos de obreros en las fábricas y grandes complejos industriales, a los que, dado su carácter representativo, correspondería intervenir en la regulación de los problemas de la producción, así como en la confección de posibles planes de realización. Para que este acuerdo entrara en vigor, debían ser aprobadas unas leyes reglamentadoras. Al ser aprobadas éstas, sin embargo, las atribuciones de los consejos -que duraron mientras duró la República de Weimar- fueron más bien de poca monta: podían intervenir 80 en los despidos, supervisar las cuestiones de disciplina, las condiciones de trabajo, etc. En cuanto a la socialización, se preveían leyes para socializar las minas de carbón y las industrias de fuerzas eléctricas, pero, de hecho, jamás hubo tal socialización. 81 Capítulo 6 "REALPOLITIK" REVOLUCIONARIA El proletariado toma el poder del Estado e instaura su dictadura revolucionaria; lo cual significa que la realización del socialismo se ha convertido en el problema del día. Un problema para el que el proletariado no estaba en modo alguno suficientemente preparado. Porque la "Realpolitik" de la socialdemocracia al ocuparse siempre de los problemas del día como tales problemas del día, simplemente, es decir, sin relacionarlos con los problemas últimos de la lucha de clases y, en consecuencia, sin apuntar nunca más allá del horizonte de la sociedad burguesa, no ha conferido al socialismo a los ojos de los obreros sino, nuevamente, un carácter utópico. La escisión entre el movimiento y su objetivo final no falsea únicamente la adecuada visión de los problemas cotidianos, de los problemas del movimiento obrero como tal, sino que transforma al mismo tiempo su objetivo final en una utopía. Esta regresión al utopismo se manifiesta de muy diversas formas. Sobre todo en el hecho de que el socialismo deja de presentarse a los ojos de los utopistas como un proceso en curso para parecer algo que ya es. Es decir, únicamente se analizan los problemas del socialismo -en la medida en que son planteados- desde el punto de vista de las cuestiones económicas, culturales, etc., y de las mejores soluciones técnicas imaginables para las mismas, una vez entrado ya el socialismo en la fase de su realización práctica. Pero el problema de cómo puede llegarse a una situación de este tipo, es decir, de cómo puede resultar socialmente posible, no se plantea, así como tampoco se plantea el problema de la concreta naturaleza social de una situación de este tipo, ni el de las relaciones de clase y las formas económicas en las que se encuentra el proletariado en el momento histórico en el que se presenta la tarea de realizar el socialismo. (De manera similar a como Fourier estudió en su época muy detalladamente el funcionamiento de los falansterios, sin mostrar el camino concreto de su realización.) El eclecticismo oportunista, o lo que es lo mismo, la supresión de la dialéctica del método del pensamiento socialista, sustrae, pues, al propio socialismo del proceso histórico de la lucha de clases. De ahí que los contaminados por el veneno de este pensamiento no perciban los puntos previos de la realización del socialismo ni los problemas mismos de su realización sino en una perspectiva harto deformada. 82 El error de esta posición de base es tan profundo que no sólo informa el pensamiento de los oportunistas -para quienes el socialismo sigue siendo un objetivo lejano-, sino que llega en ocasiones a alcanzar también a revolucionarios sinceros, a los que lleva a falsas concepciones. Estos últimos -buena parte del ala izquierda de la Segunda Internacional- fueron capaces de percibir adecuadamente el proceso revolucionario mismo, la lucha por el poder como proceso, en estrecha relación con los problemas prácticos de cada día, pero sin llegar a integrar en este mismo contexto la situación del proletariado después de la conquista del poder y los problemas concretos derivados de esta situación. También en este punto se revelaron como utopistas. El realismo extraordinario con el que Lenin trató los problemas todos del socialismo durante la dictadura -y que le valió la consideración hasta de sus propios rivales de la grande y pequeña burguesía- no es, en suma sino la consecuente aplicación del marxismo, de la vía históricodialéctica de estudio, análisis y posible solución de los problemas -ya actuales- del socialismo. Poco es lo que en los escritos y discursos de Lenin -como, por otra parte, en los de Marx- se encontrará sobre el socialismo como hecho consumado. Y mucho, por el contrario, sobre los pasos que llevan a su realización. Porque apenas podemos imaginarnos de manera concreta el socialismo en todos sus detalles como sí fuera una situación ya creada. Por importante que sea el adecuado conocimiento teórico de su estructura básica, la importancia de este reconocimiento radica, sobre todo, en su condición de posible patrón de medida para los pasos dados hacia el socialismo. El conocimiento concreto del socialismo es, como lo es, por otra parte, el socialismo mismo, el resultado de la lucha que se lleva a cabo por conseguirlo; y no nos resulta accesible sino en dicha lucha por el socialismo y sólo en ella. Y todo intento de llegar a un conocimiento del socialismo por otro camino que el de su interrelación dialéctica con los problemas cotidianos de la lucha de clases, no haría de él sino una metafísica, una utopía, algo puramente contemplativo y en absoluto práctico. El realismo de Lenin, es decir, su "realpolitik" no es, pues, sino la definitiva liquidación de todo utopismo, la realización concreta del contenido del programa de Marx; una teoría -en suma- convertida en práctica, una teoría de la praxis. Lenin ha hecho con el problema del socialismo lo mismo que hizo con el problema del Estado: lo arrancó del aislamiento metafísico y del aburguesamiento en el que estaba sumido y lo introdujo en el contexto global de los problemas de la lucha de clases. Tradujo a experiencia práctica las geniales indicaciones hechas por Marx en su "Critica del programa de Gotha" y en otros puntos de su obra, 83 confrontándolas con el proceso histórico y dándoles vida y concreción en la realidad histórica con una plenitud muy superior a la que hubiera sido posible en la época de Marx e incluso para un genio como Marx. Los problemas del socialismo son, en consecuencia, los problemas de la estructura económica y de las relaciones de clase en el momento en que el proletariado toma el poder estatal. Surgen de manera inmediata de la situación en la que el proletariado implanta su dictadura. De ahí que no puedan ser comprendidos y resueltos fuera del contexto mismo de esos problemas; no obstante contienen un elemento radicalmente nuevo, nuevo -por este mismo motivo- en relación con esta situación y con todas las situaciones precedentes. Efectivamente: todos sus elementos pueden provenir del pasado, pero su relación con el mantenimiento y fortalecimiento del dominio del proletariado da lugar a nuevos problemas que no podían estar en Marx ni en otras teorías anteriores, y que no pueden ser comprendidos y resueltos sino a partir de esta situación esencialmente nueva. La "realpolitik" de Lenin se revela en consecuencia -analizada en su contexto general y atendiendo a su fundamento mismo- como el punto más alto alcanzado hasta la fecha por la dialéctica materialista. Por una parte, un análisis estrictamente marxista, sobrio y austero, pero profundamente penetrante, de la situación dada, de la estructura económica y de las relaciones de clase. Por otra, una visión extremadamente clara, no deformada por prejuicio teórico ni deseo utópico alguno, de todas las nuevas tendencias que se derivan de esta situación. Este postulado, aparentemente sencillo y que hunde, efectivamente, sus raíces de la esencia de la dialéctica materialista -que es en realidad una teoría de la historia- no resulta, sin embargo, tan fácil de satisfacer. Los hábitos mentales del capitalismo han educado a todos los hombres, y sobre todo a los de orientación científica, en la costumbre de no explicar lo nuevo sino a partir de lo antiguo, en explicar íntegramente lo actual a partir de lo pasado. (El utopismo de los revolucionarios es un intento de superar esto con las fuerzas actualmente disponibles, un intento con el fin de saltar a un mundo absolutamente nuevo, sin comprender dialécticamente la cristalización dialéctica de lo nuevo a partir de lo antiguo). "He ahí por qué -decía Lenin- se dejan confundir tantos por el Capitalismo de Estado. Para evitar la confusión no hay que perder nunca de vista lo fundamental, es decir, que el Capitalismo de Estado, tal y como lo hemos realizado, no ha sido analizado por teoría alguna, no hay bibliografía sobre él, por la sencilla razón de que todos los conceptos 84 vinculados a esta expresión vienen referidos al poder burgués en la sociedad capitalista. Y el nuestro es un Estado que ha abandonado la vía capitalista, sin haber entrado todavía en la nueva vía". ¿Qué es, sin embargo, lo que para la concreta realización socialista encuentra el proletariado ruso que ha accedido al poder en su entorno real? En primer lugar, un capitalismo monopolista -relativamentedesarrollado, en pleno derrumbamiento a consecuencia de la guerra mundial, en un país agrícola atrasado cuyo campesinado sólo ha podido liberarse de las cadenas de los residuos feudales uniéndose a la revolución proletaria. En segundo lugar, fuera de las fronteras rusas un mundo capitalista hostil, cuya intención no es otra que dificultar por todos los medios a su alcance las cosas al nuevo Estado de obreros y campesinos, y que sería suficientemente fuerte como para aplastarlo militar o económicamente si no estuviera tan profundamente dividido por las crecientes contradicciones del capitalismo imperialista, contradicciones y rivalidades, etc., de las que el proletariado ha sabido aprovecharse siempre. (Nos hemos limitado únicamente a aludir a los dos complejos de problemas más importantes; en tan pocas páginas no podemos aspirar a analizarlos a fondo). La base material del socialismo como forma económica superior destinada a reemplazar al capitalismo no puede radicar sino en una reorganización de la industria, en un superior desarrollo de la misma, en su adaptación a las necesidades de las clases trabajadoras, en su transformación en el sentido de una vida cada vez más plena (supresión de la contraposición entre el campo y la ciudad, entre el trabajo físico y el intelectual, etc.). El estadio en que esta base del socialismo se encuentre condiciona, consecuentemente, las posibilidades y vías de su realización concreta. Ya en 1917 -antes de tomar el poder del Estado- determinó Lenin con toda claridad la situación económica y las tareas que ésta imponía al proletariado. "A la dialéctica histórica se debe, precisamente, que la guerra, al acelerar considerablemente la transformación del capitalismo monopolista en capitalismo monopolista de Estado haya aproximado sobremanera, en virtud precisamente de ello, la humanidad al socialismo. La guerra imperialista es el preludio de la revolución socialista. Y no únicamente porque la guerra engendra, con toda su carga de horror, la sublevación proletaria -no hay sublevación capaz de crear el socialismo, si su base económica no ha madurado-, sino, sobre todo, porque el capitalismo monopolista de Estado es una perfecta preparación material para el socialismo, es su puerta de entrada, en la 85 medida en que en la escala de la historia constituye precisamente ese escalón que precede al socialismo, sin ningún otro escalón intermedio". En consecuencia, "el socialismo no es otra cosa que un capitalismo monopolista de Estado organizado a beneficio de la totalidad del pueblo, y en este sentido, no es ya monopolio capitalista alguno". Y a comienzos de 1918: "...en el actual estado de cosas el capitalismo estatal representaría un paso hacia adelante en nuestra república soviética. Si en medio año, por ejemplo, se implantara en nuestro país sólidamente el Capitalismo de Estado, ello representaría un gigantesco triunfo y la más segura garantía de que al cabo de un año el socialismo habría sido definitivamente establecido entre nosotros y sería ya invencible". Dada la difusión de esa leyenda burguesa y socialdemócrata según la cual Lenin, una vez fracasada la tentativa "marxista doctrinaria" de introducir "de golpe" el comunismo habría firmado una transacción, llevado de su "realismo y sagacidad política", desviándose así de su línea anterior, no podíamos renunciar a citar extensamente los párrafos anteriores. La verdad histórica es, precisamente, lo contrario. El llamado comunismo de guerra, al que Lenin calificaba de "medida provisional, condicionada por la guerra civil y por la destrucción" y que "no era ni podía ser una política adecuada a las tareas económicas del proletariado", era una desviación de la línea por la que -según sus previsiones teóricas- discurría la evolución al socialismo. Una medida condicionada, sin duda, por la guerra civil interior y exterior y, en consecuencia, inevitable, pero provisional. Pero, según Lenin, al proletariado le habría resultado funesto desconocer este carácter del comunismo de guerra, considerándolo -a la manera de muchos revolucionarios sinceros, pero que no estaban a la altura de Lenin en el plano teórico- como un verdadero paso hacia el socialismo. Lo que importa no es, pues, la intensidad con que ostentan un carácter socialista las formas externas de la vida económica, sino, exclusivamente, el grado de dominio efectivo que tiene el proletariado de este aparato económico que ha hecho suyo al tomar el poder y que constituye al mismo tiempo, la base de su ser social, es decir, la gran industria, así como el grado en que pone dicho dominio efectivamente al servicio de sus objetivos de clase. Por mucho, sin embargo, que hayan cambiado el entorno de estos objetivos de clase y, en consecuencia, los medios de su realización, su eje general ha tenido que seguir siendo el mismo: proseguir la lucha contra la burguesa, es decir, proseguir la lucha de clases con la ayuda de esas -siempre vacilantes- capas medias (los campesinos, sobre todo). Y en este sentido no debe olvidarse jamás que a pesar de su 86 inicial victoria, el proletariado sigue siendo la clase más débil, y lo seguirá siendo durante mucho tiempo -hasta la victoria de la revolución a escala mundial. La lucha del proletariado ha de ceñirse, pues, en el terreno económico, a dos principios: detener, por una parte, la destrucción de la gran industria por la guerra y la guerra civil tan rápida y plenamente como sea posible, ya que sin esta base el proletariado como clase camina hacia un abismo. Y, por otra, regular los problemas de la producción y distribución de tal modo que el campesinado, que gracias a la solución revolucionaria del problema agrario, se ha convertido en un aliado del proletariado, permanezca fiel a esta alianza obteniendo la mayor satisfacción posible de sus intereses materiales. Los medios para la realización de estos objetivos varían según las circunstancias. Pero su realización progresiva es el único camino para mantener impávido el dominio del proletariado, primera premisa del socialismo. La lucha de clases entre la burguesía y el proletariado prosigue, pues, con idéntica violencia en el frente de la economía interior. La pequeña empresa, cuya abolición y "socialización", es en este estadio, pura utopía, "engendra capitalismo ininterrumpidamente, engendra burguesa día tras día, hora tras hora, de manera elemental y, también, de manera masiva". Lo importante es saber si en esta competición vencerá esa burguesa que nuevamente está formándose y acumulando, o la gran industria estatal y dominada por el proletariado. El proletariado debe arriesgarse a esta competición, si no quiere, por el contrario, arriesgarse a poner a la larga en peligro su alianza con los campesinos, al estrangular las pequeñas industrias, comercios, etc. (un estrangulamiento cuya plena consecución es, por otra parte, ilusoria). A ello se une la participación de la burguesía en dicha competencia, en forma de capital extranjero, de concesiones, etcétera. Surge así la paradójica situación de que este movimiento -independientemente de sus intenciones- puede llegar a ser, en un plano económico objetivo, un aliado del proletariado, en la medida en que ayuda a fortalecer la potencia económica de la gran industria. Nace así "una alianza contra los elementos de la pequeña empresa"; teniendo que ser, por otra parte, combatida, al mismo tiempo, con toda energía la natural tendencia del capital concesionario a convertir progresivamente el Estado proletario en un a colonia capitalista. (Cláusulas en las concesiones, monopolio del comercio exterior, etc.). Estas breves reflexiones no pueden proponerse, en modo alguno, esbozar, ni siquiera a grandes rasgos, la política económica de Lenin. Lo 87 que aquí simplemente queda indicado debe servir para subrayar con cierta claridad los principios de la política de Lenin, su fundamento teórico. Principios que, en definitiva, consisten en mantener en pie el dominio del proletariado en un universo de enemigos subrepticios o declarados, y de aliados vacilantes. Al igual que el principio básico de su política antes de la toma de poder consistió en detectar, en el caos de las tendencias sociales del capitalismo decadente que se entrelazaban y confluían, todos aquellos factores que, explotados por el proletariado, podían convertirlo en la clase rectora y dominante de la sociedad. Lenin se mantuvo fiel a este principio durante toda su vida, sin concesiones ni desfallecimientos. Pero se mantuvo fiel a él en su condición de principio dialéctico -siendo no menos implacable su rigor en este punto. En el sentido de que "la tesis básica de la dialéctica materialista es que todos los limites en la naturaleza y en la historia están condicionados y tienen, al mismo tiempo, una gran movilidad, de tal modo que no hay un solo fenómeno que, en determinadas circunstancias, no pueda convertirse en su contrario". De ahí que la dialéctica exija "una investigación radical del fenómeno social del que se trate en su evolución misma, así como una reducción de los momentos externos y aparentes a las fuerzas actuantes fundamentales, al desarrollo de las fuerzas productivas y a la lucha de clases". La grandeza de Lenin como dialéctico se debe a su constante aprehensión de los principios fundamentales de la dialéctica, del desarrollo de las fuerzas productivas y de la lucha de clases en su esencia más profunda de manera concreta, sin prejuicios abstractos, pero, también, lejos de toda confusión fetichista en virtud de cualesquiera fenómenos superficiales. Se debe, en fin, a su constante reducción de todos los fenómenos con que hubo de enfrentarse, a este principio último de los mismos: a la acción concreta de los hombres concretos (es decir, condicionados tenencia a una clase determinada), en virtud de sus verdaderos intereses de clase. La leyenda del Lenin "hábil político realista", del Lenin "maestro de las transacciones" cae en este punto, desvelándose ante nosotros el verdadero Lenin, el edificador consecuente dé la dialéctica marxista. Ante todo hay que rechazar en el análisis del concepto de transacción cualquier posible significado del término que tienda a presentarlo como una habilidad, maniobra o fraude refinado. "Las personas -decía Leninpara quienes la política es un conjunto de pequeñas maniobras que en ocasiones rozan el engaño, no encontrarán en nosotros sino el rechazo más categórico. Las clases no pueden ser engañadas". La transacción no consiste, pues, en el contexto leninista sino en aprovechar en este sentido las tendencias evolutivas reales de las clases (y eventualmente 88 de las naciones, en el caso, por ejemplo, de los pueblos oprimidos) que en determinadas circunstancias y durante cierto tiempo caminan paralelamente en algunos problemas de interés vital para el proletariado, a beneficio de ambas partes. Las transacciones también pueden ser, sin embargo, una forma de la lucha de clases contra el enemigo más decidido de la clase obrera, es decir, contra la burguesía. (Basta con pensar en la relación de la Rusia soviética con los Estados imperialistas.) Y los teóricos del imperialismo se aferran a esta forma especial de transacciones con el fin, en parte, de elogiar -o criticar- a Lenin como "político realista no dogmático" o bien, asimismo, para justificar de este modo sus propios compromisos. Ya hemos aludido a lo erróneo del primer argumento; en el enjuiciamiento del segundo hay que tener en cuenta -como en todo problema dialéctico- la totalidad formada por el entorno concreto de la transacción. E inmediatamente resulta evidente, por este camino, que la transacción de Lenin y la de los oportunistas parten de supuestos previos diametralmente opuestos. La táctica de la socialdemocracia descansa -declarada o inconscientemente- en el criterio de que la verdadera revolución aún está muy lejos, en que aún no se dan las condiciones objetivas básicas para la revolución social, en que el proletariado aún no está ideológicamente maduro para la revolución, en que el partido y los sindicatos aún son demasiado débiles, etc., de donde se extrae la consecuencia de que el proletariado ha de llegar a una transacción con la burguesía. Cuanto más intensamente se den las condiciones básicas objetivas y subjetivas de la revolución social, tanto más "puramente" podrá realizar el proletariado sus objetivos de clase. De este modo la transacción adquiere en la praxis el aspecto de un gran radicalismo, de un íntegro "mantener puros" los principios con vistas a los objetivos finales". (En este contexto únicamente pueden ser englobadas, por supuesto, aquellas doctrinas socialdemócratas que de una manera u otra aún creen aferrarse a la teoría de la lucha de clases. Porque para los otros puntos de vista, la transacción no es ya un compromiso, sino una colaboración natural entre los distintos sectores profesionales para el bien de la comunidad, globalmente considerada). Para Lenin, en cambio, la transacción se deriva directa y lógicamente de la actualidad de la revolución. Si el carácter fundamental de la época entera es la actualidad de la revolución, si esta revolución -tanto en los diversos países aisladamente considerados como a escala mundialpuede estallar en cualquier momento, sin que éste pueda ser previsto 89 con absoluta exactitud, si el carácter revolucionario de la época entera se manifiesta de manera inagotable en la creciente descomposición de la sociedad burguesa -a lo que se debe que las tendencias más diversas se sucedan y entremezclen permanentemente-, todo ello quiere decir, en fin, que el proletariado no puede comenzar y llevar a término su revolución en unas circunstancias "favorables", elegidas por él, teniendo, en consecuencia, que aprovecharse siempre de toda tendencia que, aun cuando sólo sea temporalmente, favorezca la revolución o, por lo menos, debilite a sus enemigos. Anteriormente citamos algunos pasajes de Lenin de los que se desprende lo escaso de las ilusiones que -aún antes de tomar el poderse hacía sobre el ritmo de realización del socialismo. Las siguientes frases, tomadas de uno de sus últimos trabajos, escrito después del período de las "transacciones", indican con la misma claridad que esta previsión jamás significó para él una interrupción de la actividad revolucionaria: "Napoleón escribió en una ocasión: On s'engage et puis on voit. Lo que libremente traducido significa que "primero hay que entablar seriamente el combate y luego se verá todo lo demás". así libramos nosotros también un serio combate en Octubre de 1917 y luego hemos ido viendo algunos de estos detalles (desde el prisma de la historia universal evidentemente sólo unos detalles), como la paz de Brest o la "nueva política económica"", etcétera. La teoría y la táctica leninistas de las transacciones no son, pues, sino la lógica consecuencia objetiva de la visión marxista y dialéctica de la historia, según la cual son los hombres, desde luego, quienes hacen la historia, pero no en circunstancias elegidas por ellos mismos. Es el fruto de la conciencia de que la historia está produciendo siempre lo nuevo; que, en consecuencia, estos instantes históricos, punto de intersección momentáneos de diversas tendencias, no regresan jamás en idéntica forma; que tendencias, en fin, que hoy pueden favorecer a la revolución mañana pueden serle funestas y viceversa. He ahí por qué en Septiembre de 1917 Lenin propuso a los mencheviques y a los socialrevolucionarios, basándose en el viejo lema bolchevique "Todo el poder a los soviets", actuar en común, es decir, llegar a una transacción. Sin embargo, ya el 17 de Septiembre escribía: "Al final es ya demasiado tarde para proponer un compromiso. Incluso puede que los pocos días en que aún parecía factible una revolución pacífica hayan asimismo pasado ya. Sí, todo parece indicar que han pasado ya". La aplicación de esta teoría a Brest-Litovsk, a las concesiones, etc., se explica por sí misma. 90 Lo profundamente que la teoría leninista de las transacciones se basa en su visión central de la actualidad de la revolución aún se evidencia quizá más claramente en sus luchas teóricas contra el ala izquierda de su propio partido (después de la primera revolución y después, asimismo, de la paz de Brest en el contexto ruso, y en los años 1920 y 1921, en el contexto europeo). En estos debates la consigna de los radicales de izquierda era el rechazo de toda transacción por cuestión de principios. Y la tesis polémica de Lenin insiste, en lo esencial, en que el rechazo de todo compromiso equivale a evadirse de las luchas decisivas, implicando dicha concepción un derrotismo respecto de la revolución. Porque toda verdadera situación revolucionaria -como lo es paradigmáticamente la nuestra, según Lenin- se manifiesta en el hecho de no haber campo alguno de la lucha de clases en el que no vengan contenidas posibilidades revolucionarias (o contrarrevolucionarias). El verdadero revolucionario es, pues, el que es consciente de que vivimos en una época revolucionaria y extrae las consecuencias prácticas de ello, considerando siempre el conjunto de la realidad histórico-social desde este punto de vista, atendiendo intensivamente a todo, a lo grande y a lo pequeño, a lo usual y a lo inesperado, en función de su importancia revolucionaria -y sólo en función de ella. Cuando Lenin calificaba al radicalismo de izquierda de oportunismo de izquierda, aludía penetrante y acertadamente a la común perspectiva histórica de dos corrientes tan opuestas en todo lo demás, de las cuales una abomina de toda transacción y otra, en cambio, ve en la transacción un principio de "realpolitik" opuesto a la "rígida fidelidad a los principios dogmáticos". Perspectiva histórica común que cabe cifrar en un determinado pesimismo respecto de la proximidad y actualidad de la revolución proletaria. De esta manera suya de rechazar ambas tendencias partiendo de un mismo principio, se desprende que la transacción de Lenin y la de los oportunistas no tienen en común más que el nombre, un nombre que designa realidades radicalmente distintas y que, en consecuencia, encubre conceptos radicalmente distintos. Un conocimiento adecuado de lo que Lenin entiende por transacciones y de la fundamentación teórica de la táctica de las mismas es de capital importancia para la adecuada comprensión de su método y, asimismo, de singular importancia a efectos prácticos. La transacción no es posible para Lenin sino en interacción dialéctica con la fidelidad a los principios y al método del marxismo; en la transacción se evidencia siempre el próximo paso real de la realización de la teoría del marxismo. 91 De manera similar a como esta teoría y esta táctica han de diferenciarse de toda asunción rígidamente mecánica de los primeros principios, han de librarse en todo momento de caer en una "realpolitik" esquemática e invertebrada. Es decir, que para Lenin no basta que sean justamente percibidas y valoradas en toda su facticidad tanto la situación concreta en la que hay que actuar como las relaciones de fuerza concretas que determinen la transacción y la necesaria tendencia evolutiva del movimiento proletario, que condiciona su orientación, sino que considera, ante todo, que constituye un gran peligro práctico para el movimiento obrero que semejante comprensión exacta de la realidad no entre en el marco de un conocimiento adecuado del proceso histórico en su totalidad. He ahí por qué Lenin aprobó la conducta práctica de los comunistas alemanes frente al "gobierno obrero" proyectado después del fracaso del putsch de Kapp, es decir, la llamada a una oposición legal, reprochándoles, sin embargo, al mismo tiempo, de la manera más severa, que esta táctica, en sí misma justa, se hubiera apoyado en una perspectiva histórica falsa, llena de ilusiones democráticas. La unificación dialécticamente justa de lo general y de lo particular, el reconocimiento de lo general (de la tendencia general básica de la sociedad) en lo particular (en la situación concreta) y la concreción de la teoría que se deriva de ello constituyen, pues, la idea clave de esta teoría de las transacciones. Los que no ven en Lenin sino un "político realista" inteligente y en ocasiones incluso genial, desconocen por completo la esencia de su método. Pero los que creen encontrar en sus decisiones "recetas" aplicables a toda coyuntura y "fórmulas" para una conducta práctica adecuada, aún lo desconocen más. Lenin jamás expuso "reglas generales" de posible "aplicación" a toda una serie de casos. Sus "verdades" surgen del análisis concreto de la situación concreta con ayuda de la interpretación dialéctica de la historia. De una "generalización" mecánica de sus gestos y decisiones no puede obtenerse sino una caricatura, un leninismo vulgar; es el caso, por ejemplo, de aquellos comunistas húngaros que en una situación enteramente distinta, cuando la respuesta a la nota de Clemenceau en el verano de 1919, trataron de imitar esquemáticamente la paz de Brest. Porque, como Marx censura en Lasalle: "...el método dialéctico es aplicado falsamente. Hegel jamás llamó dialéctica a la integración de una masa de "casos" en un principio general". El hecho de tener en cuenta todas las tendencias existentes en cada situación concreta no significa, en modo alguno, que todas ellas hayan de gravitar con igual peso en la balanza de las decisiones. Todo lo 92 contrario. Cada situación tiene un problema central, de cuya resolución dependen tanto los otros problemas contemporáneos, como el desarrollo ulterior de todas las tendencias sociales en el futuro. "Hay que captar en todo momento -dice Lenin- el eslabón especial de la cadena al que es preciso aferrarse con todas las fuerzas para sujetar la cadena entera y preparar el tránsito al eslabón siguiente, con lo que la sucesión de los eslabones, su forma, su encadenamiento, sus diferencias internas en la cadena histórica de los acontecimientos no son tan simples y faltas de sentido como en el caso de una cadena vulgar de las que fabrica el herrero". Qué momento de la vida social es el llamado a adquirir en un instante dado semejante importancia es cosa que sólo la dialéctica marxista, es decir, el análisis concreto de la situación concreta puede ayudar a descifrar. El hilo conductor que nos permite encontrarlo es la visión revolucionaria de la sociedad como una totalidad en proceso. Porque únicamente esta relación con la totalidad confiere tal importancia en un momento dado al eslabón decisivo de la cadena: debe ser asido, ya que no hay otro camino para asir la totalidad. De ahí que en uno de sus últimos escritos, en el que se ocupa de las cooperativas, subraye Lenin este problema con especial energía y concreción, indicando que "mucho de lo que en los sueños de los viejos cooperativistas no era sino fantasía o romanticismo malo, se ha convertido en la más cruda realidad". Y añade: "En realidad, sólo una cosa nos falta: "civilizar" de tal modo a nuestra población que comprenda todas las ventajas de una participación personal en la cooperativa y se incline a colaborar en ella. Nada más, a decir verdad. Hoy no necesitamos ninguna otra sofisticación para proceder al tránsito al socialismo. Ahora bien, para que esto pueda ser conseguido resulta imprescindible un giro radical, un largo trecho de evolución cultural de la masa entera del pueblo". No es posible, por desgracia, proceder aquí a un análisis de todo el ensayo. De ser factible, dicho análisis -como en el de cualquier otra medida táctica de Lenin- evidenciaría que el todo viene contenido en cada uno de estos "eslabones de la cadena". Evidenciaría también, que el criterio de la verdadera política marxista radica siempre en extraer dichos momentos del proceso general, concentrando en ellos un máximo de energía, momentos que -en un instante dado, en una fase dadaentrarían esta relación con la totalidad, con la totalidad del presente y con el problema central de la evolución futura y, por tanto, con el futuro mismo. 93 Este enérgico asimiento del siguiente, es decir, del eslabón decisivo de la cadena, tampoco significa que ese momento tenga que ser desgajado del todo y que los otros momentos hayan de ser descuidados por su culpa. Todo lo contrario. Sólo significa que todos los otros momentos han de ser puestos en relación con este problema central y han de ser comprendidos y resueltos en este contexto. La interrelación que entre si guardan todos los problemas no tiene por qué ser disminuida por esta concepción, una concepción que, por el contrario, la refuerza y hace más concreta. Estos momentos deben su existencia al proceso histórico, a la evolución objetiva de las fuerzas productivas. Pero las condiciones de su reconocimiento y el consiguiente desarrollo ulterior de los mismos dependen del proletariado. La tesis básica, y ya varias veces citada, del marxismo, según la cual los hombres hacen su historia, adquiere una importancia creciente en la época de la revolución, una vez tomado el poder del Estado; por mucho que, desde luego, haya de ser dialécticamente completada por la inexcusable importancia de unas circunstancias no escogidas libremente. Lo que en la práctica, significa que la función del partido en la revolución -la idea clave del joven Lenin- aún es más importante y decisiva en la época de transición al socialismo de lo que pudo serlo en el período de su preparación. Porque cuanto más activa se hace la influencia del proletariado y más aumenta y mayor es su influencia sobre la marcha de la historia, cuanto más decisivas resultan -en el buen y en el mal sentido- las decisiones del proletariado para él mismo y para la humanidad entera, tanto más importante es preservar en toda su pureza la única brújula que puede guiarnos en mar tan embravecido y salvaje, es decir, la conciencia de clase del proletariado, confiriendo una claridad siempre creciente a este espíritu, única gula posible en la lucha. Esta importancia de la función histórica activa del partido del proletariado es un rasgo central de la teoría y, en consecuencia, de la política de Lenin, un rasgo al que no se cansó jamás de exaltar, subrayando su importancia en las decisiones prácticas. He aquí, por ejemplo, sus palabras en el XI Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, cuando su polémica contra los enemigos de la evolución hacia un Capitalismo de Estado: "El capitalismo de Estado es un capitalismo al que podemos frenar y cuyas fronteras podremos delimitar siempre; un capitalismo estatal vinculado al Estado y el Estado son los obreros, el sector más avanzado de los obreros, la vanguardia, es decir, nosotros... Y cómo haya de ser ese capitalismo de Estado es algo que depende de nosotros". 94 De ahí que todo punto nodal de la evolución al socialismo sea siempre -y de modo decisivo- un problema interno del partido. Lo que está en juego es una ordenación de las fuerzas, una adecuación de las organizaciones del partido a su nueva tarea: influir sobre la evolución social en el sentido que se desprenda de un exacto y cuidadoso análisis de la totalidad desde el punto de vista de clase del proletariado. He ahí por qué ocupa el partido un lugar preeminente en la ordenación jerárquica de las fuerzas que constituyen el Estado -que somos nosotros. He ahí también por qué este mismo partido -dado que la revolución únicamente puede triunfar a escala mundial y dado que el proletariado sólo puede constituirse realmente en clase como proletariado mundial- está incorporado y subordinado, como sección, al órgano supremo de la revolución proletaria, a la Internacional Comunista. La rigidez mecanicista que caracteriza a todos los oportunistas y pequeñoburgueses, verá siempre en estas conexiones contradicciones insolubles. Esta rigidez no podrá comprender nunca como los bolcheviques, después de "haber regresado al capitalismo", se aferran a la antigua estructura del partido, a la vieja "dictadura antidemocrática" del partido. No podrá comprender que la Internacional Comunista no renuncie un solo instante a la revolución mundial, que intente prepararla y organizarla con todos los medios a su alcance, al mismo tiempo que el Estado del proletariado ruso procura firmar la paz con las potencias imperialistas e intente que el capitalismo imperialista participe en la mayor cuantía posible en la reconstrucción económica de Rusia. Tampoco podrá comprender que el partido se aferra inexorablemente a su rigor interno y procure consolidarse ideológica y organizativamente de la manera más enérgica, en tanto que la política económica de la república soviética se esfuerza sobremanera en que su alianza con los campesinos, a los que debe su subsistencia, no sea debilitada; en tanto, en fin, que la república soviética lleva camino de convertirse, a los ojos de los oportunistas, en un Estado campesino, perdiendo así progresivamente su carácter proletario, etcétera, etc. La rigidez mecanicista del pensamiento no dialéctico es incapaz de comprender que estas contradicciones son contradicciones objetivas, contradicciones de la época actual; que la política del PCUS, la política de Lenin, sólo es contradictoria en la medida en que busca y encuentra las respuestas dialécticamente exactas a las contradicciones objetivas de su propio ser social. El análisis de la política de Lenin nos lleva, en consecuencia, siempre a las cuestiones fundamentales del método dialéctico. Su obra entera no 95 es sino la aplicación consecuente de la dialéctica marxista a los fenómenos ininterrumpidamente cambiantes de una época de transición gigantesca, unos fenómenos que dan vida constante a lo nuevo. Pero como la dialéctica no es ninguna teoría hecha, susceptible de ser aplicada mecánicamente a los fenómenos de la vida, sino que existe como teoría únicamente en la medida de esta aplicación y en virtud de ella, el método dialéctico heredado de Marx y Engels ha ganado, gracias a la praxis leninista, en amplitud y plenitud, siendo asimismo superior su evolución teórica. Está, por consiguiente, plenamente justificado hablar del leninismo con una nueva fase en la evolución de la dialéctica materialista. Lenin no se ha limitado a revitalizar la pureza de la teoría marxista, desfigurada y debilitada durante decenios por el marxismo vulgar, sino que ha hecho evolucionar el método mismo, confiriéndole mayor concreción y madurez. Y si ahora la tarea de los comunistas radica en seguir avanzando por la senda del leninismo, este avance únicamente será fructífero si procuran adoptar respecto de Lenin una actitud similar a la sustentada por Lenin respecto de Marx. La forma y el contenido de este comportamiento vienen determinados por la evolución de la sociedad, por los problemas y deberes que el proceso histórico impone al marxismo y lo que determina su éxito es el nivel de conciencia de clase proletaria alcanzado por el partido dirigente del proletariado. El leninismo significa que la teoría del materialismo histórico aún se ha aproximado más a las luchas cotidianas del proletariado, que aún se ha vuelto más práctica de lo que podía serlo en la época de Marx. La tradición del leninismo no puede, pues, consistir sino en mantener en pie -sin falsearla ni volverla rígida- la función viva y vivificante a un tiempo, creciente y a la vez enriquecedora del materialismo dialéctico. De ahí -repetimos- que Lenin deba ser estudiado por los comunistas de manera similar a como Marx fue estudiado por Lenin. Hay que estudiarlo para aprender el método dialéctico. Para aprender a encontrar lo particular en lo general y lo general en lo particular, gracias al análisis concreto de la situación concreta; a encontrar en el momento nuevo de una situación lo que la vincula al proceso anterior y en las leyes del proceso histórico lo nuevo que va surgiendo una y otra vez; a encontrar en el todo la parte y en la parte el todo; a encontrar en la necesidad de la evolución el momento de la acción eficaz y en el hecho, la vinculación con la necesidad del proceso histórico. El leninismo implica un nivel de pensamiento concreto, del pensamiento no esquemático ni mecanicista no alcanzado hasta la fecha; un 96 pensamiento enteramente vertido a la praxis. Conservar esto es la tarea de los leninistas. Pero en el proceso histórico tan sólo puede conservarse aquello que está inmerso en una evolución llena de vida. Y semejante conservación de la tradición leninista es, actualmente, la tarea más noble para todo aquel que verdaderamente asuma el método dialéctico como arma en la lucha de clases del proletariado.,...)))...

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