domingo, 13 de diciembre de 2020

N.- 1ª.- parte ). DE G. LUKACS,...SOBRE V.I. LENIN, Y,...(La coherencia de su pensamiento). // Luky : ABAJO EL PODER DE LA OTANONUISTA Y LAS PARTITOCRACIAS Y AFINES : EL GRAN PROBLEMA Y LASTRE DE LA LIBERACIÓN SOCIAL DE LA HUMANIDAD. SEGÚN MIS DATOS EL CAPITAL ACUMULADO DEL CAPITALISMO ESPAÑOL ES DE UNOS 40,6 BILL/DÓL.,...EN MEDIDA EURACA ¡¡¡¡. ( EL TOTAL GLOBAL ES DE 4.900 BILL/DÓL. ). ¡¡.

ABAJO EL PODER DE LA OTANONUISTA Y LAS PARTITOCRACIAS Y AFINES : EL GRAN PROBLEMA Y LASTRE DE LA LIBERACIÓN SOCIAL DE LA HUMANIDAD. 

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Lenin (La coherencia de su pensamiento) [1.924] Por György Lukács [Traducción al español de Jacobo Muñoz] 

Prólogo de Néstor Kohan La filosofía y el fuego (Lukács ante Lenin) 2 

Índice del volumen 

Prólogo de Néstor Kohan: La filosofía y el fuego (Lukacs ante Lenin) (diciembre de 2004) 

Prólogo de Gyorgy Lukacs (Viena, febrero de 1924) 

Capítulo 1: La actualidad de la Revolución 

Capítulo 2: El proletariado como clase dominante 

Capítulo 3: El partido dirigente del proletariado 

Capítulo 4: El imperialismo: guerra mundial y guerra civil 

Capítulo 5: El Estado como arma 

Capítulo 6: ìRealpolitikî revolucionaria 3 

PRÓLOGO 

La filosofía y el fuego (Lukács ante Lenin) Por Néstor Kohan Para José Luis Mangieri, compañero y amigo, quien editó por primera vez en Argentina y América Latina este libro de Lukács sobre Lenin a través de LA ROSA BLINDADA. 

En agradecimiento por todo lo que nos enseñó. Gyorgy Lukacs [1885-1971] es un filósofo húngaro y un militante comunista. Probablemente, junto con el italiano Antonio Gramsci, Lukacs represente a uno de los principales filósofos marxistas de todo el siglo XX a nivel mundial. 

La obra escrita de Lukacs es enciclopédica y prácticamente inabarcable. La edición de sus Obras Completas incluye nada menos que... 24 tomos. De esa inmensa masa de trabajos e investigaciones, no pueden obviarse: 

El alma y las formas [1910], 

Historia del desarrollo del drama moderno [1911], 

Teoría de la novela [1920], 

Historia y conciencia de clase [1923], 

Lenin (La coherencia de su pensamiento) [1924], 

Goethe y su Època [1946], 

El joven Hegel [terminado en 1938, publicado en 1948], 

Peripecias [1948], Thomas Mann [1948], 

Existencialismo o marxismo [1948], 

El realismo ruso en la literatura mundial [1949], 

Realistas alemanes del siglo XIX [1950], 

Balzac y el realismo francés [1952], 

El asalto a la razón. La trayectoria del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler [1953], 

La novela histórica [1955], 

Problemas del realismo [1955], 

Franz Kafka o Thomas Mann [1957], 

Significación actual del realismo crítico [1958], 

Sociología de la literatura [selección, 1961], 

Estética [4 tomos, 1963], 

El hombre y la democracia ([escrito en 1968, publicado póstumamente) y 

La ontoloíÌa del ser social (3 tomos, [1971-73], publicado póstumamente). 


Lukacs nace en Budapest en 1885 (allí fallece en 1971). En su juventud pasa varios años en Alemania donde conoce a Simmel, Bloch, Tˆnnies, Windelband, Rickert y Max Weber. Con este ˙último traba estrecha amistad. De regreso en Budapest, entre 1915 y 1917 Lukacs funda el grupo cultural y Círculo de los domingos y donde asisten, entre otros, Arnold Hauser y Karl Mannheim. El comienzo de la primera guerra mundial en 1914 juega un papel importante en su primera radicalización política. En esos tiempos juveniles, Lukacs rechaza al capitalismo desde las posiciones de un romanticismo revolucionario (muchas veces místico, mesiánico y trágico) que concibe al mundo burgués no tanto como una sociedad de explotación sino más bien como un modo de vida inauténtico, vulgar, mediocre, ordinario y rutinario. Ese rechazo se funda muchas veces en una Ètica absoluta asentada en el ìdeber serî kantiano, que no acepta ninguna transacción con la realidad. Por 4 eso, en el pensamiento crítico de la primera juventud de Lukacs predomina la revuelta Ètica anticapitalista por sobre la teoría y la estrategia revolucionaria. En 1917 Lukacs funda la ìEscuela libre de las ciencias del espírituî donde colabora el compositor BÈla BartÛk. Ese mismo año saluda con entusiasmo la revolución bolchevique que lo radicalizar· todaíÌa m·s. El 2 de diciembre de 1918 ingresa al Partido Comunista, fundado en Budapest solamente doce días antes. Cuando Èl ingresa al partido, Èste contaba con menos de cien miembros. A continuación comienza a militar en la izquierda del comunismo de la naciente Internacional Comunista. En ese período, Lukacs es co-director de la revista Kommunismus, Órgano de la Internacional Comunista para los países danubianos. AllÌ se publican, antes de formar parte del libro, varios ensayos de Historia y conciencia de clase. Mantiene entonces sus posiciones anticapitalistas y el Ènfasis culturalista en su interpretación del marxismo, pero va abandonando sus anteriores puntos de vista místicos y espiritualistas. En 1919 participa en forma activa y militante de la insurrección consejista que proclama la República Soviética de Hungría en aquel país. Llega a ser ministro de Cultura y Educación Popular de esa revolución. Entre otras medidas, establece el Instituto de Investigación para el Fomento del Materialismo Histórico. 

Una de los ensayos de Historia y conciencia de clase surge de la conferencia pronunciada por Lukacs en la inauguración de dicho Instituto. Tras la derrota huye a Viena, donde vivir· desde 1919 hasta 1929. Mientras tanto, el gobierno húngaro del dictador y contralmirante Miklús Horthy lo condena a muerte. En 1921, en el III Congreso de la Internacional Comunista, Lukacs conoce personalmente a Lenin quien, discutiendo precisamente con la izquierda de la Internacional, había publicado el año anterior óen julio de 1920ó El Izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo. Según Michael Lˆwy, a partir de 1920 Luk·cs se distancia de la corriente izquierdista de la Internacional y adopta las posiciones de un realismo revolucionario (VÈase Michael Lˆwy: Para uma sociología dos intelectuais revolucionarios. A evoluzāo política de Lukacs. Sāo Paulo, Ciencias Humanas, 1979. pp.193). El término de ìrealismo revolucionarioî no significa que en esta etapa de su evolución intelectual Lukacs se haya adaptado al orden establecido. Por el contrario, alude al hecho de que el filósofo, manteniendo sus posiciones radicales, supera entonces el rigorismo formal de la Ètica kantiana (cuya generalidad impide operar sobre la realidad) para adoptar el punto de vista de los revolucionarios bolcheviques encabezados por Lenin y Trotsky. Entre 1919 y 1923 escribe los ensayos del Historia y conciencia de clase, su libro fundamental, máxima expresión filosófica de la revolución bolchevique y una de las grandes obras del siglo XX. En ella sintetiza el mesianismo judío revolucionario, el cuestionamiento de Weber a la burocracia, la crítica hegeliana de Kant (y del iuspositivismo de Kelsen), junto con la crítica de Marx al fetichismo de la economia política y de la sociedad mercantil capitalista. Según un célebre pasaje de Historia y conciencia de clase, toda la concepción marxista de la historia está resumida y sintetizada en la teoría del fetichismo de la mercancía que Marx expone en El Capital. Cuando Lukacs escribe Historia y conciencia de clase, los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 de Marx (que tanto impactaron en el Che Guevara en los ë60) todavia no habían sido publicados. Recién se publican en 1932. Cuando Lukacs llega en 1930 a Moscú˙, participa en el desciframiento del original de Marx y comienza a trabajar en el 5 Instituto Marx-Engels junto con David Riazanov. Pero una década antes, entre 1919 y 1923, el pensador húngaro no había leído aún esos Manuscritos de 1844. No obstante desconocerlos, en Historia y conciencia de clase Lukacs ya ubica el eje de la teoría marxista en la concepción dialéctica centrada en la unidad sujeto-objeto y en las categorías de alienación, cosificación, reificación y fetichismo. 

Lukacs ya había utilizado anteriormente estas categorías. Por ejemplo, la primera vez que aparece el concepto de ìreificaciónî en sus escritos es en 1909, en su Historia de la evolución del drama moderno. Pero, entre 1919 y 1923, la reificación es ubicada al interior de la lógica misma del capitalismo. De este modo, en Historia y conciencia de clase Lukacs generaliza la teoría del fetichismo desde la mercancía óìla célula básica del capitalismoî, según la expresión de Marx ó a todo el orden social. Articulando en un mismo discurso filosófico la teoría de la cosificación, la crítica de las antinomias del pensamiento burgués (y de la socialdemocracia), en tanto expresión conceptual reificada, y la defensa de la posición revolucionaria del proletariado, Lukacs establece una ecuación brillante. Sostiene que el pensamiento racionalista formal (allÌ incluye desde Kant y el positivismo, hasta Kelsen y Weber) expresa ìun pensamiento burgués cosificadoî. Ese pensamiento burgués que surge de la sociedad capitalista óno depende, pues, de la ìbondadî o ìmaldadî de un empresario particularó se sustenta en un dualismo extremo entre la objetividad y la subjetividad. Dentro de la objetividad se encontrarían las leyes de la economía y el mercado, mientras que en el plano de la subjetividad se ubicaría la lucha de clases, la conciencia revolucionaria y la Ètica comunista. Si el marxismo ortodoxo de Karl Kautsky entendía al marxismo como una teoría positivista de las ìleyes objetivasî, el revisionismo de Edward Bernstein se limitaba a defender al socialismo sólo como una Ètica. Pero ambos divorcian, separan y escinden el objeto y el sujeto. La base de esa escisión es, según Lukacs, el fetichismo y sus derivados: la objetivación, la racionalización formal, la dominación burocrática y la cosificación. El proletariado puede romper y hacer estallar esa cáscara fetichista que envuelve lo social porque es la ˙nica clase social que puede impugnar en su totalidad al sistema. No se limita a un reclamo fragmentario. Aunque los ensayos de ese libro comenzaron a redactarse en 1919, fueron modificados antes de ser publicados en 1922, después de la crítica de Lenin al izquierdismo. Fue en 1922 cuando Lukacs redacta el principal de todos los ensayos: ìLa cosificación y la conciencia del proletariadoî, pieza maestra del pensamiento dialéctico y del rechazo de todas las formas de positivismo que impregnaron muchas veces al marxismo, castrando su impulso revolucionario en aras de una supuesta ìcientificidadî natural. Historia y conciencia de clase recupera para el corazÛn del marxismo la dialéctica revolucionaria que la II Internacional habÌa bochornosamente abandonado y olvidado, tanto con la ortodoxia de Kautsky como con el revisionismo de Bernstein, ambos críticos de la revoluciÛn rusa de Lenin y Trotsky. 

Al año siguiente de la publicación de Historia y conciencia de clase, muere Lenin. Inmediatamente Lukacs redacta este nuevo libro, m·s pequeño, que ahora presentamos. Lo hace en una clara continuidad con Historia y conciencia de clase. Lo titula Lenin (La coherencia de su pensamiento) y lo publica en Viena. Su tesis central defiende la actualidad de la revolución frente a quienes la pretenden postergar para un inalcanzable, lejano y difuso día de mañana, separando la t·ctica de la estrategia, dejando a la crítica social sin política, aislando las reivindicaciones puntuales de 6 todo proyecto de transformación global de la sociedad, divorciando la ciencia de la Ètica y escindiendo, en definitiva, el objeto del sujeto. En el lenguaje de nuestros dÌas, lo que aquÌ Luk·cs est· poniendo en discusiÛn es precisamente la fragmentación del rechazo del capitalismo en m˙ltiples nichos inconexos (mientras se reclama un imposible ìcapitalismo con rostro humanoî) y la maniobra de postergar para pasado maÒana o vaya uno a saber para cuando la perspectiva socialista de ìotro mundo posibleî. En estas cortas y afiebradas páginas Lukacs, el más brillante, el más erudito, el más refinado de los filÛóofos marxistas, intenta aferrar entonces el pulso vivo e imperecedero de Lenin. Desde ese ángulo sintetiza al dirigente bolchevique de la siguiente manera: ìun pensamiento enteramente vertido a la praxisî. De manera sumamente similar al intento de Gramsci presente en los Cuadernos de la cárcel, Lukacs ubica en Lenin (La coherencia de su pensamiento) al revolucionario ruso como un pensador de la filosofía de la praxis. En un balance maduro sobre aquel ensayo juvenil de 1924, Lukács vuelve sobre sus pisadas y se interroga nuevamente sobre Lenin. AsÌ dice, en enero de 1967, que: ìDurante toda su vida Lenin no dejó, pues, de estudiar, siempre y en cualquier lugar, fuera la lógica de Hegel o el juicio de un obrero sobre el pan. El estudio permanente, el dejarse instruir siempre de nuevo por la realidad, es un rasgo esencial de la absoluta prioridad de la praxis en la línea leninista de conducta. Ya esto, pero sobre todo su manera de estudiar, abren un abismo insondable entre Èl y todos los empiristas y ´polÌíticos realistasªî. Esa actitud que Lukacs encuentra y subraya en Lenin ótan alejada de las modas, de las frivolidades del mercado (de las ideas), del último gritoî promocionado por los monopolios editoriales y sus industrias culturalesó es la que nos est· haciendo falta en nuestros días. Hoy se vive, se palpa, se respira y se siente una sed de teoría, de teoría política viva, no de paper académico ni de best seller mercantil. Por eso vale la pena releer estas páginas de Lukacs ante Lenin. El universo teórico-polÌtico en el que se inscriben las tesis del ensayo sobre Lenin gira en torno a los mismos problemas de Historia y conciencia de clase y a los mismos puntos de vista radicales, aun cuando el volumen sobre Lenin tiene un talante político m·s inmediato y directo. Según Michael Lˆwy: ìEn estas condiciones, nos parece que Lenin de Lukacs es, en último análisis, la continuación de Historia y conciencia de clase, estando las dos obras fundadas sobre las mismas premisas teóricas fundamentalesî (Véase Michael Lˆwy: Para uma sociología dos intelectuais revolucionarios. A evoluÁāo política de Lukacs. Obra citada. pp. 212 [la traducción de esta cita me pertenece]). Retomar entonces la herencia radical de Lenin constituye, según la conclusión con la que Lukacs cierra este libro, ìla tarea más noble para todo aquel que verdaderamente asuma el método dialéctico como arma de la lucha de clasesî. Creemos no exagerar al caracterizar esa conclusión como pertinente, ˙til y sumamente productiva para el mundo teórico y polÌtico contempor·neo. 

Por eso lo publicamos cuando se cumplen 80 años de la muerte de Lenin. No se trata de trasladar mecánicamente las conclusiones de Lenin al mundo actual, haciendo violenta abstracción de las transformaciones históricas que han ocurrido desde que Èl murió hasta nuestros días. Pero sí se trata de retomar sus preguntas, sus indagaciones, sus interrogantes, sus inquietudes y sobre todo, como subraya Lukacs, su manera de estudiar la sociedad. Esa manera que ha sido abandonada o sencillamente desechada ósin mayores trámites ni beneficio de inventarioó por los partidarios del posmodernismo y del posestructuralismo contemporáneo. Cabe aclarar que, aunque su autor mantenía una admiración total por Lenin, lÌder 7 indiscutido de los bolcheviques, la recepción de Historia y conciencia de clase no fue de ning˙n modo bienvenida en la URSS. Cuando reciÈn vio la luz, esta obra fue ìcondenadaî inmediatamente por la ortodoxia cientificista de un marxismo que se parecÌa demasiado al positivismo. Este rechazo provino tanto de la Segunda Internacional óy su principal teÛrico: Karl Kautskyó como en la voz oficial de la Tercera Internacional ócuya presidencia estaba por entonces a cargo de Zinovievó. Ambos condenaron, casi al mismo tiempo, Historia y conciencia de clase en 1924. Lo mismo hizo Nicol·s Bujarin. A su vez, el diario oficial soviético Pravda aprovechó la ocasiÛn y condenÛ de un solo plumazo a Luk·cs, Korsch, Fogarasi y Revai (esta condena se publicÛ en el Pravda el 25 de julio de 1924). Mientras tanto, el filÛsofo soviÈtico Abraham Deborin (antiguo menchevique y discÌpulo de Plejanov), rechazando Historia y conciencia de clase, escribiÛ un artÌculo cuyo tÌtulo lo dice todo: ìLuk·cs y su crÌtica del marxismoî. Lo publicÛ en 1924 en la revista soviÈtica Pod Znamenen Marxisma [Bajo la bandera del marxismo]. AllÌ defendÌa la tesis plejanoviana de que el marxismo desciende del materialismo naturalista, sumamente criticado por Luk·cs. A estas impugnaciones se sumÛ tambiÈn la de un joven intelectual comunista h˙ngaro llamado L·szlÛ Rudas, defensor de la dialÈctica de la naturaleza y de una concepciÛn objetivista extrema del marxismo. Resulta por dem·s sugestivo observar que en muchas de las impugnaciones, rechazos y airadas condenas que la ortodoxia realizÛ contra Luk·cs en este perÌodo encontramos exactamente los mismos motivos ideolÛgicos y los mismos lugares comunes que esa misma ortodoxia utilizÛ en AmÈrica Latina para enfrentar y condenar al marxismo revolucionario del Che Guevara y de sus partidarios. En ambos casos se los acusa de ìsubjetivismoî, ìromanticismoî, ìvoluntarismoî y, por supuesto, de ìno respetar las condiciones objetivas ni las leyes cientÌficasî... Aunque las circunstancias histÛricas eran distintas (revoluciÛn rusa en la dÈcada del ë20, revoluciÛn cubana en los í60) las condenas y los exorcismos de ambas herejÌas eran pr·cticamente las mismas. ParecÌan calcadas unas sobre otras. Durante muchÌsimos dÈcadas se pensÛ que Luk·cs habÌa aceptado mansamente esas impugnaciones ya que, al poco tiempo, en 1926, el gran filÛsofo h˙ngaro acerca sus posiciones a los puntos de vista que por entonces, burocratizaciÛn mediante, tras la muerte de Lenin, se van convirtiendo en oficiales en el Partido Comunista de la UniÛn SoviÈtica. Pero recientemente, hace menos de una dÈcada, se ha descubierto que el pensador h˙ngaro sÌ respondiÛ los ataques ortodoxos. 

En 1925, después de publicar su Lenin, Luk·cs redactÛ Chvostismus und Dialektic. En Francia se lo tradujo en el aÒo 2001 con el tÌtulo: Dialectique et spontanÈitÈ. Em dÈfense de Histoire et conscience de classe [Dialéctica y espontaneidad. En defensa de ´Historia y conciencia de claseª]. ParÌs, Les …ditions de la PasiÛn, 2001. Prefacio de Nicolas Tertulian. Michael Lˆwy ha cuestionado la fidelidad de esa traducción francesa del título original (Véase Michael Lˆwy: ìUn marxismo de la subjetividad revolucionaria. DialÈctica y espontaneidad de Luk·csî. Mimeo). Este manuscrito se descubriÛ en los antiguos archivos del Instituto Lenin de Mosc˙ y fue publicado por primera vez en Budapest en 1996 (todavÌa no ha sido traducido al castellano). Fiel a su convencimiento militante de que la disputa habÌa que darla al interior del comunismo, ese ensayo de anti-crÌtica no lo enviÛ a Occidente, donde lo hubieran acogido con los brazos abiertos (no por simpatÌa, obviamente, sino para utilizarlo contra el 8 comunismo de la URSS). Lo presentÛ a dos revistas soviÈticas. Westnik der kommunistischen Akademie se llamaba una, y Pod Znamenen Marxisma [Bajo la bandera del marxismo], la otra. En esta ˙ltima habÌa sido publicada la crÌtica contra Luk·cs de Deborin. La respuesta de Luk·cs, obviamente, nunca se publicÛ... Lenin habÌa muerto y los debates al interior de la URSS comenzaron a resolverse administrativa y burocr·ticamente. Lo interesante es que si bien Luk·cs responde a las crÌticas soviÈticas contra su principal libro, nunca se toma el trabajo de responderle a la socialdemocracia. En el mismo aÒo ódurante 1925ó en que elabora esta defensa de Historia y conciencia de clase, Luk·cs escribe una crÌtica concisa y pequeÒa, pero demoledora, del volumen TeorÌa del materialismo histÛrico. Ensayo popular de sociologÌa marxista [1921] de Nicolas Bujarin. En ese momento, Bujarin era otra de las voces cantantes de la ortodoxia soviÈtica. No casualmente ser· este mismo Bujarin quien, presidiendo en 1928 el VI Congreso de la Internacional Comunista, declarar· al materialismo dialÈctico (DIAMAT) ìfilosofÌa oficialî de la Internacional. Luk·cs escribe entonces el ensayo ìTecnologÌa y relaciones socialesî donde demuestra, analizando la caÌda del Imperio romano, que las tesis ortodoxas no sÛlo son teÛricamente errÛneas sino que adem·s son in˙tiles para explicar la historia. AllÌ acusa a Bujarin de caer en ìun materialismo burguÈsî y en un ìburdo naturalismoî. Como se sabe, Antonio Gramsci llegar· a las mismas conclusiones que Luk·cs (sin haber leÌdo su crÌtica) cuando arremete contra Bujarin en sus Cuadernos de la c·rcel. Pero en 1926 la ola revolucionaria expansiva, nacida en 1917, habÌa comenzado a decaer. DescendÌa el impulso revolucionario tras muchas derrotas proletarias (Alemania, Italia, HungrÌa). Ese aÒo Luk·cs escribe un ensayo que marca su viraje polÌtico: ìMoses Hess y los problemas de la dialÈctica idealistaî. Dejando atr·s el radicalismo polÌtico de Historia y conciencia de clase y de su Lenin, allÌ celebra la ìreconciliaciÛnî hegeliana con la realidad como seÒal de realismo... Es el paso filosÛfico para aceptar una reconciliaciÛn de Èl mismo con esa UniÛn SoviÈtica que comenzaba a burocratizarse de la mano de Stalin, con el telÛn de fondo de un fuego revolucionario que se iba lenta y tr·gicamente apagando. En 1928, Lukas redacta las tesis del II Congreso del PC húngaro a realizarse en 1929, conocidas como ìTesis de Blumî (Lukacs firma con seudónimo porque estaba en la clandestinidad). En ellas se opone al sectarismo extremo que primaba en el denominado ìTercer Períodoî de la Internacional Comunista (cuyo lema era ìclase contra claseî, identificando como enemigo principal ójusto cuando en Alemania los nazis avanzaban hacia el poderó a la izquierda de la socialdemocracia). 

En 1929 Lukacs pasa tres meses en Hungría (dirigiendo en forma clandestina el trabajo partidario). Sus ìTesisî son derrotadas y se lo amenaza con la expulsión del partido. El ejecutivo de la Internacional Comunista óya completamente stalinizadaó envía una ìCarta abiertaî al PC húngaro donde reclama ìconcentrar el fuego contra las tesis antileninistas del camarada Luk·csî. Lukacs es obligado a publicar una declaración autocrítica... …l acepta. A partir de esa aceptaciÛn, abandona la política directa para refugiarse durante casi treinta aÒos en el mundo de la cultura y la filosofÌa. A pesar de esa marcha atr·s y de ese acercamiento al stalinismo óy su aceptación de la doctrina del ìsocialismo en un solo paÌsîó, Lukacs mantiene una tensión conflictiva con esta corriente. Ese cortocircuito atraviesa y recorre la mayor parte de su vida intelectual madura. Tal es asÌ que, aunque Luk·cs vive exiliado en la Unión Soviética durante el nazismo (los alemanes asesinan en 1944 a su hermano mayor J·nos), los jerarcas oficiales soviéticos lo hostigan en reiteradas ocasiones. Y eso que Èl ya habÌa aceptado la ìdivisiÛn 9 de tareasî que por esa Època el stalinismo imponía en todo el mundo a los intelectuales miembros de los partidos comunistas (ellos se ocupaban de la cultura, pero... la política práctica la manejaban los cuadros de Stalin). En la URSS, entre sus adversarios se encontraba, por ejemplo, Alexander Alexandrovich Fadeyev [1901-1956]. Pope de la doctrina oficial soviÈtica en asuntos de literatura e impulsor de la revista oficial Gaceta Literaria de Moscú, donde se atacaba p˙blicamente a Luk·cs. Junto a Èl, otro de sus adversarios era Yermilov. Ambos defensores de la lÌnea del Proletcult. Pero el recelo de los intelectuales stalinistas oficiales hacia este antiguo izquierdista, no queda reducido allí. Se lo obliga a formular varias ìautocríticasî (la primera es la ya mencionada de 1929. Habr· otras...) y se lo encarcela en dos oportunidades. Cuando llega a Mosú˙, Lukacs trabaja entre 1929 y 1931 en el ya mencionado Instituto Marx-Engels-Lenin dirigido por Riazanov. AllÌ no sólo puede consultar los Manuscritos económico filosóficos de 1844 sino que también toma conocimiento de los Cuadernos filosóficos de Lenin, publicados después de la muerte del dirigente bolchevique, entre 1929 y 1930, cinco años después de que Lukacs redactara su Lenin. La lectura de los apuntes manuscritos de Lenin sobre la Ciencia de la Lógica contribuir· al cambio de perspectiva de Luk·cs sobre Hegel que se expresar· en El joven Hegel. Luego de un breve período en Alemania óque se extiende desde 1931 a 1933ó Lukacs regresa a Mosú˙. Allí forma parte del consejo de la revista Literaturny Kritik [CrÌtica Literaria] junto a su gran amigo Mijail Lifshitz, autor del excelente estudio La filosofÌa del arte en Karl Marx. Aunque la publicación de Lukacs y Lifshitz contaba inicialmente con la ìprotecciÛnî del filÛsofo oficial Pavel Iudin, en 1940 es cerrada. En ese tiempo óentre 1939 y 1940ó Luk·cs publica el ensayo titulado ìTribuna del pueblo o BurÛcrataî. Ese ensayo, según su brillante discÌpulo Istv·n MÈsz·ros: ìes la crÌtica m·s aguda y penetrante de la burocratizaciÛón publicada en Rusia durante el período de Stalinî (VÈase Istv·n MÈsz·ros: El pensamiento y la obra de G.Luk·cs. Barcelona, Fontamara, 1981. pp. 123). Al aÒo siguiente, en 1941, Luk·cs es detenido en la URSS a partir de la denuncia de un agente h˙ngaro. Sus interrogadores soviÈticos intentan, sin Èxito, extraerle una declaraciÛn seg˙n la cual habrÌa sido desde principios de los aÒos veinte ìun agente trotskistaî. Permanece prisionero poco tiempo, entre el 29 de junio de 1941 y el 26 de agosto de ese mismo aÒo. Seg˙n Vittorio Strada ódirector del Instituto Italiano de Cultura en Mosc˙ durante los 90ó, a fines de 1999 habrÌa aparecido en la capital rusa un volumen titulado Conversaciones en la Lubjanka, donde se publican por primera vez los materiales de aquella investigación policial a la que fuera sometido Luk·cs en 1941 (El tÌtulo original de ese volumen es Besedi na Lubjanke). Entre los ìerrores cometidosî, por los cuales le pregunta el interrogador de la policÌa soviÈtica, Luk·cs habrÌa respondido lo siguiente: ìHistoria y conciencia de clase contiene la sÌntesis filosÛfica de mis ideas ultraizquierdistas de ese perÌodo. La base de esta filosofÌa es una sobrevaloraciÛn de los factores subjetivos y la desvalorizaciÛn de los factores objetivos. He sobrevalorado el papel histÛrico de la sociedad y desvalorizado el papel histÛrico de la naturaleza. He polemizado contra Engels en la cuestiÛn de la dialÈctica de la naturaleza [...] Todo esto demostraba que, en el campo de la filosofÌa, yo era un idealistaî (vÈase Vittorio Strada óCorriere della Sera, Mil·n, 2 de febrero de 2000ó, traducido y publicado en Argentina por La NaciÛn el 27 de febrero de 2000. pp. 3. Nosotros no hemos tenido acceso a esas Conversaciones. Seg˙n Strada, se 10 publicaron apenas 300 ejemplares en ruso. No tenemos noticias de que se hayan traducido a alg˙n idioma occidental. Debe tomarse la información de este artÌculo con absoluta cautela, dado el profundo desprecio por Luk·cs que destilan tanto el acadÈmico italiano que dice haber tenido acceso al ejemplar, el Corriere della Sera donde publicÛ su nota original, como el diario conservador argentino que la tradujo. Nicolas Tertulian, en su prefacio a Dialéctica y espontaneidad editado en Francia, tambiÈn hace referencia a este libro publicado en Mosc˙). 

Entre 1944 y 1945, tras la derrota de los nazis, Lukacs tiene la posibilidad de instalarse en Alemania o en Hungría. Elige su paÌs. Ejerce allí una actividad cultural y militante frenética, hasta que vuelve a buscarse ìproblemasî con la burocracia. Luego de la publicación de numerosos ensayos entre 1946 y 1949, nuevamente debe soportar el fuego cruzado de los ideólogos oficiales. El primer ataque lo abre L·szlÛ Rudas. A ese ataque le siguen muchos otros en la prensa de Hungría. Lo acusan de ìrevisionismoî, de ìservidor del imperialismoî y otros disparates del mismo calibre. M·rton Horvath, miembro del burÛ polÌtico en el campo cultural, se pliega a los ataques. El conflicto se vuelve intenso y agudo cuando su viejo adversario Fadeyev publica desde la URSS un ataque virulento en el periÛdico Pravda. Empieza a circular la amenaza de una nueva detenciÛn policial del filÛsofo. Entonces, Luk·cs vuelve a ìautocriticarseî... Júzsef Revai, ideÛlogo del PC h˙ngaro, jefe de redacción del Ûrgano del partido comunista Szabad NÈp y ministro de cultura entre 1949 y 1953, declara que esa autocrítica era demasiado ìformalî y sigue atacando a Luk·cs. Pero Èste ve el gesto de Revai como algo positivo pues de alg˙n modo impide la detenciÛn que se preveÌa a partir del momento en que los soviÈticos de Pravda tomaron cartas en el asunto contra Luk·cs. 

A los pocos años, tras la muerte de Stalin [1953], cambia la relación de fuerzas. Lukacs se convierte entonces en miembro del comité central ampliado del PC húngaro y, lo que es más importante, en ministro del gobierno de Imre Nagy, abortado por la invasión soviética de ese año. Una invasión realizada en tiempos del supuestamente ìabiertoî Nikita Kruschev... Con los tanques soviéticos en Hungría, Lukacs es capturado y deportado a Rumania junto con Nagy (a este ˙último lo ejecutan allí en 1958). Vuelve desde Rumania a su casa el 10 de abril de 1957. Entonces el departamento de Lukacs en la Universidad es clausurado y a Èl se le prohíbe mantener cualquier contacto con los estudiantes. Los ataques contin˙an durante varios años, en HungrÌa, Alemania, Rusia y en otros paÌses del Este europeo. Por ejemplo, en 1960, la editorial Aufbau Verlag de BerlÌn publica un largo volumen de 340 p·ginas titulado: Georg Luk·cs y el revisionismo. øPor quÈ Luk·cs, tantas veces vÌctima del stalinismo, no rompe definitivamente con esta corriente? øPor quÈ aceptÛ hacer esas humillantes ìautocrÌticasî? Las razones son múltiples y las interpretaciones posibles tambiÈn. Por ejemplo, en la editorial con que la revista Pensamiento CrÌtico presenta por primera vez al público cubano capÌtulos de Marxismo y filosofÌa de Karl Korsch y de Historia y conciencia de clase de Luk·cs se plantea lo siguiente: ìAlabadas y atacadas durante casi medio siglo [referencia a ambas obras], han permanecido casi desconocidas para la mayorÌa de los marxistas [...] Ese destino ensombreciÛ la posibilidad de enjuiciar uno de los movimientos teóricos m·s interesantes que se produjeron en una etapa crucial del movimiento revolucionario de este siglo [...] También afectó a los autores: uno [Korsch] abandonÛ el movimiento revolucionario, y el otro [Lukacs] claudicó en sucesivas autocríticas que no 11 ayudaron nada al desarrollo del sentido de los deberes del intelectual comunista en la dictadura del proletariadoî (vÈase Pensamiento CrÌtico N°41, La Habana, junio de 1970, Editorial. p.7 [el subrayado me pertenece]). Es cierto. Luk·acs ìclaudicÛî. AceptÛó dar marcha atr·s y terminÛ rechazando su propia obra. Pero øpor qué?. Esa es la cuestión. No fue por oportunismo. PodrÌa quiz·s pensarse que prefiriÛ ser un ìherejeî desde dentro y no desde fuera del comunismo de aquellos años. PodrÌa haberse ido a vivir a EEUU (como Agnes Heller y algunos otros de sus discípulos h˙ngaros... hoy tristemente liberales y posmodernos), donde lo hubieran recibido con bombos y platillos. …l mismo reconociÛ años después: ìHubiera tenido repetidas veces la posibilidad de cambiar de residencia, pero siempre rechacÈ tal cambio de lugarî (VÈase G.Luk·cs: ìM·s all· de Stalinî [1969]. En G.Luk·cs: Testamento polÌtico y otros escritos sobre política y filosofía inéditos en castellano. Buenos Aires, Herramienta, 2003. pp.130). Sin embargo, eligió quedarse. Primero en la URSS, sufriendo incluso la cárcel, la no publicación de algunos de sus libros y hasta la incautación de papeles manuscritos a manos de la policía (por ejemplo, una biografía que había escrito sobre el autor del Fausto y que probablemente llevaba por tÌtulo Goethe y la dialéctica, de la que sólo se conservó un fragmento, publicado luego en italiano). Después en Hungría, donde también es apresado, insultado y expulsado de la Universidad. Fue una elecciÛn polÌtica militante, sumamente incómoda, angustiosa y lacerante, que sacrificaba su propio interÈs intelectual, llegando al límite de la humillación y el autoflagelo, en función de algo que Èl consideraba mayor: ìla reforma radical del socialismoî, seg˙n sus propias palabras. Haciendo un balance maduro de aquella decisión, en ìMás alá· de Stalinî Lukacs caracteriza su militancia intelectual como ìuna lucha en dos frentes: contra el americanismo y el stalinismoî. 

Pero la comprensión crítica de este ˙ultimo no fue rápida ni espontánea. …l reconoce sin medias tintas ni eufemismos que en un comienzo: ìEn las disputas partidarias inmediatamente posteriores a la muerte de Lenin, me encontrá del lado de Stalin en algunas cuestiones esenciales, aunque todavía no me hubiera presentado con esta posición en forma p˙blica. El problema principal consistía en el ´socialismo en un solo paÌsª. Concretamente, cediÛ la ola revolucionaria que se habÌa desatado en 1917î. (vÈase G.Lukacs: ìM·s all· de Stalinî.Obra Citada. pp.125). M·s adelante, en el mismo balance retrospectivo donde recorre diversos encontronazos suyos con la cultura oficial del stalinismo, el pensador húngaro afirma con notable honestidad: ìNi siquiera los grandes procesos [Lukacs se refiere a los denominados ´juicios de Moscúª, donde fue liquidada toda la vieja guardia bolchevique. Nota de N.K.] pudieron alterar hondamente esa posición. El observador actual puede designar esto como ceguera. Olvida, al hacerlo, algunos importantes factores que para mí eran decisivos, al menos en aquel tiempo. [...] Recién cuando la acción de Stalin se expandió a amplias masas con el lema ´el Trotskismo debe ser extirpado, junto con todas sus raícesª, se fortaleció la crítica interna, intelectual y moral. Sin embargo, esta quedó condenada al silencio frente a la esfera pública, a causa de la necesaria prioridad de la lucha contra Hitlerî [el subrayado me pertenece]. Desde nuestro punto de vista, Lucas no fue un oportunista. Fue un comunista convencido que sufrió trágicamente, en carne propia, el estrangulamiento y la burocratización de la maravillosa revolución socialista de 1917 y del impulso de ofensiva que ella inyectó a la rebelión anticapitalista mundial en aquellos tiempos. 12 Intentando explicar y explicarse, décadas después, ya al borde la muerte, las razones de su comportamiento político durante aquellos aÒos, afirma: ìDesde mi punto de vista, aun el peor socialismo es preferible antes que el mejor capitalismo. Estoy profundamente convencido de esto, y vivÌ esos tiempos con esta conviccionî (VÈase G.Luk·cs: ìEntrevista: En casa con Gyˆrgy Luk·csî [1968]. En G.Luk·cs: Testamento polÌtico y otros escritos sobre política y filosofÌa inéditos en castellano. Obra Citada. pp.121). Esa toma de posiciÛn, que de algún modo cedía su radicalismo juvenil ólo más interesante y actual de toda su obraó en aras del reconocimiento de ìla racionalidad de la realidad histÛricaî, incluso al punto de llegar al sacrificio personal cuando padeció diversos procesos de ìcaza de brujasî, también se proyectÛ en su producciÛn teÛórica. Especialmente, en la interpretación y reinterpretación de su admirada dialéctica de Hegel y, en particular, en El joven Hegel, libro leído y estudiado por el Che Guevara en Bolivia, dicho sea de paso. A pesar del clasicismo, del ìrealismo políticoî y de la mesura con que el Lukacs maduro, crítico de su propia producción juvenil, abordó la teoría del marxismo (tanto en filosofía, con La ontologÌía del ser social, como en los gruesos volúmenes de su Estética y en muchos otros de sus trabajos), durante su vejez su principal obra inspiró a muchos jóvenes de la nueva izquierda del ë68. Entre ellos, por ejemplo en Alemania occidental (la RFA), muchos militantes, en medio de las rebeliones estudiantiles y en pleno apogeo de la izquierda extraparlamentaria radical, se pasaban de mano en mano ediciones ìpiratasî [ilegales o artesanales] de... Historia y conciencia de clase. Todo lo apuntado previamente podrÌa quiz·s ser materia de an·lisis, debate y estudio para los historiadores del socialismo. Luk·cs, en ese caso, quedarÌa encerrado en un museo, el museo de las ideas. Pero no tendría nada que decirnos hoy en dÌa a las nuevas generaciones. No es precisamente su caso. Cinco décadas después de que Maurice Merleau-Ponty reinstalara en el seno de la intelectualidad occidental su formidable e inigualada Historia y conciencia de clase, el interÈs por la obra y el pensamiento de Gyˆrgy Luk·cs parece resurgir de las cenizas y volver al centro del debate. Pensadores tan diversos como Fredric Jameson, en Estados Unidos, Michael Lˆwy y Nicolas Tertulian, en Francia, Itsv·n MÈsz·ros, en Inglaterra, Carlos Nelson Coutinho, Leandro Konder y Ricardo Antunes, en Brasil, y muchos otros intelectuales crÌticos encuentran inspiración en la obra de Luk·cs para continuar batallando contra la globalizaciÛn capitalista contemporánea y sus perversas lÛgicas socio-culturales. Incluso John Holloway, cuyas tesis sobre el poder resultan tan discutibles y endebles desde nuestro punto de vista, se ha inspirado en el pensamiento de Luk·cs en no pocos pasajes de su libro m·s difundido. Volver a discutir este texto injustamente ìolvidadoî de Lukacs constituye un enorme desafÌo. Se trata de retomar lo mejor que produjo en el campo del pensamiento teórico la revoluciÛn bolchevique en la pluma de uno de los principales filósofos del siglo XX. Pero el desafío no se detiene allÌ ya que no se trata de cualquier obra. Lo que aquí est· en discusión es nada menos que Lenin, el más vilipendiado, el más insultado, el m·s rechazado de los políticos revolucionarios radicales del siglo XX. Pues bien. Sin hagiografÌas, sin panteones intocables, sin santos ni momias embalsamadas, y por supuesto a contramano de cualquier moda que nos quieran imponer, de lo que se trata es de volver a leer, estudiar colectivamente y discutir a Lenin. 

Nada mejor entonces que comenzar con esta sugerente y provocativa introducción de Lukacs. 13 Diciembre de 2004 

PRÓLOGO 

Por György Lukács 

Las breves observaciones que a continuación expongo jamás se han propuesto constituir un estudio exhaustivo de la teoría y de la praxis de Lenin. Su objeto no es otro que mostrar -a grandes trazos- la conexión existente entre ambas, partiendo de la idea básica de que, en realidad, dicha conexión no está presente de manera suficientemente clara ni siquiera en la conciencia de buen número de comunistas. Un estudio a fondo de todos estos problemas haría, por una parte, necesario un espacio muy superior al de estas pocas páginas y, por otra, en la medida en que pretendiera exponer la obra completa de Lenin exigiría una serie de documentos que en modo alguno resultan hoy disponibles, sobre todo a quien no tiene acceso directo a la bibliografía rusa y se ha de contentar con traducciones. La historia de Lenin debe ser situada en el contexto histórico, por lo menos, de los últimos 30 o 40 años. Esperemos que la correcta exposición del mismo no se retrase demasiado. El autor de estas observaciones -de naturaleza meramente alusiva- es de todo punto consciente de la enorme dificultad que conlleva el estudio de unos problemas particulares cuando el todo al que pertenecen aún no ha sido dilucidado, así como la vulgarización de algo que antes de ser vulgarizado debería haber sido tratado de manera científicamente rigurosa. De ahí que no hayamos pretendido en absoluto ocupamos de la totalidad de los problemas que llenaron la vida de Lenin, ni hayamos tampoco observado la exacta sucesión histórica de su aparición. En la elección de problemas, en el estudio y orden de presentación de los mismos, nos hemos guiado exclusivamente por el propósito de presentarlos, de la manera más clara posible, en toda su coherencia. Las citas han sido asimismo elegidas, como es obvio, desde esta perspectiva y no en exclusiva atención a la exactitud cronológica. 14 Viena, febrero de 1924 15 

Capítulo 1 LA ACTUALIDAD DE LA REVOLUCIÓN 

El materialismo histórico es la teoría de la revolución proletaria. Y lo es porque su esencia es la síntesis conceptual de ese ser social al que se debe la producción del proletariado y que determina el ser entero del mismo; lo es porque el proletariado que lucha por su liberación encuentra en él su más clara autoconciencia. La grandeza de un pensador proletario, de un representante del materialismo histórico, se mide, en consecuencia, por la amplitud y profundidad de su penetración en estos problemas. Se mide, así mismo, por la intensidad con que es capaz de percibir adecuadamente, más allá de los fenómenos de la sociedad burguesa, esas tendencias de la revolución proletaria que en ellos y por medio de ellos van elaborándose hasta adquirir un ser eficaz y una clara conciencia. De acuerdo con este criterio, Lenin es, sin duda, el pensador más grande que, desde Marx, ha producido el movimiento obrero revolucionario. Los oportunistas, ya que no pueden ocultar o simplemente trivializar su importancia ante el mundo, tienen a bien decir que Lenin ha sido un gran político ruso, pero que para llegar a líder del proletariado mundial le ha faltado el necesario conocimiento de la diferencia existente entre Rusia y los países capitalistas avanzado; que ha hecho extensibles de manera nada crítica -y ésta habría de ser su gran limitación desde una perspectiva histórica- los problemas y soluciones de la realidad rusa a la generalidad, intentando su aplicación al mundo entero. Olvidan -y es algo que hoy se olvida con razón- que este mismo reproche le fue hecho a Marx en su tiempo. Se decía que Marx había convertido, de manera nada crítica, sus observaciones en torno a la vida económica inglesa y a las fábricas inglesas en leyes generales de la evolución social; las observaciones podían ser, en cuanto a tales, de lo más justas, sin embargo, como leyes generales, no podían menos de resultar necesariamente falsas. 

Actualmente no es ya en modo alguno necesario refutar detenidamente este error, ni ponerse a evidenciar que Marx, en realidad, jamás "generalizó" experiencias aisladas, limitadas en el tiempo y en el espacio. 

Marx vislumbró, por el contrario, tanto histórica como teóricamente -y de acuerdo con el método de trabajo de los auténticos genios históricos y políticos- en el macrocosmos de la fábrica inglesa, en sus supuestos básicos, condiciones y consecuencias de orden social, en 16 las tendencias históricas conducentes a su surgimiento y en las que hacían problemática su existencia el macrocosmos del capitalismo en la totalidad de sus dimensiones. Porque esto es, precisamente, lo que distingue al genio del simple rutinario en la ciencia o en la política. A este último sólo le es dado comprender y distinguir los momentos del proceso social en sus datos inmediatos, aislados unos de otros. Y si pretende remontarse a conclusiones generales no hace, en definitiva, sino interpretar -de manera totalmente abstracta- ciertos aspectos de un fenómeno limitado en el espacio y en el tiempo como "leyes generales", aplicándolas como tales. El genio, por el contrario, que penetra en la verdadera esencia de una época, en su verdadera tendencia primordial, viva y efectiva, percibe más allá del conjunto de los acontecimientos de su tiempo la vigencia, precisamente, de esta misma tendencia, de tal modo que aun cuando su intención no sea otra que hablar de los problemas del día tan sólo, está en realidad ocupándose de los problemas decisivos. Hoy sabemos que la grandeza de Marx estriba, precisamente, en esto. A partir de la estructura de la fábrica inglesa captó e interpretó todas las tendencias decisivas del capitalismo moderno. Tuvo siempre ante los ojos la totalidad del desarrollo capitalista. He ahí por qué pudo vislumbrar a un tiempo en todos y cada uno de sus fenómenos la totalidad del proceso, y en su estructura, el movimiento del mismo. Pero pocos son hoy los que saben que Lenin ha conseguido respecto de nuestro tiempo lo mismo que Marx llegó a conseguir respecto de la evolución general del capitalismo. En los problemas de la evolución de la Rusia moderna -desde los problemas del surgimiento del capitalismo en el marco de un absolutismo semifeudal, hasta los de la realización del socialismo en un país rural atrasado- ha vislumbrado Lenin en todo momento los problemas de la época entera: la entrada en la última fase del capitalismo y las posibilidades de orientar la lucha decisiva, convertida ya en inevitable entre burguesía y proletariado a favor de éste, para la salvación de la humanidad. Lenin jamás generalizó -de igual modo a como tampoco lo hizo Marx-experiencias locales privativas de Rusia, limitadas en el tiempo o en el espacio. Con la mirada del genio supo percibir, por el contrario, en el lugar y en el momento de sus primeros efectos, el problema fundamental de nuestra época: la inminencia de la revolución. Y todos los fenómenos, tanto rusos como internacionales, los comprendió e hizo inteligibles a partir de esta perspectiva, la perspectiva de la actualidad de la revolución. 17 

La actualidad de la revolución: he ahí el pensamiento fundamental de Lenin y el punto, al mismo tiempo, que de manera decisiva le vincula a Marx. Porque el materialismo histórico, en tanto que expresión conceptual de la lucha del proletariado por su liberación, no podía ser captado y formulado teóricamente sino en el momento histórico en que por su actualidad práctica había accedido al primer plano de la historia. En un momento en el que, por citar las palabras mismas de Marx, en la miseria del proletariado no se muestra únicamente la miseria en cuanto a tal, sino su aspecto revolucionario "llamado a derrocar la vieja sociedad". Por supuesto que también entonces era necesaria la mirada imperturbable del genio para vislumbrar la actualidad de la revolución proletaria. Porque al hombre medio la revolución proletaria sólo le resulta visible cuando las masas obreras se encuentran ya luchando en las barricadas. Y si este hombre medio ha recibido una formación marxista vulgar, ni siquiera entonces. Porque a los ojos del marxista vulgar los fundamentos de la sociedad burguesa son tan inamovibles, que aun en los momentos de su conmoción más evidente no desea otra cosa que el regreso de la situación "normal" no viendo en sus crisis sino episodios pasajeros y considerando la lucha, incluso en tales períodos, como la nada razonable rebelión de unos cuantos irresponsables contra el, a pesar de todo, invencible capitalismo. Los que luchan en las barricadas le parecen, pues, extraviados; la revolución aplastada un "error" y los constructores del socialismo en una revolución victoriosa -aunque a los ojos de los oportunistas sólo pueda forzosamente serlo de manera efímera- incluso, criminales. En el materialismo histórico figura, pues, como condición previa -ya en la teoría- la actualidad histórico-universal de la revolución proletaria. En este sentido, como fundamento objetivo de toda la época y como clave para su entendimiento, constituye el núcleo de la doctrina marxista. Sin embargo, a pesar de la restricción, impuesta por el tajante repudio de todas las ilusiones no fundadas y la condenación severa de todas las tentativas de putsch, la interpretación oportunista se aferra, atendiendo especialmente a los detalles, a los llamados errores de las previsiones de Marx, con el fin de extirpar de manera total y radical la revolución, por medio de este rodeo, del edificio general del marxismo. Y en esto los defensores "ortodoxos" de Marx se encuentran a medio camino con sus "críticos". Kautsky replica a Bernstein que la decisión acerca de la dictadura del proletariado es asunto que hay que abandonar al futuro (a un futuro muy lejano, por supuesto). 18 Lenin ha restaurado en este punto la pureza de la teoría marxista. Y la ha captado, precisamente en lo que a esto concierne, de manera más clara y concreta. No es que haya intentado corregir de un modo u otro a Marx. Se ha limitado a introducir en la teoría -a raíz de la muerte de Marx- la marcha viva del proceso histórico. Lo cual significa que la actualidad de la revolución proletaria no es ya únicamente un horizonte histórico-universal tendido por encima de la clase obrera que pugna por liberarse, sino que la revolución se ha convertido en el problema crucial del movimiento obrero. 

Lenin podía soportar tranquilamente el reproche de blanquismo,1 etc., que le valió esta postura suya fundamental. Y no sólo por estar en buena compañía, en este punto, ya que compartía dicho reproche con Marx (con "ciertos aspectos" de Marx) sino porque en realidad no se ganó esta buena compañía sin merecimientos por su parte. Por un lado, ni Marx ni Lenin se plantearon nunca la actualidad de la revolución proletaria y sus objetivos finales como si su realización fuera posible en cualquier forma y en cualquier momento. Por otro, la actualidad de la revolución llegó a convertirse para ambos en el seguro criterio de acuerdo con el cual tomar las decisiones pertinentes en todos los problemas cotidianos. La actualidad de la revolución determina el tono fundamental de toda una época. Tan sólo la relación de las acciones aisladas con este punto central, que únicamente puede ser encontrado mediante el análisis exacto del conjunto histórico-social, hace que dichas acciones aisladas sean revolucionarias o contrarrevolucionarias. Como actualidad de la revolución hay, pues, que entender: el estudio de todos y cada uno de los problemas particulares del momento en su concreta relación con la totalidad histórico-social; su consideración como momentos de la liberación del proletariado. El enriquecimiento que, en este sentido, el marxismo debe a Lenin, consiste simplemente -simplemente!- en la vinculación íntima, evidente y cargada de consecuencias de las acciones individuales al destino global, al destino revolucionario de toda la clase obrera. Significa simplemente que todo problema actual -por de pronto ya como tal problema actual- se ha convertido, a la vez, en un problema fundamental de la revolución. Con el desarrollo del capitalismo la revolución proletaria se ha convertido en el problema del día. Lenin no ha sido el único en prever la inminencia de esta revolución. De todos modos, no sólo se distingue por su valor, abnegación y su entrega de todos aquellos que en el momento en que la revolución proletaria, cuya actualidad habían pregonado ellos 19 mismos en el plano teórico, entraba en su fase práctica prefirieron huir cobardemente, sino también por su claridad teórica de los mejores, más lúcidos y heroicos de entre los revolucionarios contemporáneos. Porque ni siquiera éstos fueron capaces de otra cosa que de reconocer la actualidad de la revolución proletaria del modo mismo en que Marx la concibió en su período histórico: como problema fundamental de la época. No les fue posible convertir este exacto conocimiento suyo -pero sólo en ella- en el hilo conductor indiscutible de exacto en la perspectiva histórico mundial, todos los problemas del día, tanto de los políticos como de los económicos, de los teóricos como de los tácticos, de los concernientes a la agitación corno de los relacionados con la organización. 

Lenin fue el único en consumar este paso hacia la concretización del marxismo, un marxismo actualmente convertido en algo eminentemente práctico. De ahí que -en el plano histórico-mundial- haya sido el único teórico comparable a Marx que hasta la fecha ha producido la lucha del proletariado por su liberación. Notas 1. Se da el nombre de blanquismo a la tendencia política representada por Louis Auguste Blanqui (1803-1881), uno de los revolucionarios franceses más importantes del siglo XIX, y sus seguidores. Creía en la necesidad de una dictadura revolucionaria que reeducara a las masas, implantada por un pequeño partido armado y muy disciplinado. 20 Capítulo 2 EL PROLETARIADO COMO CLASE DOMINANTE Lo insostenible de la situación rusa se reveló mucho tiempo antes del verdadero desarrollo del capitalismo, mucho tiempo antes de la aparición de un proletariado industrial. La disolución del feudalismo agrario y la descomposición del absolutismo burocrático no sólo eran desde hacía ya mucho tiempo hechos innegables de la realidad rusa, sino que habían dado origen, además -en la agitación campesina y en el aliento revolucionario de la llamada intelectualidad déclassée-, a capas sociales que se alzaban periódicamente contra el zarismo, aun cuando de modo oscuro, confuso y meramente elemental. Es evidente que el desarrollo del capitalismo -por muy ocultos que tanto el hecho en sí como su importancia quedaran incluso ante los ojos más penetrantes- no podía menos de aumentar considerablemente esta conmoción objetiva y sus consecuencias ideológico-revolucionarías. En la segunda mitad del siglo XIX fue viéndose con claridad creciente que Rusia, todavía en 1848 el más seguro baluarte de la reacción europea, caminaba progresivamente hacia una revolución. ¿Qué carácter tendría ésta? ¿Qué clase iba a desempeñar en ella el papel dirigente? He aquí los únicos interrogantes, estrechamente relacionados entre sí, de la cuestión. No hace falta subrayar que las primeras generaciones de revolucionarios se plantearon estos problemas de manera harto confusa. En los grupos que se alzaban contra el zarismo veían ante todo un conjunto unitario: el pueblo. La división entre intelectuales y obreros no podía, en última instancia, pasar inadvertida ni siquiera en este estadio del proceso, pero carecía de peso decisivo, ya que el "pueblo" aún no estaba en condiciones de ofrecer un carácter suficientemente pronunciado como clase y de entre los intelectuales sólo los revolucionarios sinceros se habían adherido al movimiento, revolucionarios conscientes, sin ninguna vacilación en lo concerniente a su deber primordial: integrarse en el "pueblo" y ponerse al exclusivo servicio de sus intereses. De todos modos, la evolución europea no podía menos de influir de alguna manera, incluso en esta etapa del movimiento revolucionario, sobre el curso de los acontecimientos y, en consecuencia, sobre la perspectiva histórica desde la cual efectuaban los revolucionarios su valoración de aquellos. 

En este punto no podía menos de plantearse una cuestión ineludible: la evolución europea, es decir, la evolución capitalista, ¿constituía también el destino inexorable de Rusia? ¿Había 21 de pasar Rusia también por el infierno del capitalismo para encontrar su salvación en el socialismo? ¿O iba a ser más bien capaz de saltar por encima de estas etapas evolutivas, en virtud de la especificidad original de su situación y de las comunas campesinas aún existentes en el país, encontrando directamente el camino del comunismo evolucionado a través del comunismo primitivo? La respuesta no era entonces tan evidente como puede parecérnoslo hoy. He aquí cómo el propio Engels respondía en 1882 a esta cuestión: si una revolución en Rusia desencadenase al mismo tiempo una revolución proletaria en Europa, "la actual propiedad comunitaria rusa podría constituir el punto de partida de una evolución comunista".1 No es este el lugar más adecuado para describir, ni siquiera por vía de esbozo, la historia de las luchas teóricas en torno a esta cuestión. Ocurre, tan sólo, que hemos tenido que escoger este problema como punto de partida de nuestro trabajo precisamente porque con él se planteó para Rusia la cuestión de la clase dirigente de la evolución en ciernes. Porque es evidente que el reconocimiento de la comuna campesina como punto de partida y fundamento económico de la revolución ha de convertir a los campesinos en la clase rectora de la transformación social. Paralelamente a la diferencia existente entre esta base social y económica de la revolución rusa y de la de Europa, aquélla habría de procurarse también una fundamentación teórica distinta, una fundamentación heterogénea respecto del materialismo histórico, que no es, en definitiva, sino la expresión conceptual del necesario tránsito del capitalismo al socialismo que la sociedad realizaba o la dirección de la clase obrera. De manera, pues, que tanto el debate en torno a si Rusia está en condiciones de culminar un desarrollo de tipo capitalista, es decir, en torno a si el capitalismo puede o no desarrollarse en Rusia, como la controversia científico-metodológica sobre si el materialismo histórico puede ser, en definitiva, considerado como una teoría de la evolución social con validez universal, y la discusión, por último, acerca de la clase social llamada a convertirse en el verdadero motor de la revolución rusa, giran, indiscutiblemente, en torno al mismo problema. No son todas ellas sino formas ideológicas de expresión de la evolución del proletariado ruso: momentos del desarrollo de su autonomía ideológica (y su autonomía, en cuestiones de táctica y organización, etc.) respecto de las otras clases sociales. Se trata de un penoso y largo proceso que todo movimiento obrero ha de vencer. 

En este caso únicamente son específicamente rusos los problemas particulares en los que el carácter específico de la situación 22 de clase y de los intereses de clase del proletariado tienen una especial importancia. (En Alemania, durante el período de Lasalle, Bebel y Schweitzer la clase obrera se encontraba en este mismo estadio, siendo a este respecto la unidad alemana un problema de decisiva importancia.) Ahora bien, estos problemas locales, de carácter particular, han de ser verdaderamente solucionados, precisamente como tales, si el proletariado pretende alcanzar autonomía de acción. La mejor formación teórica, si se limita a lo general, no sirve aquí de nada; si quiere tener eficacia práctica, ha de traducirse en la solución, precisamente, de estos problemas particulares. (Así, por ejemplo, el ardiente internacionalista Wilhelm Liebknecht, discípulo inmediato de Marx, tarda mucho más en tomar la decisión justa en este tipo de problemas, y lo hace, por otra parte, con bastante menos seguridad que los seguidores de Lasalle2 mucho más confusos, por el contrario, en el plano puramente teórico). En esta ocasión es también específicamente ruso el hecho de que esta lucha teórica por la autonomía del proletariado, por el conocimiento de su papel dirigente en la revolución ascendente no haya encontrado en parte alguna una solución tan clara y precisa como la que encontró en Rusia. De tal modo que el proletariado ruso se ahorró, en buena medida, las vacilaciones y retrocesos que podemos encontrar en todos los países desarrollados (y no precisamente en las conquistas de la lucha de clases, en la que son inevitables, sino en la claridad teórica y en la seguridad táctico-organizativa del movimiento obrero). Dicho proletariado pudo -al menos en su capa más consciente- desarrollarse teórica y organizativamente de manera clara y rectilínea, del mismo modo que su situación objetiva de clase se desarrolló a partir de las fuerzas económicas del capitalismo ruso. Lenin no ha sido el primero en emprender esta lucha. Pero sí ha sido el único en pensar todas estas cuestiones de manera radical, llevándolas hasta el final, el único que puso radicalmente en práctica sus puntos de vista teóricos. Lenin era tan sólo uno de los portavoces teóricos en la lucha contra el socialismo ruso autóctono, contra los narodniki.3 Lo cual no es difícil de comprender, ya que su lucha teórica tenía como objeto demostrar el papel dirigente del proletariado en el inmediato porvenir ruso. 

Pero como la vía y los medios de esta discusión no podían consistir sino en probar que el curso evolutivo típico del capitalismo trazado por Marx (la acumulación primitiva) era válido también para Rusia, es decir, probando que en Rusia podía y tenía que surgir un capitalismo perfectamente definido, este debate debía poner -pasajeramente- en un 23 mismo terreno a los portavoces de la lucha dé clases proletaria y a los ideólogos del capitalismo ruso naciente. La diferenciación teórica del proletariado respecto de la masa general del "pueblo" no conllevó en modo alguno el conocimiento y la aceptación de su autonomía, de su papel dirigente. Todo lo contrario. La simple consecuencia mecánica y no dialéctica de la prueba de que las tendencias evolutivas de la vida económica rusa caminaban hacia el capitalismo, parece, en última instancia, la total aceptación de esta realidad, una estimulación, incluso, de su advenimiento. Y, sin duda, no sólo para la burguesía liberal, cuya ideología transitoriamente "marxista" resulta comprensible si se piensa que el marxismo es la única teoría económica que muestra la necesaria génesis del capitalismo a partir de la descomposición del mundo precapitalista. Esta coincidencia ha de parecerles tanto más necesaria a todos los marxistas "proletarios" que conciben el marxismo de manera mecánica y no dialéctica. Unos marxistas que no comprenden -a diferencia de Marx, que lo aprendió de Hegel, liberándolo de toda mitología y todo idealismo y haciéndolo entrar así en su teoría- que el reconocimiento de la real existencia de un hecho o tendencia no implica en modo alguno que éstos deban ser reconocidos como realidad determinante de nuestra acción. El deber sagrado de todo marxista no puede ser otro que mirar los hechos de frente, sin alimentar ilusión alguna respecto de ellos, en la medida, precisamente, en que para todo marxista verdadero ha de haber siempre algo más verdadero y, en consecuencia, más importante que los hechos o tendencias aislados: la realidad del proceso general, la totalidad de la evolución social. 

De ahí las siguientes palabras de Lenin: 

"Lo propio de la burguesía es crear e impulsar trusts, enviar mujeres y niños a las fábricas, arruinarlos en ellas, gastarlos y hundirlos en la mayor de las miserias. Nosotros no "reclamamos" una evolución de este tipo, no nos "adherimos" a ella; por el contrario, la combatimos. Pero, ¿cómo la combatimos? Sabemos que los trusts y el trabajo de las mujeres en las fábricas representan un progreso. No queremos retroceder al artesanado, a un capitalismo no monopolista y al trabajo de las mujeres en el hogar. iNuestro deseo es ir a través de los trusts y más allá de ellos hacia el socialismo!". Con esto queda claro el sentido de la solución leninista a todo este conjunto de problemas. Y de ello se desprende que el reconocimiento de la necesidad de un desarrollo capitalista en Rusia y el progreso histórico a él ligado, en modo alguno significa que el proletariado deba cooperar a esta evolución prestándole su apoyo. Basta con que le dé la bienvenida, 24 ya que sólo esta evolución prepara el terreno para el advenimiento del proletariado como factor decisivo de poder. Pero también debe saludarlo como condición previa, como supuesto básico de su propia lucha despiadada contra el verdadero agente de esta evolución: la burguesía. Únicamente esta concepción dialéctica de las tendencias histórico-evolutivas crea el marco teórico para la aparición del proletariado como fuerza autónoma en la lucha de clases. Porque si se acepta la necesidad de una evolución capitalista en Rusia sin más, como hicieron los precursores de la lucha ideológica de la burguesía rusa, primero, y los mencheviques,4 después, se llega a la conclusión de que Rusia tiene, ante todo, que completar su evolución capitalista. El agente de esta evolución es la burguesía, únicamente cuando esta evolución esté ya muy avanzada y la burguesía haya barrido los restos políticos y económicos del feudalismo, poniendo en marcha en su lugar un país moderno, capitalista, democrático, etc., podrá comenzar la lucha de clases del proletariado como tal fuerza autónoma. La prematura irrupción de un proletariado con unos objetivos clasistas definidos no sólo sería inútil, dado que el proletariado apenas cuenta como factor de poder autónomo en esta lucha entre burguesía y zarismo, sino funesto para los intereses mismos del proletariado, ya que asusta a la burguesía, debilita su combatividad frente al zarismo y la arroja directamente a los brazos de éste. De manera, pues, que -por el momento- el proletariado únicamente entra en juego como fuerza auxiliar de la burguesía progresista en su lucha por una Rusia moderna. 

Está de todo punto claro -por mucho que no fuera suficientemente dilucidado en las discusiones de entonces- que el problema de la actualidad de la revolución estaba en la raíz misma de toda esta controversia, que para todos aquellos protagonistas de la discusión que de manera más o menos consciente eran ideólogos de la burguesía, los caminos se bifurcaban en una disyuntiva muy concreta: aceptar el hecho revolucionario como problema actual, como un verdadero problema del día para el movimiento obrero o considerarlo como un "objetivo final" más bien lejano, no llamado a ejercer una influencia determinante sobre las decisiones del momento. Es, por supuesto, más que dudoso que el punto de vista menchevique, aun cuando fuera posible asentir a la validez de su perspectiva histórica, le resultara aceptable al proletariado. Cabe preguntarse asimismo, si semejante postura de adhesión a la burguesía no podría oscurecer de tal modo la conciencia de clase del proletariado, que su desgajamiento de ella (es decir, una acción autónoma del proletariado en un momento histórico adecuado para tal cosa, incluso a los ojos de la teoría 25 menchevique) acabara siendo ideológicamente imposible o tropezara, en todo caso, con graves dificultades. (Piénsese en el movimiento obrero inglés). Evidentemente, esta hipótesis es ociosa en la práctica. Porque la dialéctica de la historia, que los oportunistas intentan alejar del marxismo, sigue operando eficazmente en ellos -contra su propia voluntad-; los arroja al campo de la burguesía, y el momento histórico para la irrupción autónoma del proletariado va, en su opinión, alejándose progresivamente, relegado a una lejanía nebulosa, a un futuro irrealizable. La historia ha dado la razón a Lenin y a los escasos heraldos de la actualidad de la revolución. La alianza con la burguesía progresista, que ya en la época de las luchas por la unidad alemana se había revelado como una ilusión, únicamente hubiera sido fecunda en el caso de que al proletariado le hubiera sido posible, como clase, seguir a la burguesía hasta, incluso, en su alianza con el zarismo. Porque de la actualidad de la revolución se deduce que la burguesía ha dejado de ser una clase revolucionaria. El proceso económico que ha protagonizado y del que ha sido la primera en beneficiarse constituye, sin duda, un progreso frente al absolutismo y al feudalismo. Pero este carácter progresista de la burguesía se ha vuelto a su vez dialéctico. Es decir, que el vínculo entre las condiciones económicas que posibilitan la existencia de la burguesía y los postulados de la democracia política, del estado de derecho, etc. (que fueron realizados, aunque sólo parcialmente, por la Gran Revolución Francesa sobre las ruinas del absolutismo feudal), se ha aflojado. 

La cada vez más inminente revolución proletaria hace por un lado posible una alianza entre la burguesía y el absolutismo feudal que garantice las condiciones económicas de vida y el proceso de expansión de la burguesía, permitiendo, al mismo tiempo, la subsistencia del predominio político de las viejas potencias. Por otro, la burguesía, que de este modo decae ideológicamente, cede a la revolución proletaria la realización de sus antiguas reivindicaciones de tipo revolucionario. Por muy problemática que sea esta alianza entre la burguesía y las viejas potencias, en la medida en que no es una alianza de clase basada en una positiva identidad de intereses, sino tan sólo un compromiso motivado por el común temor a una calamidad superior, no deja de ser, de todos modos, un hecho nuevo e importante. Un hecho frente al cual la "prueba" mecánica y esquemática del "necesario vínculo" entre evolución capitalista y democracia se revela como una auténtica e irremediable ilusión. 26 Como ha dicho Lenin, "la democracia política no es, en términos generales, sino una de las formas posibles (aún cuando teóricamente no deje de ser la normal para el capitalismo "puro") de las superestructuras del capitalismo. Como los hechos lo demuestran, el capitalismo y el imperialismo se desarrollan bajo cualquier forma política, a la que pueden subordinarse perfectamente". En Rusia en especial, este rápido viraje de la burguesía de una - aparente- oposición radical a un apoyo del zarismo ha de ser explicado en lo esencial por el hecho de que el capitalismo (que en Rusia no había tenido un desarrollo "orgánico", habiendo sido, por el contrario, simplemente transplantado al país), mostrara ya desde sus comienzos un fuerte carácter monopolista (preponderancia de las grandes empresas, papel importante del capital financiero, etc.). De lo que se desprende que la burguesía era un estrato social numéricamente más reducido y socialmente más débil que en otros países con un desarrollo capitalista de superior carácter "orgánico". Pero de tal hecho no deja de desprenderse también la creación real, en las grandes empresas, de la base material para la evolución de un proletariado revolucionario, una base creada en un tiempo mucho más breve de lo que la esquemática interpretación del ritmo evolutivo del capitalismo ruso hubiera permitido suponer. Pero si la alianza con la burguesía liberal se revela, por una parte, como una ilusión y el proletariado, que ha ganado a duro precio su independencia, rompe definitivamente, por otra, con el caótico concepto de "pueblo", ¿no acabará encontrándose, precisamente a causa de esa autonomía por la que tanto ha luchado, en un aislamiento insuperable, y metido, por eso mismo, en una lucha necesariamente destinada al fracaso? Esta objeción tantas veces formulada a la perspectiva histórica de Lenin y, por lo demás, tan inmediata, tendría alguna consistencia si el rechazo de la teoría agraria de los narodniki, es decir, el reconocimiento de la necesaria disolución de los últimos restos del comunismo agrario, no fuera, a su vez, un conocimiento igualmente dialéctico. La dialéctica de este proceso de disolución -dado que el conocimiento dialéctico no es otra cosa que la formulación conceptual de una situación dialéctico-real de hecho- radica, precisamente, en la inexorabilidad de la disolución de estas formas, no tiene sentido sino como proceso de disolución, es decir, tiene un sentido exclusivamente negativo y unívocamente determinado. No obstante, determinar el giro que tomará este proceso en sentido positivo no es posible a partir de él mismo. Depende de la evolución del 27 entorno social, del destino de la totalidad histórica. En términos más concretos: este proceso de disolución, económicamente inevitable, de las viejas formas agrarias (tanto de las de reminiscencia feudal, al modo de los junkers, como de las correspondientes a un campesinado medio) puede seguir dos caminos. Con palabras de Lenin, "ambas soluciones facilitan, cada una a su manera, el pasaje a un grado técnico superior, y todas van en el sentido del progreso de la agricultura". La primera vía consiste en la radical aniquilación, en la vida campesina, de los últimos restos medievales (y aún más antiguos). La otra -la "vía prusiana", según Lenin- "se caracteriza por el hecho de que la liquidación de las supervivencias medievales en las relaciones de propiedad de la tierra no ocurre de una vez por todas, sino mediante una adaptación progresiva al capitalismo". Ambas vías son posibles y ambas representan un progreso -hablando en términos económicos-respecto de lo existente. Pero si ambas tendencias son igualmente posibles y -en cierto sentido- igualmente progresistas, ¿quién o qué habrá de decidir sobre la realización efectiva de una u otra de ellas? La respuesta de Lenin a esta cuestión es, como todas sus respuestas, clara y unívoca: la lucha de clases. De este modo se perfilan de manera más clara y concreta los grandes rasgos del medio en el cual el proletariado está llamado a irrumpir, de modo autónomo, como clase dirigente. Porque la fuerza decisiva en esta lucha de clases que para Rusia significa el sentido del tránsito de la Edad Media a la época moderna sólo puede ser el proletariado. Los campesinos, no sólo en razón de su terrible atraso cultural, sino, sobre todo, a causa de su situación objetiva de clase, únicamente son capaces de una revuelta elemental contra una situación cada vez más insostenible. Por su situación objetiva de clases están destinados a permanecer como una capa vacilante, como una clase cuya suerte depende, en última instancia, de la lucha de clases en la ciudad, del destino de la ciudad, de la gran industria, del aparato del Estado, etc. 

Unicamente en este contexto, en este sistema de interrelaciones, recae la decisión en manos del proletariado. Su lucha contra la burguesía sería quizá -en el momento histórico en cuestión- menos rica en perspectivas si ésta lograra liquidar en su exclusivo beneficio la estructura feudal del campo ruso. El hecho de que el zarismo le dificulte este propósito constituye uno de los motivos clave de su comportamiento - pasajeramente- revolucionario o, al menos, oposicional. Ahora bien, en tanto este problema permanezca sin resolver, es posible en cualquier instante un estallido elemental de millones de campesinos esclavizados y explotados. Un estallido elemental al que sólo el 28 proletariado puede conferir un sentido, es decir, un sentido tal que el movimiento de masas acabe por caminar hacia un objetivo realmente ventajoso para las masas campesinas. Un estallido elemental que cree las condiciones en las que el proletariado puede emprender la lucha contra el zarismo y la burguesía con todas las posibilidades de victoria a su favor. He aquí cómo la estructura socio-económica rusa ha sentado las bases objetivas para la alianza entre el proletariado y el campesinado. Sus objetivos de clase son diferentes. De ahí que su caótica yuxtaposición en el confuso y folklórico concepto de "pueblo" hubiera de acabar dislocándose. No obstante, sólo emprendiendo una lucha común pueden confiar en la consecución de sus objetivos de clase. De ahí que la vieja, idea de los narodniki retorne dialécticamente transformada en la visión leninista de la naturaleza de la revolución rusa. El confuso y abstracto concepto de "pueblo" hubo de ser eliminado, pero tan sólo para que surgiera, a partir de la indagación concreta de las condiciones de una revolución proletaria, el concepto de pueblo en su acepción revolucionaria, es decir, el concepto de pueblo como alianza revolucionaria de todos los explotados. El partido de Lenin puede, pues, considerarse con toda justicia como el heredero de las verdaderas tradiciones revolucionarias de los narodniki. Ahora bien, como la conciencia y, con ella, la capacidad de dirigir esta lucha -una lucha objetivamente clasista- sólo existen en la conciencia de clase del proletariado, éste puede y debe ser, en la revolución inminente, la clase dirigente de la transformación social. Notas 1. En esta argumentación suya, Engels no hace sino desarrollar ideas expuestas por Marx en su prólogo a la traducción rusa (1882) del Manifiesto Comunista, como bien puede juzgar el lector a la luz de la siguiente cita de Marx, entresacada del citado prólogo a la versión rusa del Manifiesto: "Ahora la cuestión que se plantea es si la comunidad aldeana rusa (una forma de propiedad colectiva comunal que en gran parte ha sido ya destruida) puede pasar inmediatamente a la forma comunista superior de propiedad de la tierra, o si, por el contrario, tiene que pasar desde el principio por el mismo proceso de desintegración que ha determinado el desarrollo histórico de Occidente. La única contestación que hoy es posible dar a esta pregunta es la siguiente: si la revolución rusa llega a ser la señal para la revolución obrera de Occidente, de modo que la una sea complemento de la otra, entonces la 29 forma presente de propiedad de la tierra en Rusia puede ser el punto de partida de un desarrollo histórico". 2. Wilhelm Liebknecht (1826-1900) es una de las figuras más importantes del histórico Partido Social Demócrata alemán. La socialdemocracia alemana consiguió mantener viva su presencia en Alemania durante las últimas décadas del siglo XIX a pesar de la persecución a que fue sometida por Bismarck. En 1890 -una vez derogadas las leyes antisocialistas bismarckianas- el Partido Social Demócrata consiguió en las elecciones para el Reichstag casi un 20% del total de los votos. Su prestigio era enorme en todos los medios socialistas europeos. Wilhelm Liebknecht se reveló en seguida (al igual que August Bebel) como uno de los mejores oradores del partido. En los problemas planteados en torno a los peligros de la "legalización" del Partido Social Demócrata y de su discutida colaboración con las fuerzas burguesas, Liebknecht comenzó por adoptar una postura muy revolucionaria: "El socialismo -decía- no es ya una cuestión de teoría: es sencillamente una cuestión de fuerza, que no puede ser resuelta en el Parlamento, sino en el campo de batalla...". En 1891, sin embargo, Liebknecht había cambiado ya de postura, llegando a expresarse así en el Congreso de Erfurt: "Sé que hay otro camino, el cual, en opinión de algunos pocos de nosotros, es más corto: el de la violencia ... pero ese camino conduce al anarquismo, y es culpa grande de la oposición no haber tenido en cuenta este resultado ... La esencia del revolucionarismo está no en los medios, sino en el fin". Ferdinad Lassalle (1825-1864), figura notable del socialismo reformista alemán. Orador, publicista y político. Intentó arrancar de Bismarck algunas concesiones a favor del movimiento obrero. Engels se ha referido a él en los términos siguientes: "En Lassalle, todo el socialismo se reducía a denostar a los capitalistas y a adular a los terratenientes feudales prusianos; precisamente lo contrario de lo que hace el libro a que nos venimos refiriendo. Su autor demuestra claramente la necesidad histórica del régimen capitalista de producción, como él llama a la fase social que estamos viviendo, y demuestra al mismo tiempo la inutilidad de la aristocracia terrateniente, que consume sin producir. Lassalle abrigaba grandes ilusiones acerca de la misión que a Bismarck le estaba reservada como instaurador del reino milenario del socialismo; el señor Marx no se recata para desautorizar a su descarriado discípulo. No sólo declara expresamente que él nada tiene que ver con todo ese "socialismo gubernativo monárquico-prusiano", sino que en las páginas 762ss, de su obra afirma rotundamente que, si no se le sale pronto al paso, el sistema hoy imperante en Francia y Prusia no tardará en desencadenar sobre Europa el régimen del látigo ruso". 30 3. Se conoce con el nombre de narodniki (o "populistas") a los socialistas rusos del siglo XIX anteriores a la definitiva difusión del marxismo en Rusia. Sus puntos de vista teóricos eran confusos: oscilaban entre la negación de cualquier posible planteamiento en términos de clases y los ataques al proceso (la industrialización creciente de la sociedad rusa, se oponían al terrorismo de ciertas minorías políticas de su época, pero también a colaborar en una evolución, etc.). Contaron con figuras de amplia resonancia, como Pedro Lavroy (1823-1900), Danielson (con quien Engels sostuvo correspondencia), Vorolitsov, etc. Los socialistas narodniki influyeron no poco en la apreciación positiva de Marx de las posibilidades revolucionarias de la agricultura comunal autóctona rusa. 4. En la gestación del Partido Social Demócrata ruso, cuyo Primer Congreso se reunió secretamente en Pskov, en 1898, intervinieron fuerzas socialistas muy diversas, en modo alguno unánimes en su apreciación de la situación rusa y de la política a seguir. El Segundo Congreso se celebró en Londres, en julio de 1903, siendo fijados unos puntos comunes: 

a) oposición a la teoría narodniki según la cual no se debía postular que el capitalismo industrial creciera y se desarrollara en Rusia; 

b) confianza, por el contrario, en que el proceso de industrialización iba a favorecer la creación y aumento progresivo de un proletariado abierto a la propaganda de la socialdemocracia, y 

c) confianza, asimismo, en la importancia de los obreros industriales -y de los intelectuales dispuestos a unirse a ellos- en la construcción de una nueva sociedad, liquidando así el vago concepto de "pueblo" alimentado por los narodniki. No obstante, no había acuerdo en torno a lo que se tenía que entender por "revolución". Unos ponían el énfasis en la lucha contra la autocracia (en la que recomendaban unirse a las fuerzas burguesas opuestas al zarismo), otros en la necesidad de hacer una revolución económica, etc. Entre las tendencias contra las que Lenin luchó desde un principio figuraban las representadas por los "marxistas legales" y los "economistas". No obstante, la división más importante producida en la socialdemocracia rusa fue la que tuvo lugar entre "bolcheviques" (capitaneados por el propio Lenin) y "mencheviques". Esta división tuvo su origen aparente no tanto en cuestiones de programa como de organización del partido. Lenin insistía (contra Plejánov) en la importancia de la dictadura del proletariado, en la necesidad de introducir una enorme disciplina en el partido, un partido compuesto por una vanguardia consciente, dispuesta a trabajar de acuerdo con una organización centralizada y no sujeta a vacilaciones. Un partido planteado, en suma, como un "todo organizado" cuyos 31 miembros estuvieran sometidos a una disciplina proletaria. Los mencheviques tenían un concepto distinto del partido, al que concebían en términos de "masa", es decir, abierto a cuantos se pronunciaran a favor de sus principios (con lo que se exponían a la infiltración en sus filas de todo tipo de oportunistas e inseguros). Sobre los mencheviques y, fundamentalmente, sobre Plejánov pesaba mucho el ejemplo de la socialdemocracia alemana. A partir de 1905 y, con las promesas de apertura democrática por parte del zarismo, los bolcheviques censuraban a los mencheviques por estar dispuestos a aliarse con los capitalistas en la consecución y sostenimiento de un régimen democrático burgués; no obstante, ambas facciones se unían en la lucha contra los "socialrevolucionarios" (herederos de los narodniki o populistas agrarios). En el Congreso de 1903 se consumó, pues, la escisión entre bolcheviques y mencheviques, con el ulterior triunfo, de todos conocido, de la línea bolchevique (representada, fundamentalmente, por Lenin). 32 

Capítulo 3 EL PARTIDO DIRIGENTE DEL PROLETARIADO La misión histórica del proletariado consiste, pues, en romper todo entendimiento ideológico con las otras clases y encontrar su más clara conciencia de clase sobre la base de la especificidad de su situación de clase y de la autonomía de sus intereses clasistas de ella derivados. Tan sólo de esta manera estará en condiciones de dirigir a todos los oprimidos y explotados de la sociedad burguesa en la lucha común contra los dominadores económicos y políticos. El fundamento objetivo de este papel dirigente del proletariado no es otro que su lugar en el proceso capitalista de producción. De todos modos, quien imagine que la verdadera conciencia de clase del proletariado, esa conciencia suya de clase que ha de capacitarle para ocupar el papel dirigente que le corresponde, puede nacer en él de manera progresiva y espontánea, sin tropiezos ni regresiones, como si el proletariado pudiera desarrollar ideológicamente su misión revolucionaria a partir tan sólo de su posición de clase, no está sino aplicando de manera mecánica el marxismo y entregándose a una ilusión de todo punto contraria a la verdad histórica. Los debates en torno a Bernstein1 han mostrado claramente la imposibilidad de una transformación económica del capitalismo en socialismo. La contrapartida ideológica de esta teoría, sin embargo, ha subsistido incólume en el pensamiento de muchos revolucionarios sinceros de Europa, sin haber sido reconocida siquiera como problema y peligro. No es que los mejores de entre ellos hayan desconocido plenamente la existencia y la importancia de este problema, que no se hayan dado cuenta de que la victoria definitiva del proletariado debe atravesar un largo camino, lleno de derrotas, siendo, además, inevitables las regresiones -no sólo materiales, sino también ideológicas- a estadios ya superados. Sabían -por utilizar la formulación de Rosa Luxemburgo- que, de acuerdo con sus premisas sociales, la revolución proletaria "no podía llegar demasiado pronto" y, sin embargo, "tenía necesariamente que llegar demasiado pronto" a efectos del sostenimiento y retención del poder (o sea, en el plano ideológico). Por mucho que en esta perspectiva histórica acerca del camino que el proletariado debe recorrer para alcanzar su liberación se sustente también la creencia de que una espontánea autoeducación revolucionaria de las masas proletarias (por acciones de masas y las experiencias que de ello se derivan), apoyada 33 por una agitación teórica adecuada del partido, por propaganda, etc., sea suficiente para garantizar la evolución a estos efectos necesaria, no por ello se ha conseguido superar el punto de vista de la espontánea entrega ideológica del proletariado a su misión revolucionaria. Lenin fue el primer -y durante mucho tiempo único- líder teórico importante que se decidió a atacar este problema en su dimensión teórica central y, en consecuencia, en su aspecto práctico más importante: el de la organización. La polémica en torno al artículo 1º de los estatutos de la organización en el Congreso de Bruselas-Londres de 1903 es conocida hoy por todos. Se trataba de dilucidar si podía ser miembro del partido todo aquel que lo apoyara y trabajara bajo su control (como querían los mencheviques), o si resultaba indispensable para ello la participación en las organizaciones ilegales, la total entrega al trabajo del partido y la absoluta subordinación a su disciplina - concebida del modo más severo. Las otras cuestiones organizativas, como, por ejemplo, la centralización, no eran, en realidad, sino consecuencias objetivas y necesarias de esta toma inicial de posición. Se trata, en definitiva, de una polémica reducible al antagonismo entre los citados puntos de vista generales sobre la posibilidad, el probable desarrollo, el carácter, etc., de la revolución, aunque en aquella época era Lenin el único en vislumbrar la interdependencia de todos estos factores. El plan bolchevique de organización hace surgir de la masa más o menos caótica de la generalidad de la clase un grupo de revolucionarios conscientes del objeto de su lucha y dispuestos a cualquier sacrificio. Pero, ¿no se corre así el peligro de que estos "revolucionarios profesionales" se desgajen de la vida real de su clase y acaben convirtiéndose, a raíz de dicha separación, en una secta o grupo de conspiradores? ¿Acaso no es este plan de organización una simple consecuencia de ese "blanquismo", que los "agudos" revisionistas pretenden detectar incluso en Marx? No es posible investigar aquí lo errado de este reproche, incluso en lo concerniente al propio Blanqui. De todos modos, ni siquiera penetran en el núcleo mismo de la organización leninista, ya que según Lenin, el grupo de los revolucionarios profesionales no ha tenido un solo momento la visión de "hacer" la revolución o arrastrar tras de sí, gracias a su acción independiente y valerosa, a la masa inerte, poniéndola frente al fait accompli2 de la revolución. La idea leninista de la organización presupone el hecho de la revolución, de la actualidad de la revolución. Si a los mencheviques les hubiera asistido la razón en su visión de la historia, si lo que nos hubiera 34 aguardado fuera una época (relativamente) tranquila de prosperidad y extensión lenta y progresiva de la democracia, en la que los vestigios feudales hubieran sido barridos en los países atrasados por el "pueblo", por las clases "progresistas", los grupos de revolucionarios habrían terminado por perder toda agilidad, reducidos a sectas o simples círculos de propagandistas. 

El partido, en tanto que organización fuertemente centralizada de los elementos más conscientes del proletariado -y sólo de éstos es concebido como el instrumento de la lucha de clases en un periodo revolucionario. "No es posible separar mecánicamente las cuestiones políticas de las organizativas", decía Lenin, y quien apruebe o rechace la organización bolchevique del partido, sin plantearse el problema de si estamos o no en la época de la revolución proletaria no ha entendido absolutamente nada de la esencia de la misma. Ahora bien, desde un ángulo totalmente opuesto podría surgir sin duda la siguiente objeción: dada la actualidad de la revolución, una organización semejante ha de resultar forzosamente superflua. Quizá en la época de paralización del movimiento revolucionario haya sido útil unir en una organización, a todos los revolucionarios profesionales. En los años mismos de la revolución, sin embargo, estando las masas profundamente trastornadas, en un momento en el que sólo en unos días viven más experiencias revolucionarias y maduran más rápidamente que ayer en decenios, en un momento en el que incluso sectores de esta clase normalmente alejados del movimiento revolucionario, a pesar de que éste afectara en lo más profundo sus propios concretos intereses cotidianos, irrumpen en la escena de la revolución, dicha organización parece inútil y falta de sentido. Porque desperdicia energías aprovechables y, cuando su influencia se extiende, paraliza el espontáneo ímpetu revolucionario de las masas. Es evidente que esta objeción nos lleva de nuevo al problema del autodesarrollo ideológico del proletariado. El Manifiesto Comunista caracteriza nítidamente el vínculo existente entre el partido revolucionario del proletariado y la totalidad de la clase. Los comunistas únicamente se diferencian de los restantes partidos proletarios en dos puntos principales: por un lado, anteponen y subrayan en las diversas luchas nacionales de los proletarios los intereses que a todos ellos les son comunes, independientemente de su nacionalidad, y, por otro, en las diferentes fases que atraviesa la lucha entre proletarios y burgueses, representan siempre los intereses del movimiento proletario considerado en su conjunto. 35 Los comunistas son, pues, prácticamente la fracción más resuelta y activa de los partidos obreros de todos los países y, teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario. Son -en otros términos- la figura visible de la conciencia de clase del proletariado. Y el problema de su organización se decide de acuerdo con el modo como el proletariado alcanza en verdad esta conciencia de clase y la hace plenamente suya. Todo aquel que no niegue incondicionalmente la función revolucionaria del partido habrá de reconocer por fuerza que esta apropiación por parte del proletariado de su conciencia de clase no tiene lugar de manera automática exclusivamente en virtud del proceso mismo de las fuerzas económicas de la producción capitalista, ni por el simple crecimiento orgánico de la espontaneidad de las masas. La diferencia entre la concepción leninista del partido y las otras radica principalmente en su mucho más profunda y consecuente captación de la creciente diferenciación económica en el seno del proletariado (aparición de una aristocracia obrera, etc), por un lado, y, en su visión, por otro, de la cooperación revolucionaria del proletariado con las otras clases en el marco de la nueva perspectiva histórica trazada. 

De todo ello se deduce una importancia creciente del proletariado en la preparación y dirección de la revolución, desprendiéndose de tal en consecuencia también la función rectora del partido respecto de la clase obrera. El nacimiento y envergadura creciente de una aristocracia obrera equivale, desde este punto de vista, a un aumento progresivo de la (siempre presente, aunque relativa) divergencia entre los intereses cotidianos de ciertas capas obreras y los verdaderos intereses de la clase considerada en su totalidad, divergencia que, por otra parte, va endureciéndose en el curso de este proceso. La evolución capitalista, que en un principio niveló y unificó de manera tan imponente a la clase obrera geográficamente dividida, separada en corporaciones correspondientes a los distintos oficios, etcétera, da lugar ahora a una nueva diferenciación. Diferenciación entre cuyas consecuencias no figura únicamente el que el proletariado deje de enfrentarse con auténtica unanimidad a la burguesía. Hay que contar, además, con el peligro de que en virtud de su creciente ascenso a un modo de vida pequeño burgués y su ocupación de puestos en la burocracia de los sindicatos o del partido, a veces incluso en los municipios, etc., estas capas sociales obtengan -a pesar de o precisamente por su ideología aburguesada y su falta de conciencia 36 proletaria de clase- cierta superioridad en cuanto a cultura formal, rutina administrativa, etc., sobre las restantes capas proletarias, acabando por ejercer así una influencia retrógrada sobre la totalidad de la clase. Dicho de otra manera, que su influencia en las organizaciones del proletariado ayude a oscurecer la conciencia de clase de los obreros todos, encaminándolos a un acuerdo tácito con la burguesía. Contra este peligro no bastan la simple claridad teórica, ni la agitación y propaganda propias de los grupos revolucionarios conscientes. Porque durante mucho tiempo estos antagonismos de intereses no se manifiestan de forma verdaderamente clara para todos los obreros, hasta el punto de que, en ocasiones, incluso sus mismos representantes ideológicos no llegan a percibir que se han desviado del camino de la clase a que pertenecen. En efecto, dichas diferencias pueden quedar fácilmente ocultas a los ojos de los obreros, hasta el punto de que en ocasiones incluso sus representantes ideológicos no llegan a percibir que se han desviado del camino de la clase a que pertenecen, o también pueden quedar oculta bajo la máscara de "divergencias teóricas de opinión", simples "diferencias tácticas", etc. Y el instinto revolucionario de los obreros, que a veces se descarga en grandes acciones espontáneas de masas, es incapaz de mantener la conciencia de clase al nivel alcanzado por medio de la acción espontánea, conservándola como un bien duradero para la clase obrera en su conjunto. La autonomía, en el dominio de la organización, de los elementos plenamente conscientes de la clase obrera resulta, aunque no fuera más que por esto, verdaderamente insoslayable. Ahora bien, el curso del razonamiento nos muestra que la forma leninista de organización está profundamente vinculada a la previsión de inminencia de la revolución. Porque únicamente en este contexto se revela la decisiva importancia negativa que puede, en realidad, tener toda desviación del verdadero camino de la clase obrera; únicamente en este contexto cabe medir la enorme trascendencia que para la clase obrera en su conjunto puede alcanzar toda decisión sobre problemas del momento, en apariencia de poca monta; únicamente en este contexto llega, en fin, a ser vital para el proletariado la materialización ante sus ojos del pensamiento y de la acción verdaderamente propios de su situación de clase. Ahora bien, la actualidad de la revolución no significa que la efervescencia de la sociedad, es decir, la descomposición de sus viejas estructuras haya de limitarse al proletariado; afecta, por el contrario, a todas las clases sociales. 

La medida auténtica de una situación revolucionaria es, en opinión de Lenin que las capas inferiores de la sociedad "no quieran vivir el modo antiguo", y las capas superiores, a su vez, "no puedan vivir al modo antiguo"; "sin una crisis de la nación 37 entera (que afecte tanto a los explotadores como a los explotados), la revolución no es posible". Cuanto más profunda es la crisis, más amplias son las perspectivas de la revolución. Cuanto más aumenta en popularidad, sin embargo, cuantas más capas sociales llega a afectar, tanto mayor es el número de movimientos diversos y elementales que se entrecruzan en ella, tanto más confusas y cambiantes resultan las relaciones de fuerza entre las dos clases de cuya lucha depende -en última instancia todo: la burguesía y el proletariado. Si el proletariado quiere vencer en esta lucha, debe apoyar y sostener toda corriente que coadyuve a la descomposición de la sociedad burguesa, procurando integrar todo movimiento elemental, de cualquier capa oprimida, por poco claro que sea, en el movimiento revolucionario general. Y la inminencia de un período revolucionario resulta, asimismo, visible en la búsqueda, por parte de todos los insatisfechos de la antigua sociedad, de vinculación con el proletariado o, por lo menos, de algún tipo de relación con él. En lo que no deja de haber, sin embargo, un gran peligro. Porque si el partido del proletariado no está organizado de tal manera que quede garantizada la pertinencia de su línea política como única válida para la clase que representa, los nuevos aliados que en número creciente van apareciendo en toda situación revolucionaria pueden aportar más bien que ayuda, desorden. Porque las otras clases oprimidas de la sociedad (campesinos, intelectuales, pequeñoburgueses) no aspiran, como es obvio, a los mismos objetivos que el proletariado. El proletariado -si sabe lo que quiere y lo que debe desear desde el punto de vista de clase- puede rescatarse a sí mismo y a estas otras capas de la miseria social. Si el partido, intérprete combativo de su conciencia de clase, se muestra inseguro en cuanto al camino que debe seguir la clase obrera, si ni siquiera su mismo carácter proletario está garantizado en el plano de la organización, las citadas capas sociales invadirán el partido de proletariado y lo desviarán de su auténtico camino; de este modo, una alianza que, en el caso de poder contar con una organización del partido proletario perfectamente clara desde el punto de vista de las clases, podría impulsar la revolución, acabaría haciéndola peligrar sobremanera. La concepción leninista del partido tiene, pues, como consecuencia dos polos necesarios: por una parte, la selección más severa de los miembros en función de su conciencia proletaria de clase, por otra el más absoluto apoyo a todos los oprimidos y explotados de la sociedad capitalista, a los que debe estar unido por una relación de solidaridad. 38 Quedan así unidos de manera dialéctica la inexorable claridad en cuanto a los fines y la universalidad, la dirección de la revolución en un estricto sentido proletario y el carácter nacional (e internacional) general de la revolución. La organización menchevique debilitaba estos dos polos, mezclándolos y rebajándolos a la categoría de meros compromisos y uniéndolos de este modo en el partido mismo. Se aislaba de amplias capas de explotados (de los campesinos, por ejemplo), uniendo, sin embargo, en el partido grupos de intereses muy diversos, con lo que acababa por resultarle imposible todo pensamiento y acción verdaderamente unitarios. En lugar, pues, de coadyuvar en la oscilante y caótica lucha entre las clases (ya que toda situación revolucionaria se expresa, precisamente, en un estado de caos profundo de la sociedad entera) a la edificación -lo más clara posible- de un frente decisivo para la victoria, el frente del proletariado contra la burguesía, así como a la agrupación en el seno del proletariado de los sectores más confusos de explotados, dicho partido se transforma él mismo en una masa poco clara de grupos cuyos intereses difieren, en última instancia, entre sí. 

No llega por lo general a la acción sino a fuerza de compromisos internos, a remolque de grupos que tienen una visión más clara o que son más activos; o bien no le queda ya otro recurso que contemplar de manera fatalista el curso de los acontecimientos. La concepción leninista de la organización entraña pues, una doble ruptura con el fatalismo mecanicista: con el que concibe la conciencia de clase del proletariado como un producto mecánico de su situación de clase, y con el que no ve en la revolución misma sino el resultado mecánico de unas fuerzas económicas que se desencadenan de manera inexorable, conduciendo al proletariado casi automáticamente a la victoria una vez "maduras" las condiciones objetivas de la revolución. Porque si se hubiera de esperar a que el proletariado se lanzara consciente y unitariamente a la lucha decisiva, jamás se llegaría a una situación revolucionaria. Siempre habrá, por una parte -y tanto más cuanto más desarrollado esté el capitalismo- sectores del proletariado que asistirán pasivamente a la lucha de su propia clase por liberarse, llegando en casos extremos incluso, a pasarse al campo enemigo. La conducta misma del proletariado, por otra, su firmeza y el grado de su conciencia de clase no son en modo alguno algo que con necesidad inexorable se desprenda de la situación económica. Es evidente que ni siquiera el mejor y más grande partido del mundo puede "hacer" la revolución. Pero la manera de reaccionar del 39 proletariado ante una situación dada depende ampliamente de la claridad y energía que el partido sea capaz de conferir a sus objetivos de clase. En la época de la actualidad de la revolución el viejo problema de si ésta puede o no "ser hecha", adquiere pues, un significado completamente nuevo. Y con esta mutación de significado varía asimismo la relación existente entre clase y partido, es decir, el significado de los problemas de organización para el partido y el conjunto del proletariado. Al plantear la revolución como algo que hay que "hacer" se está, en realidad, separando de manera rígida y muy poco dialéctica la necesidad del desarrollo histórico y la actividad del partido militante. En este nivel, en el que "hacer" la revolución es algo así como sacarla por arte de magia a partir de la nada, no podemos menos de adoptar una actitud totalmente negativa. La actividad del partido en la época de la revolución debe ir, a decir verdad, por un camino muy diferente. Porque si el carácter fundamental de la época es revolucionario, una situación agudamente revolucionaria puede presentarse en cualquier instante. Prever el momento justo y las circunstancias de su aparición nunca puede ser, desde luego, una empresa rigurosamente posible. Sí lo es, en cambio, la determinación de las tendencias que llevan a ella, así como también la de las líneas maestras de la acción a emprender a raíz del desencadenamiento del proceso revolucionario. La actividad del partido es planteada a partir de este conocimiento histórico. El partido ha de preparar la revolución. Es decir, debe acelerar, por un lado, el proceso de maduración de las tendencias que conducen a la revolución (por su influencia en la línea de conducta del proletariado, así como en la de las otras capas oprimidas). Debe preparar, por otra parte, al proletariado tanto en el plano ideológico, como en el táctico, material y organizativo para la acción necesaria en una aguda situación revolucionaria. Con lo cual quedan situadas en una perspectiva nueva las cuestiones de organización interna del partido. Tanto la vieja concepción -representada también por Kautsky-, de la organización como supuesto previo ineludible de la acción revolucionaria, como la de Rosa Luxemburgo que la considera como un producto del movimiento revolucionario de masas, parecen unilaterales y no dialécticas. 

El partido, cuya función es preparar la revolución, es a un tiempo y con igual intensidad productor y producto, supuesto y fruto de los movimientos revolucionarios de masas. Porque la actividad consciente del proletariado descansa en un conocimiento claro de la necesidad objetiva de la evolución económica; su rigurosa estructura organizativa vive en interacción fructífera y permanente con las penalidades y luchas elementales de las masas. 40 Rosa Luxemburgo ha llegado casi, en ocasiones, a percibir lúcidamente esta relación recíproca. No obstante, ha ignorado su elemento activo y consciente. De ahí que no haya sido capaz de penetrar en el núcleo de la concepción leninista del partido, es decir, en su función preparatoria; de ahí que no entendiera en modo alguno los principios organizativos de ella derivados.3 La situación revolucionaria no puede ser, por supuesto, un producto de la actividad del partido. Su tarea es prever el sentido de la evolución de las fuerzas económicas objetivas, prever, en fin, cuál habrá de ser la actitud de la clase obrera ante la situación así surgida. El partido debe preparar a las masas proletarias, de acuerdo con esta previsión, para el futuro, atendiendo -en la medida de lo posible- a sus intereses tanto en el plano espiritual como en el material y en el de la organización. Los acontecimientos y situaciones que van sucediéndose son, de todos modos, fruto de las fuerzas económicas de la producción capitalista, fuerzas cuya influencia determinante acontece de manera ciega, parejamente a la de las leyes de la naturaleza. Pero tampoco de manera mecánica y fatalista. Porque ya hemos visto (en el ejemplo de la descomposición económica del feudalismo agrario ruso) cómo el propio proceso de disgregación económica es, sin duda, un producto necesario de la evolución capitalista, sin que por ello sus efectos en las clases sociales, es decir, los nuevos estratos sociales a que da lugar, se basen inequívocamente en el proceso mismo -aisladamente considerado- y resulten identificables a partir de él mismo. Dependen del entorno en el que van desarrollándose. El destino de la sociedad entera, cuyos elementos forman este proceso, es, en última instancia, el factor determinante de su orientación. En este conjunto, sin embargo, las acciones de clase, ya sean elementales y espontáneas o dirigidas conscientemente, juegan un papel decisivo. Y cuanto mayor es el trastorno de una sociedad, tanto más ha dejado de funcionar adecuadamente su estructura "normal", tanto más perturbado, está su equilibrio socioeconómico; en suma: cuanto más revolucionaria es una situación, tanto más determinante es su papel (el de dichas acciones de clase). De ahí que la evolución general de la sociedad no discurra, en la era capitalista, de manera unívoca y rectilínea. De la acción combinada de estas fuerzas se desprenden más bien en el terreno de la totalidad social situaciones en las que puede cuajar una determinada tendencia, si la situación es justamente comprendida y consecuentemente aprovechada. Ahora bien, la evolución de las fuerzas económicas que en apariencia han llevado a esta situación de manera inexorable, si se deja escapar 41 ésta o si no se extraen sus consecuencias, puede no seguir en modo alguno la línea anterior, tomando, por el contrario, un camino opuesto. 

Piénsese en la situación de Rusia si en noviembre de 1917 los bolcheviques no hubieran tomado el poder y no hubieran culminado la revolución agraria. En el caso de un régimen contrarrevolucionario, aunque de un capitalismo moderno en comparación con el zarismo, no hubiera estado de todo punto excluida la posibilidad de una solución "prusiana" del problema agrario. Únicamente cuando se conoce bien el contexto histórico en el que debe actuar el partido del proletariado puede ser adecuadamente comprendida su organización. Organización que descansa sobre las inmensas tareas -de universal dimensión histórica- que la época de decadencia del capitalismo impone al proletariado, sobre la inmensa responsabilidad histórica que dichas tareas imponen a la capa dirigente consciente del proletariado. Como representante de los intereses globales del proletariado (y, en consecuencia, de los de todos los oprimidos, del futuro, en suma, de la humanidad), y a partir del conocimiento del conjunto de la sociedad, el partido debe unificar dentro de sí todas las contradicciones en las que se expresan estas tareas impuestas por el centro mismo de la sociedad considerada en su totalidad. Ya hemos subrayado que la más severa selección de los miembros del partido, en cuanto a la claridad de su conciencia de clase y a su absoluta entrega a la causa de la revolución, ha de ir unida a la íntegra fusión con la vida de las masas que sufren y combaten. Y todo intento de atender a una sola de estas exigencias, descuidando su polo contrario, termina en una petrificación sectaria de los grupos, incluso de los compuestos por auténticos revolucionarios. (He aquí la raíz de la lucha sostenida por Lenin contra el "izquierdismo", desde el otzovismo hasta el Kommunistischer Arbiter Partei y más allá)4. La severidad de sus exigencias en cuanto a los miembros del partido no es sino un medio de hacer consciente al proletariado entero (y, con él, a todas las capas oprimidas por el capitalismo) de sus verdaderos intereses, de todo cuanto realmente hay en la raíz de sus acciones inconscientes, de su pensamiento confuso y de sus poco definidos sentimientos. Las masas, no obstante, únicamente adquieren conciencia de sus intereses en la acción, en la lucha. En una lucha cuyas raíces económicas y sociales están en perpetuo cambio, y en las que, en consecuencia, las condiciones y los medios de la lucha se transforman 42 sin cesar. El partido dirigente del proletariado únicamente puede cumplir su misión yendo siempre un paso por delante de las masas que luchan, indicándoles así el camino. Ahora bien, sin adelantarse nunca más de un paso por delante de ellos, con el fin de seguir siendo siempre el guía de su lucha. Su claridad teórica únicamente es, pues, valiosa cuando en lugar de limitarse a la simple perfección general, puramente teórica, de la teoría la hace culminar con el análisis concreto de la situación concreta, es decir, cuando la validez teórica sólo expresa el sentido de la situación concreta. De ahí que el partido deba tener, por un lado, la claridad teórica y la firmeza suficientes como para proseguir por el camino justo, a pesar de las fluctuaciones de las masas, e incluso corriendo a veces el riesgo de un aislamiento momentáneo. Pero, por otra parte, debe seguir siendo elástico Y receptivo, con el fin de iluminar en todas las manifestaciones de las masas, por muy confusas que parezcan, aquellas posibilidades revolucionarias de las mismas -a cuyo conocimiento las masas no podían llegar por sí solas. Semejante adecuación del partido a la vida de la totalidad es imposible sin la más severa disciplina. Si él partido no es capaz de adaptar instantáneamente su conocimiento a la situación, una situación en perpetuo cambio, se queda por detrás de los acontecimientos, de dirigente se convierte en dirigido, pierde el contacto con las masas y se desorganiza. De ahí que la organización haya de funcionar siempre con el mayor rigor y la mayor severidad, con el fin de transformar, cuando llega el momento, esta adaptación en hechos. Pero esto significa, al mismo tiempo, que esta exigencia de adaptabilidad o flexibilidad debe ser aplicada ininterrumpidamente a la organización misma. Una forma de organización que en algún caso determinado ha podido ser útil con vistas a ciertos fines, en otras condiciones de lucha puede convertirse en un verdadero obstáculo. Porque en la esencia de la historia radica la producción constante de lo nuevo. Esta novedad no puede ser calculada siempre de antemano con la ayuda de alguna teoría infalible: ha de ser reconocida en la lucha, a partir de sus gérmenes, primero, siendo acto seguido aprendida a nivel consciente. 

La tarea del partido no es, en modo alguno, imponer a las masas un determinado tipo de comportamiento, elaborado por vías abstractas, sino aprender, por el contrario, incesantemente de la lucha y de los métodos de lucha de las masas. No obstante, también debe ser activo en su aprendizaje, preparando las siguientes acciones revolucionarias. Debe elevar a nivel de conciencia, vinculándolo a la totalidad de las luchas revolucionarias, aquello a lo que las masas han llegado de manera espontánea, en virtud de su instinto de clase; debe 43 explicar a las masas sus propias acciones, como dice Marx, y no sólo con el fin de asegurar así la continuidad de las experiencias revolucionarias del proletariado, sino para activar también conscientemente el desarrollo ulterior de dichas experiencias. La organización debe integrarse como instrumento en el conjunto de estos conocimientos y de las acciones que de ellos se deducen. Si no lo hace así, será sobrepasada por la evolución de las cosas, una evolución a la que, en tal caso, no habría comprendido y, en consecuencia, no podría dominar. De ahí que todo dogmatismo en la teoría y toda rigidez en la organización sean funestos para el partido. Porque, como dice Lenin: "Toda forma nueva de lucha, unida a nuevos peligros y sacrificios, "desorganiza" inevitablemente todas aquellas organizaciones que no están preparadas para esta nueva forma de lucha". Recorrer esa vía necesaria, de manera libre y consciente, adaptándose y transformándose antes de que el peligro de la desorganización sea demasiado agudo, actuando sobre las masas en virtud de dicha transformación, formándolas e incitándolas es, en realidad, la tarea del partido, tarea que a él mismo le incumbe y con mayor motivo. Porque táctica y organización no constituyen sino las dos vertientes de un todo indivisible. Unicamente actuando sobre las dos a un tiempo se pueden obtener resultados auténticos. Cuando se trata de obtener resultados hay que ser a la vez consecuente y elástico, ceñirse de manera inexorable a los principios y tener la mirada abierta a todo posible giro que impongan los días. En el dominio de la táctica y en el de la organización no hay nada que sea bueno o malo por sí mismo. Unicamente la relación con el todo, con el destino de la revolución proletaria, hace que un pensamiento, una determinada medida, etc., sean justos o errados. He ahí, a título de ejemplo, por qué Lenin -a raíz de la primera revolución rusa- combatió con idéntico rigor a quienes pretendían abandonar la ilegalidad, inútil y sectaria en apariencia, y a quienes, entregándose sin reservas a la misma, rechazaban cualquier posible forma de legalidad; he ahí por qué sentía igual tajante desdén ante la tesis favorable a una plena inserción en el parlamentarismo como a la antiparlamentaria por principio. Lenin no solamente se mantuvo alejado de todo utopismo político, sino que jamás se hizo tampoco ilusión alguna sobre el material humano de su época. "Queremos -dice en los primeros años heroicos de la victoriosa revolución proletaria- edificar el socialismo con esos mismos hombres que han sido educados, podridos y corrompidos por el capitalismo, pero que, precisamente por eso, han sido templados por él para el combate." 44 Las enormes exigencias que la idea leninista de la organización impone a los revolucionarios profesionales no tienen en sí nada de utópico. Y, por supuesto, tampoco nada del carácter superficial de la vida cotidiana, de la facticidad inmediata que acompaña a lo empírico. La organización leninista es dialéctica en sí misma -o sea, no es únicamente el producto de la evolución histórica dialéctica, sino al mismo tiempo su impulso consciente- en la medida en que es a la vez producto y productora de sí misma. Son los hombres quienes crean su partido; han de tener un alto grado de -conciencia de clase y de capacidad de entrega para querer y poder participar en la organización; pero únicamente llegan a ser verdaderos revolucionarios profesionales en la organización y por la organización. El jacobino que se une a la clase proletaria, da forma y claridad a los actos de dicha clase con la ayuda de su firme decisión y de su capacidad de acción, con su saber y su entusiasmo. Pero es siempre el ser social de la clase, la conciencia de clase que emana de él, lo que determina el contenido y sentido de sus acciones. No se trata de actuar en representación de la clase obrera, sino de una culminación de la actividad de la clase misma. 

El partido llamado a dirigir la revolución proletaria no se presenta como estando ya en disposición de asumir su función directiva: no es, sino que llega a ser. Y el proceso de interacción fructífero entre el partido y la clase se repite - por supuesto, transformado- en la relación existente entre el partido y sus miembros. Porque, como dice Marx en sus Tesis sobre Feuerbach: "La teoría materialista según la cual los hombres son producto de las circunstancias y de la educación y, por tanto, unos hombres diferentes han de ser producto de otras circunstancias y de una educación distinta, olvida que las circunstancias son transformadas precisamente por el hombre, y que el educador mismo ha de ser también educado". La concepción leninista del partido implica la más tajante ruptura con la vulgarización mecanicista y fatalista del marxismo. No es sino la realización práctica de su más auténtica naturaleza y de su tendencia más profunda: "Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo en diferentes formas; lo que importa ahora es transformarlo". Notas 1. Eduard Bernstein (1850-1932) nació en Berlín, en el seno de una familia judía. Durante la represión antisocialista bismarekiana se refugió 45 en Suiza y luego en Londres, donde colaboró con Engels. En 1896, Bernstein comenzó a publicar una serie de artículos en Neue Zeit, el periódico de Kautsky, que desataron una fuerte polémica dentro del Partido Social Demócrata alemán, hasta el punto de merecer Bernstein varias censuras oficiales (en los congresos de Hannover, Lübeck, etc.). Sus principales interlocutores fueron Kautsky, Bebel y Rosa Luxemburgo, quien dedicó a este problema un escrito fuertemente polémico: "¿Reforma social o revolución?" (1899). La postura de Bernstein, muy atacado dentro del partido, pero no hasta el punto de dar lugar a su expulsión, fue perfilándose progresivamente como un "revisionismo" teórico. He aquí una síntesis de sus tesis fundamentales, a la luz de sus artículos y, sobre todo, de su libro Socialismo evolucionista (1899): 

a) El Partido Social Demócrata alemán había adoptado una postura "utópica", en la medida en que creía posible un próximo salto brusco del capitalismo al socialismo. La sociedad capitalista no estaba, en modo alguno, en vísperas de derrumbarse. Marx se había equivocado en sus predicciones y, en consecuencia, el partido habla de cambiar su táctica y su estrategia. 

b) El socialismo vendría como resultado de una acumulación de pequeños cambios, al hilo de la propia evolución económica de la sociedad y atendiendo a las posibilidades de la misma. El tránsito del capitalismo al socialismo sería, pues, gradual. (Bernstein repetía en este punto las teorías de los socialistas fabianos ingleses y, en especial, las de Sidney Webb.) 

c) El factor determinante de la transición al socialismo no iba a ser la lucha de clases. Marx había unificado el determinismo en el plano económico y la actividad revolucionaria de la clase obrera; Bernstein rechazaba el determinismo: "La concepción marxista de la historia... no asigna a las bases económicas de la vida de las naciones ninguna influencia determinante incondicional respecto a las formas que toma esta vida". 

d) En contra de lo sostenido por Marx, la "solidaridad social", es decir, la primacía del interés común era un factor de singular importancia. 

e) La teoría marxista de la plusvalía es confusa y no explica en absoluto el fenómeno de la explotación. La concentración capitalista, por otra parte, no iba a consumarse al ritmo preconizado por Marx, de manera idéntica a como la miseria del proletariado no iba a aumentar tampoco hasta extremos insostenibles. Por el contrario, tanto el número de los capitalistas como el nivel salarial crecían. Estos errores de Marx se 46 debían al nulo carácter científico de su doctrina. Una doctrina que en lugar de estar basada en una exacta observación de los hechos era una "vasta constricción teórica", a la que luego Marx aplicaba los hechos, forzándolos así a amoldarse a un esquema previo. 

f) Los trabajadores, por último, no estaban maduros para acceder al poder, en el caso de que fuera posible contar con semejante hipótesis. La "dictadura del proletariado", además, era decididamente antidemocrática. El socialismo debía ser, en rigor, el heredero del espíritu liberal, un espíritu liberal al que venía a librar de su instrumentalización por parte de la burguesía. 

g) Los socialdemócratas alemanes debían revisar su internacionalismo y pensar en los derechos nacionales de Alemania y, en general, en la política nacional. 2. Hecho consumado. 3. Rosa Luxemburgo (1870-1919), de origen polaco y de familia judía es una de las figuras más interesantes del marxismo centroeuropeo de su época. Intervino en las luchas de la socialdemocracia polaca, vivió una temporada en Zürich y se instaló al fin en Alemania, en cuyo Partido Social Demócrata jugó un papel muy importante. Intervino en la polémica contra los revisionistas, propugnando su expulsión del partido en una serie de escritos e intervenciones que hicieron de ella uno de los representantes principales de la extrema izquierda del movimiento socialdemócrata alemán. En 1917 -y a raíz de la escisión del partido en dos grandes bloques, el Partido Social Demócrata histórico y el Partido Social Demócrata Independiente, con la que se consumaba la vieja diferencia entre la vertiente izquierdista y la derechista del movimiento socialista alemán. -- Rosa Luxemburgo fundó junto con Franz Mehring y Karl Liebknecht el Spartakitsbund, grupo de izquierda autónomo, aunque vinculado al Partido Social Demócrata Independiente. De esta liga espartaquista surgió en seguida el Partido Comunista alemán. Rosa Luxemburgo intervino en la frustrada revolución alemana de la inmediata posguerra y fue asesinada, junto con Karl Liebknecht, por elementos derechistas en Berlín, el 15 de enero de 1919. Durante varios decenios Rosa Luxemburgo coincidió y se alejó de las posturas leninistas en cuestiones de táctica y organización. así, por ejemplo, en el problema del nacionalismo. Era esencialmente internacionalista y postulaba una autoridad obrera internacional por encima de las divisiones nacionales. La división de clases le parecía mucho más importante y decisiva que la de etnias o lenguas. De ahí que 47 se opusiera a la insistencia de Lenin en el derecho de autodeterminación nacional, negándose a apoyar ciertas concesiones que Lenin juzgaba imprescindibles. Las fronteras no tenían sentido para Rosa Luxemburgo, en la medida en que preconizaba una revolución mundial llamada a abolirlas. Tampoco coincidía con Lenin en el enjuiciamiento de la relación partido clase obrera. Postulaba un partido abierto, de organización muy democrática, sin aceptar la tesis leninista de la necesidad de una elite revolucionaria y una férrea disciplina para garantizar la fuerza y cohesión teórica y práctica del partido. Zinoviev sostuvo una fuerte polémica con Rosa Luxemburgo en la que ésta fue acusada de poner excesiva confianza en la "espontaneidad" revolucionaria de las masas. La contribución teórica de Rosa Luxemburgo al marxismo está representada, fundamentalmente, por su obra La acumulación de capital, en la que revisa la teoría económica marxista en lo concerniente, sobre todo, a las "contradicciones del capitalismo". En este importante libro, Rosa Luxemburgo somete a examen el volumen 2º de El Capital. 4. A raíz de la derrota de la revolución rusa de 1905 el gobierno tomó una serie de medidas brutalmente represivas. Ante la nueva situación, los mencheviques comenzaron a insistir de nuevo en la necesidad de liquidar las organizaciones clandestinas del partido, evitando toda ilegalidad. Cierto sector de los bolcheviques, por el contrario sostenía que la única actitud revolucionaria lícita era la de incitar a las masas a batirse en las barricadas, oponiéndose a toda participación en cualquier organismo legal, y, sobre todo, en la Duma. Proponían, concretamente, que la minoría socialdemócrata se retirase de la Duma (de ahí su nombre de otzovistas, del ruso otzovat, retirar). Lenin combatió con igual energía la ideología de capitulación ante el zarismo de los liquidacionistas y el aventurerismo "izquierdista" de los otzovistas.,...////....    sigue en otro archivo,...el N.- 2 ), DE G. LUCAKS¡¡¡¡.

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