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En este libro formulo la hipótesis de que el debilitamiento del potencial revolucionario en las sociedades industriales avanzadas de Occidente, consecuencia del persistente vigor del capitalismo organizado y del persistente autoritarismo en la sociedad soviética (tendencias ambas interdependientes), parece convertir a los partidos comunistas en los herederos históricos de los partidos socialdemócratas de antes de la guerra.
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(1958)
PRIMERA PARTE: POSTULADOS POLÍTICOS
1. La concepción marxista de la transición al socialismo
2. El marxismo soviético: aspectos fundamentales de su autointerpretación
3. La nueva racionalidad
4. ¿Socialismo en un solo país?
5. La dialéctica del Estado soviético
6. Base y superestructura – Realidad e ideología
7. La dialéctica y sus vicisitudes
8. La transición del socialismo al comunismo
SEGUNDA PARTE: POSTULADOS ÉTICOS
9. La ética occidental y la ética soviética: su relación histórica
10. La ética soviética-La exteriorización de los valores
11. Los principios de la moral comunista
12. La ética y la productividad
13. La tendencia de la moral comunista
Epílogo (Junio de 1963)
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INTRODUCCIÓN
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Este estudio trata de enjuiciar algunas de las tendencias principales del marxismo soviético desde el punto de vista de una «critica inmanente»; es decir, parte de las premisas teóricas del marxismo soviético, desarrolla sus consecuencias ideológicas y sociológicas y vuelve luego a examinar aquellas premisas a la luz de estas consecuencias. La crítica emplea, pues, los instrumentos conceptuales de su objeto, esto es, del marxismo, con el fin de aclarar su función real en la sociedad soviética y su dirección histórica. Este enfoque implica dos suposiciones previas:
1) Que el marxismo soviético (esto es, las tendencias leninistas, stalinistas y poststalinistas) no constituye meramente una ideología promulgada por el Kremlin para racionalizar y justificar su política, sino que, a través de diferentes formas, expresa la realidad de la evolución soviética. Si esta suposición es cierta, entonces la extrema pobreza e incluso la falta de probidad de la teoría soviética no invalidará su importancia, sino que proporcionará una clave para explicar los factores generadores de deficiencias teóricas evidentes.
2) Que existen corrientes y tendencias objetivas identificares que operan en la historia, constituyendo la racionalidad inherente ai proceso histórico. Dado que esta suposición puede fácilmente malinterpretarse como una aceptación de la metafísica hegeliana, será conveniente que dediquemos algún espacio a su defensa.
La creencia en «leyes» históricas es, en verdad, parte esencial de la filosofía de Hegel. Para Hegel, estas leyes son la manifestación de la Razón, entendida como una fuerza objetiva y subjetiva que está presente en las acciones históricas de los hombres y en la cultura material e intelectual. La historia es así, a la vez, un proceso lógico y teleológico, es decir, un progreso (a pesar de las recaídas y las regresiones) de la conciencia y de la realización de la Libertad. La secuencia de las principales etapas de la civilización es, por tanto, ascendente; tiende hacia formas más elevadas de humanidad y constituye un crecimiento cuantitativo y cualitativo. Marx conservó esta noción básica de Hegel, si bien modificándola en un sentido decisivo; la historia avanza a través del desarrollo de las fuerzas productivas, lo cual no constituye un progreso en el dominio de la realización de la Libertad, sino en el terreno de la creación de los requisitos previos de la libertad, que permanecen como tales y sin realización ulterior a causa, y en interés, de la sociedad clasista. Asi, para Marx, la historia no es la manifestación de la Razón, sino justamente lo contrario; la Razón pertenece exclusivamente al futuro de una sociedad sin clases, en cuanto organización social adecuada al desarrollo libre de las necesidades y facultades humanas. Lo que para Hegel es historia, para Marx es todavía prehistoria.
La afirmación de la existencia de leyes históricas puede ser deslindada de cualquier tipo de teleología. Por tanto, sólo significa que el desarrollo de un sistema social especifico y los cambios que producen el paso de un sistema social a otro están determinados por la estructura que la sociedad respectiva se ha dado a sí misma, es decir, por la división y organización básicas del trabajo social, y que las instituciones políticas y culturales son generadas por tal división y organización básicas v se corresponden con ellas. Las múltiples dimensiones y aspectos de la vida social no constituyen una mera suma de hechos y fuerzas, sino una unidad claramente identificable, de manera que los desarrollos a largo plazo en cualquier dimensión deben ser entendidos en su relación con la «base». Bajo el supuesto de semejante unidad estructural cabe diferenciar los sistemas sociales sucesivos, entendiéndolos como formas de sociedad esencialmente diferentes cuya dirección general de desarrollo está lógicamente «predeterminada» por sus orígenes. La misma imposibilidad de fijar el momento preciso (incluso con un siglo o más de diferencia) de desaparición de un sistema social y comienzo de otro (por ejemplo, feudalismo y capitalismo) muestra la existencia de una tendencia subyacente mediante la cual un sistema se transforma en otro. La nueva sociedad surge en el marco de la antigua a través de cambios definibles en su estructura, que se acumulan hasta hacer surgir una estructura esencialmente diferente. En último análisis, no existen causas «extrañas» en esta secuencia, ya que todos los factores y acontecimientos aparentemente externos (invasiones, descubrimientos, el impacto de fuerzas lejanas) afectarán a la estructura social solamente si el terreno está preparado para ello; por ejemplo, si coinciden con evoluciones correspondientes acaecidas dentro de la sociedad respectiva o si dan respuesta a necesidades y carencias sociales (como en el caso de la infiltración de los bárbaros en el seno del debilitado Imperio romano, o de la influencia del comercio internacional y de los descubrimientos sobre las sociedades feudales sometidas a un proceso de cambio interno entre los siglos XII y XVI).
La forma básica de reproducción social, una vez institucionalizada, determina la dirección del desarrollo no sólo en el seno de la sociedad concreta que se toma como objeto de estudio sino también más allá de la misma. En este sentido, el proceso histórico es racional e irreversible. Un ejemplo de desarrollo interno: la etapa actual de la sociedad industrial occidental, con su creciente regulación privada y gubernamental de la economía (en otras palabras, con su economía y cultura cada vez más políticas), aparece como el resultado «lógico», esto es, inherente, de la libre empresa y la libre concurrencia existentes en la etapa anterior. No hay necesidad de acudir a las categorías marxistas para explicar la conexión existente entre la concentración del poder económico y los correspondientes cambios políticos y culturales, por un lado, y la utilización capitalista de la productividad siempre en aumento del trabajo y del progreso técnico, por otro. Un ejemplo de desarrollo externo: la aparición del sistema feudal a partir de las instituciones básicas de la economía agraria existente en el último periodo del Imperio romano y bajo la influencia de la organización tribal y militar de los bárbaros, suministra quizá el ejemplo más claro de la inherente racionalidad e irreversibilidad históricas. Por la misma razón, parece constituir una anticipación razonable afirmar que, cualquiera que sea la próxima etapa de la civilización industrial, las instituciones básicas de una industria mecanizada en gran escala y el consiguiente aumento de la produc-tividad del trabajo traerán consigo unas instituciones políticas y culturales irrevocablemente diferentes de las del período liberal; tendencia histórica que probablemente hará desaparecer algunas de las más notables diferencias existentes en la actualidad entre los sistemas occidental y soviético.
Este breve bosquejo de la noción de leyes históricas objetivas puede servir para mostrar el carácter ateleológico de la hipótesis. No implica ningún propósito o «fin» hacia el que se mueva la historia, ni la existencia de una Razón metafísica o espiritual subyacente, sino solamente la determinación institucional del proceso histórico. Además, se trata de una determinación histórica, es decir, no es «automática» en sentido alguno. Dentro del marco institucional que los hombres se han dado a sí mismos en interacción con las condiciones naturales e históricas dominantes, el desarrollo se realiza a través de la actividad humana, pues son los hombres los agentes históricos y suyas son las alternativas y decisiones.
Si se aplica esta hipótesis a la interpretación del marxismo soviético, es necesario comenzar haciendo una aclaración. Parece que la tendencia determinante no puede ser definida exclusivamente desde la perspectiva de la estructura de la sociedad soviética, sino que debe establecerse desde la perspectiva de la interacción existente entre las sociedades soviética y occidental. Incluso el estudio más superficial del marxismo soviético tiene que enfrentarse con el hecho de que casi todos los cambios experimentados por la teoría soviética (y por la política soviética) responden a un cambio correspondiente en el mundo occidental, y viceversa. Esto parece evidente, y no valdría la pena señalarlo si no fuera por el hecho de que normalmente tales fenómenos se interpretan demasiado a la ligera, juzgándolos exclusivamente en relación con la diplomacia y la propaganda, o como medidas de conveniencia, como ajustes a corto plazo, etc. Sin embargo, la interacción parece ir mucho más lejos y expresar un nexo esencial entre los dos sistemas en conflicto, que afecta, por consiguiente, a la propia estructura de la sociedad soviética. En su forma más visible, el nexo radica en la base técnico-económica común a ambos sistemas; esto es, la industria mecanizada (y en creciente proceso de mecanización) como motor principal de la organización social en todas las esferas de la vida. En contraposición a este común denominador técnico-económico, se observa una estructura institucional muy diferente: empresa privada, en el mundo occidental; empresa nacionalizada, en la sociedad soviética. ¿Se impondrá finalmente la base común técnico-económica sobre las instituciones sociales diferentes, o bien estas últimas continuarán ensanchando las diferencias en la forma de utilización de las fuerzas productivas por parte de ambos sistemas? (Según la teoría marxista, la base técnico-económica es en sí misma «neutral» y susceptible de una utilización tanto capitalista como socialista, dependiendo la decisión acerca de esa utilización del resultado de la lucha de clases; esta noción ilustra suficientemente los límites del «determinismo» marxista.) La cuestión desempeña un papel decisivo a la hora de evaluar la dinámica internacional y las perspectivas de un «capitalismo de Estado» o de un «socialismo global»; su análisis cae fuera del ámbito de este estudio que, sin embargo, puede suministrar cierto material previo para su realización.
La interacción entre los desarrollos occidental y soviético, lejos de constituir un factor externo, pertenece por tanto a la tendencia histórica determinante, a la «ley» histórica que gobierna tanto el marxismo soviético como la realidad que éste refleja. Desde el principio, ha definido ai marxismo soviético su especifica vinculación con la dinámica internacional desencadenada por la transformación del capitalismo «clásico» en capitalismo organizado (en términos marxistas, capitalismo monopolista). Así se muestra en la doctrina de Lenin de la avant-garde, en la noción de «socialismo en un solo país», en el triunfo del stalinismo sobre el Trotskysmo y sobre los viejos bolcheviques, en la constante prioridad concedida a la industria pesada, en la persistencia de una centralización autoritaria y represiva; todo lo cual constituye, en sentido estricto, la respuesta soviética al crecimiento y reajuste (en términos marxistas, «anómalos) de la sociedad industrial occidental y a la decadencia del potencial revolucionario del mundo occidental que deriva de ese reajuste. El grado en que esta evolución ha conformado al marxismo soviético puede ser ilustrado con la función que desempeña el término «coexistencia». La noción de coexistencia ha sido utilizada en el marxismo soviético en formas muy diferentes, que van desde una necesidad láctica a corto plazo hasta un objetivo político de largo alcance. Sin embargo, la misma distinción entre acorto plazo» y «largo alcance» carece de significación si no disponemos previamente de unos patrones de medida identificares, los cuales, a su vez, presuponen la posibilidad de formular juicios verificables acerca de la dirección histórica del desarrollo soviético. En lenguaje marxista soviético, todo es a corto plazo si se toma como término de comparación la implantación final del comunismo mundial. Más fuera del ámbito de este lenguaje, resulta absurdo afirmar que políticas que pueden durar décadas y que vienen exigidas no por las fluctuaciones políticas sino por la estructura de la situación internacional, constituyen políticas «a corto plazo». Examinada en este contexto, la coexistencia quizá constituya el rasgo más singular de la era contemporánea; significa el encuentro de dos formas antagónicas de civilización industrial, desafiándose mutuamente en el mismo escenario internacional y sin que ninguna de las dos sea lo suficientemente fuerte como para derrotar a la otra. Esta debilidad relativa de ambos sistemas es característica de sus respectivas estructuras y, por consiguiente, un factor de largo alcance; la pérdida de eficacia de uno de los sistemas supondría su propia desaparición. En la sociedad industrial occidental, la debilidad deriva del permanente peligro de superproducción en un mercado mundial cada vez más estrecho y con graves dislocaciones sociales y económicas; peligro que exige constantes contramedidas políticas, que a su vez limitan el crecimiento económico y cultural del sistema. Por otra parte, el sistema soviético continúa padeciendo la dolencia de la subproducción, perpetuada por las obligaciones militares y políticas de la Unión Soviética frente al mundo occidental avanzado. Las consecuencias de esta dinámica serán objeto de estudio en los capítulos siguientes.
La evolución desde el leninismo al stalinismo y etapas subsiguientes será examinada como el resultado, en sus períodos y rasgos principales, de la constelación «anómala» en la que hubo de edificarse esta sociedad socialista,1 que ha producido como consecuencia el que la sociedad soviética sea, respecto a la sociedad capitalista, coexistente y competidora en vez de sucesora y heredera. Esto no quiere decir que las políticas (tales como la de industrialización stalinista) que decidieron la tendencia fundamental de la sociedad soviética constituyeran una necesidad inexorable. Siempre hubo alternativas, pero se trataba de alternativas históricas; es decir, de «opciones» ofrecidas a las clases que libraban los grandes conflictos sociales del período de entre-guerras, más que opciones sometidas al poder discrecional de los dirigentes soviéticos. El resultado se resolvió en el curso de esa lucha; en Europa se decidió hacia el año 1923; y no fueron los dirigentes soviéticos los que tomaron esta decisión, si bien contribuyeron a su realización (en aquella época menos de lo que normalmente se piensa).
Si se aceptan estas proposiciones, la cuestión de si los dirigentes soviéticos se guían o no por los principios marxistas carece de significación e importancia; una vez incorporado a las instituciones y objetivos fundacionales de la nueva sociedad, el marxismo queda sujeto a una dinámica histórica que prevalece sobre los propósitos de los dirigentes y ante la que ellos mismos sucumben. Un examen inmanente del marxismo soviético puede ayudar a comprender esa dinámica histórica a la que el propio gobierno soviético se halla sometido, al margen de lo totalitario y autónomo que en otro aspecto pueda ser. Así, al examinar el marxismo soviético y la situación (teórica) de la que proviene, no nos ocuparemos de su validez dogmático-abstracta sino de sus tendencias político-económicas concretas, las cuales pueden suministrar también la clave para la previsión de procesos evolutivos ulteriores.
Debemos decir unas palabras en apoyo de semejante perspectiva. La teoría marxista pretende ser una filosofía esencialmente nueva, sustancialmente diferente de la tradición central de la filosofía occidental. El marxismo reivindica para sí el cumplimiento y realización de esa tradición mediante el paso de la ideología a la realidad y de la interpretación filosófica a la acción política. Con este fin, el marxismo vuelve a definir no sólo las principales categorías y estilos del pensamiento, sino también la dimensión de su verificación; esto es, la validez del pensamiento ha de ser determinada, según el marxismo, por la situación histórica y por la acción del proletariado. No cabe duda de que desde la noción marxista clásica del Proletariado como verdad objetivada de la sociedad capitalista hasta el concepto marxista soviético de partinost (espíritu de partido) hay una continuidad teórica.
En tales circunstancias, una crítica que se limitara a aplicar al marxismo soviético los criterios tradicionales de la verdad filosófica no alcanzaría, en sentido estricto, su objetivo. Semejante crítica, por muy sólida y bien fundamentada que fuera, podría ser fácilmente rebatida con el argumento de que sus fundamentos conceptuales han sido socavados por la transición marxista a un diferente espacio de verificación histórica y teórica. La propia dimensión marxista parece, así, permanecer intacta, ya que se instala fuera del argumento. Pero si la crítica se introduce en esa misma dimensión, a través del examen de la evolución y uso de las categorías marxistas y en términos de sus propias pretensiones y contenido, puede mostrarse apta para ahondar en el contenido real que subyace a la forma ideológica y política en que se pone de manifiesto.
Una crítica «desde fuera» del marxismo soviético, o bien debe desechar su trabajo teórico como «propaganda», o bien debe tomarlo tal y cómo se presenta, a saber, como filosofía o sociología en el sentido tradicional de estas disciplinas. La primera alternativa parece dar por sentada la cuestión de lo que realmente posee significación en el marxismo soviético, así como de las bases sobre las que semejante discriminación se realiza. La segunda alternativa conduciría a controversias filosóficas y sociológicas fuera del contexto en el que las teorías marxistas soviéticas se presentan, lo cual es esencial para su significado. Así considerados, esto es, como trabajos dentro de la historia del pensamiento filosófico o sociológico, los artículos del Breve Diccionario Filosófico, por ejemplo, o la discusión sobre lógica de 1950-51, carecen totalmente de significación e importancia: sus errores filosóficos son claramente perceptibles para cualquier persona Culta. Sin embargo, la función de la teoría soviética no consiste en la formulación académica de categorías y técnicas de pensamiento generalmente válidas, sino en la definición de su relación con la realidad política. Una crítica inmanente, lejos de examinar estas teorías en su valor superficial, puede poner de manifiesto su intención política, la cual constituye su auténtico contenido. El enfoque aquí sugerido desplaza el centro de interés desde las espectaculares controversias públicas, tales como la disputa Alexándrov o la discusión sobre lógica y lingüística, a las tendencias básicas existentes en el marxismo soviético, utilizando las primeras solamente a modo de ilustración de las últimas.
La crítica inmanente opera bajo la doble suposición de que la teoría marxista desempeña un papel decisivo en la formulación y ejecución de la política soviética, y de que de la utilización soviética de la teoría marxista se pueden extraer inferencias respecto al desarrollo nacional e internacional del Estado soviético. Es un hecho que el partido bolchevique y la revolución bolchevique se desarrollaron en un grado considerable según los principios marxistas, y que la reconstrucción stalinista de la sociedad soviética se basó a su vez en el leninismo, el cual era una interpretación específica de la teoría y práctica marxistas. La ideología se convierte, así, en una parte decisiva de la realidad, incluso aunque se haya utilizado exclusivamente como instrumento de dominación y propaganda. Por ello, tendremos que hacer comparaciones periódicas entre el marxismo soviético y la teoría marxista presoviética. No trataremos el problema de las «revisiones» soviéticas del marxismo como un problema de dogmática marxista; más bien utilizaremos la relación entre las diferentes formas y etapas del marxismo como una indicación del modo según el cual los dirigentes soviéticos interpretan y enjuician la caminante situación histórica como marco para sus decisiones políticas.
El marxismo soviético ha asumido el carácter de una «ciencia del comportamiento» (behavioral science). La mayor parte de sus formulaciones teóricas tienen un propósito pragmático e instrumental; sirven para explicar, justificar, alentar y dirigir ciertas acciones y actitudes que constituyen «datos» reales de tales formulaciones. Estas acciones y actitudes (por ejemplo, la colectivización acelerada de la agricultura; el stajanovismo; la ideología integralmente antioccidental; la insistencia en el determinismo objetivo de las leyes económicas básicas bajo el socialismo) se racionalizan y justifican en términos del cuerpo heredado de «marxismo-leninismo», que los dirigentes soviéticos aplican a las cambiantes situaciones históricas. Pero es precisamente el carácter pragmático y conductista del marxismo soviético el que le convierte en instrumento indispensable para la comprensión de los acontecimientos soviéticos. Las formulaciones teóricas del marxismo soviético, en su función pragmática, definen las tendencias soviéticas.
Por consiguiente, debe establecerse una distinción entre la expresión pública y el significado real de las formulaciones marxistas soviéticas. La cómoda expresión «lenguaje esópico», que oculta, en lugar de desvelar, la distinción real, no resulta apropiada. Sin duda, el significado de las palabras «democracia», «paz», «libertad», etc., es, para los soviéticos, muy diferente del que se les atribuye en el mundo occidental; pero lo mismo ocurre con los términos «revolución» y «dictadura del proletariado». El uso soviético define también de manera nueva el significado de los conceptos específicamente marxistas, los cuales son transformados en la medida en que el marxismo soviético pretende ser el verdadero marxismo en –y para– una nueva situación histórica, constituyendo, por consiguiente, tales conceptos la respuesta marxista a los fundamentales cambios económicos y políticos ocurridos durante la primera mitad de este siglo.
Desde este punto de vista, el marxismo soviético aparece como un intento de reconciliar el cuerpo heredado de teoría marxista con una situación histórica que parecía invalidar su concepción central, a saber, la concepción marxista de la transición del capitalismo al socialismo. Por consiguiente, antes de entrar en el examen del marxismo soviético, debemos delimitar, por las razones expuestas, la situación tanto histórica como teórica de la que deriva el marxismo soviético; y debemos tratar de localizar el punto en el que el desarrollo histórico pareció demostrar la falsedad del análisis marxista, cuestión crucial para la comprensión del marxismo soviético.
La primera parte de este estudio pretende analizar las concepciones básicas en virtud de las cuales el marxismo soviético se muestra como una teoría unificada de la historia y de la sociedad contemporánea. Si tomamos tales concepciones en su exposición dogmática, lo hacemos exclusivamente con el fin de insertarlas después en el contexto de los procesos sociales y políticos que aquellas interpretan y que les dan un significado. Las tendencias que el marxismo soviético parece reflejar y anticipar serán, por tanto, especialmente puestas de relieve. Mientras que la primera parte se centrará, así, en los factores objetivos, subyacentes al marxismo soviético, la segunda tratará del factor subjetivo, esto es, del «material humano» que se supone obedece a las directrices y alcanza los objetivos fijados por el marxismo soviético. Los elementos constitutivos de esta parte han sido extraídos de la filosofía ética soviética.
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