IMPERIALISMO MODERNO VINIENDO DE LOS CLÁSICOS
Le vamos a dedicar un buen tiempo a estos artículos,...de otros autores,...lo quisimos publicar con el anterior del blog " Las diferentes líneas políticas y visiones,.......del día 18-3-2.014". Normalmente cuando reproducimos a otro autor,...es por el interés de sus ideas,...y porque algo lo hemos estudiado,...en ocasiones es para dar soporte teórico a las ideas nuestras propias,...creadas,...en cierta forma comprobada en el tiempo y la practica social,...
Por otra parte dado esta realidad que se está perfilando y consolidando sobre la existencia del estado mundial,...tenemos que volver a plantear como mil veces al menos,...la estrategia de lucha revolucionaria universal contra el mismo; y partimos de que los estados y las categorías política y económicas son manifestaciones de las relaciones sociales, queremos decir que es una relación más de las clases sociales la existencia de dicho estado mundial imperialista,...
//El imperialismo y la cuestión del Estado mundial(*1*)
Autor(es): Bidet,
Jacques
Bidet, Jacques. Profesor de la Universidad
de Paris-X, director de Actuel Marx, PUF-CNRS. Autor de Que faire du Capital?
Philosophie, économie et politique dans Le Capital; Théorie genérale; John
Rawls et la théorie de la justice; y Théorie de la modernité, entre otros....
(*1*) Personalmente le doy importancia a
este autor porque plantea este asunto,....el estado mundial,...El 5
de abril de 2.003, que publiqué, con el G.C.P.Intern. de Málaga, un
folleto relacionado con la guerra contra Irak,...ya se "está-estaba"
en la tarea de investigar las relaciones sociales de producción, que son
mundiales-globales,...e intentando definir la existencia o no del estado
mundial capitalista imperialista. Posteriormente se publicó en Nueva Sociedad,-
revista de dicho grupo proletario-,...en los números 6, 8 y 9 durante los años
de 2.004-2005 las definitivas resoluciones, siendo en el número 8 de agosto
2.004 donde se da un titulo: La ONU: ¿ Estado mundial del capitalismo
imperialista ? Se publicará aquí en este trabajo, o más adelante, reescribiendo
o pasando por escaner con una impresora adecuada al efecto,...;¡¡ pero antes
tendré que aprender, o que me ayuden mis hijas,...¡¡.(-lukyrh. 18-11-2013-).
....Daré al tiempo que vivimos el nombre bárbaro de imperialismo
estatalitario-global. En esta designación "el imperialismo" está
en la posición de sustantivo, como el elemento principal, que se realiza de una
manera tan plena como es posible. "Estatalitario" se encuentra en
posición adjetiva, designando solamente una tendencia de larga duración. Se
refiere a "Estado", no ya en el sentido de Estado social o de Estado
de derecho, sino de Estado de clase enlazado con "totalitario"; ya
veremos por qué. "Global" significa aquí más que mundial, ya que el
proceso de dominación sobre los territorios con sus poblaciones y sus recursos
apunta, hoy, al dominio de toda riqueza material y cultural apropiable.
No pierdo de vista la vitalidad
(globalmente creciente, lo veremos) de los Estados-nación, ni las mutaciones
que aporta, hoy, la constitución de grandes conjuntos continentales que pueden
parecer apenas autosuficientes (la Unión Europea (UE), el Tratado de Libre
Comercio (TLC/NAFTA), etcétera) y deben aún por largo tiempo compartir el
planeta, ni el hecho de que el
imperialismo, en su forma tríadica (Estados Unidos, Europa y el Japón)
estructura, cada vez más profundamente, el espacio mundial. La tesis que adelanto no elude esas evidencias ni
contradice esos grandes hechos, a los que no faltará qué contraponerles, pero
en los que demostraré su relación dialéctica con la tendencia
"globalizadora" que comporta numerosos aspectos. Dejaré aquí de lado
las discusiones culturales, científicas e ideológicas para concentrarme sobre
lo económico y lo jurídico-político.
Al tema del
"imperialismo", que debe quedar como central, sólo agregaré una mínima
consideración concerniente al largo plazo. Aunque mínima, esta cuestión es, sin
embargo, de una gran importancia para el pensamiento de una acción común, sin
la cual no hay ningún vivir conjunto. Se trata de la elaboración del concepto
de una "política de la humanidad". No pretendo, en absoluto, sostener
que convendría obrar en la construcción de algún quimérico Estado mundial.
Busco solamente reconocer de qué manera una instancia estatal a escala mundial
se esboza históricamente a nuestras espaldas y qué relaciones mantiene ésta, de
hecho -o puede, o debe mantener-, con otros niveles, particularmente
nacionales, de nuestra existencia común.
Preliminares concernientes a la noción de
Estado
La denominación de imperialismo
estatalitario comporta manifiestamente una contradicción en sus
términos. Estado e imperialismo, en efecto, no presentan la misma configuración
conceptual. La grandeza de Lenin ha sido la de poner en el centro del análisis
la consideración del imperialismo y concebir que, en adelante, una revolución
se articulará no solamente sobre la brecha de clase, según la visión del
movimiento socialista después de El manifiesto, sino, al mismo
tiempo, sobre la contradicción centro/periferia, sobre su incomparable
violencia y su potencialidad mundial de emancipación. Los teóricos
tercermundistas de los años sesenta y setenta han extendido -con Braudel- la
perspectiva a la larga duración subrayando que, desde su origen, el
capitalismo se define por una estructura de clases particular
-afectando tendencialmente cada una de las entidades (proto-estados, después
estados) de un conjunto que se desarrolla a partir de Europa, según un modelo
que terminó por generalizarse- pero simultáneamente y por lo mismo, por el
sistema que forman esas entidades en sus relaciones, sistema de dominación
jerárquica centros/periferias o imperialismo. El
capitalismo es estructura y sistema: las relaciones entre
individuos, en la época moderna, son mediadas simultáneamente por las
relaciones (estructurales) de clase y las relaciones (sistémicas)
imperialistas, cada vez más estrechamente imbricadas las unas en las otras. Pero,
si se habla de un imperialismo estatalitario, hay una contradicción
entre los dos términos. El primero reenvía a la forma sistémica (sistema del
mundo), el segundo a la forma estructural (estructura de
clases de una formación social particular). El
imperialismo, en efecto, no tiene la forma ni, consecuentemente, el modo de
funcionamiento de un Estado global. Es necesario, entonces, llevar más lejos el
análisis.
[[ RELACIONES DE PRODUCCIÓN, SON RELACIONES SOCIALES DE PRODUCCIÓN: EL ESTADO, SEA LOCAL O MUNDIAL, A LO QUE NOS REFERIMOS ES UNA RELACIÓN SOCIAL,...MATERIAL ESTRUCTURADA,...CON SUS CONTRADICCIONES INTERNAS, DIALÉCTICAS,...COMO TODO TIPO DE CONTRADICCIÓN-RELACIÓN,...COMO HABLAMOS DE ENTIDAD FORMADA, NO SOLO PENSADA,...PERO ES ALGO QUE SE MATERIALIZA POLÍTICAMENTE,...EN LAS RELACIONES ANTAGÓNICAS CAPIIMPERIALISMO-FUERZA DE TRABAJO UNIVERSAL,...
En efecto, se debe afrontar un triple
obstáculo epistemológico.
a) El primero
concierne al Estado en su forma manifiesta, que es aquel en el que él se declara como Estado
de derecho. El Estado moderno reúne seres considerados libres, iguales y
racionales (declaración). El Estado, además, declara que esas condiciones están
realizadas (negación) en las formas del Estado de derecho. Se
verá más adelante que esa declaración es una negación de lo que es. Pero, en el
Estado moderno, a medida que emerge como tal, todas las personas se supone
dependen de una voluntad común que debe, a través del proceso constitucional,
hacer la prueba (a menudo ilusoria) de que ella es tal. En ese sentido es que
existe una autoridad reconocida como legítima porque se considera establecida por
todos. Sabemos que nada de ello hay en el sistema del mundo: a escala mundial
no hay ninguna declaración de un poder común, de una autoridad suprema
establecida igualmente para todos. Salvo la "costumbre", en que los acuerdos
no son fácilmente identificables, los estados modernos no reconocen otra
autoridad más allá de ellos mismos que la que ellos conceden bajo la forma de
tratados, de los que eventualmente se pueden retirar. Aquellos que dominan a
los demás los reconocen, por lo demás, ostensiblemente como independientes. Es
por ello que la idea de un imperialismo estatalitario aparece inapropiada.
b) Otra razón para
excluir la idea de una estatalidad mundial, paradójicamente compartida por los
sostenedores de puntos de vista opuestos, se encuentra en las afinidades
supuestas entre Estado y Estado social. Del lado del liberalismo,
cuando se destruye el Estado social, se pretende extinguir el Estado tout
court, liberar al individuo del Estado. Del lado de los críticos
"sociales" del liberalismo, el verdadero Estado moderno se nos
representa como más o menos social. Convergencia de perspectivas contrarias:
dado que no hay Estado social mundial, entonces no hay Estado
mundial. La confusión proviene aquí, entonces, del concepto mismo de Estado. La
potencia de la ideología liberal hace sentir aquí todo su peso sobre su
supuesta crítica. Es, precisamente, pretendiendo abolir el "Estado"
que el liberalismo impone el Estado de clase, cuya extinción ya
había sido pronosticada por Marx. Se dice "menos Estado" cuando se
hace más Estado de clase, más constricción y violencia
estatal de clase. Lo propio del Estado liberal es avanzar
enmascarado en no-Estado, porque es Estado-de-clase y, como tal, invisible,
escondido bajo la naturalidad-racionalidad supuesta del intercambio mercantil,
de la contractualidad interindividual, lugar social por excelencia de la
"sociedad civil", de la cual bastaría levantar las barreras, opuestas
a la emancipación humana.
c) Tal es, en efecto,
la verdadera dificultad teórica. Consiste en que la noción de Estado
considerada a escala mundial no conduce a las formas empíricas familiares del
Estado social, ni siquiera a las ideas de Estado de derecho. La dificultad
concierne inicialmente al Estado de clase, el Estado oculto bajo la
negación, bien real, por lo tanto, cubierto por el "aparato estatal",
conjunto de instituciones de dominación y compromisos, lugar decisivo de la
lucha de clases. El problema, en efecto, es que el Estado de clase es "invisible".
Lo es en el mismo sentido que las clases sociales, que son ciertamente
perceptibles cuando van surgiendo interrumpida, inesperada y brutalmente en el
paisaje. A través de las luchas sociales se produce una crítica conceptual, que
elaboran los análisis sociológicos e históricos y que se expresan en los
propósitos cotidianos y hasta en el discurso mediático. Pero, todo ello como
relación entre los trabajos humanos bajo el fetichismo de la mercancía, las
clases son vistas sin ser vistas. No son vistas por lo que ellas
son. La razón es que ello se da prácticamente en el
discurso jurídico (en el sentido fuerte de su efectividad preformativa
sin llegar a la violencia que la confirma como necesario), que nadie puede
ignorar ni recusar.
El discurso jurídico, sin embargo, producido por la
lucha de clases, no reconoce las clases, sino solamente los individuos. No
reconoce, entonces, el aparato estatal de clase sino solamente las
instituciones consideradas comunes encuadrando todas las acciones individuales
o asociadas. Solamente una "crítica de la economía" (en el sentido de
Marx)[*] y de
la cultura, una sociología crítica, puede hacer aparecer las clases y, por lo
tanto, el poder de clase que se ejerce tanto a través de las instituciones
públicas como de las privadas (escolares, mediáticas,
bancarias, etcétera) como poder de Estado de clase. Es en este sentido que debe
entenderse la "estatalidad", la forma tendencialmente estatal, de la
que se hablará para decir que ella emerge, en el horizonte lejano, a escala del
mundo: como una estatalidad mundial de clase. Manteniéndose, sin
embargo, en relación dialéctica con una estatalidad de derecho....
[*] YA EXPLIQUÉ Y EXPUSE QUE, EL QUE O
LOS QUE HICIERAN CORRECTAMENTE DESDE EL PUNTO DE VISTA PROLETARIO Y DE LA
ESTRATEGIA DE LA REVOLUCIÓN PROLETARIA MUNDIAL, EL ANÁLISIS DE CRÍTICA A LA
ECONOMÍA POLÍTICA DEL CAPIIMPERIALISMO,...SERÍAN LOS DIRIGENTES
REVOLUCIONARIOS DE LA REVOLUCIÓN DE LA HUMANIDAD, EN EL SIGLO XXI.
(LUKYRH.21-11-2.013).
....Esta será la tesis sostenida aquí:
nosotros vivimos el tiempo de la ultramodernidad, culminación de la modernidad
capitalista y, por lo tanto de una emergencia de la forma "Estado
moderno" aparecido bajo la forma plural de los estados componentes del
sistema del mundo, pero figurando esta vez como la de una Estado-mundo que se
esboza insensiblemente a escala mundial en el horizonte del porvenir. No
asistimos al fin del imperialismo sino a su paroxismo en una creciente
estatalidad de clase. Estado infinitamente "débil", tal vez, pero
para cuya inteligencia, sin embargo, se requiere un concepto fuerte de Estado.
Instituciones económicas
Nada es menos
sencillo que articular el conjunto de determinantes reales de esta mutación
histórica designada como "mundialización". No buscaré aquí aportar
informaciones nuevas, sino interpretar los hechos puestos en juego por la
economía de inspiración marxista, en su portada más general. Supondré que este
fenómeno se define a partir del desarrollo social de fuerzas productivas, es
decir, no en una abstracta tendencia evolucionista hacia el progreso
tecnológico, sino una relación recíproca (aunque siguiendo temporalidades
siempre incomparables) entre formas de producción y formas de sociedad. Es en
las relaciones de producción determinadas, propias de un grado
de desarrollo determinado del capitalismo, del fordismo o posfordismo, que se
han desarrollado las fuerzas productivas que nosotros vemos operando hoy. En
contrapartida, estas fuerzas ponen en tela de juicio dichas relaciones así como
las instituciones que las enmarcan. Relaciones en círculo de
lo social-cultural, de lo jurídico-político y de la técnica. Las empresas que
las detentan, en esta fase tecnológica y sistémica (en el sentido aquí siempre
dado al término sistema como "sistema del mundo"), son las que logran
establecerse en las diversas partes del planeta disponiendo de sus diversos
componentes, de extracción, de producción, de comercialización, de dirección,
de investigación, de finanzas, según los diferentes lugares de optimización de
la ganancia a menos que, por el contrario, decidan establecerse en forma
permanente en una zona elegida por su sinergia. Son aquellas que saben sacar
provecho de las nuevas condiciones de producción: la necesaria
"organización" del proceso productivo en una escala más vasta implica
orgánicamente los saber-hacer más complejos, carácter "inmaterial" de
los productos, inmediatez de la información, el abaratamiento de costos de
transporte, hecho que la informática permite, una desterritorialización del
proceso de decisión del trabajo, de predeterminación y de control de tareas y
de los actos mismos de producción. Ellos son los que adquirirán la mayor
capacidad de colonizar las instituciones centrales, y de controlar y corromper
las periféricas.
La mundialización
económica aparece como un fenómeno dominante. Se dirá ciertamente que los
cambios se hacen principalmente en el interior de cada una de las grandes zonas
de la "tríada". La mundialización predomina, sin embargo, en el
sentido de que el comercio mundial cesa progresivamente de ser
"internacional", entre empresas de naciones diferentes, para
transformarse principalmente (en sus dos terceras partes lo es ya en la
actualidad) en el negocio de las "transnacionales". Poseedores del
núcleo duro de la producción mundial (las doscientas primeras se aseguran ya
una cuarta parte) ellas hacen predominar las reglas universales propias para
asegurar la desaparición de toda barrera aduanera, para remitir toda riqueza y
actividad a la apropiación mercantil, a poner fin (en forma fuertemente
desigual, ciertamente) a las prerrogativas económicas de una nación sobre su
territorio. La tesis aquí presentada es que, bajo esta forma específica, desigual y
asimétrica de declinación de las fronteras, el imperialismo económico,
cultural, político y militar incuba una estatalidad global creciente, que
anuncia, en el horizonte de la larga duración, el Estado-mundo, en el que nada
muestra, sin embargo, que tenga por vocación sustituir a los demás bajo la
forma de "Estado absoluto".
Ya he
anticipado que las condiciones formales del Estado aparecen, a escala mundial,
en un territorio, el planeta, unapoblación, la humanidad, y
una ley en vigor, caracterizada por la potencia del capital
imponiéndose bajo la forma fenoménica de la "ley del mercado".
Volveremos sobre los caracteres de ese territorio, delimitado pero infinito, y
de esa población que es la comunidad universal. Pero comencemos por el vigor de
la ley, en la que lo propio no es solamente que ella se da como parte de la
naturaleza misma, sino también que se ejerce como el hecho de un poder de
clase.
El carácter privado de
los organismos de arbitraje de las relaciones mercantiles a escala
internacional no significa en absoluto que no surjan de una función estatal, en
el sentido de un Estado de clase. A escala del Estado-nación, desde ya, las
clases dominantes se apoyan en un conjunto de instituciones privadas o
autónomas -escolares, mediáticas, jurisdiccionales (cámaras de comercio)
monetarias (bancos centrales) etcétera- apropiadas para asegurar el poder y en
el que la "autonomía" consiste en que se escapan a la gestión
democrática común. De ese modo, a escala mundial, las instituciones de
arbitraje, como las cámaras de comercio internacionales, ponen en obra la lex
mercatoria, donde el poder se mide en su capacidad de poner en marcha, así
sea indirectamente, los procesos de sanción para considerar contraventores a
quienes ella designe como tales. Hasta el presente prevalece la idea de que
esta legalidad concreta, continuamente reelaborada por los agentes del mercado
internacional, no podría entrar en contradicción con las legislaciones
nacionales. Se constituye, sobre todo, como una forma de racionalidad en la
que, virtualmente, los diferentes derechos privados nacionales pueden
apropiarse. Sus decisiones son necesariamente confirmadas por los tribunales
nacionales. En realidad, esas confirmaciones mismas, hasta el momento en que
devienen inútiles, consagran sobre todo esas instancias privadas como
productoras de derecho, funcionales a un poder de clase a escala de un espacio
estatal mundial que se establece sobre la base de la referencia a una
"ley" supuestamente natural del mercado, impuesta racionalmente y,
por lo tanto, jurídicamente.
Sabemos hasta
que punto las instituciones "internacionales", como el Fondo
Monetario Internacional (FMI), pesan desde hace largo tiempo en ese sentido,
suspendiendo toda "ayuda financiera" con el objetivo de llevar a la
liquidación a los servicios públicos y eliminar toda política económica
autónoma. Sabemos también que con la Organización Mundial de Comercio (OMC) ha
sido franqueado un nuevo paso al avance de un programa de privatización
universal de actividades materiales e intelectuales, bajo el arbitraje decisivo
de un órgano de resolución de desacuerdos (ORD) facultado para poder
constreñir, forzar económicamente a los insumisos, monopolio de la constricción
legítima de última instancia. Es una suerte de primer esbozo de la instauración
de un derecho estatal de alcance mundial, del cual se puede también decir que
es un no-derecho, que escapa, en efecto, a todo control ciudadano pero que no
le impide ser el derecho vigente. La novedad consiste particularmente en que no
se trata más, en adelante, sólo de arbitraje, ya que el procedimiento culmina
en la posibilidad de ser apelado en un órgano permanente de siete expertos
nombrados por cuatro años, cuya decisión, tomada por el ORD, es ejecutoria bajo
pena de sanción. Que ese órgano central esté bajo la influencia preponderante
de los más poderosos -decidiendo, por ejemplo, privilegiar la carne tratada con
hormonas frente a la carne tradicional- no le impide funcionar como instancia
estatal cuasi-jurisdiccional mundial. El Estado del capital da muestras de su
existencia a través de sus actos y de sus instituciones, establecidas
centralmente y capaces -en virtud de una legalidad que se considera común: es
decir, la del mercado (norma de apropiación y de intercambio, al mismo
tiempo)-, de garantizar un arbitraje eficaz entre los sectores capitalistas, e
inspirado en la desigualdad de las relaciones de fuerza, pero adoptando la
forma de un compromiso que exige compartir algunos aspectos de poder con la
clase común. Esta constatación se verifica imperceptiblemente a escala mundial.
El aspecto más
importante es la supuesta indefinición del proceso, que promete un
desarrollo sin fin. Lo propio de la OMC es, en efecto, decretar que,
en la economía mundial, nada se le debe escapar. Cubriendo el conjunto de
acuerdos comerciales internacionales se declara, en realidad, competente en
todos los dominios, con el objetivo oficial de la desaparición de las barreras
aduaneras y la apertura de toda actividad al mercado internacional. Se arroga
así una prerrogativa general, no solamente sobre el comercio, sino sobre el
proceso mundial de producción bajo todas sus formas, comprendiendo los
servicios y los conocimientos, que son invitados a inscribirse en el orden
mercantil. La adhesión a la OMC es en principio global, concerniendo al conjunto
de los acuerdos comerciales existentes sin restricción. Esto no quiere decir
que los estados sean formalmente constreñidos a abrir al mercado todos sus
dominios de producción. Son solamente incitados a hacerlo por la amenaza de
medidas de retorsión que los más poderosos son capaces de tomar frente a su
oposición. Sobre todo, los compromisos que toman así por sucesivos
acercamientos, a menudo a través de delegaciones parciales de soberanía que ya
han sido consentidos a los conjuntos continentales (TLC/NAFTA, UE), tienen un
carácter irreversible, por lo que se abandonan a un poder superior a escala
mundial.
El Acuerdo General
sobre el Comercio de Servicios (GATS) lleva a su culminación ese dispositivo. Su objetivo declarado
es la eliminación progresiva de las barreras aduaneras "no
tarifarias", particularmente las constituidas por la voluntad de las
comunidades estatales para asegurar de manera no mercantil ciertas producciones
esenciales como las de la educación, transportes, información, investigación y
la salud. Los "servicios", en la definición más amplia, pueden
englobar las dos terceras partes del producto bruto interno de países
desarrollados: distribución, finanzas, cultura, ambiente, comunicación,
turismo, deportes, innumerables servicios profesionales (en realidad, productos
y servicios están, por lo demás, estrechamente imbricados: los productos son
transportados, distribuidos, vendidos, reparados, alquilados, etcétera). No se
trata solamente, entonces, de servicios públicos, sino de toda suerte de
actividades, que son objeto de un verdadero tejido de reglamentaciones
(financiamientos, condición de las personas, etcétera) producto de luchas
sociales y compromisos políticos a todos los niveles de la vida pública.
La extensión de
los acuerdos a los servicios no concierne, entonces, solamente a nuevos
sectores, sino, a decir verdad, a toda la actividad humana, transformada en
economía y comprendida en relaciones mercantiles. En ese cuadro los servicios
son llamados a considerarse como las empresas en el mercado. No es que les sea
prohibido a los estados producir servicios por vía fiscal, pero ellos deben
inscribirse en una relación de estricta concurrencia con el mercado
capitalista, que posee poderosos medios para imponer sus criterios en materia
de objetivos, de normas de calidad, de profesionalidad, de garantía salarial y
social, etcétera. Toda nacionalización deviene una infracción. Toda subvención
es ya una subversión. Todo trabajo es aprehendido como producción para un
mercado, terreno de ganancia. A ello se agrega la tendencia a la
desterritorialización ligada al desarrollo de la informática. Véase el comercio
electrónico, que disminuye los poderes niveladores de control y de recaudación
del impuesto.
A través de esos
procesos, de carácter estatalitario-global el imperialismo se potencia, ya que
la demolición de todos los tejidos de solidaridad nacional no crea una
mundialidad indiferenciada sino una creciente global-estatización que genera
desigualdades. En efecto, se imponen los criterios, las normas que son las de
las empresas de los Estados más poderosos. ¿Qué género de diplomas deben poseer
los personales médicos o docentes? Y, ¿bajo qué control? ¿Qué obligaciones a
largo plazo tendrán las empresas de transporte o de correo, etcétera, en un
territorio dado? Los acuerdos sobre tales asuntos se negocian en secreto entre
representantes de potencias que tienen interés en tales emprendimientos, en un
contexto de complejidad burocrática que los países pobres evidentemente no
pueden dirigir. Esas actividades públicas o encuadradas a escala nacional no
entran a un mercado mundial neutro sino organizado, sobre bases dominadas por
las más potentes trasnacionales y sus estados que penetran de parte a parte el
espacio periférico. Los capitales desarrollan así su capacidad de operar como
capital: de apoderarse de los sectores de mayor rentabilidad inmediata, sin el
menor cuidado del desarrollo general ni del equilibrio sustentable.
La mundialización,
tal como está operando, debe ser designada, entonces, como imperialismo. Ese
término, tirado al marxismo como hueso al perro -a menos que sea recuperado por
un uso eufemístico, particularmente en términos de "imperio"- es el
que realmente conviene. La supuesta abolición de las fronteras es, en efecto,
un fenómeno asimétrico (como lo es siempre toda configuración
"sistémica"), así lo señala la oposición entre libre circulación de
capitales y la asignación de las fuerzas de trabajo en residencias periféricas.
No toda frontera es destruida, lo sabemos. Las del Norte resisten muy potentes.
Ciertas entidades del ex Tercer Mundo como China o la India manifiestan
capacidad de resistencia y de autonomía relativa. El aspecto determinante es,
sin embargo, el dominio creciente de las empresas trasnacionales sobre la mayor
parte del planeta. El anclaje a un país o a un "continente" señala el
origen del imperialismo: atrás de las empresas hay estados que se baten en las
instituciones mundiales y regionales por su promoción, para que todo sea abierto
al mercado, particularmente los servicios, para la conquista de las más
poderosas trasnacionales, que tienen la mayor capacidad de manipular las reglas
a su favor, son las mejores preparadas. El capital tiene, en adelante, la
capacidad de ir a cazar la fuerza de trabajo donde la encuentre, allí donde sea
más barata, más servil, más debilitada por los regímenes opresivos.
Como vemos que no hay
contradicción, sino conjunción, entre el elemento de estatización mundial,
según el cual se ha instaurado un mercado considerado virtualmente cada vez más
abierto, sobre una ley, formalmente la misma para todos y bajo instancias
propiamente mundiales, y la dinámica del imperialismo que se afirma de manera
específica, por el hecho de que los estados de los centros dominan, de hecho, e
instrumentan esas reglas y esas instancias. La mundialización constituye un
factor decisivo en la continentalización de la humanidad en la articulación del
sistema de una tríada que se reparten el control. El multiplicador de explotación
estructura/sistema, por el cual la dominación estructural, es decir definida
por la estructura de clase en el seno del espacio nacional, se halla
multiplicada por la dominación sistémica (imperialista) -como lo testimonia
todo lo que pesa, sobre la fuerza de trabajo inmigrante, la precariedad
salarial en la "doble pena"- encuentra así su versión última en el
multiplicador estructura/sistema/Estructura, según el cual la dominación
imperialista (sistema) se refuerza también a través del abandono formal de las
prerrogativas nacionales en una forma estatal mundializada (Estructura) de
ejercicio del poder.
Instituciones políticas
No más que existencia
del "mundo económico" empíricamente dado, sino sobre todo una
compartimentación continental e imperialista triádica del planeta, tampoco
parece existir el "mundo jurídico" sino, sobre todo, un conjunto de
naciones que constituyen un derecho internacional ligándose jurídicamente entre
sí por los acuerdos que les son cómodamente denunciables. Hablar de derecho
"mundial" parece, entonces, incongruente. Tal cosa no podría existir
sino en la estricta medida en que la capacidad de decir el derecho y de
operarlo hubiera sido irreversiblemente concedida a instancias supranacionales
(mundiales) estatales poseedoras de autoridad y poder al efecto. Pero, ¿qué hay
que sea irreversible? ¿Cuáles serían eventualmente sus efectos? ¿Cuáles son los
vínculos entre esa efectividad y el imperialismo?
El derecho "mundial" como
institución, declaración y aplicación
Paradójicamente, la
emergencia de un derecho calificable de "mundial", en el sentido muy
débil antes indicado, hace cuerpo, me parece, con el de un nuevo derecho
internacional después de 1945, al día siguiente de la derrota del nazismo. No
solamente la Organización de las Naciones Unidas (ONU) es creada entonces como
una institución en la que todo Estado es particularmente llamado a
incorporarse, sino que esa afiliación universal, que se produce efectivamente,
constituye luego una obligación efectiva, ya que es inconcebible que algún
Estado se pueda retirar de esa organización común en que las disposiciones se
consideran válidas para todas las naciones y, a través de ellas, para todas las
personas.
El primer principio
de la Carta es, sin embargo, que cada Estado es soberano no solamente con
relación a otro sino también con relación al conjunto de los otros. Esto parece
anular enseguida todo derecho constringente, el magisterio de la ONU sólo se
ejerce en la forma de "resoluciones". Además, ellas son acordadas en
el cuadro de una suerte de constitución de la ONU, contenida en su Carta, que
determina las condiciones en las que las recomendaciones, declaratorias u
obligatorias, son tomadas. Hay en ella un dispositivo de poder político, en el
que se considera todo Estado debe suscribirse. Por lo tanto, un juego de poder
legítimo.
Es así constituida una
instancia mundial de declaración, reconocida como tal y, por ese hecho, dotada
de alguna autoridad que declara un derecho universal, un orden común a todos.
Como lo resume excelentemente Marcelo Kohen "es ese derecho el que ha
erigido en principios fundamentales del orden jurídico internacional la
interdicción a la amenaza o al empleo de la fuerza, la reglamentación pacífica
de los diferendos, el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos, el
respeto de los derechos fundamentales de las personas, el deber de cooperación
internacional y el que parece un contenido nuevo a la igualdad soberana, el
respeto a la integridad territorial, a la no-ingerencia y a la buena fe en las
relaciones internacionales".
Sabemos que ciertas
resoluciones de la ONU han ejercido una influencia innegable en el espíritu de
ese nuevo derecho. Se trata, particularmente, de la Declaración relativa a la
concesión de la independencia de los países y de los pueblos coloniales (del 14
de diciembre de 1960). Es necesario también citar la Carta de los deberes y
derechos económicos de los estados, adoptada el 12 de diciembre de 1974 por la
asamblea general de la ONU, que garantizó a los estados el derecho de
nacionalizar, etcétera. Sabemos también que ese derecho, hasta en otro tiempo
poco acentuado por la coalición del Tercer Mundo ha, desde hace tiempo y,
particularmente, del hecho de la nueva relación de fuerzas consecuencia de la caída
de la Unión Soviética, caído en desuso. Lo que ilustra, además, como se ve, el
impulso de la OMC. La tendencia es más, generalmente, hacia la vuelta al viejo
derecho como norma efectiva. Al mismo tiempo, permanecen altamente
problemáticos, por el hecho del fundamento puramente contractual de tales
instituciones favorables a los intereses de los estados predominantes, el
funcionamiento de la Corte Internacional de Justicia y el porvenir del proyecto
de la Corte Penal Internacional. El Estado más poderoso, para no hablar más que
de él, se rehúsa a ratificar los tratados más indispensables para la puesta en
marcha de los objetivos considerados por la Carta: convenios contra el efecto
invernadero, para la biodiversidad y sobre el armamento (minas antipersonales,
armas químicas, etcétera.
El derecho "mundial" como agente
del imperialismo estatalitario-global
Pero hay que ir
más lejos, porque no se trata de hablar propiamente de una señal de debilidad o
debilitamiento de la juridicidad mundial sino de su eficacia misma. El derecho
"mundial", en efecto, en sus formas manifiestas, lleva la marca de
las relaciones sistémicas y de las relaciones de clase. Se puede decir
ciertamente que el poder que se ejerce a través suyo, no teniendo la capacidad
de obligar, es infinitamente débil. Pero de esa debilidad estructural misma
resulta un aumento de poder sistémico. Las resoluciones, en efecto, no son
aplicadas sino cuando son apoyadas por la fuerza de los más fuertes (en el
mismo sentido el derecho reconocido a la "legítima defensa" sólo es
pertinente para los estados más poderosos). La predominancia de los estados del
centro, en el seno de la instancia "global estatal" llamado consejo
de seguridad, refuerza así su potencia propiamente sistémica: el derecho de veto
traza los contornos estrechos de lo que puede ser objeto de una eventual
decisión común. Se acrece así la legitimidad que el dispositivo jurídico de la
ONU confiere solamente a las resoluciones adoptadas por ella. Esto también
queda manifestado por la competencia a priori que ese consejo se atribuye en
materia de represión del "terrorismo internacional" al mismo tiempo
que concede una gran latitud a las grandes potencias para conducir por su
cuenta el combate contra él. Así, queda abierta la puerta para volver al
derecho de ingerencia. En definitiva, ese derecho llamado
"internacional", considerando a ese nivel, no es tan soft como
parece, ya que para él, en efecto, la legitimidad de una jurisdicción
propiamente estatal-mundial se encuentra movilizada por la legitimación de los
intereses imperialistas. Además, se notará la correlación entre su forma
global-estatal pública (ONU) y sus formas ocultas, supuestamente privadas
(cámaras de comercio internacionales) aparatos de Estado mundial que aseguran
el funcionamiento universal del orden capitalista.
La dialéctica ultimoderna de
la fuerza y del derecho
Sin embargo,
tratándose de la forma "pública", no está todo dicho señalando
solamente que los Estados Unidos "manipulan la ONU". Porque lo que se
manifiesta en ese recurso "instrumental" es la necesidad de la fuerza
de ser legitimada por una instancia universal de derecho, en vista de la cual
ella no sea todopoderosa. Según una paradoja bien conocida, que Bourdieu ha
movilizado para ilustrar la relación entre el príncipe y el intelectual, pero
que tiene una significación más amplia, la fuerza no encuentra en el derecho
ningún apoyo sino en la medida en que provee al público alguna prueba de su
independencia. La cuestión de esta estaticidad mundial emergente debe entonces
ser considerada según la relación dialéctica contradictoria entre esa realidad
estructural, según la cual se ejerce a través de ella una relación
"global" de clase, que asegura, santifica y exacerba las relaciones
imperialistas y su realidad-ficción (pero no ficticia) metaestructural según la
cual una ciudadanía, y por lo tanto una ciudad, mundial deviene una
reivindicación común, a decir verdad siempre cargada de ambigüedad y de la que
es urgente elaborar la forma crítica.
Si la doctrina de un "derecho
internacional" conoce fluctuaciones considerables al ritmo aleatorio de
los cambios de relaciones de fuerza, resulta que hay algo irreversible en el
hecho estructural, altamente ambiguo, de la institución de un lugar mundial de
poder, fenoménicamente perceptible como el efecto de una delegación, de una
transferencia que, aunque mínima, parece ineluctable. Resultando, del hecho de
la relación sinergética, pero también contradictoria, que mantiene con el
centro imperialista, una nueva dialéctica de la fuerza y del derecho,
particularmente legible en el momento en que trata la cuestión de la violencia
legítima.
Las
condiciones, aparentemente coyunturales, de la emergencia de una (débil)
instancia estatal mundial no han desaparecido pero se han transformado. La
señal ha sido dada después de 1945 por el peligro, vuelto evidente, de nuevas
hecatombes en el seno de la humanidad y por la imposibilidad flagrante de
mantener el sistema colonial de desigualdad formal entre naciones y no-naciones,
de contener la violencia de los pueblos sojuzgados. Una voluntad común
universal debe imponer las condiciones del reconocimiento de algunas
pretensiones de la modernidad: independencias nacionales y coexistencia
pacífica. La alineación de los nuevos estados (o su deterioro) en el orden
internacional "mercantil" y la desaparición de los peligros ligados a
la brecha entre los dos bloques antagónicos parece quitar a esta voluntad común
universal toda razón y todo medio de afirmarse. La estaticidad mundial se
reduciría a la ONU y ésta, a su vez, a la prestación de una suerte de servicio
de asistencia médica de urgencia nocturna al servicio de las formalidades de la
paz (sustancialmente asegurada por el poderío de las "alianzas
militares" alrededor de los Estados Unidos) de la que la "sociedad
civil mundial", según los unos, o el imperialismo, según los otros,
tendrían sin embargo, necesidad. Se puede pensar que hay, al contrario, en la
situación aparecida en la post-guerra, un elemento irreversible, que persiste y
crece bajo otras formas, solamente que oculto, bajo el orden neo-liberal, por
un fantasma todopoderoso que reactiva "la ilusión colonial" de
dirección de los pueblos dominados, el de un fin apacible y sumiso de la
historia.
Ese elemento irreversible
puede considerarse según niveles de análisis y ángulos diferentes y contrarios:
necesidad de una "regulación" mundial y, por lo tanto, de reglas
(pero, ¿quién fijará las reglas y el derecho?), relativas a los peligros
inherentes a una sociedad mundial desprovista de un poder común y peligro
consubstancial a toda concentración de poder, y a la exigencia de una
ciudadanía universal, etcétera. En definitiva, debe entenderse como elemento de
la dinámica estructural estatal de clase mundial y, también, contradictoriamente,
como momento "último" de la promesa-exigencia que yo denomino
"metaestructural", es decir, siempre en la ambigüedad de sus
relaciones dialécticas.
Tomando en
consideración la seguridad colectiva, la señal mayor no viene solamente del
atentado de Manhattan, sino tanto más del juego perverso del ántrax, finalmente
de origen "doméstico"(!) que revela la omnipresencia potencial de
armas de destrucción masiva, disponibles para una guerra civil en un espacio
estatal mundializado. La amenaza no ha cesado para nada. Pero ha tomado un
rumbo nuevo: se ha privatizado. Ha cesado de ser solamente una amenaza
exterior, esgrimida por un Estado contra otro, para devenir un peligro a
la Hobbes, que no se detiene, según una demostración clásica, sino confiando
a una instancia superior única y común el monopolio de la violencia legítima,
es decir, por una institución estatal, esta vez global (y la condición,
enunciada por Rousseau, según la cual la paz no sólo existe si la soberanía no
es otra que la de los ciudadanos, definiendo aquí el desafío político bajo su
forma última). Que los peligros que amenazan sean de carácter privado y
civil en un espacio global-estatal es un hecho que se verifica ya que
la amenaza de violencia no viene de los guerrilleros de la montaña afgana sino
de los de las finanzas mafiosas mundiales, movilizada por las acciones nómades
en cualquier lugar del mundo, y particularmente en los centros en que se
encuentran concentradas las armas más eficaces y los blancos más significativos.
Los "santuarios" nacionales, soportes transitorios, tantas veces
inútiles, no son sino los eslabones "sistémicos" de un proceso que es
también "macroestructural", es decir, emergente de un poder estatal
de clase a escala mundial que se afirma por la imposición de la ley común del
capital, llamada ley del mercado.
La policía y el Estado
Se ha dicho ha
menudo que los Estados Unidos son militarmente muy poderosos. Su superioridad
militar absoluta con relación a otras grandes potencias no lo asegura sino
indirectamente ya que la confrontación directa entre ellos se hace en el
terreno de la competencia económica. Le asegura un dominio sobre los teatros
del Sud, donde todo conflicto parece que debería tornarse ventajoso en el
supuesto campo en el que se medirían los Estados Unidos y que le permitirá
hacer pie económica y políticamente. Pero el resultado político no es para nada
cierto porque supone un crecimiento como potencia con un mínimo de legitimidad
que, precisamente, es lo que le falta. Ciertamente, los Estados Unidos parecen
jugar con la ONU. Para la guerra del Golfo, todavía han debido arrancar su
permiso gracias a su capacidad de chantaje sobre algunos socios del consejo de
seguridad. Para la de Kosovo, la ONU fue también depreciada, la superaron,
legitimados por la coalición de sus aliados, franqueando el paso desde un
fundamento de derecho a un fundamento moral. Para la del Afganistán, obtuvieron
de ella una bendición, a la que han dado la interpretación más extensiva y más
improbable: se declararon habilitados a perseguir al enemigo designado por todo
el mundo. Resta saber si tendrán la capacidad de dejar detrás de sí un orden
que les sea favorable. El hecho de que la supremacía militar no permita una
dominación política segura y que sólo la ONU pueda "finalizar" tal
operación es altamente simbólico, es decir, va mucho más allá de la cuestión de
los poderes formales de la ONU: manifiesta que la forma "sistémica"
ha dejado de ser exclusivamente predominante y que una relación de fuerzas que
tiende a la imposibilidad creciente de gobernar las mayores masas humanas
solamente por la fuerza imperialista, cuenta también en esta tendencia a una
cierta estaticidad mundial.
Es en esta mirada que
la guerra imperialista debe asumir, de aquí en más, los rasgos de una operación
de policía. Los GI, soldados de las fuerzas norteamericanas, son
considerados legitimados como presuntos agentes de policía del orden mundial. A
ese título son dignos de gozar de una protección particular la que les permite
sobrevivir a los "intensos combates" que infligen a sus adversarios.
Son considerados nuestra fuerza común bajo el sol común, nuestra milicia, tropa
de elite dotada de una suerte tecnológicamente garantizada, capacidad de matar
sin ser muertos, teniendo el privilegio de ser el brazo armado de dios en la
tierra, nombre que Hobbes dio al Estado moderno. Pero el jefe de la policía
mundial no es el del Estado mundial. Debe dejar lugar a dios mismo, para el
caso bajo la forma de la ONU, muy pequeño dios que, sin embargo, sólo puede
oficialmente residir en la institución de una república particular, bajo el ojo
constitucional atento del mundo entero. No hay policía mundial más que de un
Estado mundial, tan débiles son las prerrogativas.
Microcosmos y macrocosmos
En
definitiva, hay que descifrar la ONU como la esfinge de Jano. De un lado estructural,
resultado y concentración de relaciones de fuerza de una estructura de clase
(en su relación con el "sistema mundo") y del otro, metaestructural,
promesa de un Estado de derecho finalmente legitimado por todos, en su infinita
debilidad, signo de una real potencia de todos. Ello sugiere que la ciudadanía
mundial -que queda, sin embargo, por definir y circunscribir- es una idea de
combate y de futuro. Así aparece cuando relacionamos el microcosmos del
Estado-nación y el macrocosmos del Estado-mundo en gestación.
En las formaciones
sociales modernas, los Estados-nación, las relaciones de clase se instituyen a
través de las relacionesvirtualmente contractuales del salario, en
las que son declarados libres quienes movilizan la maquinaria
mercado-burocracia con la voluntad de oportunidades de ganancia. En ese
sentido, en lo formal hay elementos de lo material. No se puede impunemente
declarar la igualdad sin que esa declaración no sea incesantemente invocada en
contra por quienes sufren la desigualdad, y activamente reivindicada en una
práctica constitutiva (a través de la lucha social y política) de un cierto
poder común, de un cierto empeño de la multitud sobre las leyes que la rigen.
Esa declaración no tiene eficacia sino porque la dinámica económica, en la
forma de sociedad que se refiere a la igualdad formal, tiende a promover una
clase de asalariados de la que su número y su calificación creciente, su rol en
el proceso mismo de producción, la vuelve siempre más capaz de conquistas
políticas y culturales. Esto dicho muy abstractamente, simple apelación a un
motivo clásico del marxismo que no ha perdido su actualidad para nada.
También sucede con la
declaración de los derechos y la igualdad de los estados. Ello no atiende a
ninguna fuerza de la moral y sus proclamas, sino a lo que no es tan fácil, como
disolver a los Estados, aun los más débiles, en el "mercado
universal" y ello porque no ha existido nunca mercado sin regulación
alguna, sin organización de alguna manera consentida (lo que no quiere decir
necesariamente democrática), fuera del mercado, de una parte
importante de la vida social. Más ampliamente, sin una nación, detentadora de
lo sagrado de la existencia común. Las naciones no desaparecen en el mercado
como el azúcar en el agua. No hay hoy solamente una resistencia del
hecho estatal, sino, en todo país del mundo, una densificación extrema
de las existencias nacionales. La gente termina por ver que su destino se
extrae del orden de la costumbre, local, particular, familiar o clánico, para
constituirse según una red cada vez más apretada de derechos, de obligaciones,
de riesgos y de seguridad, de perspectivas, de libertades y apremios que tienden
a la densificación de las leyes y las reglamentaciones nacionales. También,
paradójicamente, al tiempo que las barreras mercantiles se deprecian, el
espacio estatal se densifica (de ahí que en la potencias y la violencia de los
fenómenos de descomposición/recomposición nacionales, los grupos implicados ven
poner en juego sus intereses más íntimos y más tangibles). Pero no existe ya
más, en adelante, un Estado particular fuera del decreto de la sacralidad
superior de la "comunidad internacional" en el sentido estricto de la
comunidad de naciones, instituyendo las instancias supranacionales. Se
engendra, bajo el imperialismo, una suerte de dialéctica entre, de una parte,
el reconocimiento "pese a todo" de la soberanía de los estados,
aunque la mínima posible, por seguro, como el principio de pacificación
indispensable para "la inversión" económica y, por otro lado, el
hecho de que ella no puede ser asegurada sino por la certificación, en la
necesidad militar, de la ONU y, por lo tanto, por su promoción. Los estados-nación,
irredentos, apelan al Estado-mundo, exigidos por su existencia misma.
Que
la "comunidad internacional" se adelante de hecho, tendencialmente,
hacia el Estado-mundo y, por lo tanto, que adelante el programa genético del
imperialismo, no tiende evidentemente a esa sola dialéctica del microcosmos y
del macrocosmos. Dejo aquí fuera del análisis todo lo que, originándose en el
movimiento de fuerzas productivas-destructivas, hace potencialmente del espacio
planetario un solo mundo para todos: la comunicación cultural, la ciencia. Los
grandes asuntos, irreversibles, de la ecología, a la vista de los cuales, las
naciones tienen intereses diferentes no conciernen solamente a las naciones
sino a la humanidad como tal. El derecho mundial está presente como exigencia
vital. El poder común de constreñir a la preservación del planeta supone, para
su ejercicio, las formas de su legitimidad.
Denominaciones y concepciones propuestas
para nuestro tiempo
Este análisis conduce
a la crítica de algunas denominaciones corrientes. La de "comunidad
internacional", que sólo es procedente en el sentido preciso de comunidad
de Estados, en tanto que opera a través de instituciones y reglas reconocidas
por todos, las de las Naciones "Unidas". No hay "comunidad"
que tenga alguna autoridad legítima sino en la medida en que "la
unión" de ellas represente un hecho constitucional (por limitado que sea)
en el sentido moderno del término, reenviando al acuerdo supuesto por cualquier
hijo de vecino a través de la adhesión del Estado a que pertenece. Habría poco
que decir sobre esta expresión si no fuera constantemente utilizada en los
medios (comprendiendo la prensa más "erudita") para designar, en su
pretensión una legitimidad universal, los organismos "sistémicos" más
diversos, al FMI que se considera que aporta "la ayuda de la comunidad
internacional", a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)
que asegura sus "intervenciones" en vista de la seguridad y la paz,
como puede hacerlo también cualquier coalición de "Aliados" por una
buena causa. La expresión funciona como una cobertura ideológica muy
inocentemente "reaccionaria" designando la posesión de autoridad,
para intervenir en los Estados del Sur, de las instituciones militares o financieras
constituidas por el Norte y rigurosamente desprovistas de la legitimidad
(supranacional) que se les atribuye, no poseyendo en efecto ninguna suerte de
"legalidad". Forma la matriz de un lenguaje estereotipado
supuestamente consensual, lengua franca que opera 24 horas por día. Operador
ideológico por excelencia de la ultimodernidad, alcanza su funcionamiento
máximo cuando autoriza el derecho a trascenderse en moral, como fue
particularmente flagrante en el caso de Kosovo. Porque la vulgata de
la ultimodernidad, en tanto que moderna, no puede funcionar sino en la
universalidad: en el imperialismo, que no puede llevar adelante la superioridad
civilizatoria, queda oscurecida la modernidad de los "derechos del
hombre"·. Lo que no puede ganar sobre el terreno del derecho se esfuerza
por cargarlo sobre el de la "moral", sobre el que todos los golpes
son permitidos, visto que la convalidación de sus afirmaciones no exige el
sello constitucional sino solamente el poder de la opinión dominante, asegurada
de entrada a los que tienen los medios de manipularla.
La denominación de "sociedad civil
internacional" es más pretenciosa. Vehicula, en efecto, -por lo menos en
el sentido tradicional del término, porque se hace hoy objeto de una
subversión- la temática explícita de una sociedad civil (mundial) sin Estado
(mundial), de un "derecho sin Estado", estadio supremo donde el
derecho realizaría su propia esencia, que es la de tender hacia las
interacciones liberadas de toda constricción autoritaria, de todo arbitrio
estatal reglando la libertad individual. Esta tesis sería perfectamente
justificada si la ley mercantil pudiera pasar por una ley natural y la
autoridad estatal por un artificio, como un estadio históricamente provisorio.
Implica una idea del derecho mercantil como "derecho natural" fundado
sobre el argumento utilitarista del mercado, como forma racional
(productiva) por excelencia, de la interacción económica, sublimada en el
argumento del bien común, por lo tanto del bienestar de cada uno, que sería su
derecho supremo. Contra esta tesis se vuelve la teoría metaestructural, contra
la idea que se puede pensar el derecho fuera del Estado y la economía fuera de
la política. En el plano último de entendimiento racional, el mercado no es
jamás sino un modo de coordinación posible, siempre polarmente ligado a su
"otro", que es la organización, en una relación que no es simplemente
alternativa sino de múltiples entrecruzamientos. En el plan fundador de la
razón jurídico-político, de la declaración de derecho, nadie contrata con
cualquiera si no con el objetivo de un objeto del mundo que puede también ser
pretendido por cualquiera, salvo acuerdo entre todos sobre las condiciones de
la apropiación y de la contractualidad intereindividual. El derecho
"natural" moderno -o la "cultura" moderna, en tanto que
rechazo de toda ley de la naturaleza- es aquel por el cual la propiedad es
siempre pretensión criticable a la propiedad, es aquél por el cual la propiedad
privada o colectiva no es jamás conquistada sino siempre abierta a la
argumentación. Es lo que al propietario le impide dormir. En el lenguaje de
Pascal: "el Cristo estará en la cruz hasta el fin de los tiempos, no se
puede dormir durante ese tiempo". En máxima del príncipe moderno (a la
Gramsci): "el ciudadano no duerme". El "derecho (llamado
internacional) sin Estado" de la "sociedad civil internacional"
es, en realidad, bajo el régimen del sueño dogmático, "el Estado (de clase
mundial) sin derecho": es el arbitrio de la propiedad capitalista dándose,
fuera de la constitucionalidad argumentativa, como regla común, ejerciéndose a
través de la potencia oculta de sus aparatos mundiales de Estado privados
(véase supra) y la hegemonía que ejerce el centro sistémico
(imperialista) sobre las instituciones emergentes de estaticidad mundial.
El término "ultra-imperialismo"
ha sido retomado para designar el estadio en que ha devenido hoy el
imperialismo. Una cierta tensión se observa sobre el asunto en los marxistas,
entre, de un lado, los que insisten sobre la división del planeta en grandes
conjuntos económico-políticos, tanto según la "tríada" imperialista
como los "continentes" abiertos en adelante a la acción política y,
de otro, los que, sin subestimar ese aspecto de las cosas, ponen el acento
sobre el carácter multilateral de las relaciones de dominación en el cuadro de
una concurrencia capitalista mundial. Odile Castel habla en ese sentido de un
"ultra-imperialismo". Esta aproximación apunta a adelantar las
premisas de un "Estado global", "complejo" en lo que lleva
la marca de una jerarquía sistémica. El esbozo aquí propuesto, que tiene más de
una relación con una tal visión, supone solamente que, interrogándose sobre la
naturaleza "estructural" (de clase) de esa estatalidad, se la pone en
relación con las condiciones "metaestructurales" de lo que, en la
época moderna, se da como estatal: no hay Estado en el sentido moderno del
término, y entendido en el plano global, sin el presupuesto de un poder considerado común
bajo el signo de la igualdad y la libertad (declaración/denegación). Las categorías
de la economía aquí no bastan: los presupuestos propiamente políticos
pertenecen al contexto de la mundialización de las luchas sociales. La fuerza
de la crítica de la mundialización neoliberal tiene en el trabajo eminente de
los economistas su debilidad en la débil implicancia de la filosofía política.
La denominación de "imperio" ha
conocido un gran auge a través del libro de Toni Negri y Michael Hardt, donde
se encuentra asociada a una rica investigación y a toda una serie de
instituciones fulgurantes. A mi entender, su comprensión se hace dificultosa en
lo que no se impone sino como una colusión-confusión, que debilita
singularmente su carácter heurístico y su confiabilidad política, entre las
categorías sistémicas, las del sistema-mundo (las del imperialismo)
y las categoríasestructurales, las del Estado-mundo emergente. De forma
típica el "imperio" que supone designar alguna cosa como el sistema
global, se encuentra definido por trazos específicamente estructurales:
sería a la vez "monárquico" (tipo presidente americano),
"aristocrático" (tipo multinacionales) y "democrático"
(tipo organizaciones obreras), según la vieja tipología de los
"regímenes" (que surgen precisamente del orden abstracto de la estructura,
y no del orden concreto del sistema, en el sentido, hoy común en el marxismo,
que doy aquí a esos términos). Esta noción de imperio constituye así un
obstáculo epistemológico en el sentido propio del término, una sobreimpresión
conceptual, una confusión inicial que impide pensar lo esencial: la dialéctica
entre los dos órdenes (sistema y estructura) el apoyo que el imperialismo toma
sobre la forma estatizante mundial y el desafío universal que ello representa
(aunque la obra está manifiestamente llena de este tipo de preocupación). No es
que las contradicciones no sean percibidas, son puestas a menudo magistralmente
en escena, ilustradas por los filosofemas de Spinoza, Deleuze y Foucault. Lo
que falta, en mi opinión, son los medios analíticos de su dialectización. Así,
el "centro" funciona simultáneamente como el
monopolio de la fuerza y el productor del derecho. Esta referencia al imperio
como máquina, "máquina autovalidante y autopoiética", concentración
de Luhman y Habermas, que se valida a través de su proceso de comunicación, no
me parece dar una idea clara de la relación dialéctica entre la
"multitud" y la institución. En cuanto a la categoría
"foucaultiana" de biopolítica, si bien innova en relación con un
análisis del proceso de dominación fijado sólo sobre la propiedad de los medios
de producción, se encuentra aquí operando más acá de la crítica marxiana del
capitalismo. Se organiza, en efecto, alrededor de la contradicción dialéctica
entre la producción de riquezas concretas, condición y medida de la
vida, y la finalidad abstracta de la ganancia como
horizonte del capital, acumulación de poder sobre poder al precio de la destrucción
de toda vida. Ahora bien, el uso que se hace aquí de la categoría
"biopolítica", la idea según la cual "la producción de la vida
(sería) devenida el objeto del poder, [...] proceso de las
multinacionales" achata, me parece, esa contradicción, que quería, sin
embargo, hacer aparecer. Correlativamente, el capitalismo, en su esencia recién
devenida de "mercado mundial" se encontraría "directamente (subrayo
yo) confrontado con la multitud sin mediación". En el principio de este
debilitamiento teórico - sobre el fondo de un presupuesto llegado del
liberalismo que aísla la categoría de mercado (calificado de "panóptico de
poder imperial") como principio general del orden económico capitalista
-se encuentra esta idea de un mundo como "máquina autovalidante" que
se estrella en la indiferencia conceptual de las formas propias de la
racionalidad social (versus natural) moderna: la bipolaridad
mercado/organización (con sus correlativos presupuestos de la contractualidad
interinvidual/central), modos de coordinación polarmente opuestos y factores
de clase (solamente) relativamente homólogos. En cuanto a la
desterritorialización es enunciada de una manera que se puede juzgar prematura
yunilateral, si se la representa como categoría propia de
"intervención" supone la de territorios, y de buenos sujetos
estatales interviniendo sobre el terreno de los Estados-pícaros. Por esta
colusión entre lo estructural y lo sistémico debilita tanto la problemática de
la "clase" como la de Estado-nación, y por lo tanto, del hacer
ciudadano y local en beneficio de la acción simbólica planetaria -la de
"serpiente" contra la de "topo"-. Así también la del
imperialismo, considerada desaparecida en beneficio del imperio, malo "por
sí" pero mejor "en sí".
Existen otras categorizaciones de la
"sociedad mundo" bajo el signo de la "complejidad" (Edgar
Morin). El esbozo propuesto aquí sugiere enfocarla a partir de la grilla
estructura/sistema. La estructura del capitalismo, como se señala en la tópica
marxista, es infinitamente compleja en sus funciones y contradicciones. Su
complejidad crece con la del sistema-mundo. En el fondo ella no es sino una
lógica social de conjunto que sobredetermina toda la complejidad de las formas
sociales anteriores, familiares, religiosas, comunitarias, etcétera, que, a su
vez, la sobredeterminan. Ella no se da sino como punto de referencia en el caos
apuntando a las acciones comunes posibles.
La violencia y la guerra ultimodernas
Estas aclaraciones nos permiten
interrogarnos sobre la naturaleza de la violencia "ultimoderna".
Si se parte de las consideraciones
clásicas de Hume concernientes a "las condiciones de la justicia",
que vinculan el carácter pacífico de las relaciones sociales a su relativa
igualdad y si, en consecuencia, se relaciona la violencia a la desigualdad de
hecho o a la perspectiva abierta de dominar absolutamente sobre el otro, se
comprenderá por qué la violencia moderna es más grande aun en la relación sistémica
(del imperialismo) que en la relación estructural (de clase) y que el
"multiplicador de explotación" estructura-sistema-Estructura,
expuesto antes, es también un multiplicador de la violencia.
Como lo señala Claude Serfati, la
violencia militar hoy se manifiesta menos entre las grandes naciones, los que,
de alguna manera, se han equilibrado y no pueden enfrentarse militarmente bajo
pena de destruirse mutuamente. Esto concierne, en efecto, sobre todo a los
conflictos intraestatales de los países del Sur, en los que el tema es a menudo
la construcción estatal en el contexto de la influencia de los estados
dominantes. De una parte, la construcción estatal, lejos de ser obsoleta, se
presenta como una puesta en juego vertiginosa de poder en los países arcaicos
como el Afganistán, por ejemplo, en el que la cuestión consiste en saber qué
fracción (étnica, lingüística, religiosa, geográfica) logrará operar en su
beneficio o apropiárselo, en todos sus componentes administrativos,
socioeconómicos y culturales. La cuestión es generalmente perceptible pero la
teorización permanece débil por la tendencia a pensar que las únicas relaciones
determinantes son las del mercado, por la dificultad en situar el concepto de
organización en el mismo rango epistemológico. Por otra parte, son los estados
dominantes quienes, en esas condiciones, pueden controlar esas zonas de su
interés, desempeñan un papel esencial en la desmedida violencia: provisión de
armas y de información, cobertura logística y mediática, etcétera, de hecho también
de su predominancia en las instancias supranacionales. En consecuencia, el
carácter propio de esas guerras es el de aparecer ya como guerras civiles, en
el doble sentido del término: en el plano de sub-estados del Sur y sobre el
terreno de un Estado vagamente mundial. Los adversarios ya no son enemigos de
la nación sino criminales contra la humanidad. Guerras religiosas, por lo
tanto, civiles. Guerras privadas, fuera de las normas internacionales. Guerras
de mercenarios y no ya de ciudadanos. Operaciones de policía. Guerras éticas.
Sabemos qué sentido conviene dar a esos términos.
Si se define el "terrorismo"
como un acto de violencia criminal perpetrada con fines políticos, contra
determinadas personas u objetivos, en un Estado de derecho que, se considera,
detenta el monopolio de la violencia legítima, se lo puede asociar al
"terror de Estado", es decir, un gobierno que dispone de medios de
violencia criminal al margen de las normas consideradas legítimas. Pero
terrorismo y terror no forman forzosamente un binomio de violencia correlativa.
No se distinguirán en la guerra, violencia supuesta recíproca, si ellas
terminan, por lo general, en la masacre de prisioneros y de la población civil.
El embargo, está muy próximo al terrorismo, sin peligro para el que lo inflige,
que condena a la muerte gris, masiva, anónima y estadística. En cuanto al
terrorismo kamikase, es el arma desesperada de los desarmados, que
enfrentan a un adversario que no corre ningún riesgo fatal (porcentual de
muerte cero), detentador del monopolio de la violencia eficaz, de la capacidad
de matar sin sufrir bajas. Por ello mismo, de hacer la guerra sin declararla.
El kamikase es el que no tiene más arma que su propia muerte.
Ni siquiera les pertenece a ellos mismos porque son otros los que lo envían a
la muerte en su lugar y para su propia gloria. Ellos mismos están
descalificados de entrada, habiendo traicionado el código de honor sin el cual
no hay guerra de liberación.
Una política de la humanidad
Si se admite que emerge alguna forma de
estatacidad mundial uno debe también admitir el hecho, ambiguo y
contradictorio, de una juridicidad mundial y, por lo tanto, también el concepto
de una política de la humanidad. La humanidad tiene derechos que son los
derechos de todos y cada uno, pero en nombre de los cuales se declara operando
como un sujeto, es decir, ejerciendo un poder común igual entre todos.
Se reconoce la figura del contrato social.
Aunque ella conduzca de lo más a menudo a toda suerte de equívocos, no existe
otra con la cual se pueda por lo menos comenzar, los que creen ahorrársela la
practican secretamente sin saberlo. Sobre todo se debe subrayar, contra el
liberalismo que, según sus diversas versiones, ven, sea el fundamento de la
sociedad moderna o el ideal que persigue o alguna falla de origen, que esta
figura es precisamente sólo a partir de la cual se conoce la estructura
capitalista de clase al mismo tiempo que su crítica. Esta figura en realidad ha
devenido fuerte prematuramente, sólo encuentra coherencia en la ultimodernidad.
Locke y Kant, como sabemos, comienzan el discurso político declarando que
"la tierra es para todos por igual": esto es, en efecto, al objeto
mismo de la teoría, decir las reglas para cooperar y compartir su uso. El
contrato social no se entiende, entonces, sino entre todos a propósito de todos
(es en ese sentido, para retomar nuevamente una temática de Toni Negri, que la
ultimodernidad no conoce más "el exterior") El tratamiento del asunto
al nivel de un Estado particular es así una recaída inconsecuente, reflejo del
arcaísmo de una humanidad aún dispersa, fragmentada en un mosaico provisorio
que no sabría responder de sí mismo. Lejos de ser una extensión envejecida del
contrato social estatal, el contrato social mundial es la verdad, frágil y
ambigua del contrato social.
Es así porque el "Estado
mundial", en el sentido de esta instancia mínima en la que algún poder
debería ser reconocido y que sería un Estado de derecho, no procede, según su
concepto, de una "federación". Este Estado mundial no es federal, y
ello es una novedad absoluta en relación con toda federación existente, como la
que dio origen a los Estados Unidos o a la República Federal Alemana, o
aquellas en que se agrupan las nuevas entidades continentales, en Europa o en
América. No se trata ya de un reagrupamiento de entidades preexistentes
consideradas como poseyendo cada una su territorio y que aceptan delegar una
parte de sus prerrogativas a un poder central común. En el orden fenoménico
todo pasa como si se tratara de ir hacia un "poder federal mundial",
permaneciendo en un alto grado de respeto y autonomía de los Estados
anteriormente independientes sobre su territorio. En efecto, son tales
abandonos de soberanía los que demanda formalmente la OMC. Pero, precisamente,
esos ordinarios "abandonos" sólo son aceptables sobre la base del
reconocimiento de que "la tierra pertenece a todo por igual" o, sobre
todo, que todos tienen la misma relación jurídica con la tierra en el sentido
de que ningún derecho puede proceder por medio de la fuerza, sino solamente por
un acuerdo común libre e equitativo. Que ese acuerdo sólo se realice
efectivamente por relaciones de fuerza no impide que no se pueda establecer
oficialmente, por la referencia a una posición que no es una posición de fuerza
sino el reconocimiento que nadie puede llamarse de forma unilateral,
legítimamente, dueño de esto o de aquello. El orden legítimo deviene de un
acuerdo entre todos, y ello en un universo donde ningún Estado particular puede
jamás detentar, sin acuerdo de los demás, derechos absolutos sobre su
territorio.
No es inútil abordar la cuestión en
términos formales del principio de justicia. Un orden universal no se puede dar
como legítimo sino desde el punto de vista de los que tienen la peor posición.
No se puede avanzar con el principio maquiaveliano de la eficacia de la lucha
de los que tienen menos. Por lo tanto, la primera condición es que no sean
desposeídos de lo que tienen. Si la nación no puede ser defendida desde el
punto de vista del poder legítimo de cada uno sobre su territorio, ella lo es
desde un punto de vista universalista como un lugar parcelario a partir del
cual los proyectos concretos de vidas común y de solidaridad pueden ser
conducidos a la inversa de la lógica abstracta del beneficio. La ley del gran número,
según la cual los oprimidos y los explotados son muy a menudo el gran número
frente a las minorías dominantes, induce a una dialéctica entre la promoción de
una política de la humanidad y la "lucha de los pueblos" contra el
imperialismo. El poder democrático que se viene esbozando a escala mundial se
medirá por la capacidad que desarrollen las naciones y las poblaciones del Sur,
para procurarse los medios de su propia defensa e ilustración, y de ejercer sus
derechos en el planeta entero, en su forma concretamente transformada por la
tecnología y la cultura; de su derecho equitativo de disponer de los recursos y
los conocimientos, de autoorganizarse allí donde encuentren y de,
eventualmente, emigrar allí donde la vida sea mejor.
Es, sin duda, también urgente proponer
programas concretos de acción. Quienes lo hacen con ese espíritu saben que la
ciudadanía mundial no se juega específicamente ni en las transacciones
políticas tendientes a reformar la ONU ni en reuniones mediáticas simbólicas,
de Seattle a Porto Alegre, donde esa ciudadanía comienza a encontrar su
expresión pública. Ella tiene, por las razones que hemos visto, su desarrollo
natural en toda acción y lucha anticlase y antisistema en todo el mundo.
Artículo enviado por su autor gracias a la
gentil colaboración de Edgardo Logiudice, quien también tuvo a su cargo la
traducción del francés. Por razones de espacio en esta versión se han debido
suprimir las notas aclaratorias y bibliográficas originales. La versión
integral francesa y española y se podrán consultar en nuestro sitio Internet (www.herramienta.com.ar).
· Revista Herramienta Nº 23
· Globalización - Internacional
Jacques Bidet
De Wikipedia, la enciclopedia libre
Jacques Bidet (nacido en 1935) es un filósofo francés y teórico social. En la
actualidad profesor emérito de la Filosofía en el
Departamento de la Universidad de París X - Nanterre .
Sus obras están dedicadas principalmente a la construcción de una teoría de
la sociedad moderna con el nombre de Meta / teoría
estructural (théorie meta / structurelle). Los estados-nación
moderno, como los elementos del sistema mundial, se estructuran en dos mercados
y la organización, mediaciones supuestamente racionales, como factores de clase
co-implicados. Los aspectos filosóficos, sociológicos, históricos,
jurídicos, políticos y culturales de este paradigma se desarrollan en el
sentido de una Altermarxism , en contraste con el marxismo clásico.
En 1989, fundó con Jacques Texier la revista Actuel
Marx (Presses Universitaires de France), y en 1995, el Congrès Marx
Internacional ( Universidad de París X - Nanterre ).
Libros principales
(2011) L'État-monde, Libéralisme, Socialisme et à l'Communisme échelle
mondiale, Refondation du marxisme, París, PUF, septiembre 2011, 320 p.[Estado
Mundial, el liberalismo, el socialismo y el comunismo a escala mundial, una
Refundación del marxismo].
(2007) Altermarxisme, un autre Marxisme pour un autre monde, con Gérard
Duménil, PUF, 2007, 300 p. [Altermarxism, Otro marxismo para otro
mundo].Apareció en Español (Viejo Topo, 2009), en polaco (Dialog 2011), que
aparecerá en Chino (Ciencias Sociales Academic Press) y coreano.
(,...)
© Ediciones Herramienta.
Rivadavia 3772 - 1º "B" (1204) Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
Argentina.
Teléfono (+54 11)4982-4146. Correo
electrónico: revista@herramienta.com.ar.
Se autoriza la reproducción de los artículos en cualquier medio a condición de la mención de la fuente. Se agradecerá comunicación y envío de copias.
Se autoriza la reproducción de los artículos en cualquier medio a condición de la mención de la fuente. Se agradecerá comunicación y envío de copias.
//¿Cuántos capitalismos. El materialismo histórico en los debates
sobre imperialismo
y globalización*
BOB SUTCLIFFE
//Entrevista con Bob Sutcliffe: Medición de la Desigualdad Global
23
de febrero 2005
Si
la desigualdad económica está aumentando o disminuyendo a nivel mundial es un
tema de intenso debate. Economista Bob Sutcliffe, de la Universidad del
País Vasco en Bilbao ha estado analizando tanto los datos estadísticos y la
importación político-económico más amplio del debate y compartió algunas de sus
ideas en una entrevista reciente con PERI//.
La palabra que
está en boca de todos
El imperialismo,
como escribió J.A. Hobson a comienzos del siglo XX, es la palabra que está en
boca de todos (Hobson ¡1902] 1980). Un siglo más tarde, cuando el capitalismo
parece entrar de nuevo en terreno desconocido, la palabra en boca de todo el
mundo es globalización. La globalización plantea, como antaño
lo hizo el imperialismo, nuevas cuestiones, miedos y debates. En la derecha,
produce una serie de reacciones que van desde el triunfalismo de los liberales
procapitalistas, hasta el pesimismo de los conservadores tradicionalistas y
nacionalistas culturales. En la izquierda, los puntos de vista son más
reducidos. Los socialistas, postmarxistas radicales y ecologistas, condenan
casi unánimemente la globalización ya que amenaza con arrebatar el poder a los
Estados nación, perder el terreno conquistado en el campo social y destruir las
medidas para la defensa del medio ambiente.
Hace un siglo, los
debates sobre el imperialismo estaban también influidos en parte por un
terrible temor al futuro. Escritores como Lenin y Luxemburg en particular,
veían cómo el capitalismo ahogaría rápidamente a la sociedad humana en un
abismo de violencia, guerra, destrucción y barbarie, a menos que el socialismo
la rescatara. Y sin embargo, la naturaleza de esa vieja discusión sobre
capitalismo internacional era asombrosamente diferente a la de hoy. Era, y
quizá esto sorprenda, más empírica. Era más consciente del
curso de la
historia. Trataba de entender los cambios que se producían en un contexto
histórico más amplio, considerando su originalidad y su continuidad. Tenía más
base teórica y una visión más política ya que perdía menos tiempo lamentando la
trayectoria que tomaba el mundo e invertía más en buscar, por un lado, las
contradicciones en el proceso y por otro los puntos débiles del enemigo. Por
esta razón, era también menos pesimista.
Un factor clave
que determina estas diferencias es que, entonces, el memorable debate sobre
imperialismo se dio fundamentalmente en el marco del enfoque metodológico
derivado de Marx; en otras palabras, se utilizaron las herramientas del
materialismo histórico que incluía la critica de Marx hacia la economía
política. En el umbral de la Primera Guerra Mundial, la principal necesidad de
los socialistas era comprender la naturaleza de las naciones y la función de
éstas en el capitalismo. Sin embargo, las respuestas a esta cuestión legadas
por los fundadores del materialismo histórico eran particularmente incompletas,
al tiempo que la cuestión en sí era de gran urgencia política. En aquel momento
se combinaron la necesidad política y el método teórico para hacer florecer
audaces e innovadoras ampliaciones, adaptaciones y actualizaciones de las ideas
marxistas sobre el capitalismo. La abundancia de escritos surgidos entonces se
convirtió acertadamente en punto de referencia para los debates sobre cuestiones
internacionales a lo largo del siguiente siglo. Tanto los escritores no marxistas,
como los antimarxistas invirtieron probablemente más tiempo en atacar las
teorías marxistas sobre el imperialismo que en atacar cualquier otro aspecto
del marxismo. Esta actitud defensiva refleja las amenazas continuas que suponen
las teorías socialistas y en particular el materialismo histórico para los
explotadores, los opresores y sus apologistas.
El materialismo
histórico no tiene aún respuestas definitivas para las nuevas cuestiones que
plantea la globalización, al igual que no las tuvo para el imperialismo. Sin
embargo, nos proporciona una larga y esclarecedora historia de los intentos que
ha habido de analizar problemas relacionados con la globalización, y lo hace
con un único y poderoso juego de herramientas con el que podemos comprender más
profundamente el proceso: ¿Cuánto ha cambiado? ¿Qué es nuevo y qué es viejo?
¿Cuáles son los pros y los contras de un capitalismo más global? ¿Quiénes son
los ganadores y quiénes los perdedores? ¿Cuáles son las fuentes de la
estabilidad y de la inestabilidad, del crecimiento y del declive? ¿Qué
problemas planteará la globalización y cuáles resolverá? Y ¿qué cambios se
están produciendo en la fuerza e importancia relativa de las naciones y las
clases? Los socialistas no pueden simplemente denunciar las manifestaciones más
recientes del capitalismo, tal y como lo hicieron hace un siglo. Lo que
necesitan son respuestas a los interrogantes sobre la trayectoria del
capitalismo, no para satisfacer su curiosidad, sino para saber dónde y cómo
concentrar su intervención política.
Marx expresaba su impaciencia ante la actitud contemplativa que los filósofos
tomaban ante el mundo, y al mismo tiempo insistía en que lo que había que hacer
era cambiarlo. Pero está claro que ésta no es la diferencia esencial entre
materialismo histórico y otras teorías. El mundo está lleno de personas de muy
diversas opiniones que desean cambiarlo, incluyendo aquellos que pretenden
hacerlo más socialista en algún sentido. Para poder apreciar lo que el
materialismo histórico nos enseña en estas circunstancias, habría que invertir
el famoso aforismo de Marx. Mucha gente quiere cambiar el mundo, sin embargo, de
lo que se trata es de analizarlo. Para ser más preciso, lo que hay que hacer es
analizarlo para encontrar la forma de cambiarlo. Esa es la combinación que
constituye la esencia del materialismo histórico.
El materialismo
histórico de Marx: espirales y contradicciones
Tanto en sus
escritos históricos como en los económicos, Marx parece siempre ver el mundo a
través de la metáfora de la espiral: movimientos que siguen algún patrón
regular pero que ocurren en varias dimensiones al mismo tiempo y cuyas
direcciones pueden ser complejas e incluso ambiguas. Tanto en su amplio relato
de la historia humana, como en su detallado informe teórico sobre el proceso
de producir y hacer efectiva la plusvalía bajo el capitalismo, la noción de
espiral queda particularmente clara. Simplificándolo bastante, la gran espiral
histórica es la evolución de la sociedad humana, desde un supuesto origen
comunista primitivo e igualitario, a una serie de sociedades explotadoras
basadas en la división de clases, para finalmente volver al comunismo
igualitario pero con las fuerzas productivas, necesidades y capacidad humana
ampliamente desarrolladas. Dentro de esta enorme espiral hay espirales menores;
cada una de ellas representa la historia de una de las formas de la sociedad de
clases, partiendo de orígenes progresistas, aunque finalmente generando
contradicciones internas que se convierten en un lastre para la historia de la
humanidad; de ahí puede surgir una nueva sociedad e iniciarse una trayectoria
nueva que culmine en la transición del capitalismo al socialismo y que acabe
definitivamente con la sociedad de clases (el comienzo de la historia
consciente).
La otra espiral
clara, el circuito del capital, es lo que se explica básicamente con la
economía política de carácter crítico, la nueva ciencia que Marx consideró
necesaria para desenterrar la naturaleza oculta y especialmente compleja de la
explotación bajo el capitalismo. En esta ocasión, la espiral representa el
proceso de producción y reinversión del beneficio (la acumulación), que Marx
denominó reproducción ampliada del capital. El capital forma parte de una serie
de circuitos continuos en los que se puede considerar el dinero como punto de
partida. Éste se transforma en medios de producción (materias primas,
maquinaria y mano de obra) de las cuales se apropia el capitalista para
combinarlo en el proceso de producción o de trabajo. Así es como los
trabajadores producen más valor del que reciben (el valor de su mano de obra).
Por lo tanto, los artículos de consumo llevan más valor incorporado (tiempo
trabajado) del que tenían cuando entraron en el proceso necesario para su
fabricación. La plusvalía, es decir el trabajo no remunerado, va a parar a
manos del capitalista cuando los nuevos artículos se venden en el mercado y de
esa manera, el capital vuelve a su punto de partida, es decir, el dinero, pero
en mayor cantidad. Marx utilizó una simple y famosa formula para expresar esta
metamorfosis constante entre el dinero (D) y las mercancías (M) a través de la
cual el capital produce beneficios y aumenta: D — M — M+
— D+ — M+ — M++ — D++, y así
sucesivamente. Esta progresión se concibe mejor como una espiral que como una
línea continua.
Ambas espirales,
la de la historia mundial y la del modo de producción capitalista, son
similares en cuanto a que no se forman de manera regular, ni en la más pura de
las visiones teóricas de Marx. Esto es lo que las diferencia de la matemática.
La evolución de la historia ocurre mediante desastres, guerras, dificultades,
revoluciones y contra revoluciones, por lo cual la espiral del mundo real es
muy irregular. Del mismo modo, el capital en búsqueda de plusvalía se mueve a
través de mercados impredecibles e inestables, de huelgas y dificultades en
los procesos de producción y distribución y a través de crisis económicas. En
la espiral, el capital debe producir así como hacer efectiva la plusvalía, y
las condiciones para cada proceso son diferentes y a menudo contradictorias.
En la búsqueda de plusvalía, casi nada de lo que ocurre está exento de un
efecto ambiguo y contradictorio. Si los salarios aumentan, por un lado, el
capital sale perdiendo por el aumento de los costes, pero a su vez sale ganando
por el aumento de la demanda. El capitalismo, más que ninguna otra sociedad de
clases anterior a las economías de mercado, se encuentra al borde del abismo.
En realidad, tiende a oscilar en movimientos cíclicos, entre súbitas alzas y
crisis. Sin embargo, a pesar de que la teoría de la crisis no está ni completa,
ni plenamente desarrollada, en ella la imagen de la espiral está también
presente: tanto en el joven Marx de El Manifiesto Comunista (la
idea de que las crisis se van agravando y que con ello se pone más que nunca en
duda el capitalismo), como mucho más tarde, en el volumen III de Capital (la
idea de que cada periodo de expansión puede ser más largo, intenso y de mayor
alcance internacional que el anterior gracias a la expansión del crédito, y de
ese modo cada crisis es inevitablemente más grave cuando llega).
Si desde el punto
de vista del materialismo histórico, la espiral es una metáfora apropiada para
reflejar el mundo social, ¿cuáles son sus virtudes si se la compara con otro
método de análisis que siga otro tipo de trayectoria: por ejemplo, un círculo,
una línea recta o un paseo aleatorio? Lo valioso del modelo de la espiral es
que nos hace pensar en el cambio como algo complejo y polifacético pero aún
así, no es totalmente casual o caótico. Este modelo nos anima a buscar los
movimientos de evolución en más de una dirección que pueden a su vez tener
consecuencias diferentes e incluso contradictorias llenas de ambigüedades y
conceptos complejos en los que la evolución a corto plazo puede tomar una
dirección muy diferente de la de la evolución a largo plazo. Para ponerlo un
poco más crudo, es una manera de ver cómo la historia a menudo avanza y
retrocede al mismo tiempo, pero también ofrece una idea de lo que significa ir
hacia delante o hacia atrás, progresar y retroceder. Los modelos de Marx puede
que no sean convincentes cuando se expresan en su forma más pura y
simplificada, especialmente en los resúmenes que tanto se han citado y que son
tan sugerentes. Pero cuando escribe sobre acontecimientos reales, tiende a
observar la concurrencia simultánea de modelos generales y desviaciones
pequeñas, ambigüedades, matices, coexistencias y contradicciones. Sin embargo,
muy a menudo queremos certidumbre y simplicidad y, por ello, intentamos imponer
a la realidad modelos y categorías simples. Al igual que la mayoría de los
activistas políticos intelectuales, Marx a veces escribía para producir un
efecto político y otras veces para conseguir claridad analítica, y por ello,
osciló entre la simplificación más absoluta (tratamiento de clase en El
Manifiesto Comunista) y el detalle más extremo y matizado (el
tratamiento de clase en La Guerra Civil en Francia).
A menudo, por no
decir siempre, Marx estaba a gusto con las contradicciones y ambigüedades
suscitadas por su planteamiento, pero a muchos marxistas les producían rechazo.
Tomemos preguntas tales como ¿es el capitalismo progresista (en un momento
determinado)?, ¿deben los comunistas apoyar a los nacionalistas?, ¿es posible
saltarse etapas de la historia y construir un socialismo sin pasar por el
desarrollo capitalista?, ¿es global el capitalismo?, ¿es inminente una crisis
capitalista importante? El materialismo histórico de Marx dio varias respuestas
a todas estas preguntas. A veces es posible discernir un cambio sistemático en
su postura (como algunos han citado en el caso del nacionalismo o los saltos de
etapa). A veces su respuesta cambiaba porque el mundo había cambiado, pero a
menudo las distintas respuestas reflejaban simplemente el hecho de que para él
no era posible ni útil un simple sí o un no como respuesta.
Partiendo de la
base de que no existen varitas mágicas que permitan que todo sea inteligible,
el materialismo histórico merece tomarse en serio por la amplia gama de
interpretaciones que ofrece y lo positivo que esto resulta. La combinación de
algunas de sus muchas herramientas (espirales generales o particulares, más
grandes o más pequeñas), producen en cualquier caso un método que realiza las
siguientes tareas con una fuerza y una sutileza especial:
• Reconoce las maneras en las que la historia se repite,
al tiempo que señala las diferencias entre la primera vez que sucede y su
repetición.
• Advierte que un mismo acontecimiento puede tener
efectos opuestos y contradictorios (ej. un aumento o disminución del beneficio
que obtiene el capitalista, la expansión del imperio, la globalización).
• Sobrepone las diferentes maneras de dividir a los
agentes sociales en un mapa de múltiples capas que nos permiten observar las
interrelaciones, superposiciones y contradicciones entre clase, nación, residencia
rural o urbana así como las contradicciones de raza y de género/sexo (éstas se
pueden observar con base en sus principios, aunque el mismo Marx no lo aplicó
demasiado bien a estos aspectos).
El método es más
débil cuando:
• Sugiere explicaciones de la historia excesivamente
teleológicas. Ningún fin en particular puede ser una certeza, y en sus
conclusiones personales, osciló entre el optimismo y el pesimismo con respecto
al futuro.
• Trata de imponer teorías de etapas rígidas para
describir la historia (en una época todo es feudalismo o todo es capitalismo,
todo es progresista o todo es regresivo).
• Dice observar movimientos lineales no ambiguos.
Por lo tanto, es
un acierto, por ejemplo, ver la historia, como historia de lucha de clases,
pero es un error reducirlo simplemente a una lucha de clases; es un acierto ver
cómo los acontecimientos pueden evolucionar hacia un futuro socialista o puede
distanciarse de él, pero es un error asumir ese objetivo como una especie de
norte magnético al que siempre sabes si te acercas o te alejas; es un acierto
ver el rumbo que toma el cambio, pero un desacierto afirmar terminantemente
que se ha producido una transformación cualitativa particular.
Si la otra cara de
la sutileza y de la flexibilidad es la confusión, la indecisión y el que los
árboles no te permitan ver el bosque, hay maneras de superar estas
dificultades. El propio trabajo de Marx es a menudo ejemplo de como superar
tales escollos y de cómo combinar lo matizado con lo categórico. El problema de
cómo combinar los elementos generales y los detallados en el método del
materialismo histórico es, por supuesto, uno de los distintivos principales en
los debates sobre el imperialismo y la globalización, que son los temas
centrales del resto del artículo.
El imperialismo,
marca 1
Creo conveniente
dividir las teorías del imperialismo en dos generaciones: las que surgieron
justo antes de la Primera Guerra Mundial y las que aparecieron tras la Segunda
Guerra Mundial. Las preocupaciones de ambas generaciones estuvieron muy
influidas por las circunstancias históricas del momento.
El pionero de la
primera generación no fue un marxista, sino un liberal de tendencias
socialista. J.A. Hobson consideraba el imperialismo británico, especialmente
en África, como un fraude perpetuado contra la nación por un grupo de
financieros que necesitaban protección legal y física para su creciente
inversión en ultramar (Hobson 1902). Invirtieron en las colonias porque la
desigualdad creciente en la distribución de los ingresos redujo en conjunto la
demanda de consumo en el mercado interior. Según él, el remedio para el
imperialismo era la redistribución del ingreso potenciado por el Estado para
recuperar el rendimiento en forma de beneficio de la inversión realizada en el
país. Como ya lo hiciera Marx antes que él, y Keynes después, Hobson sin ser un
doctrinario del subconsumismo, dio gran importancia al subconsumo en
circunstancias históricas particulares.
Lenin desdeñó los
remedios redistributivos de Hobson alegando que si el capitalismo podía
efectuar tal redistribución, no sería capitalismo; arremetió rotundamente
contra el material empírico de Hobson y contra una parte de su teoría sobre la
inversión en el extranjero. Un punto central de la definición de imperialismo
formulada por Lenin y contenida en cinco puntos, era que el imperialismo
favorece la exportación del capital sobre la exportación de bienes.
La presencia de
Lenin en la historia intelectual actual es tan escasa como insegura es su
ubicación en su mausoleo moscovita. Dejando de lado sus otras pretensiones a la
fama, en El imperialismo, fase superior del capitalismo Lenin
hizo un uso memorable y original de las ideas del materialismo histórico
(Lenin,1916] 1980). El hecho de que el capitalismo se hubiera transformado en
imperialismo se evidenciaba en cinco nuevas características: el papel decisivo
del monopolio, la fusión del capital industrial y financiero, el predominio de
la exportación del capital sobre la exportación de bienes, la división del
mercado mundial entre los monopolios capitalistas que competían a nivel
internacional, por un lado, y por otro, la terminación del proceso de división
territorial del mundo. Sin embargo, la esencia de la teoría del imperialismo de
Lenin no esta totalmente contenida en estas cinco definiciones empíricas, ni
siquiera lo está en el resumen de todas ellas como «la etapa del monopolio
capitalista». La idea principal implícita en la teoría de Lenin era que el
imperialismo constituía una etapa de la historia del capitalismo. Esta idea
reflejaba las expectativas que Marx expresó en el elocuente e inspirador pasaje
de introducción a Contribución a la Crítica de la Economía
Política, tan a menudo citado, que sostiene que en algún momento toda
forma de sociedad se vuelve regresiva. Para Lenin el imperialismo es un periodo
en el que el capitalismo ha dejado totalmente de ser históricamente
progresista; por lo tanto, la revolución socialista había dejado de ser
quijotesca para convertirse en necesaria e incluso urgente. Quienes acabaron
con el capitalismo progresista fueron los monopolios nacionales. Varias
naciones capitalistas poderosas y enfrentadas entre sí estaban destinadas a
entrar en un conflicto frenético sin fin para volver a dividir el mundo hasta
que interviniese la revolución social. En otras palabras, El
Imperialismo se basaba en la idea de que la globalización prevista en
el Manifiesto Comunista, aunque fuera empíricamente deseable,
era imposible. El imperialismo fue una época de agresión y destrucción ya que
la burguesía no pudo sustraerle a la industria la base nacional en la que se
sustentaba, tal y como Marx y Engels habían vaticinado (Marx y Engels [1848J
1964). La globalización, considerada por Marx y Engels como una de las «tareas históricas»
del capitalismo y por lo tanto parte de su carácter progresista, había pasado a
ser «tarea histórica» del socialismo. Por lo tanto, en su tiempo, El
imperialismo de Lenin fue un producto, pero un producto no ortodoxo,
del materialismo histórico.
El
imperialismo se convirtió en
ortodoxia para la izquierda, en parte por la dominación política del comunismo
leninista oficial, pero también porque parecía contener ideas de una fuerza
incalculable que, entre otras cosas, ofrecían una visión perfectamente creíble
de la Primera Guerra Mundial, así como una justificación para la revolución. No
es de extrañar que cuando sólo veinte años después se repitiera la guerra
mundial, muchos quisieran ver en este hecho el fenómeno vaticinado por Lenin.
Sin embargo, esto implicaba ver la causa próxima de la guerra, es decir, la
aparición del nazismo, tan sólo como una expresión extrema del monopolio
capitalista nacional. Pero esta idea no parece ser suficiente para explicar
las horribles peculiaridades del nazismo. No es sorprendente que casi todas las
organizaciones que profesaban el marxismo ortodoxo (incluyendo el leninismo)
fluctuaran grotescamente entre extremos o se dividieran a raíz de la cuestión
sobre la actitud política que debían adoptar ante la Segunda Guerra Mundial
(apoyar al capitalismo «democrático» antinazi, declararse neutral o volver a
aplicar el leninismo de 1916, el derrotismo revolucionario). Partiendo de la
perspectiva del materialismo histórico, varios escritores han elaborado
interesantes y sutiles informes sobre aspectos del nazismo. Alfred Sohn-Rethel,
por ejemplo, describió de manera esclarecedora las serias divisiones que
tuvieron lugar en el gran capital alemán a la luz del nazismo,
con lo cual,
minaba cualquier simple interpretación ortodoxa (Sohn-Rethel 1978). A la hora
de explicar el Holocausto, la teoría monopolista del imperialismo no tiene
mucho que aportar. Las explicaciones más originales y recientes tienen en
cuenta elementos muy diferentes de los que suelen aparecer en las
explicaciones del materialismo histórico (Mayer 1990). El no haber conseguido,
por un lado, generar una teoría adecuada del nazismo, y por otro, dar cuenta de
la ausencia de un conflicto central entre las fuerzas imperialistas tras la
Segunda Guerra Mundial, ha dejado debilitada la tentativa demasiado simple de
Lenin de ver la historia como un cúmulo de etapas irreversibles y bien
definidas, ampliamente aceptadas en la teoría pero incapaces de explicar los
hechos.
Lenin basó gran
parte de sus ideas sobre el monopolio y el estado en Rudolf Hilferding. Al
igual que a Hobson, por lo que más se le conoce a Hilferding es por aparecer
citado con aprobación por Lenin en El imperialismo. La lectura
de El Capital Financiero, escrito en 1910, no estaba todavía muy
extendida. Es un libro muy difícil de caracterizar dada la riqueza de ideas
sobre muchos aspectos del capitalismo. A veces, parece prefigurar la mayoría
de las corrientes posteriores en el debate sobre el imperialismo y los aspectos
internacionales del capitalismo. Lenin tomó de Hilferding la idea de que el
capitalismo había entrado recientemente en una nueva etapa en la que la
estructura de los negocios capitalistas, su relación con el estado y las
políticas que se aplicaban habían cambiado cualitativamente. El capital financiero
no representa el predominio de los bancos, sino la fusión de todas las formas
de capital en lo que denominó su «forma suprema», la trinidad conformada por el
capital industrial, el capital comercial y bancario, y el dinero líquido
(Padre, Hijo y Espíritu Santo) (Hilferding [1910] 1963). Los grandes monopolios
se apoderan del Estado y la diplomacia pasa a representar al capital
financiero (Hilferding [1910] 1963). Con ello, el conflicto entre naciones
podría verse intensificado. Posteriormente, desarrolló esta teoría y la llamó
«capitalismo organizado»; en la cual la existencia de monopolios gigantes
ofrecía la posibilidad de planificar. Esto condujo a otros marxistas,
incluyendo a Lenin, a entusiasmarse por la capacidad de organización que habían
alcanzado las grandes corporaciones (debería tenerse en cuenta que por
entonces la teoría marxista más aceptada en torno a la crisis era la teoría de
la desproporcionalidad, en la que se atribuían las crisis a la anarquía del
mercado). De ahí que se viera con admiración la asignación de recursos al
margen del mercado dentro de las grandes compañías; y que también en parte
debido a ello, la planificación soviética tomara la desafortunada forma de
dirección central hasta el detalle. Se puede ver claramente por qué, en El
Imperialismo, Lenin encontró tan útil al Hilferding de la preguerra.
Sin embargo, el propio Hilferding adoptó una visión mucho más matizada de las
consecuencias que tendría, para las relaciones internacionales, el proceso de
monopolización. Percibió cómo este proceso creaba dos tendencias simultáneas y
contrapuestas: Una hacia el conflicto creciente y la otra hacia nuevas formas
de solidaridad e intereses comunes entre naciones capitalistas. No consideró
una tendencia necesariamente más fuerte que la otra y se mantuvo indeciso sobre
qué tendencia prevalecería (Hilferding 1910/1963).
La ambigüedad que
Hilferding mantenía sobre los resultados posibles queda recalcada gracias a
que Schumpeter, el «marxista burgués» (Catephores 1994) que creía que el
desarrollo capitalista tendería a generar el libre comercio y la paz mundial,
era un seguidor todavía más acérrimo de las ideas de Hilferding que el propio
Lenin. Sin embargo, Schumpeter aportó su propia visión al efecto de que el
imperialismo no formaba parte de la naturaleza del capitalismo en general,
sino todo lo contrario. El imperialismo era meramente parte del capitalismo
alemán de principios de siglo, a raíz de la inconclusa revolución burguesa
alemana y debido a que los terratenientes reaccionarios, con sus políticas
agresivas y retrógradas, mantenían gran parte del poder social. Si Schumpeter
parece ridículo al decir que Gran Bretaña y en particular EEUU, eran mucho
menos imperialistas que Alemania (porque estaban más completamente gobernadas
por la burguesía racional), deberíamos tener en cuenta que él (y muchos otros
analistas marxistas) no se refería al imperialismo como adquisición colonial,
sino como agresión económica y de otros tipos basada en el interés nacional; y
que una de las versiones de la idea de imperialismo de Schumpeter, el atavismo
social, ha sido utilizada creativamente para explicar el nazismo de forma más
satisfactoria que la cruda aplicación de la teoría leninista sobre el imperialismo
(Mayer 1990).
De la primera
generación de teorías sobre el imperialismo marxista salió Rosa Luxemburg, la
oveja negra en muchos aspectos. Al igual que Lenin, y a diferencia de
Hilferding, Rosa Luxemburg creía que la revolución socialista mundial era una
cuestión inmediata, ya que el capitalismo estaba convirtiéndose rápidamente en
una bestia aún más destructiva. No obstante, sus argumentos no podían haber
sido más diferentes. Ella no estaba en lo más mínimo interesada en el
monopolio, al cual no se refirió jamás, y le interesaban muy poco los
diferentes Estados y sus rivalidades. Lo que le interesaba era la inversión en
el extranjero, aunque por razones bien diferentes a las de los demás autores.
De hecho, enfocó todo el tema desde un punto de vista diferente, que a menudo
ha sido tachado de erróneo. En mi opinión, era mucho menos erróneo de lo que se
ha querido hacer pensar.
El subconsumismo
de Luxemburg era más minucioso y doctrinario que el de Hobson. En La
acumulación de capital (Luxemburg [191311979), Luxemburg intentó
malogradamente invertir el argumento algebraico que Marx da en el volumen II
de Capital, donde comenta las condiciones bajo las cuales es
posible la acumulación capitalista en el ámbito de los marcos nacionales. El
análisis de Luxemburg sobre todos estos temas es largo, y existe un consenso
casi universal de que es incorrecto. Claramente, fue en este análisis donde
basó su concepción sobre el imperialismo. Entendió por imperialismo algo más
aproximado al significado convencional del término (la expansión y agresión de
los países ricos, en especial europeos, hacia el resto del mundo), que al
significado especial que le dio Lenin (el estado monopolista del capitalismo).
Luxemburg argumenta que el imperialismo era necesario porque el capitalismo no
podría existir o sobrevivir como un sistema autosuficiente, sino que
constantemente necesitaba apropiarse del valor producido por los países que no
eran todavía capitalistas. El imperialismo era, por lo tanto, un sistema
parasitario y a la vez autodestructivo, ya que una vez absorbido todo el mundo
precapitalista, la necesidad de subconsumo del capitalismo puro daría como
resultado un colapso económico catastrófico. La idea de imperialismo que
Luxemburg defendía era original, aunque tenía su origen en el materialismo
histórico de Marx.
Marx había
argumentado que en las primeras fases del capitalismo se había acumulado una
cantidad considerable de capital, y no de modo puramente capitalista, sino a
través de lo que él denominó acumulación primitiva o primaria, lo que
significa apropiarse, de varias maneras, del trabajo excedente realizado en
actividades precapitalistas. A pesar de que Marx se refirió extensamente a
este aspecto como uno de los primeros eslabones de la historia del capitalismo,
es necesario tener en cuenta que la acumulación primaria no está necesariamente
sujeta a un final o término concreto, y que teóricamente podría darse en
cualquier momento, siempre y cuando exista una esfera no capitalista. La teoría
del imperialismo de Luxemburg era una versión novedosa de esta misma idea.
A diferencia de
Marx, que consideraba el papel de la acumulación primaria como algo
imprescindible en el nacimiento del capitalismo, Luxemburg lo consideraba un
proceso esencial que duraba toda su vida. Ella pensaba que la idea del
subconsumo era inseparable de la explicación del imperialismo. Pero de hecho,
la posibilidad de que la acumulación de capital no proveniente de actividades
capitalistas tenga lugar en cualquier momento de la historia, y no sólo como
nacimiento del sistema, no es en absoluto inconsistente con la negación de la
necesidad general del subconsumo. La teoría de Luxemburg sobre la acumulación
primitiva del imperialismo tiene por lo tanto vida propia, independientemente
de los errores de razonamiento sobre el subconsumo que en alguna medida
condujeron a ella.
Luxemburg aplica
esta idea de una manera muy clarificadora, especialmente cuando relata cómo a
los campesinos precapitalistas egipcios se les hacía pagar la deuda del país.
Es un análisis sutil y brillante sobre la forma en que la clase dirigente de un
modo de producción se apropia del trabajo de la clase oprimida de otro modo de
producción. Es un método que goza de muchas aplicaciones, tanto a lo largo de
la historia, como en la actualidad, ya que defiende la importancia de un
proceso (la acumulación primaria) que la mayoría de los marxistas creía
equivocadamente que había sido substituido hace tiempo.
El segundo
brochazo de originalidad de Luxemburg fue separar totalmente la teoría del
imperialismo de la del nacionalismo. Hubo diferentes ideas sobre el
imperialismo que estaban en oposición al nacionalismo de los países
imperialistas dominantes, pero legitimaban otros nacionalismos en otras
situaciones. El imperialismo, según Luxemburg, no era en principio un
imperialismo de naciones, sino un modo de producción agresivo que ya operaba a
escala mundial. El nacionalismo para ella no era tan siquiera una fase legitima
en el camino hacia la revolución social. Era, en todos los sentidos, una
desviación. En esta cuestión, Luxemburg se hizo eco del joven Marx.
En cuanto a la
tradición del materialismo histórico, pienso que Hilferding, Lenin y Luxemburg
son los escritores más importante sobre el imperialismo durante el periodo de
la Primera Guerra Mundial. Los tres tenían una cosa en común: la sensación de
que la humanidad acababa de entrar en una fase nueva y crucial. Para Hilferding
la causa de ello era que la naturaleza de la empresa corporativa y del Estado
capitalista habían cambiado. Para Lenin y Luxemburg la entrada en una nueva
fase sucedía porque se había agotado lo que mantenía el carácter progresista (y
relativamente pacífico) del capitalismo. A su vez, este agotamiento se debía,
según Lenin, a que los monopolios, por primera vez, habían dividido el mundo
entero y por lo tanto se verían obligados a continuar luchando para volverlo a
dividir; y, según Luxemburg, a que el capitalismo estaba acabando rápidamente
con las regiones no capitalistas y con las situaciones a partir de las cuales
podía complementar la insuficiente capacidad para producir beneficios, que es
lo que constituye su capacidad vital.
Esta primera
generación de teóricos del imperialismo representó uno de los grandes momentos
de aciertos en la aplicación del métodos del materialismo histórico para
comprender el mundo de las relaciones internacionales. Escribieron en un
periodo de extraordinaria fertilidad teórica. Su contribución no se debió al
hecho de ser ortodoxos y exegéticos, sino por ser revisionistas y críticos
tenaces. Tras la crisis de la guerra, lo que se había alcanzado en cuanto a la
producción de teorías se perdió o cristalizó rápidamente en forma
de dogma y nueva
ortodoxia. Es quizás irónico que las ideas que parecían tener tanta fuerza en
aquel entonces, no hayan durado para comprender el mundo durante el siglo
siguiente, mientras que las que estaban más marginadas o habían sido más
ignoradas parecen ser hoy algo más reveladoras. Sin embargo, sigue siendo
iluminadora la búsqueda por todos ellos de formas de aplicar los principios
analíticos generales.
El imperialismo,
Marca 2
Llamo segunda
generación de teóricos del imperialismo a aquellos que han analizado el
concepto durante las últimas 3 ó 4 décadas (ésta es la familia intelectual en
la que crecí). No siempre han utilizado el término imperialismo, y
centralmente se han preocupado por las relaciones entre las naciones
capitalistas ricas e industrializadas y «el tercer mundo», es decir, las periferias
del capitalismo. Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial se
extendió con éxito un movimiento anticolonial cuya teoría se basaba en la obvia
injusticia de imponer normas extranjeras en el país colonizado y no permitirles
el derecho a la autodeterminación nacional, que como principio nadie niega. La
segunda generación de teorías sobre el imperialismo surgió como una reacción
ante la idea de que el fin del colonialismo directo cerraba el capítulo sobre
imperialismo. Por lo tanto, en cierto sentido, todas son teorías sobre
neocolonialismo y neoimperialismo. La atención que se le daba al
anti-imperialismo político de los movimientos de liberación colonial pasó a
centrarse en el anti-imperialismo cultural y económico. De entre estas teorías,
una de las más fértiles, la teoría de la dependencia, era un producto
intelectual y político de América Latina, una parte del mundo periférico donde
el colonialismo formal apenas había existido durante un siglo. Este hecho tiene
un viso irónico, a la luz del propio análisis del mundo que plantea la teoría
de la dependencia.
Sorprendentemente,
hay poca continuidad entre la primera y la segunda generación de teorías sobre
el imperialismo. Esto se debe en parte al papel que jugó Lenin en los debates.
Lenin, casi único entre los contribuyentes a la primera generación de teorías,
murió supuestamente en la cama y a continuación recibió la reverencia
generalizada de la izquierda. Su libro El Imperialismo encabezó,
durante al menos algún tiempo, la lista de libros más vendidos, y en los
círculos ortodoxos e incluso en algunos no tan ortodoxos era imposible
criticarle. Sin embargo, al tiempo que Lenin finalmente exponía en teoría una
posición bastante radical sobre la autodeterminación nacional, las relaciones
entre los países desarrollados y subdesarrollados apenas aparecían en su
teoría y concepto de imperialismo. Parece que Lenin esperaba que el
imperialismo acelerase el proceso de industrialización de los países pobres,
casi lo contrario de lo que la teoría sobre el imperialismo de la segunda
generación argumentaba normalmente. Y para más ironía, el mundo de los años 60
no se parecía a la guerra permanente entre potencias capitalistas que Lenin
había vaticinado, sino que se parecía mucho más al mundo que había predicho
otra persona, el hombre que sostenía que la Primera Guerra Mundial no
resolvería todas las contradicciones existentes entre las pnncipales fuerzas
imperialistas y que la paz subsiguiente no sería más que un armisticio breve.
Asimismo, este autor planteó que nada podía evitar que una explosión violenta
finalmente reemplazara al imperialismo por una alianza santa conformada por los
imperialistas, alianza que para su buen funcionamiento, estaría dominada por
Estados Unidos y regresaría a un régimen de comercio internacional más libre.
Me estoy refiriendo al «renegado Kautsky» (Kautsky [191411970, Wollen 1993). La
violenta denuncia de los bolcheviques hacia Karl Kautsky por atreverse a
sugerir que podría haber un mundo capitalista que transcendiera el imperialismo
de principios del siglo XX, contribuyó a restar interés al trabajo de Kautsky,
que sólo ahora empieza a recuperarse.
La segunda
generación de teóricos del imperialismo tenía una perspectiva kautskiana (no
expresada y no expresable), basada, no en la predicción, sino en la observación.
De hecho, hubo un escritor que llamó la atención hacia la concordancia entre la
teoría de los sistemas mundiales de Wallerstein y la teoría de Kautsky (Wollen
1993). No obstante, esta segunda generación, en general, dio menos importancia
teórica a las etapas de la que le dieron Kautsky y todos los teóricos de la
primera generación. Para todos aquellos que escribían a principios del siglo
XX, el imperialismo era una nueva fase, estadio o época del capitalismo. Es
cierto que uno de los teóricos pioneros de la segunda generación, Paul Baran,
autor de La economía política de crecimiento (Baran [19571
1979), está vinculado a la teoría de la etapa monopolista del capitalismo (en
su trabajo junto con Paul Sweezy: Baran y Sweezy [1966] 1988). Sin embargo, la mayoría
de los escritores que están dentro de la tradición de la teoría de la
dependencia (Andre Gunder Frank, etc.) y de la teoría de los sistemas mundiales
(Immanuel Wallerstein etc.) conciben la polarización entre el centro y la
periferia como una característica permanente del capitalismo desde el siglo
XVII. Pero aunque esta idea elimina el problema de la atribución de etapas al
capitalismo de forma demasiado simplificada, en sí misma contiene sus propias
simplificaciones en cuanto a la conexión que establece entre el modo de
producción y el sistema social, es decir, afirmar, de manera simplista, que el
mundo es capitalista desde el siglo XVII. Se ha criticado duramente a estas
teorías por presentar una definición del capitalismo basada en los mercados y
no en la producción. Sin embargo, pienso que su principal problema es distinto:
estas ideas rechazan la teoría de las etapas demasiado rigurosamente y con ello
reducen 400 años de historia del capitalismo a unas cuantas características
principales, de las cuales la más importante es la polarización entre el centro
y la periferia en el marco de una sola economía mundial. Esto hace que sea muy
difícil identificar cambios históricos importantes, incluso si no utilizamos
una teoría rígida de las etapas para interpretar los cambios.
El aspecto de
mayor fuerza en esta segunda generación de teorías sobre el imperialismo es la
manera en la que ha mostrado las múltiples fuentes de desigualdad económica
internacional, las muchas formas de explotación económica, y el control
político del norte sobre el sur. Su punto débil ha sido su incapacidad de dar
cuenta de aquellas evoluciones que no han sido simplemente una continuación de
la polarización norte-sur, como por ejemplo, la rapidísima industrialización
capitalista de un número de países asiáticos durante los últimos 40 años.
Lenin ya imaginaba que el imperialismo daría tales resultados, aunque no le dio
mucha importancia ya que sucedía en lo que él consideraba como una época de
regresión social irreversible. Sin embargo los leninistas y los teóricos del
imperialismo de la segunda generación coinciden en la idea de que el
capitalismo en la actualidad ha perdido todos los aspectos progresistas. En mi
opinión, esta posición totalmente negativa es una fuente de debilidad en los
análisis de izquierdas, ya que le deja desprovista de explicaciones adecuadas,
tanto económicas como ideológicas, sobre la capacidad de recuperación del
capitalismo en el mundo. Tanto las teorías rígidas sobre las etapas, como las
teorías más atemporales, como es la de los sistemas mundiales, han levantado
obstáculos de diferente tipo para comprender los cambios históricos de manera
dialéctica y matizada. La primera, porque los cambios se consideran demasiado
completos y en la segunda, porque no aprecia los cambios suficientemente. Para
retomar la terminología de la sección 2, diremos que hay demasiadas líneas
rectas y no hay suficientes espirales.
La globalización,
marcas 1 y 2
No cabe la menor
duda de que en las últimas décadas los inconvenientes nacionales para que el
capitalismo funcione a escala mundial han ido reduciéndose. Desde hace algún
tiempo, la mayoría de los indicadores de integración global de las economías
capitalistas han ido elevándose. En este sentido, es indiscutible el hecho de
que existe globalización. Sin embargo, buena parte de las concepciones actuales
sobre la globalización van mucho más allá: argumentan que estos cambios han
transformado cualitativamente el sistema, y que éste se ha adentrado en una
fase nueva y sin precedente.
Al igual que con
el imperialismo, es posible distinguir también dos generaciones de teorías de
la globalización más recientes, aunque en la actualidad la velocidad de
producción de teorías ha aumentado. La primera generación data de principios de
los 70 y se autopropuso explícitamente para reemplazar a la teoría del
imperialismo (Sklar 1976). Un grupo de historiadores marxistas formuló una
teoría que llamaron postimperialismo, justo antes de la era en la que todo era
post. Su prefijo «post» se refería más a las teorías del imperialismo leninista
que a la teoría de la dependencia. Argumentaron que la clase capitalista había
dejado de estar dividida en diferentes nacionalidades para fusionarse en una
única burguesía colectiva internacional. El capitalismo estaba tan
internacionalizado que las fronteras nacionales ya no tenían mucho sentido y
los conflictos entre naciones estaban siendo sustituidos por la lucha de clases
a escala mundial. Esta teoría ofrecía mucha retórica marxista sobre «el
retorno a Marx» a pesar de que la relación que proponía entre lo conceptual y
lo empírico era problemática. No dejaba claro si el volver a Marx estaba
justificado por el hecho de que Marx siempre había tenido razón, o porque el
mundo había cambiado para darle la razón de nuevo. La hipótesis
postimperialista consideraba que la actual clase capitalista mundial había
tomado la forma de red de empresas multinacionales. Se podia denotar en esta
visión una gran influencia de Schumpeter: por un lado, la idea de que el
capitalismo nunca cesa de ser progresista, pero también la idea de que la
globalización del capital conducirá a la globalización de la clase trabajadora
y, con ello, al desarrollo de un movimiento revolucionario internacional.
Evidentemente ésta
es una conclusión muy similar a la que también por entonces se podía encontrar
en el trabajo de Bill Warren (Warren 1980). La diferencia era que Warren estaba
reaccionando, en particular, ante la teoría sobre el imperialismo de la segunda
generación, basándose en el hecho de que ésta era responsable de la
substitución sistemática de clase por nación y de que había sumergido al
socialismo en la maraña del nacionalismo. También en Warren se encuentra la
retórica del «retorno a Marx», al igual que la misma ambigüedad sobre si el
imperialismo existió realmente y había desaparecido, o si nunca existió (es
decir, si Marx había tenido razón a lo largo de todo el proceso).
Warren y los
post-imperialistas no consiguieron mucho apoyo con su hipótesis sobre
proto-globalización a pesar del hecho de que a la izquierda antiimperialistas
más ortodoxa le resultaba difícil rebatir sus ideas. Por aquel entonces, la
izquierda en general no quería abandonar la idea de que el imperialismo era la
característica principal del mundo, algo que ambas versiones de la idea de
proto-globalización requerían. Sin embargo, en poco tiempo, la mayoría de los
teóricos, a excepción de algunos escépticos, aceptó alguna de las versiones de
la hipótesis sobre la globalización.
Una serie de
hechos sustentan en mayor o menor medida las hipótesis que sobre la
globalización se formularon. En mi opinión, esta base empírica es muy débil, y
trato de demostrarlo comentando a continuación algunos de los hechos clave que
frecuentemente se aducen para mostrar la existencia de globalización.
1. El comercio internacional está aumentando con relación al valor de la
producción. Es cierto que desde 1950, el comercio ha crecido más rápidamente
que la producción, a pesar de que se tiende a exagerar este dato debido al uso
de medidas inapropiadas. Sin embargo, los niveles relativos actuales no están
muy por encima de donde estaban justo antes de la Primera Guerra Mundial. De
esa manera, con relación a la producción, no hay actualmente un nivel de comercio
internacional sin precedentes. Una parte de la elevada cifra actual (una
pequeña parte, sin duda) se debe a que algunos países se han dividido; y si
algún día se llegara a considerar a la Unión Europea como un solo país, las
cifras sobre el comercio internacional disminuirá enormemente (Sutcliffe y Glyn
2000).
2. La inversión directa en el extranjero ha aumentado con relación al tamaño
de la economía. Es de nuevo cierto, que el porcentaje de inversión extranjera,
en relación a la inversión total, ha ido aumentando (de manera mucho más
irregular que el comercio). Pero en este caso, las cifras vuelven a demostrar
que, como mucho, se han vuelto a alcanzar los niveles relativos de 1913. De
nuevo, hay globalización pero no sin precedentes.
3. La producción en el extranjero ha pasado a ser más importante que las
exportaciones (un reflejo inconsciente de la idea de Lenin de que la
exportación de capital había tomado más importancia que la exportación de
bienes). Se ha dado mucha importancia a los cálculos recientes según los cuales
el valor de las ventas realizadas por empresas filiales extranjeras fue, en
1990, mayor que el valor total de las exportaciones mundiales (UNCTAD 1999). Se
aduce que esto representa un giro cualitativo tras el cual la integración de
la producción a nivel internacional domina sobre las transacciones entre los
distintos productores de las diferentes naciones. Dudo mucho de la importancia
de esta estadística. Muchas de las llamadas filiales extranjeras de compañías
multinacionales no son más que agencias de venta para las empresas matrices.
Esto significa que puede que las exportaciones se contabilicen dos veces, una
en cifras de exportaciones propiamente dichas y, de nuevo, en el registro de
las ventas que las compañías filiales realizan en el extranjero. Por lo tanto,
las ventas reales en el extranjero son mucho más pequeñas de lo que parecen.
4. Mucho o casi todo el comercio internacional tiene lugar entre las
distintas sucursales de empresas internacionales (comercio intraempresa) lo
que parece indicar que existe un alto grado de integración transfrontenza de
las estructuras de producción. He encontrado únicamente dos estudios substantivos
sobre esta cuestión, uno para EEUU y otro para Japón. Ambos apuntan hacia un
aumento del comercio intraempresa a pesar de que, en el caso de EEUU, este
aumento es apenas de un tercio, cifra que ya se empezó a citar ampliamente allá
por los años 60. Y de nuevo, parte del comercio interno consiste simplemente en
enviar mercancías a una filial de ventas para que ésta las comercialice en un
mercado extranjero. Por tanto, en lo que se refiere a la integración del
sistema de producción, éste no es muy diferente del comercio no intraempresa.
5. Las empresas
internacionales dominan el mundo. En cierto sentido, las grandes empresas han
dominado la economía mundial durante mucho tiempo aunque probablemente nunca
tanto como lo hicieron las grandes companías comerciales del siglo XVIII. Este
argumento sugiere, sin embargo, que el grado de dominio ha aumentado, lo cual
puede deberse a que hay mayor nivel de monopolio y concentración. No obstante,
la evidencia no demuestra esto y de hecho la globalización ha aumentado la
competitividad en muchas áreas. Todas las grandes empresas capitalistas son y
han sido multinacionales durante un tiempo, en el sentido de que exportan
bienes e invierten en el extranjero. Algunas de ellas han integrado estructuras
de producción, pero casi ninguna ha integrado una dirección a escala mundial,
ni ha perdido la identidad nacional. (Ruigrok y Van Tulden 1995, Doremus et al.
1998). Por otro lado, muchas declaraciones típicas han exagerado grotescamente
el peso cuantitativo de las empresas multinacionales. A menudo comparan
erróneamente las ventas de las empresas (no el valor añadido) de los países o
del mundo, con la renta nacional (que es valor añadido). Pienso que el mejor
indicador de su importancia relativa es que las cien multinacionales más
grandes producen sólo el 5% del PIB mundial (2.5% en el extranjero); su
participación en el capital mundial total es un poco inferior; y el conjunto de
las poco más de 44.000 empresas multinacionales (así definidas por la UNCTAD)
producen alrededor del 22% del PIB mundial (7.5 en el extranjero) (UNCTAD 1998;
Sutcliffe y Glyn 2000). Es posible que esto sea suficiente para dominar el
mundo en cierto modo, pero es mucho, mucho menos de lo que a menudo se afirma.
Las hipótesis
sobre la globalización son más que una simple serie de exageraciones
estadísticas. Sobre el tema de la globalización existen, al igual que sobre
cualquier otro tema, versiones extremistas y moderadas. La versión moderada
simplemente dice que las cosas se están volviendo cada vez más globales (esta
afirmación es prácticamente irrefutable), que ello está tornando más precario
el nivel económico de los seres humanos, y que está logrando además que el
Estado nacional pierda la capacidad para impedirlo. El
mundo se ha
convertido en un espacio macroeconómico único, con lo que ya no puede existir
una política económica nacional y la vida se convierte en una lucha todavía más
desenfrenada de todos contra todos. Pienso que parte de ello es cierto, aunque
existe una tendencia a aceptar sin cuestionarse lo que los gobernantes de los
Estados nacionales les gustaría que su electorado creyera (que ellos, los
gobernantes, no pueden hacer nada para detener las consecuencias); asimismo
existe una tendencia a exagerar las dificultades para dar respuestas; lo cual
genera pesimismo o al menos, una reacción rotundamente antiglobalista o
nacionalista. También tiende a crear la ilusión nostálgica de que en el pasado
todo fue mejor.
Aunque constata
que ha habido cambios muy rápidos en los indicadores de la globalización, en
términos generales esta versión de la globalización sigue estando, en lo que a
teoría se refiere, en la línea de la segunda generación de teorías sobre el
imperialismo. Estas teorías dan énfasis a los efectos de la polarización
norte-sur de la nueva economía mundial y perciben a las instituciones mundiales
no tanto como globales, sino como instituciones ultraimperialistas de los
países imperialistas ricos. Asimismo, en esta segunda generación de teorías
sobre el imperialismo está presente la idea de que las empresas multinacionales
de los países del norte son los principales agentes de la explotación
económica, y que en los países dependientes el Estado carece de poder. Por lo
tanto, mientras que anteriormente las ideas de Warren sobre la
protoglobalización y las teorías postimperialistas requerían optar entre creer
en el imperialismo o creer en la globalización, muchas de las nuevas versiones
de la teoría sobre la globalización no lo requieren, y eso lo ha hecho más
digerible para la izquierda. Según esta interpretación, la globalización no
representa una nueva etapa, aunque a menudo se la percibe como el principal eje
de intensificación de tendencias enquistadas desde hace mucho tiempo.
Por su parte, la
versión extremista de la globalización va considerablemente más allá al
argumentar que el mundo no sólo es una unidad económica, sino también una
unidad social, con una estructura de clase unificada a escala mundial. La clase
capitalista en particular se ha convertido en una clase global para sí misma.
Se ha completado así un proceso inmanente. Los teóricos postimperialistas
adoptaron esta postura, que es ahora muy común aunque circula bajo otro nombre.
¿Qué relación
tiene la globalización, así entendida, con el imperialismo? En primer lugar, la
globalización parece chocar frontalmente con el concepto leninista de
imperialismo. Éste tomó como punto de partida el hecho de que las distintas
clases capitalistas nacionales estaban destinadas a verse eternamente
envueltas en conflictos fratricidas y que serían incapaces de formar una clase
social dirigente. Estarían dividiendo el mundo constantemente a un alto coste
para todos. Por esta razón el capitalismo debía ser urgentemente reemplazado.
Los teóricos postimperialistas como su propio nombre indica, opinaban que la
teoría del imperialismo de Lenin era apropiada para entender una época
concreta, pero pensaban que ésta ya se había superado. Las versiones radicales
de la segunda generación de teorías sobre la globalización sugieren que ha
tenido lugar un cambio de etapa similar, aunque apenas mencionan esto de
manera explícita. Lógicamente la idea de que el mundo es una sola unidad social
y económica implica que las naciones han perdido su importancia como
divisiones sociales y que la lucha de clases ahora lo domina todo, y por lo
tanto, que ha cobrado dimensiones globales.
El materialismo
histórico, la globalización y la política
Una vez más, las
versiones más extremas de las hipótesis sobre la globalización parecen volver a
lo que defendían los jóvenes Marx y Engels. Pero existe una clara diferencia.
Marx, Engels, junto con muchos otros socialistas del siglo XIX, generalmente
consideraban la globalización como una evolución que ofrecía oportunidades
positivas desde el punto de vista del socialismo. Pensaban que podría asentar
las bases de un movimiento internacional de la clase trabajadora y así repeler
las ideas nacionalistas retrógradas. Sin embargo, actualmente la globalización
recibe una acogida universalmente hostil por parte de la izquierda. Parece
darse por supuesto que la globalización sólo puede representar un control
capitalista más completo sobre el mundo y generar para las clases oprimidas y
explotadas debilidad para defenderse así como daño económico.
Al menos
superficialmente hay diferencias muy marcadas entre la reacción pesimista
generalizada que la izquierda de hoy tiene ante la globalización y la posición
que tomaron ante ella aquellos que inicialmente llevaron a la práctica el
materialismo histórico. En 1848, Marx pronunció un discurso sobre libre
comercio en Bruselas, gran parte del cual hubiera entusiasmado a los
manifestantes contra la Organización Mundial del Comercio en 1999, en el que
atacaba ferozmente el libre comercio porque sólo suponía libertad de capital
(Marx 1848). Pero cuando parecía que iba a finalizar el discurso denunciando
el libre comercio, concluyó sin titubear que entre proteccionismo y libre
comercio, él, como socialista, debería apoyar el libre comercio porque rompía
con el statu quo y no era conservador. Al decir esto, no es
que pretendiera apoyar el libre comercio capitalista; lo que hacía era buscar,
dentro de los parámetros del sistema capitalista gobernante, las mejores
circunstancias para que el socialismo mundial se desarrollara. La primera
generación de teóricos del imperialismo también era unánime al considerar
reaccionarias las tendencias que se alejaban del libre comercio en los primeros
años de este siglo. Aún más, mientras la izquierda actual acusa a las compañías
multinacionales de ser responsables de casi todos los males, Lenin y otros exponentes
de la primera generación de teóricos del imperialismo se lamentaban porque el
capitalismo se identificaba cada vez más con los intereses nacionales, en lugar
de construir unidades económicas a nivel mundial que reforzaran el desarrollo
de una clase obrera mundial y preparan el terreno para una economía socialista
globalmente planificada. Para Lenin y para muchos otros, la existencia de la
gran empresa capitalista era la señal que apuntaba hacia un nuevo racionalismo
socialista.
Al señalar estos
contrastes entre lo anterior y lo presente no pretendo decir que es necesario
repetir simplemente lo que otros han dicho anteriormente. Sin embargo,
deberíamos intentar explicar por qué hay aparentemente tanta diferencia entre
las respuestas políticas que ofrecen los enemigos del capitalismo en estas dos
épocas. ¿Estaban equivocados? o bien, ¿el mundo ha cambiado tanto que sus
respuestas han perdido actualmente relevancia? Pienso que las respuestas
correctas a estas cuestiones incluirían algunos elementos afirmativos y otros
negativos. Y si esto es cierto, la izquierda de hoy debería estar preguntándose
de manera más insistente una tercera cuestión: ¿podríamos estar nosotros
equivocados?
En una frase
célebre Marx dice que «[l]os hombres hacen su propia historia, pero no la hacen
a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo
aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les
han sido legadas por el pasado» (El 18 brumario de Luis
Bonaparte). Esto demuestra que para que la acción política sea eficaz
(en la construcción de la historia) no puede ignorar los movimientos y fuerzas
existentes. Sea cual fuere la dirección que se desea para el futuro, el camino
necesariamente encuentra cauces y límites en el movimiento casi imparable de la
espiral de la historia. Existen momentos en la historia en los que tal vez no
haya ninguna alternativa posible. Pero por lo general, una situación política o
económica puede evolucionar en direcciones diferentes, aunque no evolucionaría
en cualquier dirección por la que se optara arbitrariamente. El arte de aplicar
el materialismo histórico a la práctica política reside en identificar las
alternativas reales y analizar la manera en la que la intervención podría
influir en el desarrollo de la realidad hacia la más progresista de dichas
posibilidades.
Lenin dijo una vez
que no existía ninguna situación en la que el capitalismo no tuviera ninguna
salida. Si seguimos esa misma lógica, deberíamos decir que tampoco hay situaciones
de triunfo sin ambigüedades. Según el materialismo histórico, el capitalismo no
es capaz de alcanzar la estabilidad permanente. Mi interpretación del
materialismo histórico es que desde el punto de vista de un movimiento
anticapitalista, la acción política (la construcción de la historia) raras
veces implica una confrontación directa con el enemigo o el retroceso a una
etapa anterior. Consiste, más bien, en aplicar el principio rector de ciertas
artes marciales orientales: detectar las contradicciones que el enemigo tiene y
aprovechar esas debilidades para desviar su energía en nuestro favor.
Definitivamente,
este abordaje no lleva a la conclusión de que la globalización dará lugar
automáticamente al socialismo global. Esta claro que no lo hará. Pero tampoco
es un simple movimiento en la dirección opuesta. Como cualquier cambio
histórico importante, la globalización no sólo crea nuevos problemas sociales,
sino también, nuevas necesidades y nuevas oportunidades políticas.
En mi opinión,
parte del pesimismo actual ante la globalización es un legado de Lenin y su
forma ya mencionada de concebir la historia del capitalismo: proceso en el que
una etapa histórica progresista finalmente da paso de manera decisiva,
permanente y sin ambigüedades a otra etapa en la cual el capitalismo se torna
necesariamente en un proceso retrógrado. Si ése fuera el caso, ningún cambio en
el capitalismo podría jamás acogerse como positivo, ni siquiera de la forma
parcial, escéptica o irónica en que Marx acogió algunos cambios. Esta manera
de ver las cosas (la de Lenin) no sólo está lejos de lo que buscaban los
socialistas del siglo XIX, sino que además parece ser una evaluación falsa de
las posibilidades reales de hacer que los cambios actuales del capitalismo se
conviertan en ventajas para la gente explotada y oprimida.
Muchas de las
ideas sobre la globalización sobrestiman la fuerza, unidad y conciencia de la
clase capitalista, al dar por supuesto que los cambios recientes están bien
planificados, son conscientes y que necesariamente tendrán éxito. Sin embargo,
la mayor libertad de los mercados internacionales representa un gran peligro
para los capitalistas ya que complica la cadena de condiciones que deben
satisfacerse para producir y hacer efectiva la plusvalía de manera eficaz,
aumentando así el peligro de inestabilidad. El capital, especialmente el más
global, el especulativo, puede fácilmente desaparecer con la inestabilidad
internacional. No es una coincidencia que George Soros se haya convertido en
uno de los principales defensores de imponer nuevos controles para los
movimientos de capital líquido. Para ver cómo amenazan con estallar los
conflictos fratricidas entre empresas capitalistas y los Estados capitalistas,
no hace falta tener una perspectiva leninista ortodoxa o pensar que otra guerra
mundial nos espera a la vuelta de la esquina. La unidad global de la clase
capitalista y la superación de los estados nacionales son grandes mitos....
(LOS CAPITALES ESTÁN ENTRELAZADOS,...LAS MULTICORPORACIONES Y LAS MEGACORPORACIONES,...¡¡ Y LA GRAN MEGACORPORACIÓN,...VERDADERO GOBIERNO Y PODER POLITICO-ECONÓMICO IMPERIALISTA UNIVERSAL ¡¡) lukyrh.
ANTE LA POTENCIA Y EMPUJE QUE TIENEN,...ES PENSAR Y SABER HACIA DONDE CAMINARÁN,...CUALES SERÁN SUS PRÓXIMOS PROYECTOS, Y A MEDIO Y LARGO PLAZO,...LUKYRH.
- /// [PDF]
La crisis y su impacto futuro en la economía internacional 34 - Cepal
www.cepal.org/.../LA_CRISIS_IMPACTO_FUTURO_ECONOMIA_INT...17. Capítulo I. La crisis y su impacto futuro en la ... B. De la crisis financiera a la crisis global. 1. ..... financieras que van desde inyecciones directas de capital. - [PDF]
Situación y perspectivas de la economía mundial 2013
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....Si uno de los
problemas que tiene el abordar la globalización de manera pesimista es que a
veces no ve ninguna salida política, otro de los problemas es que a veces
defiende la posibilidad de mirar hacia atrás para encontrar la salida.
Identificar la globalización como el problema implica que la desglobalización,
el nacionalismo y el localismo son las soluciones lógicas. Si la historia es
una línea recta y no nos gusta la dirección que toma, no queda más remedio que
retroceder. Sin embargo, si es una espiral, existen más posibilidades. Si
identificamos el capitalismo como el problema y no la globalización, y si el
capitalismo es global, la solución sería el anticapitalismo, y éste debería
mundializarse presentando propuestas, no en contra de la globalización como
tal, sino en contra del capitalismo global y de la globalización capitalista.
En parte, esto significa una globalización democrática y socialista, una idea
que deberíamos finalmente aceptar o que deberíamos volver a aceptar. En mi
opinión, actualmente no hay razones para pensar, como los pesimistas de hoy,
que las unidades sociales de gran tamaño (e incluso la economía mundial) son
más difíciles de democratizar que las pequeñas (tales como la aldea o la
familia).
En síntesis, creo
que confiaremos plenamente en el método del materialismo histórico para
reconocer los nuevos elementos importantes de la globalización en la estructura
actual del mundo capitalista, elementos nuevos pero no sin precedentes, y no
para interpretarlos como una nueva etapa o transformación cualitativa completa.
Es necesario aceptar que el Estado nacional sigue siendo importante y necesario
para la clase capitalista, la cual, por tanto, continua siendo nacional en gran
medida, aunque con crecientes elementos de colaboración internacional y en
casos particulares, de fusión. Lejos de ser un fenómeno consumado, la
globalización es parcial, sesgada, ambigua y contradictoria, como cualquier
otra tendencia central de carácter social y económico. El conflicto entre
capitales nacionales sigue siendo importante y también lo es la explotación, el
dominio y la marginación de los países que están dentro de la estructura
capitalista globalizadora. El crecimiento real de los aspectos globalizados del
capitalismo es razón suficiente para que surja un movimiento de resistencia
que pueda transcender las fronteras nacionales a la misma velocidad o incluso
más rápido que el capital. Hasta ahora, la resistencia internacional ha ido a
la zaga de la globalización capitalista. No obstante, existen signos crecientes
del aumento de los movimientos internacionales de las clases no capitalistas.
Parte de los aspectos progresistas del desarrollo capitalista, tal y como lo
veía Marx, era que a la vez que desarrollaba las fuerzas productivas,
desarrollaba también la fortaleza de las clases que acabarían enterrándolo. En
mi opinión, ese proceso está en curso y puede acelerarse en la nueva etapa de
la globalización.
Bibliografia
BARAN, Paul (1957): La economía política de crecimiento, Fondo
de Cultura Económica, México, 1979.
BARAN, Paul y Paul
SWEEZY (1966): El capital monopolista, Siglo XXI, Madrid,
1988.
C
(Traducción del
inglés de Itziar Jaudenes)///...///
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La occidentalización de Ucrania
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Cuando de política se trata, hablar de Occidente no tiene una significación geográfica; no se hace referencia al punto cardinal Oeste, sino a una cultura, a una civilización que, vista desde el punto de mira eurocéntrico que se estructuró a partir de La Ilustración, es superior por los valores políticos, religiosos y culturales que ha sustentado frente al salvajismo y barbarie oriental o no occidental; es decir, frente a los inciviles del resto de mundo.
Con el paso del tiempo y, específicamente, a raíz de la Guerra Fría, el concepto ideológico embutido en la palabra Occidente se enriqueció con valores como libertad y democracia, que solo podía ofrecer el sistema capitalista administrado por los Estados Unidos de América. En este proceso de adaptación o evolución, la superioridad del humano blanco desapareció y el cristianismo y judaísmo dejaron de ser los referentes religiosos exclusivos. Entonces, con gran empuje, haciendo concesiones a los grupos que defendían los derechos civiles, y con la orquestación de sangrientas orgías bélicas a nivel mundial, decidieron expandir la civilización occidental, siempre bajo pretextos humanitarios.
Japón y Corea del Sur, ubicados en Oriente, de credos nada cristianos, fenotipos y genotipos que no se acercan al “superior” y caucásico hombre occidental, se convirtieron en occidentales, pues asumieron los valores del sistema capitalista al estilo estadounidense y con ello el liderazgo y la gendarmería que viene ejerciendo este país que los europeos levantaron en el centro del norte de nuestra América.
La Unión Soviética jugó un papel de contrapeso tras terminar la Segunda Guerra Mundial. Aquella compleja confederación de repúblicas socialistas lideró la otra parte del mundo sin mucha cohesión; China, por ejemplo, jugaba su propio juego en el tablero del ajedrez mundial, y el Mariscal Tito construía su socialismo sin alinearse. Roto el equilibrio de poder con la desaparición del bloque soviético, la occidentalización parecía garantizada; la historia llegaba a su fin, pronosticó en un ensayo Francis Fukuyama. Pero la unipolaridad que llevó a este ensayista a ver un mundo definitivamente occidental, se quebró con las oportunidades que se abrieron para los países emergentes, tras la apertura de los mercados a nivel global.
La historia, que aún no para, no tardó en mostrar que se seguía moviendo, que nuevos actores entrarían a los múltiples escenarios que terminarían generando una crisis de hegemonía, y que las acciones que, por la inercia desprendida de un dilatado liderazgo occidental, emprendiera EE.UU en medio de esta nueva situación geopolítica, no tendrían los efectos esperados. Y es que este, aún poderoso, país, producto de los cambios en el comercio mundial, que a su vez van trayendo cambios en la política y en la diplomacia, experimenta una decadencia que se refleja en males estructurales internos que le impiden concentrarse en la política exterior.
Por eso la carrera por la occidentalización comienza a tener tropiezos más serios; las revoluciones promovidas por Occidente en el Magreb, región que agrupa países al norte de África, no han podido consolidar sociedades pro occidental. Ni la intromisión de la OTAN con sus bombas y diplomacia dura, ha logrado sepultar miles de años de una cultura “salvaje”. Ahora a Ucrania, menos “salvaje” y por tanto más cerca de ser “bárbara”, hay que llevarla a la civilización arrancándosela a Putin y los rusos, para adherirla a la Unión Europea, cuna del occidente político que lideran los Estados Unidos.
Los planes para expandir a Occidente se van frustrando porque la nueva estructuración geopolítica lo está conduciendo a acometer acciones que parecen, por los episodios que últimamente escenifican Obama y Putin, revivir la Guerra Fría. Pero la frustración no solo responde a una Rusia que se ha ido recomponiendo, sino a una China que emerge con pujanza, a un Brasil que se cuela como país de peso en la economía mundial, a una India que despierta para encaminarse hacia el desarrollo, y a una Sudáfrica que amenaza con romper sus amarras para navegar con vientos a favor.
Por el cuadro descrito, Josep Piqué, autor del libro “Cambio de era” se atrevió a afirmar: “Ya que Occidente está perdiendo el siglo XXI, desde una perspectiva económica, demográfica y estratégica, quizá podamos aún ganar la batalla ideológica. Y por ende, la batalla política….Dicho de otro modo, si Occidente está perdiendo su hegemonía en el mundo, plasmada durante dos siglos, en lo económico y en lo estratégico, puede seguir siendo el referente en la superioridad moral…”.
La esperanza de ganar la batalla ideológica es quizás la que ha llevado al liderazgo occidental a estructurar planes geoestratégicos que han tenido sus expresiones en el Magreb y que ahora se vuelcan sobre Ucrania; pues, como dice el autor citado, refiriéndose al supuesto legado moral de la democracia que dejaría en herencia la cultura del Oeste político, “no es poca cosa en esta nueva era, que nos desplaza desde el norte hacia el sur y desde Occidente hacia Oriente”.
Ucrania es cristiana ortodoxa, religión predominante en Rusia, y aunque el ucraniano es el idioma oficial, el ruso es hablado en un segmento importante de la población. Simetrías culturales y lazos históricos mueven a una gran parte de los ucranianos a rechazar las presiones de Bruselas y Washington para que este país de 49 millones de personas, el más grande y con el ejército más grande de toda Europa después de la patria de Lenin, ingrese a la UE, adhesión que la llevaría a ser parte de la OTAN, una entidad que fue creada para contener la expansión de la nación de los zares.
La jugada de Occidente en Ucrania no resulta simple, como no resultó serlo en el norte de África, porque la interdependencia y multipolaridad complejizan los movimientos políticos. La activación del extraño ultranacionalismo europeísta ha revivido al fascismo que desprecia a Rusia, un país que nunca ha permitido que se penetre en sus áreas de influencia: sus sensibles bordes fronterizos, sus murallas territoriales.
Europa, que anda metida en una crisis de la que no se recupera, podría enfrentar el corte en el suministro de gas que Rusia facilita a través de Ucrania. Algunas autoridades europeas dicen que sus países tienen reservas suficientes, pero lo cierto es que a pesar de que el invierno se aleja, muchas cocinas podrían quedar apagadas, y como consecuencia de la incertidumbre, la lenta recuperación económica se vería amenazada.
Como se ve, occidentalizar a esa antigua república soviética no resultará fácil, pues a las razones de orden económico se suman las de tipo cultural e históricas; sino, demos seguimiento a lo ocurrido en el parlamento de Crimea y lo que pudiera suceder el próximo 16 de marzo cuando está convocado el referéndum para la adhesión de esta provincia ucraniana a la Federación Rusa.]].
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