UNO :
ESPACIO DE ENCUENTRO COMUNISTA
COMISIÓN DE TRABAJO
PROGRAMA POLÍTICO
Versión Inicial (Diciembre 2015)
Contenido
1. MARCO ACTUAL DEL CAPITALISMO2. CRISIS CAPITALISTA, CAOS CIVILIZATORIO Y AMENAZAS A LA HUMANIDAD
3. NECESIDAD DE SOCIALISMO FRENTE A BARBARIE
4. "IZQUIERDA SISTÉMICA" Y LA NECESIDAD DE LA LUCHA IDEOLÓGICA
4.1. Espacio de la clase trabajadora con conciencia de clase frente a espacios de la
“mayoría social”
4.2. Formas efectivas de organizarse para la acción colectiva frente a “nuevas” formas de
organizarse
5. POR LA RECONSTRUCCIÓN DEL MOVIMIENTO COMUNISTA. NECESIDAD DE UNA
ORGANIZACIÓN REVOLUCIONARIA.
6. LOS COMUNISTAS Y LA LUCHA DE MASAS
6.1. Lucha de masas "popular" y lucha de masas "de clase"
6.2. La relación de los comunistas con nuestra clase y con sus luchas
7. NUEVOS DESAFÍOS PARA LOS COMUNISTAS
8. EL PAPEL DEL PARLAMENTARISMO EN EL COMUNISMO44
8.1. Conclusiones
9. EL PROGRAMA COMUNISTA COMO OBJETIVOS DE LUCHA
1. MARCO ACTUAL DEL CAPITALISMO
En el momento presente el capitalismo mundial se desenvuelve en una dinámica de
agudas transformaciones en su configuración como sistema global, profundización y
prolongación “sine die” de su crisis sistémica, contradicciones internas y fuertes
tensiones entre un imperio estadounidense en decadencia que pierde su hegemonía y
otras potencias capitalistas.
No es el objeto de este apartado el de profundizar de modo extenso en las cuestiones
avanzadas pero sí el de señalar los principales rasgos que caracterizan a esta etapa de
la formación social y económica capitalista.
Se han cumplido 8 años del inicio (2007) de la actual fase de la crisis económica. Ésta
conlleva el ahondamiento y la generalización de un proceso que se iniciaba
oficialmente con la crisis de 1973 -mucho más que una crisis de origen petrolífero-,
que ya entonces apuntaba a una caída en la tasa de beneficio capitalista en el sector
industrial y de servicios no financieros, y que paulatinamente se ha ido revelando
como una crisis de sobreproducción. Hasta entonces el mundo había vivido un largo
ciclo de expansión y crecimiento tras la II G. M., el tiempo necesario para la
reconstrucción de lo destruido por la conflagración y para la constitución de una
hegemonía concreta dentro de la configuración del mundo capitalista nacido de aquel
conflicto mundial, la de Estados Unidos.
Pero desde el inicio de la década de los 70 del pasado siglo, tras el pacto de
reordenación (desarticulación y nueva articulación) económica del sistema que supuso
el fin de Bretton Woods con el fin de la paridad dólar-oro en 1971, se han sucedido
otras crisis de carácter más localizado, como la de 1980-84 de la deuda externa en
América Latina, la que afectó a buena parte de Europa tras la caída de los “países
socialistas” y su progresiva homologación a las exigencias de la economía continental,
la de Méjico de 1994, con repercusiones internacionales, la de los tigres asiáticos en
1997, la del 2001 (crisis tecnológica), conocida como la de los punto.com, 2001-2002
en Argentina (corralito).
De todas estas crisis cabe extraer una lección: según la teoría de los ciclos de
Kondratieff hace tiempo que debiéramos estar viviendo un largo período de expansión
económica y crecimiento pero lo cierto es que desde la crisis del 73 los períodos de
recuperación económica alternan, rápidamente y de forma no sostenida, con los de
contracción. Y lo que es más significativo: hoy ya no cabe hablar de crisis capitalista
limitada principalmente a EEUU y Europa sino de crisis capitalista mundial. Hay que
destacar que de cada uno de estos periodos de contracción la clase trabajadora sale
más depauperada tanto en recursos como en derechos laborales, sin que en ningún
momento recupere la situación anterior a la crisis.
Japón vuelve en el último período de 2015 a la deflación. Los datos de la Reserva
Federal de los Estados Unidos indican que su economía no despega y en los últimos
tiempos las cifras de desempleo son muy desalentadoras. La situación de su sistema
financiero no es tampoco positiva: Morgan Stanley presentó en el tercer trimestre del
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2015 una caída de beneficios del 42%. Alemania presenta signos evidentes de
desaceleración económica y su banco estrella, Deutsche Bank, despedirá a cerca de
15.000 trabajadores y prevé pérdidas de más de 6.000 millones de euros. Los países
emergentes, entre ellos Brasil, ven deteriorarse sus economías a gran velocidad, una
vez que los capitales de los grandes inversores y especuladores internacionales se
retiran de ellos. Las previsiones del FMI y del Banco Mundial para la economía
mundial en 2016 rebajan drásticamente las expectativas de crecimiento que hace sólo
unos meses se presentaban mucho más halagüeñas. La Organización Mundial del
Comercio recorta sus previsiones del comercio mundial para 2015 del 3,3 al 2,8%.
Entre junio y agosto del 2015 el mercado mundial de valores bursátiles ha perdido 9,5
billones de dólares. Esta pérdida equivale a casi todo el PIB de China, el 60% del de
Estados Unidos o el 12,5% del PIB mundial. China pronto podría verse inmersa en
serias turbulencias, tras la pérdida de 5 billones de dólares en sus bolsas y el descenso
de su crecimiento por debajo del 7% del PIB, cuando hace apenas un año sus cifras
estaban en dos dígitos. Este país ha sufrido una fuga de capitales estimada de 500.000
millones de dólares en los primeros 8 meses del año. Si la situación de China
evolucionase hacia un empeoramiento de su economía, siendo uno de los primeros
compradores mundiales de deuda y uno de los principales consumidores de acero y
productos energéticos como el petróleo, el impacto mundial sobre una crisis que no ve
su final podría ser devastador para el sistema capitalista. De momento, está afectando
ya a buena parte de América Latina y puede acabar haciéndolo sobre África, algunos
de cuyos países han mantenido en los últimos años altos porcentajes de crecimiento.
La crisis es el atributo más importante del marco capitalista actual; una crisis que se
proyecta a ojos de sectores muy amplios de las clases trabajadoras como un horizonte
de permanente presente.
Una expresión que durante gran parte del período de luchas antiausteridad ha hecho
fortuna como slogan es, sin embargo, doblemente rechazable. Nos referimos a la
consigna "No es una crisis, es una estafa":
• Porque supone escamotear el hecho de que las crisis económicas son
inherentes al capital ya que éste se reordena y avanza en sus ciclos históricos a
través de ellas.
• Porque implica que si esa "estafa" no se hubiera producido -lo cual no es más
que una parte de la verdad de la crisis-, el capitalismo sería aceptable, un
axioma que es profundamente inmoral.
Pero en el contexto de esa crisis, y como oportunidad para el propio capitalismo de
reorganizarse y de aprovechar la circunstancia para imponer unas nuevas condiciones
de su orden/desorden internacional, surgen en el momento presente otros cambios
que caracterizan la actual etapa capitalista a nivel mundial.
Si tomamos desde 1973 como fecha de inicio de todo un período de crisis capitalistas
que han desembocado en la actual, es en esa etapa inicial cuando cabe situar el inicio
de los ataques del neoliberalismo en el plano académico y muy pronto en el político
(Thatcher a partir de 1979 y Reagan desde 1981). Cabe atribuir a ambas
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administraciones dos acciones que marcarán de forma transcendental la época hasta
el momento presente:
• La desregulación mundial del capital financiero, a partir de entonces un genio
escapado de la lámpara de los Estados y un factor de gran importancia en la
profundización de la crisis capitalista mundial.
• El inicio del desmonte del Estado del Bienestar, un camino sin retorno, aún más
tras la creciente pérdida del poder fiscal del Estado (globalización, deslocalización y
otros factores) y de la falta de alternativas reales del keynesianismo, la
socialdemocracia, que se convertirá en social-liberal, y del reformismo en general.
A partir de entonces, los Estados irán cediendo y perdiendo sus resortes de control
económico en un proceso que va desde el fin del capitalismo monopolista de Estado a
la privatización completa de la economía, su desregulación y la financiarización de la
misma.
Dos factores serían fundamentales en la financiarización de la economía:
• Como consecuencia de la entrada del capital financiero de forma masiva en las
corporaciones industriales por su creciente necesidad de financiar una innovación
tecnológica muy acelerada y cada vez más onerosa para las empresas, para la
competencia en los mercados, lo que dificultaba enormemente la amortización de
los equipos.
• El desvío de parte de los beneficios de los sectores industrial y de servicios no
financieros, como consecuencia de la tendencia a la caída de la tasa de ganancia,
hacia la especulación bursátil e inversora en general, con el fin de compensar dicha
caída, intentando mantener la tasa de acumulación del capital global.
En el plano de la relación entre capitalismo mundializado y Estados observamos cómo
se produce un doble fenómeno:
• Por un lado, el derecho como fundamento de un orden social, político y económico
concreto, pierde sus últimos ropajes que enmascaran y legitiman un sistema de
dominación concreto para pasar a subordinar, de un modo aún más evidente que
en el pasado, el Derecho Público al derecho Privado y, dentro de éste a la
preeminencia del Derecho Mercantil sobre otras ramas del orden legal como el
Derecho Administrativo o el Laboral. No de otro modo se entiende la involución en
la ficción de autonomía del Estado, que siempre ha revestido carácter de clase, en
beneficio de la nueva legislación de comercio internacional conocida como TTIP
(Transatlantic Trade and Investment Partnership). Más allá de las implicaciones que
ello tenga en cuanto al reforzado vasallaje de la Unión Europea respecto a Estados
Unidos o en cuanto a otras cuestiones de tipo ético, moral, igualitario, sanitario,
alimentario, en el efecto en la desigualdad en las relaciones internacionales entre
economías más y menos poderosas y entre centro y periferia, lo más evidente es
que con el TTIP mueren las últimas “ilusiones” de Estados que representen los
intereses del conjunto de sus habitantes y de unas administraciones con algún
poder de sustraerse al poder real, el económico. Cualquier conflicto de intereses
entre Estados y grandes corporaciones transnacionales se resolverá a partir de
ahora a favor de estas últimas.
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• Los procesos de acompasamiento y adecuación de las legislaciones europeas y de
los países signatarios del TTIP a la legislación que emane del mismo significarán aún
más recortes en las conquistas logradas por los trabajadores dentro de la
legislación laboral, mayor indefensión y desprotección en la salud de los
consumidores, pérdida de soberanía de los Estados para regular normas
comerciales que perjudiquen menos a las economías locales, etc.
Es evidente de qué modo el discurso reformista de “democracia” frente a capitalismo,
al cual elude esta corriente llamar por su nombre, para hablar sólo de su apariencia
actual, el neoliberalismo, resulta ridículo por cuanto que los Estados han perdido los
mecanismos de ejercicio democrático, que siempre estuvieron subordinados al interés
del status quo de la propiedad privada, frente al poder del capital. El TTIP no es más
que el colofón momentáneo del salvataje por los Estados de los sistemas financieros
que han acabado por arruinar o poner en riesgo la solvencia financiera de las
administraciones públicas.
En su dimensión imperialista, en la que la concentración de capital se ha acentuado
mucho más de lo que el propio Lenin había descrito, hemos pasado, tras el
hundimiento de la Unión Soviética, a la recuperación de un papel fuertemente activo
de Rusia en el concierto geopolítico mundial y la conversión de China en una
superpotencia mundial, de la unipolaridad hegemónica casi total, buscada y lograda en
el período de los 90 del pasado siglo y los primeros años del nuevo milenio, a la
multipolaridad en la que rivalizan no ya las tres potencias de carácter mundial
señaladas, sino alguna otra más local (India en Asía y Brasil, a pesar de su crisis política
y económica, en América Latina).
El peso mundial de Estados Unidos como superpotencia se ha visto reducido, tanto por
su propia crisis económica, de liderazgo tecnológico y político y de cuestionamiento
del dólar como moneda mundial, como incluso por su propia capacidad militar de
intervención en múltiples conflictos a la vez. Es un hecho que desde Vietnam apenas
puede ganar guerras que provoca o que incentiva y que sus invasiones acaban
empantanándole durante años con elevados costes humanos, económicos y políticos
(Afganistán, Iraq,...). Mantiene su capacidad para derribar gobiernos, provocar guerras
civiles y Estados fallidos pero es incapaz de imponer la pax americana y de lograr
gobiernos amigos estables.
Estados Unidos ha llevado a cabo el doble juego de privatizar la guerra, no sólo a
través de corporaciones contratistas sino de un terrorismo islamofascista que le haga
el trabajo sucio de destruir Oriente Medio con el fin de controlar sus recursos
energéticos y de proteger los intereses de Israel, y de debilitamiento del concepto de
Soberanía Nacional. En este contexto, a la vez que se desestabilizan los países en los
que se desea intervenir, se promueven doctrinas como la “responsabilidad de
proteger” que intentan convertir lo que sería una agresión a un país soberano en una
intervención necesaria por motivos “humanitarios”. Tras su último éxito en Libia, esta
estrategia ha encontrado su talón de Aquiles en Siria y en Yemen. La intervención de
Rusia en apoyo del gobierno sirio y la de otras potencias como Irán o milicias como la
de Hezbolá contra el fundamentalismo también en Yemen han representado, por el
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momento, el fin de la ola de revoluciones de colores dirigidas por el imperialismo
estadounidense que representaron las primaveras árabes.
Tras la desestabilización de Ucrania y la partición de hecho de este país en dos zonas,
se abre para Europa una etapa de tensiones con Rusia, como consecuencia de haber
asumido la Unión Europea el papel de comparsa de los intereses geoestratégicos de los
Estados Unidos y de su proyecto de arrinconamiento a Rusia y a sus países aliados de
la antigua URSS.
Las maniobras de la OTAN “Trident Juncture 2015” han significado una provocación en
toda regla hacia esa parte del este europeo.
El alineamiento de Estados Unidos con Japón en el conflicto de este último con China
por las islas Senkaku-Diayou es una muestra más del intento, por la vía de la agresión o
la presión militar, de recuperar parte del poder perdido de esa unipolaridad de Estados
Unidos que ha acabado.
Lo mismo sucede en la política de Estados Unidos hacia Venezuela, Bolivia o Ecuador,
plagado de intentos de desestabilización, espionaje y comportamientos de guerras de
cuarta generación.
La multipolaridad, no podemos ignorarlo, está formada por potencias capitalistas, que
se mueven por sus propios intereses geopolíticos y económicos, los cuáles, al ser
contrapuestos están elevando los niveles de tensión mundial de forma peligrosa, al
acercar la posibilidad de una III GM, algo que en dos ocasiones anteriores el
capitalismo ha buscado como fuga hacia adelante para salir de sus crisis. Pero no todas
actúan del mismo modo, ni con la misma agresividad, ni juegan un papel en la
geoestrategia mundial igualmente negativa para los intereses de los pueblos. El
imperialismo de Estados Unidos es, con mucho, el más agresivo, peligroso e
irresponsable. Y hoy Rusia y China juegan un papel equilibrador frente al intento
expansivo de Estados Unidos de recuperar la iniciativa imperial, sin que por ello
olvidemos que se trata de potencias de economía capitalista que aceptan las reglas
básicas del juego del mercado mundial.
CRISIS CAPITALISTA, CAOS CIVILIZATORIO Y AMENAZAS A LA
HUMANIDAD
Si en el apartado anterior hemos caracterizado el momento actual del capitalismo y,
dentro de él, hemos hablado de su crisis económica, resulta pertinente en lo relativo a
esta misma cuestión extraer algunas de sus principales consecuencias sociales y
políticas, así como el modo en el que unas y otras significan una amenaza para el
género humano, más allá del modo en el que se agudizan las contradicciones entre
clases como consecuencia de la propia crisis capitalista y de su gestión política.
En agosto de 2015 la tasa de desempleo en los países de la OCDE era del 6,8%.
Alrededor de 43.100.000 personas carecían de empleo, lo que representa 8.700.000
personas más que al principio de la crisis en 2008. Para España esa cifra se situaba en
el 22,20% (5.090.000 personas) y la del paro juvenil (de 15 a 24 años) en el 48,80%,
ambas las más altas de la OCDE. Mientras el promedio del empleo en los países de la
OCDE es del 65% de las personas en edad laboral (entre 15 y 64 años), en España es
tan sólo el 56% de las mismas. El paro, producto directo de la crisis capitalista ha
descendido la tasa de empleo de las mujeres hasta el 51% de las que están en edad
laboral, mientras en el caso de los hombres afecta al 60%. Los supuestos descensos del
paro presentados por el gobierno Rajoy como evidencias del éxito de su política
“anticrisis” no hacen sino mostrar una tendencia ya consolidada entre los parados de
larga duración. El caso de los desempleados no registrados porque han desistido de
busca un empleo que saben que ya no encontrarán. A esto hay que añadir el
fenómeno cada vez más extendido de la pobreza laboral; en esta fase del capitalismo
es cada vez más frecuente que el acceso a un trabajo ya no garantice un mínimo de
condiciones de vida.
Un estudio sobre desigualdad en los 34 países de la OCDE indica que entre 2007 y
2011, el 10% de los más favorecidos posee el 50% de la riqueza, mientras el 40% de los
más pobres sólo tiene el 3% de la misma. La crisis y las políticas de austeridad han sido
las grandes generadoras de dicha situación. El estudio titulado “Por qué menos
desigualdad beneficia a todos” señala que nunca fue tan elevada la diferencia entre
ricos y pobres. Según dicho estudio, nada sospechoso de bolchevismo, en España el
10% de los hogares más desfavorecidos perdieron un 13% anual de sus ingresos entre
2007 y 2011, mientras el 10% de los que más tenían sólo perdieron un 1,5% anual de
sus ganancias. Evidentemente estas cifras relativas a las clases altas y medias altas
debieran ser revisadas porque importantes segmentos de dichas clases se han visto, no
menos perjudicadas por la crisis, sino beneficiadas por la misma tanto en términos
tanto absolutos como relativos, al producirse una concentración de la riqueza.
La brutal caída de la cobertura de las tasas de desempleo -entre el 2010, con una
cobertura del 78,44% de los parados y Julio de 2015, con el 58,46%, la caída es de casi
20 puntos, según el Ministerio de Empleo- tiene algo que ver con este incremento de
las desigualdades económicas.
Pero si recurrimos a los datos de CCOO, la protección al desempleo es, en realidad, del
29,4% en el primer trimestre de 2015. Para este sindicato, la brutal diferencia entre
los datos oficiales del Gobierno del PP y los suyos se explica por el uso de un indicador
diferente al del Ministerio de Empleo (tasa de cobertura por desempleo). El sindicato
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prefiere hablar de tasa de protección por paro. Esta tasa divide el total de parados que
perciben prestaciones, entre el total de parados según la Encuesta de Población Activa,
sin excluir a ningún tipo de desempleado. En la tasa del Ministerio, por ejemplo, se
excluye del total de parados a los que lo son por primera vez, es decir, no tiene en
cuenta a los desempleados que nunca han trabajado. La fórmula del sindicato sí los
tiene en cuenta y por eso el nivel de protección resultante es mucho menor. Para
entendernos en cifras absolutas, según las estimaciones sindicales de cobertura del
desempleo, en el primer trimestre de 2015, el número de personas paradas entre 16 y
64 años que recibe alguna prestación fue de 1.599.767 sobre un total de 5.438.406 en
paro, lo que supone una tasa de protección del 29,4%. Habría en ese período por lo
tanto 3.838.639 personas que no perciben prestaciones por desempleo.
Las políticas de recortes sociales, del Estado del Bienestar (educación, pensiones,
sanidad,…) y las subidas de impuestos sobre los ingresos y el consumo explican
también mucho del incremento de la desigualdad en España, sin olvidarnos de los
contratos temporales y basura con salarios de miseria que dan como resultado el
fenómeno de la pobreza laboral.
Si nos referimos a la brecha salarial, las cifras de la desigualdad son obscenas:
En 2013, el salario medio de los directivos mejor pagados de las empresas del
Ibex 35 suponía 75 veces el gasto medio por empleado de esas mismas
compañías. En 2014, la desigualdad fue de 104 veces.
Mientras la media de los sueldos de los consejeros de las empresas que cotizan
en bolsa (IBEX y resto de cotizadas) se incrementaron entre 2013 y 2014 en un
17,56%, (de 319.784 a 375.949 euros) los de los empleados descendieron para
el mismo período en el 0,64% (pasando de media, sin descomponer por
categorías profesionales, de 43.366 a 43.088 euros brutos para el mismo
período). Hemos de señalar que establecer la media entre empresas del IBEX y
el resto de las que cotizan en bolsa introduce un sesgo muy elevado en la
media del resto de los empleados por categoría de empresas cotizadas, ya que
los empleados del IBEX reciben de media unos salarios aproximadamente un
50% más elevados que los del resto de otras empresas cotizadas en bolsa.
Todo ello explica que en toda la OCDE, la población por debajo del nivel de pobreza
haya pasado entre 2007 y 2011 del 1% al 9,4%, mientras que para España en el mismo
período esa cifra esté en el 18%, casi el doble que antes de la crisis.
Casi 600.000 familias han perdido su vivienda desde 2008 hasta 2015.
Las consecuencias sociales de la crisis capitalista han de ser explicadas en el contexto
de varios fenómenos fundamentales:
El intento de la burguesía de recuperar parte de su tasa de ganancia a través de
su ruptura con el pacto social que representa el Estado del Bienestar al que van
dejando paulatinamente de sostener a través de sus rentas e impuestos y
también de una disminución de su inversión en capital variable (fuerza de
trabajo), mediante el incremento del desempleo, su sustitución por inversiones
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en capital fijo (tecnología en lugar de mano de obra), disminución de los
salarios y condiciones contractuales en general menos ventajosas para los
trabajadores.
La reapropiación de los sectores públicos por el sector privado de la economía,
que es tendencialmente el sector casi exclusivo, para convertirla cada vez más
en nichos de oportunidad de negocio para el capital. Es lo que Harvey
denomina como acumulación por desposesión.
La correlación de fuerzas en la lucha de clases entre trabajadores y capitalistas,
la conciencia de clase de los primeros y las políticas gubernamentales que
defienden los intereses de la burguesía, lo que no es sino otra de las
manifestaciones de la lucha de clases.
Junto a la crisis capitalista emergen otras cuestiones que no dudamos en definir como
caos civilizatorio por cuanto que comprometen el futuro de la civilización, generando
situaciones de clara involución en los avances logrados durante siglos en la
racionalidad, en la idea de progreso histórico hacia el desarrollo humano y reforzando
los elementos que sustentan la barbarie que se encuentra en la base del capitalismo.
Durante un tiempo determinado y en unas zonas muy concretas del mundo -el
capitalismo desarrollado, fundamentalmente y los países con modelos de Estado del
Bienestar-, mediante la lucha por la igualdad y la emancipación contra la opresión de
clase, fue posible transmitir la sensación de atemperamiento del darwinismo social con
el uso (legislativo) de la razón dentro de las relaciones entre los seres humanos. Sin
embargo hay que destacar que el Estado del Bienestar nunca fue una situación natural
del capitalismo, y no solo se implantó en un número muy reducido de países sino que
dentro de esos países no alcanzó a toda la población por igual. Además, a la posibilidad
de su existencia contribuyeron decisivamente dos factores. Por un lado, el miedo a la
influencia que el bloque soviético pudiera tener sobre sus clases trabajadoras hacía al
capitalismo menos reticente al reparto de una parte de sus beneficios. En segundo
lugar, la explotación de los recursos y las clases trabajadoras de América Latina, África
y Asia generaba unos enormes beneficios para el capitalismo en occidente que le
permitían financiar el Estado del Bienestar sin afectar demasiado a sus obscenas
plusvalías. Ese tiempo ha acabado y el capitalismo se ha demostrado irreformable
durante estos años de la crisis por cualquier corriente política y social que pretendiera
embridarlo y regularlo dentro de unos cauces de acumulación “civilizados”. Es posible
destruir el capitalismo y crear sociedades sobre bases distintas, como se ha
demostrado en otros momentos de la historia, pero no “humanizarlo”.
La lógica del beneficio no conoce fronteras (el “libre comercio” de las transnacionales
derriba intereses nacionales y gobiernos), ni frenos legales (las leyes se derogan o
cambian radicalmente) o morales (la ética se prostituye mediante la complicidad o la
derrota de sus víctimas), ni fundamentos racionales que lo hagan desistir (su capacidad
destructiva de tierras, sociedades humanas y vidas es absolutamente letal).
Ello explica que esa lógica del beneficio y la acumulación haya dado lugar, a través de
un modelo de desarrollo destructor del necesario equilibrio entre el ser humano y su
entorno, a otras crisis que acompañan a la puramente económica y que conectan a su
vez con ésta:
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Una crisis energética que, a pesar de demostrar que los hidrocarburos han
alcanzado en la mayoría de los países productores su pico de extracción o están
a punto de alcanzarlo, frena la expansión de las energías renovables y no
contaminantes en tanto que el margen de beneficio con las no renovables
justifique su explotación, poniendo en peligro la sostenibilidad económica y
energética de las sociedades humanas, especialmente en el caso de las
subdesarrolladas. Esta crisis del petróleo está en el intento de justificar la
tecnología de la fractura hidráulica para la extracción de gas y petróleo y está
en el origen de graves peligros para el Planeta y la vida humana: contaminación
de aguas, aire y suelos, riesgos sísmicos, radioactividad inducida, cuando el
fracking entra en contacto con uranio o radio en las formaciones rocosas,
efectos dañinos contra la salud (infertilidad, cáncer,…) por la contaminación de
la atmósfera y de las aguas.
Una crisis ecológica y medioambiental, causante del efecto invernadero y
calentamiento global, y del riesgo de supervivencia de la vida humana y de la
vida en el planeta en general.
Una crisis alimenticia producto de la destrucción de comunidades agrícolas
enteras, de las enormes dificultades para la supervivencia económica de las
tierras de pequeños campesinos, condenados a competir desventajosamente
con los grandes productores agrícolas; de la destrucción de tierras mediante
fertilizantes que las agotan o por los procesos de desertización debidos entre
otras causas a la prolongación de los periodos de sequía por el calentamiento
global y a unas prácticas agrícolas no sostenibles; de la especulación brutal en
los mercados financieros de productos agrícolas, que vetan en muchos casos el
acceso al consumo alimentario a sociedades y segmentos sociales
especialmente pobres; de la relación neofeudal que establecen las
multinacionales fabricantes de semillas transgénicas con los campesinos
condenados a trabajar permanentemente para ellos; de la sustitución de
cultivos para la alimentación humana por otros destinados a agrocombustibles;
de la sustitución de los cultivos tradicionales, que estaban en la base de la
alimentación de poblaciones de las sociedades pobres (maíz, banano,…) por
otros nuevos (palma, soja, colza,…) que responden a los intereses
especuladores de los mercados mundiales y de otros muchos factores. Todos
estos fenómenos de la búsqueda del beneficio capitalista a cualquier precio son
los causantes de las hambrunas que matan a millones de seres humanos en el
Tercer Mundo y que acabarán alcanzando a crecientes segmentos de
poblaciones empobrecidas del Segundo y del Primero.
Una crisis hídrica, que está agotando las reservas de agua en el Planeta, nacida
del calentamiento global, de la desertización de crecientes zonas del Planeta,
de un modelo de crecimiento urbano absolutamente irracional que no respeta
la relación entre recursos naturales y consumo de los mismos; de la
contaminación de ríos, lagos y mares; de la sustitución de zonas de cultivo que
debieran ser de secano por otras de regadío; de la sobreexplotación productiva
de estas zonas; de la privatización del agua por parte de marcas
embotelladoras y de capitales privados en el caso de acueductos y pantanos; de
la desigual distribución del agua entre ricos y pobres y entre necesidades muy
secundarias (piscinas, campos de golf, megaurbanizaciones de lujo,…) y
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necesidades primarias (beber, cocinar,…) y de ciertos procesos industriales
especialmente contaminantes. Es posible afirmar que si hoy las guerras se
producen fundamentalmente por el control de recursos energéticos (petróleo)
y minerales (silicio, coltán,..), en los casos de África y de Oriente Medio, las de
un cercano futuro serán por el control del agua, haciendo posible un horizonte
distópico y aterrador.
Hablamos de cuatro crisis que se entrelazan y retroalimentan entre sí. Así la crisis
energética puede potenciar la destrucción medioambiental por las nuevas técnicas de
extracción de hidrocarburos más contaminantes; el calentamiento global favorece la
sobreexplotación de recursos naturales y la destrucción de entornos protegidos como
la Antártida en busca del petróleo; las sequías potencian las hambrunas; el abandono
de los cultivos puede favorecer en determinadas zonas del Planeta la desertización, al
empobrecerse los suelos en humus; la desertización y ciertas técnicas de extracción de
energías no renovables es causa no sólo del agotamiento hídrico sino también de la
contaminación de las aguas; etc.
Pero estas otras cuatro crisis, que se añaden a la económica, y que están directamente
vinculadas a la lógica del beneficio capitalista, no son las únicas razones que nos
conducen a hablar de un caos civilizatorio. Existen otras razones que justifican el uso
de tal concepto y que, si en las anteriores, se vinculaban con los riesgos para la
supervivencia humana y la vida en el Planeta, en este caso tienen que ver fuertemente
con el riesgo de afectar de modo profundamente negativo al carácter social del ser
humano. Enumeramos las principales:
Crisis de legitimación de la política, la representación y las instituciones: más
allá del carácter burgués de esta triada dentro de las sociedades capitalistas,
lo cierto es que la vida social requiere organizarse bajo formas políticas
concretas. La crisis capitalista no ha conllevado una crítica frontal contra esta
formación social y económica. El Estado del Bienestar fundía en gran medida
política y economía. Al ir éste desapareciendo, con la consiguiente pérdida de
derechos y conquistas sociales, aparece la política cómo causa de la crisis,
cuando son las decisiones para afrontar ésta efecto de la misma, pues el
Estado capitalista es siempre el representante de los intereses de una clase
concreta: la burguesía. Al ser los gobiernos los encargados de aplicar las
recetas económicas de austeridad contra las clases trabajadoras y populares,
se desdibuja la responsabilidad del capital en las consecuencias sociales de la
crisis y emergen las instituciones y la política en general como los “grandes
culpables”. Son el chivo expiatorio de la crisis. La promoción de movimientos
como el 15M y Occupy Wall Street que desviaban todas las críticas a las
instituciones políticas, eludiendo los verdaderos orígenes de la crisis, se
enmarca en este contexto.
Del discurso del “no nos representan” hemos pasado a la aparición de
formaciones políticas que, al no cuestionar el orden capitalista sino, en el
mejor de los casos, sus peores efectos y sobre todo la representación concreta
por parte de determinados partidos, se constituyen en una fórmula de
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distracción política empleada por el propio sistema para desviar el foco de la
protesta de la economía a la representación institucional y para “refrescar” el
sistema político con nuevas ofertas que entretengan a las víctimas de la crisis
capitalista. Este tipo de crítica conecta sobre todo con las clases medias y
medias altas que no discuten el orden social y su desigualdad económica sino
determinadas disfunciones del orden político -la corrupción, por ejemplo; de
ahí el énfasis en la transparencia y en la regeneración- y que, en el mejor de
los casos, atemorizadas por el riesgo de pérdida de estatus (clases medias)
demandan la recuperación del Estado del Bienestar en extinción y esperan la
recuperación económica que les devuelva la estabilidad económica del
pasado.
Este juego político de las apariencias tiene un recorrido concreto en el caso de
que la crisis capitalista no sólo no se supere sino que se agudice:
Si las nuevas formaciones continúan con su discurso sólo centrado en
el plano institucional, acabarán por desgastarse todas las alternativas
políticas “democráticas” que el sistema se da a sí mismo y aparecerán
expresiones y formas autoritarias que se están configurando
actualmente (liderazgos fuertes, ausencia de democracia interna,
críticas populistas de falsa radicalidad, elitismo,…). El camino hacia los
neofascismos, que ya aparecen con fuerza en Europa, estará abierto.
Si la crítica política se convierte también en crítica hacia las raíces y
causas de la desigualdad -el capitalismo- será posible atajar la aparición
de las nuevas amenazas fascistas y construir una alternativa socialista,
que debe abandonar las esperanzas en el supuesto “carácter neutral”
del Estado y violentar las reglas del juego legal e institucional burgués
para confrontar al capital.
El imperialismo está potenciando la proliferación de Estados fallidos, allí donde
la posibilidad de imponer sus condiciones no es segura ni completa: Afganistán,
Irak, Siria, Yemen, Somalia, Sudán,...La privatización de la guerra mediante el
fomento del mercenariado terrorista, en ocasiones bajo fórmulas
islamofascistas, es una variante del caos civilizatorio que conduce a la
tribalización y medievalización, con alto componente tecnológico, de los
conflictos. Estados fallidos y sociedades quebradas y enfrentadas en conflictos
permanentes son formas a través de las que un imperialismo relativamente
debilitado puede neutralizar sociedades que escapaban a su control. Ello a
pesar de que la lógica del descontrol mediante el recurso a las internacionales
terroristas pueda causar terror social. En cualquier caso, también éste puede
ser funcional al sistema, al justificar recortes de libertades, incrementos del
control y vigilancia sobre los ciudadanos, pérdidas de garantías institucionales,
represión de la disidencia y la protesta social y política y una cierta aceptación
social de tales medidas. Este perfil de Estado policía es coherente con el fin del
Estado Social.
La crisis capitalista con sus lacras de fuerte competencia entre las clases
trabajadoras por la búsqueda y mantenimiento de un empleo escaso y por el
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acceso a recursos sociales cada vez más exiguos, va rompiendo lazos
tradicionales de solidaridad, ya muy debilitados desde antes de la crisis. Los
nuevos valores capitalistas destinados a generar consenso social y hegemonía
ideológica, tales como competitividad, meritocracia, “neutralidad ideológica”
en las soluciones a los problemas sociales, individualismo, narcisismo, etc.
están rompiendo lazos comunitaristas básicos para la convivencia en sociedad.
Son valores profundamente reaccionarios porque justifican el modelo
capitalista neoliberal y de darwinismo social. Pero, dado que son
excesivamente egoístas y potencian la ruptura de la persona con sus lazos
sociales -es sabido que hasta las sociedades más profundamente desiguales e
individualistas necesitan que sus ciudadanos compartan determinados valores
comunes que les hagan sentirse una unidad-, los aparatos de dominación
ideológica del capital, los alternan con falsas formas de “solidaridad
compensatoria” (dedicación de tiempo personal a actividades filantrópicas,
enseñanza en la escuela de contenidos y valores cívicos, políticas de
Responsabilidad Social Corporativa de las empresas, transmisión de valores de
equipo en el deporte, campañas de “igualdad de oportunidades”, incentivación
de la participación ciudadana en campañas de ONGs,…). Allí donde el Estado
Social desaparece la iniciativa privada va potenciando la vuelta a “formas
laicas” de caridad.
Esta tensión de mensajes morales aparentemente contrapuestos va generando un
relativismo moral que hace compatible ser un tiburón competitivo en el trabajo por la
mañana y un miembro entregado a la comunidad por la tarde y educa ciudadanos
cínicos y acríticos, capaces de ver los efectos de la desigualdad pero incapaces de
comprender y de aceptar que ésta tiene una naturaleza y un origen concretos: el
capitalismo.
La crisis capitalista es también una crisis de valores. El Estado, sus aparatos ideológicos,
educativos y de socialización y la estructura económica no sólo son incapaces de
proveer a los miembros de las clases más oprimidas y depauperadas las oportunidades
que sus leyes y constituciones les ofrecen, sino que les envían a la vez mensajes
antagónicos entre sí, como el del esfuerzo y el del éxito fácil. En ese contexto sólo
puede crecer la anomia social o, lo que es lo mismo, la falta de normas o a la
incapacidad de la estructura social para suministrar a determinadas personas lo
necesario para conseguir sus objetivos y deseos en la sociedad. En este neocapitalismo
que vuelve a su naturaleza más bárbara vemos las consecuencias de la anomia social
reflejarse en cuestiones tan dispares como el fracaso escolar, la falta de expectativas
vitales, las conductas autodestructivas, la delincuencia, los actos vandálicos, la
violencia tribal en los campos de fútbol o en los fines de semana. Pero también otras
que forman al individuo más fácilmente dominable: la pasividad, el conformismo, el
aislamiento social,...
3. NECESIDAD DE SOCIALISMO FRENTE A BARBARIE
“Engels dijo una vez: ‘La sociedad capitalista se halla ante un
dilema: avance al socialismo o regresión a la barbarie’. ¿Qué
significa ‘regresión a la barbarie’ en la etapa actual de la civilización
europea? Hemos leído y citado estas palabras con ligereza, sin
poder concebir su terrible significado. En este momento, basta mirar
a nuestro alrededor para comprender qué significa la regresión a la
barbarie en la sociedad capitalista. Esta guerra mundial es una regresión a la barbarie. (…) Tal es el dilema de la historia universal,
su alternativa de hierro, su balanza temblando en el punto de
equilibrio, aguardando la decisión del proletariado. De ella depende
el futuro de la cultura y la humanidad.”
(Rosa Luxemburgo, “El folleto Junius. La crisis de la socialdemocracia
alemana”, 1915).
Mantienen su vigencia y significado plenos las palabras de Federico Engels y de Rosa
Luxemburgo dichas tantos años atrás.
Las guerras regionales, sostenidas por las franquicias criminales del imperialismo, por
el control de recursos naturales y el dominio geoestratégico de amplias zonas del
Planeta que van desde el Medio Oriente al norte (Libia) y centro de África, podrían
llegar a desencadenar una III Guerra Mundial en la medida en que existan fuerzas que
ayuden a enfrentar las agresiones del imperialismo, sean estas por vía directa o a
través de los grupos terroristas y yihadistas que financian y arman. El conflicto sirio es
ejemplo de ello, lo mismo que sucede en Irak o en Yemen. La implicación de los
ejércitos de la OTAN en esa dinámica de locura tiene su correspondencia en los
atentados que sufre occidente pero que también se producen en Líbano o en Mali. El
aquí y el allí es borrado por la correspondencia entre guerra imperialista y terrorismo
que ahora se le revuelve pero que fue creado e instigado por una confluencia de
intereses que arrancaron hace muchos años en Afganistán, continuaron el 11-S y el 11-
M y que tuvieron su correlato en la invasión de Irak. Posteriormente desde las
revoluciones árabes no han dejado de instalar a muchos países en la locura instigada y
promovida desde el occidente capitalista.
Pero baste echar un vistazo a lo que decimos en el capítulo referente a “crisis
capitalista, caos civilizatorio y amenazas a la humanidad” para ver cuál es el destino
que nos espera si el capitalismo continúa los desastres para nuestra clase, la
trabajadora, y para la humanidad en general; las consecuencias serán de dimensiones
hasta hoy desconocidas.
Desde una crisis capitalista que provoca paro, miseria y desesperación en más de 200
millones de parados en el mundo, gran parte de ellos sin coberturas de paro, hasta la
crisis alimenticia, la ecológica y medioambiental, la energética, la hídrica, la de
valores,...pueden conducirnos bien a la destrucción de vida humana sobre el planeta,
bien a una regresión premedieval. Sólo quedan dos opciones: o barbarie capitalista, dentro de un posible mundo
apocalíptico, o un mundo construido a la medida del ser humano, el cuál no puede ser
otro que el de la racionalidad socialista. El socialismo ya no es sólo la más noble
aspiración de justicia, igualdad, fraternidad y emancipación de la necesidad y la
explotación de los seres humanos. Se constituye en la única oportunidad de no caer en
el precipicio de la prehistoria humana.
Si la clase trabajadora, como afirma Marx, al emanciparse ella misma, emancipa a
todas las demás, está claro que es a ella a la que pertenece la responsabilidad de
encabezar y ser la que dirija el proceso revolucionario que destruya al capitalismo y
conduzca al socialismo. Pero muchos segmentos de las clases medias que, incapaces
por sí mismas de desligarse de la ilusión democrática capitalista, serán, sin embargo,
destruidas por el propio proceso de la concentración del capital, acabarán por seguir a
la clase trabajadora en su camino emancipador frente a un capitalismo que, en su
etapa senil, se ha instalado en la locura de morir matando.
4. "IZQUIERDA SISTÉMICA" Y LA NECESIDAD DE LA LUCHA
IDEOLÓGICA
Con la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética se declara el
“fin de las ideologías”. Se crea un consenso en torno al capitalismo, promoviéndolo
como la única forma de organización económica y social posible, precisamente
abandonando el uso del propio término y ocultando que se vive en un sistema
capitalista. La “izquierda sistémica” parece aceptar por completo este discurso, y
acelera su proceso de renuncia a cualquier lucha ideológica. Ésta queda pues casi
exclusivamente en manos de la clase capitalista, que de esta forma moldea las propias
ideas que se consideran progresistas, trabajando para mantener cualquier lucha
dentro de unos márgenes que sean compatibles con el propio sistema capitalista, una
vez aceptado como el único posible, o desviando los esfuerzos hacía las vías muertas
del reformismo.
Teniendo en cuenta que el capitalismo es un sistema basado en la explotación de
clase, uno de los ejes principales de la propaganda ideológica del mismo es ocultar esta
realidad y la misma existencia de clases sociales con intereses antagónicos. El sistema
capitalista hace un gran esfuerzo para ocultar el elemento de clase en cualquier
conflicto, potenciando elementos accesorios que permitan presentarlo en su vertiente
interclasista. Curiosamente, a la vez que iba desapareciendo del discurso político
cualquier referencia a la división de la sociedad en clases sociales y a la lucha de clases
entre explotadores y explotados, hay una clase social a la que se hace continuas
referencias, la “clase media”. Es decir, hay una conciencia de clase que sí se promueve,
la conciencia de clase media. Cuando estas capas intermedias con conciencia de clase
media son alcanzadas por la crisis y salen de su marasmo “apolítico”, el sentimiento de
clase media cristaliza de manera natural en el ciudadanismo. Promover una conciencia
de clase media en una mayoría suficiente de la población es de gran utilidad para el
sistema. La clase media es la no-clase, mucho más útil para ocultar el conflicto de clase
que para hacerlo visible; ya no hay clases, todos somos clase media, podemos hablar
con propiedad de los ciudadanos, la gente, todos estamos juntos en esto, menos “los
de arriba”, ese mitificado 1%.
Al haber renunciado a cualquier tipo de lucha ideológica propia, la “izquierda
sistémica” ha ido adoptando las ideas propagadas por el “ala progresista” del
capitalismo en todos sus aspectos:
• Se adhiere por completo al “ciudadanismo”, su lucha es pues básicamente la
lucha de unas capas intermedias contra su proletarización. Una clase que no
reconoce más intereses que su propia lucha para volver a un estatus anterior a
la crisis que añora, interés que no es percibido como de clase sino general, una
especie de intereses “universales”, de “la ciudadanía” de “la gente” y hasta de
“los españoles” (Tuit de A. Garzón: En mis debates con Guindos en el Congreso
me ha quedado muy claro siempre que no defiende a los españoles, sino a los
de arriba).
• Se trata de una izquierda con una visión elitista pequeñoburguesa, mucho más
cercana a la idea de una sociedad liderada por una clase profesional que se
considera vanguardia cultural y social y del despotismo ilustrado, que compatible con las ideas tradicionales de igualdad de la izquierda. La misma
idea de aceptar configurar un movimiento en torno a los intereses de la “clase
media” es aceptar la desigualdad y la explotación. La aspiración es que una
mayoría, real o percibida como mayoría, alcance un “estado de bienestar”
dentro del sistema capitalista, sin cuestionarse en ningún momento si ese
bienestar se construye en base a un sector interno y/o externo de la población
con altos niveles de explotación y a unas relaciones centro (grandes metrópolis
del capitalismo más desarrollado)-periferia (el llamado en el pasado Tercer
Mundo y los países en vías de desarrollo) a los que ese centro capitalista
depreda sus recursos naturales y con los que establece unas relaciones de
intercambio comercial absolutamente injustas. En esa visión pequeñoburguesa,
a aquellos que sufren los mayores niveles de explotación y marginación, en su
terminología “los desfavorecidos”, no se les abandona, se les ofrecen políticas
asistenciales paliativas. Así, a la clase trabajadora ni siquiera se le reconocen
unos intereses propios que hayan que ser tenidos en cuenta e integrados en la
lucha. La misma solo juega un papel subordinado a los intereses de las capas
intermedias; clases medias profesionales, pequeña burguesía (“los ciudadanos”
“la gente”).
• En esta izquierda claudicante el término clase trabajadora va siendo sustituido,
hasta desaparecer casi por completo, por el de trabajadores y trabajadores,
que pretendiéndose más incluyente realmente va en la dirección deseada de
esconder la división en clases sociales, de fomentar el relato falso de un todo
frente al 1%. Se esconde que la pequeña y mediana burguesías, a las que el
discurso "indignado" de clase media integra en el supuesto 99% oprimido, que
poseen medios de producción de menores dimensiones (PYMES) son parte de
la estructura capitalista que extrae la plusvalía a sus trabajadores y los explota,
en ocasiones de un modo más brutal que las grandes corporaciones porque,
para competir, ha de hacerlo con bajo precios y menores costes (salarios). Ello
sin olvidar que en el marco laboral de las PYMES la represión sindical ejercida
por los patronos, no tiene nada que envidiar a las grandes empresas. Con esta
retórica, que va siempre unida a referencias a la ciudadanía y "la gente", es
completamente ajena a cualquier principio de lucha de los explotados contra su
explotación. Habla de “emergencia social” de “los y las que sufren las peores
consecuencias de la crisis” convirtiendo las políticas asistenciales en un fin en sí
mismo. En su visión, la mejora de las condiciones económicas es algo que va
desde los de arriba a los de abajo.
• La indignación supuestamente transideológica ("ni de izquierdas ni de
derechas") ha participado activamente en promover la lucha contra los
“símbolos y banderas” como “necesaria” para promover “la unidad de todos los
afectados por la crisis”. Esta campaña contra los símbolos y banderas es
básicamente contra los símbolos y banderas tradicionales de las luchas
netamente de clase trabajadora. Se trata de ir en contra de la idea misma de la
necesidad de un movimiento de clase, organizado en torno a los intereses de la
clase trabajadora. La “clase media” golpeada por un capitalismo en su hora de
necesidad, con esta beligerancia contra símbolos y banderas, está de hecho
exigiendo a la clase trabajadora renuncie a organizarse como tal para luchar por sus propios intereses, y se ponga al servicio de la lucha de la clase media
por recuperar su estatus. Al aceptar este discurso, la izquierda sistémica no solo
deja de lado cualquier noción de organización de clase trabajadora, sino que
actúa de hecho en contra de la misma.
• La transición de partidos organizados en torno a una ideología, a partidos
organizados en torno a “personas”, a la política espectáculo, se da de manera
natural en esta izquierda que ha ido renunciando a todos sus principios
ideológicos, adoptando los valores del sistema capitalista.
• La izquierda sistémica es decididamente cortoplacista en sus objetivos, al
representar la visión de unas capas intermedias golpeadas por la crisis cuya
prosaica aspiración es la vuelta a un estatus anterior. El tener únicamente
objetivos cortoplacistas no solo no se esconde sino que se hace gala de ello, se
presenta como una especie de superioridad moral frente a quienes
comprenden que ninguna lucha que aspire a un cambio real en la estructura de
poder puede ser cortoplacista. Esta izquierda ha participado activamente en la
promoción de la idea de que están los que hacen “algo” frente a la “emergencia
humanitaria” y los que hablan de ideología. Pretenden que el tener objetivos a
largo plazo es incompatible con tenerlos a corto y medio plazo. Este
cortoplascismo la convierte una herramienta inútil para lucha por un cambio
real en las estructuras de poder.
• El ciudadanismo tiene otra vertiente, al dividir a la sociedad no en clases con
intereses en lucha sino en ciudadanos y políticos, contribuye al desprestigio de
la política completamente desligado del desprestigio del sistema económico. La
izquierda ha participado de lleno en promover esta visión. Con frecuencia se
comporta más como una ONG desideologizada que como una organización
política cuyas acciones tienen que tener un trasfondo ideológico, y después se
ha sentido dolida cuando sus “buenas acciones” llevadas a cabo en un contexto
de fomento de la desideologización no se han traducido en votos.
• A la vez que renuncia a cualquier tipo de batalla de las ideas adopta cada vez
más el discurso de que lo importante es lo que decida la mayoría (ciudadanía).
A la renuncia a la lucha ideológica para promover sus principios le ha seguido la
renuncia misma a tener principios, estos dependerán de lo que diga la mayoría,
en un contexto en que la inmensa mayoría de los creadores de opinión se
encuentran en el bando del capitalismo. Renuncia a una lucha ideológica que
genere otra mayoría opuesta y distinta a la de la ideología dominante (la de la
clase dominante) y se adapta a lo que diga la mayoría creada por la
propaganda del capitalismo.
• Frente al discurso de que ya no tiene sentido la división izquierda-derecha que
pugnaba por la desaparición del término izquierda en el discurso político de
corriente principal, como ocurre en países como EEUU, al final el término se ha
mantenido. Sin embargo, al convertirlo en un término completamente vacío de
contenido, y no presentar ningún relato ni propuestas alternativas reales, la
izquierda sistémica seguirá contribuyendo a su desprestigio y a fomentar la
idea de que no existe la división izquierda-derecha. En la práctica hoy nos
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encontramos con unas derechas más o menos oficiales y con un reformismo
"progresista" que ya no es izquierda en el sentido emancipador de la
explotación capitalista.
• Es una izquierda que lo apuesta todo a la carta institucional y que promueve la
idea falsa de que acceder a las instituciones dentro de la democracia burguesa
es acceder al poder. Al no buscar los orígenes de la crisis en el sistema
capitalista sino en una mala gestión, promueve la idea de que se pueden
revertir los efectos de la misma sobre la clase media por la vía políticoadministrativa.
Expresa tanto un deseo de la clase media como contribuye a su
engaño.
La indignación de la pequeña y mediana burguesías y, con ellas, las pseudoizquierdas
que las representan, en lugar de dirigir su crítica y protesta frente al orden del capital,
lo hacen frente al Estado, al que a la vez que ven en él el medio a través del que
revertir su pérdida de posición dentro de la pirámide social. Olvidan que el Estado
tiene siempre una naturaleza de clase y que no es un órgano neutro.
Para los ciudadanistas, ni la política ni el Estado tienen carácter de clase y forman parte
del mecanismo de explotación, sino que son espacios neutros susceptibles de ponerse
al servicio de intereses comunes con tal que sean controlados por administradores
honrados, con el auxilio de observatorios, foros y comisiones de seguimiento.
Así pues, la acción ciudadana no consiste en suprimir las diferencias de clase y menos
aún en reivindicar una expropiación generalizada de los medios de producción;
consistirá sencillamente en adecentar la esfera pública, afirmar que otro capitalismo es
posible, reclamando al Estado mediante la actividad institucional y parlamentaria
nuevas leyes que garanticen los derechos conculcados y una nueva fiscalidad que
repare los daños provocados en la sociedad por el sistema imperante.
Podríamos decir que la “izquierda sistémica” se ha convertido en el lugar donde van a
morir y son enterradas cualquier idea revolucionaria, cualquier lucha genuina contra el
capitalismo.
Un grave problema es que al renunciar la izquierda actual a llevar a cabo ninguna
batalla de ideas propia, la penetración ideológica del sistema alcanza incluso a los
espacios de lucha que se pretenden más radicalizados. La lucha para que éstos no se
conviertan en “más de los mismo” ha de darse en varios frentes. Hemos de entender
que movimientos que se pretenden de “la mayoría social” hay ya muchos, de lo que se
trata es de construir un espacio de clase trabajadora con conciencia de clase. Tenemos
que tener muy presente además que nuestro objetivo es la transformación del mundo,
no solo su explicación; el debate y análisis de la realidad nos tiene que permitir llegar a
unos objetivos claros, no a ideas difusas sobre las que no se pueda articular la lucha.
Las formas de organizarse que se adopten han de ser aquellas que mejor se adapten a
los objetivos perseguidos y que permitan la unidad de acción.
4.1. Espacio de la clase trabajadora con conciencia de clase frente a
espacios de la “mayoría social”
A todos nos puede parecer obvio que un espacio comunista es un espacio de la clase
trabajadora con conciencia de clase. Sin embargo, hemos de ser conscientes de lo
mucho que ha arraigado la idea de que solo es válido el movimiento que incluya a
todos. Si se cae de manera inconsciente en esa esa idea se renuncia en la práctica a
organizarse como movimiento de clase trabajadora, aunque se mantengan las
referencias a la misma como retórica. La voz de la clase trabajadora lleva tiempo
desaparecida de los espacios políticos que podemos llamar de corriente principal. No
existe ninguna organización política con cierta entidad que sea netamente de clase
trabajadora. Es tal la obsesión por apelar a una “mayoría social” ya que “la mayoría
sufre la crisis”, que corremos el riesgo de no aportar nada netamente distinto a estos
movimientos de las capas sociales intermedias que la clase trabajadora siente con toda
justicia como ajenos. Aunque en los momentos en que el capitalismo golpea a amplias
capas de las clases medias empujándolas hacia abajo, éstas puedan compartir
intereses con las clases trabajadoras, hay que recordar el concepto de relación de
fuerzas. La clase trabajadora puede unirse a movimientos más amplios en un momento
determinado, pero si no construye un movimiento propio, que luche netamente por
sus intereses, carece de la fuerza para imponer sus condiciones y jugará siempre un
papel subordinado. En estos momentos no existen otros movimientos más o menos
mayoritarios que los movimientos de clase media o pequeña burguesía preocupados
básicamente por su proletarización. Una clase media que no lucha contra el
capitalismo sino que cree merecer mejor puesto dentro del mismo. ¿En qué
condiciones se puede unir una clase trabajadora sin una organización fuerte a estos
movimientos? Intentar empezar por construir un instrumento de la inmensa mayoría
afectada por la crisis es empezar la casa por el tejado. Como comunistas no podemos
hacer lo mismo que hacen los populistas de la nueva política, apelar al 99%, pero
diciéndoles que la solución son nuestros principios comunistas.
Siempre que hablamos de clase trabajadora habrá quien nos diga que ahora la mayoría
es “clase media”, ¿tiene que esperar una clase trabajadora con conciencia de clase a
que la auto-considerada clase media, con su conciencia de árbitro en tanto que
“mayoría”, le dé la luz verde y el permiso para intentar articular su propio movimiento
de clase trabajadora, un movimiento que se organice en torno a la lucha contra su
explotación?
Hay quienes apuntan que una clase media profesional en tanto que asalariada no deja
de ser tan clase trabajadora como un obrero. Es cierto y se hace necesaria, aunque es
una tarea muy compleja, analizar la estructura actual de la clase trabajadora. Pero en
cualquier caso, por su posición dentro del orden productivo, los profesionales
asalariados no manifiestan en toda su dimensión el antagonismo de intereses objetivos
capital-trabajo ni sufren una explotación tan crudamente intensiva como la que
soportan los trabajadores que ocupan puestos más bajos dentro de las estructuras
productivas. De ahí que su papel como sectores antagonistas del capitalismo no podrá
nunca tener el potencial emancipador para todas las clases a las que el capitalismo en
su dinámica económica tiende a uncir a la cuerda de la explotación y la depauperación
social.
4.2. Formas efectivas de organizarse para la acción colectiva frente a
“nuevas” formas de organizarse
En la obsesión con las “nuevas” formas de organizarse políticamente nuevo y viejo se
convierten en bueno y malo respectivamente. Esa es una superficialidad en el análisis
que el comunismo tiene que evitar a toda costa. La única opción de la clase
trabajadora es desarrollar formas efectivas de organizarse para enfrentarse al Poder
que la explota, este tema es pues crítico. Debemos empezar por comprender que son
nuestros enemigos de clase los que definen qué es “nuevo” y qué es “viejo”. A estas
alturas las posibilidades de innovar en las formas de organizarse para actuar
colectivamente de la manera más eficiente son altamente limitadas. Los espacios de
acción política tienen que tener una estructura para ser funcionales. Lo que la nueva
política llama horizontalidad no es más que individualismo. Bajos formas organizativas
estilo 15M los movimientos dejan de ser espacios ideológicos con posibilidad de
unidad de acción, se convierten en mera unión de individualidades, con tantas agendas
como los miembros que las integran. Bajo la premisa de la “horizontalidad” muchas
personas no acuden a los espacios porque compartan su ideología y piensen que sea
su lugar para debatir y actuar conjuntamente, sino buscando un foro para su propia
agenda. El comunismo tiene unos principios ideológicos que han de ser la base real y
no solo retórica del movimiento. No se pueden adoptar formas de organización que en
la práctica nos debilitan porque niegan la propia necesidad de organización propia
como comunistas y como trabajadores, no distinguiéndose en nada de las de cualquier
movimiento ciudadano pero pretendiendo que nuestros objetivos son distintos. Esos
espacios absolutamente difusos son el caldo de cultivo propicio para oportunistas no
para la lucha contra el capitalismo. El debate abierto, leal y franco entre comunistas, la
capacidad de integrar la más amplia y rica tradición de corrientes del marxismo, la
camaradería y la solidaridad entre comunistas, estén o no organizados en partidos, es
perfectamente compatible con la necesidad de articularnos, de autodisciplinarnos con
sentido de la responsabilidad de cada uno, con conciencia de que el todo es mucho
más que las partes y de que los objetivos del conjunto deben estar siempre por encima
de los intereses y deseos personales.
Apelaciones a supuestas horizontalidades y democracia llevan también a espacios sin
cohesión interna alguna. Antes los movimientos eran secuestrados a los largo del
camino, conforme se volvían más fuerte y peligrosos, se les intentaba penetrar
ideológicamente, se les infiltraba. Si se cae en lo que se promueve como “nuevas”
formas de organizarse el movimiento nace secuestrado. Se le exige nacer con la
máxima indefinición, lo contrario es “excluyente” y deja gente fuera. Incluso términos
como comunismo se vacían de contenido para no excluir a nadie. Nacen secuestrados
además en otro sentido, cualquier intento de dotarse de mecanismos que impidan su
penetración por parte de elementos que tienen objetivos que nada tienen que ver con
los del movimiento inmediatamente es tachado igualmente de “excluyente”.
El comunismo de hoy tiene que hacer su propia batalla ideológica y reconocer que
hace esa batalla en un mundo tremendamente hostil a las ideas comunistas. El
comunismo sigue siendo una senda en construcción, pero a su vez tiene unos
principios y todo un cuerpo teórico muy sólidos, que tienen que ser las bases
irrenunciables del movimiento. En estos momentos la batalla es para no convertirse en “más de lo mismo”, otra organización con una visión pequeñoburguesa del mundo
sea cual sea su retórica. En esa batalla tenemos que hacer lo contrario quizás de lo que
ha hecho la izquierda sistémica, creer en nuestros propios principios, ya que cada vez
es más claro que las opciones son socialismo o barbarie, e ignorar ruidos los
mediáticos ensordecedores.
5. POR LA RECONSTRUCCIÓN DEL MOVIMIENTO COMUNISTA.
NECESIDAD DE UNA ORGANIZACIÓN REVOLUCIONARIA
«Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de
lo que se trata es de transformarlo» (K. Marx, «Tesis sobre Feuerbach» (1845).
La tarea del marxismo y de los y las comunistas no es sólo analizar y entender el
mundo, sino cambiarlo. La necesidad imperante de organización de la clase de los y las
oprimidas, el proletariado, en una entidad que pueda plantar cara a sus opresores es
una de las características diferenciadoras del marxismo sobre otras ideologías con
aspiraciones emancipadoras.
Tal como señaló Lenin en «Un paso adelante, dos pasos atrás» «El proletariado no
dispone, en su lucha por el Poder, de más arma que la organización. El proletariado,
desunido por el imperio de la anárquica concurrencia dentro del mundo burgués,
aplastado por los trabajos forzados al servicio del capital, lanzado constantemente "al
abismo" de la miseria más completa, del embrutecimiento y de la degeneración, sólo
puede hacerse y se hará inevitablemente invencible, siempre y cuando que su unión
ideológica por medio de los principios del marxismo se afiance mediante la unidad
material de la organización, que cohesiona a los millones de trabajadores en el ejército
de la clase obrera. Ante este ejército no prevalecerán ni el Poder senil de la autocracia
rusa ni el Poder caduco del capitalismo internacional».
El propio movimiento comunista, de hecho, comienza con el llamamiento de Marx y
Engels para la formación del proletariado organizado, el Partido Comunista. La lucha
de clases a lo largo de la historia, los diversos éxitos y fracasos revolucionarios, la
experiencia de los diversos Partidos como herramientas para la revolución, han dejado
un legado de lecciones y principios elementales de organización asumidos por los y las
marxistas. Estos principios no son dogmas huecos, ocurrencias, sino que han sido
pagados con la sangre de las clases oprimidas en la descarnada guerra por la
emancipación de la humanidad.
Históricamente, en el debate sobre el carácter y la forma de organización de un
partido que aspire a lograr influencia significativa como representantes de la clase
obrera (dejando de lado las sectas estériles que no conquistan inserción real alguna)
han existido dos tendencias predominantes: partidos “de masas”, o partidos que
agrupan a la vanguardia obrera (que adoptan un programa revolucionario) que se
proponen conquistar influencia de masas. La diferencia es enorme.
En el primer tipo, el caso emblemático son los partidos socialdemócratas, que, sobre
todo tras la Primera Guerra Mundial, se han convertido en aparatos por lo general
centrados en lo electoral, donde los “militantes” son una base pasiva sobre todo los
afiliados que colaboran de vez en cuando en la organización electoral, o participan de
la “gestión” de las distintas instituciones donde actúa el partido (sindicatos,
cooperativas, etc.). Estos partidos adoptaron una estrategia reformista (en un periodo
histórico se les tildó de “socialtraidores” por el apoyo a cada burguesía imperialista en
la guerra), de “educadores” graduales de la clase obrera, descartando cualquier transformación revolucionaria de la sociedad. Los Partidos Comunistas occidentales de
la corriente “eurocomunista”, en la década del ’70, iniciaron este curso convergente de
facto, aunque ello no significase su reintegración formal con los partidos de origen
socialdemócrata, hoy casi todos ellos social-liberales.
El segundo tipo de partido es el que llamamos “partido leninista” porque se inspira en
las lecciones de los bolcheviques que llevaron al triunfo de la Revolución Rusa. La III
Internacional defendió y desarrolló aquella tradición. Se trata de partidos “comunistas”
(por su programa y estrategia) que agrupan a la vanguardia de la clase obrera (como
militantes activos y permanentes, decenas de miles en momentos de ascenso) y que se
proponen dirigir a millones (“influencia de masas”). Son partidos que se proponen
dirigir a los sindicatos y demás instituciones de “tiempos de paz” de las masas, y se
pueden presentar a elecciones, pero lo hacen en la perspectiva de forjar una dirección
política y fuerzas revolucionarias insertas en las principales concentraciones obreras de
los servicios y la industria. El objetivo de los partidos de corte leninista era dirigirse al
conjunto de la clase obrera y demás sectores oprimidos de la sociedad (en la época de
los bolcheviques, sobre todo los campesinos pobres, hoy los pobres urbanos), impulsar
la lucha revolucionaria y, en su curso, construir organizaciones del tipo de los “soviets”
(que superasen las fronteras “gremiales” y diesen forma al frente de las fuerzas
involucradas en la lucha) que se convirtiesen en los órganos de la revolución y del
futuro gobierno de los trabajadores (que apuntase a su propia extinción en la medida
que se derrotase al imperialismo y comenzase la construcción de la sociedad socialista).
La separación se tornó abismal en los años siguientes, sobre todo al estallar la época
imperialista con sus brutales choques contrarrevolucionarios (Primera Guerra Mundial)
y revolucionarios (la oleada revolucionaria de postguerra). En estos eventos se
demostró la necesidad de un partido democráticamente centralizado, para el combate,
opuesto a los partidos “de masas” adaptados a los regímenes burgueses.
En la actualidad, la práctica política en los regímenes democrático-burgueses presiona
hacia la adopción del primer tipo de partido. Cuando la participación en las elecciones
se convierte en la actividad principal (electoralismo), la tendencia es a organizar
fundamentalmente a los que votan a su lista y a los que les permitan sacar más votos
(y más diputados, concejales, etc.). En la actualidad se abren paso formas organizativas
pretendidamente horizontales y asambleístas, que tienen en común con los viejos
partidos socialdemócratas más cosas de las que parecen, en cuanto a la dicotomía
entre dirigentes y dirigidos, líderes y base, trabajo manual e intelectual. Todos tienen
algo en común que los distancia sideralmente de la construcción de un partido
“leninista”: su oposición a forjar verdaderos grupos revolucionarios de militancia activa
en las fábricas, empresas, barrios y pueblos al calor de las más variadas experiencias de
lucha y organización.
Pero sería un equívoco y una simplificación considerar, como ha ocurrido de manera
reiterada en múltiples ocasiones, el concepto de vanguardia como algo estático y
permanente. Nada más ajeno a una perspectiva materialista y dialéctica del análisis de
la realidad y su transformación. La relación dialéctica masas-vanguardia se cimenta y
construye en un proceso colectivo nutrido en las raíces sociales, históricas, culturales de cada pueblo e inscriptas en cada etapa concreta del desarrollo de las relaciones de
fuerzas entre las clases a nivel mundial.
Un partido no es revolucionario solo por adoptar un programa que rompa con el
sistema económico social imperante, sino por su capacidad de recoger las iniciativas de
las masas y promover en las mismas otras iniciativas que tengan plena incidencia en la
lucha de clases (campañas, movilizaciones, enfrentamientos en general).
La existencia de un partido revolucionario es así un pre-requisito para que la resolución
de las crisis sociales cuando las clases dominantes ya no pueden resolverlas, las
resuelvan a su favor los explotados. Es así como su relación con las masas surge como
una necesidad previa al de la crisis revolucionaria. Pero la fuerza capaz de conducir una
revolución socialista cuando la cuestión del poder irrumpe y se coloca como prioridad
del momento, debe ser parte y haber probado su capacidad para encabezar las luchas
del movimiento de masas que la anteceden; en tal sentido no se conforma por el
movimiento espontáneo de la clase, sino que exige un esfuerzo consciente y constante
en esa dirección. En ese sentido se constituye como un partido de vanguardia que
reúne al conjunto más avanzado de la clase obrera y otros sectores explotados, que
asume en su práctica el esfuerzo por terminar con la dispersión política de todos los
oprimidos, afirma el irrestricto respeto por la democracia interna y garantiza la unidad
de acción política contra la burguesía y el imperialismo.
Ahora bien, ha abundado la versión, heredada tanto de la concepción democrática
burguesa de qué son los partidos políticos y su función, como de las concepciones
revisionistas de los caminos hacia la revolución en las democracias burguesas, de que
el Partido Comunista es la organización de los comunistas, de los marxistas-leninistas,
los cuales, auto-erigidos en vanguardia del proletariado y auto-denominados como de
masas (por definición y vocación), defienden los intereses del proletariado y le
presentan y proponen a este “su” programa que, casi por casualidad, para ser
realizado pasa por “organizar la Revolución Socialista”.
Y entonces, el trabajo del auto-denominado “Partido Comunista”, auto-proclamado
“porque Lenin así lo dijo y enseñó” (lo que es una falacia o mala interpretación garrafal)
en “vanguardia revolucionaria del proletariado”, es “llegar a las masas para hacerles
llegar el programa comunista” y que estas, despertadas por tan sabios y hábiles
comunistas, se pongan las pilas para “hacer la Revolución” dejándose guiar por esa tan
su particular y sui generis “vanguardia” de sí mismos, que hasta ese momento, no
tenían el gusto de conocer. No conocían a la que dice ser su propia vanguardia
revolucionaria, tal como si “las masas” padecieran de golpe una especie de trastorno
disociativo de personalidad que separa con un muro invisible de la consciencia a “las
masas” de “su propia” vanguardia.
Y luego se extrañan muchísimo de que “las masas obreras” les miren como a extraños,
a veces quizás simpáticos, pero totalmente alucinados y desconectados de su realidad,
que hablan cosas muy raras y usan conceptos muy refinados y casi incomprensibles,
salvo que seas universitario, cosa que ellos, esas “masas”, casi nunca son. Una organización revolucionaria, para ser de verdad destacamento de vanguardia,
debe contar entre sus miembros, no sólo a la vanguardia teórica, sino a lo más
combativo de la propia clase obrera, del proletariado y de las masas populares en
general. Y por tanto las y los comunistas hemos de entender que hasta que esa fusión
del marxismo-leninismo con el Movimiento Obrero no esté muy avanzada, no existe
Partido Comunista, ni en la teoría, ni en la práctica, pues es incapaz de cumplir sus
funciones revolucionarias por carecer de la base material real para ello. Lo que hay en
estos momentos son unos destacamentos que deben avanzar, con firmeza y humildad,
en un largo proceso consciente y organizado que restañe las heridas existentes por los
largos conflictos entre las diversas corrientes comunistas, genere fórmulas de
confianza, cooperación, debate abierto y leal, invierta en formación de cuadros y
busque las formas más eficaces de trabajo en común y en las luchas de nuestra clase
de comunistas organizados y no organizados en partidos y que, algún día, sin prisa
alguna contribuya a la unidad de todos los comunistas en un mismo partido.
A este respecto, hemos de rechazar la aceptación dogmática de cuerpos teóricos
entendidos como un todo finalizado que “sólo” debe de ser reimplementado. Es
fundamental la autocrítica constante y el análisis concreto, ya que entre las razones
del colapso del Movimiento Comunista Internacional sin duda habrá deficiencias de
carácter teórico. Pero también rechazamos los intentos, algunas veces indistinguibles
de un post-marxismo militante, de dar un salto al vacío y negarse a dar un sólo paso
hasta haber “reconstituido” el comunismo desde sus mismos cimientos. El devenir
histórico nos obliga siempre, y hoy en día más que nunca, a adoptar una postura
autocrítica con el marxismo, y a prestar especial atención a la brecha entre teoría y
práctica. Pero esto no implica renunciar a algunos principios fundamentales que han
sido corroborados una y mil veces por la historia, y éstos serían:
La lucha de clases como motor de la historia; la necesidad de la dictadura
del proletariado como etapa de transición hacia la abolición de las clases
sociales y toda opresión, el comunismo.
El objetivo para todos los comunistas de situar a la clase trabajadora como
eje vertebrador de los combates políticos en las que aquellos participan, de
tal modo que ninguna lucha quede desconectada del hilo que lo articula: la
lucha de clases.
El análisis desde una perspectiva marxista de todos los tipos de opresión
estructural (de género, de raza, etc.). La lucha constante por su superación
y la primacía del papel de las/os oprimidas/os en la misma.
La necesidad del Partido de vanguardia basado en el centralismo
democrático como forma propia de organización del proletariado.
La necesidad de la combinación de todas las formas de lucha en el
enfrentamiento prolongado que llevará al derrocamiento de la burguesía
como clase dominante.
La necesidad de la línea de masas. Sólo un Partido conectado
orgánicamente con las masas puede impulsar y dirigir sus posiciones hacia
una conciencia revolucionaria (conciencia para sí). Son ellas las que deben
ser protagonistas de la revolución y la construcción del socialismo.
Espacio de encuentro comunista
Documento comisión de programa político - Versión Inicial (Diciembre 2015) Página 28
La necesidad del enfrentamiento político contra el oportunismo y el
reformismo. Desde nuestra posición como comunistas en un país
imperialista se hace doblemente importante el combatir esas
manifestaciones de los intereses de clase burgueses en el movimiento
comunista.
Históricamente, el principio rector de un partido de vanguardia de carácter comunista
ha sido el centralismo democrático. Ese es un debate en el que hoy por hoy desde el
Espacio de Encuentro Comunista (EEC) no estamos en condiciones de abordar y ello
por varias razones:
En primer lugar aplicar tal principio dentro del EEC situaría a los comunistas
organizados en partidos ante la disyuntiva de elegir la subordinación de la
minoría a la mayoría en situaciones en las que ante una misma cuestión la
mayoría del EEC dijese una cosa y el/los partido/s en los que esos comunistas
militasen defendiesen otra. Ni que decir tiene que las virtudes del centralismo
democrático en tales situaciones serían mucho menores que sus posibles
efectos indeseados para todos.
El centralismo democrático podría dentro de una entidad que agrupase a
comunistas sin y con partido llegar a constituirse, en ese marco inadecuado de
uso del mismo, en una especie de instrumento despótico que intentase sujetar
la soberanía de los partidos en los que estos comunistas estuviesen militando a
su vez.
El centralismo democrático corresponde a la forma partido leninista, la cual
presenta en sí misma un grado de madurez en la vida orgánica de dicho
agrupamiento político muy superior al que hoy puede presentar esta fórmula
de encuentro que estamos intentando entre comunistas.
El intento de aplicarlo dentro del EEC haría saltar a este proyecto por los aires,
desde el momento en que lo que éste intenta lograr es un acercamiento,
confianza, reflexión colectiva, cooperación y trabajo en común entre
comunistas de muy diversas trayectorias y experiencias, algo mucho más
embrionario, previo y distinto a la forma partido.
6. LOS COMUNISTAS Y LA LUCHA DE MASAS
Algunas cuestiones previas
Si algo caracteriza en España a la lucha de masas es precisamente el grave reflujo que
ésta ha experimentado en los dos últimos años. Hoy las movilizaciones populares no
son secundadas por centenares de miles, ni siquiera por decenas de miles de
trabajadores y sectores populares, sino por apenas unos pocos miles o incluso
centenares de personas en luchas que, sin embargo, por su importancia merecerían un
mayor impacto y masividad social.
Lejos quedan manifestaciones multitudinarias como el recibimiento en Madrid de los
mineros a mediados de 2012, las grandes huelgas y manifestaciones sindicales contra
los recortes y las políticas antisociales, o incluso la primera Marcha del 22M en su
confluencia en Madrid. Eran movilizaciones muy distintas por su contenido social a las
de los indignados del 15M, en las que predominaba una composición social propia de
las clases medias que veían peligrar, por efecto de la crisis capitalista, su propio
estatus.
Sin embargo, una parte de esas movilizaciones no eran tan radicalmente distintas de
las del 15M en cuanto a objetivos y límites políticos de la protesta. Las sindicales y una
parte del discurso reivindicativo de la primera de las Marchas del 22M tenían un fuerte
peso reformista, más allá de la radicalidad verbal que se expresase en ésta última.
En el caso de las luchas sindicales era obvio, a pesar del protagonismo en ellas de los
dos sindicatos más importantes del país, fuertemente cuestionados, desde un fuerte
reflejo antisindical de raíz pequeñoburguesa por parte de los indignados, a pesar de
existir un fondo de razón en dichas críticas (sindicatos muy ligados al sistema,
corrupción y aburguesamiento de sus cúpulas,...). Pero el discurso pequeñoburgués y
el del sindicalismo mayoritario confluían en su visión reformista de las luchas: ambos
buscaban salvar los muebles de las conquistas y derechos sociales y nada más.
En el caso de la primera de las Marchas22M, aunque el componente de clase
trabajadora (trabajadores de sectores gravemente afectados por la crisis, sindicatos,
partidos de izquierda,...) estaba muy presente, en la orientación de una parte de sus
líderes estaba muy presente el "alternativismo" más formal que real y la insuficiencia
de enfrentar sus demandas frente al Estado y su gobierno, sin llegar a manifestar con
la claridad necesaria el antagonismo de clase burguesía/trabajadores.
Mención específica merecen movilizaciones de determinados sectores públicos
(fundamentalmente la Marea Blanca y la Verde) en las que confluyeron sus
trabajadores con los usuarios de los servicios a los que aquellos pertenecían (sanidad y
enseñanza públicas, etc.). La psicología del funcionario y trabajador públicos presenta algunos rasgos diferentes
de las del trabajador de sectores privados. Su condición de empleado ligado a la
administración y con un puesto de trabajo en gran parte de los casos fijo favorece una
autopercepción de sí mismo como un trabajador distinto al resto, lo que potencia una
cierta cultura del trabajo y sindical un tanto corporativista. Ello explica que, en la gran
mayoría de los casos, las mareas de funcionarios y empleados públicos tendiesen a una
autoorganización al margen de otras protestas sindicales de los sectores privados.
No obstante, el ser empleados de servicios públicos les permitió conectar con otros
trabajadores que apoyaron sus luchas en tanto que "usuarios" de esos servicios
(estudiantes, ampas, pacientes de la sanidad pública, etc), lo que ayudo a una cierta
transcendencia de los sectores en lucha algo más allá de sí mismos.
Sin embargo, el peso de la cultura corporativa de sus empleos, el no cuestionamiento
del carácter de clase del Estado frente al que oponían sus resistencias y la visión como
usuarios del servicio de sus aliados en lucha, en lugar de como afectados por una
expropiación de conquistas desde el capital, limitó el nivel de conciencia política de
unos y otros trabajadores vinculados con/por la idea de servicios públicos.
En cualquier caso, el conjunto de las movilizaciones citadas (mineros, mareas, huelgas
generales y de empresas, Marchas de la Dignidad,...) han experimentado un fortísimo
retroceso y ello por diversas razones que conviene analizar:
• El capital y su Estado han demostrado una gran capacidad de resistencia frente
a las presiones y luchas de los trabajadores.
• Las huelgas generales, llevadas a cabo durante los gobiernos de Zapatero y
Rajoy, llegaron como presión desde las bases a las cúpulas sindicales, no desde
la iniciativa de unas direcciones dispuestas a la lucha, lo que ha desacreditado
en gran medida al sindicalismo como concepto, no sólo al reformista.
• La gestión de la fuerza de los trabajadores en esas huelgas por las direcciones
de los principales sindicatos buscó en primer lugar el mantenimiento de su
papel como interlocutores con los gobiernos de turno -sindicalismo de
concertación y no de confrontación-, antes que el fortalecimiento de las
posiciones de los trabajadores en el marco la correlación de fuerzas
trabajo/capital. Al buscar los dirigentes de los principales sindicatos el
entendimiento con los representantes de la burguesía (gobiernos y
asociacionismo de la patronal) de manera primordial, debilitó a la clase
trabajadora, en lugar de sostener, tras los éxitos de las huelgas generales, la
lucha en el tiempo, bajo otras formas que no agotasen la capacidad de
sacrificio. Ir a una huelga general en el marco de altos índices de desempleo y
de terrorismo patronal es un elevado acto de conciencia de clase por parte de los trabajadores. El lema "la huelga paga" sólo adquiere todo su sentido cuando
logra éxitos, si quiera parciales.
• Cuando la clase trabajadora se la ha convocado a la lucha, en la mayoría de los
casos ésta ha respondido dando un paso adelante, pero han faltado unos
sindicatos a la altura del reto y unas organizaciones políticas de clase sólidas,
fuertes, con presencia, confianza y prestigio suficientes entre la clase
trabajadora y con una línea política lo bastante clara para ser capaces de elevar
la conciencia de los trabajadores a unos niveles de negación el capitalismo,
tales que radicalizasen sus luchas.
• La huelga general pierde toda su eficacia y se desgasta como instrumento de
lucha si no se eleva por encima de lo social hasta lo político, si no es capaz de
cuestionar el estado de cosas y plantearse siquiera un segundo paso: el derribo
de los gobiernos del capital. Si al día siguiente de la huelga todo sigue igual, en
el mejor de los casos, sólo habrá servido para parar tal medida de mejor
importancia pero sin afectar en absoluto la política económica de los gobiernos
y la hegemonía del capital, y en el peor, para quebrar la confianza de los
trabajadores en su propia fuerza.
• No debe de extrañarnos, entonces, que la vía reformista llevase al fracaso y la
desmovilización última de los trabajadores y que las Cumbres Sociales de los
sindicatos mayoritarios y sus socios acabasen siendo una patética demostración
de la anorexia movilizadora, a la vez que una evidente manifestación en sus
análisis y propuestas de exigencias incapaces de salir de la moralina
asistencialista.
En este contexto de la desmovilización social y del reformismo cada vez más
claudicante e involucionista ideológicamente hay una errónea tendencia a explicar que
la aparición de los partidos de laboratorio del capital como Podemos o Ciudadanos son
factores que han traído la desmovilización social. Nada más falso ni peligroso como
argumento. Ese planteamiento, que ha calado fuertemente dentro de la izquierda
marxista, es la evidencia más palpable de hasta qué punto el fetiche "institucionalista"
invierte el análisis de la realidad.
Podemos es consecuencia de la labor del discurso indignado de la clase media que
representó el 15M, aliado de facto (aunque circunstancialmente pareciera
confrontarse) con el reformismo sindical y de las izquierdas, que han uncido primero a
la clase trabajadora al carro de los intereses de la pequeña y mediana burguesía para,
finalmente, negarla como clase con entidad e intereses propios -la clase trabajadora
está ausente de desde hace tiempo del discurso de todos los partidos parlamentariosy
con una movilización sin proyecto político realmente anticapitalista. Dicho de otro
modo, primero llegó la desmovilización y el discurso de derechas, pero aparentemente transideológico, y luego apareció Podemos. Para que nacieran Podemos y Ciudadanos
como caballos de refresco de los intereses del capital, a través de formatos políticos
para las clases medias, era esencial que la clase trabajadora fuera derrotada como
entidad autónoma y con intereses diferenciados.
En el marco de una crisis capitalista incapaz de superarse desde el propio capital, los
proyectos de los partidos de laboratorio del capital tendrán un corto recorrido tras
unos éxitos electorales más o menos amplios. Y fracasarán porque, al no atender ni las
necesidades inmediatas ni, obviamente, las objetivas de transformación social desde la
clase trabajadora, serán rechazados finalmente por ésta.
Al mostrar su rostro oculto de fuerzas políticas al servicio del capital y para el
disciplinamiento de la clase trabajadora, dejarán un segundo momento de pesimismo
y desmovilización social. Pero nada es permanente. Los efectos de la crisis capitalista,
que van a continuar depauperando las condiciones de trabajo y de vida de la clase
trabajadora, generarán nuevos descontentos sociales que, aparentemente, puedan
manifestarse como reacciones espontáneas pero que, sin duda, expresarán la
existencia de fuerzas y liderazgos subterráneos tras las nuevas protestas. Los
comunistas deberemos estar ahí, prestos a fortalecer la protesta, a darle organización
y dirección y a ideologizarla para hacerla elevar su nivel de expresión política.
6.1. Lucha de masas "popular" y lucha de masas "de clase"
Dentro de la idea de la lucha de masas, debemos diferenciar el concepto de "lucha
popular" de la lucha de los trabajadores en defensa de sus intereses y como expresión
de la lucha de clases, incluso en niveles inconscientes, a la que los comunistas
debemos contribuir a elevar en su nivel de conciencia política y radicalidad.
La "lucha popular" arranca de la expresión pueblo, sujeto político de la revolución
francesa de 1789. El pueblo, como Tercer Estado que hasta la constitución de los
Estados Generales en Francia, no había tenido voz, la adquiere entonces,
connotándose, por su amplitud social, de la idea de Nación, hasta el punto de que en
muchas latitudes de América Latina se convierte en una misma identidad
antiimperialista y antioligárquica.
Pero el pueblo no está compuesto por una única clase social, por mucho que en
ocasiones se confunda. La clase trabajadora es parte del "pueblo", pero a él también
pertenecen las clases medias, los agricultores, determinadas fracciones de clase, como
los profesionales y, en general, casi todos los sectores sociales que no conforman las
clases altas del capitalismo y la oligarquía.
Por tanto, la lucha popular tiene un trazado que lo atraviesa de parte a parte: el
interclasismo. ¿Significa esto que, por no ser muchas de sus demandas
específicamente de clase, de nuestra clase para entendernos, no debemos
Espacio de encuentro comunista implicarnos? NO, en absoluto, o al menos no en gran parte de ellas. La defensa del
medio ambiente, de la paz o de los derechos de emancipación de las mujeres, de la
defensa de los derechos democráticos frente al recorte de libertades y la represión,...
son luchas en las que los comunistas debemos implicarnos de modo decidido pero
aportando el corte de clase, la perspectiva marxista, el objetivo revolucionario
socialista.
Es evidente que ante la guerra la carne de cañón la ponen los trabajadores, sea como
soldados, incluso los profesionales, que suelen provenir de esas clases, sea como
población civil afectada por la misma.
La posible destrucción del planeta, con su inmediato impacto sobre el cambio
climático, está ligado directamente al capitalismo y su "lógica" del beneficio como
valor supremo.
Las mujeres de la burguesía siempre dispondrán de mecanismos hacia una igualdad
con el hombre, que es sólo uno de los significados de la igualdad, de las que no
disponen las de la clase trabajadora. Pero sólo una ideología y un horizonte de
igualdad desde la base material de la existencia de los seres humanos (las relaciones
sociales de producción) podrá hacer saltar el mecanismo más importante de la
desigualdad humana que las oprime como trabajadoras y como mujeres.
Las libertades son negadas en nombre de la seguridad de Estados capitalistas que
crean las condiciones para SU inseguridad pero en épocas convulsas de crisis
capitalista es la protesta con un origen en la desigualdad de clase la primera que se
reprime.
A todo movimiento "popular", con una impronta interclasista, los comunistas debemos
llevar nuestra marca de clase, expresar las contradicciones sociales que genera el
capitalismo y la desigualdad añadida que imprime a problemas que esta formación
social y económica crea y en los que ambos no siempre aparecen a primera vista.
Debemos desvelar lo que la ideología de la clase dominante ha velado para la gran
mayoría del "pueblo".
¿Significa esto que los comunistas debemos estar presentes en todos los movimientos
de masas de carácter popular? Tampoco.
Los comunistas debemos detectar la naturaleza de cada movimiento de masas, el
germen ideológico del que nace. La compatibilidad o incompatibilidad de sus
postulados con los nuestros, la posibilidad o no de influirlos y de reorientarlos en un
sentido progresista y revolucionario. Sólo en aquellos que presenten un grado
suficiente de posibilidad de concordancia o de reorientación progresiva debemos
intervenir. A algunos incluso combatirlos. El 15M, sustentado en el temor de las clases medias a su pérdida de posición de clase
era, por sustrato ideológico, un movimiento profundamente reaccionario, cuestión
que ciertas organizaciones de "izquierda" e incluso comunistas no supieron o no
quisieron ver, imbuidas de una profunda claudicación ideológica, estimulada por el
oportunismo de querer crecer en influencia social a cualquier precio. La realidad es
que hoy ninguna de las que participó de aquel movimiento es más fuerte.
El 15M, como movimiento con un mero carácter reactivo, que no cuestionaba el
capitalismo pero sí la pérdida de un Estado del Bienestar (sin plantearse que estaba
sustentado en la explotación del Tercer Mundo) y que desviaba sus reclamaciones
hacia el Estado, ignorando su naturaleza de clase, con un profundo discurso
antipartidos y un gran elitismo en sus bases juveniles ("la generación más preparada
de la historia"), no ha producido mayor crítica anticapitalista sino uno profunda
reideologización hacia el discurso postmoderno y la negación de la lucha de clases. No
se trata de valorar a las personas que participaban en él y que se consideran incluso
revolucionarias sino al "espíritu" de tal movimiento y éste es el que es.
En gran parte de Europa crecen rápidamente el racismo, la xenofobia y el fascismo.
Hoy son un poderoso movimiento de opinión, sustentan a partidos con un peso
político creciente y dan lugar a fuertes movilizaciones de masas "populares" (Pegida en
Alemania). Han penetrado profundamente en la clase trabajadora (Front National en
Francia) y en los sectores depauperados de las clases medias.
El fantasma que representó para los sectores sociales reaccionarios en el pasado el
comunismo como movimiento lo representa hoy la emigración.
Mientras tanto, en determinados aspectos sociales y políticos, la extrema derecha ha
arrebatado hoy las banderas a unas izquierdas que se han convertido en parte
menguante del orden burgués, que han abandonado ya hace mucho sus principios
políticos históricos y su carácter de partidos de clase, moderando su discurso cuando
más debieran haberlo radicalizado. No es la clase trabajadora la que ha fallado sino los
que antaño fueron sus partidos.
La lucha contra el fascismo, el racismo y la xenofobia es para los comunistas parte
intrínseca de lo que es una posición de clase. Sin embargo, salvo para los grupos
antifascistas, en la mayoría de las organizaciones clásicas de los trabajadores
(sindicatos, organizaciones comunistas y revolucionarias,...) esta cuestión no tiene
toda la importancia que debiera.
Es cierto que para determinados sectores reformistas la cuestión del fascismo, el
racismo y la xenofobia no tienen un tratamiento de clase sino más bien interclasista,
de defensa de las libertades, de los derechos humanos y la solidaridad. Entendidas las tres amenazas -fascismo, racismo, xenofobia- como fascismo en sentido
global, los comunistas debemos plantear la lucha antifascista de un modo
especialmente inteligente. La experiencia histórica nos demuestra que, cuando no lo
hemos sido suficientemente, hemos sido derrotados. Y la humanidad ha pagado un
altísimo precio por ello.
Esencialmente nuestro discurso de desenmascarar al fascismo como instrumento e
hijo del capitalismo en situaciones de crisis sistémica es correcto pero el marco social
en el que nos desenvolvemos vive una aguda reideologización en clave reaccionaria. En
la clase trabajadora está penetrando, incluso en España, aunque más lentamente, la
idea antipartidos, de búsqueda de un poder fuerte y de un liderazgo salvador, por un
lado, y de que los inmigrantes quitan a los trabajadores españoles puestos de trabajo.
Desde nuestra posición comunista debemos ser enormemente didácticos, argumentar
las falacias que se ocultan detrás de esos discursos, recurrir a la explicación histórica
de lo que significó el fascismo, explicar que su rostro más amable actual es sólo una
máscara para tomar el poder, denunciar cómo se está comportando -violencia contra
inmigrantes y refugiados en Europa, quema de centros de refugiados,..-demostrar con
cifras cómo los inmigrantes entran en sectores abandonados anteriormente por los
españoles, cómo muchos de ellos son autoempleados, argumentar de qué modo
contribuyen al mantenimiento del sistema de pensiones y la creación de
riqueza,...Pero en un contexto con casi 5 millones de parados, subempleo y salarios de
miseria, este discurso tiene un límite porque entre nuestra clase ha penetrado
fuertemente la idea de que trabajadores inmigrantes y españoles compiten por
recursos cada vez más escasos.
Este discurso no es incompatible con el "reformista" en sus aspectos más positivos
(solidaridad, derechos humanos porque el comunismo es una forma de humanismo,
defensa de las libertades,...)
Para el sistema y para los sectores con miedo al futuro los inmigrantes y refugiados de
hoy son el peligro comunista de ayer. El poema de Martin Niemöller ("Cuando los nazis
vinieron a llevarse a los comunistas/guardé silencio/porque yo no era comunista") es
un ejemplo muy poderoso para explicar que cuando se sataniza a un colectivo se abre
el camino para hacerlo al resto. En este sentido debemos ser especialmente sensibles
con la estigmatización social y la sospecha que se cierne sobre las personas de origen
árabe y musulmán, tratados de forma global como sospechosos de yihadismo y cómo
el recorte de libertades que hoy aplauden muchos, mañana puede ser aplicado a ellos
mismos.
Es preciso que nos esforcemos en tomar contacto con los inmigrantes, potenciando su
incorporación a las luchas de la clase trabajadora española, sin que se desdibuje su
realidad, su propio asociacionismo y sus necesidades específicas, de modo que su adhesión a una lucha de masas de clase más amplias refuerce los lazos solidarios entre
una misma clase trabajadora, por encima de su origen nacional. En la búsqueda de ese
objetivo es necesario huir de cualquier forma de paternalismo que, lejos de potenciar
su protagonismo, se lo resta despóticamente.
En la lucha de masas con carácter de clase (sindical, de protestas laborales, etc...) los
comunistas debemos estar presentes no sólo desde los sindicatos sino con una entidad
propia que nos permita elevar su nivel de politización a partir las propias
contradicciones del capitalismo. Es preciso evitar caer en la tentación de concebir
nuestra lucha entre la clase trabajadora como una visión de fuera hacia adentro. No
somos modernos "Prometeos" que llevamos el fuego sagrado de nuestra concepción
del mundo a los trabajadores. Somos parte de la clase trabajadora, con ella
aprendemos, de ella extraemos nuestra fuerza y con ella avanzamos, aun cuando
vayamos un paso por delante, como parte de su sector de vanguardia.
"Los comunistas son pues, en la práctica, la parte más decidida de la
totalidad del movimiento obrero, la que siempre lo impulsa hacia
adelante. En la teoría, aventajan a las grandes masas del proletariado,
en su clara visión de las condiciones, la marcha y los resultados
generales a los que ha de abocar el movimiento proletario." (Marx y
Engels. "El Manifiesto Comunista. 1848)
6.2. La relación de los comunistas con nuestra clase y con sus luchas
Hemos de estar especialmente atentos para escuchar a nuestra clase, para examinar
en cada opinión de cada trabajador, no sólo de los más conscientes, sino también de
los más rezagados ideológicamente, el modo en que ve su propia vida en tanto que
trabajador. Incluso aun cuando no se exprese en tal identidad sino en la deformada de
"ciudadano", los rastros de la conciencia sobre sus condiciones de trabajo y laborales,
sobre el modo que percibe la contradicción capital-trabajo. Aún adormecida bajo cien
capas por la ideología dominante, esa conciencia existe porque se asienta en causas
materiales, en relaciones sociales de producción que conforman su realidad cotidiana.
Somos nosotros los que estamos obligados a detectar ese rastro, a conectar con él y a
elevarlo a niveles superiores de entendimiento de su propia situación como ser social.
En esa interacción con nuestra clase debemos ser enormemente modestos y
respetuosos. El hecho de que dispongamos de una teoría -el marxismo-que se ha
demostrado enormemente potente, eficaz y válida en tantas ocasiones no significa que
debamos relacionarnos con nuestra clase, con cada trabajador concreto desde una
actitud de superioridad o de displicencia sino desde un plano de igualdad. Y debemos
hacerlo siempre en un lenguaje muy sencillo, concreto, plagado de ejemplos, siendo
didácticos pero sin un ápice elitismo intelectual. Debemos pensar, además, que el nivel de instrucción de nuestra clase es hoy mucho
más elevado que en el pasado, por mucho que los "aparatos ideológicos del
capitalismo (enseñanza, medios de comunicación y difusión, etc) adormezcan su
sentido crítico y la confundan. Por tanto, debemos ser conscientes que el trabajador
en muchas ocasiones al relacionarse con nosotros nos responderá a través de la
ideología dominante. En esos momentos, no debemos sentirnos insultados sino ser
conscientes que es esa forma de enajenación de su conciencia política la que le
convierte a él en persona no libre para forjarse un criterio propio. La paciencia con la
que persistamos en dialogar con las "ideas" que han secuestrado su libre
discernimiento será una clave fundamental del éxito en la difusión de nuestras ideas.
Sembrar la duda sobre lo que el trabajador cree "verdades" en su percepción del
mundo y en la idea que del comunismo y de los comunistas han instalado en su mente
los aparatos ideológicos del capitalismo será nuestro primer éxito. A partir de ahí,
nuestra lucha ideológica por conquistar su conciencia y su convicción habrá dado un
gran paso.
En las luchas, protestas y movilizaciones de nuestra clase, los comunistas debemos
aparecer siempre en primer lugar, comprometiéndonos mucho más allá de lo que les
pedimos a nuestros compañeros de clase, reforzando su organización, liderando
siempre como consecuencia de nuestro ejemplo personal y de la justeza y adecuación
de nuestros criterios a cada situación concreta, sin pretender imponerlos sino
argumentándolos y demostrando su validez.
Debemos ser siempre respetuosos con la forma de organización que los propios
trabajadores se den a sí mismos en cada lucha concreta, siempre que consideremos
que ésta es válida y aportando nuestro punto de vista alternativo cuando creamos que
sería posible otra mejor pero sin intentar imponerla por la vía del número, la
manipulación, la división o los enfrentamientos internos. Eso no fortalece ni las
posiciones de nuestra clase ni las propias sino que las debilita.
Como comunistas debemos trabajar organizadamente, debatir previamente entre
nosotros la posición que adoptaremos en determinado conflicto y asumirla
disciplinadamente dentro de los espacios de lucha de los trabajadores y de sus luchas
concretas pero sin el estilo conspirativo y manipulador que en ocasiones percibimos en
determinados grupos políticos, que pueden darles éxitos políticos puntuales pero que,
a la larga, les debilitan porque les restan credibilidad y respeto dentro de nuestra
clase.
No debemos olvidar que nuestro objetivo debe de ser siempre el de elevar la
conciencia de clase y política de los trabajadores, radicalizar sus luchas y orientarlas
siempre hacia un incremento en el grado de cuestionamiento del capitalismo que se
exprese en cada una de sus combates concretos. Por inmediatas que resulten sus
exigencias y demandas en cada circunstancia específica, debemos esforzarnos siempre porque sus reivindicaciones vayan convirtiéndose paulatinamente en transitorias, de
modo acaben por transformarse en incompatibles con un funcionamiento normal del
capitalismo y de lo que a su Estado le resulta asumible. Ese es el camino para avanzar
hacia el momento revolucionario.
7. NUEVOS DESAFÍOS PARA LOS COMUNISTAS
Los desafíos que debemos abordar los comunistas son múltiples y no todos nuevos, en
la medida en que una parte de ella llevamos mucho tiempo sin haber logrado
superarlos.
Aunque algunos de ellos sean viejos, se nos presentan con renovada urgencia y
necesidad, dado el nivel de agresividad que en la lucha de clases está presentando hoy
el capitalismo, la clara desventaja de las posiciones de los trabajadores en esa lucha y
la debilidad de las organizaciones comunistas, dentro del marasmo involucionista en lo
ideológico que está carcomiendo a las llamadas izquierdas, en cuyo interior los propios
comunistas, en ocasiones, no sabemos establecer las distinciones necesarias entre
unas y otros. Si los comunistas, de forma más genérica que analítica nos hemos
tendido a situar dentro del campo de la izquierda, lo cierto es que, en muchas
ocasiones, nos hemos confundido más bien en ella, sin diferenciar cuánto hay de
pensamiento más o menos crítico pero sistémico (integrado en un horizonte de
"capitalismo humano") dentro de ellas y qué representamos frente a esas posiciones,
como corriente política que está por el derrocamiento del capitalismo y no por su
mejoramiento.
Esta necesidad de distinguir entre la izquierda sin más y los comunistas en concreto
nos sitúa ante la cuestión de plantearnos cómo recuperar el horizonte comunista como
aspiración necesaria para la humanidad.
El hundimiento de la URSS, la feroz propaganda durante y después, el pesimismo
histórico y social general posterior, y particularmente en las corrientes comunistas, ha
hecho que, justo cuando el capitalismo ha demostrado que no puede ofrecer ni a la
clase explotada ni a la humanidad en general respuestas ni soluciones mínimamente
aceptables para un horizonte vital digno, estemos en situación políticamente precaria.
Es obvio que nos enfrentamos a errores propios, los que nos corresponde asumir, sin
que tengamos porqué aceptar ninguna renuncia y ni autofustigamiento, cuando
nuestros enemigos de clase no lo han hecho, pero también lo es que nuestro proyecto
de sociedad ha perdido su atractivo para nuestra clase.
Esa pérdida de atractivo no lo es para las cuestiones que representa el socialismo en
cuanto a igualdad social material, tales como protección de derechos sociales,
condiciones de trabajo dignas, derecho a disfrutar del descanso, de vivienda, de una
pensión digna, de acceso al trabajo, de educación gratuita, de protección a todas las
capas más débiles de la sociedad, de transporte público a precios muy accesibles....
Sin embargo, eso ya lo ofreció en su día cierto tipo de capitalismo -el del Estado del
Bienestar- y, aunque hoy ya no pueda presentar esa oferta, continúa operando como
"fantasía" y esperanza para nuestra clase y para otros sectores sociales. Ello impide
que podamos hablar de esas ventajas diferenciales del socialismo frente al capitalismo,
además de que éste se empleó a fondo en negar tales conquistas históricas del
socialismo y en echarle basura mediática encima.
Espacio de encuentro comunista
Documento comisión de programa político - Versión Inicial (Diciembre 2015) Página 40
Pero la realidad es que el socialismo es mucho más que eso. Es auténtica libertad del
ser humano, al ligar control social de los medios de producción y distribución a la
inmensa mayoría de la sociedad, la clase trabajadora. No hay emancipación sin poder
de decisión en el mundo del trabajo y en el de la creación y satisfacción de las
necesidades.
En esa parte, lo que entendimos como sociedades socialistas pocas veces fueron así.
Básicamente en ellas la propiedad era estatal, no social, razón por la que resultó tan
fácil en ellas el paso al capitalismo. Seguramente Yugoslavia, en cierta medida Cuba, en
algunas cuestiones Venezuela, en nuestra guerra civil algunas experiencias de control
sindical,...sean los modelos de los que debamos extraer los comunistas un aprendizaje
en cuanto a formas de propiedad de los medios de producción y distribución no
privadas ni capitalistas. En la inmensa mayoría de las ocasiones los Estados socialistas y
el poder de la clase trabajadora han sido dos realidades que no han terminado de
encontrarse, pese a haber representado dichos Estados un avance inconmensurable
para la Humanidad que, sólo al perderlos, alcanzamos a entender.
Sin embargo, tampoco nuestra clase comprende la importancia de cuestiones como la
democracia obrera, el control obrero de la producción, la decisión desde la base,...A lo
sumo se ha vivido, más bien por los sectores de la pequeña burguesía, una mala
imitación de tales formas (el 15M) que, sin embargo nada tenían que ver en realidad
con las formas organizativas de democracia obrera ni con la cuestión esencial: la
emancipación al liberarse de las trabas sociales que implican unas relaciones sociales
de producción basadas en el poder capitalista.
En el momento presente, cuando el capitalismo ya poco puede ofrecer, cuando los
cierres laborales y las quiebras patronales son el desayuno de los trabajadores, la
importancia de hacerse con el control de la empresa para asegurar el trabajo es una
cuestión vital que aún no ha sido suficientemente explorada.
Sobre los pocos pero válidos ejemplos de que la fábrica o el centro de trabajo cerrado
debe ser un centro de trabajo tomado y socializado debemos los comunistas
establecer el paradigma de la importancia de la socialización de los medios de
producción hoy. Por mucho que ésta no sea una cuestión nueva en nuestras
propuestas, lo es vigente y acuciante. Y nos permite transmitir las experiencias del
poder obrero en las empresas. Ésta es una cuestión sobre la que los comunistas
debemos volcarnos de modo didáctico para mostrar qué son islas de práctica socialista
en lo concreto.
El marxismo nunca fue un pensamiento sencillo, principalmente porque desentrañar el
mundo de las apariencias es una tarea complicada. Pero que Marx y Engels no
escribiesen fácil no significa que los marxistas estemos exentos de la responsabilidad
de traducir sus mensajes de un modo asequible para nuestra clase. Cuestiones como
plusvalía, imperialismo, tasa de beneficio, infraestructura o superestructura, por poner
ejemplos relativamente sencillos, exigen de nosotros una traslación a conceptos intelectualmente accesibles que han de sustentarse siempre en la realidad y en los
ejemplos concretos.
Sin embargo, si alguien considera que esa labor de hacer sencillo lo complejo pasa por
desvalorizarlo, hacer una vulgata, tergiversar los significados de las categorías
marxistas o hacer un pensamiento "transversal" para convencer a desclasados, se
equivoca. Para eso están el populismo, Podemos, Ciudadanos o ciertas evoluciones del
eurocomunismo reconvertido a no se sabe muy bien qué cosa. No es esa nuestra
tarea.
Nunca como en el momento actual nos hemos encontrado a una clase trabajadora tan
capacitada técnicamente y tan instruida educativamente pero, a la vez, tan ignorante
de su propia alienación, tan discapacitada de medios de crítica que le permitan poner
en tela de juicio el mundo en el que vive y la dictadura del capital que sufren. La
conciencia de su propia identidad está enterrada bajo mil capas a las que los
comunistas hemos de llegar para hacerles comprender hasta qué punto son esclavos
en un mundo de apariencias democráticas.
Nuestros fracasos en la lucha ideológica y el abandono de la misma por parte de las
organizaciones de origen obrero (partidos y sindicatos) que han optado por el
esquema de la ilusión representativa tienen mucha importancia en ese "status quo".
Pero no es suficiente esa explicación. El cambio en la composición social de nuestra
clase (de la fábrica al sector servicios) ha producido un terremoto en la conciencia y la
identidad de la clase.
Necesitamos volver a poner el concepto de explotación por encima del capataz o del
jefe de Recursos Humanos y situarlo en el centro del poder empresarial para explicar
que los cargos intermedios sólo son pantallas que los empresarios ponen para que
nuestra rabia no les alcance, que cuánto mejor les va a sus empresarios peor les va a
ellos, que la empresa en la que trabajan no es "su empresa" (lo que descubren al ser
despedidos), que el auténtico poder social se da en ella y no en la representación
política y de que, como ha dicho el lema de un partido comunista recientemente, "si
todo lo producimos, todo lo decidimos". Y todo eso tenemos que decirlo de un modo
que explote por evidente en las conciencias adormecidas de nuestra clase.
Ello presupone, a su vez, combatir el espejismo de la representación política, la "ficción
democrática" pero no por lo evidente -que todas las opciones políticas con posibilidad
de alcanzar escaños son, de un modo u otro, organizaciones aceptadas por el capital
en el supermercado publicitario de marcas políticas- sino por algo que aún no ha
alcanzado la conciencia de la clase trabajadora: que no hay posibilidad alguna de
romper con la dominación capitalista aceptando sus reglas de la legitimidad burguesa
(constituciones que consagran la propiedad privada de los medios de producción,
legislaciones que lo son en gran medida del derecho mercantil, superestructuras tipo
UE, TTIP y, por supuesto, la aceptación del poder económico existente). Hasta que no
convirtamos esa realidad en una certeza incuestionable por amplias capas de la clase
trabajadora estaremos atrapados dentro de la mentira de la "alucinación reformista"
que nos presenten determinadas opciones sistémicas.
Un desafío presente de los comunistas es el de confrontar la propaganda respecto del
carácter dictatorial del pensamiento comunista. Los intentos de edificar el socialismo
se han producido siempre en los peores contextos internacionales (en la salida a guerras mundiales, en el marco del imperialismo más agresivo, en medio de
"cinturones sanitarios" antibolcheviques, de embargos, etc) o en países, al contrario de
lo esperado por Marx y Engels pobres y económicamente no desarrollados. La
voluntad de los comunistas de resistir a la agresión externa y de verse obligados a
forzar el ritmo de la industrialización y el desarrollo generaron distorsiones respecto a
las libertades políticas cuestión ésta que señaló Rosa Luxemburgo.
En cualquier caso, es hora de que los comunistas recuperemos el concepto de
dictadura del proletariado sin utilizar eufemismo alguno pero explicando muy bien su
significado.
Si la democracia burguesa es la forma que se da a sí mismo el poder hegemónico del
capital, la dictadura del proletariado es la forma hegemónica que se da a sí misma la
clase trabajadora frente a dicho poder.
¿Significa dictadura del proletariado partido único o recorte a las libertades políticas,
de asociación, expresión, reunión? No debe serlo en ningún momento. Dictadura de
clase no equivale a dictadura de partido porque la clase trabajadora no tiene por qué
reconocerse en una única opción revolucionaria. Tampoco la negación de las libertades
políticas, de expresión, reunión y asociación porque el socialismo necesita libertad de
crítica y pensamiento para no involucionar.
Pero ello no tiene, en absoluto, porqué significar que en la etapa de la dictadura del
proletariado, las fuerzas que estén con la revolución social deban de ser ingenuas y
regalar las libertades a sus enemigos de clase. La clase trabajadora, en defensa de sus
intereses tiene, como mínimo, el mismo derecho que la burguesía a defenderse de
quienes representan el intento de mantener el orden capitalista y de impedir el paso al
socialismo. Justo como hacen las "democracias burguesas" prohibiendo a partidos
revolucionarios que las combaten.
Un desafío actual, tal cuál es el del Espacio de Encuentro Comunista, es el de poner
freno a las prisas y necesidades subjetivas de los comunistas por reconstruir su unidad
orgánica en un solo partido. Hoy eso no es posible, ni siquiera conveniente. En el
futuro es muy deseable y necesario pero ese tiempo no debe de ser forzado, si se
desea que tal unidad sea exitosa.
Necesitamos mucha reflexión, necesitamos mucho debate abierto, necesitamos mucha
libertad de pensamiento que no anatemice la palabra de ningún camarada, por mucho
que nos desconcierte o nos revuelva los principios sólidamente asentados, en muchos
casos más por hábito de criterios asentados que por un debate histórico profundo y
respetuoso entre camaradas.
En ese contexto, intentar acortar plazos, forzar unanimidades, resolver diferencias
históricas entre comunistas en base al voluntarismo sería un salto en el vacío que
malograría cualquier proceso de unidad posterior.
Esa unidad ha de llegar con el tiempo, sin prisas, asentada en el debate leal, franco, en
el intercambio de ideas y experiencias, en la confianza que conduzca a la complicidad
entre comunistas por encima de siglas o de no militancias en ninguna de ellas, en el
trabajo en común, codo con codo, en el acentuar lo que nos une y dejar a un lado lo
que nos separa para avanzar juntos. La lucha contra la ideología dominante, los grandes medios de intoxicación de masas y
las categorías ideológicas tóxicas (a las que se han hecho referencia en otras partes del
documento) modulan hoy el pensamiento colectivo hasta el punto de que las ideas
opuestas son descalificadas como antiguas, desfasadas, sectarias o, lo que ahora han
puesto de moda los miserables, como de lo "viejo" o de "perdedores". El
individualismo, la competencia salvaje y la ley del más fuerte entierran cualquier
discurso igualitario o fraterno.
Necesitamos no sólo articular la respuesta a esa mentira social que arroja a los más
débiles a competir entre sí para beneficiar a los más fuertes sino también dotarnos de
medios propios, de los comunistas, que no dependan de los manejados por una
progresía capitalista y sistémica que envenena nuestro pensamiento de peor forma
que el abiertamente capitalista porque es más complicado de desenmascarar y
desmontar públicamente y porque penetra en nuestra clase e incluso entre
comunistas. Ello nos exige seleccionar muy bien nuestras fuentes de información,
dotarnos de medios propios, por modestos que sean, y aprender a distinguir el grano
de la paja, lo relevante de lo accesorio y lo infectado de lo original.
8. EL PAPEL DEL PARLAMENTARISMO EN EL COMUNISMO
NOTA: Dado que se trata de un documento de debate hemos tratado de plantear las
preguntas a las que debemos responder y la que a nuestro entender debería ser la
postura del Espacio de Encuentro.
En primer lugar debemos dejar claro que el papel del Espacio de Encuentro Comunista
(EEC) no es el de convertirse en un partido político, por ello, el objeto de este
documento es discutir cómo debe un partido comunista plantearse la participación o
no dentro del sistema parlamentario burgués y cuál debe de ser la relación del EEC con
estos partidos en los procesos electorales y con el proceso electoral en sí.
En este sentido también debemos plantear la posibilidad de que aunque el EEC no se
organice como partido sí pueda tomar una posición en las citas electorales, tanto de
denuncia de la impostura de la democracia burguesa como de apoyo concreto a algún
partido que se decida representa los principios ideológicos comunistas.
El problema básico radica en el mismo concepto de democracia burguesa y hasta qué
punto es posible una revolución dentro del sistema1
. Es evidente que aunque se trata
de un debate que ha permanecido latente durante toda la historia del comunismo2
es
necesario que el EEC tenga una posición clara. A medida que consigamos que el
Espacio de Encuentro se afiance como una referencia de todos los comunistas con y sin
partido será necesario definir nuestra participación en los procesos electorales, ya sea
tomando la decisión de ignorarlos completamente o de usarlos como oportunidad de
difusión de nuestras ideas. Así como nuestra posición respecto a la representación
política en el sistema capitalista.
Estamos en una situación en la cual la revolución es imposible a corto y medio plazo, y
por tanto se nos plantea la pregunta de si la participación en la democracia burguesa
es una opción aceptable para un movimiento o partido comunista. Esta participación
tiene dos aspectos fundamentales, la concurrencia a citas electorales y la participación
de los representantes elegidos en las instituciones de la democracia capitalista. En
principio el que un partido comunista participe en un proceso electoral y en las
instituciones implica una serie de interesantes oportunidades.
En primero lugar la no participación puede suponer la existencia casi clandestina que
hace muy difícil que el mensaje de denuncia del capitalismo y la propuesta de una
economía socialista sea difundido.
Es por ello que las citas electorales se pueden plantear como un momento interesante
para la concienciación y la batalla ideológica, denunciando las contradicciones del
sistema capitalista y la farsa de la democracia burguesa. Exponer como la democracia
burguesa solo permite que las elecciones se celebren sobre unos parámetros en los
cuales las bases del sistema capitalista no puedan ser modificadas, ni incluso
1 Personalmente creo que no es posible ningún cambio real del sistema capitalista desde dentro de las
instituciones como nos demuestra la historia.
2 Es básicamente el debate que ya planteaba Rosa Luxemburgo en su obra Reforma o revolución. discutidas, se puede hacer con mucha más facilidad en una etapa electoral. La
participación posterior en las instituciones con el mismo objetivo también puede ser un
altavoz adecuado a las ideas comunistas.
Por otro lado, la participación en las elecciones y las instituciones tiene la posibilidad
de acceder a medios de comunicación e incluso a fuentes de financiación que pueden
ser instrumentos valiosos para la lucha ideológica.
Sin embargo, es evidente que como demuestra una y otra vez la historia de los
partidos comunistas en todo el mundo, la participación en la democracia burguesa
entraña enormes riesgos que han llevado a que la práctica totalidad de partidos
comunistas que han tenido una representación parlamentaria reseñable hayan
migrado primero a la social democracia e incluso en muchos casos, como en Italia, al
social liberalismo.
Podemos exponer los riesgos de participación en las elecciones e instituciones más
importantes como los siguientes:
Apuntalamiento del sistema capitalista mediante la apariencia de existencia de
una democracia real donde la clase trabajadora está en condiciones de
defender sus derechos de igual manera que el capital. La participación de
partidos comunistas es así la coartada para defender que todas las ideas son
defendibles y que solo es necesario conseguir el apoyo de los votantes para
implementar las ideas políticas que uno defiende. El abrumador poder del
capital y sus medios para imponer el pensamiento único quedan así
enmascarados en una apariencia de libertad que es muy útil al sistema.
Derivación del proyecto comunista de sus bases ideológicas para convertir las
elecciones no en un medio sino en un fin. Es claro que esto le ha ocurrido a la
mayoría de los partidos comunistas en el mundo. La participación en los
procesos electorales suele traer de forma inevitable el enorme error de
empezar la casa por el tejado. En lugar de reconocer que los resultados
electorales deben ser un reflejo de la victoria en la lucha ideológica, se tiende a
modificar el mensaje en función de lo que quiere la mayoría de la población,
que no es más que lo que quiere el capital. Así se pasa de ser un partido de
trabajadores a un partido de clase media, que no es otra cosa que la pequeña
burguesía.
Institucionalización del partido y sus dirigentes. La participación en las
elecciones suele convertir a los partidos comunistas en organizaciones
estructuradas en torno a sus cargos electos, en lugar de en torno a los
militantes y a la centralidad de la clase trabajadora. A medio plazo, en incluso a
corto plazo, esto convierte a los partidos comunistas en meras estructuras
burocráticas donde sus dirigentes convierten al partido en su puesto de trabajo
y todo se supedita a ello. En muy poco tiempo esto consigue convertir al
partido en una estructura sin principios ideológicos de ningún tipo y una
organización endógena que hace de su propia supervivencia su único fin. Esta
ha sido una de las razones que han llevado a la destrucción ideológica de la
mayoría de partidos comunistas en Europa y el resto del mundo.
Espacio de encuentro comunista
Documento comisión de programa político - Versión Inicial (Diciembre 2015) Página 46
Ante estos riesgos es evidente que debemos decidir si existen propuestas de
participación que puedan evitar estos peligros y que por lo tanto puedan ser
aceptables para el EEC.
Tratar de resolver este problema puede resultar un tanto ambicioso, dados los
continuos fracasos que el parlamentarismo ha traído a los partidos comunistas. Sin
embargo podríamos plantear al menos unos principios mínimos que serían necesarios
para incluso estimar la posibilidad del parlamentarismo. Esto no significa que el
cumplimiento de estos principios fuera suficiente, pero sí que ellos deberían ser
necesarios.
La primera condición debería ser que la participación debe de hacerse siempre
plateando el parlamentarismo como una estrategia, nunca como un fin en sí mismo.
Las elecciones deben ser una forma de plantear las contradicciones y la profunda
perversión del sistema capitalista. Aprovechar las citas electorales y los posibles
instrumentos que el sistema ponga a disposición de los partidos comunistas para
avanzar en la lucha ideológica y en la creación de conciencia de clase trabajadora.
Un segundo punto importante es la postura que debe tener el EEC sobre la
participación de los partidos comunistas en las instituciones una vez se haya celebrado
el proceso electoral.
En este sentido debemos distinguir dos aspectos. Por un lado la participación
representativa en los parlamentos nacional o autonómico y los ayuntamientos y la
participación en los gobiernos ya sea como fuerza hegemónica o como coaligada con
otros partidos no comunistas.
En la práctica, el caso de la institucionalización de los partidos comunistas nos
demuestra que mantener una postura comunista dentro de las instituciones resulta
tarea casi imposible. El recorrido realizado en los últimos años por el Partido
Comunista de España, el Partido Comunista Italiano o el Partido Comunista Francés
nos alerta de los riesgos de participación en las instituciones burguesas. En Portugal el
Partido Comunista de Portugal (PCP) ha decidido apoyar un gobierno social liberal de
Antonio Costa, defensor de las políticas de destrucción de la clase trabajadora que se
están llevando a cabo en toda Europa. Como manejará el PCP este apoyo será una interesante lección sobre los límites que tiene un partido comunista cuando decide
participar en las instituciones de los estados que ya son meros consejos de
administración del capital que es quién detenta el poder real.
La participación de los comunistas en las estructuras de poder implica un riesgo aún
mayor. Resulta muy evidente que los límites a la acción del poder político son muy
estrechos. Ni siquiera opciones meramente socialdemócratas, como Syriza en Grecia, son
consideradas admisibles por el capitalismo. Incluso cuando estas opciones consiguen la
mayoría de representantes que teóricamente en el sistema capitalista les daría la
legitimidad para implantar cualquier política prometida.
Espacio de encuentro comunista
Documento comisión de programa político - Versión Inicial (Diciembre 2015) Página 47
Es por ello que cualquier participación de un partido comunista en las instituciones de
poder del capitalismo solo tendría la posibilidad de gestionar la miseria del capitalismo
dentro de estrechos límites. Creemos por lo tanto que el EEC debe rechazar siempre la
participación en instituciones de poder sin margen de maniobra del capitalismo y cuya
presencia solo sirve para apuntalar el sistema actual.
8.1. Conclusiones
Aunque como hemos expresado se trata de un documento de trabajo y por lo tanto
estas conclusiones son solamente una propuesta para ser debatida en el encuentro,
creemos que es interesante plantear una serie de conclusiones que puedan centrar la
discusión.
La propuesta tendría los siguientes puntos:
1. El Espacio de Encuentro Comunista debe permanecer como un punto de
encuentro de todos los comunistas con o sin partido. Por lo tanto no debe
aspirar a convertirse en un partido ni a participar en procesos electorales con
el objetivo de obtener representación.
2. Existe la posibilidad de que el EEC pueda participar en procesos mediante la
elaboración de documentos destinados a denunciar la farsa de la democracia
burguesa y del teatro de las elecciones. Esta participación, aunque necesita un
debate muy profundo para definir nuestra propuesta nos puede servir de
escaparate para hacernos más visibles y atraer a todos aquellos comunistas
que en la actualidad se encuentran desorientados y sin saber qué hacer.
3. Existe también la posibilidad de que el EEC pueda apoyar a determinados
partidos comunistas en los procesos electorales, siempre que se piense que
estos partidos defienden sin ambages los principios comunistas. Esta última
posibilidad debe manejarse con mucho cuidado ya que entraña muchos
riesgos. Por un lado, los riesgos de identificarse con un proyecto comunista
que puede acabar cayendo en todos los problemas de institucionalización que
hemos descrito. Por otro lado, el apoyo a un cierto partido puede tener el
efecto no deseado de dejar de ser percibidos como un espacio de encuentro
donde todos los comunistas tienen cabida. Es por ello, que creemos que está
posibilidad debe ser descartada a corto plazo y debatida de forma profunda
antes de tomar una decisión en esta dirección.
Estas creemos que serían las conclusiones globales. Como comentario final, creemos
que el Espacio de Encuentro debe visibilizarse en las citas electorales para usar estas
citas como forma de denuncia del capitalismo, pero con un extremo cuidado en no
caer en la enfermedad de la “electoralitis” que ha tenido efectos tan nefastos para
todos los partidos comunistas y no confundir que el objetivo en unas elecciones es
poner en evidencia la contradicción del sistema capitalista y la farsa de una elecciones
que no tiene capacidad de realizar ningún cambio real para la clase trabajadora.
9. EL PROGRAMA COMUNISTA COMO OBJETIVOS DE LUCHA
La insistencia en diferenciar entre programa mínimo y máximo siempre fue una
característica del reformismo dentro de la primera socialdemocracia histórica. Esta
distinción no existe en Marx -jamás habló de tal cosa-, lo que no significa que no
distinguiese entre los intereses inmediatos de la clase trabajadora y los intereses
futuros de esta clase.
Para Marx y Engels la cuestión esencial de un programa de la clase trabajadora no
estaba en ningún programa electoral, que en el fondo eran todos los programas
mínimos a las que las diversas formas de socialdemocracia a lo largo del tiempo han
condenado a nuestra clase, sino en algo mucho más esencial:
“Los comunistas luchan por alcanzar los objetivos e intereses inmediatos de la clase
obrera; pero, al mismo tiempo, defienden también, dentro del movimiento actual, el
porvenir de ese movimiento.” (K. Marx-F. Engels: "Manifiesto Comunista" Cap. IV)
Esta idea la remacharon en su afirmación de lo que significaba la identidad comunista:
“En todos (…) [los] movimientos [los comunistas] ponen en primer término como
cuestión fundamental (...), la cuestión de la propiedad, cualquiera que sea la forma
más o menos desarrollada que ésta revista (…) Los comunistas consideran indigno
ocultar sus ideas y propósitos” (K. Marx-F. Engels. “El Manifiesto Comunista”)
En su programa político, siempre mucho más allá de lo que tantas veces se ha
confundido como programa electoral, el marxismo ha puesto en todo momento por
delante de cualquier visión cortoplacista, tacticista y oportunista la voluntad de que
cada reivindicación concreta e inmediata apuntara directamente al objetivo de la
sociedad socialista por la que era necesario luchar.
Lenin quizá lo expreso de un modo especialmente claro y concreto:
“Un programa político es la explicación breve, clara y precisa de todas las cosas a las
que un partido aspira y por las cuales lucha" (“A los pobres del campo”. V. I. Ulianov,
1903). Fue aún más específico acerca del significado del significado real del programa
comunista: “la enorme importancia que tiene un programa para la actividad
cohesionada y consecuente de un partido político”.
El viejo y el nuevo reformismo han convertido el programa socialista/comunista en un
supermercado en el que vender al mejor postor los principios emancipadores de la I
Internacional. En lugar de ser fuerzas revolucionarias se han transformado en
mercaderes entre las necesidades objetivas (el socialismo) y subjetivas (las
necesidades más urgentes de nuestra clase) que venden esas necesidades al capital a
cambio de un espacio de representación política para unos representantes que nuestra
clase no eligió sino los aparatos de sus partidos o, al modo actual, unos afilados que
juegan a ser delegados a la americana de los caucus norteamericanos.
El deber de los comunistas no es demostrar lo viable de sus propuestas para venderlas
a un electorado desclasado en una competencia televisiva de marcas políticas. El deber
de los comunistas es elevar la conciencia de nuestra clase para hacerla comprender que sus necesidades inmediatas que defendemos, porque compartimos sus dolores y
vivencias cotidianas, no serán resueltas dentro del capitalismo que ya no puede ni
ofrecerles un Estado del Bienestar, edificado sobre la transferencia de capitales de la
periferia al centro, ni desea un pacto social que no puede permitirse porque necesita
recuperar sus tasas de beneficio y de acumulación e invertir en un Estado social no le
resulta rentable.
El deber de los comunistas es exponer y defender las necesidades de la clase
trabajadora a la vez que planteamos nuestras exigencias revolucionarias. Éstas no van
alcanzarse ni por la vía de las urnas, por mucho que nos empeñemos -Grecia y
Venezuela nos han señalado dos limites evidentes- ni por la demostración de cuánto
de posibles son, echando cuentas fiscales, dentro del sistema capitalista nuestras
propuestas.
Tal visión de la acción política ha de ser negada y rota de una vez por todas desde una
posición revolucionaria. A nosotros no nos corresponde demostrar que seríamos
mejores gestores que los propios capitalistas dentro de las reglas del juego de una ley
del valor que nos permitiría escapar al Estado burgués.
En otro orden de cosas, el papel de los comunistas no es llevar hasta las últimas
consecuencias lo que la revolución burguesa de 1789 no fue capaz de poner en
práctica. La burguesía siempre ha intentado vender como colectivas y universales sus
propias aspiraciones económicas, sociales y políticas. El cretinismo parlamentario del
que hablaban Marx y Lenin no puede ser nuestro modelo de avance hacia el
socialismo.
Las formas parlamentarias sólo tienen razón de ser desde una perspectiva comunista si
son capaces de pasar del cacareo de las distintas facciones de la burguesía alta, media
y pequeña a modos de organización de tareas asentadas en la elevación de una
democracia de base consejista que elijan sus representantes siempre revocables.
Los tiempos del capitalismo monopolista de Estado frente al que ciertos
socialdemocratizados PPCC se planteaban modelos de democracia avanzada y de
economías mixtas han muerto. Hoy el capitalismo transnacional ha dejado al Estado
poco lugar de juego como organizador económico pero ha reforzado su papel como
depositario del “monopolio de la violencia”. Ni la gran burguesía ni su Estado
capitalista quieren ya el pacto social, necesario para nuestra colaboración de clase sino
nuestro esclavismo tras la derrota.
Por otro lado, el Espacio de Encuentro Comunista no es ninguna opción electoral que
pueda caer en la tentación de ningún programa mínimo que, finalmente, sea incapaz
de salir de la sustancia del campo de juego electoral capitalista.
Nuestro papel debe de ser, en lo relativo al programa político comunista, el lugar de
encuentro y debate del más amplio espectro comunista, militante o no en partidos,
sobre cómo organizar la lucha política de nuestra clase hacia el socialismo -la otra
acepción que Lenin daba a la idea programática- junto con la exigencia política que
planeamos desde nuestra clase (necesidades inmediatas) y para nuestra clase
(programa revolucionario)
En el plano estratégico aún estamos lejos de ser capaces de proyectar nuestras tareas
futuras de lucha. Ese objetivo plantea dificultades especiales desde el EEC. Asumir
nuestra pluralidad, no sólo de corrientes y puntos de vista sino de militantes
organizados condiciona las perspectivas que es posible compartir más allá de los
puntos comunes que han de unirnos. Es un desafío al que debemos dar una respuesta
dialéctica y compartida hasta donde sea posible que nos acompañemos.
En cualquier caso el programa político comunista plantea las siguientes exigencias:
Expropiación para uso en régimen de propiedad social de la industria básica,
sectores estratégicos, telecomunicaciones, energía y sector financiero.
Control obrero de la producción.
Jornada laboral que permita la conciliación de la vida personal y el trabajo y
dependiente del tipo de trabajo desempeñado.
Control social de los medios de comunicación por los trabajadores y usuarios
de los mismos.
Pleno empleo de tod@s l@s trabajador@s que lo requieran.
Derecho a pensión digna para tod@s l@s trabajador@s
Cobertura plena de sanidad pública para tod@s l@s que viven dentro del
Estado español.
Igualdad de salario entre hombres y mujeres.
Educación pública gratuita desde la enseñanza preescolar a la universidad
Precio simbólico del transporte público para la clase trabajadora
Fin de la persecución a inmigrantes y refugiados no reconocidos y derechos
plenos de ciudadanía y acceso a los derechos sociales para los mismos.
Libertad inmediata para todos los presos políticos, de opinión, expresión y
manifestación
Derogación de todas las leyes contra las libertades políticas, de expresión,
reunión y manifestación.
Derecho al aborto libre y gratuito desde los 16 años. Fin de la criminalización
contra las mujeres. Los profesionales de la medicina objetores al aborto deben
abandonar su práctica.
Revocabilidad de todos los órganos políticos, judiciales y fiscales.
Poder municipal de base. Consejos ciudadanos de control municipal y rotación
de los miembros de los consejos ciudadanos para impedir connivencias con el
gobierno municipal y profesionalización del ejercicio. Mismo sistema regional.
DOS :
ESPACIO DE ENCUENTRO COMUNISTA
COMISIÓN DE TRABAJO
Internacionalismo y
Antiimperialismo
Versión Inicial (Diciembre 2015)
Contenido
1. INTRODUCCIÓN
1.1. Notas preliminares
2. DE LA UNIPOLARIDAD A LA MULTIPOLARIDAD
3. PERSISTENCIA DE LA CRISIS CAPITALISTA E INCREMENTO DE LA AGRESIVIDAD
DEL CAPITALISMO; LAS CONTRADICCIONES INTER-IMPERIALISTAS 4. EL RIESGO DE MUNDIALIZACIÓN DE LAS GUERRAS COMO CONSECUENCIA DE
LAS CONTRADICCIONES INTER-IMPERIALISTAS
5. EL IMPERIO E INDEPENDENCIA DEL CAPITAL TRANSNACIONAL FRENTE A LOS
ESTADOS 6. EL POSIBLE INICIO DE LA INVOLUCIÓN POLÍTICA EN AMÉRICA LATINA
7. LA UE, CORSÉ QUE OPRIME A LA CLASE TRABAJADORA Y A LOS PUEBLOS DE
EUROPA 8. CONTRA LA FRAGMENTACIÓN DE LA CLASE TRABAJADORA Y DE SUS LUCHAS
18
9. DEBILIDAD DE LAS FUERZAS POLÍTICAS REVOLUCIONARIAS Y DE LAS
ORGANIZACIONES COMUNISTAS Y OBRERAS. AGOTAMIENTO DE LAS “IZQUIERDAS
SISTÉMICAS” (LOS EX-SOCIALDEMÓCRATAS, HOY SOCIAL-LIBERALES Y LAS
“NUEVAS SOCIALDEMOCRACIAS” EUROPEAS). LA NECESIDAD DE UNA NUEVA
INTERNACIONAL
“No nos jactemos demasiado de nuestras victorias sobre la naturaleza. Ella se
termina vengando de todos nosotros. Ciertamente cada triunfo tiene al principio
las consecuencias esperadas. Pero en segundo y tercer lugar aparecen efectos
muy distintos, imprevistos, que con frecuencia destruyen las primeras
consecuencias.”
Federico Engels,
Dialéctica de la Naturaleza
1. INTRODUCCIÓN
Desde el Espacio de Encuentro Comunista pensamos que a los comunistas de hoy, nos pueda
corresponder, el dudoso privilegio de cuanto menos levantar acta de la más extraordinaria y
decisiva época histórica que jamás haya conocido la Humanidad; la de su previsible propia
desaparición.
No es ésta afirmación introductoria, un mantra milenarista, un lema “conspiranóico” o un
calentón semántico, sino la declinación lógica de una cruda e insostenible realidad científica
empíricamente asaz demostrada.
Lo que algunos autores han definido como el Antropoceno, la época de la “vertiginosa senda de
pillaje y destrucción en la que se sustenta el crecimiento desaforado y literalmente criminal del
sistema agro-urbano-industrial globalizado”, conlleva el acelerado declive consecutivo de la salud
de nuestro planeta así como de su capacidad de regeneración y por ende la irreversible liquidación
de las mínimas condiciones naturales de vida para el ser humano.
Ello será incluso más evidente cuando las presiones añadidas debidas al cambio climático y el
calentamiento global, exacerben inexorablemente una situación insostenible para la vida humana
en gran parte del planeta Tierra.
A los comunistas de este principio de siglo XXI, para los cuales nada de lo humano nos es ajeno,
para los que la ideología de la solidaridad internacional de los trabajadores/as de todos los países;
es uno de los principios ideológicos fundamentales, que sirven de guía a la clase obrera, a sus
partidos y organizaciones; nos corresponde pues tomar plenamente conciencia de la catástrofe
global en ciernes ya que somos bien sabedores de que frente a este escenario tan sólo el
Socialismo es tabla de salvación.
Desde el Espacio de Encuentro Comunista, con el Che decimos que: “no hay otra definición del
socialismo, válida para nosotros, que la abolición de la explotación del hombre por el hombre.
Mientras esto no se produzca, se está en el período de construcción de la sociedad socialista y, si
en vez de producirse este fenómeno, la tarea de la supresión de la explotación se estanca o, aún,
retrocede en ella, no es válido hablar siquiera de la construcción del socialismo.”
En otras palabras, frente a la barbarie perpetrada por los llamados Estados privados móviles (las
corporaciones transnacionales, a decir de algún autor), frente a la globalización del terrorismo de Estado y de la miseria, debemos saber aquilatar los singulares procesos históricos que estamos
viviendo, predecir el desenvolvimiento del incierto porvenir que tenemos por delante y si no
revertir, parar o impedirlos, organizar impulsar y solidarizarnos con cuantas Resistencias sean
menester, es decir enfrentarnos con toda nuestra inteligencia y generosidad colectivas a este
tardo-imperialismo capitalista bajo el yugo del cual muere sometido a fuego lento el planeta,
nuestro planeta entero.
En este afán internacionalista nos guía el principio de respeto a la autonomía de análisis y
actuación de las organizaciones comunistas, progresistas, obreras y de izquierdas, tanto de
nuestro país como del resto de países y pueblos del mundo, a los que desde nuestros corazones
hermanos, saludamos recordando las palabras de Lenin en sus primeros esbozos sobre la cuestión
nacional: “El internacionalismo proletario exige la subordinación de los intereses de la lucha
proletaria en un país a los intereses de esta lucha a escala mundial”.
A nuestro juicio, nos va en ello la misma fraternidad y respeto revolucionarios mutuos que los que
desde estas líneas profesamos para con todos ellos.
Necesario y justo es pues señalar aquí que es nuestro mal llamado primer mundo capitalista,
representando sólo el 20% de la población mundial, el responsable fundamental de la destrucción
económica, cultural, social y medioambiental a escala planetaria.
¿Acaso no nacieron nuestras sociedades de consumo masivo de las antiguas metrópolis coloniales
y de políticas imperiales que, a su vez, engendraron el atraso, la presión poblacional y la pobreza
conducente a que la inmensa mayoría de la Humanidad sobreviva a golpe de esfuerzos
desesperados, aun a costa de una naturaleza finita?
¿Acaso no consumen nuestras sociedades las dos terceras partes de los metales y las tres cuartas
partes de la energía que se produce en todo el mundo?
¿No han sido pues nuestras mal llamadas sociedades avanzadas las que han contaminado los
mares en los que pescamos, el agua que bebemos, el aire que respiramos y la tierra que
cultivamos?
¿No son acaso las empresas multinacionales madereras, petroleras y mineras del primer mundo
las responsables de que desaparezcan bosques enteros, se extiendan los desiertos, de que miles
de millones de toneladas de tierra fértil se viertan cada año al mar? ¿No son ellas responsables de
genocidios, guerras civiles, persecuciones y represiones por doquier en su afanosa rapiña de
materias primas?
¿No son ellas las que provocan genocidios en el África subsahariana con el fin de hacerse con el
control del Coltane y otras tierras raras, el Uranio, los diamantes…?
¿No son ellas las que a golpe de “bombardeos humanitarios”, terrorismo financiero, injerencias
“onegeinistas”, espionaje informático masivo y guerras de cuarta generación, desestabilizan,
someten y descabezan de modo descarado a todo estado soberano que se niegue a hincar la
cerviz?
¿No son acaso ellas las que compran, transportan y distribuyen el petróleo del genocida estado
islámico y deprimen el precio del barril de crudo con el fin de someter a Irán y Venezuela a una
guerra económica sin contemplaciones? ¿Acaso no son ellas las principales productoras y mercaderes de armas de destrucción masiva a la
par que ocupan y sojuzgan militarmente al planeta entero gracias a la mayor red de bases
militares conocida en la Historia?
¿No son ellas las que controlan los medios de “desinformación masiva”, responsables de la
generación e inducción de esquizofrenias y disociaciones psicóticas sociales?
1.1. Notas preliminares
Son varios los ejes desde los que es posible analizar el marco político internacional actual y el
momento presente del accionar del capitalismo y el imperialismo a nivel mundial:
El fin del sueño de la unipolaridad bajo la hegemonía del imperialismo
EE.UU. y el inicio de la multipolaridad;
La virulenta agresividad del imperialismo norteamericano en medio de la
persistencia de la crisis capitalista mundial y las contradicciones interimperialistas;
El riesgo de mundialización de las guerras como consecuencia de las
contradicciones inter-imperialistas;
La absoluta independencia del capital transnacionalizado frente a los
antiguos mecanismos correctores y/o de control del Estado capitalista;
La UE como un corsé que oprime a la clase trabajadora y a los pueblos de
Europa;
El posible inicio de la involución política en América Latina;
La debilidad de las fuerzas políticas revolucionarias y de las
organizaciones comunistas y obreras junto con el agotamiento de las
“izquierdas sistémicas” (los ex-socialdemócratas, hoy social-liberales y
las “nuevas socialdemocracias” europeas). La necesidad de una nueva
Internacional.
La visión del conjunto de los diversos factores, y en buena medida, nos aporta una perspectiva de
los desafíos que los comunistas estamos llamados a afrontar en este siglo XXI.
2. DE LA UNIPOLARIDAD A LA MULTIPOLARIDAD
La desaparición de la Unión Soviética y del llamado “bloque socialista”, junto con el
desplazamiento de otros países que se reclamaban de tal proyecto hacia el modelo de
acumulación capitalista (Vietnam, China, Laos,…) produjo durante aproximadamente unos 10-15
años que el antiguo mundo de la bipolaridad fuese sustituido por el de la unipolaridad.
Los EE.UU. se convierten en una suerte de gendarme mundial; única potencia con el derecho y el
poder de imponer su modelo de “sociedad abierta” que el ultra-liberal Karl Popper había venido
anunciando y el antiguo funcionario de la administración de Washington Francis Fukuyama
anunciaba como “fin de la historia”, al menos entendida ésta última como la historia de la lucha de
clases.
En ese contexto, los EE.UU. intentan garantizar su hegemonía, lo que la Secretaría de Estado, el
Pentágono y la CIA describen como “Full Spectrum Dominance”, apostando sin ambages por
establecer una suerte de Estado planetario bajo el dominio total y absoluto de los grandes
intereses del capital monopólico que representan significativamente, no ya sólo los emporios
energético y armamentístico norteamericanos, sino que también el financiero, el
genético/alimentario y el informático, con Goldman-Sachs, CityGroup, Monsanto, Celera
Genomics, Microsoft y Google a la cabeza respectivamente.
Pronto y a pesar de su fabulosa logística imperial, se revela que en los conflictos de carácter
regional (Afganistán, Irak, Ucrania,…) por él provocados, los EE.UU. encuentran grandes
dificultades para imponer en solitario su sin embargo indiscutible condición de superpotencia
militar.
La actual ofensiva geopolítica puesta en marcha por EE.UU. para remodelar el orden internacional
-aparte de sus peligros, costos y desenlace final- ha dejado al descubierto dos líneas relevantes
interrelacionadas que deben ser analizadas con atención: instauración de un régimen/laboratorio
neonazi en Kiev; y una gran crisis energética en especial gas y el petróleo.
Ucrania juega un rol estratégico en los intereses y en las aspiraciones hegemónicas de EE.UU.
desde siempre en su afán por controlar el mundo.
Estas tendencias vienen desde tiempo atrás. A inicios del siglo XX la teoría del “Heartland” de
Halford Mackinder -hoy sostenida por el tándem Brezinski/Kissinger- sostiene que “Quien
gobierne en Europa del Este dominará el Heartland; quien gobierne el Heartland dominará la IslaMundial;
quien gobierne la Isla-Mundial controlará el mundo.” Y más concretamente quien
domina el “Heartland”, domina el mundo, especialmente si controla Ucrania.
Sin embargo, la propia irresuelta crisis económica y financiera norteamericana, le resta fuerzas
para imponer de modo definitivo y completo su poder económico, su “pax-americana”.
Así pues, el papel preponderante del imperialismo norteamericano parece estancarse frente a la
configuración de pujante nuevas fuerzas que pretenden disputarle su hegemonía.
La aparición de China como gran potencia mundial en lo económico/financiero y la recuperación
por la heredera de la URSS, la Federación Rusa, de su papel como potencia política y militar -países
ambos con pactos tácticos pero intereses propios- apunta a que el estado de unipolaridad se corresponda más bien al intermedio previo a otra suerte de re-configuración en el capitalismo
mundializado.
La emergencia de potencias de carácter regional, los llamados BRICS (India en Asía, Brasil a pesar
de su crisis política y económica en América Latina y la República Sudafricana), con intereses
propios dentro de sus continentes, aunque no desconectados más que en parte con los del
imperialismo norteamericano, muestra hasta qué punto parece tambalearse la voluntarista
construcción ideológica de un mundo unipolar.
Sin embargo, los EE.UU. no son un mero “tigre de papel”, más bien una hiena herida y hambrienta
y por lo tanto extremadamente peligrosa.
3. PERSISTENCIA DE LA CRISIS CAPITALISTA E INCREMENTO DE LA
AGRESIVIDAD DEL CAPITALISMO; LAS CONTRADICCIONES INTERIMPERIALISTAS
Ocho años después del inicio de la crisis capitalista mundial, ésta presenta signos de haberse
enrocado y de estar entrando en una nueva fase de circularidad.
Ciertamente, ninguno de los factores que la produjeron y agravaron en su momento, han sido
resueltos ni podrán serlo en capitalismo de forma pacífica: Es sencillamente imposible.
Es pues más que previsible el paso de lo que los economistas del sistema llaman “estancamiento”
a una etapa de agudización extrema, con el previsto estallido a medio plazo de la mega-burbuja
planetaria de las Deudas Soberanas. Cualquier “evento singular” pude “prender fuego a la
pradera”…
No es casualidad que las primaveras árabes tan celebradas en ésta nuestra vieja Europa por
partidos burgueses, necios oportunistas y farsantes de todo pelaje, hoy convertidas en inviernos
yihadistas, se iniciasen en uno de los momentos más agudos de la crisis capitalista, y no
precisamente porque en la mayoría de esos países que las sufrieron, se diesen especiales
situaciones de penuria económica.
No han ganado en igualdad económica, ni en estabilidad interna -el caso de Siria, Yemen o Libia y
parcialmente de Túnez son terribles ejemplos de ello- ni tampoco en los criterios de la democracia
política al estilo capitalista que supuestamente demandaban las poblaciones de esos países (Libia,
Egipto).
Hay que hacer cierta excepción en el caso tunecino, aunque habrá que ver si es capaz de resistir la
embestida salafista cada vez más fuerte, sobretodo en el sur del país.
EE.UU. aprendió de su fiasco de Iraq -un país en el que sus tropas estuvieron atrapadas durante
años, sin lograr hacerse con el control del mismo- la línea a seguir.
Poner gobiernos “amigos” a su frente, derrocando los existentes, o bien provocando estados
desarticulados o fallidos (Somalia, Afganistán, Sudán, Libia) a través de franquicias terroristas y/o
gobiernos mafiosos con los que poder negociar la apropiación de sus recursos naturales
(principalmente crudo y gas) por las grandes petroleras o, cuando menos, adquirirlos a muy
interesante coste.
El ejemplo de la “tripartición” de Irak a la que condujo la invasión norteamericana (regiones que
controlan por una parte Bagdad, por otra los kurdos y finalmente el monstruo teocrático de
Daesh), parece querer exportarse a Siria.
Hoy la cuestión energética no es sólo un formidable negocio para las grandes corporaciones
transnacionales. Es también un factor decisivo para el funcionamiento no sólo de la economía sino
del mundo. En tanto que las llamadas energías renovables se expanden, controlar el destino de
hasta la última gota de crudo y de gas, así como de su transporte, es decisivo para mantener una
posición de poder mundial.
Llamativamente, las corruptas y fundamentalistas petro-monarquías del Golfo Pérsico con la Casa de Saud a la cabeza, no sólo no han sido desestabilizadas en ningún momento, sino que han
contribuido con todas sus energías a desestabilizar Siria, Yemen y el ya destruido Iraq, a través de
abundante financiación, entrega de armas y soporte logístico, a criminales organizaciones de cuño
wahabita-takfirista.
EEUU nunca hubiera permitido que esos regímenes fundamentalistas, al igual que el corrupto y
represor gobierno de Erdogan en Turquía, cayeran porque son, junto con Israel, los socios de sus
intereses en la zona, por mucho que a medio plazo esos intereses puedan llegar a divergir.
Con ser importantes los factores geoestratégicos y el deseo de imponer gobiernos que sean
favorables a los intereses yanquis, el control de la energía, como en un próximo futuro lo será el
del agua, es el elemento decisivo que explica el incremento de la agresividad y la violencia del
imperialismo norteamericano y de sus lacayos europeos, en esa parte del globo, sea por acción
militar directa, sea a través de mercenarios o mediante franquicias terroristas debidamente
penetradas por los cuerpos de acción exterior de los principales servicios de inteligencia
occidentales.
El pilar europeo de la OTAN, lo que se conoce como sistema de defensa europeo, juega hoy un
papel absolutamente subalterno de los intereses norteamericanos, siendo Hollande y Cameron sus
cancerberos más agresivos; en el caso francés aprovechándose de una sociedad absolutamente
traumada y compitiendo con el fascista “Front National” de Marine Le Pen en sus posiciones
antiárabes y de criminalización de los refugiados.
Frente al imperialismo norteamericano -y el de sus satélites de la OTAN- operan otros países cuyos
intereses revisten también un cierto carácter imperialista.
Es el caso de Rusia, si bien actúa objetivamente como un factor de contención, a través de su
apoyo militar al régimen burgués de El-Assad en su lucha sin cuartel contra los terroristas.
En ese sentido, por mucho que Rusia tenga intereses específicos en la zona (puerto militar de
Tartus en el Mediterráneo oriental y plan de gaseoducto Irán-Iraq-Siria con el fin de abastecer
Europa a mediados de siglo), y con todas las matizaciones que se quiera, Rusia juega un papel
“progresivo” al apoyar al gobierno sirio contra los intereses del imperialismo EE.UU. por destruir el
último país árabe plenamente soberano.
Algo similar, si bien con un impacto más discreto y en un contexto mucho menos bélico (salvo en
algunos países africanos, atrapados en guerras internas) sucede con la penetración China en África
y en América Latina.
Es obvio que China tiene sus propios intereses económicos, de adquisición de materias primas,
minerales, energía y productos agrícolas en los países con los que establece comercialmente un
intercambio no equivalente (los costes de las mercancías intercambiadas colocan a los socios
locales de China en una situación de dependencia económica) pero China no impone gobiernos ni
condiciones de tipo político para ese intercambio, así como tampoco emplea el instrumento de la
violencia para penetrar en esas áreas geográficas.
En cualquier caso, es previsible que las tensiones inter-imperialistas produzcan choques de
intereses entre unos imperialismos y otros -choques que ya se están produciendo- que hagan
renacer lo que en el pasado se conoció como “guerra fría”.
4. EL RIESGO DE MUNDIALIZACIÓN DE LAS GUERRAS COMO
CONSECUENCIA DE LAS CONTRADICCIONES INTER-IMPERIALISTAS
En el presente las contradicciones inter-imperialistas se revelan en Oriente Medio con toda su
fuerza en cuestiones como la hasta el momento imposible alianza entre Rusia, EEUU y sus países
aliados de la OTAN para conformar un bloque unido que ayude a derrotar a Daesh, las diferentes
actitudes respecto a la colaboración o no en esa lucha -que no lo es realmente para todos- y la
continuidad o no del gobierno sirio y del presidente El-Assad.
Incluso dentro del campo de la OTAN se perciben diferentes y en cierto modo contrapuestos
intereses (EEUU vs Francia) respecto a coordinarse o no con Rusia en la mencionada lucha o
comportamientos de provocación continuada de países como Turquía, con el posible permiso y
beneplácito de Obama, pueden llegar a crearle problemas a los EEUU y a la propia OTAN.
En la medida en que se vaya produciendo el debilitamiento de Daesh (ISIS), al Nusra (Al Qaeda) y
otros grupos terroristas y las fuerzas leales al gobierno sirio, con la ayuda fundamentalmente de
Rusia, Hezbolá e Irán, se vayan consolidando sobre el terreno, esas divergencias y contradicciones
inter-imperialistas pueden exacerbarse.
Otro tanto puede llegar a pasar en el caso de los procesos de desestabilización que EE.UU., las
burguesías criollas “pitiyanquis” y la “gusanera” de Miami están provocando principalmente en
aquellos estados miembros de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC):
principalmente Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela.
La respuesta rusa y china se produciría claramente en defensa (incluyendo la militar) de los
gobiernos progresistas de la región: No sería la primera vez que ambos países hayan “enseñado
musculo” en la región,
Durante la última década, China se ha convertido en el motor financiero para toda América Latina
por encima de otros organismos financieros internaciones y no esconde su intención de
convertirse en el primer socio comercial del continente habiendo ya multiplicado por 22 sus
inversiones durante ese período.
Venezuela, como lo es Irán, es un surtidor estratégico de crudo para China. Las reservas
certificadas de petróleo venezolano al cierre del año 2010, principalmente sitas en la llamada Faja
del Orinoco, ascienden a 296.501 millones de barriles, colocando a la República Bolivariana como
el país con las mayores reservas de petróleo a nivel mundial por encima de Arabia Saudí, Canadá,
Irán e Iraq por citar a los principales productores.
Lo mismo se puede afirmar con respecto a Ecuador que exporta el 77% de su producción petrolera
a China.
China a su vez encabeza, a través del “Hong Kong Nicaragua Canal Development” (HKND Group) el
consorcio constructor del Canal interoceánico nicaragüense que junto a los muelles de
contenedores de mayor calado del Caribe planificados para la Zona de Desarrollo Especial del
Puerto del Mariel en Cuba, a buen seguro rivalizarán directamente con las infraestructuras de
mismo tipo controladas por EE.UU. en la región.
Bolivia por otra parte, se ha convertido en uno de los principales surtidores mundial de litio, con unas reservas probadas de más de 10 millones de toneladas sitas en el salar de Uyuni y que a buen
seguro alimentarán la industria electrónica china.
El incremento de estas tensiones, que pronto alcanzarán el nivel de “guerra fría”, puede ir
acercando la situación internacional a una III Guerra Mundial.
Frente a todo ello, cualquier posición pacifista que excluya tácita o expresamente cuestiones como:
la denuncia del carácter violento y contrario a la soberanía de los pueblos por parte de la
OTAN,
la negativa a que se utilicen las bases americanas en España en el conflicto del Golfo
Pérsico,
la denuncia del carácter imperialista de las guerras,
el derecho de los pueblos en conflicto y sus gobiernos a su soberanía y a defenderse de las
agresiones yihadistas o de las potencias imperialistas de EEUU y sus aliados,
será un pacifismo inútil cuando no cómplice de los intereses del imperialismo yanqui y de sus
aliados así como de las guerras que provocan.
Nuestra posición es la de promover el rechazo a las guerras imperialistas en primer lugar y
defendemos el derecho de los pueblos agredidos por estas guerras a defender su soberanía y su
integridad territorial.
5. EL IMPERIO E INDEPENDENCIA DEL CAPITAL TRANSNACIONAL FRENTE
A LOS ESTADOS
El mundo diseñado en Bretton-Woods de liberalización, a la vez que de regulación de los mercados
comercial, de materias primas y financiero ha saltado en pedazos.
Desde los años 70 del pasado siglo se inició una desregulación de los mercados financieros con la
desaparición primero del patrón oro, decisión de la administración Nixon.
Posteriormente, en 1982, la administración Reagan eliminó la regulación que impedía a los bancos
de depósitos realizar inversiones de riesgo con el dinero de sus clientes. Esta decisión sería uno de
los detonantes de la crisis financiera en los principales bancos de inversión de Estados Unidos
(Lehman Brothers, Bear Stears y Merryl Lynch). El Reino Unido, con Margareth Thatcher,
contribuyó igualmente a la línea desreguladora del mercado financiero llevada a cabo por Ronald
Reagan.
Alan Greenspan en 1996, emitió una disposición que permitía que empresas subsidiarias de los
bancos pudieran participar en negocios de inversión hasta en un 25%.
La ley Glass-Steagall (GS) que fue aprobada en 1933 para evitar que, en el futuro, los bancos
realizasen actividades especulativas, y que diferenciaba los bancos de accionistas cuyo fin era el
ahorro de las entidades de inversión sería derogada en 1999 por la administración Clinton.
Tras el estallido de la crisis capitalista, que tuvo su origen en la tendencia a la caída de la tasa de
beneficio capitalista, sostenida artificialmente mediante la financiarización de la economía
mundial y el consumo a crédito, pero que se manifestó como crisis financiera, el G-20 ("la Cumbre
para los mercados financieros y la economía mundial") se planteó en 2009 una cierta recuperación
de los mercados financieros con el fin de garantizar su sostenimiento y eficacia y evitar el rebrote
de una nueva crisis financiera.
A pesar de tales promesas hoy el mercado financiero sólo se ha regulado en lo relativo a una cierta
nueva división de banca de depósitos y banca de inversión, más aparente que real, porque la
internacionalización del capital financiero no asegura que las fusiones y alianzas financieras de
tipo internacional cumplan estos objetivos, en la exigencia de mayores reservas de títulos para
hacer frente a posibles nuevos problemas de liquidez bancaria pero apenas ha avanzado nada en
transparencia bancaria, fugas de capitales de los países y desaparición de paraísos fiscales, sin lo
cuál de poco valen los objetivos primeros.
Es lógico que así sea en la medida en que el capitalismo necesita amplias zonas de sombra
(mercados y banca en la sombra) que permitan una contabilidad creativa a las grandes
corporaciones y vehiculen el dinero sucio. Se trata de escapar del control del dinero por los
Estados, algo que estos permiten y que, siendo consustancial al capitalismo, sin embargo, ha
crecido enormemente en los últimos años.
Otra vertiente de la desregulación sería de intercambio de mercancías y materias primas. Hoy el
TTIP (Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión), es un formidable mercado desregulado
del control de los Estados a partir de decisiones tomadas por los propios Estados.
Con la subordinación de los Estados a este tratado que implicará más de un tercio del mercado
Espacio de encuentro comunista
Documento comisión de Internacional y antiimperialismo
Versión inicial (Diciembre 2015) Página 13
internacional de bienes y servicios, el segundo gran golpe a un cierto “control” de las economías
por las administraciones significará el fin de las ilusiones de racionalización del comercio y la
actividad económica mundial y evidenciará aún más que cuando Marx lo enunció que los Estados
son meros consejos de administración de las empresas, en concreto de las grandes corporaciones
mundiales.
Los Estados perderán su soberanía económica, la posibilidad de legislar con un cierto espejismo de
independencia (la legislación económica, financiera y hasta de derecho laboral de los países
deberá someterse a las transnacionales, las cuáles por tratarse de un acuerdo supranacional,
tendrán la última palabra en caso de producirse litigio de intereses e incluso los Estados podrán
verse obligados a resarcir los intereses de dichas corporaciones en caso de que las decisiones de
aquellos choquen con las de éstas.
Lo mismo sucederá en cuestiones de seguridad alimentaria y farmacéutica, de transparencia, de
privacidad en las comunicaciones o medioambiental, donde la convergencia de las legislaciones
europeas y de Estados Unidos se realizará a la baja en cuanto a derechos de los consumidores.
Pero si el acuerdo entre la UE, EEUU y parte de Asia tendrá un evidente impacto en la pérdida de
soberanía real de los Estados, en otras regiones del mundo puede que sea aún más grave pues su
aplicación se dará de facto, sin negociación política alguna, si los países quieren comerciar con
corporaciones cuyas matrices se encuentren en las regiones del primer mundo capitalista.
Los comunistas debemos utilizar este hecho de la disolución absoluta de la autonomía de los
Estados frente a las grandes corporaciones para cuestionar abiertamente la ficción de la
democracia burguesa y plantear que, no se trata de caer en la nueva “ilusión democrática” de
reivindicar una “auténtica democracia” política por cuanto ésta es incompatible con el sistema
capitalista y con unos Estados que, por su naturaleza de clase, representan sus intereses.
Hay que desenmascarar igualmente la falacia de que el Estado es un mecanismo neutro y por
tanto susceptible de ser utilizado por cualquier fuerza y corriente política. La única democracia
política consecuente es el Socialismo porque entraña la auténtica libertad del ser humano: la
liberación del oprimido de la necesidad y la igualdad como base de esa libertad.
6. EL POSIBLE INICIO DE LA INVOLUCIÓN POLÍTICA EN AMÉRICA LATINA
Desde el inicio de la Revolución Bolivariana en Venezuela y en menor medida en Bolivia, Ecuador y
Nicaragua, no ha pasado año sin que se hayan vivido intentos de desestabilización, cuando no de
auténticas intentonas golpistas en aquellos países.
Incluso contra un gobierno tímidamente socialdemócrata como el brasileño, el de Dilma Rouseff
que no ha roto sus compromisos con el imperialismo norteamericano, se realizan intentos de
derribo por parte de los sectores reaccionarios del capital brasileño, apoyados por las clases
medias que están notando los efectos de la crisis capitalista, bajo el pretexto de su corrupción,
cuestión que no puede ser negada.
Es significativo, sin embargo, como los sectores populares, la clase trabajadora brasileña y los
sindicatos lo han hecho en un sentido muy distinto, reclamando derechos sociales pero
diferenciándose marcadamente de los objetivos de la derecha mediática, política y económica, de
la que saben que sólo pueden esperar peores medidas.
Pero lo importante de esta situación es que la estrategia de las oligarquías criollas, económicas y
mediáticas y de las derechas latinoamericanas, en coalición de intereses con el imperialismo
EE.UU. buscan golpear tanto sobre los países amigos (Argentina, Brasil) del llamado socialismo del
siglo XXI como sobre éste (Venezuela, Bolivia y, parcialmente, Ecuador).
La estrategia es bien conocida. Bien sea mediante el uso de agencias injerencistas como la USAID,
al modo en que han hecho en Cuba en los últimos años, bien mediante técnicas de guerra de baja
intensidad o de cuarta generación y, por supuesto, mediante el apoyo económico y logístico a
grupos violentos locales y la “filtración” de desinformación intoxicadora se trata de derribar
gobiernos.
En Argentina ya lo han logrado y les ha salido especialmente bien porque, aunque Mauricio Macri
sea un ultra liberal al servicio del FMI y del imperialismo EE.UU., lo cierto es que ha llegado a la
Presidencia de la República a través de medios formalmente democráticos.
La agenda de Macri no sólo va en contra de la clase trabajadora argentina sino que tiene un plan
anti bolivariano para Venezuela que iremos conociendo según evolucione su gobierno y la
administración EE.UU. le vaya pidiendo “compromisos”.
Estamos en un momento crítico para los gobiernos progresistas de América Latina.
El cambio a signo negativo de sus economías, debido esencialmente a una inclemente guerra
económica por parte del capital –Inflación inducida + acaparamiento y desabastecimiento de
productos de primera necesidad + ataque a la moneda + guerra psicológica + depresión del precio
del barril de petróleo- deviene en un proceso parcial de desinversión que ahora se dirige de nuevo
hacia el Norte y el Occidente capitalistas.
En este contexto, los entendibles desgastes de sus gobiernos, productos también de errores
propios, son utilizados por el imperialismo norteamericano para intentar una caída de los
gobiernos de estos países en un efecto dominó, utilizando para ello cuantas artimañas
desestabilizadoras sean menester. Si lo logran, impondrán de nuevo sus dictados económicos, políticos y represivos contra los
trabajadores, los sectores populares, los campesinos, las organizaciones sindicales y de izquierdas,
en lo que a todas luces podríamos tildar de “genocidio laboral”. Si no lo logran incrementarán su
presión. La receta es conocida: “Hacer chillar la economía” como dijo Nixon del Chile de Allende…
Lo siguiente es ya historia.
Hoy Venezuela es para el imperialismo un fantasma como lo ha sido Cuba antes de la llegada del
difunto Presidente Chávez a la dirigencia de la nación. Intentan disuadir a otros pueblos de seguir
su camino, su ejemplo.
Quizá en algún momento, la salida hubiera sido radicalizar la revolución en aquellos países en los
que la acumulación de fuerzas ha sido más decisiva. Todavía hay tiempo para intentarlo pero no
hay ni un minuto que perder.
Desde nuestra posición fraternalmente crítica con algunos de sus errores, mostramos toda nuestra
solidaridad con el pueblo cubano y su gobierno como con los gobiernos progresistas
latinoamericanos que han intentado enfrentar a los intereses del imperialismo en la región y dar
una vida digna y poder popular a la clase trabajadora, los campesinos y los sectores indígenas.
En especial, expresamos nuestra solidaridad “plena como la luna llena” con el pueblo chavista de
Venezuela y su Gran Polo Patriótico ante el resultado adverso en las últimas elecciones generales
llevadas a cabo en aquella hermana república.
Del mismo modo expresamos nuestra solidaridad con otras luchas de otros continentes como:
La del pueblo palestino por el derecho a un Estado propio, en paz y con fronteras seguras frente al
sionismo;
La de los pueblos saharaui, kurdo y a la lucha popular en la India, entre otras de las muchas que
merecen nuestro respeto, admiración y apoyo.
La del movimiento popular y del pueblo del pueblo y las repúblicas libres del Donbass frente a los
“banderistas nazis” de Kiev. Es deber de todo antifascista apoyar esta lucha popular. Una victoria
del antifascismo y la plena asunción de la soberanía de las Repúblicas libres del Donbass,
supondría un nuevo escenario esperanzador en la escena política internacional.
Así pues, nos comprometemos a apoyar cuantos procesos de liberación nacional y de
emancipación de clase desde nuestra voluntad de lucha por el socialismo dentro del Estado
español.
7. LA UE, CORSÉ QUE OPRIME A LA CLASE TRABAJADORA Y A LOS
PUEBLOS DE EUROPA
El discurso del NO AL EURO y, a la vez, de OTRA UE ES POSIBLE es un sofisma barato, cuando no un
ejercicio de cinismo absurdo.
El euro y la UE son dos elementos indisociables.
El Tratado de Maastricht, con sus criterios de convergencia, y la paulatina integración económica y
financiera de la UE hacían inevitable que más temprano que tarde se llegase a una moneda común.
El euro es hijo de la UE.
El fin del euro y la vuelta a las monedas nacionales significaría el fin de la UE, del mismo modo que
las excepciones que plantea el Reino Unido para continuar en la UE abriría el mismo proceso de
cuestionamiento; un proceso de cuestionamiento que ya se está abriendo de facto con la
suspensión momentánea del Tratado de Schengen ante la avalancha de refugiados provenientes
de países arrasados por guerras a su vez alentadas por la UE.
Quienes afirman que OTRA UE ES POSIBLE mienten. No se atreven a plantear abiertamente la
salida de la UE porque, al pensar en términos meramente electorales, creen que ello sería
impopular entre sus bases.
La UE es irreformable y ello por varias razones:
Como representación institucional de la Europa del capital, la UE con el Eurogrupo a su
cabeza, ya ha demostrado cuál es su cintura negociadora para con lo que desde Frankfurt,
Londres y Paris se han venido llamando PIGS (Cerdos en Inglés).
La brutal imposición de su dictak draconiano de medidas de austeridad contra la clase
trabajadora y el Estado griegos, da buena muestra del carácter sociópata de los órganos
ejecutivos de dicha alianza económica.
Grecia ha perdido por completo su soberanía ante tal abuso. Lo mismo sucedió con
anterioridad en el caso de Portugal, Italia y España.
El dudoso éxito de su funcionamiento radica en la transferencia de las rentas nacionales de
los países del sur hacia los del centro y norte de la Unión, lo que debilita las economías de
los primeros y los subordina de manera absoluta a las decisiones de los países más ricos,
debilitando su posición y su peso en la UE, a la vez que convierte a sus economías en
absolutamente dependientes de los que mantienen su posición dominante.
De hecho, la mejor posición comparativa de Alemania es consecuencia en buena medida
de estar financiando su deuda mediante la del resto de países.
No existen fuerzas políticas reformistas con capacidad de marcar una nueva línea
económica y una nueva agenda alternativa a la que actualmente ejecutan la Comisión
Europa, el BCE y su aliado externo, el FMI.
Espacio de encuentro comunista
Documento comisión de Internacional y antiimperialismo
Versión inicial (Diciembre 2015) Página 17
Si el dudoso referente era Syriza, ya hemos visto cuál ha sido el resultado de su papel
negociador con sus acreedores y las instituciones europeas y también hemos comprobado
para lo que ha servido el referéndum de Tsipras.
Antonio Costa, en Portugal ya ha aceptado las condiciones impuestas por Cavaco Silva
sobre el cumplimiento de las reglas de disciplina presupuestaria aplicadas a todos los
países de la Zona euro y sobre estabilidad financiera.
De Corbyn, fuera del euro, no cabe esperar una política mucho más desafiante que la de
los dos países anteriores sino muy probablemente más débil y concesiva, si es que
continúa como máximo dirigente del Partido Laborista y llegase a ser Primer Ministro
Británico.
Para cambiar las políticas antisociales de la UE habría que retrotraerse, como mínimo a la
aprobación de los Criterios de Convergencia ligados al Tratado de Maastricht de 1992.
Es decir, habría que desandar mucha de la legislación económica y financiera desde
entonces, lo que es la base de la nueva arquitectura político-económica europea.
La UE, como Europa del capital, es un enemigo de la soberanía de los pueblos que lo integran,
excepto de los más desarrollados, que imponen las legislaciones que les son más convenientes y,
sobre todo, es absolutamente enemigo de las clases trabajadoras europeas a las que ha cargado
con los costes de la crisis capitalista, mientras les arrebata sus conquistas históricas y derechos,
empobreciéndolas paulatinamente.
La posición más correcta desde la perspectiva comunista es abogar por la salida de la UE junto con
el abandono del euro.
El fin de la UE es muy posible que llegue por factores endógenos: las tensiones norte/sur y la
fuerte emergencia de las corrientes euroescépticas, nacionalistas y de extrema derecha.
Este tipo de corrientes son enormemente peligrosas para la paz entre los pueblos. A los
comunistas no nos debe bastar con un NO A LA UE.
Debemos además presentar alternativas que no deben pasar en ningún momento por el
reformista falaz principio del “nosotros lo haríamos mejor que la derecha” porque ello supone
aceptar las reglas del juego institucionales y jurídicas del capital.
No se trata de hacerlo mejor sino de hacerlo desde una perspectiva de ruptura con la Europa del
capital y de construcción de una Europa social de los trabajadores con propuestas que vayan
desde las EuroHuelgas hasta el impulso de formas de coordinación de organizaciones políticas y
sindicales que avancen hacia una Internacional de la Clase Trabajadora Europea, que sea parte de
una nueva Internacional Mundial.
8. CONTRA LA FRAGMENTACIÓN DE LA CLASE TRABAJADORA Y DE SUS
LUCHAS
En tiempos de la I Internacional (década de 1860), el capitalismo había extendido sus tentáculos a
nivel mundial. El sistema presentaba una estructura de centro-periferia, con un núcleo de países
europeos colonizadores (Gran Bretaña entonces el principal), y unos países colonizados
dependientes en África, Asia y América. Marx escribió extensamente sobre ello. Advertía que, así
como el “mercado libre” de la burguesía adquiría una extensión global, el movimiento obrero
debía organizarse a nivel internacional. Las dos condiciones que veía necesarias para desarrollar
un genuino internacionalismo proletario eran, primero, reconocer que la explotación capitalista
tiene un carácter mundial; y, segundo, combinar la organización nacional e internacional, ya que
ambos niveles se relacionan de manera dialéctica. Es evidente que la arena inmediata de lucha
para una clase obrera es su propio país, en el que se enraízan las condiciones materiales de su
explotación. Sin embargo, como Marx señalaba en el Manifiesto, esta lucha nacional lo es sólo en
“forma”, no en “contenido”, ya que el estado-nación está económicamente integrado en el marco
del mercado mundial, y políticamente en el marco del sistema de Estados (que hoy incluye supraestados
como la UE en nuestro contexto geográfico). El internacionalismo obrero, para Marx,
debía tener presente el esfuerzo emancipador de los pueblos de la periferia del sistema; por eso el
internacionalismo es necesariamente anti-imperialismo.
Pero la llamada a la unidad de los proletarios del mundo no apelaba sólo la solidaridad de clase,
sino también a la toma de conciencia de que la burguesía, en sus relaciones económicas cotidianas,
pone a unos obreros contra otros. Marx tenía cerca el ejemplo de las huelgas en Inglaterra, que los
patronos intentaban romper trayendo trabajadores de otros países; pero podríamos añadir
innumerables más. Los medios de que se han valido las clases dominantes para prevenir o romper
la unidad de los trabajadores se han materializado históricamente en las diversas formas de
explotar las diferencias de sexo, raza, etnia, nacionalidad y cualificación que atraviesan el conjunto
de la fuerza laboral, siendo una o la combinación de varias la dominante según época y lugar.
Actualmente, en el marco de la Unión Europea, los mercados de trabajo nacionales presentan una
estructura dual: por un lado, persiste un sector sometido a un sistema “formal” de relaciones
laborales, protegido legalmente por la intervención de los actores sociales (acuerdos sindicatos gobierno,
patronal); por otro, crece un sector competitivo de pequeñas y medianas empresas, con
un sistema “salvaje” de relaciones laborales y nula o escasa implantación sindical (lo cual alienta a
las grandes empresas a desarticularse en pequeñas unidades, descentralizar y desconcentrar la
producción). Esto, sin duda, ha servido para propiciar una disparidad de intereses inmediatos y
recursos (sociales y sindicales) entre los trabajadores de uno y otro sector, así como también entre
estos y los trabajadores desempleados, cuyos números han crecido exponencialmente desde la
crisis de 2008. Sin embargo, tanto a nivel nacional como internacional, la línea más importante de
fragmentación del mercado de trabajo, especialmente, en el sector competitivo, es la que divide a
los trabajadores autóctonos de los inmigrantes que llegan de los países esquilmados –destruidos
totalmente en algunos casos- en África, Asia, Sudamérica y Europa del Este, por la élite
imperialista.
Las diferencias raciales y étnicas son la mejor herramienta en manos de la clase dominante para
romper la unidad obrera, como prueba que, en algunos países europeos, dichas diferencias hayan
degenerado en conflictos abiertos que están siendo capitalizados por la ultraderecha. El medio
más eficaz para favorecer el enfrentamiento entre trabajadores nacionales e inmigrantes es
fomentar en aquellos el odio o recelo hacia el extranjero (la xenofobia). Y ello lo facilitan enormemente los canales privilegiados de difusión ideológica con que cuentan las clases
dominantes: los medios de comunicación corporativos (prensa, radio, televisión, Internet, etc.). De
la misma manera que, en España, hemos sido testigos de la campaña de desprestigio de los
trabajadores públicos, con mayor ahínco en los de la enseñanza, para suscitar la animadversión de
los interinos, inestables o desempleados; también llevamos varias décadas rodeados de mensajes
que asimilan la inmigración con la delincuencia, culpan a los trabajadores inmigrantes del abuso
de los servicios públicos (sanidad, enseñanza, vivienda...) y de no adoptar las costumbres y valores
de la sociedad receptora. La reiteración de estos mensajes hace mella en amplios sectores de las
clases trabajadoras nacionales, cuyos sectores más precarizados son los principales objetivos hacia
los que se dirigen las estrategias de división y enfrentamiento. En Estados Unidos, por ejemplo, a
raíz de las manifestaciones masivas de inmigrantes sin papeles a favor de su regularización, los
poderes mediáticos lanzaron mensajes a la población afro-americana, una de las más castigadas
con el desempleo y la inestabilidad laboral, de que los hispanos indocumentados venían a robarles
los puestos de trabajo.
Como consecuencia de las guerras imperialistas en Oriente Medio y el crecimiento de grupos
extremistas islámicos que estas han favorecido, las diferencias étnicas asociadas a la religión
profundizan los sentimientos xenófobos de las clases trabajadoras nacionales. Las diferencias
religiosas o sectarias dentro de una misma fe las ha explotado el imperialismo para fragmentar y
provocar conflictos internos donde antes no los había en las poblaciones sometidas. Lo vimos en la
antigua Yugoslavia y lo hemos visto en Irak. A nivel global, lo que los medios de difusión
corporativos presentan como grupos terroristas está, en su mayor parte, asociado a la religión
islámica, lo que en los países del centro, y especialmente en la Unión Europea, de tradición
cristiana, ha favorecido la expansión de la islamofobia, que va calando en la población trabajadora
nacional y es caldo de cultivo para el desarrollo de fascismo, como está siendo ya evidente en
Europa. Hoy, millones de hombres y mujeres de las clases trabajadoras nos vemos impotentes
debido a la fragmentación de la lucha social que han logrado imponer las clases dominantes.
Ciertamente, romper la estrategia de desunión de la clase trabajadora nacional e internacional es
uno de los retos más difíciles e importantes que afronta el movimiento comunista y el movimiento
obrero en general, un movimiento que se encuentra en una evidente situación de crisis y aún de
derrota; porque abrir espacio al internacionalismo proletario es tanto como abrirlo a la conciencia
de clase y la voluntad de organizarse para construir el socialismo. Desmontar el discurso
ideológico racista y xenófobo que canaliza el descontento obrero hacia los partidos de corte
fascista; romper el discurso dirigido a sembrar desunión entre los trabajadores, ya sea entre
empleados y parados, hombres y mujeres, fijos o inestables, requiere un esfuerzo organizado y
constante de concienciación, ya que nos enfrentamos a una corriente ideológica muy poderosa
por cuanto lo son los medios de que dispone para difundirla. Requiere que en nuestros barrios,
sindicatos, asociaciones y todos los ambientes cotidianos en que sea posible, seamos capaces de
integrar a trabajadores y trabajadoras de diferentes sectores laborales y nacionalidades así como
co-gestionar espacios de formación, la mejor herramienta para despertar solidaridades.
No debemos ser derrotistas, pero tampoco confiarnos demasiado en que la propia
internacionalización del capital crea por sí las condiciones para que surja una problemática y unos
intereses que acabarán siendo asumidos internacionalmente; porque esas condiciones las hemos
de crear nosotros mismos desde nuestra clase poniendo en ello todas nuestras capacidades, como
requiere el momento crítico que atravesamos.
9. DEBILIDAD DE LAS FUERZAS POLÍTICAS REVOLUCIONARIAS Y DE LAS
ORGANIZACIONES COMUNISTAS Y OBRERAS. AGOTAMIENTO DE LAS
“IZQUIERDAS SISTÉMICAS” (LOS EX-SOCIALDEMÓCRATAS, HOY
SOCIAL-LIBERALES Y LAS “NUEVAS SOCIALDEMOCRACIAS”
EUROPEAS). LA NECESIDAD DE UNA NUEVA INTERNACIONAL
Las organizaciones revolucionarias y comunistas que continuamos apostando por la construcción
de una sociedad socialista sufrimos desde hace décadas una terrible debilidad orgánica, de
contacto social con nuestra clase y de capacidad para articular políticamente un proyecto con la
necesaria capacidad de romper la hegemonía del discurso ideológico del capital e imponer un
nuevo relato capaz de conquistar las mentes y los corazones de los trabajadores.
Esa carencia triplemente expresada se produce, sin embargo, en un contexto en el que las
condiciones objetivas para señalar que el rey -capitalismo- está desnudo y que no tiene nada que
ofrecer a los oprimidos de hoy y a los que, inevitablemente, lo serán mañana. Pocas veces hemos
encontrado situaciones en las que el capitalismo muestre un agotamiento espiritual, de proyecto
renovador sobre sí mismo y de ausencia de oportunidades para el desarrollo humano tan evidente.
Igualmente en lo político, pocas veces el modelo de representación correspondiente a la sociedad
capitalista se ha visto tan falto de crédito.
Cuando una formación económico-social y política manifiesta una crisis tan global, su
supervivencia depende menos de sí mismo que de la ausencia de fuerzas revolucionarias y
emancipadoras que levante acta de su muerte a través del derribo de tal sistema. Lo que falta a la
cita no es la agonía de un sistema que parasita la vida social y humana sino la antítesis que se
oponga al mismo y que acabe con él; esto es, la iniciativa de la clase trabajadora como sujeto
político consciente a través de unas organizaciones que dirijan el proceso revolucionario con un
proyecto concreto y socialista.
No debemos sorprendernos ni alarmarnos por ello. La situación de nuestra clase y de las fuerzas
revolucionarias es consecuencia de un largo período de adormecimiento social provocado por el
pacto social de la mayor parte del siglo XX y de la derrota de la propuesta liberadora comunista.
La historia, por mucho que nos empeñemos, no es lineal, no nos garantiza el progreso de manera
determinista. Depende sobre todo de la voluntad humana expresada a través de la lucha de clases.
Del mismo modo en el que la Revolución Francesa vivió su reacción thermidoriana y más tarde el
Imperio para, posteriormente, producir el salto de las revoluciones burguesas a mitad del siglo XIX,
el proyecto comunista sufrió una derrota pero la historia no ha acabado para nosotros porque el
capitalismo es incapaz de ofrecer aquello que la burguesía ha conquistado para sí al conjunto de
los seres humanos y muy especialmente a los explotados por su sistema. Es también incapaz de
evolucionar y subsistir sin grandes convulsiones internas y sus contradicciones fundamentales -la
producción social frente a la apropiación del beneficio individual- continúan presentes y se hacen
cada día más evidentes.
Este es nuestro desafío: explicar y convencer a nuestra clase de que no hay salida a las
necesidades vitales, sociales y de realización de la plenitud humana dentro del capitalismo. En
definitiva, nuestra labor es destruir la esperanza en las salidas personales y, a la vez, para todos, a
la crisis capitalista para ser capaces de sembrar una nueva esperanza: la de que la emancipación ha de ser colectiva y de clase o no será y que ésta exige la destrucción del capitalismo para que sea
posible liberar las energías creativas de la nueva sociedad: el socialismo.
Nuestra derrota histórica se ha construido también sobre el descrédito publicitado “urbi et orbe”
por el capital de que la belleza de nuestros sueños había producido la sinrazón de un monstruo.
Sabemos que es falso pero también que cometimos errores en el pasado.
El peor error que podríamos cometer en el presente es arrepentirnos públicamente de nuestros
yerros cuando nuestros enemigos de clase no lo han hecho. Nos desacreditaría como seres que
creemos en una concepción completamente distinta del mundo frente al horror que hoy se nos
ofrece como perspectiva que nos exigen aceptar. Quien se avergüenza de lo que es no merece
mayor respeto que el que se tiene a sí mismo.
Pero ello no significa que no seamos inteligentes, que no extraigamos aprendizajes tanto de
nuestros aciertos como de nuestros errores.
El exceso de confianza en la potencialidad del método marxista con fuerza nos ha conducido a la
creencia cuasi-religiosa de la infalibilidad del destino histórico. Los hechos nos han demostrado
que tal destino no existe, que el socialismo no llegará a partir de la inexorabilidad del fin del
capitalismo sino en gran medida de la capacidad que tengamos para conquistar para nuestra
aspiración igualitaria a las más amplias masas de oprimidos por este sistema de depredación que
morirá matando si no se lo impedimos antes. El socialismo no puede llegar basa sólo de una
creencia en su necesidad histórica sino de la convicción, el deseo y la esperanza de los explotados.
Esta energía liberadora sólo estamos en condiciones de ofrecerla los comunistas.
Ninguna opción reformista dentro del sistema o nacida de él (socialdemócratas sobrevenidos,
social-liberales, populistas o neofascistas) puede presentar una auténtica alternativa porque no
apunta a la base material sobre la que se edifica el antagonismo social: la desigualdad esencial que
se produce en las relaciones sociales de producción entre quienes son los dueños de los medios y
quienes se ven obligados a competir entre sí para vender su fuerza de trabajo. Para los reformistas
de toda laya y condición, populistas y fascistas el problema se desplaza hacia el Estado como
negador de los derechos sociales y económicos (ciudadanos) y hacia el capital financiero hacia el
que concentran toda su crítica hacia el capitalismo en tanto que clientes.
La salida que estas corrientes políticas proponen no es otra que la de una vuelta al corporativismo
viejo o nuevo, salida que el capitalismo ya no está dispuesto a conceder porque exige transferir
elevadas rentas del capital hacia el Estado en un momento en el que este busca recuperar su tasa
de ganancia y liberar al máximo su desenvolvimiento de cualquier traba reguladora y/o
intervencionista que el Estado pretenda.
Siendo así que la salida es de ruptura con el capital -la opción comunista- lo cierto es que el
proyecto comunista nunca ha sido aplicable con suficiente éxito en un sólo país pero hoy, con el
nivel alcanzado de internacionalización del capital, lo es menos. El proyecto comunista necesita
expandirse de forma globalizada e internacional para no verse constreñido ni sujeto a las
condiciones de intercambio capitalista y de un sistema financiero sujeto a dicha lógica.
Si las condiciones para el triunfo del proyecto de construcción socialista requieren que el
socialismo se imponga de modo internacional -lo que no justifica que no se intente provocar la
fractura allí donde sea posible sin esperar a que las condiciones maduren para la revolución socialista mundial- es evidente que se impone la reconstrucción de una Internacional que agrupe a
las organizaciones comunistas y revolucionarias a nivel mundial.
La evidencia de que la clase trabajadora no se emancipará definitivamente mientras no aborde la
necesidad de su organización internacional hace que la frase que cierra el Manifiesto Comunista -
“¡Proletarios de todos los países, uníos!”- cobre todo su sentido también hoy. Esa unión requiere
una nueva reedición a los ojos de 2016: la articulación de todas las formas organizativas -sea éstas
partidos, sindicatos, organizaciones no encuadrables en ninguna de las dos formas que acabamos
de señalar,…- de carácter marxista, comunista y revolucionario.
A la vez es hora de iniciar la superación de aquellas divisiones que dentro del movimiento
comunista se han instalado en una cultura de enfrentamiento mutuo. Hoy es tan descomunal el
desafío al que nuestra clase y, dentro de ella, los comunistas debemos hacer frente que prescindir
de camaradas y organizaciones que luchan por la emancipación de la explotación del ser humano
por otros seres humanos es absurdo y suicida. Centrémonos en lo que nos une y dejemos, para
comenzar a caminar, a un lado lo que nos separa.
La articulación internacional que el comandante Hugo Chávez pidió en su día de distintas
corrientes marxistas en una V Internacional, y que fue desatendida por unos y otros, continúa
teniendo todo su sentido y sólo puede ser desatendida por un mal disimulado sectarismo que a
ninguna de esas corrientes beneficia.
Avanzar en esa dirección podría significar para el Espacio de Encuentro Comunista, que pretende
reunir también a comunistas de distinta procedencia, tener en cada país hermano distintos
interlocutores, siempre que cumplan con los objetivos de la afirmación de la necesidad de
impulsar la lucha de clases, la centralidad de la clase trabajadora en las luchas, la defensa de la
dictadura del proletariado, los objetivos de destrucción del capitalismo y de construcción del
socialismo.
Ésta es una novedad -la de que forzosamente no haya una sola representación de organización
política por país- dentro de la tradición comunista pero no nos toca a nosotros forzar la unidad de
los comunistas en otros países sino a ellos mismos, respetando sus realidades, procesos y tiempos.
"Es preciso soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños. De
examinar con atención la vida real, de confrontar nuestra observación con
nuestros sueños, y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía.".
V. I. Lenin
TRES
CUATRO
CINCO...ALGÚN COMENTARIO,...¡¡:
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