martes, 22 de diciembre de 2015

EL AGUJERO TEORICO MARXISTA, ES QUE SE DA VUELTAS Y VUELTAS,...ESO SIMPLEMENTE, NO SE AVANZA,...¿ ES QUE SOMOS ROMO EN INTELIGENCIA, O HAY POCA EXPERIENCIA REVOLUCIONARIA,...QUE PENA, NENA,...¡¡.

con el titular, ya le hemos contestado, para nosotros,...es suficiente ¡¡; al no plantearse estrategias, ni saber las nuevas relaciones sociales de producción y el nulo análisis de coyuntura,...pues no se de dar vueltas y más vueltas,...Pero de seguro que existirá otra mas razón,...se quiere realmente transformar la sociedad capitalista e imperialista actual,...???....¡¡.

LE HEMOS MANDADO EMAIL, DE CONTACTO, IDEAS DE SUS ANÁLISIS DE LA LUCHA DE CLASES ACTUAL,...
Apuntes para la necesaria producción teórico-política anticapitalista y revolucionaria.
Desde que surgió el marxismo cada tanto algunos, algunas, interesadamente, anuncian su caducidad, su muerte o el dictamen sobre su incapacidad para lograr su objetivo: poner final al capitalismo y a la explotación del ser humano por el ser humano.
En oposición a ello, están quienes mostrarán su vitalidad, ayudados por las recurrentes crisis que tiene el capitalismo.
Pero en realidad, ambas posturas muestran su impotencia. La primera para erradicar teorías y políticas molestas al orden establecido. La segunda para dar un paso superador respecto a las inadecuaciones, errores y carencias de quienes hablan en nombre del marxismo o del propio marxismo.tapa el agujero negro de la teoria revolucionaria www.teoriaypraxis.org
Por supuesto las posturas no se reducen a esas dos las opciones. Las señalamos como las principales. Más desconocidos o minoritarios son los esfuerzos de cubrir las insuficiencias programáticas y teóricas adecuadamente, con críticas que al decir de Marx, “no teme a sus consecuencias”.
Sin teoría revolucionaria no existe movimiento revolucionario” expresa una conocida frase que es compartida por la mayoría de quienes se reivindican del marxismo. De ahí que el tema de la teoría revolucionaria sea de una centralidad incuestionable, pero no en las prácticas, sino en las declamaciones.
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Ninguna corriente económica, política y filosófica ha tenido tantos teóricos que hablen en su nombre, o que sus trabajos se referencien en ella. Muchos de los más encumbrados y renombrados intelectuales de diversos campos del saber se han considerados marxistas o admiten su influencia sobre sus pensamientos. La lista llenaría centenares de páginas. Sin embargo, mientras que por decenas de años se han producido inconmensurable cantidad de textos sobre todos y cada uno de los temas del quehacer humano, sobre el cambio social y la revolución, sobre “la teoría revolucionaria”, y otros tantos también para “defender el marxismo”, las fuerzas genuinamente anticapitalistas están siempre débiles, fragmentadas y aisladas y la teoría revolucionaria en gran medida ha quedado allí donde la dejaron los fundadores y sus principales defensores de fines del siglo XIX y principios del XX. Y los genuinos aportes posteriores a Octubre, generalmente aislados y poco conocidos, quedan en gran medida sepultados bajo la maraña de un marxismo adocenado e integrado.
Quien considerándose marxista no se siente inquieto o interpelado con la actual situación, tanto del nivel y potencia de las fuerzas mundiales que se reclaman del marxismo revolucionario como del estado actual de la teoría revolucionaria, no tiene que hacerse ciertas preguntas ni elaborar respuestas. Ya está todo resuelto, pero, dirán, la situación aún es desfavorable y cuando la situación sea favorable..... O ya está todo resuelto, lo único que falta es que la clase obrera reconozca la dirección de quienes ya tienen todo resuelto.
Por el contrario, quien tenga un mínimo de honestidad intelectual -aunque esta expresión suene cursi- deberá admitir que hay algo que está fallando. Y no puede ignorar que cierto marxismo ha sido el estandarte ideológico de importantes fracciones defensoras de alguna variante del capitalismo o postulantes para gestionarlo “desde la izquierda”.
Pero si uno analiza los principales aportes de Marx y Engels, exceptuando muchas de sus opiniones muy atadas a la coyuntura de la época y a sus ilusiones, la base de sus análisis y su método tienen una actualidad y validez que impresiona. Ninguna teoría económica o social ha resistido 150 años como lo ha hecho la de Marx, y menos manteniendo la lozanía, con una característica curiosa: cada vez que uno se acerca a ella, encuentra nuevas perspectivas y menos dudas sobre su validez.
Sin embargo, como Marx y Engels nos enseñaron, los hechos no deben ajustarse a la teoría sino que debemos partir de ellos y descubrir en ellos sus relaciones. Y es un hecho irrefutable la permanente debilidad, teórica, política y organizativa de las fuerzas que defienden el marxismo revolucionario no de palabra sino de hecho. Y tanto es así que hasta se podría sacar una “ley” que diga que las fuerzas de quienes se reclaman marxistas revolucionarias son inversamente proporcionales a su verdadero anticapitalismo proletario. Es decir, a mayor claudicación, oportunismo y abandono de posturas marxistas, mayor fuerza política y organizativa.
Esto ya se podía ver en la época de Marx y Engels con el partido obrero más fuerte de entonces, el alemán. A medida que el partido socialdemócrata alemán crecía en fuerza e influencia, en votos y en control de sindicatos, más reformista y oportunista se volvía, al punto que cuando logró conquistar espacios de poder estatal, reprimió y asesinó a los miembros más prominentes de su ala izquierda, tal fue el caso con los asesinatos de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, además de las diversas represiones contra la clase obrera.
¿Significa esto que existe una “ley de hierro”, como la que postulan quienes dicen que “el poder corrompe”, es decir, que a medida que crece en fuerzas una organización se vuelve más y más oportunista y reformista? ¿Significa que quienes defienden los principios revolucionarios sin claudicaciones están condenados a “vegetar” en pequeños nichos militantes?
Para nada. Pero sí significa que hay algo que anda mal en la teoría y en la práctica, en la estrategia y en la táctica, en el programa y en la metodología.
Es cierto que en esa situación de debilidad lo determinante son la fuerza del enemigo capitalista y la debilidad proletaria y no los problemas teóricos. Pero esa debilitad proletaria también tiene que ver con las políticas que se han impulsado en el nombre de la clase obrera, tiene que ver con la praxis, tiene que ver con todo lo que señalamos anteriormente.
Esto es bastante fácil de ver en la socialdemocracia que mencionamos antes. No es que se volvió reformista y oportunista a medida que iba creciendo: siempre contuvo en su seno esas posturas, lo único que no se notaban o no tenían suficiente fuerza como para ejercer su papel encuadrador y de sirviente efectivo del capital. La socialdemocracia fue un movimiento que desarrolló en sus orígenes una importante lucha contra los efectos más terribles del capitalismo y trató de organizar a la clase obrera para resistir, para conseguir mejoras económicas, políticas y sociales, pero limitándose a luchar contra los efectos y no contra las causas, buscando reformar el sistema, mejorar el capitalismo, conseguir cambios dentro de él y así paso a paso -supuestamente- acercarse al socialismo. Socialismo que en realidad se parecía más a un capitalismo de Estado y su Estado ideal a un “Estado democrático benefactor” que a otra cosa.
Probablemente fue Lenin quien más contribuyó al mito de que en algún momento la socialdemocracia fue revolucionaria al acusar a sus dirigentes de “traición”, “renegados”, cuando en realidad, como su nombre lo indica, siempre fue una fuerza política socialdemocrática. No hay en sus consignas una orientación por la revolución socialista, entendida esta como proletaria, anticapitalista, que destruya al estado burgués e instaure el poder del proletariado revolucionario y termine con el sistema de trabajo asalariado. En todo caso habría que preguntarse si no es Lenin quien rompe con la socialdemocracia, reniega de ella al oponerse a tomar bando en la Gran Guerra o con sus Tesis de Abril o cuando promueve el cambio de nombre del Partido o en “El Estado y la Revolución”.
Uno puede entender que en la socialdemocracia del 1890 se expresaban las propias debilidades y limitaciones de un movimiento proletario que daba sus primeros pasos, sus búsquedas y construcciones, no siempre afortunadas, por sacudirse las cadenas. Pero no es lo mismo que la socialdemocracia ya consolidada en 1914. Antes no podía considerarse que sus dirigentes y partidos eran parte del enemigo. Pero ya para 1914 y luego sí.
Cabe una rectificación sobre algo afirmado en la anterior frase, cuando señalamos que la socialdemocracia nunca fue revolucionaria. Sí lo fue, pero en el marco de otra revolución, la democrático burguesa. De hecho su consigna fundamental, que no se animaban a ponerla en su programa pues tenían miedo de ser reprimidos por ella, era “la República”. Y era una consigna revolucionaria para la época.
Es que para ese entonces había un conjunto de reivindicaciones democráticas fundamentales a alcanzar por parte de la clase obrera para desbrozar el camino hacia su lucha fundamental contra la burguesía, tal el caso del derrocamiento de la aristocracia, de los privilegios nobiliarios, los restos de la economía feudal, la aplicación plena de los llamados “derechos del hombre” (que eran limitados, incluso excluían a la mujer de ellos), el voto universal (en realidad universal sólo para los hombres), luego voto de la mujer, derechos básicos como el de huelga, la jornada de trabajo de 8 hs e infinidad de reivindicaciones compatibles con el capitalismo pero negadas a sangre y fuego por la burguesía y la aristocracia de entonces. Por eso defendían un programa que llamaban de “máxima y de mínima”. El de mínima era el real y el de máxima era un conjunto de aspiraciones características del socialismo burgués y pequeño burgués. No del socialismo anticapitalista, del comunismo revolucionario, ya que no abogaban programáticamente por terminar con el sistema de trabajo asalariado y destruir el Estado burgués, por poner dos ejemplos.
Pero si de alguna manera es fácil explicar el por qué esos partidos a medida que crecían se mostraban cada vez más reformistas y oportunistas, no es tan fácil explicar por qué las fuerzas genuinamente anticapitalistas, revolucionarias, no han tenido el crecimiento esperado y el propio proletariado, a pesar de la infinidad de luchas de todo tipo que ha librado en distintas épocas y países del mundo, no ha logrado realizar una revolución triunfante. Es más, ni siquiera sus sectores más avanzados han logrado romper con las cadenas ideológicas y políticas de la clase dominante, salvo alguna excepción aislada y por muy breve período de tiempo.
La explicación más frecuente que se da a ello es porque vivimos en una etapa contrarrevolucionaria, o una situación ampliamente desfavorable para el surgimiento y desarrollo de políticas y organizaciones revolucionarias. O porque el capitalismo aún tiene mucho que dar. O porque el peso de la ideología dominante, más las condiciones embrutecedores del trabajo, impiden aquel desarrollo de la conciencia y la organización.
Todas esas explicaciones y otras similares que atribuyen a la debilidad y casi nulo crecimiento de las fuerzas revolucionarias a condiciones objetivas de la sociedad capitalista tienen una gran dosis de realidad y verdad. (Recordar que por revolucionarias no nos referimos a cualquier revolución sino sólo a aquella que ponga fin al capital como capital, incluyendo el sistema de trabajo asalariado).
Pero esas causas existentes, importantes, lamentablemente se usan para tapar otras, no tan determinantes, pero que también influyen y mucho en el por qué no se puede romper el cerco o aprovechar sus fisuras.1
Las causas que se invocan siempre son externas. Nunca aparecen las internas, especialmente aquellas donde tendrían algo de responsabilidad esas tendencias, organizaciones, programas y políticas. No aparecen en los análisis el lugar que tienen en los resultados sus propuestas, sus indicaciones, sus teorías, sus decisiones. ¿Todo está bien acaso? ¿No hay inadecuaciones importantes que potencian las razones externas?
Ya en aquellas épocas había minorías comunistas de izquierda (como la italiana) que hacía hincapié en algunos problemas programáticos y teóricos tras las debacles y derrotas, pero las principales corrientes políticas que se consideran y lograron imponerse como los herederos e intérpretes del marxismo, o del marxismo-leninismo, contribuyeron a tapar los graves problemas programáticos, estratégicos y tácticos de los partidos obreros, socialistas y comunistas de entonces y de la “III Internacional”, la Internacional Comunista.2
Así, esas realidades externas terminan siendo el perfecto justificativo para seguir diciendo, defendiendo y haciendo siempre lo mismo, a pesar de los pobres o incluso desastrosos resultados obtenidos. (Para ampliar estos temas ver los libros “Crítica al programa de Transición de León Trotsky” y “Crítica al 'Izquierdismo enfermedad infantil del comunismo” que pueden bajarse libremente desde www.teoriaypraxis.og).
Cien años de esas prácticas y propuestas políticas nos parecen demasiadas como para seguir sin cuestionarse si no hay algo que está mal, qué es y cómo cambiarlo.
Quienes más se dieron cuenta que hay algo que andaba mal no dudaron en levantar en alto la necesidad de hacer un balance, especialmente de las experiencias históricas más importantes, como la Revolución Rusa, la alemana, la experiencia de la segunda guerra mundial, fascismo y antifascismo, etc. Ardua y necesaria tarea, si las hay. Pero que mal encarada fácilmente puede llevar a la impotencia, a la declamación o a tender a transformar a esas pequeñas fuerzas en grupos de estudio, en todo caso testimoniales.
Señalemos que también han sido invisibilizados los esfuerzos de pequeñas minorías que trataron de conjugar en aquellos tiempos la tarea de realizar aquel balance -especialmente luego de el triunfo de la contrarrevolución en Rusia en la década del veinte- con la lucha concreta en el seno de la clase obrera contra la II guerra imperialista y las políticas de la burguesía en el movimiento obrero.
Pero hablando de balance, antes de todo hay uno más global, más evidente para quien se anime a verlo, que no necesita typ2 bilan14 teoria y praxis Nro2grandes estudios ni teorías para sacar conclusiones. Y sin dicho balance es improbable que puedan realizarse aquellos balances más puntillosos y sacar lecciones estratégicas, tácticas, programáticas y metodológicas válidas.
Vamos a esbozar aquí unas tesis que seguramente a primera vista causarán rechazo. Pero si se soporta seguir leyendo el desarrollo de las mismas y las argumentaciones correspondientes, tal vez igual se esté en desacuerdo pero al menos se admitirá que algo de ellas es razonable y debe ser tenido en cuenta.
Para nosotros no existe posibilidad de desarrollar la teoría revolucionaria ni de romper con la impotencia política que se han manifestado en estos 125 años -por poner un número arbitrario- si no se toman en consideración algunos aspectos claves que mencionaremos aquí.
El “marxismo hegemónico” y la necesidad de ponerlo en evidencia
Cuando hablan del fracaso del marxismo, de que el marxismo ha muerto, de que el marxismo se ha revelado como impotente para cambiar el capitalismo, la conducta habitual de quienes nos reivindicamos del marxismo es salir a defenderlo, a mostrar y demostrar su vigencia.
Y ello es un grave error: hay que poner más en evidencia el fracaso de ese marxismo, su impotencia, y si fuera posible, lo que por motivos que veremos no se podrá, ayudar a enterrarlo.
Es probable que aquí alguien se pregunte ¿por qué hablan de “fracaso del marxismo” y unos renglones antes dicen “quienes nos reivindicamos del marxismo”? ¿de qué marxismo se refieren? ¿qué posiciones?.
Las dudas son válidas y la contradicción existe.
Aquí no estamos hablando de los postulados y aportes fundamentales de Marx y Engels, que -obviamente para nosotros/as- siguen vigentes y reivindicamos.
Aquí no estamos hablando del marxismo como nombre al sistema de las ideas y la doctrina elaboradas fundamentalmente por Marx.
Aquí estamos hablando de lo que por décadas se ha presentado y considerado como marxismo, tal como ha sido instalado por las tres vertientes principales: la socialdemocracia, el estalinismo y el trotskismo.
Aquí estamos hablando de intelectuales que hablan en nombre del marxismo y se consideran sus intérpretes y/o desarrolladores y/o divulgadores y/o sus críticos constructivos.
Aquí estamos hablando de partidos y tendencias políticas de aquellas corrientes3 que se autodeclararon herederos del marxismo, que nos han dicho qué es el marxismo e incluso qué está mal o qué hay que corregir del marxismo.
Aquí estamos hablando de quienes se presentan como marxismo pero en realidad forman parte de la ideología del enemigo y son la cobertura del oportunismo y del reformismo que emplea a Marx, Engels y Lenin como iconos inofensivos y justificadores de la reforma social y del capitalismo de Estado.
Todos ellos, tanto los principales teóricos, desde tempranas épocas hasta hoy, como los partidos que hegemonizaron el pensamiento “marxista”, -socialdemocracia, estalinismo y trotskismo y sus diversas variantes- son los que han “fracasado”; sus concepciones, sus teorías y formulaciones han “fracasado”, y sus políticas y programas llevan necesariamente a encerronas y a darle más aire al capitalismo y a la sociedad dividida en clases.
Ponemos “fracasado” entre comillas pues en un principio uno podría suponer que intentaban una cosa y les salía otra. Pero cuando eso es sistemático y se repite una y otra vez, hay que asumir la coherencia que tienen y reconocer que no han fracasado: han triunfado en llevar a la clase obrera a encerronas y desviar las luchas hacia canales integrables al sistema. Han servido a importantes victorias del enemigo de clase.
Si lo que vale es lo que uno hace, lo que uno es, y no el concepto que tiene sobre sí mismo, es imposible negar que ese marxismo fue -y es- soporte ideológico, teórico y político de posiciones y prácticas integradoras al sistema capitalista. Aunque en la declamación afirmen lo contrario.
Ese marxismo, el que está en los estantes de las librerías a veces junto a los textos de los clásicos o presentándolos, el que aparece en las distintas cátedras y universidades, el que se presenta para dar conferencias y entrevistas, el que pide el voto para gobernar el Estado burgués y el sistema capitalista, el que participa del Estado burgués como oposición o como gobierno, ese marxismo es el último baluarte ideológico-político que tiene la burguesía en el movimiento obrero para desviar luchas, atemperar cuestionamientos. Es ese marxismo que pretende conducir luchas reivindicativas con gran combatividad... para canalizar los descontentos tras programas de máxima y de mínima o transicionales, tras consignas de democratización, de nacionalizaciones -el capital colectivo de la clase dominante- y del tipo un salario justo en una jornada justa. Es el marxismo que ha sido el encargado de volver roma la teoría marxista, de impedir todo desarrollo de la teoría revolucionaria.
Ese es el marxismo que se menciona en bancarrota y que muchas otras veces estuvo en crisis. Y que más de una vez salió de la crisis revivido para seguir cumpliendo su función integradora al sistema capitalista, a que el capital no sea cuestionado como capital, a que el Estado burgués y sus aparatos y sistemas de representación sigan teniendo vigencia política, es decir, encuadrando el conflicto social. Son esas tendencias políticas y teóricas las principales encargadas de descalificar los cuestionamientos hacia los sistemas de representación burguesas y sus instituciones. Ese marxismo es el que siempre encontrará la excusa o el argumento para apoyar un sector de la burguesía, para participar en sus instituciones, o para no defender en la actual situación el programa de revolución socialista, anticapitalista, proletario y por el contrario llamará a defender programas de máxima y de mínima o transicionales. Y ese marxismo nunca morirá, mientras exista el capitalismo, pues forma parte de los mecanismos para defenderlo y perpetuarlo.
Ayudar a revivirlo, llamar a defender lo que hoy está instalado hegemónicamente como marxismo frente a esos ataques que se le hacen de impotencia, de fracaso o de muerte, es ayudar a darle vida a las ilusiones reformistas y a fortalecer la concepción etapista del cambio social y de la revolución. Es darle vida a corrientes intelectuales, económicas y políticas que tanto daño han hecho y siguen haciendo al movimiento emancipador del proletariado. Él mismo se encargará de “revivir”, con nuevos maquillajes, con nuevas caras, sea con una nueva “vuelta a Marx” -al Marx que ya han unilateralizado o idealizado para que sirva para justificar sus políticas-, o con otra forma de interpretarlo, corregirlo o completarlo, es decir, de socialdemocratizarlo, de integrarlo.
Por supuesto que la debacle de ese marxismo -en realidad de esos marxismos, pues son varios-, afecta también a los sectores marxistas minoritarios, muy minoritarios, que no se dejaron encandilar por las políticas de la Tercera Internacional y menos por las de la IV Internacional trotskista. Ni por las tácticas frenteamplistas o de frentes únicos, o de alianzas con sectores de la burguesía o la pequeña burguesía. Ni se sumaron a las guerras interburguesas apoyando a sus burguesías. Sectores que no cayeron tampoco en el democratismo o en candidatearse para gobernar el Estado burgués y sus fuerzas armadas. Y tomaron distancia con los sindicatos integrados al Estado sin por ello tomar distancia con los obreros encuadrados en ellos. Y no buscaron ser dirección de esos sindicatos, sin abandonar por ello la lucha por mejoras a las condiciones de vida, trabajo y salario. Y sí apoyando y fomentando formas organizativas, compatibles seguramente con el capitalismo, pero no integradas al Estado y que permitan realmente resistir al capital. Tampoco se dejaron encandilar -o corromper- por la URSS de Stalin y no han tenido miedo de caracterizar esa sociedad como una forma de capitalismo y de explotación, que llamaron de “Capitalismo de Estado”, a pesar de las amenazas, agresiones y ataques, incluso mortales, a los que fueron sometidos por aquellos “marxismos”.
Pero la respuesta que han dado esas pequeñas fuerzas, probablemente condicionadas por su propia debilidad y aislamiento, no fueron homogéneas y se vieron también afectada por diversas crisis. Pero reconociendo el trabajo y la abnegación de esas minorías, por años para mantener el legado de Marx y Engels, y de los intereses de la revolución proletaria, mal favor haríamos si no vemos las cosas tal cual llegaron a ser hoy.typ2 monumentoala3raIC teoria y praxis Nro2
Algunos se encerraron en sí mismos o mejor dicho, en la defensa de un Marx intocable. Y para contrarrestar todas las tendencias revisionistas y reformistas se atrincheraron en defensa de una teoría revolucionaria ya dada e invariante. Y tenía su lógica actuar así pues había que defenderse de la corriente revisionista, que tenía todo el peso mundial del aparato estalinista justamente para revisar, es decir, “corregir”, “actualizar”, lo que seguía teniendo validez revolucionaria.
Naturalmente con posturas dogmáticas es difícil dar cuenta de todos los cambios ocurridos en el capitalismo y en el sistema de dominación burguesa y además se terminan defendiendo o avalando desaciertos evidentes, incluso reconocidos por los mismos Marx y Engels. Y siempre que hay un dogma debe haber intérpretes y de allí que los conflictos pasarán por ver quién realmente lo interpreta, llevándolos muchas veces a considerarse como sus únicos intérpretes.
Tampoco se puede avanzar desde el “antidogmatismo” y del no reconocer la vigencia de tronco principal -teórico y metodológico- aportado por los fundadores del marxismo. Sin partir de este tronco principal no se pueden dar cuenta de todos los cambios ocurridos y negándolos se termina subordinando a la teoría, política e ideología de la clase dominante.
Otros no tuvieron tal esquematismo, pero el dominio hegemónico de la contrarrevolución y el hecho de que en la lucha de clases el proletariado fuera habitualmente perdedor, sin poder reponerse fácilmente de las duras derrotas, crea las condiciones para la heterogeneidad de posiciones, interpretaciones y respuestas, y lo que es peor, al no estar el acicate del alza de la lucha de clase proletaria, que es una fuerza poderosa para tender al agrupamiento, a la unidad de fuerzas contra el capital y por la revolución, proliferan situaciones de sectarismo y de diáspora estimulados por cuestiones políticas y teóricas no saldadas de la teoría y la experiencia revolucionarias. A ello hay que sumarle el no combate a fondo contra el individualismo y los pequeños poderes personales, combustibles ricos en sectarismo. Así, el muto cruce de acusaciones y conflictos, en general sobre temas menores, desvía las pequeñas fuerzas hacia callejones inciertos, al desgaste, y el eje central del accionar pasa a tener como objetivo la mera supervivencia política como grupo. Que en sí no les queda otra, salvo desaparecer. Pero esa supervivencia se paga al precio del aislamiento, el sectarismo y la impotencia.
Todo esto que estamos diciendo es muy esquemático. No es el objetivo de este trabajo hacer un análisis sobre la historia o la situación y realidad de las pequeñas fuerzas militantes anticapitalistas. Sólo lo ponemos a titulo de no olvidarnos que no sólo existió y existe el marxismo hegemónico que ha mostrado su “fracaso”, sino también otros, que no tuvieron aquellas responsabilidades, y que sus aportes deben ser estudiados y tenidos en cuenta aún cuando las organizaciones que hoy reivindican ello no se perfilen como un punto de apoyo incuestionable como para iniciar un mínimo reagrupamiento y crecimiento aprovechando en algo aquellas fisuras que cada tanto existen4.
Dejaremos el análisis de esas pequeñas fuerzas clasistas, anticapitalista, marxistas revolucionarias, comunistas de izquierda, que presentan diverso grado de ruptura con la socialdemocracia y con las diversas corrientes que conforman el marxismo hegemónico, para centrarnos en abordar lo que se señala en el título y subtítulo de este trabajo.
El marxismo hegemónico: dónde y quiénes lo producen
Cuando estábamos haciendo este trabajo discutimos si hablar de marxismo y criticarlo no implicaba “regalar” en nombre marxismo a quienes poco y nada tienen que ver con el pensamiento de Marx. Pero también vimos que ello nos llevaría de hablar de qué era o quien representaba al “verdadero” marxismo, obviamente, en nuestro :-), con lo que caeríamos en el juego intelectual y sectario del que nos tiene acostumbrado ese marxismo, la izquierda del capital. Así que decidimos no caer en ese juego.
De aquí en adelante, cuando hablemos de marxismo, nos referiremos a lo que hemos definido como las corrientes hegemónicas que se han apropiado del nombre y hablado en su nombre. Probablemente lo más adecuado sería llamar a estas corrientes como ideologías izquierdistas, ya que tienen poco y nada de Marx y sí mucho de ser un ala izquierda del sistema. Pero como dijimos, son quienes han logrado apropiarse el nombre del marxismo. Por eso en este trabajo para hablar de este marxismo hegemónico a veces lo llamaremos “marxismo” sin otro adjetivo o calificativo. En otras oportunidades lo llamaremos “el marxismo de la academia” o “el marxismo de académicos”, o “el marxismo de los intelectuales”, o “el marxismo del negocio editorial” o “el marxismo institucionalizado”, o “el marxismo conferencista”. La justificación de estas etiquetas es más que evidente: sacando pocas excepciones, la mayoría de las producciones están realizadas en la academia, desde la academia, aprovechando fondos de la academia o desde instituciones integradas al sistema o que tienen objetivos en gran parte comerciales. Cuando necesitemos hablar de la teoría de Marx y Engels y aportes de otros en su misma línea, usaremos la expresión “marxismo revolucionario” aunque sabemos que no es una buena expresión por varios motivos, entre otros porque el marxismo es teoría revolucionaria por lo que sería redundante hablar de marxismo revolucionario y porque es difícil calificar a algo de revolucionario cuando no existe un proceso revolucionario en marcha.
En las diversas nombres que le pusimos a ese marxismo hegemónico varios están relacionados con la academia, con la universidad, con ese marxismo mistificador y reformista que se produce desde el mundo académico.
Pongamos un ejemplo para ilustrar esto. Tomemos el libro “La teoría Marxista hoy. Problemas y perspectivas”, una compilación organizada por Atilio Borón, Javier Amadeo y Sabrina Gonzales, en el que recogen cursos realizados en el campus virtual de CLACSO5, con la participación de Tariq Ali, Elmar Altvater, Perry Anderson, Daniel Bensaïd, Alex Callinicos, Terry Eagleton, Francisco Fernández Buey, Pablo González Casanova, Eduardo Grüner, Frigga Haug, Edgardo Lander, Michael Löwy, Ellen Meiksins Wood, Manuel Monereo, Emir Sader, Adolfo Sánchez Vásquez y Hugo Zemelman., Marilena Chaui, Francisco de Oliveira, John Bellamy, Foster, Franz Hinkelammert, François Houtart, María Rosa Palazón, Mayoral y Gabriel Vargas Lozano.
Según el propio Atilio Borón “esta iniciativa no hubiera sido posible sin el apoyo sostenido que la Agencia Sueca para el Desarrollo Internacional (ASDI) ha brindado al Campus Virtual de CLACSO desde 1998. Por la confianza depositada en las iniciativas de esta institución, así como por sus aportes a la tarea llevada adelante desde esta Secretaría Ejecutiva, quiero expresar en estas líneas mi gratitud más sincera. ”
Es curioso que si bien Marx dedica buena parte al análisis de las relaciones de producción, muy pocos se toman el trabajo de analizar cómo se produce ese marxismo, quién lo financia, quién, por qué y para qué lo produce.
Por ejemplo en Argentina rara vez se llega a cuestionar la financiación y demás: sólo cuando se dan casos escandalosos, como el protagonizado por un sector del trotskismo y de la socialdemocracia en la década del 60.
Como es improbable que quien lea esto haya vivido aquella época y lo recuerde, por la década del 60 en la clase dominante de EEUU había gran preocupación por situaciones de insurgencia o de procesos de alza de lucha de clases en su patio trasero. En el marco de la guerra fría y de las dificultades que había tenido en la década del 50 con gobiernos de corte nacionalista populista, o con Cuba, realizaron algunos programas de investigación en América Latina para detectar y prevenir la aparición de minorías revolucionarias o de posibles casos de conflictividad social aguda.
Ello tomó estado público y los planes de investigación de la CIA6 fueron en cierta manera frustrados al ser conocidos. En ese contexto, aparece la Fundación Ford para realizar una investigación muy parecida a las anteriores y contrata para la misma a intelectuales y estudiantes de izquierda o progresistas7.
El hecho trasciende tiempo después y hubo un escándalo, con acusaciones de un sector del trotskismo -el PRT La verdad -el morenismo-, contra el PO -entonces Política Obrera-. Los primeros acusaron a los segundos más o menos de prestarse al colonialismo cultural y a trabajar para los servicios de EEUU, al aceptar hacer una investigación financiada por la Fundación Ford que daba un ropaje académico a una investigación del imperialismo yanki para detectar posible insurgencia.
En aquella investigación de la Fundación Ford, con mucha plata en juego, fue dirigida por un prestigioso intelectual de izquierda de entonces, José Nun, con un generoso sueldo en dólares (una fortuna en esa época) y en los que llevaron a cabo la investigación, contratados por la Fundación, con un buen pago, entre otros estaban Ernesto Laclau, por entonces director del periódico Lucha Obrera, órgano del Partido Socialista de la Izquierda Nacional; Miguel Murmis y Marin como equipo dirigente del proyecto; Beba Balvé, militante del Partido Socialista Argentino de Vanguardia, Marcelo Nowerstern, del partido trotskista PO -entonces Política Obrera, TERS, Tendencia Estudiantil Revolucionaria Socialista- y algunos pocos más, como Néstor D' Alesio, Inés Villascuerna. A los que luego se sumarían como miembros de un consejo Alain Touraine -que había sido profesor de Num-, Eric Hobsbawns -por entonces miembro del partido comunista inglés, eurocomunismo- y David Apter -mentor de Nun en California-, además de otra gente del CICSO y del instituto Di Tella.
Como dijimos, en esa época fue un escándalo. Los argumentos que daban, para defenderse, era que no le iban a pasar a los contratantes todos los datos, que parte de la plata iban a usarla para la militancia, o que la investigación era inocente de culpa y cargo, que la ciencia es neutra, etc, etc.
Lo cierto es que si bien se cuestiona ese tipo de casos, es raro que se cuestionen los otros casos que son moneda corriente y extendidos. ¿Está tan adormecido el espíritu crítico y existe tanta resignación frente al poder de la burguesía que a casi nadie le llama la atención que un ministerio de un Estado burgués financie por años a intelectuales de izquierda para que desarrollen “la investigación científica” sobre cuestiones sociales, económicas, ideológicas y políticas, entre otras sobre el marxismo, sobre la teoría revolucionaria y formen a “marxistas”, ayuden a divulgar “el marxismo” o propugnen su aceptación?
No sólo no se cuestiona sino que hasta se busca ese tipo de financiamiento, y si se lo consigue, se lo agradece. ¿Qué es sino ese agradecimiento de Atilio Borón a la Agencia Sueca para el Desarrollo Internacional, que es una agencia gubernamental del Estado Sueco? ¿Y por qué creen que en distintos lugares del mundo, especialmente en la época del “Estado Bienestar” en Europa, la socialdemocracia en el poder financiaba tantos proyectos marxistas, a tantos teóricos y reproductores marxistas en todo el mundo?.
Y no nos olvidemos del estalinismo.
Mientras en la URSS reprimían a los obreros, los explotaban, se perseguía y asesinaba, en “el mundo libre” financiaban centros de estudio, organizaciones, instituciones que luego nos iban a decir cuál era “el verdadero marxismo”.... Ah!, y también nos dirían y defenderían que la URSS era socialista. Los viajes pagados a países del Este era un ejemplo típico. También a encuentros, congresos, cursos. Cuestionamos la corrupción “legal” de los laboratorios medicinales que a los médicos les pagan viajes a congresos. Claro, no le dicen directamente recetá mi remedio... Pero no los viajes “culturales”. Y aún hoy estos viajeros siguen defendiendo a la URSS como socialista... y cuando de golpe la URSS desaparece y sólo vemos capitalismo deben hacer piruetas para seguir defendiendo esa sociedad o para explicar sus posiciones anteriores.
La universidad no es una institución neutra
Vivimos en el capitalismo y los trabajos rentados que conseguimos no pueden salir de ello. Pero una cosa es aceptar trabajos como por ejemplo en la universidad de dictar cursos sobre marxismo o realizar tareas de investigación -con los límites del caso- financiados por empresas o Estado -es decir, la clase dominante-, y otra considerar que de ahí pueden salir posturas y teorías revolucionarias, o una guía para la acción.
Lejos de admitir los límites que tienen sus trabajos en esas instituciones o lo que producen gracias a la financiación directa o indirecta de esas instituciones, suelen catequizar a todo el mundo y decirnos a los simples mortales qué es lo que está bien y qué es lo que está mal del marxismo.
Estos académicos -que probablemente se piensen como “intelectuales revolucionarios” o “marxistas” o “anticapitalistas” defienden su propio privilegio y su propio nicho de poder; defienden una de las principales divisiones del trabajo existentes, fuente de grandes beneficios y poder, que ya Marx y Engels pusieron en evidencia: la división entre el trabajo intelectual y manual.
Por eso no es necesario ir a un ejemplo del financiamiento de intelectuales y marxistas por parte de agencias de inteligencia de otros países o fundaciones nacionales o internacionales sospechadas de vínculos con la CIA o con algún Estado imperialista.
Si Marx dedica buena parte al análisis de las relaciones de producción, de distribución y de propiedad, casi nadie se toma el trabajo de analizar cómo se ha producido este marxismo que se presenta como teoría revolucionaria. Por ejemplo quién y cómo se ha financiado y producido la mayor parte de ese marxismo en los últimos 90 años, por poner un número arbitrario. Y lo que significa el CopyRight y la prohibición de reproducción en muchos casos que presentan esas obras, en un todo coherente con su contenido “marxista”.
Podemos acordar o desacordar con los análisis y posturas de Lenin, Trotsky, Luxemburgo, Gramsci, Bordiga, Bujarín, Gorter, Pannekoek, Kollontái, y tantos/as otros/as, pero nadie podría decir que su marxismo era de salón, académico. Estaban comprometidos con la lucha concreta por la revolución que creían, ponían su cuerpo en ella y para ella era que elaboraban sus teorías, aún a riesgo de perder su libertad o su vida. No se dedicaban desde sus pedestales en la universidad o en las instituciones académica a dar lecciones sobre lo que había que hacer o no hacer, ni los Estados zarista, polaco, alemán, o italiano financiaban y promovían sus estudios.
En cambio hoy no se puede ocultar que una usina fundamental del marxismo actual es la Universidad8, la Academia, especialmente la de los países con mayor cantidad y acumulación de capital.
Ahora bien ¿qué es la Universidad? ¿Puede salir de la Universidad una teoría revolucionaria? ¿Son los académicos, catedráticos e investigadores de la universidad quienes “saben” del marxismo, “enseñan” el marxismo y desarrollan las teóricas revolucionarias y hasta indican a los demás mortales qué deben hacer frente a las elecciones o ante cualquier acontecimiento desde su puesto de saber y de ciencia, desde su lugar de expertos o especialistas?
¿Por qué no se dicen las cosas por su nombre?: La Universidad es una de las instituciones básicas para formar los cuadros de la clase dominante, sea para puestos en el Estado -en sus distintos niveles, nacional, provincial o municipal-, sea para la empresa capitalista, sea para la dirigencia política y de organizaciones no gubernamentales.
Por cierto el pasaje por la universidad no garantiza un cierto automatismo político o ideológico. No son los títulos que se obtienen los que los llevan a tal o cual lugar de poder. Ni la universidad “formatea” tan profundamente que luego -o durante- es imposible romper individualmente con la ideología burguesa. Ni tampoco implica que en ella no se pueda desarrollar una resistencia contra ideología dominante.
Lo que estamos hablando es el saber que produce la universidad, en la universidad y posibilitado por la universidad. Y cuando hablamos de universidad no hablamos de los edificios ni de un ente atemporal y abstracto. Estamos hablando de personas, de personas que se relacionan entre sí, con el Estado y con sectores de poder económico, político, judicial y cultural.
¿Puede producir un saber revolucionario, anticapitalista? ¿Puede una de las principales instituciones productora y reproductora de las ideologías y teorías de la clase dominante producir la teoría revolucionaria que ayude a derrocarla?
Por supuesto que quienes consideran que mediante reformas se hace la revolución, que ganando el gobierno con elecciones -o por la violencia-, reformando leyes, avanzado en etapas, y desde el propio Estado burgués, sus leyes, su Constitución, se puede destruir el capitalismo, dirán que sí, que la universidad puede producir la teoría revolucionaria o financiar su producción. Pero claro, ese es el marxismo de salón, el marxismo académico, no el marxismo de Marx. Y con el dominio de aquel marxismo institucionalizado jamás habrá revolución y seguiremos teniendo capitalismo otros cien o doscientos años.
No faltan quienes intentan justificar su lugar en los engranajes de la producción ideológica del sistema avalando sus prácticas con las de Marx, que hizo una buena parte de sus estudios en la biblioteca del Museo Británico.
Hay quienes argumentan, y nunca he entendido la lógica de esto, que un radical
debería desvincularse de las instituciones opresivas. La lógica de este argumento es que
Karl Marx no debería haber estudiado en el Museo Británico, que era el símbolo del
imperialismo más despiadado del mundo, el lugar donde se reunieron todos los tesoros que
un imperio había recogido a través de la expoliación de las colonias.
Pero creo que Karl Marx tenía razón al estudiar en el Museo Británico. Tenía razón
al utilizar los recursos y, de hecho, los valores liberales de la civilización que intentaba
derrocar, en contra de ésta ” Noam Chomsky, respondiendo una pregunta del público en su debate de 1971 con Foucault, sobre su participación en el MIT
Obviamente que viviendo en el capitalismo todo está impregnado por el capitalismo y en particular las mejores bibliotecas y hemerotecas forman parte de instituciones altamente burguesas. Lo mismo Internet por donde haremos circular este material. Pero aquí no se está cuestionado el aprovechamiento de recurso como lo es una biblioteca. Aquí estamos hablando de cuando una institución del sistema financia una producción “marxista” o cuando esa producción forma parte de la producción académica o cuando se le paga a ciertos intelectuales para que produzcan teoría, investigaciones, etc. Y lo que afirmamos es que dichas producciones no forman parte ni pueden formar parte de la teoría revolucionaria y sí por el contrario, forman parte de la producción teórico-idelógica de la clase dominante.
La universidad no produce un saber aclasista, por encima de las clases. O un saber utilitarista que puede servir a una u otra clase. Y no estamos hablando de que 2 + 2 = 4 o de la ley de la gravedad. Estamos hablando del saber sobre temas económicos, sociales, históricos, filosóficos, políticos, organizativos, culturales, ideológicos.
Las universidades, junto a los grandes medios de “comunicación”, son los principales agentes de producción y divulgación de contenidos para el mantenimiento, defensa y de reproducción de la sociedad dividida en clases. En definitiva, la Universidad, pública o privada, es una institución de la clase dominante y a su servicio.
¿Es razonable suponer que la Universidad -o instituciones similares-, órgano de producción y reproducción de la ideología de clase dominante y de la mayoría de sus cuadros dirigentes, genere teoría revolucionaria o desde ella se pueda desarrollar la teoría revolucionaria? ¿O la guía para la acción?
Como dijimos, una cosa es que alguien sea docente o investigador de la universidad, aproveche para estudiar, escribir, o darle a sus alumnos un enfoque distinto y hasta defienda al marxismo y lo recomiende, pero otra es creer que desde su producción académica, desde su cátedra o desde sus trabajos de investigación financiados por el Estado burgués pueda salir una teoría revolucionaria. O que les da autoridad para decir qué posición está bien y cual no. Por supuesto que puede opinar sobre cualquier tema y decir qué le parece que está bien y qué no, pero como cualquier hijo de vecino, no desde una posición de saber o que se crea que “porque sabe” su postura es más importante o correcta.
Está muy bien que quienes se consideren marxistas y trabajan en la universidad den batalla contra la ideología dominante, defiendan el marxismo, tratan de formar corrientes o escuelas dentro de su propio campo de saber o se vinculen con otros. Pero no deben ilusionarse ni ilusionar. Es una tarea de resistencia y su propio trabajo no puede escapar a ser engranajes de la maquinaria de reproducción de la ideología dominante. Es más, le dará a ésta el argumento de “¿ven lo democráticos que somos, que hasta dejamos y financiamos la publicación de los trabajos de estos que nos critican?”.
No es desde su trabajo académico en la universidad desde donde pueda salir la teoría revolucionaria o aportes a ella. Y toda recomendación política que haga desde ella o financiada por ella estará marcada por su función reproductora o sostenedora de las instituciones burguesas. Sea conciente de ello o no. De hecho, la universidad, en su función de formar cuadros para el sistema, también forma los cuadros marxistas para el sistema.
Por supuesto que si alguno de esos marxistas llegara a leer estas afirmaciones es probable que las rechacen, si eligen defender sus pequeñas quintas intelectuales, sus lugares de privilegio y poder, sus títulos y honores, sus nombres y egos. Tal vez no lo defenderán abiertamente ni se alinearán de palabra como parte de la élite intelectual que refuerza la división del trabajo intelectual y manual y la producción de contenido por sobre los demás. Pero no necesitan hacerlo. Su práctica lo hace por ellos. Y no sólo su práctica. Ya otros lo han defendido también en teoría.
El pecado original idealista y elitista de ese marxismo
Dos de los principales teóricos después de Marx y Engels hicieron una defensa sutil del lugar de los intelectuales por encima de la clase obrera y de la propia lucha de clases. Lo único que ellos lo hicieron prisioneros de su época, cuando aún sectores de la burguesía eran revolucionarios y existían importantes tareas democráticas burguesas por realizar. Lo hicieron en una época donde a nivel mundial las relaciones de producción capitalista aún no abarcaba ni la sexta parte del planeta y la mayoría de la población vivía en modos de producción explotadores no capitalistas. Es decir, vivían en una época donde la universidad burguesa, la intelectualidad burguesa, tenía aspiraciones revolucionarias, revolucionarias democrático burguesas. Pero hoy el mundo es otro y desde entonces han pasado más de cien años. Y la burguesía es profundamente contrarrevolucionaria, en todos sus sectores.
El marxismo académico, el marxismo de los intelectuales, el marxismo de la socialdemocracia, del estalinismo y del trotskismo tienen un profundo origen idealista y elitista. Ellos se consideran, lo digan o no, por encima de todos, por encima de la lucha de clases. Por ello pueden hablar con tanta libertad y pontificar sobre cuestiones teóricas y políticas, mirando todo desde arriba.
Y quien concilió con este idealismo y ese mito con el peso de su autoridad fue Vladimir Ilich Ullianov, es decir, Nicolás Lenin.
En un contexto (1900-1902) donde Lenin estaba luchando contra las posturas economicistas y espontaneístas, que subestimaban las tareas de crear una organización fuerte, “templada en la lucha” y de tener y desarrollar una teoría revolucionaria, también fuerte, para argumentar su punto de vista no tiene mejor idea que recurrir al que se consideraba, luego de la muerte de Engels en 1895, como el principal marxista de la época, Karl Kautsky (1854-1938).
Kautsky ocupaba ese lugar en parte porque había trabajado de secretario para Engels cuando éste estaba editando parte de la obra póstuma de Marx y además porque había realizado varios trabajos teóricos importantes, como “La Cuestión Agraria”, y tenía un lugar prominente en el Partido Social Demócrata Alemán, el partido más fuerte de la época. Pero Kautsky no era más que un intelectual demócrata “ganado” al “marxismo” por el padre del oportunismo, Eduard Berstein. Y jamás tuvo una postura revolucionaria coherente en el sentido anticapitalista, comunista. Es más, apoyó al gobierno alemán en su beligerancia, con la excusa de que Alemania combatiría al zarismo, y también hizo críticas desde la derecha a la Revolución de Octubre. Pero nada de esto había pasado cuando Lenin utiliza las concepciones intelectualistas e idealistas de Kautsky para defender su propuesta de organización.
Para Kautsky, las ideas socialistas, científicas, la teoría revolucionaria, venían directamente de los intelectuales (burgueses) y no de la lucha de clases.
Esta esta concepción socialdemócrata, que comparten el trotskismo y el estalinismo, y gran parte de ese marxismo intelectual, fue criticada décadas atrás en Argentina por Emancipación Obrera, entre otras en su trabajo de “Crítica al Programa de Transición de León Trotsky” donde pone en evidencia el idealismo de la concepción planteada por Lenin en el “Qué hacer”, que como dijimos, en realidad es la concepción de Kautsky y de la socialdemocracia.
En dicho trabajo lee:
Los trotskistas, al igual que los estalinistas, repiten a rajatabla la tonadilla kautskista sobre el tema de la “conciencia” y de la “teoría revolucionaria”.
En el "Qué Hacer", combatiendo correctamente a las tendencias economicistas y sindicalistas en el seno de la clase obrera, Lenin cita, reivindicándolo como "profundamente justo e importante" un largo fragmento de Karl Kautsky, dentro del cual podemos leer:
... el socialismo y la lucha de clases surgen paralelamente y no se deriva el uno del otro: surgen de premisas diferentes. La conciencia socialista moderna puede surgir únicamente sobre la base de un profundo conocimiento científico. En efecto, la ciencia económica contemporánea constituye una premisa de la producción socialista lo mismo que, pongamos el caso, la técnica moderna y el proletariado, por mucho que lo desee, no puede crear ni la una ni la otra: ambas surgen del proceso social contemporáneo. Pero no es el proletariado el portador de la ciencia, sino la intelectualidad burguesa (subrayado por KK): es el cerebro de algunos miembros aislados de esta capa de donde ha surgido el socialismo moderno, y han sido ellos los que lo han trasmitido a los proletarios destacados por su desarrollo intelectual, los cuales lo introducen luego en la lucha de clases del proletariado, allí donde las condiciones lo permiten. De modo que la conciencia socialista es algo introducido desde afuera en la lucha de clases del proletariado, y no algo surgido espontáneamente de ellas” 9
Partiendo de algo cierto, que la llamada "conciencia socialista" no surge espontáneamente de la lucha reivindicativa inmediata, y menos aún la teoría revolucionaria, se inventa un planteo idealista.
Para el marxismo, “La historia es la historia de la lucha de clases”, algo reconocido por Kautsky. Pero aquí tendríamos una historia fuera de la historia. La conciencia, la teoría, no saldría de la lucha de clases, sino ahistóricamente de la cabeza de algunos intelectuales burgueses.
Hay muchas confusiones en este planteo. Por un lado se reduce la lucha de clases a la lucha economicista. Obviamente que de allí no puede salir ninguna teoría revolucionaria, sólo teorías sindicalistas, reformistas. Pero la lucha de clases es mucho más que la lucha economicista, es también ideológica, política, cultural, económica anticapitalista, e impregna todos los órdenes de la vida humana, directa e indirectamente.
¿Las teorías de Marx salen de una ciencia pura, al margen de la lucha de clases o justamente por tomar partido en un bando de esa lucha de clases Marx y Engels pudieron expresar mejor que ninguno los secretos de esa lucha de clases y de los movimientos de la sociedad? 10
Hasta aquí la cita del libro de EO.
Como vemos, no por nada estalinistas y trotskistas defienden esa concepción del “Qué Hacer”, que constituye también una hermosa justificación para que esos académicos, teóricos, se arroguen el lugar de ser los poseedores de la ciencia, de la verdad, del marxismo, de la teoría revolucionaria. Según esas tendencias políticas serían quienes desarrollan las ideas socialistas que luego hay que meter -introducir dicen- en la clase obrera....typ2 Critica al programa de transicion de Trotsky Emancipacion Obrera
Algunos de esos intelectuales tratarán de matizar o encubrir aquellas afirmaciones apelando a una “la relación dialéctica”, rechazando “el mecanicismo”, pero sus prácticas ponen en evidencia su compromiso con aquellas formulaciones.
Esa concepción trae apareada varias consecuencias teóricas, políticas, organizativas y metodológicas. Y también varios beneficios para el marxismo académico. Y ninguno para la teoría revolucionaria o para el proletariado.
Nos vamos a referir sólo a tres: cómo, quién y dónde
Como hemos visto, para el marxismo institucionalizado la teoría revolucionaria surge con prescindencia de las posturas en la lucha de clases. Para ellos es la teoría -incluyendo la conciencia- la que desarrollándose en forma separada de la lucha de clases, luego influirá sobre ella orientándola hacia los objetivos marcados por dicha teoría o por algún destino manifiesto.
Exactamente lo opuesto pensamos nosotros. Es la posición, es el partido que se toma en esa lucha de clases la que determinará la teoría, la conciencia. Y la teoría revolucionaria y la famosa conciencia, se desarrolla en la lucha de clases, tomando partido en esa lucha de clases y para contribuir a esa posición en la lucha de clases. (Lo que no impida que intelectuales burgueses, o burgueses no intelectuales, tomen partido por el proletariado revolucionario. Ha ocurrido y seguirá ocurriendo.)
Obviamente que aquí estamos dejando sin mencionar -por obvia- la interacción, la relación de mutua influencia, aquella que suele decirse como relación dialéctica. Ambas posiciones, las del marxismo hegemónico y las que estamos defendiendo, las admiten.
Lo que estamos discutiendo es qué está “primero”: si las ideas o el ser social, es decir, si la conciencia determina el ser social o el ser social a la conciencia, más allá de que sabemos que hay una interacción compleja y recurrente entre ellos y que hablar de “primero” no aclara exactamente la cuestión, por eso lo pusimos entre comillas. Estamos cuestionando que la “conciencia socialista” o las ideas teórico, político, etc surjan sin vinculación con la lucha de clases, rechazando que ambas surjan de premisas distintas, rechazando la afirmación de que la conciencia es algo introducido desde afuera en la lucha de clases del proletariado y que la elabora la intelectualidad burguesa...
Para nosotros ese ser social se constituye y expresa en las relaciones de producción y reproducción, en la lucha de clases. Relaciones de producción y de reproducción que no son meramente las relaciones económicas sino que trascienden el lugar de trabajo y los temas salariales. E incluimos también las de reproducción pues el ser social es sólo uno y múltiple, en todo caso somos nosotros los que los dividimos para analizar o caracterizar. Y las propias relaciones de producción capitalistas no pueden entenderse en su dinámica sin a su vez considerar el sistema de trabajo doméstico.
En esas relaciones y conflictos, en esa lucha de clases, de intereses, se generan argumentos, resistencias, teorías, leyes, dispositivos, mecanismos de dominación ideológicos, políticos, jurídicos y militares, todo lo que a su vez influyen en la propia lucha de clases y en las propias relaciones de producción y de propiedad; y en las fuerzas productivas.
No estamos refiriéndonos aquí a la extracción social de los individuos. Puede haber -y hubo y habrá- burgueses que tomen partido por la revolución comunista, como así también obreros/as defendiendo el capitalismo.
De lo que estamos hablando es que sin tomar partido en esa lucha de clases, que en el mundo de hoy básicamente se dividen en dos grandes bloques de intereses, el proletariado y la burguesía, aunque también existen sectores intermedios que también luchan y encuentran expresiones, no hay posibilidad de teoría política, económica, social, histórica. Y según el partido que se tome, será para donde apunte esa teoría. La falta de posición explícita, o el “no tomar partido”, es tomar partido por la clase hegemónica. Tal vez no abiertamente a favor, pero no antagónicamente en contra.typ2 el acorazado potenkim 1905
Por supuesto “tomar partido” no es decir “estoy con la clase obrera y contra el capitalismo”. O “estoy por la revolución”. Eso lo han dicho la socialdemocracia, el estalinismo, ¡Y hasta Benito Mussolini!. Y por supuesto lo dice el marxismo de salón.
Tomar partido no es una declaración de deseos teórica. Es una cuestión práctica. Es efectivamente ponerse de un lado, ayudar a partir la sociedades rechazar toda política y propuesta que busque unir lo que debe ser partido.
No se puede decir que se toma partido por la revolución proletaria y al mismo tiempo apoyar, aún “críticamente”, a un partido o frente que no defiende el programa de la revolución proletaria, es decir, no defiende la destrucción del Estado burgués, la eliminación de la propiedad capitalista -individual y estatal- de los medios de producción y de cambio, no lucha por la abolición del sistema de trabajo asalariado y del sistema de trabajo doméstico.
Auto llamarse anticapitalista y revolucionario, no es tomar partido. Algunos de palabra se proclaman anticapitalistas, pero toman partido opuesto a ello cuando defienden la subordinación a la ideología y política hegemónica burguesa en la práctica al llamar a votar para conseguir puestos ejecutivos en el Estado burgués, o postulan a alguien para que sea el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas burguesas.
Tomar partido contra el capital y la burguesía es defender en los hechos que los obreros no tienen patria, que nosotros/as no tenemos patria, por lo que no corresponde ningún apoyo a los intereses nacionales ni a algún sector de la burguesía en contra de otro.
Tomar partido es en cada momento propiciar la ruptura con las propuestas de integración, con las propuestas de salir de la crisis o resolver los problemas sin destruir la causa de la crisis o de los problemas. Es hacer valer los intereses comunes de todos los proletarios independientemente de su sector o de su nacionalidad. Es, en la lucha del proletariado contra la burguesía, defender los intereses del movimiento proletario anticapitalista en su conjunto.
Tomar partido en la lucha de resistencia es luchar por dañar al capital y a la ganancia, no meramente por conseguir un salario justo.
Tomar partido es lo que ya en 1848 ¡1848! defendían Marx y Engels: “El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos proletarios: constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista del poder político por el proletariado” (el subrayado es nuestro).
Por supuesto que se dirá que es imposible “en lo inmediato” derrocar la dominación burguesa. Y es cierto. Y también lo sabían Marx y Engels, y sin embargo defendían tener ese objetivo inmediato. Es que ellos, como no eran “marxistas”, no se amparaban en la debilidad de las fuerzas proletarias para definir otros objetivos u otros programas que no fueran los objetivos y el programa comunista.
Sin esa toma de posición previa o simultánea a la elaboración teórica, la teoría producida corresponderá a otros objetivos. Por supuesto esto no quiere decir que teniendo esos objetivos necesariamente la teoría que se produzca corresponderá a ellos, o será verdadera o será científica. No. Pero se inscribirá en ese esfuerzo.
En cambio quienes tengan posturas “equidistantes” o no comprometidas, o peor aún de mantenimiento del capitalismo, de reformas del capitalismo, de elección del mal menos malo, de ideas etapistas, de programas de máxima y de mínima o de programas de transición, de defensa de las nacionalizaciones como si ello fuera socialismo, de defensa de que la URSS bajo Stalin era socialista, de apoyo a algún sector de la burguesía en sus conflictos nacionales o internacionales contra otro sector de la burguesía, producirán una teoría acorde a ello.
Multitud de izquierdistas toman partido de palabra a favor de la clase obrera... y no obstante siguen reproduciendo mistificaciones y validando prácticas burguesas.
Si en el anterior caso tomar partido en los hechos a favor de la revolución socialista no implicaba que lo que se elaborase estuviera bien, tampoco implica que los que toman partido por la reforma o se nieguen a tomar partido en una suerte de “objetividad científica” todo lo de ellos elaboren estará mal y nada será cierto o aprovechable. Seguramente algunos producirán cosas interesantes de analizar y considerar. De hecho hasta teóricos abiertamente a favor del capitalismo las han producido, como los casos de David Ricardo o Adam Smith en economía, Hegel en filosofía, Émile Durkein, Max Weber y tantos otros menos conocidos y menos importantes.
Por ello no es contradictorio reconocer que en la producción del marxismo de la academia pueden existir algunas cosas interesantes, pero aunque se presente como teoría revolucionaria, será teoría reformista, integradora, adormecedora y desviadora de las cuestiones centrales.
Reconocemos que todo lo anteriormente expresado es muy esquemático. En la vida y en las personas las cosas están mucho más mezcladas. No todo es blanco ni todo es negro. Ni los que están en la academia sólo están en la academia, ni sus posiciones políticas son siempre las mismas. A veces entran en crisis, por motivos internos o externos. Y empiezan a pasarse de bando, al menos en algunos temas o situaciones. En un sentido y en otro.
Por eso la clave de quien quiere aportar y se plantea un estudio para tomar posición es reconocer que ya tienen una posición. Y en todo caso deben indagar en ella y reafirmarla o cambiarla, lo que ocurre sin necesidad de demasiado estudio teórico. Alguno que otro balance alcanza.
Porque el balance es bastante simple de hacer en grandes trazos. Por ejemplo, apoyar a un partido de izquierda en las elecciones, un partido que no presenta en las elecciones un programa comunista, anticapitalista, por la destrucción del Estado burgués, sino uno reformista, ¿aporta a que el proletariado rompa con las ilusiones democráticas, a que se de cuenta que el Estado es un órgano de dominación de la clase burguesa no importa quién esté en el gobierno? ¿Aporta a centrar sus esfuerzos en la autoorganización y lucha propia y no depositar esperanzas o poder en mecanismos de representación que se lo quitan? ¿Aporta a clarificar que el problema de su explotación no es un bajo salario o un ajuste, sino vivir bajo el sistema de trabajo asalariado?.
Decir que Rusia no es capitalista y que no era capitalista bajo Stalin, sino que era socialista, ¿no era una forma de apoyar a Stalin aún cuando se lo criticara y se dijera que era un monstruo burocrático y asesino?. De hecho el trotskismo lo apoyó y ello está incluso en el mismo Programa de Transición. ¿Qué idea de socialismo se está defendiendo y propagandizando en los hechos al hacer tal caracterización de la URSS? ¿Qué revolución se propicia en los hechos con ello?
Y decir que no era burguesa ni proletaria, que era otra cosa, burocratizada, etc implica también negar su capitalismo, pues era un sistema económico con salarios, precios, ganancia, moneda, manteniendo gran parte del Estado burgués, reprimiendo a las minorías revolucionarias como cualquier estado burgués, buscando dominar a otros pueblos, participando de guerras de rapiña, etc, etc.
Y así con infinidad de temas, como la actitud ante las guerras interburguesas, sea la Segunda Guerra Mundial o la Guerra de Malvinas. O propiciar la “revolución” por etapas, con una etapa o varias previas a la revolución socialista.
Desapropiando al proletariado de su poder
Cuando uno se pregunta por qué con todas las luchas que dio el proletariado en su historia su situación siguió siendo de debilidad y no ha podido triunfar con su revolución, no se le pasa por la cabeza que una parte de esos resultadosse debe a que ha estado durmiendo con el enemigo, que ha sido el “marxismo” -esos marxismos hegemónicos- quien más a contribuido a despojarlo de su poder, de su fuerza, transformándolo de sujeto de la revolución en una mera masa de maniobra, presión y fuerza de choque. No hay peor enemigo que el que se presenta como amigo, pues te hace bajar la guardia, confiar y descreer de quienes te dicen “ojo con ese 'amigo' ”.
Un sujeto muy raro: un sujeto sin cabeza
Como sabemos, la fuerza del proletariado no está en su número, ni sólo en su lugar en la producción, condiciones necesarias pero no suficientes. Su número y lugar en la producción cobran fuerza cuando logra su unidad tras un programa y en una táctica clara y precisas de lucha por su emancipación. Naturalmente ello implica conciencia, teoría, orientaciones, organizaciones.
Pero por un lado nos dicen que la clase obrera es la esperanza de la revolución, el sujeto histórico revolucionario, y a renglón seguido nos dicen que la clase obrera es incapaz de producir la teoría revolucionaria, el programa, la conciencia.
Todos sabemos que en el capitalismo el proletariado está excluido de la posibilidad de acceder a ese conocimiento científico. Por ello -nos dicen- necesita a un salvador, al Chapulín Colorado, perdón, al marxismo de la academia, a la intelectualidad burguesa -o pequeño burguesa-, que nos traerá la conciencia socialista para que sea inculcada a los obreros.
Y ni siquiera toda la intelectualidad es la que produce esa conciencia, esa teoría, sino que del cerebro de algunos miembros aislados de esa intelectualidad burguesa saldrá la teoría revolucionaria, el programa, la conciencia, pues “la conciencia socialista es algo introducido desde afuera en la lucha de clases del proletariado...”
Tenemos entonces un sujeto de la revolución muy raro, pues está sin cabeza. O no se le admite cabeza. Salvo para agacharla y obedecer, para seguir los mandatos de los que piensan por él.
Lenin trata de suavizar el asunto, reemplazando esa intelectualidad burguesa por el Partido, que sería el portador de esa conciencia, de esa teoría y obviamente su productor. Tendría su lógica si pensáramos en el concepto de Partido de Marx y Engels en el Manifiesto,“Esta organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político (...)”, es decir, Marx y Engels no hablan de una organización por fuera y extraña al proletariado o que lo sustituye. Pero lamentablemente hoy por Partido se entiende cualquier organización política que decida llamarse como tal, aún cuando su papel en la clase obrera sea muy pequeño y sea más que nada sindicalista y electoralista. O, en una vereda aparentemente opuesta, foquista.
Esa desconfianza de la capacidad del proletariado de organizar, definir y comandar su propia emancipación es reforzada con estrategias de encorsetamiento del proletariado. Su lucha de clase debe limitarse a la lucha economicista, sindical, gremial, básicamente por mejoras salariales, de condiciones de trabajo y lucha antiburocrática “para recuperar los sindicatos”. Y debe hacerlo a través de los sindicatos bien integrados al capitalismo y a veces al propio Estado. En la lucha política debe centrarse a movilizarse en defensa de la democracia, de los derechos democráticos, contra gobiernos no democráticos y a votar por un partido de izquierda o socialista o “comunista” o un frente de turno. Nada de sacar los pies del plato. Nada de actuar por su cuenta y fuera y contra de todo ello. Y después se extrañan y preguntan por qué el proletariado tiene la conciencia que tiene...
En 1865, cuando aún el capitalismo estaba en pañales, Marx decía que los sindicatos
trabajan bien como centros de resistencia contra las usurpaciones del capital.
Fracasan, en algunos casos, por usar poco inteligentemente su fuerza. Pero, en general, son deficientes por limitarse a una guerra de guerrillas contra los efectos del sistema existente, en vez de esforzarse, al mismo tiempo, por cambiarlo, en vez de emplear sus fuerzas organizadas como palanca para la emancipación definitiva de la clase obrera; es decir, para la abolición definitiva del sistema de trabajo asalariado” (“Salario, Precio y Ganancia”. 27 de junio de 1865)
Pero claro, el marxismo de la academia, de la socialdemocracia, del estalinismo, y del trotskismo no siguen las recomendaciones de Marx, pues él no era marxista. Y menos cuando decía:
Al mismo tiempo, y aun prescindiendo por completo del esclavizamiento general que entraña el sistema de trabajo asalariado, la clase obrera no debe exagerar ante sus propios ojos el resultado final de estas luchas diarias. No debe olvidar que lucha contra los efectos, pero no contra las causas de estos efectos; que lo que hace es contener el movimiento descendente, pero no cambiar su dirección; que aplica paliativos, pero no cura la enfermedad. No debe, por tanto, entregarse por entero a esta inevitable guerra de guerrillas, continuamente provocada por los abusos incesantes del capital o por las fluctuaciones del mercado. Debe comprender que el sistema actual, aun con todas las miserias que vuelca sobre ella, engendra simultáneamente las condiciones materiales y las formas sociales necesarias para la reconstrucción económica de la sociedad. En vez del lema conservador de: «¡Un salario justo por una jornada de trabajo justa!», deberá inscribir en su bandera esta consigna revolucionaria: «¡Abolición del sistema de trabajo asalariado!»
De entonces pasaron 150 años y el marxismo hegemónico y hegemonizante sigue sin hacerle caso. Y tiene sentido, pues el marxismo hegemónico es una fuerza anticomunista, contrarrevolucionaria, y no seguirán aquellas recomendaciones de Marx, pues la función real de ese marxismo es garantizar que el proletariado no pueda armarse a sí mismo y por sí mismo ideológica y políticamente, pues sabemos que la conciencia está determinada por la existencia, por la lucha de clases y si esta lucha es meramente sindicalista y democrática, las ideas en el proletariado serán en gran medida sindicalistas y democráticas.
No debe entonces extrañarnos, por ejemplo, que en Argentina la clase obrera se identificara con el peronismo y con el sindicalismo vinculado al Estado que lo vienen encuadrando en los últimos 70 años, salvo períodos muy limitados. Si el propio marxismo hegemónico defiende el sindicalismo, el democratismo y la confianza en líderes u organizaciones salvadores, el peronismo fue la propuesta más coherente y efectiva acorde a esos planteos reformistas y sindicalistas; más creíbles y con mayores posibilidades de llevar adelante los reclamos de justicia social, la igualdad, la libertad, la democracia.
El peronismo ni rompe con el capital ni lo ataca como capital. La izquierda que mencionamos tampoco. Pero esta última divaga, es incoherente y al menos aquí en Argentina no tuvo fuerza por su mezcla de coherencias e incoherencias, su ubicarse muchas veces junto a los peores sectores de la clase dominante. Es lógico que se elija entonces al original que a una mala copia.
Además, al no cuestionar el peronismo -como la izquierda integrada- al capital como capital, sino defender el camino etapista, transicional, de reformas, de mantenimiento del sistema capitalista “pero más humanizado” ¿no es más lógico optar por una propuesta similar -el populismo- pero más moderada, menos verborrágica, sectaria e izquierdista, con mayor posibilidad de llevar adelante esas reformas?
Por otro lado, si uno analiza esos períodos limitados de alza de la lucha de clases se verá una constante: el debilitamiento de los sindicatos tradicionales y de los partidos y mecanismos democráticos. Estos se proponen como “correa de trasmisión” o ser sus “representantes”, por lo que los “representados” deben limitarse a elegir quién quiere que los represente.
Un ejemplo de ello se ve en el último alza de la lucha de clases en Argentina, en la década del '60 y principios del '70 del siglo que pasó, se realiza en un contexto donde un golpe militar (encabezado por Onganía, 1966) prohibió a los partidos políticos y limitó a los sindicatos, y con eso debilitó parte de las cadenas prácticas, políticas y organizativas que encorsetaban la lucha de clases.
Sin la maquinaria encuadradora de los principales partidos, (o cuando esta falla), se dispara el reaseguro de izquierda, las políticas y programas de la izquierda muy integrada.
En aquel entonces algunos sectores de esa izquierda quisieron canalizar el descontento hacia cuestiones reivindicativas y antiburocráticas, o a defender la salida electoral. Otros sectores, más minoritarios, con similar programa, se presentaron como salvadores con el foquismo.
Los primeros lograron algo de distracción pero no demasiado.
Lograron ganar a obreros clasistas y anticapitalistas destacados para llevarlos a sus políticas y a encuadrarlos. Pero no era suficiente para parar el descontento y la infinidad de luchas descontroladas. Ni lograron impedir que algunos sectores sindicales se politizaran saliendo del gremialismo para defender la revolución, aún cuando esta no estaba clara y no aparecía aún una perspectiva clara de lucha contra el capital como capital. Y la participación y movimientos de masas fueron incrementándose, a pesar de la represió.
Para la clase dominante era demasiado.
Es así que el gobierno de facto se ve obligado a recurrir al sistema democrático, a la vuelta de Perón, para encuadrar el alza de la lucha de clases. Perón como “prenda de paz”. Vuelve y en gran parte empieza a lograrlo, entre otras con la consigna “De casa al trabajo y del trabajo a casa”. La derecha se enseñorea. Pero Perón fallece y no hay garantías. Tienen que ser más drásticos, aplicando un monstruoso genocidio que empezó en democracia con el gobierno democrático ejecutándolo y siguió con una dictadura cívico militar, eliminando una generación de luchadores y luchadoras, con el terror estatal y paraestatal y los asesinatos como principales medios para frenar el alza de la lucha de clases. Y con ello producir una gran derrota sobre fuerzas que aún estaban buscando el camino y organizándose, pero que eran potencialmente poderosas pues no estaban encuadras ni por el sindicalismo tradicional, ni por el peronismo oficial ni por la izquierda socialdemocrática (incluímos aquí a los sectores estalinistas y trotskistas partidarios de la salida electoral y de “un gobierno democrático de coalición”11)
A diferencia de lo dicho por Kautsky y repetido por Lenin y por los estalinistas y trotskistas, consideremos lo que defendían Marx y Engels en el Manifiesto:
Las tesis teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas y principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo.
No son sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos. ”
En Marx y Engels esa intelectualidad burguesa por fuera de la lucha de clases, única capaz de crear esa conciencia socialista, no aparece. Es que como dijimos, Marx y Engels no eran marxistas...
Para el marxismo académico, la socialdemocracia, el estalinismo y el trotskismo la conciencia, la teoría revolucionaria, surgen del pensamiento “científico” y sin dependencia con la lucha de clases. Y es sabido que una de las claves del pensamiento científico es su objetividad, su imparcialidad, su ponerse por encima de las cosas, su “no tomar partido”.
En cambio para nosotros la teoría revolucionaria tiene otro origen, parte de otro lugar. Partimos de la toma de partido, de la toma de posición, de reconocer nuestra subjetividad y parcialidad: estamos teñidos por un odio contra la explotación y opresión del ser humano por el ser humano y un amor por la humanidad doliente, desposeída, que lucha para romper sus cadenas. Y es en esa lucha y de esa lucha que uno extrae conclusiones, produce teoría. No por la lucha en sí misma, sino reflexionando sobre ella y la vida que uno lleva. Compartiendo ideas, aprendiendo colectivamente. Haciendo pequeños y grandes balances, estableciendo cada vez con mayor claridad la línea de separación entre los que están por el mundo del capitalismo y de cualquier tipo de explotación y opresión, y los que buscan cambiarlo realmente.
Partimos de la base que no hay que “enseñar” al proletariado que es explotado, oprimido. Lo sabe mejor que nadie. Puede que no tenga claro cómo ocurre ni cómo salir de ello. Pero menos lo va a tener con las posturas de la izquierda integrada con sus reclamos de ingresos dignos o justos, de que el problema es el ajuste o la inflación o la crisis o el imperialismo.
También partimos de la base que la lucha no se reduce a la que se da dentro de la fábrica, ni sólo a los obreros y obreras industriales, o sólo al lugar de trabajo o a los problemas laborales y salariales. La lucha de clases, subterránea o abierta, larvada o aguda, se da en todos los órdenes de la vida y allí se marcan las diferencias: tomar posición no sólo contra los efectos, sino contra las causas. Tomar partido contra toda propuesta o programa que implique subordinar los intereses emancipatorios a las mejoras, reales o supuestas, transitorias y efímeras, o de apoyo a algún sector burgués o pequeño burgués. No se necesita el conocimiento científico para ello, se necesita ponerse del lado que corresponde de la barricada. Y si se tiene ese conocimiento científico, mejor. Pero no el de la “ciencia pura”, supuestamente apolítica, aislada, al margen o por encima de la humanidad doliente y sus problemas.
Se equivocan quienes para saber “qué hacer” necesitan ponerse a estudiar los cambios del capitalismo o tener grandes disquisiciones sobre los mil y un temas que suelen discutirse en el marxismo de café o en el supuestamente más serio de la academia. Por más teorías nuevas o viejas que se elaboren sobre el imperialismo, los monopolios, el capital financiero, el marcado, la cuestión es más concreta: ¿Se va a luchar hoy por la abolición del sistema de trabajo asalariado y por la destrucción del Estado burgués o se van a apoyar propuestas y programas de organizaciones que se postulan para dirigir ese Estado y para gestionar el capital, desarrollarlo, hacerlo más transparente y “justo”?
Y como ese ejemplo, hay muchas más cosas concretas, posiciones reales que se toman, de un lado y de otro y ese es el asunto.
Por supuesto se necesita la teoría revolucionaria, se necesita del conocimiento científico, no porque no puede haber movimiento revolucionario sin teoría revolucionaria como señalaba Lenin. Sí puede haber movimiento revolucionario. Lo que no podrá sin teoría revolucionaria ese movimiento será triunfar y mantener su triunfo. Porque la teoría revolucionara es la guía para la acción. Desalojar el poder burgués es difícil, pero suponiendo que se logre ¿qué se hará luego? ¿nacionalizaciones? ¿control obrero de la producción? ¿abolición del secreto comercial y bancario?, tal como postulan en sus programas trotskistas y estalinistas?
Si bien un asunto clave de la teoría revolucionaria es el tema del poder, son muchas las cuestiones que ese marxismo hegemónico saca de la agenda o mistifica.
Pensemos en las preguntas sobre cómo derrocar el poder burgués, como destruir el poder de la burguesía y de qué forma, quién y cómo asumirá el poder revolucionario.
Hay cuestiones elementales: ¿qué es el poder, quien lo ejerce efectivamente, cómo?
Creer en la democracia es creer que el poder lo tiene el pueblo cuando ese pueblo está dividido en clases y estas ordenadas jerárquicamente, con roles muy específicos. En una sociedad así, haya democracia o no, lo que existe es una dictadura de una clase que se impone sobre la otra con distintos medios, en particular la violencia, pero no simplemente la represión violenta, expuesta, extemporánea, sino la violencia institucional y constitucional, legal, judicial, incluyendo la violencia del “sentido común” y de los valores establecidos como “normales”, “occidentales y cristianos”.
Ese marxismo hace hincapié en que el poder burgués está en manos del gobierno o del imperialismo o del Estado, centrándolo en el ejecutivo, aunque también está y por sobre todo en el poder judicial, en las fuerzas armadas y de seguridad, -que buscan comandar-, en la burocracia y en el congreso -del cual buscan ser parte-. Pero el poder es mucho más que el poder del gobierno o del Estado y se ejerce por diversas instituciones de todo tipo que muchas veces se presentan como apolíticas y que sin embargo constituyen parte fundamental de la dictadura de la clase dominante.
¿Donde se localizan los puntos de actividad del poder de la clase dominante? ¿Cómo ejerce su dominación, además de lo más evidente? ¿Cómo se posibilita la explotación económica y se mantiene y reproduce? ¿Qué es lo que obstaculiza que la clase obrera se emancipe de toda explotación, además de lo evidente? ¿Cómo se ataca -y destruye- el poder burgués, no el poder de un gobierno o de un sector de la burguesía? ¿Cómo se elimina al capital como capital? ¿Qué dispositivos naturaliza la case dominante para mantenerse en el poder y ejercerlo? ¿Cómo se los visibiliza y ataca?
Y esto es sólo parte de un aspecto. Además está el qué hacer desde esa nueva correlación de fuerzas. Justamente la teoría revolucionara abarca también el qué hacer desde ese nuevo poder instalado, entre otras para no caer en un capitalismo de Estado o en nuevas formas de gestión del Estado burgués o reformas de la economía que no suprimen la explotación. Y cómo ese nuevo poder no se constituye en un nuevo obstáculo para el cambio revolucionario y el logro de una sociedad sin explotación ni opresión. El fin no justifica cualquier medio.
Ahora bien, quien se considera marxista admite que la base de la teoría revolucionaria la elaboraron Marx y Engels. Pero estos llegaron a donde llegaron no porque eran científicos, sino porque habían tomado partido, se habían puesto de un lado en la lucha entre burgueses y proletarios.
Ese partido lo tomaron muchos años antes de que Marx escribiera El Capital y Engels su Antidüring, o tantas obras conocidas.
Justamente gracias a tomar ese partido pudieron elaborar la teoría que elaboraron. Por supuesto no como condición suficiente, pero sí necesaria.
Marx no era un científico que gracias a la metodología científica hace un análisis de la sociedad capitalista, se adentra en los secretos del capital y a partir de allí deduce que hay explotación, descubre el conflicto de clase y luego descubre que este conflicto sólo puede terminarse con la destrucción del Estado burgués, la instauración de la dictadura del proletariado que ponga a fin a la existencia de todas las clases, incluso la proletaria y entonces el Estado mismo, la dictadura del proletariado, dejará de existir. Y entonces se da cuenta que el futuro está en el proletariado, que la verdad está del lado del proletariado y entonces toma partido.
Marx, antes que nada toma partido. Antes que nada está en contra de la explotación y se posiciona por la clase obrera. Mucho tiempo después descubrirá y explicará los mecanismos de la explotación y de cómo se mueve y reproduce su enemigo, el capital.
Cuando los obreros luchan por reducir la jornada a 10 horas y los capitalistas dicen que el mundo se vendrá abajo, pues la ganancia está en las últimas horas del trabajo obrero. Marx -y otros- trata de refutarlos y ello lo lleva a indagar más profundamente sobre cómo ocurre la explotación. El acicate de todos los principales trabajos de Marx y Engels es defender su posición a favor del proletariado y en contra del capital como capital. Acicate que es la lucha de clases, de la que ellos son producto y parte.
Marx, mucho antes de sus estudios científicos que dan origen a El Capital, toma partido y afirma que “La historia (escrita) de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases.” y que “Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado.typ2 comune teoriaypraxisNro2
Denuncia que “Una vez que el obrero ha sufrido la explotación del fabricante y ha recibido su salario en metálico, se convierte en víctima de otros elementos de la burguesía: el casero, el tendero, el prestamista, etc. ”
Y no tiene problemas en afirmar que “Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas productivas sociales, sino aboliendo su propio modo de apropiación en vigor, y, por tanto, todo modo de apropiación existente hasta nuestros días. Los proletarios no tienen nada que salvaguardar; tienen que destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada existente.”.
El proletariado, capa inferior de la sociedad actual, no puede levantarse, no puede enderezarse, sin hacer saltar toda la superestructura formada por las capas de la sociedad oficial.”
Luego, con sus estudios más profundos y con el análisis de los hechos que se generan en la propia realidad de la lucha de clases, va mejorando, perfeccionando y argumentando mejor sus posiciones. Y corrigiendo sus textos o marcando sus limitaciones o errores.-
Un buen ejemplo de dónde vienen las ideas de Marx está en relación con el Estado. En el Manifiesto Marx habla de “conquistar el Estado”. Pero años después ocurre el levantamiento de la Comuna de Paris, movimiento que Marx no propició, que incluso le pareció un error, pero que no dudó en apoyar. Y no sólo apoyar: aprendió de él. A partir de entonces Marx dirá que no sólo se debe conquistar el Estado, sino que ese Estado no sirve, debe ser destruido. Éste es uno de los aportes más importantes de Marx y que luego retomaría Lenin con los Soviets y en su trabajo “El Estado y la Revolución”. Y no salió de la cabeza intelectual científica de Marx, sino en primer lugar aparece la experiencia de lucha del proletariado y gracias a ella puede sacar conclusiones.
La Comuna ha demostrado, sobre todo, que «la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines».
¿Salieron esas ideas de la intelectualidad burguesa -que por supuesto se horrorizó ante la desfachatez del proletariado parisino y luego del proletariado ruso?. No, se basan en la propia lucha de clases.
Por supuesto esas ideas no salen de una manera espontánea y directa. Hay que reflexionar, hay que sacar conclusiones, hay que hacer abstracciones, generalizaciones, criticar, argumentar, aplicar método, ver los limites, comprobar, discutir, intercambiar. Aún en la cabeza de unos pocos está la presencia colectiva.
Las ideas políticas, económicas, correctas o incorrectas, son productos sociales, colectivos, imposibles de aparecer en un individuo aislado de la sociedad, de la lucha de clases.
Y esas reflexiones y conclusiones también se hacen desde una posición, así como tampoco se ve lo mismo desde una choza que desde un palacio.
Marx y Engels sacan esas conclusiones pues primero de todo toman partido, quieren hacer la revolución comunista y están comprometidos con el movimiento de abolir el orden actual. Observan las dificultades para este movimiento, y justamente por no buscar etapas previas a esa revolución concluyen que el Estado burgués no sirve, debe ser destruido. Y la comuna es una forma que puede servir por un conjunto de situaciones que se dieron en ella, rompiendo las divisiones entre legislativo, ejecutivo, etc y ejerciendo el poder directamente.
En su toma de partido previa a sus grandes aportes teóricos Marx y Engels de entrada plantearán algo fundamental: “La condición de existencia del capital es el trabajo asalariado ”. Y por supuesto, afirmaría “Los obreros no tienen patriatyp2 Comuna de Paris teoria y praxis Nro2
Ellos estaban de alguna manera con lo que Engels llamaría “socialismo científico”, sin embargo, no escriben el “Manifiesto del Partido Socialista”. Menos aún “El Manifiesto del Partido de Izquierda y de los Trabajadores” , sino que usarán la palabra Comunista. ¿Fue un concienzudo análisis científico y además al margen de la lucha de clases, el que los llevó a dicha elección?. Para nada. En primer lugar y por sobre todo tomaron partido. Y sobre esa toma de partido es que analizan y eligen dicho nombre:
En 1847, se comprendía con el nombre de socialista a dos categorías de personas. De un lado, los partidarios de diferentes sistemas utópicos, particularmente los owenistas en Inglaterra y los fourieristas en Francia, que no eran ya sino simples sectas en proceso de extinción paulatina. De otro lado, los más diversos curanderos sociales que aspiraban a suprimir, con sus variadas panaceas y emplastos de toda suerte, las lacras sociales sin dañar en lo más mínimo al capital ni a la ganancia. En ambos casos, gentes que se hallaban fuera del movimiento obrero y que buscaban apoyo más bien en las clases «instruidas».
En cambio, la parte de los obreros que, convencida de la insuficiencia de las revoluciones meramente políticas, exigía una transformación radical de la sociedad, se llamaba entonces comunista. Era un comunismo apenas elaborado, sólo instintivo, a veces algo tosco; pero fue asaz pujante para crear dos sistemas de comunismo utópico”
Como vemos, uno de los principales argumentos para rechazar de plano distintos sistemas sociales era porque no dañaban ni al capital ni a la ganancia. Además vemos también que se posicionaban por la transformación radical de la sociedad y que el comunismo no lo habían inventado ellos ni científicos intelectuales burgueses.
En otro lugar dirán:
El socialismo representaba en 1847 un movimiento burgués; el comunismo, un movimiento obrero. El socialismo era, al menos en el continente, muy respetable; el comunismo era todo lo contrario. Y como nosotros ya en aquel tiempo sosteníamos muy decididamente el criterio de que «la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la clase obrera misma», no pudimos vacilar un instante sobre cuál de las dos denominaciones procedía elegir. Y posteriormente no se nos ha ocurrido jamás renunciar a ella.”
Ellos se guiaban por un criterio que sostenían muy decididamente, es decir, tenían su posición clara: «la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la clase obrera misma». Y no estaban por la “respetabilidad”-
Respecto a su teoría, en 1848, decían: “los comunistas pueden resumir su teoría en esta fórmula única: abolición de la propiedad privada.” Y lo reforzarían con una afirmación muy clara y contundente:
Los proletarios no tienen nada que salvaguardar; tienen que destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada existente.”
Leer bien: se posicionaban por destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada existente... Compárese con los programas de máxima y de mínima y los programas de transición. Compárese con los programas de la izquierda de tronco socialdemócrata, estalinista o trotskista. ¿Dónde en ellos se defiende destruir todo lo que ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada existente?
Todas esas frases están sacadas del Manifiesto de 1848. Muchos años antes del su obra “científica”.
Expulsado de varios países, Marx se instala en Londres donde pasa extremas privaciones al punto que cuatro de sus hijos mueren tras sufrir insuficiente nutrición. Recién para 1860, especialmente desde 1863, comienza a escribir lo que luego sería El Capital, saliendo el tomo I en 1867. La Comuna de Paris, 1871, marca otro punto de inflexión en aspectos de su teoría, como ya señalamos.typ2 marx engels en la imprenta de la rheinische zeitung colonia teoria y praxis Nro2
Son muchas las frases en que Marx y Engels, antes de sus grandes desarrollos teóricos, que ponen en evidencia su toma de posición, su toma de partido, donde por supuesto también toman partido por la necesidad de la fundamentación científica de sus posiciones.
Siguiendo con el Manifiesto vemos claras muestras de sus tomas de posición:
Por libertad, en las condiciones actuales de la producción burguesa, se entiende la libertad de comercio, la libertad de comprar y vender.”“
La cultura, cuya pérdida ((la burguesía)) deplora, no es para la inmensa mayoría de los hombres más que el adiestramiento que los transforma en máquinas.
¿Nos reprocháis el querer abolir la explotación de los hijos por sus padres? Confesamos este crimen. “
Para el burgués, su mujer no es otra cosa que un instrumento de producción. Oye decir que los instrumentos de producción deben ser de utilización común, y, naturalmente, no puede por menos de pensar que las mujeres correrán la misma suerte de la socialización.
No sospecha que se trata precisamente de acabar con esa situación de la mujer como simple instrumento de producción. “
El poder político, hablando propiamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra. Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se constituye indefectiblemente en clase; si mediante la revolución se convierte en clase dominante y, en cuanto clase dominante, suprime por la fuerza las viejas relaciones de producción, suprime, al mismo tiempo que estas relaciones de producción, las condiciones para la existencia del antagonismo de clase y de las clases en general, y, por tanto, su propia dominación como clase.”
Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente. Las clases dominantes pueden temblar ante una Revolución Comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar.
¡PROLETARIOS DE TODOS LOS PAÍSES, UNÍOS! “
Escrito por C. Marx y F. Engels en diciembre 1847-enero de 1848. Publicado por primera vez folleto aparte en alemán en Londres, en febrero 1848. Las citas están de acuerdo con el texto de edición alemana de 1890.
Invisibilizar las posiciones realmente anticapitalista, comunistas, revolucionarias
Una de las funciones que tiene el marxismo académico es contribuir a la invisibilización de las posturas proletarias revolucionarias.
Mientras que, nos cuenta Engels,
Marx confiaba tan sólo en el desarrollo intelectual de la clase obrera, que debía resultar inevitablemente de la acción conjunta y de la discusión. Los acontecimientos y las vicisitudes de la lucha contra el capital, las derrotas, más aún que las victorias, no podían dejar de hacer ver a los combatientes la insuficiencia de todas las panaceas en que hasta entonces habían creído y de tornarles más capaces de penetrar hasta las verdaderas condiciones de la emancipación obrera.” (Prólogo de Engels -1890- al Manifiesto),
el marxismo académico sólo confía en la producción académica. O sólo reconoce la producción académica o institucionalizada.
En las luchas de la clase obrera y en la infinidad de grupos anticapitalistas, revolucionarios, comunistas de izquierda que han surgido, perdurado o desaparecidos en estos últimos cien años, se han producido aportes muy importantes. Argumentaciones y posicionamientos fundamentales escritos en volantes, periódicos, folletos, libros clandestinos, encuentros, congresos, reuniones, charlas. Algunos de esos documentos han sobrevivido y de alguna manera hoy gracias a Internet son accesibles. Otros han sobrevividos pero no están digitalizados y se encuentran en algunas bibliotecas “especializadas” del mundo o en archivos personales. Y finalmente una gran mayoría se ha perdido para siempre. Pero como dijimos, una parte importante existe y es accesible. Por poner ejemplos de algunos importantes, “Las Tesis de Roma” (1922) y “Las Tesis de Lyon” (1928) y escritos de la revista Bilan (Balance) de 1933 y 1934, todos ellos producidos por fracciones de la izquierda comunista, tan calumniada y atacada por el estalinismo y el trostksimo, como invisibilizada. En Argentina infinidad de materiales de la década del 60 y 70 a contracorriente de las tendencias reformistas de la socialdemocracia, el estalinismo y el trotskismo. Y ni hablar de los saberes “prácticos” de obreros y obreras en lucha o luego de las luchas, especialmente en las derrotas, pero también en los triunfos parciales.
Ningún material de ese tipo es tenido en cuenta por la izquierda y el marxismo académico. Es más, si algún intelectual se acerca a alguna de aquellas posiciones, como reconocer que la contradicción fundamental es burguesía-proletariado, la crítica a la dependencia, a concepciones erróneas sobre el imperialismo, lo presentan como si han descubierto la pólvora o le vino sugerido por algún colega académico que la esbozó antes. Cuando en realidad son temas tratados y desarrollado de una mejor y más profunda manera por partícipes de la lucha de clases que no estaban en la academia ni sus escritos tenían el “prohibida toda forma de reproducción” o el IBSN o ISSN. Ni grandes aparatos partidarios o sindicales atrás.
Pero claro, aquellos materiales -como estos de esta revista o de revistas similares de otros grupos militantes- no cuentan pues no fueron producidos por doctos intelectuales con muchos títulos ni por grandes aparatos partidarios.
Es más, a veces en esos materiales, en esas elaboraciones, participaron personas que tenían títulos académicos, pero sus posiciones en esos escritos no venían de esos títulos, ni de la formación recibida en la academia, ni les importaba un bledo poner de manifiesto esos títulos personales, su nombre real o imponer un copyrigth que impidiera su reproducción y uso. Por el contrario, la mayoría de las veces preferían el anonimato y el pseudónimo tanto por sus concepciones sobre la forma de producir: colectiva, como también, muchas veces, por obvios motivos de seguridad.
La atracción del agujero negro
Si bien es evidente la función de invisibilización de posturas revolucionaras que ejerce el marxismo hegemónico, el marxismo académico y de los partidos tradicionales (socialdemocracia, estalinismo y trotskismo) es menos evidente su papel de agujero negro para la lucha de clases.
Como se sabe, un agujero negro es una región del espacio donde existe una concentración tan grande de la masa que genera un campo gravitatorio tan grande que de él no puede salir ninguna partícula material, ni siquiera la luz. Y que todo lo que se le acerca es “deglutido” atraído por tamaña fuerza gravitatoria. Y queda prisionero allí.
El marxismo hegemónico ha cumplido el papel de agujero negro para el movimiento revolucionario y para la teoría revolucionaria.
Solemos decir que la clase dominante, sin recurrir a la violencia física directa, impone sus puntos de vista, su ideología, sus pautas culturales, sus reglas y normas y hasta el propio sentido común, estableciendo con sus usinas de producción teórica, ideológica y política los temas de agenda, la información a dar y cómo interpretarla, así como pautas de todo tipo que afectan a la vida cotidiana, a la política, a todo.
Pero sabemos que la clase dominante no es homogénea y existen en ellas diversos sectores e intereses que también se expresan en propuestas políticas, en teorías, concepciones, etc. Y entre esos sectores no siempre la coexistencia es pacífica y cuando hay en juego poderosos intereses no tiene problemas a recurrir a la violencia entre ellos, incluyendo la guerra -naturalmente usando de carne de cañón a parte del pueblo-, para lograr sus fines. Pero pese a esas guerras y heterogeneidades tienen una gran base común: la defensa del sistema de trabajo asalariado, del capital como el capital.
El peligro que comportaba el proletariado en lucha en en siglo XIX, especialmente lo evidenciado con la Comuna de París, plantea la necesidad de canalizar el descontento social hacia un terreno controlable e integrable. Es que la represión directa, violenta, bruta, es un recurso para ciertas ocasiones y para períodos limitados de tiempo. Se necesita también del consenso. Es más económico y seguro extinguir las aspiraciones revolucionarias y trabajar para que no aparezcan y crezcan. Y lo que no puede lograrse desde afuera debe lograrse desde adentro.
De esa manera, reivindicaciones antes negadas -República, Democracia, Jornada de 8 horas, un salario justo, condiciones de trabajo dignas- pasan a otorgarse como mecanismos para atemperar el conflicto social y alejar el peligro revolucionario. Por supuesto en un ir y venir contradictorio y vinculado a las historias y relaciones de fuerza de cada país.
Para entender mejor veamos cómo plantea el asunto un lúcido dirigente burgués, que fue incomprendido por la mayoría de sus pares burgueses que por todos los medios (incluyendo los Golpes de Estado) se opusieron a sus designios.
(...) de un lado, me han dicho que soy nazi, de otro lado han sostenido que soy comunista; todo lo que me da la verdadera certidumbre de que estoy colocado en el perfecto equilibrio que busco en la acción que desarrollo en la Secretaría de Trabajo y Previsión.
Pienso que el problema social se resuelve de una sola manera: obrando conscientemente para buscar una perfecta regulación entre las clases trabajadoras, medias y capitalistas, procurando una armonización perfecta de fuerzas, donde la riqueza no se vea perjudicada, propendiendo por todos los medios a crear un bienestar social, sin el cual la fortuna es un verdadero fenómeno de espejismo que puede romperse de un momento a otro. Una riqueza sin estabilidad social puede ser poderosa, pero será siempre frágil, y ése es el peligro que viéndolo, trata de evitar por todos los medios la Secretaría de Trabajo y Previsión (…).
Hasta ahora estos problemas han sido encarados por una verdadera lucha. Yo no creo que la solución de los problemas sociales esté en seguir la lucha entre el capital y el trabajo. Ya hace más de sesenta años, cuando las teorías del sindicalismo socialista comenzaron a producir sus frutos en esa lucha, opiniones extraordinariamente autorizadas, como la de Massini y la de León XIII proclamaron nuevas doctrinas, con las cuales debía desaparecer esa lucha inútil, que como toda lucha no produce sino destrucción de valores.
El Estado, en gran parte, se había desentendido del problema social, en lo que él tiene de trascendente, para solucionar superficialmente los conflictos y problemas parciales. Es así que el panorama de la política social seguida representa una serie de enmiendas colocadas alrededor de alguna ley, que por no haber resultado orgánicamente la columna vertebral de esa política social, se ha resuelto parcialmente el problema, dejando el resto totalmente sin solución.
Las masas obreras que no han sido organizadas presentan un panorama peligroso, porque la masa más peligrosa, sin duda, es la inorgánica.
La experiencia moderna demuestra que las masas obreras mejor organizadas son, sin duda, las que pueden ser dirigidas y mejor conducidas en todos los órdenes. La falta de una política social bien determinada ha llevado a formar en nuestro país esa masa amorfa. Los dirigentes son, sin duda, un factor fundamental que aquí ha sido también totalmente descuidado. El pueblo por sí, no cuenta con dirigentes. Y yo llamo a la reflexión de los señores para que piensen en manos de quiénes estaban las masas obreras argentinas, y cuál podía ser el porvenir de esa masa, que en un crecido porcentaje se encontraba en manos de comunistas, que no tenían ni siquiera la condición de ser argentinos, sino importados, sostenidos y pagados desde el exterior.
Esas masas inorgánicas, abandonadas, sin una cultura general, sin una cultura política, eran un medio de cultivo para esos agitadores profesionales extranjeros. Para hacer desaparecer de la masa ese grave peligro, no existen más que tres caminos, o tres soluciones: primero, engañar a las masas con promesas o con la esperanza de leyes que vendrán, pero que nunca llegan; segundo, someterlas por la fuerza; pero estas dos soluciones, señores, llevan a posponer los problemas, jamás a resolverlos.
Hay una sola forma de resolver el problema de la agitación de las masas, y ella es la verdadera justicia social en la medida de todo aquello que sea posible a la riqueza de su país y a su propia economía, ya que el bienestar de las clases dirigentes y de las clases obreras está siempre en razón directa de la economía nacional. Ir más allá, es marchar hacia un cataclismo económico; quedarse muy acá, es marchar hacia un cataclismo social; y hoy, esos dos extremos, por dar mucho o por no dar nada, como todos los extremos, se juntan y es para el país, en cualquiera de los dos casos, la ruina absoluta (…).
Luego pasa a defender por qué sindicalizar a los obreros:
Sobre esta cuestión del sindicalismo existen prejuicios de los más arraigados, pero que no resisten al menor análisis. Todavía hay hombres que se asustan de la palabra sindicalismo.
Ello me hace recordar a esos chicos que para hacerlos dormir a la noche, les hablan del “hombre de la bolsa” y que luego, cuando tienen treinta años, si les nombran “el hombre de la bolsa”, se dan vuelta asustados, aun cuando saben que ese hombre no existe.
Con el sindicalismo pasa lo mismo. Hay personas que por un arraigado y viejo prejuicio, se asustan de él; y lo que es más notable, hay algunos patrones que se oponen a que sus obreros estén sindicalizados, aunque ellos, desde el punto de vista patronal, forman sindicatos patronales.
Es grave error creer que el sindicalismo obrero es un perjuicio para el patrón. En manera alguna es así. Por el contrario, es la forma de evitar que el patrón tenga que luchar con sus obreros, que su sociedad patronal que lo representa luche con la sociedad obrera que representa al gremio. En síntesis, es el medio para que lleguen a un acuerdo, no a una lucha.
Así se suprimen las huelgas, los conflictos parciales, aunque, indudablemente, las masas obreras pasan a tener el derecho de discutir sus propios intereses, desde una misma altura con las fuerzas patronales, lo que analizado, es de una absoluta justicia. A nadie se le puede negar el derecho de asociarse lícitamente para defender sus bienes colectivos o individuales: ni al patrón, ni al obrero. Y el Estado está en la obligación de defender una asociación como la otra, porque le conviene tener fuerzas orgánicas que puede controlar y que puede dirigir; y no fuerzas inorgánicas que escapan a su dirección y a su control. Por eso nosotros hemos propiciado desde allí un sindicalismo, pero un verdadero sindicalismo gremial. No queremos que los sindicatos estén divididos en fracciones políticas, porque lo peligroso es, casualmente, el sindicalismo político (…).
(...)
Para evitar que las masas que han recibido la justicia social necesaria y lógica no vayan en sus pretensiones más allá, el primer remedio es la organización de esas masas para que, formando organismos responsables, organismos lógicos y racionales, bien dirigidos, que no vayan tras la injusticia, porque el sentido común de las masas orgánicas termina por imponerse a las pretensiones exageradas de algunos de sus hombres. Ése sería el seguro, la organización de las masas. Ya el Estado organizaría el reaseguro, que es la autoridad necesaria para que cuando esté en su lugar nadie pueda salirse de él, porque el organismo estatal tiene el instrumento que, si es necesario, por la fuerza ponga las cosas en su quicio y no permita que salgan de su cauce.
Ésa es la solución integral que el Estado encara en este momento para la solución del problema social.
Pero lo que sigue primando en las clases trabajadoras es un odio bastante marcado hacia sus patrones (…).
Existe un encono muy grande; no sé si será justificado, o si simplemente será provocado, pero el hecho es que existe. Contra esto no hay más que una sola manera de proceder: si el Estado es el que realiza la obra social, él es quien se gana la voluntad de los trabajadores; pero si los propios patrones realizan su propia obra social, serán ellos quienes se ganen el cariño, el respeto y la consideración de sus propios trabajadores (…).
Por eso creo que si yo fuera dueño de una fábrica, no me costaría ganarme el afecto de mis obreros con una obra social realizada con inteligencia. Muchas veces ello se logra con el médico que va a la casa de un obrero que tiene un hijo enfermo, con un pequeño regalo en un día particular; el patrón que pasa y palmea amablemente a sus hombres y les habla de cuando en cuando, así como nosotros lo hacemos con nuestros soldados. Para que los obreros sean más eficaces han de ser manejados con el corazón. El hombre es más sensible al comando cuando el comando va hacia el corazón, que cuando va hacia la cabeza. También los obreros pueden ser dirigidos así. Sólo es necesario que los hombres que tienen obreros a sus órdenes, lleguen hasta ellos por esas vías, para dominarlos, para hacerlos verdaderos colaboradores y cooperadores, como se hace en muchas partes de Europa que he visitado, en que el patrón de la fábrica, o el Estado, cuando éste es el dueño, a fin de año, en lugar de dar un aguinaldo, les da una acción de la fábrica. De esa manera, un hombre que lleva treinta años de servicios tiene treinta acciones de la fábrica, se siente patrón, se sacrifica, ya no le interesan las horas de trabajo (…).
Estas palabras dichas en 1944 ante la Cámara de Comercio de BsAs, por el entonces Coronel Perón, funcionario de un gobierno de facto, son todo un programa estratégico de defensa del capitalismo. Y esa función que cumplió el peronismo desde 1945 ya la venía cumpliendo en Europa la socialdemocracia, con similares objetivos y similares medios.
No son el populismo y la socialdemocracia las únicas recetas para garantizar el control social. O en todo caso, es necesario percibir que la variedad de variantes hacia la derecha y a la izquierda que pueden presentar estas políticas son casi ilimitadas. De ahí la importancia de analizar pormenorizadamente el asistencialismo social burgués, sus prácticas estatistas o privadas, sus posiblidades y limitaciones, y cómo le hacen el juego los partidos de izquierda.
Una de las funciones principales del marxismo de la academia, el marxismo del estalinismo y del trotskismo12, es capturar toda aquella inquietud, movimiento, formulación que logre escapar del populismo y de la socialdemocracia o trata de enfrentarlos. Por supuesto lo hará en nombre de una postura revolucionaria, clasista, anticapitalista, pues así se le facilita mejor su función encuadradora y encorcetadora.
Si “sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario”, la tarea es bloquear la apropiación, desarrollo y producción de la teoría revolucionaria. Y presentar como teoría revolucionaria al marxismo hegemónico.
Se bloquea la apropiación con sepultar la obra de Marx y Engels con una montaña de artículos, folletos, libros que la dan digerida, interpretada, simplificada. Al mismo tiempo promueven, por épocas, agresivas políticas de desarrollo de cuadros, de cursos, seminarios y conferencias para defender el marxismo hegemónico y postularlo como el verdadero. También se bloquea la apropiación del marxismo revolucionario invisibilizando producciones de quienes cuestionaron las políticas y programas de la socialdemocracia, del estalinismo y del trotskismo, sus diversas estrategias y tácticas y sus caracterizaciones. O caricaturizando y distorsionando sus posiciones.
Se bloquea el desarrollo de la teoría revolucionaria dictaminando que esta viene de la intelectualidad burguesa y de un “profundo” conocimiento científico, sin depender de la lucha de clases. De esa manera toda producción que se aparte de los caminos admitidos es negada o desprestigiada.
Y lo que es fundamental, se bloquea la producción de la teoría revolucionaria al no promover formas de relación y producción entre quienes en realidad cargan sobre sus hombros la lucha cotidiana de resistencia al capital y contra las diversas injusticias. Por el contrario, esa militancia es excluida de dicha producción mediante diversos dispositivos.
Esa exclusión se logra gran parte porque el propio capital y la vida en el capitalismo lo impide, sobresaliendo aquí el cansancio que produce el trabajo embrutecedor y repetitivo, el poco tiempo libre y la propia organización que hace la sociedad del tiempo libre, con las pautas consumistas y regulatorias.
Pero también porque las organizaciones que promueve ese marxismo hegemónico son verticalistas, con clara división entre el trabajo manual e intelectual, entre el que reparte los volantes, revistas y periódicos, promueve sus lecturas y discusiones y aquellos que los elaboran. Y la subestimación y/o el desprecio de las ideas que puede tener alguien que no tiene mayor lectura, no sabe expresarse muy bien, que no tiene todos los argumentos y sus ideas aún son rudimentarias. Y por supuesto todo militante arrancan de escalones más bajos cuando no ha pasado por la academia o por puestos directivos.
Además, el marxismo hegemónico hace también otra cosa para tener todo bajo su control: Las mismas estructuras organizativas hacen a todo depender de uno o varios centros, que son los únicos que realmente tienen una visión del conjunto, compartimentalizan, mantienen la división propiciada por la burguesía entre lo político, lo económico, lo social, lo cultural, la mujer, la juventud, etc.
La clase obrera debe luchar por mejoras salariales y de trabajo, seguir organizada gremialmente en sindicatos que tan brillantemente describía Perón. Y todos deben estar muy bien organizados, también tal cual explicaba Perón. Hasta la misma forma de organización interna se hace de tal manera que se depende del centro para todo.
Por otro lado, todo el esfuerzo productivo de ese marxismo hegemónico se centra en dos líneas principales:
  • El académico en la búsqueda por interpretar el mundo, cuando lo que se necesita es transformarlo.
  • El político partidario en encuadrar a sus militantes y simpatizantes en las verdades reveladas de sus manuales, en la búsqueda de justificar sus tácticas, incluyendo sus piruetas tácticas y en evitar cualquier balance profundo y cuestionador.
Entre los dispositivos que se usan para lograr el encuadramiento y el lograr atraer hacia el agujero negro de sus políticas todo esfuerzo que pueda escapar de sus redes y transformarse en un problema o en una crítica profunda, está en la determinación de los temas de estudio, de la agenda teórica y política.
Los temas estratégicos desaparecen y todo se remite a la coyuntura o a lo táctico, pues de otra manera esas tácticas no podrían mantenerse sin ponerse en evidencia. A veces presentan algunos modelos y utopías, que terminan en variantes de un capitalismo de Estado, o de un capitalismo sin capitalistas, o de una sociedad mercantil de pequeños productores.
Pongamos un caso. Sea que creamos que nuestra función es “desarrollar conciencia”, “hacer conciente a la gente”, o creamos que nuestra función en posicionarnos, tomar partido frente a x tema, clase, etc, si pensamos el asunto estratégicamente ¿de qué sirve hacer una campaña “contra los candidatos del ajuste”?. Y no nos referimos simplemente al tema electoral o la postura ante el parlamentarismo. Nos referimos a qué idea /conciencia /posición promueve “contra el ajuste”. Obviamente establecer que el problema es el ajuste. Dicho de otra manera, no es que somos desapropiados del fruto de nuestro trabajo, exista o no ajuste, sea el salario alto o bajo, haya más o menos presupuesto educativo, en salud, etc.
Siempre toda lucha es contra los efectos, nunca contra las causas. Por lo que así promueven la idea que son los efectos la causa y con eso la causa queda oculta y la lucha contra las causas pospuesta para siempre.
Si estratégicamente nuestro objetivo es destruir el Estado burgués, que el Estado es el órgano de la clase dominante para mantener su sistema de explotación, no un órgano por encima de las clases y equidistante como decía Perón, ¿qué estamos diciendo cuando nos candidateamos para presidirlo, cuando impulsamos nacionalizaciones o salimos a defenderlo contra el imperialismo, el FMI, los buitres o los ingleses?
¿Qué estamos diciendo cuando se hace eje en la lucha contra la carestía de la vida, contra la inflación, contra la crisis, contra la desocupación y no se los presenta como efectos ni se lo vincula con la propiedad y el sistema de trabajo asalariado y doméstico?
Un ejemplo de esto lo tratámos muchos años atrás en el libro “Crítica al Programa de Transición de Leon Trotsky” (www.teoriaypraxis.org/libros) cuando se ponía un ejemplo simple:
“Al respecto es clave no caer en la trampa que nos propone siempre el sindicalismo, el reformismo, el estalinismo, el trotskismo, que frente al tema de cierres de empresas o despidos plantean “defendamos la fuente de trabajo”, que lleva como un tobogán a defender a los empresarios particulares o al Estado y mete a los obreros en los laberintos del que todo tiene que perder y nada que ganar. Al contrario de ello, frente a los cierres y despidos nosotros debemos defender la fuerza de trabajo y actuar en consecuencia. Por eso es mucho más apropiada la consigna de que “se nos garantice un ingreso o un trabajo”, marcando sus limitaciones. ”
A diferencia de la agenda del marxismo hegemónico, que postula un millón de temas de todo tipo, orientados por tratar de explicarlos, de interpretarlos, para el marxismo revolucionario los temas que hay que dedicar el esfuerzo están orientados principalmente a dos cosas: cómo derrotar a la burguesía y cómo construir una sociedad que vaya eliminando definitivamente toda explotación y todo rastro de injusticia y opresión de cualquier tipo. A lo que se le deben sumar otras dos: por qué aún no se pudo y las fuerzas anticapitalistas son muy débiles y como se revierte la actual situación.
En esa producción lo estratégico es clave y desde esa mirada estratégica se debe encarar lo táctico.
Para nosotros/as las acciones, las propuestas, las actividades se deben encarar y valorar teniendo en cuenta los objetivos finales, que en lo inmediato pueden definirse como la conquista de las fuerzas productivas sociales aboliendo el modo de apropiación en vigor, y, por tanto, todo modo de apropiación existente hasta nuestros días. Los proletarios no tienen nada que salvaguardar; tienen que destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada existente.
Y retormar todo aquello que citamos de Marx en este escrito, desde la lucha por abolir el sistema de trabajo asalariado (y el sistema de trabajo doméstico agregamos), defender que no tenemos patria, y que las luchas de resistencia deben orientarse por dañar al capital y a la ganancia.
Esto también presupone una nueva manera de concebir la reapropiación, desarrollo y producción de la teoría revolucionaria, de la guía para la acción, de la política a llevar adelante, de la estrategia y las tácticas.
Como dijimos, el punto de partida no es la conciencia producida y venida de afuera de la lucha de clases, sino el tomar partido, el posicionarse en esa lucha de clases.
Pero no alcanza.
No alcanza pues esa guía para la acción no es ni puede ser producida por la intelectualidad burguesa, por la academia ni por los dirigentes de alguna organización que se considere “el partido”. Es una obra colectiva que arranca en la praxis, en la cual puede y debe participar desde aquel peón sin estudios primarios hasta un ama de casa que hasta hace poco pensaba que la política no era para ella.
Y no era para ella porque por política se entiende lo que quiere que entendamos la burguesía y el marxismo académico. Una actividad parcial, separada, producida por especialistas y llevada adelante por profesionales o militantes políticos.
Si “la humanidad sólo se propone las tareas que está en condiciones de resolver”, hoy no sólo es necesario sino que existen posibilidades de plantearnos construir una nueva forma de producción de la teoría revolucionaria. Ya vimos desde donde (desde tomar partido), quién (todo aquel que lucha contra no sólo contra los efectos sino también contra las causa de la explotación, la opresión e injusticias) y nos falta el cómo.
Es cierto que están quienes piensan que la tarea de elaborar esa teoría es el Partido. Pero ocurre que aún cuando esa formulación fuera correcta, la realidad es que el Partido revolucionario mundial hoy no existe, en todo caso existen organizaciones que se llaman como tal pero que no tienen ni la fuerza, ni la presencia no ya en el mundo sino en el propio país donde son más fuertes como para enfrentar una tarea de tamaña dimensión.
Por supuesto que en esa tarea colectiva, además de los obstáculos que impone la burguesía, su ideología, su política sus prácticas, las condiciones de vida, nos encontramos con muchos otros obstáculos: los sectarismos, el considerarse como únicos poseedores de la verdad, la intolerancia, el no tener la costumbre de la lectura y el estudio de textos extensos, la poca práctica en la escritura, en la elaboración, por listar algunos pocos. Lamentablemente vencerlos no es simplemente una tarea de buena voluntad o buenas intenciones, por lo que tenemos que trabajar con lo que hay.
Si bien tienen muchas limitaciones y peligros, las comunicaciones que se posibilitan gracias a Internet podrían darnos una mano en lo que hace al atemperar el aislamiento, a la dificultad de divulgar información y aportes, y eventualmente encarar actividades colaborativas. Hasta que no apareció Internet, las minorías anticapitalistas, clasistas, estaban en gran medida condicionadas y hasta condenadas al aislamiento. Y sus tomas de posición, sus volantes, sus hojas, permanecían sin posibilidad de sumarse al torrente necesario para salir de la actual situación de debilidad.
También existe mucha autosubestimación y una idea intelectualista de qué es la teoría revolucionaria, cómo y quién la elabora, qué condiciones debe tener para dicha elaboración, que apabullan y anulan.
No se aporta a la teoría revolucionaria solamente haciendo varios tomos como El Capital o grandes y eruditos tratados sobre la revolución y sus temas. Por suerte ya tenemos en nuestro haber los aportes de los clásicos y con ellos la tarea es más bien de reapropiación, aplicación, divulgación, análisis, crítica, defensa y continuación.
La teoría revolucionaria aparece también cuando se hace un buen volante que toma partido, que parte la sociedad donde hay que partirla. Que no se queda en la coyuntura o en los efectos y aporta a la comprensión de las causas y en cómo enfrentarlas.
Un volante ayuda a la guía para la acción cuando hace una buena denuncia, informa sobre realidades ocultas, llama a convocar fuerzas contra situaciones de injusticia y opresión, y más cuando lo hace contra la explotación. Y es un buen volante cuando no es un mero papel sino que expresa gente que lucha y se organiza contra el capital como capital y contra el poder burgués dominante.
También pueden aportar a la teoría discusiones que se dan por escrito en las redes, cuando se hacen con buenas argumentaciones y desarrollos. Pero sólo si no quedan allí.
Ni los volantes, artículos, folletos, libros, discusiones, por sí solos pueden transformarse en teoría, en guías para la acción, si las ideas y posiciones allí expresadas se quedan circunscritas a un pequeño radio de acción, si no son conocidas y tomadas por otros, si de ellos no se extraen conclusiones, enseñanzas y se vinculan con otras experiencias y luchas, si no se relacionan y encadenan con el cuerpo principal de la teoría ya existente.
No pretendemos en este escrito dar una respuesta a todas estas cuestiones, sino simplemente poner de manifiesto que los aportes a teoría revolucionaria están condenados a desaparecer, y la teoría a no crecer, a no desarrollarse toda vez que se orbite alrededor del agujero negro del marxismo académico y del marxismo de las posturas etapistas e integradoras de la socialdemocracia, el estalinismo y el trotskismo.
Y que el punto de partida de la teoría revolucionaria es la toma de posición concreta, real, práctica, contra el capital como capital, contra el sistema de trabajo asalariado y doméstico, por la destrucción del Estado burgués y que el proletariado se constituya en poder en el camino a la desaparición de todo el poder. Que no tenemos patria y por ende que no cabe la lucha por intereses nacionales ni por el progreso ni el desarrollo capitalista, ni por el Capitalismo de Estado, ni otras propuestas de la burguesía y la pequeña burguesía. Que se posicionan por destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada existente.
La lista puede ser mejorada, ampliada o resumida, pero el sentido está claro.
En páginas anteriores hemos citado a Engels cuando decía que
Marx confiaba tan sólo en el desarrollo intelectual de la clase obrera, que debía resultar inevitablemente de la acción conjunta y de la discusión. Los acontecimientos y las vicisitudes de la lucha contra el capital, las derrotas, más aún que las victorias, no podían dejar de hacer ver a los combatientes la insuficiencia de todas las panaceas en que hasta entonces habían creído y de tornarles más capaces de penetrar hasta las verdaderas condiciones de la emancipación obrera.”
Es cierto que se alzaron numerosos obstáculos para que aquella confianza se viera plasmada en posiciones, fuerza y organización capaz justamente de lograr la emancipación obrera. Y uno de esos obstáculos fue que la mayoría de los dirigentes o teóricos que se definieron como marxistas pasaron a defender e impulsar que esa tarea era obra de parte de la intelectualidad burguesa. Y los principales partidos y organizaciones de la época -y más aún después- condujeron las luchas por caminos de integración, luchando contra los efectos y no contra las causas; estigmatizando y condenando a los grupos que no se plegaban a esas políticas y por el contrario le hacían frente. Es más, varios de esos partidos inventaron nuevas panaceas, como llamar socialismo al capitalismo de Estado, o llamar a luchar por programas de máxima y de mínima o de transición, defendiendo banderas de la burguesía y concibiendo al cambio como algo etapista, con los objetivos del progreso, el desarrollo y la democracia.
Intentamos refutar aquellas formulaciones. Y de lo que hemos expuesto se desprenden también tareas que hoy son necesarias para promover para la necesaria producción teórico-política anticapitalista y revolucionaria.
Sabemos que tenemos que trabajar para alterar la actual correlación de fuerzas y porque las existentes, muy pequeñas por cierto, no estén tan dispersas, aisladas, desconectadas y puedan potenciarse de manera que también se enfrente a la pobre reapropiación, producción y divulgación teórica y política estratégica.
Porque en definitiva gran parte del problema de la teoría revolucionaria depende de la real situación del proletariado a nivel mundial y del peso aún avasallador de la burguesía, que escapa a la voluntad de cualquier grupo o partido. Pero eso no nos impide encarar tareas que apunten, además de la participación en el movimiento real, de la la reapropiación y producción teórica y política estratégica que nos sirvan para enfrentar mejor a las ideologías, teorías y políticas burguesas y pequeño burguesas, así como para contribuir a la continuidad teórica y política de posiciones comunistas revolucionarias que nos precedieron.
Convocamos entonces a quienes comparten lo principal de este escrito para trabajar en ese sentido.
Equipo de Teoría y Praxis
Diciembre de 2015

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NOTAS:

1Por supuesto uno no puede tener la certidumbre que teniéndolas en cuenta como corresponde se alterará la actual relación de fuerzas, pues como dijimos, hay otras más importantes. Pero al menos se podrían aprovechar mejor las fisuras y tener mayor fuerza que la actual.
2En realidad a esas corrientes los problemas programáticos, estratégicos y tácticos de la revolución proletaria les importaba un bledo: la sociademocracia se dedicaba a intentar vender a la burguesía más poderosa su rol como controladora del proletariado e interlocutor social y político válido; el estalinismo a consolidar su poder local y mundial sobre la base de la construcción del capitalismo en la URSS (en especial en sus formas estatales); y el trotskismo, partícipe al principio de ese proceso, incluso intentando militarizar la fuerza de trabajo cuando estaba compartiendo el poder, se presenta como alternativa política al estalinismo pero, camuflándose como “política obrera y revolucionaria” defiende la URSS como socialista, promueve el industrialismo de Estado y termina apoyando a sus burguesías en la guerra imperialista. No contento con ello el trotskismo califica a la socialdemocracia como “partido obrero” y a la promoción del frente único y termina desbarrancando definitivamente con la IV Internacional y el Programa de Transición. Para ampliar esto ver el libro “Crítica al Programa de Transición de León Trotsky”, realizado por Emancipación Obrera en 1987, que puede bajarse desde www.teoriaypraxis.org.
3Socialdemocracia, estalinismo y trotskismo.
4En ese aprovechamiento no estamos hablando de algo masivo. Masividad y situación histórica concreta que no dependen de la voluntad ni del deseo de los militantes y sus organizaciones. Pero sí estamos hablando de algo mejor que ahora.
5Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales
6Plan Camelot, proyecto de investigación financiado por el gobierno de los EEUU
7“Marginal Populations in Latin America”, conocido luego como “Proyecto Marginalidad”, se inicia el 16 de noviembre de 1966 cuando el Centro DESAL de Chile, -Desarrollo Económico y Social de América Latina-, vinculado a la Iglesia Católica, recibe un cuarto de millón de dólares (que por entonces era muchísima plata, el equivalente a más de 450 departamentos) para hacer dicha investigación, encabezada por el jesuita belga Roger Vekemans -director del DESAL- secundado por Fernando Enrique Cardozo, sociólogo izquierdista que luego sería presidente del Brasil con el partido socialdemócrata brasilero (1995-2002) aplicando las políticas neoliberales y reprimiendo al movimiento obrero; y por José Nun, abogado argentino, que terminaría dirigiendo el proyecto desde una perspectiva “marxista”. José Nun vendría por el ILPES (de la CEPAL). Lo secundaban Miguel Murmis y Juan Carlos Marin. Años después (2004) sería elegido por Kirchner como Secretario de Cultura, antes de pasarse al antikircherismo rabioso luego de 2009. Investigador del CONICET hoy dirige el Doctorado de Sociología y Maestría en Ciencias Políticas y Sociología económica en la UN de San Martín entre otras de un largo currículum académico en FACSO, en Canadá y hasta fue profesor de la universidad de California, justamente por aquella época /1964-1966).
8Incluímos bajo la palabra “universidad” instituciones académicas del tipo Institutos de Investigación, Centro de Estudios, organismos internacionales académicos, etc.
9Kark Kautsky, Neue Zeit (“tiempos modernos”) 1901/2 Citado por Lenin en el “Qué hacer” pág 80/81
10“Crítica al Programa de Transición de Trotsky”, págs 78 y 79 (1988) www.teoriaypraxis.org/biblioteca
11Había otros sectores que provenían del tronco estalinista o del trotskista que propiciaban una salida insurreccional (unos) y la guerrilla (otros), pero con un programa de reformas al capitalismo, un programa antiimperialista y de liberación nacional y social o social y nacional, es decir, una etapa previa a la revolución socialista.
12Que muchas veces tuvieron aparatos de combate, agitadores y propagandistas, saboteadores, equipos de activistas para luchar contra sus enemigos, aparato, etc.

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