LA INFORMACIÓN Y COMO LO PASAMOS,...
nota: es como muy provisional, se edita por necesidad informativa,...y porque ya hemos informados a entidades de que acudan a ver este trabajo,... luky de Málaga.
Algo más de un año antes - también - la dictadura franquista asesino a garrote vil a salvador puig antich, del Movimiento Ibérico de Liberación, anarquistas unidos de españoles, exiliados en Francia ¿ y portugueses,...?¡¡.
Puig Antich, a 40 años de su ejecución
El militante libertario pagó con su vida la creciente oposición al franquismo | Pesa sobre la conciencia de la oposición democrática una tibia reacción que no frenó la ejecución | El régimen franquista se ensañó con aquel joven de 25 años en un proceso irregular sin garantías
Política | 02/03/2014 - 01:00h | Última actualización: 05/03/2014 - 10:55h
Josep Maria Sòria
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Síguenos en: https://twitter.com/@LaVanguardia | http://facebook.com/LaVanguardiaEl 2 de marzo de 1974, hace hoy 40 años, era ejecutado al garrote vil en la cárcel Modelo de Barcelona el activista libertario Salvador Puig Antich, que entonces contaba 25 años. Fue la última vez que en España se utilizó este inhumano sistema de ejecución tras una condena a muerte dictada en un Consejo de Guerra repleto de irregularidades, circunstancias que actualmente revisa un tribunal argentino a petición de los familiares de Salvador.
Después de la renuncia a la lucha armada, a mediados de los cincuenta, por el PCE y Santiago Carrillo, así como de la desaparición de los últimos maquis, -el anarquista catalán Ramon Vila, 'Caracremada', abatido en Rajadell (Bages) en agosto de 1963, y del gallego José Castro Veiga, 'Piloto', en San Fiz de Asma (Lugo) el 10 de marzo de 1965-, la entonces emergente oposición al franquismo de principios de los sesenta fue víctima de una dura represión que evidenciaba las enormes dificultades de acabar con la dictadura por la vía pacífica. La consecuencia fue la aparición en España de diversos grupos armados, tras el asesinato del jefe de la Brigada Político-Social en el País Vasco, Melitón Manzanas, en 1968, por ETA.
Entre estos grupos apareció en 1970 el Movimiento Ibérico de Liberación (MIL), formado por jóvenes militantes catalanes, en su mayoría estudiantes de instituto, entre ellos Salvador Puig Antich, los hermanos Jordi y Oriol Solé Sugranyes, que cayó muerto abatido por la Guardia Civil tras la masiva fuga de presos de ETA de la cárcel Segovia, en abril de 1976, o José Luis Pons Llobet, quien con apenas 17 años fue condenado a 57 de cárcel. Aplicando la política anarquista de la 'expropiación', los MIL se dedicaron básicamente a asaltar bancos para recoger fondos con los que organizar la lucha de la clase obrera y se enfrentaron en diversas ocasiones a tiros con la policía y la Guardia Civil.
En septiembre de 1973, la detención de uno de los fundadores del MIL, Santiago Soler Amigó, propició una redada policial para detener a Puig Antich en la esquina de Girona con Consell de Cent, en Barcelona. Santiago Soler era un muchacho dotado de una prodigiosa inteligencia, pero impedido físicamente, al que la BPS torturó y empleó de cebo para la detención de su compañero.
Reducido Salvador y conducido por varios agentes al portal del número 70 de la calle de Girona, hubo un tiroteo en el que murió el policía Anguas Moreno y en el que Puig Antich resultó gravemente herido en el rostro. Las circunstancias que rodearon aquel hecho no fueron aclaradas al no rechazar el tribunal la prueba pericial de los forenses que propuso la defensa. El policía muerto tenía alojados en su cuerpo cinco disparos y no los tres que aparecen en el sumario y que se atribuían a la pistola que llevaba el detenido. Tampoco se aclaró cuáles de esos disparos causaron la muerte del desafortunado agente y por la que fue condenado a muerte y ejecutado el militante libertario. Tampoco el tribunal aceptó realizar informes balísticos y los casquillos de las balas desaparecieron. Un reciente estudio sobre el caso, obra del periodista Jordi Panyella, Salvador Puig Antich, cas obert (Angle Editorial), aporta nuevos elementos y testimonios sobre las irregularidades procesales cometidas, contra las que las hermanas de Salvador presentaron en 2007 un recurso de revisión ante el Tribunal Supremo, que fue rechazado, razón por la que finalmente han acudido a la justicia argentina.
Se dio además la circunstancia que el 22 de diciembre de 1973 ETA asesinaba al entonces presidente del Gobierno, el almirante Carrero Blanco, en la calle Claudio Coello de Madrid. Se atribuye a Puig Antich la frase "ara sí que estic mort" cuando se enteró de la desaparición del número dos del régimen, un atentado que endureció aún más la represión. El miedo sobre el que se sustentaba el franquismo reapareció de nuevo en la sociedad.
Se ha escrito, y es cierto, que la oposición democrática se mostró remisa ante la condena a muerte de Puig Antich, especialmente si se compara con su actitud frente al proceso de Burgos de 1970, donde fueron impuestas seis condenas a muerte a otros tantos militantes de ETA por el asesinato de tres personas. Entonces, las movilizaciones, entre ellas el encierro de tres centenares de intelectuales en Montserrat, contra la pena de muerte lograron la conmutación de las sentencias dictadas por el tribunal militar.
La excesiva prudencia con que actuó la oposición democrática al franquismo se debe a varias circunstancias. La primera es el rechazo de la vía armada. El MIL estaba considerado un grupúsculo violento que nada tenía que ver con la estrategia de la oposición. Por otra parte, la oposición en Catalunya se hallaba descabezada tras la caída, en octubre de 1973, de 113 miembros de la Assemblea de Catalunya en la parroquia de Maria Mitjancera. También pudo influir el endurecimiento del régimen, especialmente tras la muerte de Carrero Blanco, cuando se incrementaron las amenazas de los matones de la Guardia de Franco, lo que aconsejaba extremar la prudencia.
Asimismo, hay que tener en cuenta la mordaza a las que estaba sometida la prensa, que se vio reforzada en aquellas circunstancias. Las visitas a algunas redacciones de las hermanas de Puig Antich y del padre de Pons Llobet, que había formado parte de la División Azul, para informar sobre las irregularidades procesales tuvieron escaso eco. No hay más que recordar la dura reacción del régimen ante la publicación de un muy reducido extracto en Tele/eXprés del manifiesto contra la pena de muerte aprobado por la Comisión de Defensa del Colegio de Abogados de Barcelona.
A pesar de ello, hubo algunas iniciativas para frenar lo que parecía -y fue- fatalmente irreversible. Hubo peticiones de clemencia a Franco por parte de algunos colectivos, como asociaciones de vecinos y colegios profesionales, entidades cristianas y grupos de intelectuales, hubo paros en algunas fábricas y facultades y se movilizó a la opinión pública internacional. Todo fue en balde. El franquismo había decidido que Salvador Puig Antich pagara con su vida la factura de la oposición. A Franco no le tembló el brazo al dar su enterado.
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Movimiento Ibérico de Liberación
Movimiento Ibérico de Liberación | ||
---|---|---|
Operacional | 1971 - 1973 | |
Regiones activas | Cataluña (España) | |
Ideología | comunismo, consejismo | |
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El Movimiento Ibérico de Liberación-Grupos Autónomos de Combate (MIL) fue una organización anticapitalista activa durante los inicios de los años 1970 en Cataluña. Uno de sus miembros, Salvador Puig Antich, fue condenado a muerte en un consejo de guerra y ejecutado a garrote vil el 2 de marzo de 1974, siendo el último preso político ejecutado en España por este método.
Ideología e historia
Influenciados por las experiencias de los Consejos Obreros, el MIL rechazaba cualquier actividad política o sindical, y preconizaba la agitación armada, como también la propaganda escrita en tanto que aporte para la agudización de la lucha de clases y la emancipación de la clase obrera contra el capitalismo, por una sociedad comunista.
Eran un reducido grupo de activistas que nunca sobrepasó la decena de militantes.1 Eran jóvenes, hombres y mujeres, provenientes de la clase media barcelonesa como Oriol Solé Sugranyes, Santiago Soler Amigó, Ignasi Solé Sugranyes, Jordi Solé Sugranyes, Josep Lluís Pons Llobet y Salvador Puig Antich y amigos o hermanos entre sí. El MIL contaba también con el apoyo de otros grupos de jóvenes libertarios del sur de Francia (como Jean-Marc Rouillan y Jean Claudee Torres), organizados por Oriol Solé a raíz de su exilio en Toulouse.
El MIL inició sus actividades en febrero de 1971, estructurándose en Grupos Autónomos de Combate (GAC). Sus acciones consistían en atracos a sucursales bancarias. Con el dinero robado editaban publicaciones clandestinas creando las ediciones de mayo del 37 (continuaron publicando textos hasta 1975 por miembros del ex MIL) y ayudaban a los comités de huelga y a los obreros represaliados.
Veían su grupo como un «grupo de apoyo» a la lucha obrera, que debía huir de crear intereses internos. Los MIL no se consideraron un grupo en la línea del FRAPo ETA. Nunca atentaron contra fuerzas de seguridad ni pusieron bombas,2 aunque tuvieron algún plan para hacerlo.
Las contradicciones entre sus miembros sobre cómo organizar la lucha pronto se hicieron patentes, hasta el punto de que el grupo decide disolverse en agosto de1973. Apenas un mes después tres de sus componentes, Salvador Puig, Oriol Solé y José Luis Pons, serían detenidos en Barcelona y enviados a prisión, otros consiguieron huir a Francia y continuaron el combate a través de los Grupos de Acción Revolucionaria Internacionalista (GARI) realizando acciones de denuncia sobre el régimen franquista para llamar la atención internacional sobre sus compañeros encarcelados en España.
Salvador Puig Antich fue ejecutado a garrote vil en la cárcel Modelo de Barcelona el 2 de marzo de 1974 después de ser condenado por la muerte del policía Francisco Anguas, de la brigada político-social de Barcelona, en la reyerta y tiroteo que tuvo lugar durante la operación de detención.
Oriol Solé Sugranyes murió a causa de los disparos efectuados por la guardia civil, en las montañas navarras próximas a Burguete cuando estaba dirigiéndose a territorio francés, en abril de 1976, después de haber protagonizado con un grupo de presos de ETA y de otras organizaciones antifranquistas, la fuga de la Cárcel de Segovia.
José Luis Pons Llobet fue condenado a casi sesenta años de prisión.1
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Carta de despedida de José Humberto Baena, uno de los últimos fusilados por el régimen franquista.
Papá, mamá:Me ejecutarán mañana de mañana.Quiero daros animos. Pensad que yo muero pero que la vida sigue.Recuerdo que en tu última visita, papá, me habías dicho que fuese valiente, como un buen gallego. Lo he sido, te lo aseguro. Cuando me fusilen mañana pediré que no me tapen los ojos, para ver la muerte de frente.Siento tener que dejaros. Lo siento por vosotros que sois viejos y sé que me queréis mucho, como yo os quiero. No por mí. Pero tenéis que consolaros pensando que tenéis muchos hijos, que todo el pueblo es vuestro hijo, al menos yo así os lo pido.¿Recordáis lo que dije en el juicio? Que mi muerte sea la última que dicte un tribunal militar. Ese era mi deseo. Pero tengo la seguridad de que habrá muchos más. ¡Mala suerte!¡Cuánto siento morir sin poder daros ni siquiera mi último abrazo! Pero no os preocupéis, cada vez que abracéis a Fernando, el niño de Mary, o a Manolo haceros a la idea de que yo continúo en ellos.Además, yo estaré siempre con vosotros, os lo aseguro.Una semana más y cumpliría 25 años. Muero joven pero estoy contento y convencido.Haced todo lo posible para llevarme a Vigo.Como los nichos de la familia están ocupados, enterradme, si podéis, en el cementerio civil, al lado de la tumba de Ricardo Mella.Nada más. Un abrazo muy fuerte, el último.Adios papá, adios mamá.Vuestro hijo:
José Humberto
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Area de Historia del Trabajo
Lo que la memoria olvida
La auto-representación de la militancia obrera a
través de sus otros protagonistas
JAVIER TÉBAR HURTADO
Director del Arxiu Històric de CCOO de Catalunya (jtebar@ccoo.cat)
A Ángel Rozas Serrano, conocido y desconocido como “García”, “Má-
ximo” y “Ancar”
«Es que a su modo las sociedades humanas –cosa sin la cual no tendríamos
historia posible– están, como los individuos, dotadas de memoria.
Claro que esta memoria colectiva –por emplear una palabra
más cómoda, quizá, que estrictamente exacta– está constituida en realidad
por una multitud de contactos entre las memorias individuales,
llamadas a comunicarse entre sí a lo largo de las generaciones,
tanto con la palabra, como por lo escrito; por consiguiente, ésta se
sintetiza, sobre todo, en un fenómeno de transmisiones y de tránsitos.
El recuerdo, así entendido, constituye un elemento vital en toda
mentalidad de grupo […] para conocer bien una colectividad es importante,
antes que nada, encontrar nuevamente la imagen, verdadera
o falsa, que ella misma se formaba de su pasado»1
.
Extracto de una carta de Marc Bloch a Henri Pirenne.
L
a historia factual –de los eventos y acontecimientos– es imprescindible para
tratar de comprender las maneras en que los sujetos construyen y reelaboran
sus memorias, a través de narrativas e interpretaciones sobre los mismos hechos
que vivieron pero, al mismo tiempo, es insuficiente2
. Digo insuficiente, no
despreciable. Ante ello, es posible considerar que el “hecho” histórico relevante, más
que el propio “acontecimiento” en sí, lo constituye la “memoria colectiva” sobre él. La
corriente hermenéutica de la historia con fuentes orales –especialmente fructífera y só-
lida, desde hace años, entre algunos estudiosos de la Italia contemporánea– ha planteado
esta cuestión, desde mi punto de vista, de manera particularmente acertada, con
el fin de ofrecer una solución al bloqueo que viene de lejos y que ha caracterizado el debate
entre “objetivismo” y “subjetivismo” en la historia y las ciencias sociales3. De manera
que, desde hace ya tiempo, se ha planteado la necesidad y el reto de incorporar al
estudio histórico la historia de las “subjetividades” como objeto de análisis4, en claro
desafío al crudo positivismo que concibe la “sociedad” como un corpus de hechos predados
que sólo deben ser descubiertos y desvelados, para fijar una interpretación determinada
de ellos. La solución que se ofrece no concibe la disolución de la “historia”
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Las notas a pie
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se relacionan
al final del texto.
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en la “memoria”5
, debate absurdo que está presente tanto en las concepciones del idealismo
como del subjetivismo extremo. Tampoco se trata de descartar la “memoria” por
su supuesta falta de “objetividad”, sino todo lo contrario, defender el análisis de la subjetividad
que contiene. Se apuesta, en definitiva, por mantener la tensión entre una y
otra, entre “memoria” e “historia”, a la hora de investigar, ya que esa misma tensión es
la que requiere el análisis entre “vida social” y “vida individual” si se busca sortear cualquier
tipo de “determinismo”6
, del signo que sea7
. Dicho de otro forma, se propone plantearse
el “acercar los límites de la historia a los de la vida de las personas”8, del mismo
modo que aproximar los límites de la “historia individual” a la “vida social”.
La “memoria colectiva”, como es bien conocido, es un concepto problemático9. Sin embargo,
una hipótesis sobre su naturaleza que goza ya de una larga tradición en las ciencias
sociales es aquella según la cual “el individuo evoca sus recuerdos inserto en los
cuadros de la memoria social”, de manera que cabe admitir que los recuerdos no son
“conservados” sino “reconstruidos” en función de las condiciones presentes10. De esta
forma, la representación social del pasado se modifica con el paso del tiempo, reelaborándose
y adaptándose a las nuevas experiencias vividas, las informaciones, recibidas
o elaboradas, por las personas que vivieron determinados acontecimientos11
.
Partiendo, en cualquier caso, de que el “hecho” histórico relevante, más que el propio
“acontecimiento” en sí, lo constituye la “memoria colectiva” sobre él, me propongo analizar
la auto-representación que la militancia obrera antifranquista tiene de sí misma,
para ofrecer una aproximación, entre otras posibles, al proceso por el cual una comunidad
se reapropia de su pasado12. Para ello, me he planteado cuál es el significado que
otros protagonistas –distintos a los conocidos habitualmente a través de la narración
histórica de la que disponemos sobre el antifranquismo– pudieran tener para los propios
miembros del movimiento obrero de los años sesenta y setenta en España. Los diferentes
repertorios de relatos autobiográficos con los que hoy se cuenta13 y una producción
historiográfica que empieza a ser, cuando menos, numerosa14, ofrecen la
posibilidad de aproximarse a las formas de auto-representación que han caracterizado
las historias relatadas y transmitidas sobre antifranquismo por sus propios protagonistas.
El texto se ha planteado con la estructura de un díptico, he utilizado cuatro episodios
sin aparente relación entre ellos. Los dos primeros me permiten plantear una reflexión
sobre cómo se ha producido o se está produciendo una determinada representación histórica
de figuras significativas, por distintas razones, vinculadas a la policía política del
régimen franquista. En concreto, en el primer episodio trato de articular, a partir del
análisis de un artículo periodístico, el contrapunto entre una de esas figuras y la del militante
anticapitalista Salvador Puig Antich. Y, en el segundo caso, hago una tentativa
de indagar de forma concreta sobre la significación que puede tener para la “memoria
colectiva” de la militancia obrera la represión policial que llevó a cabo la Brigada Social,
encarnada en un personaje como el policía Antonio Juan Creix. En cambio, en los
dos últimos episodios, me detengo con detalle en las circunstancias que durante la dictadura
rodearon la muerte de los trabajadores Luis Benito Embid y de Luis Martínez
Delso. Para ambos, he combinado la reconstrucción de los “hechos” y su análisis, buscando
interpretar cómo esa misma “memoria colectiva” de la militancia obrera da significado
a determinados acontecimientos a partir de analizar casos a los que parece que
no les confiriera ninguno. De forma que, constituirían esa parte de lo que la “memoria
olvida”, ante la cual cabe plantearse la importancia de encontrar la imagen que se
forma ella misma de su propio pasado.
Mis preocupaciones han sido pautadas a partir de algunas de las siguientes preguntas:
¿ocupan estos “otros protagonistas” algún lugar en los propios relatos sobre el pasado
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de los militantes obreros? Si lo ocupan, ¿qué tipo de significado tiene para ellos? Si tiene
algún significado, ¿cómo lo han transmitido? Y si no lo ocupan ¿qué explicación puede
darse de este “vacío”?
1. Salvador Puig Antich y Francisco Anguas Barragán ¿“Dos muertos,
dos asesinatos”?
Cerca del otoño de 2006 se estrenó “Salvador”, una película sobre la figura del militante
del “Movimiento Ibérico de Liberación” (M.I.L.)15 Salvador Puig Antich. El film, que se
basada en la crónica novelada “Compte enrere”16 del periodista Francesc Escribano,
fue dirigida por el realizador Manuel Huerga y producida por Jaume Roures, propietario
de grupo de medios de comunicación “Mediapro”. Si bien el libro había tenido inicialmente
una buena recepción, fue la película la que, posteriormente, tuvo un impacto
mediático y social notable, especialmente en Cataluña. Según las declaraciones de propio
Huerga, ni pretendía ni creía que el público acogiera “Salvador” como una “historia”;
aclaraba que su objetivo era hacer una película y no un documental, por mucho
que se fundamentara en hechos documentados. Su intención no era ofrecer con ella “un
tocho de ideología política, pues eso, ya está en los libros de Historia y las hemerotecas”17
. No voy a detenerme aquí a discutir esta identificación “ideología política=libros
de historia y/o hemerotecas” –sus razones tendrá Huerga para pensar así, aunque dice
algo, más bien poco, sobre su concepción de todos los términos que enumera–. Pero,
más allá de discutir la sustancia del proyecto y dejando de lado la crítica cinematográfica18,
que aquí no viene al caso, lo que cabe subrayar es que “Salvador” atrajo a un
público numeroso de las más variadas edades, especialmente en las salas catalanas19,
y que constituyó un éxito de taquilla en un mercado cultural como el catalán.
La película de Huerga, que es fundamentalmente un alegato contra la pena de muerte,
contribuyó a la creación de un determinado arquetipo de “héroe” contemporáneo, producto
de la lucha contra la dictadura, convirtiéndolo en el símbolo de “luchador antifascista”
para algunos miembros de su propia generación y, al mismo tiempo, en una
vulgata de consumo para las generaciones posteriores que no habían vivido la dictadura.
Pero también es el producto de una cuidada “revisión” histórica difícil de sostener desde
un punto de vista riguroso. La primera paradoja es que en el relato de las actividades
de un grupo como el M.I.L., en cuyo génesis la imagen del proletariado representaba
su principal motivo ideológico, el mundo obrero esté totalmente ausente20. Por otro
lado, tal vez sea necesario recordar que de un grupo como el M.I.L. –que reunía afinidades
personales y era muy minoritario– no puede afirmarse que tuviera una significada
relevancia política dentro del conjunto de la lucha opositora. Si desde un punto
de vista histórico el antifranquismo fue minoritario, el M.I.L. fue simplemente una experiencia
residual. Sin las protestas contra la ejecución de Puig Antich, ni él mismo ni
el grupo del que formó parte merecerían más que un comentario breve o una nota a pie
de página de una historia de síntesis sobre el antifranquismo21
.
En los meses en que todavía “Salvador” era un proyecto en curso de realización, el excelente
crítico teatral Marcos Ordóñez publicó un artículo en el diario para el que habitualmente
colabora. Era un texto voluntariamente polémico, en tanto que establecía
un contrapunto de la figura de Puig Antich con la de Francisco Anguas Barragán, el policía
franquista que murió durante el enfrentamiento que se produjo en el momento de
la detención de Puig22. En el artículo se vertían algunas reflexiones en torno a qué representaba
morir bajo el franquismo, aunque en realidad constituía, paralelamente, una
manera de preguntarse cómo se vivió bajo él. El articulista, que por diferentes razones
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había conocido durante los años setenta a ambos protagonistas de esta “historia”, aprovechaba
la ocasión para hablar de lo que denominaba “el otro muerto”, aquel del que
hacía más de treinta años que nadie se acordaba, es decir, de Anguas. En un principio,
mencionaba que Huerga y su guionista, Lluís Arcarazo, le consultaron sobre el policía
muerto, y les explicó que
«Paquito Anguas era un policía atípico. Es decir, que escapaba del cliché habitual
del poli franquista. No era gordo, ni sudoroso, ni envuelto en humo de Celtas,
ni tenía bigote recortado, ni gritaba 20 maldiciones por minuto. Anguas era
flaco, pequeñito, pelirrojo, con la cara sembrada de pecas. Parecía el hermano menor
de los Hollister. Tenía entonces 23 años, aunque aparentaba menos. Le apasionaban
las mismas cosas que a mí: el cine y los libros, sobre todo».
Después, terminaba sosteniendo que, en su opinión, aquellos acontecimientos le sugerían
que hubo “Dos muertos. Dos asesinatos”23. Dicho así, introduciendo nociones
jurídicas al calificar ambos de “asesinatos”, se apelaba al carácter inaccesible, por lo menos
en estos dos casos, de la Ley en un sentido abstracto.
Ahora estaríamos, según Ordóñez, en una época en que podemos preguntarnos sobre
los destinos cruzados de dos personas, tan distintas, pero al mismo tiempo con tantos
puntos en común. El hacerlo le lleva a pensar en voz alta que “[p]udieron haberse entendido.
Cosas más raras se veían entonces. Pero tomaron caminos contrarios”24.
Este es un punto de vista interesante, pero es poco probable que la “Historia” o la “Vida”
de Francisco Anguas, como las de cualquier otra persona, puedan explicarse completamente
por su afición al cine o a un determinado tipo de películas. Más bien podría
hacerse a partir de conocer sus propios actos, o de lo dicho, por él mismo o por otros,
sobre ellos. Tampoco parece que el destino sea una clave explicativa adecuada, a pesar
de tratar con él de dar coherencia a la trayectoria vital de una persona25
. Las
simetrías encontradas por Ordóñez al recordar la historia de “los dos muertos” son,
desde un punto de vista estrictamente literario, elementos para el escritor, el autor
teatral o el cineasta que quieran utilizarlos. Material no falta para plantearse un proyecto
artístico que retrate una generación determinada, sin apriorismos, con la profundidad
con la que se ha llevado a cabo en otros países26. De hecho, en su artículo, Ordóñez
comienza a hacerlo en forma de esbozo. Sin embargo, para que los historiadores
indaguen sobre aquellos hechos en los contextos históricos y culturales en los que se
produjeron y los expliquen, son materiales insuficientes. Las simetrías exactas se
pueden trazar con el cartabón literario, pero los procesos históricos son menos regulares
de cómo podemos presentarlos, son contradictorios y por eso no suelen responder
a evoluciones lineales y armónicas que consiguen, finalmente, cerrar el círculo27
.
Otra cosa bien distinta es que nos planteemos, a menudo, que los “momentos de verdad
tienen envidia a los momentos de mentira” y eso nos explique “por qué la historia
envidia tanto la novela”28.
Ordóñez construye el personaje, “humaniza” a Anguas en la misma medida que “humaniza”
a Puig Antich a lo largo de todo el texto. En ambos casos y por diferentes razones,
hay algo que podría complicar la operación: en el primero por formar parte de
la policía franquista y en el segundo por las prácticas violentas y las “expropiaciones”,
es decir, los robos de bancos a mano armada protagonizados por los militantes del
M.I.L. Por tanto, ambos son figuras que, por distintas razones, pudieran ser rechazadas
por la sociedad actual. Sin embargo, el libro y la película le proporcionan a Puig una
evidente ventaja para superar este posible rechazo entre el numeroso público que lo ha
leído o la ha visto. La dificultad está en “humanizar” al “policía muerto”. Es aquí
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donde aparece la capacidad de Ordóñez para conseguirlo. Uno de los primeros argumentos
pasa por aportar un testimonio de alguien que estando detenido en la Jefatura
de Policía de Vía Layetana recibió la compasión de un “un inspector joven que me daba
agua y trozos de sus bocadillos y me apagaba la luz para que pudiera descansar”. Este
“joven policía” es, por supuesto, según se asegura en el libro de Escribano, Francisco
Anguas Barragán29.
Desde el apunte autobiográfico, Ordóñez utiliza un segundo recurso narrativo para dar
consistencia a su relato. En primer lugar, se presenta como hijo y sobrino de policías
“atípicos” 30 y, según confiesa, incluiría a Francisco Anguas en esta misma “categoría
clasificatoria” –una “categoría” sobre la que uno no puede tener más que dudas respecto
a su utilidad–. En efecto, ¿qué es un “policía franquista atípico”? Pues bien, se trataría,
según Ordóñez, de policías que leían, escribían o eran grandes aficionados al cine,
es decir, que tenían contacto con la cultura y, por tanto, estaban alejados de “la imagen
del «poli franquista» con bigotito sudoroso, gordo, etc.”31
, en definitiva, asilvestrado.
Sin embargo, haciendo esto, Ordóñez cae en un estereotipo del represor, del torturador,
del verdugo con el que sí se identificaría el “policía franquista típico”. El
“mal” podemos presentarlo, y de hecho a menudo se hace, con rasgos zoomorfos (“hijo
de perra” es una expresión de uso habitual, por ejemplo), lo “salvaje” como “ordinario”,
lo “brutal” como “inhumano” y lo “inhumano” como producto del “embrutecimiento”,
de lo “bajo”, de lo “inculto”. Así lo hace Ordóñez. Pero existen numerosos casos histó-
ricos que no encajarían con la imagen que nos propone. Como muestra un botón: Albert
Speer fue una persona con una vasta cultura y, sin embargo, también el arquitecto
predilecto de Adolf Hitler, en cuyo gobierno ocupó la cartera de Armamentos y Guerra
durante la Segunda Guerra Mundial. Pero además, existe una larga lista de artistas
e intelectuales, de gente con un nivel de formación fuera de toda duda, que mostraron
también la posibilidad de compaginar una exquisita cultura, la herencia de la alta
cultura alemana del XIX, con la ejecución o la complicidad de crímenes contra la humanidad32.
Ante el artículo de Ordóñez, cabe preguntarse a dónde nos conduce el trasfondo de su
discurso. Desde mi punto de vista, un aliento de relativismo es lo que mueve sus reflexiones
cuando presenta a los miembros de una institución como la policía política
franquista. Al parecer la Brigada Social podía albergar a algunos “polis franquistas atípicos”,
pero que no parece probable que estos constituyeran el grueso de sus filas –
aunque alguien puede decir que este asunto está todavía por investigar–. De hecho, es
fácil encontrar una lista de los “polis franquistas típicos” entre los que, en orden
aleatorio, estarían: Antonio Juan Creix, su hermano Vicente Juan Creix, Melitón Manzanas,
Eduardo Quintela, Pedro Polo, Genuino Navales, Atilo del Valle, David Peña, Gil
Mesa, Gómez Olmedo, Yagüe, Ballesteros, Conrado Delso, el “superagente” Roberto
Conesa, González Pacheco, conocido como “Billy el niño” y un largo etcétera33.
No obstante, lo que más llama la atención de las reflexiones de Marcos Ordóñez son dos
argumentos más, de mayor enjundia. El primero, no explicitado o cuando menos no expresado
de manera central en el texto, nos sitúa ante el régimen como un gran aparato
deshumanizado y, en definitiva, primer y último responsable de las acciones de todas
las personas, tanto de las que forman parte de él, ya sea desde las fuerzas de seguridad,
fieles servidores del Estado, como desde el ámbito contrario, el de los “delincuentes
políticos” que luchan contra ese mismo Estado. Por tanto, unos y otros fueron víctimas
de ese monstruoso leviatán impersonal, que tal vez dispondría por igual, desde un “arriba”
sin identificar, del destino de todas las vidas. Podría decirse que la consecuencia
no es otra que el fruto de una situación kafkiana, propia de “aquella época asquerosa
en la que [cuando uno la recuerda] no deja de llover”34. Las percepciones sobre la
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naturaleza del poder se adecuan a esa maquinaria anónima y sin resquicio –propia de
las metáforas literarias de Franz Kafka– que aplasta tanto al que se opone a ella como
al que obedece. Sin embargo, también es posible considerar, desde una interpretación
realista, que Josef K. no es la víctima de una burocracia situada fuera de un tiempo y
un espacio concretos, sino de la burocracia autoritaria y no constitucional de los Habsburgo
en 1914, en vísperas del inicio de la Primera Guerra Mundial, es decir, en el contexto
histórico en que Kafka escribió su novela. No se trataría aquí del carácter inaccesible
de la Ley en sentido abstracto, sino de su accesibilidad en un sentido muy
concreto35
.
Y como sabemos, la Brigada Social era un cuerpo de las fuerzas de seguridad con una
función muy definida. A partir de las leyes de 3 de agosto y del 8 de marzo de 1941, la
dictadura llevó a cabo una reforma de los cuerpos policiales. Las Brigadas Sociales se
encuadraban en el Cuerpo General de Policía, que junto con el Cuerpo de Policía Armada
y de Tráfico y la Guardia Civil dependía de la Dirección General de Seguridad.
Era, pues, una policía especializada en la lucha contra el disentimiento y la oposición
política, ya fuera la dirigida contra el movimiento obrero, los estudiantes o contra los
que a la sazón se calificaban como movimientos “separatistas”. Era, en definitiva, la “policía
política” del régimen, “la encargada de perseguir todo aquello que no es perseguible
en una democracia, los derechos cuya prohibición define a una dictadura: pensamiento,
ideología, expresión, reunión, manifestación, huelga y un largo etcétera, además
de la violación de los derechos a la vida y al habeas corpus”36.
Sigamos, todavía por un momento, con el artículo de Ordóñez; en él se afirma que:
“Suele decirse del franquismo que era una época gris. No. Era una época en maldito
blanco y negro, sin matices posibles”, y, de esta forma, transforma un régimen dictatorial
en una “época”, lo deja desprovisto de más elementos que analizar que un contraste
radical, el perfecto marco para dejar de lado cualquier interrogante sobre la naturaleza
histórica de ese Estado franquista. Y, del mismo modo, no se pregunta por las
personas que hacen que funcione su engranaje, tomando decisiones, realizando actos
y, finalmente, asumiendo o no responsabilidades personales sobre las consecuencias
que desencadenan. Pero además, el “maldito blanco y negro, sin matices posibles” que
se formula en el texto, está en sintonía con la vieja y conocida división entre los “azules”
y los “rojos”. Una división que, en aquellos años, no le permitiría a Ordóñez expresarse
libremente; estaba, tal como nos asegura, prisionero de un dilema: sus amigos
no podían saber que conocía a Paco Anguas, pero su padre, policía, y los amigos de
su padre tampoco podían saber que había conocido a Salvador Puig. Aparece, pues, sin
mencionarlo, una posición que ve matices, que piensa libremente, a pesar de la presión
del ambiente que le rodea. Vista desde hoy, parecería una posición que no defiende ni
“una” España ni la “otra”, ni es “azul” ni es “roja”, ni es “franquista” ni es “antifranquista”.
Más bien podría ser tan “a-franquista” como “a-antifranquista”. El problema
es que este es un falso dilema en nuestro presente, porque la división ya no es posible
establecerla entre las asimetrías que nos propone Ordóñez, aunque sea de manera implícita,
sino que la línea divisoria es clara y se sitúa entre “dictadura” y “democracia”37
.
Y unos apoyaron la dictadura, mientras los otros, con todas las deficiencias que se
quiera y probablemente sin poder levantar imposibles monumentos a las “masas”, lucharon
por derrotarla ante la evidente falta de libertades. En cualquier caso, la paradoja
y la ambivalencia no son o no deberían ser equivalentes a la indiferencia ética.
Para ir cerrando este asunto, cabe añadir que la figura de Salvador Puig Antich –por
lo que hoy en día se dice y se escribe– parece tener un lugar en la “memoria” o la “historia”
del antifranquismo o, si se quiere, del anticapitalismo38, fijada a raíz de la indignación
que provocó su ejecución a garrote vil el 2 de marzo de 1974. A la decisión
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de los responsables políticos y judiciales de la dictadura se respondió con protestas sociales
y políticas que fueron probablemente también el reflejo de los límites que la
misma oposición antifranquista se auto-impuso en aquellos momentos, a diferencia de
lo que había pasado con las condenas a muerte dictadas en 1970 contra miembros de
ETA. Algunos indicios por explorar más en profundidad, en cambio, mostrarían que la
huella del caso Puig Antich en la memoria de los militantes obreros de Comisiones
Obreras no es profunda y, por tanto, no es un acontecimiento que en sus relatos merezca
relevancia, en comparación con otros asuntos y, en especial, con la muerte de algunos
trabajadores durante la década de los años setenta en el marco de conflictos laborales
en diferentes sectores de la producción39.
2. La caída en desgracia del Jefe de Policía Creix: la “banalidad del mal”
En algunas de las colecciones de fuentes orales realizadas por los archivos históricos
de CC.OO. sobre sindicalismo y política durante la dictadura40, el inspector de la VI Brigada
Regional de Investigación Social, que actuaba en Barcelona, Antonio Juan Creix,
es un personaje de recurrente aparición en los relatos recogidos. Creix dejó memoria
imborrable entre el antifranquismo –creciente aunque siempre minoritario de Barcelona–
pero también entre las autoridades civiles y políticas, y posiblemente entre la alta
sociedad de la ciudad y de la provincia41
. Un buen número de militantes sindicales tienen
un recuerdo directo o indirecto sobre la actividad de este destacado miembro de
la policía franquista. En la “imaginación autobiográfica”42 de muchos de ellos, Creix cobra
dimensiones de leyenda. Son múltiples los relatos, casi siempre de manera elíptica,
que refieren su casi omnipresencia y también el ejercicio duro, bronco y despiadado de
su mando. Son numerosas las veces en que se afirma que no se le conoció pero se oyó
hablar de él, adquiriendo, de este modo, una presencia muy significativa en el recuerdo
de la militancia obrera43.
Sin embargo, una lectura atenta de estos testimonios nos hace ver cómo se presenta al
personaje de Creix en los relatos militantes: se sabe el nombre, aunque muchas veces
se pronuncia erróneamente, pero nadie, o en muy pocas ocasiones, proporciona un retrato
de la persona: sus características físicas, su estatura, su voz, su mirada. El policía
es presentado como un hombre sin rostro. Incluso es habitual que aparezca en los
escenarios de la memoria una figura doble, intercambiándose los papeles entre Antonio
Juan Creix y su hermano, Vicente Juan Creix, que también era miembro de la VI
Brigada de Investigación Social de Barcelona. En el conjunto de las “historias de vida”
que he analizado solamente en un caso se menciona la existencia de un tercer hermano
Creix, un médico de la Seguridad Social, que durante las sesiones de tortura asesoraba
a sus hermanos “para que no se les quedasen en las manos”44. Solamente en una ocasión,
en este mismo testimonio, el del veterano sindicalista y militante comunista Ángel
Rozas Serrano, aparece una descripción física del policía Creix:
«Era de mediana estatura, con el pelo tirado para atrás, moreno, fuerte,
grueso, los antebrazos los tenía fuertes. Estaba todo el rato dando órdenes,
así…, así, enérgicamente. Cuando hablabas con él, de cerca, de más cerca, tenía
los ojos como inyectados en sangre […]. Yo hablé, en un ocasión, mucho...,
mucho tiempo con él; no sé, no sé…, si fue la primera caída… 58 y 60 son dos
consejos de guerra que los dos se hacen aquí en el Gobierno Militar, en Colón.
En el 65 es la primera caída de Comisiones en Barcelona, y cae lo que se llama
la Coordinadora de Barcelona, yo fui el último que detuvieron, me detuvieron
a la una de la noche, a la una y pico de la noche, entonces cuando yo llegué...
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los otros ya llevaban dos o tres días detenidos, un par de días llevaban ya, el
día... el mismo día, la misma mañana que yo... a mi me metieron a las 7 de la
mañana, desde las dos de la noche que ingreso en la jefatura estuve discutiendo
con el responsable de la policía, con Antonio Creix, y un montón de agentes
allí, 25 ó 30 agentes de la brigada político social, de la policía secreta, alrededor…
Estuvimos discutiendo sobre la…, la situación del país, sobre la situación
política, la situación económica, en fin tal..., hasta las 7 de la mañana, estuvimos
discutiendo, rodeados por toda la caterva aquella, pero no me pusieron
la mano encima... en esa ocasión no me pusieron la mano encima...»45
.
De esta forma, en el caso de Ángel Rozas, pero también de otros militantes, pareciera
que Creix –aunque sería mejor decir, los Creix– adquiere ciertos rasgos de figura mitológica:
estaba desde el principio de los tiempos de la militancia, cuando todo comenzó46.
A finales de la primavera de 1972, el entonces Jefe Superior de Policía de Sevilla, Antonio
Juan Creix mostró públicamente sus sentimientos, por primera y por última vez
que yo sepa, ante la muerte en accidente de tráfico de dos populares locutores de la
S.E.R. de Sevilla, Manuel Moreno, Lorenzo Ortiz, del conductor que les acompañaba,
Antonio Blandón, y del subdirector de la emisora Manuel Alonso Viñedo47
. Y lo mostró
con sus capacidades literarias, con un particular uso del verso libre titulado “A ellos”,
que decía así:
«Alonso Vicedo, Moreno, Ortiz, Blandón,
que trágicamente habéis partido
sin un simple adiós
ni un abrazo de amigos.
El aire al atardecer sevillano
ha quedado cortado,
vuestras voces han cesado
y nos atenaza la garganta
un llanto profundo y amargo.
Os habéis ido sin desearlo
En la primavera naciente
de vuestras hermosas vidas,
dejándolo todo abandonado
para acudir a la cita
del que nos ha creado.
Nos hemos quedado solos
Y en los oídos resonando
todavía vuestro cálido acento
turbado por nuestras lágrimas,
rezos y lamentos.
Sevilla, 6 de mayo 1972. Con mi recuerdo y una oración.
ANTONIO JUAN CREIX»48.
Al lado de este pequeño pero singular rastro escrito dejado por Creix, tenemos otro. La
segunda y última huella escrita de su propia mano que yo conozco es mucho más contundente
y significativa: después de que a finales de febrero de 1974, Francisco Due-
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ñas Gavilán, director general de seguridad, con una llamada telefónica le cesara de su
cargo, y finalmente le impusiera una sanción por no acatar su orden, Creix escribió, entre
el mes de setiembre y diciembre de aquel mismo año, dos cartas dirigidas a Rodolfo
Martín Villa, entonces gobernador civil y jefe del Movimiento de Barcelona, pidiéndole
que intercediera por él ante las más altas instancias. En la primera, de 14 de setiembre,
le trasladó un resumen de su historial policial con el fin de explicar por qué, ante
el cese y la respuesta de sus superiores con tono “lacónico y frío”, decidió entablar una
demanda al contencioso-administrativo, al considerar que no merecía una medida
«tan draconiana y falta de humildad, castigándome de esa forma no sólo a mi
sino que a mi esposa e hijos […]. ¡Qué pensaran mis hijos de aquellos a quienes
serví sin desmayos y vean a su padre roto y desmoralizado! Se me ha dejado
sin armas, inerme sin poder defenderme, y estoy en manos de cualquier
enemigo. No creo merecerme eso después de tantos y tantos años de servicios
a mi España, y tantos sacrificios»49.
En el mes de diciembre, el día 4, Creix volvió a enviar otra carta a Rodolfo Martín Villa,
viendo que el asunto no parecía resolverse favorablemente para él. En ella insistía
en su lealtad, pero también expresaba su desasosiego ante el cariz que tomaba el
asunto:
«No quiero imaginarme, en qué “lado” me ponen, sí quiero que sepas –porque
me conoces– que han sido muchos los años y muy tensos y densos, al servicio
de nuestras ideas, para decir “adiós” en un instante»50.
Este principio del fin del comisario Creix nos ofrece alguna posibilidad para reflexionar
sobre el hecho de que el “mal” se ha presentado habitualmente en el pensamiento
occidental con un halo misterioso y por tanto atrayente en ocasiones –el “héroe-villano”
creado por Hollywood, es un ejemplo más o menos moderno– o bien engrandeciendo
figuras de dictadores del siglo XX o los torturadores tristemente populares a su servicio,
hasta el punto de conferirles a todos un estatus especial en función de su capacidad
de destrucción, dotados de particulares cualidades (astucia zorruna, inteligencia
sádica, magnetismo perverso, etc.) para infligir el “mal”. Este estereotipo ha sido
puesto en cuestión hace ya casi medio siglo por la filósofa alemana Hannah Arendt51
en su estudio sobre el caso del Teniente Coronel de las SS nazi Karl Adolf Eichmann.
Este personaje fue el responsable técnico-burocrático de la aplicación de la solución final
principalmente en Polonia y de los transportes de deportados a los campos de exterminio
alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Arendt analiza y muestra, entre
otras cosas, la vida anodina, hasta el punto de convertirse en prosaica e incluso
ordinaria, de Eichmann. Cabe considerar que, como en su caso, algunas de personajes
identificados con la represión y encumbrados en el imaginario colectivo de los pa-
íses que han padecido dictaduras de distinto signo, tuvieron vidas parecidas a las de oficinistas
empleados en una maquinaria industrial cuyo objetivo es el asesinato diario,
y cuya manera de aproximarse al trabajo no distaría mucho del gestor comercial de una
fábrica de café tostado.
Creix es una figura mitológica entre el antifranquismo. La doble figura de los Creix es
“otra protagonista”, con un papel propio, en la construcción del relato sobre el pasado
del movimiento obrero antifranquista. Tiene un lugar en su auto-representación. Esto
hace pensar que un tema pendiente para la historiografía es el de abordar la propia evolución
del movimiento obrero y de la sociedad bajo la dictadura desde el punto de vista
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del fiel servidor del Estado; dicho de otra forma, desde “los ojos del torturador”, identificados
aquí con un individuo pero extensible a un grupo. Aunque durante muchos
años –aproximadamente hasta el año 2038, teniendo en cuenta que Creix murió en
1986– no tendremos acceso a la documentación oficial que se conserve finalmente en
los archivos estatales52. Existe una vía alternativa por explorar mientras tanto, me refiero
al uso de las fuentes orales para recoger los relatos de los testigos de aquella época,
y me refiero tanto a unos como a otros, ya que algunos parecen tener ganas de hablar
y de reivindicarse. He aquí, pues, una investigación posible, si alguien está dispuesto
ha aceptar el reto.
3. “¿Qué quieren de mí? Soy civil”: el caso del bancario Luis Benito
Embid, 29 de octubre – 4 de noviembre de 1964
Al comienzo de El proceso el narrador afirma que “Josef K.” es arrestado por unos militares
una mañana “sin que hubiera hecho nada malo”. En el caso que nos ocupa el
arresto tiene lugar al atardecer. El día 29 del mes de octubre de 1964 se produce una
“alteración” en la vía pública, en el centro de Barcelona, en la esquina de las calles Pelayo
y Ramblas. Un grupo reducido de personas entabla una agria discusión. Gesticulan,
hablan, dan gritos. Entre ellos está Luis Benito Embid, un trabajador de origen
manchego, empleado del Banco de Vizcaya, cuya oficina central está a escasos metros
del lugar donde se produce este pequeño altercado. Acompañado de dos trabajadores
más, participan todos en una discusión con un taxista, cuyo vehículo ha estacionado
en ese punto concreto de la ciudad. Son en torno a las 21:30 horas. El alumbrado pú-
blico a esas horas está encendido, y en torno al grupo que litiga se arremolina gente que
por mera curiosidad observa el enfrentamiento verbal que se está produciendo. Momentos
después, un cabo primero de la Policía Armada vestido de paisano, interviene
también en la refriega que va subiendo de tono. En medio de ella, se llega incluso a la
agresión física, en la que interviene Luis Benito Embid. Inmediatamente, a raíz de estos
hechos, el trabajador bancario es detenido y, hacia las 22 horas, es conducido a pie
hasta la Comisaría de Policía de la calle Hospital. Es decir, a una distancia, desde donde
se ha producido el enfrentamiento, de menos de 10 minutos a pie en dirección al Puerto.
En la Comisaría, Benito Embid coincide aquella noche con otros detenidos. Uno de ellos
es Rafael Hernández, que declararía posteriormente que ve como un sargento de la Policía
Armada –de la misma compañía que el cabo primero que había participado en la
discusión y en la posterior detención que he relatado– entra en la celda donde está detenido
junto con Benito Embid. El sargento viene acompañado de otro hombre vestido
de calle, que no es otro que el cabo primero implicado en la detención producida horas
antes. Asimismo, Hernández declararía, días después, que inmediatamente que lo
sacan a él de la celda, estos dos hombres permanecen solos en ella durante quince minutos
con Benito Embid. Al cabo de ese tiempo, Hernández entra de nuevo en la celda
y ve extendido en el suelo el cuerpo de Benito Embid, que, según aseguraría más tarde
el testigo, está inconsciente. Fidela Ruiz es otra de las personas detenidas en la Comisaría
de la calle Hospital aquella noche, y aseguraría en su declaración posterior –tal
vez con menos miedo que Rafael Hernández– que ella está, aquella misma noche, en
una celda próxima a la de Benito Embid y que siente gritos de alguien que pide disculpas
y perdón, que asegura que no lo volverá a hacer más, y que, por favor, lo dejen.
A las 4 de la mañana el detenido es conducido en estado de coma al Hospital Psiquiá-
trico de Barcelona. Al cabo de unas horas de la detención, la familia tiene noticia del
ingreso de Benito Embid en aquel Hospital y, después de varias gestiones, consigue que
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se le traslade al Instituto Neurológico Municipal de Barcelona. En este centro moriría
Luis Benito Embid una semana después, el día 4 de noviembre de 1964. La causa de
su muerte –según los informes médicos presentados al juzgado de instrucción número
14 de la Audiencia Provincial de Barcelona– fue una hemorragia cerebroide traumá-
tica, producida por el golpeo reiterado de un objeto “duro y flexible”53.
Al parecer, el empleado de banca Luis Benito Embid, casado y con dos hijas, con domicilio
en el pueblo costero del Masnou, a escasos 12 kilómetros de Barcelona, era persona
de buena conducta pública y privada y con magníficos antecedentes. Todo lo narrado
hasta aquí lo conozco como consecuencia de una primera decisión de la mujer y
la madre del fallecido, la de ponerse en contacto con un joven matrimonio de abogados
laboralistas, Montserrat Avilés i Vila y Albert Fina i Sanglas, militantes del Front
Obrer de Catalunya y comprometidos políticamente con el antifranquismo54, a los que
les encargaron presentar una denuncia ante los juzgados de Barcelona55
. Esta intervención
de los dos abogados laboralistas –aunque llevaban también otro tipo de asuntos
judiciales, civiles y de la jurisdicción especial del Tribunal de Orden Público que se
había creado hacía poco más de un año– es la que hace posible que nos haya llegado
la información sobre aquellos acontecimientos que he expuesto, recogida en el libro escrito
por Albert Fina, catorce años más tarde, sobre sus experiencias en el despacho jurídico
que, su mujer y él, habían abierto en 196056.
No sólo es posible conocer, con todas las lagunas que podrían señalarse, los hechos bá-
sicos que rodearon la muerte de L. Benito Embid, sino también cómo finalizó su instrucción
judicial. Los abogados aceptaron la petición de la familia de llevar este desgraciado
asunto, y para ello consiguieron en primer lugar localizar los nombres y
apellidos de los detenidos la noche del 29 de octubre de 1964, a través de la consulta
de los libros de registro del Juzgado de Guardia de Barcelona. No sin gran esfuerzo,
también lograron ponerse en contacto con algunos de las personas detenidas que
constaban en los registros consultados, y les pidieron que declararan ante el juez instructor
de la causa. De esta manera, Fina y Avilés, consiguieron la declaración de Rafael
Hernández y de Fidela Ruiz, dos de los detenidos en aquella noche en la comisaría
de la calle Hospital, situada en el barrio de El Raval, parte del centro histórico
degradado de la ciudad, popularmente asociado a la prostitución y la delincuencia. Estos
dos testigos, cuyas declaraciones hemos referido anteriormente, confirmaron la estancia
de Benito Embid en la misma comisaría, la visita de dos policías que estuvieron
a solas con él, los gritos de clemencia y finalmente el hallazgo de su cuerpo inconsciente
en la celda donde había sido llevado.
Las declaraciones de los testigos y las informaciones del parte médico, sin embargo, no
fueron suficientes para que el titular del juzgado número 14 instruyera el caso, y se declaró
incompetente para hacerlo, alegando que la intervención en los hechos de miembros
del ejército –el cabo primero y el sargento de la Policía Armada– requería que el
asunto pasara a la jurisdicción militar. Así fue, y se volvieron a producir las deposiciones
de los testigos presentados, Hernández y Ruiz, y la presentación de los informes periciales
de los médicos ante el tribunal militar, en el que los miembros de la Policía Armada
continuaron manteniendo que no habían golpeado a Luis Benito Embid, y que
sólo le habían visitado en la Comisaría para “afearle la conducta” que había adoptado
en la discusión con un taxista en plena calle. Concretamente había sido, al parecer, el
sargento quien así lo había hecho57
.
Todo estaba preparado para que se dictara instrucción del asunto y se fuera a juicio.
Pero el caso se sobreseyó. Ante ello, la viuda de Luis Benito Embid, envió una carta al
capitán general del IV Región Militar con el fin de que se interesara por este caso. Lo
que recibió fue una respuesta de las autoridades militares en la que le aseguraban que
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no se habían podido concretar responsabilidades para nadie y que, en cuanto a la petición
de indemnización, “tendría que solicitarlo en petición graciable del ministro de
la Gobernación”, el general Camilo Alonso Vega. Aparte de la prosaica respuesta de las
autoridades militares, la familia recibió la frase de supuesto consuelo formulada por el
juez instructor del juzgado número 14 de Barcelona que, inhibido en la causa, no se abstuvo
de afirmar que: “Esto pasa en todos los países del mundo”58.
La desgracia de la familia de Benito Embid no se puede reparar –más allá de las indemnizaciones
económicas que puedan recibir, si las han solicitado– más que parcial
y simbólicamente por parte del Estado59. En su momento, el abogado Albert Fina, y estamos
hablando del año 1978, hizo con ellos una reparación moral al incluir en uno de
los capítulos sobre su memoria profesional la narración de aquellos hechos. Pero también
este caso, como seguramente otros que puedan localizarse para su posterior indagación,
nos permite plantear algunas cuestiones sobre cómo se construye la “memoria
obrera” bajo el franquismo. El hecho de que estos hechos trágicos coincidan en
el tiempo con el impulso de las primera reuniones que originaron la creación de la Comisión
Obrera Central de Barcelona constituyen una asimetría que nos plantea no sólo
los problemas que representaba el silencio impune de la prensa oficial –nada, en ningún
diario– sino el desconocimiento de sucesos como éste entre el propio movimiento
obrero de la época. Aunque es probable que si alguno de los militantes que participaba
en él los conoció, también cabría considerar las dificultades que para los horizontes
mentales de esta militancia obrera representaba el dar significado a las circunstancias
que acabo de narrar y que rodearon la muerte de este trabajador.
4. Los “vacíos de memoria” en la militancia obrera. La muerte del
metalúrgico Luis Martínez Delso en la cárcel Modelo de Barcelona,
27 de junio – 17 julio de 1969
En un contexto de crecientes protestas obreras y estudiantiles –agitadas en parte por
la muerte el veinte de enero del estudiante madrileño, militante del Frente de Liberación
Popular, Enrique Ruano Casanova– el Gobierno decretó el 24 de enero de 1969,
por primera vez desde el final de la Guerra Civil, el estado de excepción en toda España.
De esta forma, se extendía al conjunto del territorio el que se había decretado el 5 de
agosto de 1968 en Guipúzcoa, a raíz del atentado de ETA que causó la muerte de Melitón
Manzanas González, comisario jefe de la Brigada Social de Guipúzcoa. El estado
de excepción se prolongó hasta el 25 de marzo de ese mismo año. Durante aquellos meses,
se produjeron numerosas detenciones de militantes de organizaciones antifranquistas,
y continuaron produciéndose más allá de marzo.
A finales de junio de aquel mismo año, la Brigada Social detuvo al metalúrgico Luis
Martínez Delso, un joven trabajador de 26 años, emigrante de origen burgalés, del pueblo
de Ciruelos de Cervera, y que trabajaba como empleado administrativo en la gran
empresa Hispano-Olivetti, cuya factoría estaba en la ciudad de Barcelona. A Martínez
Delso se le acusó de tener en su poder propaganda clandestina y libros “subversivos”
y de ser militante del Partido Comunista de España (Internacional) (PCE(i))60. Según
fuentes policiales la detención se produjo el 2 de julio, y después de pasar por la Jefatura
de Policía de Barcelona, ingresó en la prisión Modelo para ser juzgado por la justicia
militar61
. Sin embargo, a partir de fuentes de la oposición al régimen, procedentes
de los presos políticos que en aquellos momentos estaban en la prisión Modelo, la
detención de Luis Martínez Delso se habría producido el 27 de junio de 1969, no el 2
de julio como aseguraba el informe policial. Y, en efecto, estos mismos informes de los
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presos de la Modelo confirmaban que su detención había estado relacionada con un piso
utilizado por los miembros del PCE(i), situado en la barrida de Bellvitge, en el municipio
de Hospitalet de Llobregat; aunque se aseguraba que, en realidad, el detenido “no
se había metido en política”62. Es probable que Martínez Delso no tuviera ningún vínculo
con esta organización de extrema izquierda63, y que su único contacto indirecto
fuera con un paisano suyo, Jesús Arauzo Peña, trabajador de la SEAT, que era militante
del PCE(i)64, con el que había coincidido en la vivienda donde sería detenido más tarde,
y que fue considerada por la policía como un “piso franco” de esta organización antifranquista.
Una vez detenido, Martínez Delso fue juzgado en causa sumarísima65
, pero no sé cual
fue realmente el itinerario entre su detención y su ingreso en la prisión Modelo. Asimismo,
desconozco que pasó entre el 27 de junio, cuando fue detenido, y el 2 de julio
cuando, al parecer, pudo ingresar en la prisión Modelo: ¿pasó por una comisaría de
Hospitalet? ¿Fue conducido directamente la Jefatura de Policía de Barcelona o, en una
práctica entonces poco habitual, se le trasladó al Gobierno Militar de Barcelona?
Los sucesos ocurridos en la Modelo de Barcelona fueron ampliamente recogidos por
parte de la dirección del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), que recibió diferentes
cartas e informes en los que se narraban los hechos por parte de algunos presos
comunistas66. En un informe enviado desde la Modelo, el 5 de septiembre de 1969,
se relataba cómo había tenido lugar la detención de Martínez Delso y las consecuencias
físicas que provocó en él: la Guardia Civil lo golpeó y, una vez ingresado en la prisión,
el día 14 de julio se presentó a reconocimiento médico, puesto que comía poco y
tenía mucho frío, y además apenas dormía porque si lo hacía al cabo de poco tiempo
se ahogaba. Ante su petición de atención médica, el médico de la prisión se negó a hacerle
un reconocimiento. Luis Martínez volvió al siguiente día a la enfermería y, “algunos
testigos directos”, según esta misma fuente, aseguran que “el médico le respondió
que no le ingresaría hasta que estuviera muerto”67
. El día 16, por iniciativa del enfermero
de la prisión, se atendió a Luis Martínez y al ver la gravedad de su estado se le ingresó
en la enfermería. El día 17, el preso fallecía68.
He podido localizar algunas referencias más sobre este caso. Una de ellas procede de
la documentación conservada en el Archivo Histórico del PCE, y se trata, por lo que parece,
de la carta enviada en agosto de 1969 a la dirección de la “Joventut Comunista de
Catalunya” por uno de sus militantes encarcelado en la cuarta galería, la de menores,
de la prisión Modelo de Barcelona. En ella se relata que aquel preso detenido por su presunta
vinculación con el PCE(i), “había fallecido en la galería sin llegar a ser atendido
por el médico, ni a ser ingresado en la enfermería a pesar de las reiteradas peticiones
que se hicieron en estos sentidos”, puesto que no hubo respuesta por parte de la dirección
de la prisión69.
Existe, además, otra referencia localizada sobre este asunto. Es la que me ofreció uno
de los veteranos militantes obreros detenidos en la cárcel, Gabriel “Tito” Márquez Tena,
un cordobés que llegó a Barcelona en 196470 y que en cuanto pudo se incorporó al PSUC
y a las Comisiones Obreras catalanas. En 1969 fue detenido a raíz del estado de excepción,
y de aquella experiencia mantiene el recuerdo de la letra de una canción que
compusieron por aquellas fechas y que asegura que se entonaba siempre que salían en
libertad algunos de los presos políticos:
«Barcelona, julio de 1969. Prisión Modelo de Barcelona.
En la cárcel de la Modelo dijo un día un carcelero,
aquí están los comunistas, lo mejor de nuestro pueblo.
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En el patio de la cuarta hubo manifestación
Por la muerte de un compañero que el médico no atendió.
Se elevaron muchas instancias, pidiendo investigación.
Al Colegio de Abogados una instancia allí llegó,
Y todos se han preparado por si hubiera represión.
Con el quinto, quinto, quinto, con el quinto, quinto va
Yo me marcho para mi casa, la unidad continuará»71
.
La canción sintetiza de manera especialmente efectiva lo que ocurrió, ofrece los datos
básicos de una historia en la que la muerte de un “compañero”, de un “militante”, provocó
las protestas y la presentación de quejas, a las que la dirección de la prisión respondió
con dureza. La breve historia se presenta como un episodio más en la continuidad
de la “unidad” que, en este caso, no representa otra cosa que la misma lucha
contra la dictadura. Un primer detalle debe precisarse, y es que en estos versos aparece
una persona muerta, pero no su nombre. Y este detalle no es menor, teniendo en cuenta
algo sobre lo que nos alerta la documentación consultada: los informantes de la oposición
nombran siempre de forma errónea al trabajador muerto, en unos casos identificado
como “Luis Martínez Castro”72 y en otros como “Julián Martínez Castro”. Pero
además, y de manera sorprendente, la consulta de la prensa obrera comunista de
aquel año 1969 no ofrece ninguna pista sobre este asunto. En el contexto de la época,
era previsible que no existiera referencia alguna en la prensa del PSUC73, puesto que
el PCE(i) nació como una escisión suya, producida a lo largo de 1967 y concretada en
1968, en un proceso bronco y lleno de tensiones74. Lo realmente llamativo es que tampoco
aparezca referencia alguna sobre la muerte de Martínez Delso en la prensa del
PCE(i)75
. Solamente he podido localizar la existencia de una octavilla con fecha de edición
de 22 de julio en la que se informa de su muerte y la causa de ella76.
El contexto histórico y político en que se produjo esta muerte podría explicar esta ausencia
llamativa de información sobre el asunto. Se tiene que tener en cuenta que en
aquellos momentos, durante los meses de 1969, el propio PCE(i) había padecido una
escisión en sus filas a raíz del asesinato de Juan Guerrero en Sant Fost, un pueblo del
interior de la provincia de Barcelona, que fue atribuido a una orden de la propia dirección
de la organización. Con ello, se originó una nueva división, de la que nacería
el Partido Comunista de España (Internacional)77
. Por lo tanto, si al hecho de que el
enfrentamiento estuviera alcanzando grados de violencia inusitados entre ambos
bandos, se le suma la posibilidad de que Martínez Delso, por entonces, estuviera situado
en tierra de nadie, se podría interpretar que fueron ambas condiciones las que
explicarían, aunque fuera sólo en parte, la razón de que su muerte y las circunstancias
que la rodearon no se difundieran en la prensa de las diferentes organizaciones
de la oposición.
En otro documento enviado desde el interior de la prisión Modelo el 18 agosto de 1969
se relata la penosa situación material de la prisión y los problemas que están padeciendo
por la falta de atención médica. Asimismo, se informa que, tras enviar una instancia a
la Dirección General de Prisiones en la que solicitaban que se abriera una investigación
sobre el caso de Martínez Delso –en el documento “Martínez Castro”– apareció en la
prisión barcelonesa un inspector, venido de Madrid, de aquella institución de la Administración.
La visita que resultó de la denuncia sentó francamente mal a Enrique de
la Morena, el director entonces de la Modelo, que alegaba que durante los sucesos él
estaba ausente de su puesto por vacaciones. Finalmente, aquella situación conduciría
a protestas en la cuarta galería. En una de las cartas enviada por un preso político a su
organización, describía la situación asegurando que
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«es en cierto modo tensa entre los presos políticos y creo que innecesariamente
decir porqué, vivimos en un extraño mundo aparte (un mundo de locos),
donde uno se muere –medio lo matan– y aun se enfadan, donde otro se corta
un dedo –medio se lo cortan– y encima aun le pegan. Pues aun les queda
fuerza para volverse sobre los políticos y decirles que son unos “insociables”
y “gamberros” porque no aceptan esta situación como correcta»78.
Ante la descripción de estos hechos, Xavier Domènech está convencido de que
«… no deja de ser extraordinario que en ese tiempo y en ese país aquel militante
terminase su carta dando “recuerdos a todo el mundo, absolutamente a
todo el mundo. Y a ver si os ‘echáis un detalle elegante’ y nos traéis alguna caja
de puros –aunque no sean habanos nos conformaremos– (je, je)”. Alguien seguía
conservando la capacidad de reír. Esta historia empezó con otros, podía
haber terminado con él, pero en realidad todo empezaba de nuevo»79.
Sobre esta interpretación cabe decir algo. Cuando realizamos la, por otro lado necesaria,
selección de “hechos” a la que estamos obligados los historiadores, con el fin de traducir
la investigación realizada en un texto legible, nuestro interés por un aspecto u otro
determinará cuál es el sentido de coherencia que buscamos en la narración de aquellos
hechos. Esta es una cosa sabida. Si el historiador pone el énfasis en la protesta que
se produjo en la galería de menores de la Modelo, entre los presos políticos, finalmente
poco sabremos sobre el motivo inicial de ella, porque, en realidad, no nos interesa o representa
una interferencia en nuestro relato, un desajuste en la línea que se está desarrollando
y que tiene como objetivo mostrar los aspectos más combativos que pueda
contener aquella situación. Cuando la coherencia que se busca en la secuencia de los
sucesos en la Modelo no sólo deja de lado la muerte de un preso –y era el cuarto en lo
que iba de año– como un tema secundario, sino que el historiador “lee” los propios textos
en función de lo que se quiere “postular” más que “descubrir” en ellos, lo que se produce
no es otra cosa que la falta de crítica de la fuente utilizada y, por tanto, un uso de
ella como mera ilustración. Se contribuye de esta manera al relato de un acontecimiento
de forma épica, como la epopeya de unos héroes, que es lo que subyace a lo largo del
relato historiográfico del autor, en concordancia con un modelo de explicación sobre
la lucha antifranquista marcado por una línea recta y ascendente80. Hay que reconocer
en ello, no obstante, los esfuerzos de Domènech por oponerse a determinadas interpretaciones
a las que descalifica como visiones propias de la “modernización económica”81
y de “acción de las elites” sobre el cambio político y social en la España de
los años sesenta y setenta, en las que la evanescencia, por no decir pasividad, de los sujetos
sociales les resta protagonismo en el proceso. No obstante, adoptar la “falacia de
las cuestiones enfrentadas”82 conducen a este autor a no salir del mismo modelo que
cuestiona: si la conflictividad obrera no es tanto resultado de la acción directa de la “modernización
económica” sino una reacción a ella por parte de la “clase obrera”83
, la conflictividad
es, luego entonces, el resultado de esa misma “modernización económica”.
Dicho esto, retomo los sucesos que en julio de 1969 ocurrieron en la prisión Modelo,
porque la interpretación que se hace de ellos manifiesta, en gran medida, las propias
debilidades de la línea argumental que termino de criticar. Una lectura ajustada al contenido
del documento que utiliza Domènech para sustentar sus afirmaciones hace francamente
difícil a cualquiera ver lo que a partir de él nos propone. Lo que se expresa en
este interesante rastro documental, con meridiana claridad, es la existencia de un conflicto
manifiesto entre los jóvenes presos políticos y los presos comunes jóvenes que
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conviven con ellos en la misma galería. Es decir, una falta de entendimiento sobre las
actitudes y comportamientos respectivos, en concreto sobre las protestas y reclamaciones
que estaban protagonizándose por parte de los “políticos”, que eran mal vistas
por los “comunes”. La misma descripción que se ofrece en la carta enviada desde la cárcel
muestra un mundo en el que se quiebra el más elemental sentido de las “cosas”:
«la situación es en cierto modo tensa entre los presos políticos y creo que innecesariamente
decir porqué, vivimos en un extraño mundo aparte (un mundo
de locos), donde uno se muere –medio lo matan– y aun se enfadan, donde otro
se corta un dedo –medio se lo cortan– y encima aun le pegan».
Además se suma otro hecho que indigna al autor de esta carta: le parece incomprensible
que la reclamación ante la muerte de un preso pudiera provocar entre los presos
comunes la reacción de “volverse sobre los políticos y decirles que son unos «insociables»
y «gamberros» porque no aceptan esta situación como correcta”84. La carta, no
contiene “épica”, sino que tiene mucho de drama capaz de conmover vivamente. Pero
además, si prescindimos de un final del texto, en el que se dan recuerdos y se piden puros
con una sonrisa, el asunto del que nos informa y que debemos interpretar no es otro
que la división de dos mundos en un mismo espacio penitenciario, del hasta cierto
punto “extrañamiento” de los “políticos” respecto a la sociedad penitenciaria encarcelada
por otras causas que no fueran políticas. De modo que esto nos hace pensar que
la diferenciación de las actitudes políticas mantenidas por los jóvenes militantes, minoritarias
en la sociedad, no sólo estaba presente en la “vida civil”, fuera de la cárcel,
si no dentro de ella misma.
Es posible considerar que el caso de Luis Martínez Delso constituye un “vacío de memoria”
que, a diferencia del caso de Luis Benito Embid, al que no se le conoce vinculación
militante alguna o relación con grupos militantes, tiene unas características que
nos permiten reflexionar, desde otro ángulo, sobre cómo se ha construido y se sigue
construyendo el relato autobiográfico del antifranquismo. Ni por su condición de
obrero ni por la de mero simpatizante, podemos dejar de pensar que el caso de Martí-
nez Delso es también una pieza útil a la hora de explicar los mecanismos de selección
e interpretación que funcionan en la auto-representación del pasado por parte de la militancia
obrera.
5. Narración y representación histórica: referentes espaciales y modelos
sociales
La forma de abordar la mayor o menor presencia en la “memoria colectiva”, así como
la forma que pueden adoptar en ella, de los cuatro asuntos aquí tratados, se ha sistematizado
sabiendo que cada uno responde, inicialmente, a razones diferentes. La ilación
que he buscado no estaba en los “hechos” sino en sus efectos en la reapropiación
del pasado por parte de la militancia obrera.
Los dos primeros tratan de dos policías franquistas, y tiene la intención de mostrar un
contraste, y hasta cierto punto una paradoja. Así, el uso público del pasado puede facilitar
que una persona “anónima”, o en todo caso que ha podido dejar una huella escasa
en la “memoria antifranquista”, como es Francisco Anguas Barragán, puede llegar
a dejar de ser “anónimo”, para convertirse en “el otro muerto” que se redime en el
relato del crítico teatral Marcos Ordóñez. En cambio, la figura de Antonio Juan Creix,
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que como he dicho está muy presente y es recreada en esa misma “memoria antifranquista”,
podría llegar a diluirse en un silencio que puede tener diferentes interpretaciones,
de entre las que no se excluye la ofrecida por el militante comunista Octavi Pellissa
cuando escribió para sí mismo en su diario personal que
«Es difícil explicar este silencio. Se me ocurre solamente un cuadro argumental
negativo, relacionado con las terribles complicidades que el doble personaje
[de los Creix] era capaz de establecer entre sus víctimas. Los pequeños o
grandes compromisos firmados en aquellos terribles despacho con el aspecto
más despojado y verdadero de la acción de gobierno de la dictadura»85
.
Es fácil pensar que, tal como he planteado este tema, hay una referencia obligada que
he dejado de lado: me refiero al fusilamiento del dirigente del PCE Julián Grimau, el
20 de abril de 1963, tras haber sido juzgado por la aplicación con carácter retroactivo
de la Ley de Responsabilidades Políticas de 9 de febrero de 1939, aprobada meses antes
de que finalizara la Guerra Civil española. El caso de Grimau tuvo un importante
eco a nivel internacional, aunque escaso en España y circunscrito a los sectores de la
oposición. La razón de no hacer referencia a él es sencilla: Grimau era un dirigente de
primera fila del comunismo español y desde el exterior la dirección de su partido impulsó
la campaña y logró apoyos notables, aunque finalmente insuficientes para evitar
su ejecución. Existe una memoria de grupo todavía muy arraigada y, por eso
mismo, lo he descartado, porque hoy “el caso de Julián Grimau” ya constituye un símbolo
que perdura en el tiempo86.
Por otro lado, desde finales de los años sesenta y durante parte de la década posterior,
antes del inicio de la “Transición política”, se produjo un número de muertes de obreros,
más o menos conocido, en el contexto de protestas de contenido político-laboral
en diferentes ciudades españolas87
. Aquellos sucesos, finalmente, tendrían en cierto
modo un colofón, ya en pleno proceso de transición política, cuando se produjeron los
conocidos “Sucesos de Vitoria”, ocurridos el 3 de marzo de 1976 en la ciudad alavesa,
y en los que el enfrentamiento de la Policía Armada con trabajadores refugiados en la
Iglesia de San Francisco de Asís durante unas jornadas de huelga tuvo como resultado
la muerte de Pedro María Martínez Ocio, trabajador de Forjas Alavesas, de 27 años,
Francisco Aznar Clemente, operario de panaderías y estudiante, de 17 años, Romualdo
Barroso Chaparro, de Agrator, de 19 años, José Castillo, de Basa, una sociedad del
Grupo Arregui, de 32 años. Hubo más de sesenta heridos graves, la mitad con heridas
de bala, y cientos de heridos leves, uno de los cuales, Bienvenido Pereda, trabajador de
Grupos Diferenciales con 30 años, moriría dos meses más tarde88. La mayoría de todos
estos sucesos, son reseñados o mencionados, con mayor o menor detalle, en diferentes
textos historiográficos89.
No obstante, creo que existen dos casos de obreros que fueron víctimas mortales de la
actuación policial durante la dictadura y que pueden adecuarse más, por sus perfiles,
a una posible comparación con las muertes de L. Benito Embid y L. Martínez Delso. Estos
dos casos se produjeron en Barcelona, pero aquí el espacio geográfico no tiene un
papel significativo, se trata de una mera coincidencia. Uno es el del trabajador metalúrgico
de origen inmigrante, Antonio Ruiz Villalba90. Su muerte se produjo durante el
desalojo policial de la masiva ocupación de la factoría, en Zona Franca, realizada por
más de seis mil trabajadores el 18 de octubre de 1971. Antonio Ruiz Villalba, de 33 años,
seis años trabajando en SEAT, soldador de la sección 33 del Taller 1, casado, murió la
noche del 1 de noviembre. Las balas disparadas por la policía le produjeron perforaciones
en los intestinos91
. La ocupación de la planta se originó a partir de la reclama-
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ción para renovar el VII Convenio Colectivo de empresa y también de la protesta por
la detención de veinticuatro huelguistas de la misma, incluidos nueve enlaces sindicales92
. Desde entonces, y a lo largo de muchos años, el movimiento sindical en SEAT conmemoró
la muerte de este trabajador, que no tenía un compromiso militante, aunque
sí un compromiso religioso con los “Testigos de Jehová”93
, algunos de cuyos miembros
también fueron estigmatizados durante la dictadura nacional-católica por la práctica
de su fe y, con especial intensidad, por su convicción en la objeción de conciencia94.
El otro caso que podría constituir, en alguna medida, un contrapunto a la muerte de
los trabajadores que he descrito en los dos últimos episodios del texto, es el del trabajador
de la construcción y militante obrero Manuel Fernández Márquez, inmigrante nacido
en 1946 en Vilafranca de los Barros (Badajoz) y vecino de Santa Coloma de Gramenet.
Fernández Márquez era un trabajador de Copisa, una de las empresas
constructoras de la Térmica del Besòs junto con la Sociedad Argentina de Electricidad,
Control y Aplicaciones, y Vinco. El día 3 de abril de 1973, en medio de un conflicto laboral,
en el que los trabajadores trataban de presionar para negociar el convenio colectivo,
las fuerzas de orden público protagonizaron una carga violenta para dispersar
la masa de huelguistas concentrada entre las vías del tren que atraviesa la localidad y
la planta en construcción. Fernández Márquez murió a causa de los disparos de la Policía
Armada. Aquel acontecimiento provocó entonces un movimiento de protesta solidaria
en diferentes empresas de Barcelona y en los municipios de las coronas urbanas
que la envuelven, convocándose el día 6 de abril una huelga general de carácter local
en Cerdanyola y Ripollet, a escasos kilómetros de la capital catalana95
.
Presentados, aunque muy esquemáticamente, los casos de Antonio Ruiz Villalba y de
Manuel Fernández Márquez tienen en común una primera cuestión que salta a la vista
con los de Luis Benito Embid y Luis Martínez Delso: todos eran trabajadores inmigrantes,
que habían llegado a Barcelona en torno a la década de los años sesenta. Por
otro lado, tanto Benito Embid como Ruiz Villalba, por la información de que disponemos,
no eran militantes, mientras que Fernández Márquez era militante de CC.OO, aunque
no sabemos si también de algún partido político antifranquista, y Martínez Delso
tenía alguna relación de amistad o paisanaje con miembros del PCE(i). De la comparación
de los casos no puede inferirse que el hecho de ser obrero inmigrante pero no
militante, por tanto no vinculado a una cultura y a una organización que facilitara no
sólo la difusión sino la “memoria” de una muerte trágica, sea definitivo para explicar
cómo se construye el relato histórico de la militancia que analizo, puesto que el obrero
de la SEAT que murió no tenía una militancia organizada en el antifranquismo96.
Tampoco puede concluirse lo contrario, es decir, que la condición de militante sea suficiente
para facilitar su incorporación al relato de la “memoria obrera”, pues el trabajador
que falleció en la cárcel Modelo de Barcelona, Martínez Delso, sí que tenía un contacto,
aunque fuera de mera simpatía con miembros de una organización de la extrema
izquierda, y, sin embargo, no ocupaba entonces ni ocupa hoy un lugar en esa “memoria
colectiva” de la militancia obrera que estoy tratando de analizar.
Las razones deben buscarse en otra parte. Las vidas de los trabajadores Luis Benito Embid
y Luis Martínez Delso no tienen más conexión entre ellas que la que yo mismo haya
podido establecer en mi escritura –o por lo menos eso es lo que puedo afirmar ahora–
y esa conexión no tiene nada que ver con los acontecimientos en sí mismos, sino con
su falta de presencia en el relato histórico y autobiográfico. Para tratar de dar una explicación
del papel de estos sucesos en la “memoria” de la militancia obrera, el primero,
y en la “memoria antifranquista”, el segundo, es necesario tener en cuenta los escasos
referentes con que cuentan, por diferentes motivos, las muertes de cada uno de estos
trabajadores.
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En la representación histórica ningún “hecho” se conoce de forma aislada, necesita formar
parte de un todo coherente, una historia o un relato, en los que los referentes espaciales
y los modelos sociales ayuden a configurar las modalidades narrativas y el punto de
vista97
. Por eso me ha parecido que era necesario al final del ensayo comparar los acontecimientos
trágicos que he elegido con otros, porque me permite concluir que son los escenarios
sociales donde se produjeron las diferentes muertes los que contribuyen a explicar
el funcionamiento y los mecanismos de selección que conforman la “memoria colectiva”
de la militancia obrera antifranquista. Los sucesos que se mantienen –y permanentemente
son reconstruidos en esta “memoria”, a lo largo de más de treinta años– son aquellos que
se produjeron o tuvieron algún tipo de conexión con un conflicto y con el paisaje de la fá-
brica en el centro del acontecimiento o muy cercano a él, cargados de un potencial épico
y de voluntad de protesta que entonces actuó como elemento movilizador para el movimiento
obrero, y que hoy puede facilitar un relato comprensible por coherente. En cambio,
los “vacíos de la memoria” que he analizado conectan con escenarios espaciales y modelos
sociales distintos; por eso se constituyen en muertes inexplicables, sin un gesto que
les diera sentido98. El caso es que aunque pudiera tener en cuenta todos los extremos que
rodearon a los acontecimientos en sí mismos y disponer de más información, al final estos
se situarían en dramas personales, inscritos en el ámbito estrictamente familiar, que
es donde posiblemente se conserve memoria sobre ellos.
A modo de conclusión
Los hechos que en diferentes episodios he narrado no parecen tener coherencia en sí
mismos, pero, a pesar de que esto sea así, son significativos y los he utilizado para lo
que pretendía analizar aquí: la selección de acontecimientos, la valoración unos y no
otros, o dicho de otra manera, porqué algunas de estas muertes pasaron a ser materiales
propios de la auto-representación del pasado de esta militancia obrera. No me he planteado
preguntas como: ¿qué causó la muerte de estos dos trabajadores? ¿cuál fue la repercusión
inmediata que tuvieron estos hechos en la ciudad entre los movimientos de
oposición a la dictadura? ¿por qué las organizaciones antifranquista no se hicieron eco
entonces? Desde luego, no es posible tampoco establecer paralelismos entre el tipo de
víctimas o de quiénes fueron los responsables directos de sus muertes. Aclaro que, aunque
alguien pueda o quiera compararlo, esto no es una novela policíaca. Por eso las preguntas
que me he formulado son otras: ¿Por qué nos ha llegado tan débilmente la información
de la muerte de estos trabajadores que murieron en contextos de represión?
¿Por qué existe este contraste en comparación con el recuerdo de la ejecución de Puig
Antich o de otros casos conocidos? ¿Por qué el recuerdo del policía Creix mantiene un
carácter ambivalente y, al mismo tiempo, también débil?
Ciertamente, se me podrá reprochar que mi visión de campo esté concentrada, de manera
particular, en algunos episodios poco conocidos o prácticamente desconocidos.
Aunque quiero aclarar que mi intención no es la contribuir a engrosar una galería de
“héroes derrotados”99. Lo que he querido señalar es que estos casos que podrían denominarse
“vacíos de memoria”, siendo de naturaleza distinta, pueden abordarse de
la forma en que Alessandro Portelli ha indagado en los “fallos de memoria” como uno
de los temas centrales de sus preocupaciones históricas100. Los “otros protagonistas” en
la “memoria colectiva” del movimiento obrero han sido oscurecidos casi por completo
en algunos casos y, en otros, han sido fijados, aunque de forma ambigua, por la propia
auto-representación de esa “memoria”. De forma que, a pesar de ello, puede decirse
que la modelaron y siguen modelándola hoy, aunque sea de manera indirecta.
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En mi opinión, se les denomine como se les denomine, son “olvidos” significativos en
la memoria de la militancia obrera antifranquista, y deben ser interpretados. Son huellas
e indicios que pueden contribuir a “encontrar nuevamente la imagen, verdadera o
falsa” que un grupo se forma de él mismo. Así, me parece que hacer aflorar algunas de
las situaciones del pasado que he presentado aquí –de las que seguramente encontraríamos
más en toda la geografía española– puede sernos útil de cara a analizar qué es
lo que la autobiografía militante selecciona para su auto-representación; pero también
qué seleccionamos y, por tanto, desechamos los historiadores de cara a “reconstruir”
e interpretar la propia “memoria militante”.
Esto, finalmente, nos debería hacer reflexionar sobre dos cuestiones. La primera es que
muy probablemente la escritura sobre la historia del antifranquismo tenga que abrir
la lente de su observación si quiere analizar por completo cómo se construye y reconstruye
la propia memoria de la oposición a la dictadura. He analizado los mecanismos
de creación del relato autobiográfico, pero también la mutua influencia, o si se
prefiere, la mutua “interferencia” entre este tipo de relatos y los de naturaleza historiográfica.
Parecería que existe un recorrido de ida y vuelta en esta relación: los acontecimientos
transmitidos por los protagonistas al relato historiográfico, a su vez, tienden
a ser alimentados por la propia historiografía. Algo que no evita, de todas formas,
que suceda que una parte mayoritaria de los entrevistados confiesen, resignados, no
sólo no encontrarse dos veces con la historia, en forma de historia experimentada y en
forma de libro de texto, sino que “ambas visiones abrigan la certeza de que la otra es
equivocada”101
. Esto mismo, y casi inevitablemente, parece traslucirse en las políticas
conmemorativas, ante lo que es poco habitual que se tenga la honestidad profesional
de hacer pública tal contradicción102. No hacerlo, sin embargo, me parece que conduce
a que en algunos casos la transmisión de los recuerdos sea reducida a lo anecdótico,
como paso previo hacia lo inane.
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