sábado, 25 de julio de 2015

TRABAJOS DE LAZARO CARPENTIER,...reproduzco al de su trabajo ¡¡.

ESCRIBE EN REBELIÓN,...


La nueva psicología de la sumisión

Lázaro Carpentier
Kaosenlared


El callejón sin salida en el que el capitalismo ha colocado a la Humanidad obliga –a los que pretendemos aportar algo de luz desde una óptica revolucionaria- a estar a la altura de las circunstancias en unos momentos en que los revolucionarios nos hallamos, en general, huérfanos de claridad ideológica y de un movimiento de masas en el que pueda cristalizar el proyecto emancipatorio, el proyecto de la construcción de una sociedad sin clases que tanto necesita la especie humana.
Este artículo pretende ser un granito de arena en el noble objetivo del mejor conocimiento del sistema que nos ha tocado vivir, una tarea imprescindible previa a su sustitución por un orden superior. Soy de los que entienden que, sin una armazón teórica sólida, es imposible construir un movimiento social que pueda destruir lo viejo para construir lo nuevo.
Para ello trataré de pasar por el rodillo de la crítica la cuestión de la nueva psicología dominante que, con el objetivo de apuntalar el vigente sistema de explotación, busca crear un espacio moral y psicológico que justifique e individualice las contradicciones sociales (como el paro y la pobreza crecientes), y que induzca a la burda mentira de que los dramas personales nada tienen que ver con la organización social del capitalismo en su fase actual.
¿Buscar soluciones individuales a problemáticas sistémicas?
Hace varios años que las estanterías de librerías y bibliotecas se vacían a un ritmo desmesurado de los llamados "libros de autoayuda”. La desesperación que provocan los diversos trastornos psicológicos provocados por la irracional e inhumana sociedad capitalista, desde la ansiedad hasta la depresión pasando por la multitud de formas de locura, adicciones, suicidios, etc., han dado paso a una corriente de psicólogos, expertos en coaching , gestión del tiempo y liderazgo, los cuales han alumbrado un nuevo espacio de legitimación social y mediático en el que la responsabilidad social de un sistema patológico cede el testigo a la individualización de los conflictos sociales.
Como afirma el psiquiatra Guillermo Rendueles en su artículo "Pon una gran sonrisa cuando te despidan”, " la ensayista estadounidense Barbara Ehrerich en su excelente Sonríe o Muere describe cómo la psicogestión de la crisis económica en EEUU ha logrado que millones de parados acepten despidos y subempleos (...) con la imposición del pensamiento positivo como ideología dominante ”. Es decir, se nos está inculcando desde el "pensamiento positivo”, con sus gurús adoctrinando a los trabajadores por todo el mundo, que el rechazo de situaciones –que emanan de una estructura socialmente injusta- como el paro o el abuso sistemático por parte de un jefe es contraproducente y conduce a la infelicidad. ¿La receta? Adaptarse a la jungla social, aceptar las reglas de juego y, peor aún, sobredimensionar el papel de los individuos.
Lógicamente, el objetivo de todo este andamiaje psico-social no es otro que el de reforzar el sistema social en decadencia, sobre todo en un momento en que la crisis ha vuelto a poner en evidencia la insostenibilidad social y ecológica del capitalismo, y en el que amplias masas de explotados se rebelan ante tal estado de cosas en multitud de países del globo. En la época en que más debería cuestionarse, por razones objetivas, el actual orden social, es cuando es más necesario para el sistema volver a cimentar una psicología de masas de la burguesía, adaptada a las nuevas realidades al calor de la crisis, para cortocircuitar moral e ideológicamente cualquier conato de insurrección.
Ya en 1920 Georg Lukács, el gran marxista autor de Historia y conciencia de clase , declaraba: " El proletariado sigue intensamente preso en las formas intelectuales y emocionales del capitalismo ”. Hoy, e n pleno siglo XXI, la clase dominante ha perfeccionado la estrategia y el marketing de dominación en el plano de las ideas y las emociones , rompiendo el espíritu colectivo que primó en la clase explotada de la Europa imperialista durante buena parte del siglo XX.
Y es que, aunque los guardianes ideológicos del sistema saben que, en última instancia, lo único que puede salvaguardar sus privilegios es la fuerza de las armas (así ha sido hasta hoy y así será siempre mientras perdure el capitalismo), igualmente conocen a la perfección que es imprescindible copar el máximo posible de los discursos sobre la sociedad, para que no pueda filtrarse ninguna visión "negativa” del sistema, un sistema presentado como eterno e insustituible.
Por eso, como afirma Manuel Cañada de una manera muy lúcida, " los medios naturalizan la selva. Nuestra condición social se transforma en dictado del destino: ya no hay pobres, sino perdedores, no hay marginados sino fracasados, no hay explotados sino resentidos ”. De aquí se llega a una conclusión tan terrible como falsa: si estoy en el paro es porque no he sabido adaptarme al mercado de trabajo, si no encuentro trabajo es porque no estoy lo suficientemente preparado desde el punto de vista académico. Es la ideología capitalista del éxito, que sólo está reservado para "los mejor adaptados”.
Ya tenemos el perverso trasvase de responsabilidades en el imaginario colectivo: ahora las causas del malestar individual son producto exclusivo de la inadaptación de determinados sujetos o, al menos, del hecho de que el sujeto las empeore con su tendencia al cuestionamiento y su negativa a aceptar la situación que vive.
La nueva gestión psicológica del desempleo y la individualización del conflicto social
El Estado español, a la cabeza en las estadísticas de paro de los países de la OCDE, ha adaptado a su realidad social la "ideología positiva” -proveniente sobre todo de EEUU-, gracias a la planificación de la burocracia de la UE, de los Servicios Públicos de Empleo de la propia España y, por supuesto, de los mismos psicólogos que, convertidos en esmerados gestores de Recursos Humanos, tratan de responsabilizar al parado de su situación de penuria.
En primer lugar, a ningún parado se le explica por qué existe el fenómeno persistente del desempleo en el capitalismo . Siguiendo al economista Diego Guerrero, " el desempleo es necesario como fenómeno recurrente debido a que, por necesidad, con la misma naturalidad con que la economía capitalista pasa por fases expansivas , tiene que pasar también por fases depresivas que tienen su origen en el desencadenamiento de crisis de sobreacumulación de capital. Todo ello a su vez se explica por el hecho de que es éste un sistema muy especial y extraño desde el punto de vista humano. La producción humana no se hace en él para satisfacer necesidades humanas (las de todos), sino para obtener el máximo beneficio de algunos (...) Por tanto, si no hay previsión de beneficio, no hay producción; y si no hay producción, no habrá empleo; y si no hay empleo, es que no hay derecho efectivo al trabajo para todos ”.
Al contrario que en otros sistemas de clases como el esclavismo o el feudalismo (en los que las crisis estallaban fundamentalmente por un desarrollo insuficiente de las fuerzas productivas), en el capitalismo el desempleo se produce como consecuencia de una sobresaturación de capital, de una oferta y una demanda que no se hallan en correspondencia lógica (lo hemos visto muy claramente con la crisis inmobiliaria): es el mercado el que asigna los recursos productivos y no la planificación democrática de los asalariados como sucede en el socialismo.
En segundo lugar, y aquí volvemos a entrar de lleno en el meollo del asunto, a los parados se nos insta a que mejoremos nuestras competencias y nuestra motivación para volver a encontrar un empleo. Nada se nos dice, ni desde los Servicios Públicos de Empleo ni desde los púlpitos de los gurús del "capitalismo positivo”, sobre que es materialmente imposible que una parte importante de la fuerza de trabajo sobrante para el capital vuelva a encontrar trabajo y, de hacerlo, que no sea absolutamente precario y en unas condiciones de semi-esclavitud. Se nos prepara anímicamente para que nos acostumbremos a malvivir entre el paro y el subempleo precario.
Llama la atención igualmente la contradicción entre dos hechos. Por un lado, se nos machaca constantemente con la "importancia de la formación”, pero asistimos curiosamente a la generación de jóvenes mejor preparados de la historia de España con una tasa de paro que, según Eurostat, alcanza nada más y nada menos que el 43,5% (toda vez que va cayendo el mito de la "generación ni-ni”, pues se sabe por estudios que es una ínfima minoría la que ni estudia ni busca trabajo). ¿En qué quedamos entonces? ¿Acaso creen que somos tan tontos como para que nos creamos que después del ciclo, la carrera o el curso de formación ocupacional nos espera un trabajo a la mayoría?
Los nuevos sacerdotes de la legitimación sistémica, los Seligman, los Roe, los Sharma o los Spencer Johnson (tan alejados de autores como Foucault, Fromm, Reich, Laing, Cooper o Battaglia, que eran el centro del pensamiento humano en Europa y buena parte del mundo occidental), nos aseguran que si estamos en paro tenemos que aceptar con alegre resignación el hecho. Los marxistas no llamamos a los trabajadores a que pataleen y tengan úlceras o ataques cardiacos por la tensión nerviosa cuando están en paro, sino a que sean conscientes de dos cosas: primero, que hay que resistir a los despidos (por dignidad y porque los humanos aún tenemos la extraña costumbre de comer al menos tres veces al día), y segundo, aún más importante, que una problemática social como el paro –y el conjunto de males a él asociados- sólo va a desaparecer cuando la economía esté al servicio de los que generamos la riqueza, para que se pueda proceder a la sustitución progresiva del mercado como asignador de recursos por la planificación colectiva de la economía a cargo de los productores libremente asociados.
Obviamente, este planteamiento colectivo y general (único que se corresponde con la realidad, superador del sofisma burgués de la primacía de lo individual y particular frente a lo colectivo y general) no significa que los trabajadores y parados no debamos acudir a soluciones intermedias e individuales (aún sigue habiendo buenos y honrados psicoterapeutas que pueden ayudarnos a sobrellevar situaciones de ansiedad o depresión como consecuencia del paro).
Por otra parte, siempre es preferible afrontar una situación de desempleo con la máxima serenidad posible que con ataques de ansiedad (pero es muy diferente que se nos pida que, no sólo aceptemos la situación con resignación, sino que incluso nos alegremos porque ello nos va a abrir "nuevas puertas”). Sin embargo, esta serenidad en ningún caso debe autocontentarse con mejorar la situación individual, sino que debe tratar de ver y hacer ver a familiares, amigos y compañeros que una gran parte de nuestros males personales sólo desaparecerán cuando arreglemos el desaguisado social al que nos enfrentamos.
El problema es que los "psicólogos positivos” nos venden la moto al individualizar y descontextualizar problemas personales que son, en la mayoría de los casos, producto de las relaciones sociales cosificadas y degradantes que imperan en la sociedad capitalista. Esto no significa que los revolucionarios neguemos el papel del individuo, pero lo que está claro es que el ambiente social condiciona a los individuos a actuar de una u otra manera en función de las circunstancias. Es garantizando el bienestar colectivo como podemos asegurar el libre desenvolvimiento de los individuos, y no al revés como postula la burguesía .
Como afirma Paco Roda, profesor del Departamento de Trabajo Social de la Universidad Pública de Navarra, " la crisis ha construido un nuevo sujeto social que se autoinculpa de su situación personal y social ”. Si la clase trabajadora interioriza esta lógica no es de extrañar ver, por ejemplo, a los trabajadores de Nissan en Barcelona (hasta hace poco uno de los sectores más avanzados de la clase obrera en España) llorar desconsoladamente al contemplar impotentes cómo la dirección de la multinacional nipona les imponía un ERE en 2009 que dejaba a la mitad de la plantilla en la calle. La diferencia es que antes estos trabajadores recogían esas lágrimas de sus mejillas y las lanzaban frente a sus explotadores en forma de insubordinación, solidaridad y unidad. Vemos entonces la importancia que tiene hoy en día para el status quo doblegar a las clases populares psicológica y moralmente.
Por otro lado, los famosos itinerarios de inserción profesional (tan inútiles en muchos casos como pésimamente financiados por parte de las Administraciones) del antiguo INEM se incardinan justamente en esta ideología de la autoinculpación. Es la filosofía de que cada palo aguante su vela , esa misma que penaliza a los parados porque rechazan un curso de formación en muchos casos inadecuado para su perfil; porque se niegan a aceptar un puesto de trabajo a 30 km cobrando 700€ netos mensuales; o porque cometen el "delito” de compaginar la miserable limosna de 426€ con un trabajo "en negro”.
En concreto, la última Reforma Laboral -cocinada por el PSOE al gusto de la patrona-, junto con las medidas adicionales de reforma de las "políticas activas” de empleo, ya han sentado el precedente de obligar a los desempleados a realizar cursos para recibir la escueta prestación no contributiva de 400€, excluyendo a todos aquellos que hayan cobrado ya el antiguo subsidio del PRODI y a los que, por falta de medios de los Servicios de Empleo de las CCAA, no son llamados para "formarse” y pasan a engrosar las listas del millón y medio de personas que no reciben ningún tipo de ingresos.
Esta nueva psicología social culpabilizadora bebe, por supuesto, de la "ideología de las clases medias” (esas capas intermedias en proceso de extinción en el capitalismo monopolista), la cual no ha dudado en culpar a los parados por su penosa situación. Asimismo, favoreciendo los intereses del gran capital en su proyecto de liquidación del Estado del Bienestar, dicha ideología carga contra los parados por acusarlos de mermar sus rentas medias, al someterse estas al "expolio fiscal” necesario para sufragar los gastos en prestaciones por desempleo. Olvidan estas incautas "clases medias” que la mayoría de parados -considerados hoy auténticos parásitos sociales gracias al discurso que las élites económicas y mediáticas alimentan día tras día- no ha podido ir a los mismos colegios o Universidades que ellos, ni ha tenido tampoco ningún papá o tío en el Departamento de Recursos Humanos de alguna gran empresa.
Al final, se impone entre el grueso del proletariado en paro la idea de que los desempleados son una carga (para el Estado, para la sociedad, para la familia) , terrible estigma que deben soportar, lo cual acentúa la situación de precariedad y aislamiento y, peor aún, socava aún más la ya de por sí baja autoestima personal y profesional de una buena parte de las personas para las que el derecho al trabajo es una ilusión. Como describe a la perfección el ya citado Paco Roda, " hoy la vulnerabilidad y la pobreza se viven y conciben como aspectos particulares fruto de la negligencia personal ”.
En definitiva, de lo que se trata para el stablishment es de omitir del discurso social las causas de la crisis económica, para lo cual se construye, a través de los distintos medios de legitimación y adoctrinamiento (mass media, sistema de enseñanza y servicios "públicos” del Estado en materia de intervención social, sin olvidar a la nueva oleada de gestores psicológicos de un sistema a todas luces inhumano), un discurso subjetivista centrado exclusivamente en las capacidades individuales de los sujetos separados de su entorno, tratados como si fueran células independientes que se analizan en un laboratorio.
El reto aún pendiente
" No creo que se den casos en que la fuerza por sí
sola sea suficiente, pero se verá en muchas ocasiones que
el fraude, por sí solo, es bastante ”
(Maquiavelo, Discorsi)
Decía Víctor Hugo que no hay fuerza más irresistible que la de una idea cuando le llega su hora. Hemos entrado en el siglo XXI y, a pesar de haber más razones que nunca para el cambio social y de la debilidad manifiesta del capitalismo a nivel mundial, el discurso de emancipación del comunismo y de los revolucionarios que buscan acabar con toda forma de opresión, ha perdido gran parte del peso ideológico, moral y psicológico que tuvo para amplias masas durante buena parte del siglo XX.
Ya que no es objeto de este artículo entrar a analizar las causas complejas y diversas de este fenómeno de pérdida de preponderancia del discurso transformador en el imaginario colectivo, me limitaré a señalar que el reto aún pendiente de nuestra era ("la era de la guerra y la revolución”, como aseveraba acertadamente Lenin hace un siglo) reside en la conciencia de la necesidad de ganarle al sistema la batalla de las ideas (batalla que, evidentemente, sólo podrá ser eficaz si la teoría revolucionaria se funde con las luchas de las clases oprimidas), única manera de garantizar -a través de la única democracia social, política y económica posible, el socialismo, que sólo podrá materializarse mediante el ejercicio del poder por parte de la clase explotada y la extinción progresiva de toda forma de dominación de unos seres humanos sobre otros- no ya solamente la justicia y la cordura en la sociedad humana, sino incluso el respeto del ecosistema en que vivimos (la catástrofe de Fukushima, una vez más, certifica la urgencia de nuestra propuesta).
Para entender hoy la crisis y la falta de protestas generalizadas en el Estado español, es esencial comprender que el capitalismo no sólo se sostiene a base de esclavitud económica y represión a todos los niveles, sino también sobre el engaño y la manipulación psicológica . En este sentido, denunciar las falacias y perversiones de la nueva psicología legitimadora del sometimiento a un sistema desquiciante, es vital para continuar con la tarea ineludible de contribuir a construir la sociedad humana del mañana, la que inevitablemente barrerá de la faz de la tierra gran parte de los males que hoy aquejan a la Humanidad.


Y UCCP, PUBLICA ESTO DE ÉL,...:


Este artículo de Lázaro Carpentier nos parece muy acertado. Pone al descubierto la falsedad del supuesto pacifismo del régimen capitalista. Lo reproducimos en nuestro blog para colaborar a su difusión.

La Violencia Como

Herramienta de Liberación

«La violencia es la comadrona de toda sociedad vieja
que lleva en sus entrañas otra nueva»
(Karl Marx, El capital)
            Nota del autor: para el presente trabajo me he servido, fundamentalmente, del libro de Adolfo Sánchez Vázquez Filosofía de la praxis (Editorial Grijalbo, 1967, México), concretamente de su capítulo VI, “Praxis y violencia”; así como del libro El Estado y la revolución (Editorial Fundación Federico Engels, 1997, Madrid) de Vladimir Ilich Ulianov, Lenin.
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            Hace escasos días saltaban a la palestra mediática dos noticias, de un alcance político relevante, que tienen una relación muy directa con la cuestión de la violencia. Por un lado, los Ministros de Interior y Justicia del Gobierno español anunciaban una batería de medidas para endurecer el Código Penal en relación a la “violencia callejera”, dando una vuelta de tuerca represiva más e imponiendo penas de dos años de prisión para quien convoque “algaradas callejeras por Internet” (creando una nueva figura penal, la de “integración en organización criminal”) y considerando la resistencia pasiva como un delito de atentado contra la autoridad. Por otro lado, hace pocos días fallecía Íñigo Cabacas, el aficionado vasco del Athletic Club de Bilbao, como consecuencia del impacto de una pelota de goma lanzada por un ertzaina. Tras las protestas de una buena parte de la sociedad vasca, hastiada de décadas de violencia policial, el Gobierno vasco anunciaba, en boca de su Consejero de Interior, Rodolfo Ares, la inutilización de las pelotas de goma como material antidisturbios para 2013.
            A raíz de estas dos noticias que han ocupado las primeras planas de una buena parte de los medios de comunicación de la burguesía (aunque, por supuesto, la del aficionado vasco ha sido sutilmente ocultada hasta que ha sido difundida en multitud de webs y redes sociales), son muchos los militantes y/o simpatizantes de movimientos de protesta como el 15-M que han empezado a cuestionarse -siquiera de forma instintiva y primaria teniendo en cuenta su carencia de ideología revolucionaria- el monopolio de la violencia estatal contra todo aquel que se salga del redil.
            Debido al estado de confusión, dispersión y pérdida de hegemonía en que se halla el movimiento revolucionario en España y en buena parte del globo, creo necesario realizar este trabajo de análisis teórico, fundamental a mi juicio para entender la sociedad actual y el papel que en ella ocupa la violencia. El propósito fundamental de este escrito es hacer fácilmente comprensible una visión marxista, completa y dialéctica de la violencia -y, en concreto, de la violencia revolucionaria- como herramienta imprescindible de liberación, como única forma de acabar con toda forma de opresión (cuya base es, en definitiva, una forma determinada de violencia social e histórica).
            La naturaleza de la violencia en la sociedad capitalista
«Es necesario comprender quién pone
en práctica la violencia… si son los
que provocan la miseria o los que
luchan contra ella»
(Julio Cortázar)
            Antes de adentrarnos en la interpretación marxista sobre el origen y la naturaleza de la violencia en la sociedad capitalista, es interesante, desde un punto de vista antropológico, entender que la violencia es un atributo exclusivamente humano. Esto es así, según explica Adolfo Sánchez Vázquez, por la sencilla razón de que es el ser humano el único ser vivo de la Naturaleza que, para perpetuarse en su sociedad propiamente humana, necesita utilizar la violencia constantemente contra una “legalidad exterior (la de la naturaleza)”. Si bien el animal también necesita alterar su propio ecosistema (incluso destruir físicamente individuos de otras especies o de su misma especie), al estar incardinado pasivamente en un medio que no puede alterar ni transformar, desconoce por completo la violencia tal como la conoce el ser humano. En este sentido, “la sociedad humana es una violación constante de la naturaleza”.
            Dicho esto, la violencia en el seno de una sociedad determinada no es un atributo inevitable, sino que responde a las bases objetivas, materiales, de una organización social que lleva en lo más profundo de sus entrañas una violencia intrínseca y estructural. Para los comunistas, la violencia aparece históricamente con el desarrollo de la antigua sociedad de clases, la cual va evolucionando hasta la sociedad feudal y la capitalista y que conserva, hasta la actualidad en su fase imperialista (como capitalismo decadente y reaccionario), toda la esencia violenta de un sistema clasista de explotación. En la sociedad humana, aparece la violencia política (el Estado) cuando, tras materializarse el imperio de la propiedad privada de los medios de producción y la división de la sociedad en clases, es imposible la resolución pacífica de los conflictos que entrañan la existencia misma de clases sociales. Plantearse, por tanto, acabar con la violencia sin suprimir de raíz sus cimientos materiales (las clases sociales y la propiedad privada de los medios de producción), es un planteamiento utópico y reaccionario, carente incluso del más mínimo sentido lógico.
            Ahora bien, en nada cambia la esencia violenta del sistema capitalista el hecho de que este adopte, en lo político, una careta democrático-burguesa, o que acuda a formas más descarnadas de violencia socio-política como es el fascismo. El modo de producción capitalista, tal como lo caracteriza irrefutablemente el marxismo, es un modo de producción radicalmente violento, el cual no duda en hacer uso de todo tipo de herramientas represivas y de control contra la clase desposeída de los medios de producción, el proletariado, que forma parte de la mayoría absoluta de la sociedad.
           Yendo de una visión -digamos- macropolítica a otra micropolítica, cualquier proletario que sea mínimamente consciente de la sociedad en la que vive percibe violencia por doquier:
            –A nivel económico, el capitalismo impone su violencia excluyendo a un porcentaje de población cada vez mayor del acceso a los medios de producción, lo cual trae como consecuencia un aumento de la tasa de explotación de la fuerza de trabajo, del desempleo estructural (que fuerza a la baja las condiciones laborales y salariales de los proletarios) y de la pobreza masiva.
            –A nivel político, el capitalismo en su fase imperialista se vuelve progresivamente más reaccionario y belicista: en el plano nacional/estatal, como única manera de asegurar el dominio del capital financiero sobre la mayoría aplastante de la población explotada; en el plano internacional, entrando de lleno en la era de la guerra imperialista con su miríada de “conflictos locales” en los países dependientes y, además, con los enfrentamientos crecientes entre los dos grandes bloques imperialistas, el capitaneado por EEUU, la UE e Israel, por un lado, y el encabezado por Rusia y China, por otro lado.
            –A nivel ideológico y psicológico, la dictadura capitalista impone a la inmensa mayoría de la sociedad una cruel -a veces sutil- forma de violencia ideológica y psicológica que se manifiesta de muy diversas maneras. Ideológicamente, haciendo bueno el aforismo marxista de que “En una sociedad de clases, la ideología dominante es la ideología de la clase dominante”, la burguesía implementa una cosmovisión totalizadora de la sociedad humana, haciendo pensar a los explotados -a través de sus diferentes medios de adoctrinamiento social- que no hay más mundo posible que el que tienen delante de sus ojos. Hoy, por ejemplo en el corazón de la Europa imperialista, la mayoría de la población contempla impasible cómo la burguesía impone sus draconianos “planes de ajuste” al proletariado, alertando a los posibles díscolos de que no hay más alternativa que esta (es decir, que estamos condenados a la miseria y la sobre-explotación). Aparece así la estructura social capitalista como la única forma posible de organización humana: esto, además de un chantaje típico de mafiosos, es pura violencia discursiva e ideológica. Relacionada con la violencia ideológica se encuentra la violencia psicológica, una forma de violencia social callada, implacable y cruel de la sociedad actual que, entre otras consecuencias, provoca un aumento exponencial de enfermedades mentales que fuerzan a muchas personas a la locura, la depresión y el suicidio. Esta “biopolítica” o “biopoder” (siguiendo a Michel Foucault), que machaca silenciosamente a millones de personas en cualquier país capitalista, se manifiesta como una extensión de la violencia ideológica, al conseguir que los explotados sean incapaces de entender el origen de la violencia y la descomposición de la sociedad actual y, lo que es más importante, al conseguir que no puedan formularse su propio discurso alternativo y transformador. La actual psicología de la sumisión, de hecho, es un claro atentado contra la naturaleza misma del ser humano, al obligarle a interiorizar unas relaciones de dominación y explotación que serían perfectamente contingentes si el marco social fuera el del comunismo, el de la coordinación de los productores libremente asociados, el de la desaparición de toda forma de opresión y violencia.
            –A nivel internacional, nunca la historia humana ha vivido un periodo de violencia tan brutal y destructiva como el que hemos vivido desde hace cinco siglos: solamente las masacres coloniales (la “acumulación originaria de capital”, como la llamaba Marx) o las dos guerras mundiales imperialistas suman centenares de millones de muertos (una cita de Frantz Fanon ilustra a la perfección el carácter genocida del capitalismo: “Durante siglos, los capitalistas se han comportado en el mundo subdesarrollado como verdaderos criminales de guerra. Las deportaciones, las matanzas, el trabajo forzado, la esclavitud han sido los principales medios utilizados por el capitalismo para imponer sus reservas en oro y en diamantes, sus riquezas, y para establecer su poder”Los condenados de la tierra. Fondo de Cultura Económica, México-Buenos Aires, 1963, p. 54). Actualmente -además de los millones de personas que cada año perecen como consecuencia del hambre, la falta de agua potable, higiene y servicios médicos; de enfermedades perfectamente curables si existieran los medios necesarios o de suicidios por la desesperación a que induce este sistema social- decenas de guerras de rapiña imponen su lógica violenta a las masas oprimidas de África o Medio Oriente. Además, como ya dijimos al hablar de la violencia política, en todos los Estados capitalistas la violencia estatal se presenta como la única y verdadera forma que tiene la clase dominante de “dirimir” sus conflictos con las masas desheredadas cuando estas se rebelan por la miseria y la opresión. Obviamente, la violencia en un sentido estricto y físico no es la única y perpetua respuesta que da la burguesía a quienes, de forma espontánea o revolucionaria, se oponen a sus planes de dominación; pero sí es en última instancia -más aún en la época de crisis económica internacional en que vivimos- la única respuesta que el sistema puede dar para mantener incólume su andamiaje social. En definitiva, el capitalismo, como sistema esencialmente violento que es, solo puede perpetuarse haciendo un uso sistemático y masivo de la violencia en todas sus formas.
            Por último, no hay argumento más rotundo para demostrar la esencia violenta del capitalismo decadente que el de su naturaleza radicalmente belicista. Recordemos, antes de profundizar en el asunto de la economía de guerra, que, siguiendo a Lenin, lo que caracteriza al capitalismo actual (en su última fase o estadio imperialista), en el que imperan los monopolios y oligopolios y desparece la libre competencia, es la exportación de capitales. Estos capitales, que tienden al monopolismo, han conformado el capital financiero (fusión de la banca y las grandes empresas industriales y de servicios, convertidas en poderosísimos grupos de presión de las que los Estados capitalistas son sus rehenes absolutos), que sojuzga a la inmensa mayoría de la población mundial a través del hambre, el paro y la precariedad. Nos encontramos, parafraseando de nuevo a V. I. Lenin, ante el reparto económico del mundo entre los trusts internacionales.
            Pues bien, el lobby del capital financiero que actualmente ejerce más poder en los Estados es, antes incluso que el farmacéutico, el militar (llamado, en EEUU, el complejo militar-industrial). Centrándonos en EEUU (sin duda, el mayor paradigma de economía belicista en el último siglo), numerosos análisis de Historia económica demuestran que, de no ser por los altos niveles de desarrollo de la industria armamentística, EEUU sería incapaz de mantener sus niveles de producción nacional, rentabilidad empresarial y empleo; asimismo, no estaría a la cabeza en I+D+i en muchos campos (como en nanotecnología, robótica o biotecnología). De hecho, el relanzamiento histórico que experimentó la economía estadounidense en el contexto inmediatamente posterior a la Gran Depresión habría sido imposible sin la expansión -sin precedentes en la historia militar mundial- de la industria armamentista.
            Como afirma el Grupo de Propaganda Marxista, “así como la competencia es un fenómeno derivado de la propiedad privada sobre las condiciones objetivas del trabajo social, las guerras interburguesas [como las de la ex Yugoslavia, Afganistán, Irak o Libia], en determinadas condiciones, son una necesaria continuación de la competencia por medios bélicos”.
            La guerra, por tanto, es un fenómeno consustancial al capitalismo en su fase imperialista. Y esto es así por dos razones: primero, porque las guerras son una forma auxiliar de la competencia estrictamente económica (“Los capitalistas no se reparten el mundo [mediante la guerra] llevados de una particular perversidad, sino porque el grado de concentración a que se ha llegado les obliga a seguir este camino para obtener beneficios”; V. I. Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo); y segundo, porque la industria armamentística emplea una parte creciente de los recursos productivos del planeta y constituye una fracción cada vez mayor del total de los beneficios de la burguesía internacional.
            Violencia y cambio social
«La revolución no es una cena de gala.
No se hace como una obra literaria, un dibujo o un bordado.
No se logra con la misma elegancia, calma y delicadeza.
Ni con la misma suavidad, amistad, cortesía, moderación y generosidad.
La revolución es un levantamiento, un acto de violencia
en el que una clase invalida a la otra»
(Mao Tse Tung)
            Siguiendo el hilo de la Historia, es imprescindible rescatar la herencia teórica de Marx, Engels y Lenin (y de todos aquellos revolucionarios que entendieron y defendieron el uso de la violencia revolucionaria como instrumento indispensable de emancipación), para los cuales la violencia siempre fue una necesidad histórica determinante como forma de transformación revolucionaria de la sociedad. Así, decía Lenin en El Estado y la revolución: “La doctrina de Marx y Engels sobre el carácter inevitable de la revolución violenta se refiere al Estado burgués. Este no puede sustituirse por el Estado proletario (por la dictadura del proletariado) mediante la “extinción”, sino solo, como regla general, mediante la revolución violenta… La necesidad de educar sistemáticamente a las masas en esta, precisamente en esta idea de la revolución violenta, es algo básico en toda la doctrina de Marx y Engels”.
            La posición de los revolucionarios siempre ha sido meridianamente clara en relación al papel de la violencia como instrumento de transformación social. Marx y Engels (que jamás hicieron ningún tipo de apología de la violencia, como arguyen de forma tramposa multitud de lacayos intelectuales del capital) sostuvieron de manera científica la necesidad de derrocar, mediante la violencia revolucionaria, el sistema de esclavitud asalariada. Por un lado, haciendo esto los fundadores del socialismo desenmascaraban a la historiografía burguesa, que minusvaloraba -cuando no eliminaba del análisis histórico- el papel de la violencia como motor fundamental de procesos de cambio de un sistema a otro. Por otro lado, Marx y Engels sentaron las bases de lo que debía ser la posición correcta de los comunistas frente a la violencia emancipadora. Y es que para los revolucionarios siempre ha estado claro que un statu quo intrínsecamente violento solo puede ser destruido de manera violenta. Evidentemente, esto es así por la sencilla razón de que ninguna clase dominante, como demuestra la experiencia histórica, está dispuesta a ceder voluntariamente sus privilegios económicos, sociales y políticos. Esto es completamente lógico, pues la burguesía es una criatura pegada como una lapa a sus privilegios de clase: inevitablemente morirá matando, como ese animal que defiende a sus crías de un depredador aun a sabiendas de que no conseguirá salvarlas. Y, parafraseando al gran filósofo y estratega de la guerra Sun Tzu, no hay peor fiera que aquella que está malherida y acorralada. Mientras más vea amenazado su domino social la burguesía, más férrea y violenta será su resistencia y más perfeccionada será su maquinaria represiva. Por este motivo, indiscutible a todas luces, los explotados no pueden eludir la cuestión de la violencia (como tampoco pueden sobredimensionarla o aplicarla indiscriminadamente), sino que deben entender que las vías pacíficas están completamente cerradas para la construcción de un orden social justo y libre.
            Como afirma de manera brillante Adolfo Sánchez Vázquez: “Frente a la subestimación del papel de la violencia, propia de reformistas y oportunistas, y frente a su exageración, característica de una actitud idealista, voluntarista, los marxistas no pueden dejar de subrayar el papel fundamental de la violencia, aunque es evidente también que esta debe ser vista históricamente, es decir, considerada en diferentes etapas históricas, en revoluciones diversas y, sobre todo, en distintas situaciones concretas”. Aquí reside la dialéctica (la paradoja, en sentido no marxista) de la violencia: la violencia revolucionaria es una necesidad impuesta por la violencia de la sociedad clasista; la violencia revolucionaria es, por tanto, la única manera de acabar, no solo con la violencia de la sociedad actual, sino con toda forma de violencia. Al igual que una persona que está siendo agredida por otra solo puede zafarse de esta haciendo uso de algún grado de violencia (poco importa que esta sea de autodefensa), los explotados solo pueden hacer frente a la violencia de los explotadores mediante la lucha revolucionaria (que aúna inevitablemente forma pacíficas y violentas).
            La violencia, al contrario de lo que sostiene la moral pacifista burguesa (como veremos luego, el pacifismo es un fiel defensor de la mayor violencia que existe hoy, la del sistema), no es un atributo que un movimiento auténticamente transformador pueda elegir libremente. Jamás las masas revolucionarias han tenido la posibilidad de elegir entre una “revolución violenta” y una “revolución pacífica”. No existe esa alternativa más que en la mente idealista de quienes asumen, de manera acrítica, las tesis sistémicas del pacifismo. Igualmente, el contenido de la violencia no es único, universal o abstracto, sino que depende de la clase social que la aplique y de los propósitos sociales (no es lo mismo una guerra de agresión que una guerra de liberación, por ejemplo). Esto no significa, ni mucho menos, que toda revolución tenga que implicar necesariamente derramamiento de sangre o la eliminación física de nuestros enemigos de clase. El marxismo, repito, no practica ningún tipo de apología de la violencia (y, por supuesto, a diferencia de nuestros verdugos imperialistas, es contrario al uso de técnicas inhumanas de represión y tortura). De hecho, el comunismo es el movimiento social y político que, al entender el rol que ocupa la violencia, más hace por eliminarla y por plantar las semillas de una sociedad fundada sobre una paz real, persiguiendo además que los conflictos sociales sean cada vez más resueltos mediante métodos de diálogo y entendimiento, una vez desaparecidas las clases sociales. En Sobre la caricatura del marxismo y el “economismo imperialista”, Lenin explica: “En nuestro ideal no hay lugar para la violencia sobre la gente… todo el desarrollo lleva hacia la abolición de la dominación (violenta) de una parte de la sociedad por otra”.
            En un sentido histórico, ha habido procesos revolucionarios o insurreccionales (como la Revolución soviética de Octubre o la “República Soviética de Hungría” de 1919) en los que la violencia física ha ocupado un papel extraordinariamente insignificante en el proceso revolucionario. Obviamente los tiempos han cambiado, los Estados han perfeccionado sus maquinarias represivas y han blindado mucho más sus aparatos de represión. Pero hoy, al igual que ayer, el mayor o menor uso de la violencia revolucionaria dependerá de múltiples factores, entre los que destaca el grado de organización política y militar de la clase explotada (de su Partido Comunista, de su movimiento obrero y de su Ejército Rojo) y de la capacidad operativa que tenga para someter a los explotadores y sus esbirros haciendo uso solo de la violencia disuasoria, así como del nivel de descontento entre los estratos bajos de las fuerzas represivas, los más susceptibles de abandonar su adhesión a unos cuerpos violentos que actúan única y exclusivamente para la defensa de los intereses de la clase dominante. También hay que tener en cuenta que la práctica de derrocar a la burguesía del poder (liquidando su Estado y socializando los medios de producción) es ya de por sí una práctica violenta en un sentido teórico, aunque no haya ni una sola víctima, ya que implica coacción, y la coacción es por naturaleza violenta. Por eso para el comunismo la violencia solo desaparece cuando desaparecen las clases sociales y el Estado se extingue: este será el momento en que ya no será necesario hacer uso de ningún tipo de mecanismo político coercitivo.
            Sumergiéndonos en la profundidad del binomio violencia-revolución, es imprescindible tener en cuenta que la violencia no es ni mucho menos la única cara de una revolución, ni siquiera la más importante en un sentido histórico. Marx, Engels y Lenin rechazaron en su época cualquier exageración en cuanto al rol de la violencia. Por ejemplo, siguiendo a Adolfo Sánchez Vázquez, el mismísimo Marx rechazó las consignas aventureras e insurreccionalistas de anarquistas y blanquistas que, al no entender las bases reales y objetivas de un movimiento revolucionario, exageraban el papel de los métodos violentos. Asimismo, Karl Marx también condenó enérgicamente toda concepción maniquea del comunismo que redujera esta “forma superior de organización social a una organización basada en la violencia” (Adolfo Sánchez Vázquez). La revolución es un proceso dialéctico, lo que significa que es una lucha y superación de contrarios entre destrucción y creación. Pero históricamente la revolución es sobre todo un proceso creador, pues permite generar nuevas condiciones sociales, un nuevo marco de relaciones humanas, a través de la construcción de un Nuevo Poder que sustituya -mediante su superación- el poder caduco de la oligarquía financiera. El marxismo (o, más en concreto, las tesis que formula Lenin sobre la insurrección y la toma del poder, que después son teorizadas de forma más completa por Mao en la Guerra Popular) entiende que la toma del poder no se puede organizar, como plantean los anarquistas y muchos marxistas insurreccionalistas, de la noche a la mañana y sin tener en cuenta las condiciones objetivas y subjetivas. Por ello es imprescindible que, mediante un desarrollo concéntrico, el Partido Comunista (entendido como fusión del movimiento obrero y de la minoría revolucionaria, no como ente sustitutivo de la capacidad y la iniciativa de la clase explotada) organice progresivamente los destacamentos armados que empezarán a romper el monopolio de la violencia estatal, enfrentando el Ejército Rojo al poder armado de los explotadores, lo que será la única garantía definitiva del triunfo sobre la burguesía y su sistema criminal.
El pacifismo, el mayor aliado de la violencia del sistema
            Solo alguien con miopía política puede pensar que la cuestión de la violencia es secundaria, o que conviene dejarla aparcada hasta que entremos en una fase prerrevolucionaria. En realidad, las tareas que los destacamentos comunistas debemos acometer hemos de realizarlas ahora, no en el momento en que el movimiento obrero crezca y naufrague por falta de guía revolucionaria. Entre las muy diversas cuestiones que los revolucionarios hemos de analizar desde una perspectiva de clase, la violencia ocupa un lugar primordial por el carácter determinante que imprime a toda revolución. Ninguna revolución ha triunfado de forma pacífica. Ni siquiera la burguesía, la clase que ahora nos oprime, consiguió expulsar a la clase feudal del poder político pacíficamente. Tampoco las colonias pudieron liberarse de las metrópolis por vías pacíficas, sino a través de guerras de liberación nacional. No ha existido ni existirá, por una imposibilidad material, ninguna transformación real de la sociedad que excluya la utilización de métodos violentos.
            En este sentido, entender y exponer correctamente la cuestión de la violencia es muy importante, sobre todo en un momento en que, en las entrañas del mismo Estado español, ha emergido un nuevo movimiento social (el de los “indignados”) que, si bien no es la expresión genuina de los intereses de la clase obrera y de su praxis revolucionaria, ha vuelto a poner encima de la mesa la cuestión de la violencia con motivo de la represión policial en ciudades como Madrid, Barcelona o Valencia. El 15-M, impregnado como no podía ser de otra manera de un mejunje de ideologías pequeño-burguesas y reformistas, ha hecho suya la ideología del pacifismo (gráficamente esquematizada en el clásico eslogan “estas son nuestras armas”, coreado en multitud de manifestaciones para regocijo de los Botín, Alierta y Cía.), negando la necesidad de la violencia revolucionaria y aceptando, por tanto, que es el Estado capitalista el único ente legitimado para hacer uso de la violencia. Veamos el carácter reaccionario de este pacifismo que se disfraza de “transformador”.
            El pacifismo surge en el interior de las organizaciones socialdemócratas de principios del siglo XX. Básicamente, la “vía pacífica al socialismo” (un sinsentido suicida y reaccionario) se desarrolla como expresión de la política reformista que ve en el Estado actual, no un órgano violento de represión de una clase sobre otra, sino una especie de juez imparcial que dirime los conflictos entre unas clases y otras. Históricamente, el pacifismo surge como señuelo para atraer a las masas explotadas hacia la vía de la claudicación y la inacción. Por eso podemos decir que el pacifismo es hijo directo del reformismo y el oportunismo (lo cual no es óbice para que exista, igualmente, un reformismo armado, como ha demostrado en el Estado español el MLNV o en Irlanda el IRA).
            Dicho esto, lo que olvidan muchos incautos que abrazan las tesis del pacifismo es que: primero, es materialmente imposible revolucionar la sociedad vigente sin hacer uso de la violencia; segundo, al rechazar “toda forma de violencia”, los pacifistas olvidan que, precisamente al no combatir ni eliminar la violencia sistémica, son cómplices directos de esta. Al final, los pacifistas demuestran ser los más grandes defensores de este sistema (el más violento de la historia de la Humanidad), pues no cuestionan el monopolio de la violencia estatal y engañan al proletariado al hacerle pensar que las instituciones del capital pueden ser reformadas -o incluso destruidas- sin hacer uso de la violencia. Y es que, en el fondo, la conciencia de la no-violencia lo que refleja claramente es la imposibilidad de transformar de manera real el mundo en que vivimos por la única vía posible, la de la violencia revolucionaria. ¿Cómo, según los pacifistas y reformistas varios, conseguiremos los explotados destruir el sistema capitalista, si enfrente vamos a tener la resistencia organizada y feroz de la burguesía con su formidable aparato represivo? El pacifismo, al final, termina siendo el mayor defensor de la violencia, al impedir que los proletarios podamos tomar conciencia de la necesidad de derrocar este orden destructivo. “Las armas no son otra cosa que la esencia de los combatientes mismos”, decía Hegel. Los aduladores del pacifismo se niegan a entender que, para acabar con el fusil, es necesario coger el fusil. Los proletarios chilenos, cuando los mercenarios pinochetistas a sueldo del capital imperialista los liquidaron física y políticamente en 1973 y en años posteriores, entendieron a la perfección -pero demasiado tarde- que la “vía pacífica al socialismo” es la vía pacífica al fascismo. No ha habido cambio revolucionario en toda la Historia que se haya producido por medios exclusivamente pacíficos. El pacifismo, al negar per se el uso de la violencia emancipadora, es al final el peor enemigo de la paz. En realidad, los únicos realmente “pacifistas” somos los que, desde el realismo político, apostamos por hacer un uso discriminado, revolucionario y lo más reducido posible de la violencia, pues sentamos las bases para que algún día pueda existir una paz social real, no la paz de cementerio que ahora se nos impone, sino una paz justa, la paz de una sociedad de hombres y mujeres libres e iguales en derechos y deberes.
            Cuando a los pacifistas se les pregunta sobre esta cuestión, la mayoría suele acudir a sus mantras y grandes mitos que el stablishment mediático se ha encargado de alimentar para generar falsas expectativas en las filas de la clase explotada. Todos estos mitos y mantras del pacifismo se nuclean en torno a la figura de Gandhi y las fantasías inventadas en relación a su ideología. Siguiendo las tesis del filósofo italiano Domenico Losurdo, Gandhi fue un fiel representante de los intereses de las clases dominantes en todos y cada uno de los periodos de su evolución ideológica y política: primero, reclutando ciudadanos indios para servir en el ejército británico en la Primera Guerra Mundial imperialista; segundo, apoyando las acciones armadas de los imperialistas británicos para aplastar las revueltas zulús en el continente africano; tercero, pugnando por incorporar en Sudáfrica a los indios “ilustrados” en la élite blanca de la burguesía sudafricana; cuarto, profesando un ruralismo fascista que le llevó a idolatrar a sujetos como Mussolini (“salvador de la nueva Italia”, lo llamó en una ocasión). Por otro lado, Losurdo también desmonta el mito de la pretendida eficacia de la no-violencia de Gandhi en relación a la independencia de la India. En realidad, si la India pudo independizarse del Imperio británico, esto solo fue posible por dos razones por completo ajenas a la estrategia de la no-violencia: por un lado, por el agotamiento del Imperio británico tras el final de la Segunda Guerra Mundial (agotamiento relacionado con una reformulación estratégica del imperialismo por parte de las antiguas metrópolis, que consistió en permitir la independencia formal de las antiguas colonias mientras se mantenían intactas las estructuras imperialistas de dominación en lo económico y lo militar) y, por otro lado, por la propia guerra de liberación nacional que una buena parte de la sociedad india libró contra el invasor imperialista.
            En el caso de Luther King, la ideología dominante elogia al primer King, pero destierra completamente al King que, sin ser netamente revolucionario, condena el racismo institucionalizado de Estados Unidos o la guerra imperialista de Vietnam y que, además, expresa abiertamente su admiración por los militantes afroamericanos comunistas. Sabemos perfectamente que el sistema solo puede ensalzar a quienes no dañan ni un ápice las estructuras de dominación del capitalismo. Así, el mayor sucesor en nuestros días del fantasma de Gandhi y su falsa no-violencia (falsa porque, como hemos visto, el “apóstol indio” defendió a capa y espada un tipo de violencia: la de los opresores contra los oprimidos) es el ínclito Dalai Lama, el supremo depositario de la herencia ultrarreaccionaria y pacifista del líder indio. En su libro La cultura de la no violencia, Losurdo desmonta también a la perfección el mito de la no-violencia del Dalai Lama y los dirigentes budistas del Tíbet. Mientras la propaganda sistémica se encarga de recordarnos día sí día también que el comunismo es sinónimo de “violencia” y “expansionismo”, la realidad histórica habla de manera muy diferente a como lo hacen los plumíferos del sistema en relación a los “afables monjes tibetanos”: pocos conocen la historia de exterminio perpetrado por el V Dalai Lama en el Tíbet, de su régimen teocrático y semi-feudal; también la historiografía oficial oculta que los grupos tibetanos fueron adiestrados, financiados y armados por EEUU para luchar contra el comunismo.
            En definitiva, el pacifismo forma parte intrínseca de las ideologías sustendadoras del sistema de explotación que padecemos. Ya sea consciente o inconscientemente, el pacifista escoge situarse del lado de los poderosos, del lado de los que ejercen la más cruel e inhumana forma de violencia que haya sacudido el planeta. Afortunadamente los explotados, cuando adquieren conciencia revolucionaria, entienden perfectamente que la violencia revolucionaria no es una elección subjetiva y caprichosa, sino una herramienta que el sistema obliga a utilizar para construir un nuevo modelo de civilización, la sociedad de especie, el comunismo, que representará el final objetivo de toda forma de violencia de unos seres humanos sobre otros. ///./// "" 12 mayo, 2012.Author: jolusauccp . Comments.La CUC: Un Pacto Entre Caballeros Contra La Lucha de Clases
Después de leer y discutir en el seno de nuestro colectivo el documento elaborado por los camaradas del MAI: “La CUC: Un pacto de caballeros contra la lucha de clases”, hemos decidido reproducirlo en nuestro blog, pues representa un buen ejemplo de la lucha que hay que mantener contra el revisionismo y el oportunismo al profundizar en la crítica a las desviaciones que las tres organizaciones integrantes de la CUC, junto a otras, desarrollan en su concepción del marxismo y en su práctica política e ideológica.
Tenemos que recordar que el revisionismo constituye el enemigo principal en el seno de la clase obrera pues es una desviación burguesa que persigue apartar al proletariado de su lucha por la emancipación del Capital y de la construcción de la sociedad comunista. En estos momentos es más necesaria que nunca la denuncia del revisionismo y la lucha contra sus prácticas pues proyectan dentro de la clase obrera propuestas políticas que fomentan la colaboración de clase (apoyo a la democracia burguesa y la III República) como muestra de la posibilidad de una vía pacífica al socialismo.
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LA CUC: UN PACTO ENTRE CABALLEROS CONTRA LA LUCHA DE CLASES
La división del movimiento comunista en el Estado español es una realidad nada nueva. Los objetivos por los que luchar, la estrategia y la táctica adecuada para alcanzarlos, el marco de actuación sobre el que trabajar y, cómo no, el clientelismo sectario generado por las camarillas de cada organización, son algunos de los elementos a través de los cuales cristaliza esa división política y orgánica que cada vez preocupa más a las distintas fracciones de nuestro movimiento.
Estas diversas formas de afrontar la realidad material que tiene cada destacamento comunista en el Estado español,  tienen su origen en la concepción de esa realidad social de cada organización,  que está determinada por la aprehensión o no del marxismo como síntesis revolucionaria de todo el conocimiento humano puesto a disposición de la clase revolucionaria de nuestra época, el proletariado, que desarrolla su lucha de clase contra la burguesía en lo económico, en lo político y en lo ideológico.
Por esto  la justa solución a la división del movimiento comunista, que no deja de ser un concreto más dentro del todo social, no puede escapar a esa lucha entre las diversas concepciones que existen sobre el movimiento social, la marxista proletaria frente a las burguesas, y la división de nuestro movimiento se reproduce una vez más a la hora de abordar la cuestión  de su reestructuración en este país, surgiendo dos modos totalmente opuestos de enfrentar el problema: de un lado la Unidad Comunista  que se aleja de la dialéctica marxista y abraza el oportunismo más rancio. De otra parte, la Reconstitución del Comunismo como única estrategia válida para el proletariado revolucionario del Estado español en el actual período en que las necesidades del proceso revolucionario nos imponen el estudio del marxismo para poner la ideología al mando y poder así observar la realidad conforme a nuestras aspiraciones como clase revolucionaria.
En este contexto de lucha entre concepciones, de lucha ideológica en el seno de nuestro movimiento, de lucha de dos líneas como representación de la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía, nace la Coordinación de Unidad Comunista –CUC- como última representante de la línea de Unidad.
La CUC formada en marzo de 2010 por la Unión Proletaria, por el Colectivo Comunista 27 de Septiembre y por el Partido de los Trabajadores de España (PTE-ORT) tiene por objetivo la “Unidad de los Comunistas en un solo partido” y por ello se establece como “un organismo que coordine los esfuerzos y el trabajo práctico de cuantas Organizaciones Comunistas estén dispuestas a trabajar, en la práctica y no solo en la teoría, por la UNIDAD DE LOS COMUNISTAS”. [1]
La CUC se desentiende de la experiencia práctica del proletariado revolucionario a la hora de constituir sus organismos de clase. Se estriba en la repetición punto por punto de esa línea de Unidad Comunista que ya ha fracasado en multitud de ocasiones como modelo de construcción partidaria. Los oportunistas se muestran una vez más impacientes por crear un partido de masas que lejos de llevar el marxismo a “la práctica”, se aparta por completo de la ideología para ponerse a la cola del movimiento de resistencia de la clase obrera, entre el cual deambulan nuestros unificadores repartiendo sus panfletos con la venia de las organizaciones mayoritarias de la aristocracia obrera con las que pretenden confluir en la “unidad sindical y de izquierdas” por la que hacen propaganda desde sus distintos órganos de expresión.
Unidad vs Reconstitución; Pacto vs Lucha de clases
La línea de Unidad Comunista sienta su base en la premisa de que el marxismo-leninismo ya ha sido asumido por la mayoría de organizaciones que se proclaman comunistas. La unidad pasa entonces por un acto administrativo, un Congreso de Unificación, en el cual la simple admisión de unos compromisos generales basta para establecer la línea divisoria entre comunismo y revisionismo.
Nosotros siempre hemos defendido que la ideología revolucionaria es el punto de partida para la construcción de todos los instrumentos de la Revolución Proletaria, los cuales se crean al calor de las necesidades de la propia Revolución. Que esta ideología debe estar al mando del proceso revolucionario pues es la que nos permite conocer y comprender las leyes objetivas de la realidad social que pretendemos transformar. Una realidad en constante movimiento y que, por tanto, necesita un estudio continuado que nos facilite el ir añadiendo de forma sintetizada las experiencias del proletariado en su lucha de clases contra la burguesía. Esto es algo que desde el MAI estamos desarrollando ya como una de las tareas objetivas del proceso revolucionario encaminado a la reconstitución del Partido Comunista.
Sin embargo para los integrantes de la CUC la cuestión de la ideología está ya resuelta en el seno de la vanguardia comunista del estado español. Afirmación que choca con una testaruda realidad que muestra a multitud de organizaciones que se reclaman del marxismo-leninismo pero que están disgregadas y divididas. ¿Cómo explicar esto eludiendo la cuestión de partida, el problema de la ideología? Los jefes de la UP se remiten al carrillismo [2] como el agente fraccionalista que sembró la división y el desconcierto en el viejo PCE. Un escueto análisis, el del fraccionalismo, que unido a la repetición machacona y constante de la palabra “Unidad” esconde la verdad: que el PCE fue liquidado por el revisionismo como acabó sucediendo con todos los partidos de la III Internacional, mucho antes de que entrase en acción el eurocomunismo carrillista. Que la ideología proletaria fue derrotada en el seno de ese Partido como paso previo para su liquidación como organización de vanguardia del proletariado en el estado español. Y que por ello es necesaria la reconstitución de la ideología para delimitar los principios del proletario revolucionario y ponerlos en guardia contra toda influencia burguesa que limite nuestra actividad social como sujeto revolucionario organizado.
Según el plan de Unidad Comunista para crear el “nuevo” PCE, ese Partido Unificado, basta con la simple unión de las distintas familias del marxismo-leninismo que hoy se hayan separadas, lo que provocará un genial “efecto multiplicador”  que llevará a los comunistas a estar en todos los frentes espontáneos de la clase obrera para poder ser más papistas que el papa y ser los más republicanos, los más feministas, los más antinucleares…
“La unidad de los comunistas en España nos permitirá alcanzar una cantidad importante de militantes en una sola organización, lo que posibilitará el desarrollo de las propuestas comunistas entre la clase obrera y el pueblo trabajador, en todos los territorios y en todos los frentes parciales de lucha. Lograremos así un efecto multiplicador, tanto en la acción de masas, como en la propaganda y en la labor de organización de nuestra clase. En un solo Partido Comunista, se unirán cuadros que hoy pertenecen a diversos destacamentos marxistas-leninistas, a diferentes sindicatos, a sectores distintos de la clase obrera, al movimiento republicano, al movimiento antifascista, al movimiento estudiantil, etc., y todos ellos, colaborando en una acción coordinada y más racional, bajo una única dirección, unas únicas propuestas y una única bandera. La unidad de los comunistas también tendrá un efecto multiplicador de calidad. La unidad de las experiencias de las diversas organizaciones, de su crítica y autocrítica, de sus elaboraciones teórico-políticas, de sus programas, de su propaganda y de su trabajo de masas, multiplicará la calidad del Partido Comunista unificado.” [3]
Gracias al milagro multiplicador de los panes y los peces ya no es necesario conquistar la independencia ideológica, condición de la política, del proletariado, a pesar de su liquidación política, orgánica e ideológica. Una conquista  que durante  el Ciclo de Octubre realizó primero el bolchevismo y luego la Comintern en lucha contra el revisionismo de la II Internacional. Lucha que provocó la división política internacional del movimiento obrero y la diferenciación de los comunistas revolucionarios respecto del resto de tendencias existentes en el seno de la clase obrera, evidenciando el salto cualitativo producido entre la vieja socialdemocracia (como representante del movimiento de resistencia de la clase), anclada en la reforma del estado burgués y los frentes parciales, y los comunistas (vanguardia revolucionaria de la clase) que luchaban por el derrocamiento de la burguesía  y se organizaban para alcanzar ese objetivo innegociable. Hoy, según la CUC , solo hace falta proclamarse comunista y aceptar unos cuantos puntos en común lo suficientemente heterogéneos como para que permitan la tan preciada Unidad que nos lleve inmediatamente a las “amplias masas” que quedan al margen del proceso en que los comunistas deciden unificarse por decreto. Y es que el Partido Comunista no es para los señores de la CUC  la unidad objetiva de vanguardia y masas, de ser y conciencia, sino la unidad intersubjetiva y voluntariosa de todos los que trabajan por la Unidad de todos los comunistas, máxime en estos tiempos de crisis en que “la unidad de los comunistas se ha vuelto una necesidad urgente por la ofensiva de la burguesía contra los trabajadores”  [4] pues al parecer la construcción de los organismos revolucionarios depende de la política implementada por la burguesía y no de la vanguardia revolucionaria, que deberá ir a remolque de los acontecimientos. Es decir, que para la CUC el devenir del movimiento revolucionario depende en primera instancia de factores externos al mismo movimiento. ¡Toda una lección de marxismo! adaptado a las necesidades del oportunismo más rastrero.
A pesar de su palabrería y su parafernalia, los revisionistas unificadores reniegan de los principios que pregonan haber asumido y defender  pues se desentienden de las tareas objetivas que nos impone la reconstitución del Partido Comunista: la reconstitución ideológica del comunismo como conditio sine qua non para transformar el mundo mediante  la praxis revolucionaria, entendida como fusión del socialismo científico y el movimiento obrero. Fusión que convierta la teoría general del comunismo en Línea Revolucionaria, en Programa Político Revolucionario aplicado a una sociedad determinada, el cual no será ya ni los principios como tales ni la realidad en sí misma, sino su negación dialéctica (la revolucionarización de ambos contrarios). Porque el marxismo-leninismo fusiona el conocimiento y el saber de la humanidad con la posición objetiva del proletariado bajo el régimen social productivo existente y permite que su actividad práctica se convierta en actividad revolucionaria emancipatoria, relacionando la actividad consciente del sujeto con las leyes objetivas del desarrollo de la materia. De aquí la necesidad de haber aprehendido la ideología como tarea previa para transformar la realidad en el proceso revolucionario en que el proletariado se transforma a sí mismo.
Obviamente la traición a la ideología proletaria no puede presentarse como tal, sino que la CUC lo hace desde la conciliación ideológica de sus distintas organizaciones. “¡Si ya compartimos análisis!” brama la UP, “compartimos nuestra filosofía” repite el PTE-ORT (más abajo comprobaremos con detalle cuáles son las conclusiones a las que llegan estos grupos utilizando “nuestra filosofía”). Y se conforman con estas proclamas para dejar los problemas ideológicos en un segundo plano a pesar de ser fundamental pues sobre él se cimenta el movimiento revolucionario. Y para el debate proponen cuestiones tácticas y de Programa político, que como buenos revisionistas utilizan, en vez de como plasmación de los principios generales del proletariado en la realidad concreta, como oferta electoral con la que trapichear con otros grupos políticos en aras de repartirse la representación de la clase obrera dentro del maremágnum republicano y popular.
Vanguardia y masas; sus contradicciones y la reconstitución del P.C.
La Unidad Comunista como forma de construcción partidaria separa a la vanguardia proletaria de sus masas. El Partido se construye alejándose de las masas mediante la unidad de los que ya son comunistas. Se denota en este modo de actuar el dogmatismo y cerrazón con que son observados los conceptos de vanguardia y masas: para el revisionismo la masa siempre será la parte de la clase que no está organizada en partido, las masas profundas de la clase obrera. Y por eso las dejan fuera de su proceso de unidad. Pero el concepto de masas está relacionado directamente con el estado de la vanguardia, con la situación política e ideológica en que se halle el sector más avanzado de la clase. No es el aspecto cuantitativo el que determina que es la masa, sino lo cualitativo, la correlación de fuerzas de clase respecto de la vanguardia revolucionaria, su posición respecto a todas las clases que se relacionan en una sociedad. Así las masas no pueden ser hoy los obreros que simplemente luchan por la mejora de sus condiciones de vida. Las masas para la vanguardia revolucionaria deben ser hoy quienes están predispuestos a la asunción colectiva de la ideología proletaria. Por ello el Partido no puede construirse de espaldas a las masas, porque es precisamente la relación de éstas con su vanguardia, su movimiento y elevación hacia las posiciones de lo más avanzado de la conciencia proletaria la que determina la existencia o no de Partido Comunista, si se concibe este al modo leninista y no al viejo modo burgués como máquina burocrática de representatividad de las masas ante el parlamento y el resto de instituciones burguesas, que es en definitiva como lo contemplan los de la CUC.
La línea de unidad comunista proyecta graves deficiencia de construcción política  que poco tienen que ver con  lo que nos enseña el marxismo-leninismo en cuanto a la relación entre vanguardia y masas. El revisionismo representado por la CUC no logra separarse de la visión burguesa de las organizaciones de clase. De una parte, la CUC, como fiel defensora de la Unidad Comunista, separa a vanguardia y masas a la hora de “unificarse en un solo partido” y de otro proclama que la táctica comunista tiene el deber de “ganarse a las masas de la clase obrera, de unir la lucha económica a la lucha política, de elevar a la clase obrera en conciencia y organización”. [5] Es decir que primero muestran a la vanguardia y a las masas de la clase como elementos ajenos entre sí, sin relación y luego de pronto aparecen unidos y en armonía, produciéndose un salto inexplicable que provoca que la unidad organizativa de los comunistas realizada de espaldas a las masas  se traduzca en un supuesto programa político revolucionario que fusiona ya a vanguardia y masas y  permite “unir la lucha económica a la política”. Con este punto de vista certifican  que el revisionismo encarnado en la CUC ha renegado del materialismo dialéctico para pasarse, siendo generosos, a las filas del mecanicismo más vulgar. Porque se desentienden, primero, de la relación dialéctica entre vanguardia y masas como aspectos contradictorios que son pues los separan y unen a su antojo sin señalar el salto cualitativo que se produce cuando la vanguardia se fusiona con las masas y logra transformar a ambos,  que se sintetizan en Partido Comunista. Y segundo y más importante, se olvidan de todo el sistema de contradicciones que rodean a las relaciones entre la vanguardia (que no es algo monolítico y que encierra numerosas contradicciones internas) y las masas (que como hemos dicho son variables y dependen de la posición de la vanguardia). Un sistema de contradicciones que la vanguardia debe ir resolviendo sucesivamente, no por devaneos voluntaristas, sino porque la dialéctica marxista nos muestra que solo a través de su revolucionarización constante la vanguardia obrera puede avanzar. Y obviar esto es obviar las leyes fundamentales de la dialéctica que rigen el devenir de la materia social y de las que no puede escaparse la organización política del proletariado por muchas vueltas que quieran darle los revisionistas unificadores.
El sistema de contradicciones en el que se halla inmerso la vanguardia obrera, plantea en estos momentos la lucha de contrarios como lucha ideológica entre vanguardia teórica marxista-leninista y vanguardia teórica no marxista-leninista. Para desarrollar correctamente esta contradicción los comunistas debemos crear los  vínculos políticos y organizativos que permitan la unidad de esos elementos contradictorios (solo posible a través de su revolucionarización) en forma de proceso revolucionario para lo cual la lucha de clases se desenvuelve como lucha de dos líneas en el seno de la vanguardia teórica de la clase obrera. Entre la línea revolucionaria coherente con los principios del marxismo-leninismo y la línea revisionista y oportunista que bajo una verborrea pseudo revolucionaria esconde el programa reformista (la III República) y economicista (el sindicalismo) propios de la pequeña burguesía y la aristocracia obrera.
Esta Lucha en la que nos hallamos inmersos se resuelve como  Reconstitución Ideológica del Comunismo que devuelva al marxismo-leninismo a la posición de teoría de vanguardia del proletariado como paso previo a la conquista de la vanguardia práctica del movimiento obrero la cual se convertirá, una vez reconstituida la Ideología, en la masa a la cual debe dirigirse la vanguardia comunista. Es en este sentido como se desarrollan las contradicciones, como avanza el movimiento comunista y como se demuestra que la vanguardia debe organizarse en base a tareas establecidas desde el estudio de la realidad material (en la que se incluye nuestro movimiento) y ante las cuales, a medida que se van resolviendo, se debe readaptar la organización política obrera. Pues cuando la vanguardia teórica se dirija a la vanguardia práctica, a esos obreros que son vanguardia del movimiento de resistencia de la clase, se habrá operado ese salto cualitativo en las tareas del movimiento revolucionario que estará ya en condiciones de transformarse en Partido Comunista al poder fusionar a ser y conciencia en un todo indisoluble. Por tanto la vanguardia siempre tiene una Línea de Masas, dirigida a ese sector de la clase, que no siempre es el mismo, al  que ha de elevar a sus posiciones ideológicas y políticas. Es así, en las condiciones que ha instaurado la finalización del Ciclo de Octubre, cómo se plasma concretamente esa profunda imagen leniniana del “eslabón de la cadena” al que es preciso asirse para que el movimiento pueda seguir desarrollándose (imagen que por sí misma debería contribuir a desterrar entre los autoproclamados leninistas esa concepción holística –la posibilidad de desarrollar una labor multifacética, sindical, política, ideológica, etc., espontánea e inmediatamente- sobre las tareas que afronta la vanguardia).
Es pues un error compartimentar a “vanguardia” y a “masas” como elementos inconexos antes de la constitución del Partido Comunista, como hacen los defensores de la línea de Unidad Comunista. Vanguardia y masas siempre deben tener vínculos políticos determinados por el desarrollo de la lucha de clases. Hoy esos vínculos, esa Línea de Masas de los comunistas revolucionarios, se muestran a través de la lucha de dos líneas contra el revisionismo, encaminada a la conquista de la vanguardia teórica de la clase para el movimiento revolucionario en su proceso de desarrollo hacia Partido Comunista. Cuando el Partido esté reconstituido esos vínculos  de la vanguardia con las masas se mostrarán a través del movimiento revolucionario, cuando la aportación de la ideología proletaria al movimiento se concrete en movimiento organizado, en suma de organizaciones, en Partido Comunista, que aúne a la vanguardia y el movimiento de las masas hacia ésta (es decir, hacia el marxismo-leninismo) desarrollando Guerra Popular y generando Nuevo Poder.
Y esta ligazón, esta unidad, se traduce en política a través de los distintos organismos que genera el movimiento a medida que se desarrolla. Organismos que pueden coincidir en algún momento con los ya creados espontáneamente por las masas en sus luchas económicas, pero que en general van contra el viejo modelo político y organizativo del  movimiento espontáneo que apuntala la posición objetiva del proletariado en la sociedad y le niega su conciencia revolucionaria.
Esto, que no lo quiere comprender el revisionismo, se muestra en su concepto de ligazón con las masas: para el revisionismo su unidad como vanguardia con las amplias masas no viene determinada por la generación de organismos revolucionarios de masas en su lucha contra el Estado burgués, sino que su unidad es observada  desde la concepción burguesa de la unidad: como apoyo electoral de las masas a “su” partido, como apoyo en las elecciones sindicales y en las huelgas pacíficas a “su” sindicato… convirtiendo la representatividad burguesa en el baremo para medir su relación con las masas ya que enajenan a estas su papel en la historia de ser ejecutoras de su dictadura revolucionaria de clase (siendo objeto y sujeto de la transformación revolucionaria de la sociedad)  para convertirlas en meras masas delegantes ante un aparato burocrático externo a ellas (el Partido de viejo cuño o partido/sindicato).
Es necesario hacer Balance del Ciclo de Octubre
La conquista de la vanguardia teórica es imposible sin hacer un Balance del Ciclo de Octubre para poder asumir desde una perspectiva materialista e histórica toda la experiencia práctica acumulada por el proletariado para así avanzar en el proceso del nuevo Ciclo de la Revolución Proletaria Mundial. Porque aquí no vale el borrón y cuenta nueva. El legado de Octubre no puede ser retomado sin más, porque ha acabado en una dura derrota para el proletariado revolucionario y en un repliegue en todos los frentes desconocido hasta el momento. Reconocerlo no es derrotismo, sino la base de partida para lograr las victorias del futuro. El aquí no ha pasado nada al que se adhieren todos los que niegan la autocrítica comunista como la otra cara de esa moneda que niega la crítica científica de la sociedad capitalista. Porque crítica y autocrítica mantienen una relación dialéctica que en el caso del movimiento comunista le permiten  avanzar como unidad de contrarios, como crítica de la realidad existente y como autocrítica del movimiento práctico encaminado a transformar esa realidad. La autocrítica es pues esencia del materialismo dialéctico pero esto puede ser poco entendible para los que han renegado de la dialéctica. Por ello camuflados en los nuevos tiempos, los revisionistas que tildan de dogmático cualquier intento por retomar la ideología comunista, son en realidad los verdaderos feligreses del dogma que se oponen a la autocrítica empleándose a fondo para que nadie toque a sus iconos políticos, convirtiéndose con ello en obstáculos en el camino de la reconstitución de la ideología y el Partido de la clase obrera.
El estudio heterodoxo de la realidad basado en nuestros principios ideológicos, la crítica y la autocrítica como banderas de combate, no deberían ser tomadas por extrañas por los comunistas pues es lo que Marx y Engels hicieron con las revoluciones de su tiempo. Estudiarlas desde la dialéctica y analizarlas para poder desarrollar los principios políticos de la clase obrera en una situación concreta. Y lo mismo se puede decir de V.I.  Lenin, de José  Stalin o de Mao Tse-Tung. Pero con todo la CUC, como fiel representante del revisionismo, reniega de esta tarea, la esconden bajo la alfombra del oportunismo y llaman a la clase obrera a enfrascarse en sus luchas espontáneas  para alejarla de la ideología y ahogarla aun más en ese pantano economicista en que sus predecesores revisionistas, desde Bernstein y Kautsky  hasta Togliatti y Ludo Martens, metieron al comunismo y al proletariado durante el pasado Ciclo mientras convertían en símbolos  sin contenido revolucionario, en auténticos iconos de culto, a Marx, Engels, Lenin…
Las contradicciones entre vanguardia y masas las soluciona el revisionismo poniéndose a la cola del movimiento de resistencia de masas, ocultando su relación dialéctica y presentando a ser (movimiento) y conciencia (socialismo científico) como elementos armónicos. Esto solo puede producir un retroceso para el movimiento revolucionario puesto que impide que los contrarios se desarrollen para llegar a su síntesis, el Partido Comunista, devolviéndonos a las viejas concepciones socialdemócratas del partido político como partido de masas, como representante de la conciencia en sí de la clase obrera . Esa concepción del Partido en la época del imperialismo es la concepción partidaria propia del revisionismo, propia de la burguesía. Una visión rebasada ya por el bolchevismo hace un siglo. Por eso es indispensable reconstituir la ideología para entender qué es el Partido de Nuevo Tipo, pues si la ideología no ha sido asumida es imposible que esta pueda tornarse en programa revolucionario.
La necesidad de la resolución teórica de todas las contradicciones existentes, premisa indispensable, como nos enseñan Marx y Lenin, para su resolución práctica en la marcha de la lucha de clase proletaria, ya sea como lucha de dos líneas o como lucha por conquistar a lo más profundo de la clase, nos lleva a sistematizar, en la medida de lo posible, las tareas de la vanguardia revolucionaria desde el análisis científico de la realidad que pretendemos transformar. Una sistematización que nos permita definir la estrategia y las tácticas necesarias para construir el Socialismo desde las condiciones actuales de la clase obrera. Sin embargo ante los revisionistas esta tarea, fundamental para relacionar nuestra actividad actual con el futuro que pretendemos conquistar, y que Lenin denominó táctica-plan, solo levanta dolores de cabeza. No quieren saber nada del Poder Revolucionario pues prefieren mendigar ante la burguesía un puesto parlamentario en su futura República para seguir jugando al sindicalismo y dedicarse a emitir comunicados de apoyo en solidaridad con tal o cual lucha obrera que nunca dirigirán. No pretenden la creación  de cuadros comunistas entendidos al estilo bolchevique, como revolucionarios profesionales. Para estas gentes el comunista tipo es aquel afiliado a CCOO que pretende entrar en un Comité de Empresa para estar cara a cara con la patronal y para el que la cuestión ideológica  no es más que una pérdida de tiempo que le impide centrarse en las próximas elecciones municipales.
Ante esta situación, los comunistas revolucionarios debemos poner las cosas en su sitio y no transigir con el sindicalismo de salón que los revisionistas pretenden hacer pasar por comunismo. Para entender la importancia de la ideología y la sistematización de deberes a la hora de constituir los instrumentos de la Revolución Proletaria Socialista volveremos sobre el ejemplo del Partido Comunista del Perú, de cuya constitución ya hemos hablado en más ocasiones y de cuyo análisis huyen despavoridos  todos los revisionistas de la vieja Europa que reniegan igualmente de la necesidad del Balance del Ciclo de Octubre. Porque la reconstitución del PCP es toda una lección para el proletariado internacional pues desde que la vanguardia teórica del proletariado peruano se planteó la toma del poder empezó a organizarse en base a ello y sistematizó las tareas de la vanguardia revolucionaria desde la Lucha de dos líneas iniciada en los años 50 hasta la fase de equilibrio estratégico alcanzado  durante la Guerra Popular a inicios de los 90. El Partido Comunista del Perú se construyó previa elaboración de la ideología de vanguardia (lucha contra el revisionismo y, desde allí, aplicación de lo mejor del marxismo del Ciclo a la realidad peruana) desde fuera del movimiento inmediato, como ya explicó Lenin en ¿Qué Hacer?, llegando a poner contra las cuerdas al Estado reaccionario peruano:
“Hemos dicho que los obreros no podían tener conciencia socialdemócrata. Esta sólo podía ser traída desde fuera. La historia de  todos los países demuestra que la clase obrera está en condiciones de elaborar exclusivamente con sus propias fuerzas solo una conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar al gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etc. En cambio, la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas elaboradas por intelectuales, por hombres instruidos de las clases poseedoras. Por su posición social, los propios fundadores del socialismo científico moderno, Marx y Engels, pertenecían a la intelectualidad burguesa. De igual modo, la doctrina teórica de la socialdemocracia ha surgido en Rusia independiente por completo del crecimiento espontáneo del movimiento obrero, ha surgido como resultado natural e ineludible del desarrollo del pensamiento entre los intelectuales revolucionarios socialistas. Hacia la época de que tratamos, es decir, a mediados de los años 90, esta doctrina no sólo era ya el programa, cristalizado por completo, del grupo Emancipación del Trabajo, sino que incluso se había ganado a la mayoría de la juventud revolucionaria de Rusia” [6]
A mediados de los años 50 el PCP estaba desestructurado debido a los diversos golpes recibidos por el Estado. En esos años en el PCP se inicia la lucha de dos líneas entre el marxismo y el revisionismo reproduciéndose la lucha ideológica que a nivel internacional se daba entre los revisionistas soviéticos y los comunistas chinos. Así comienza en Perú la Línea de Reconstitución del Partido, implementada por la Fracción Roja del PCP.
En 1962 en el IV Congreso del PCP la Fracción Roja plantea que solo mediante la vía armada es posible la toma del Poder en Perú. Los revisionistas, mayoría en ese Congreso, adoptan la  ambigüedad, tan propia de los oportunistas, reconociendo teóricamente las “dos vías”, la pacífica y la violenta, pero en los hechos siguen la vía pacífica y el electoralismo mediante la coalición con la burguesía en el Frente de Liberación Nacional. El oportunismo reconoce de palabra la lucha armada, pero en los hechos aplica las tesis revisionistas del socialismo pacífico: elecciones y frentismo interclasista para reformar el Estado y sindicalismo para acumular fuerzas. Los comunistas del Perú no cesan en su combate contra el revisionismo y en 1967 se inicia el “Plan estratégico de Reconstituir el Partido para la Guerra Popular”. Esto marca un verdadero hito histórico en la experiencia universal proletaria puesto que desde la lucha de dos líneas la vanguardia revolucionaria preparó la reconstitución del Partido Comunista desde el principio marxista de derrocar mediante la violencia el orden social burgués. Para implantar la dictadura del proletariado la línea revolucionaria, encabezada por Abimael Guzmán,  “Presidente Gonzalo”, pone en el debate los 4 problemas de la Revolución, que se tornarán en el sistema de contradicciones a resolver por parte de la vanguardia proletaria del Perú: el problema de la guía ideológica, el problema del Partido Comunista como dirigente del proceso revolucionario, el problema de la especificación concreta de la Guerra Popular y el problema de la construcción de las Bases de Apoyo o Nuevo Poder.
A partir de este momento se recrudece la lucha ideológica “Desarrollar a fondo la lucha interna” ,“Profundizar e intensificar la lucha interna en la práctica revolucionaria”, etc. Se trabaja por “armar a las masas para la Guerra Popular orientada por el marxismo-leninismo pensamiento Mao”. Durante los años 70 se especifica que el Partido sea el dirigente único de la Revolución, es decir, que el P.C. sea suma de organizaciones como preconizaron Lenin y Stalin: se prepara la construcción concéntrica de los instrumentos de la Revolución. El Partido crea el Ejército y desde este los Frentes (bases de apoyo de la guerra popular). El Partido sobre el fusil y la ideología proletaria atravesando todas las organizaciones del Partido, tal es la forma de construcción revolucionaria.  A finales de 1979 se acuerda el inicio de la Guerra Popular. El revisionismo negó la validez de la lucha armada basándose en que no había condiciones objetivas para desarrollarla. Se desentendió de la labor de estudio científico de la realidad y se limitó a actuar como un partido burgués, como los viejos partidos obreros.  En 1980 se inicia la Guerra Popular que conoció una década de éxitos hasta que la dirección del PCP cayó en 1992. Desde los años 50 hasta 1980 la vanguardia revolucionaria de Perú trabajó para que se diesen las condiciones subjetivas de la Revolución que pasan por la existencia del Partido de Nuevo Tipo:
“En síntesis, todo el proceso de la Reconstitución nos deja un Partido de nuevo tipo preparado para iniciar la guerra popular y dirigirla hasta la conquista del Poder en todo el país, proceso en el cual se forjó el contingente histórico que con la ideología del proletariado y bajo la dirección del Presidente Gonzalo estaba presto a asumir la conquista del Poder a través de la guerra popular.” [7]
Lo que nos demuestra la reconstitución del PCP y la Guerra Popular del Perú, dejando ahora de lado cuestiones polémicas, como la teoría de la Jefatura, es quela vanguardia ideológica marxista-leninista es el motor de la RevoluciónLa ideología ha de fusionarse con el movimiento obrero para dirigirlo conscientemente, desarrollando correctamente el sistema de contradicciones al que ha de enfrentarse, y del que forma parte, la vanguardia revolucionaria   desde la lucha de dos líneas dentro del movimiento comunista hasta el derrocamiento del estado burgués y la construcción del Poder de nuevo tipo.
Oportunistas sin complejos
Buenas intenciones… para enterrar al comunismo
Hasta aquí hemos realizado una crítica desde el punto de vista teórico del plan de Unidad Comunista que defienden los miembros de la CUC contraponiéndolo con el Plan de Reconstitución que defendemos y aplicamos desde el MAI. Ahora vamos a interesarnos por como llevan estos señores a la práctica sus planes, como los defienden y como hacen propaganda de ello.
Ya en el 2007 UP y PCE (m-l) dieron a conocer lo que llamaron “Diez Compromisos de los Comunistas Españoles”  con el fin de sentar la base de la futura unidad de los comunistas españoles. Toda una declaración de buenas intenciones:
“Lucharemos contra el revisionismo de derecha, que es un serio freno a la unidad del proletariado abocándole al espontaneísmo y a la inmediatez del reformismo. A la vez, lucharemos contra el revisionismo “izquierdista”, que es un serio freno para la unidad del proletariado por su sectarismo y radicalismo, abandonando a la mayoría de las masas y haciéndole el juego al reformismo. Tanto el espontaneísmo y el reformismo, como el sectarismo y el radicalismo, son atentados contra los intereses objetivos del proletariado, contra su unidad en pos de objetivos revolucionarios. Por todo ello, nuestro compromiso común de lucha contra el revisionismo de todo pelaje lo desarrollaremos en la disputa por una política revolucionaria, dentro del mismo movimiento de las masas, desenmascarándolo ante ellas en la misma lucha cotidiana.” [8]
Plantean la lucha de dos líneas “dentro del mismo movimiento de las masas”  (refiriéndose al movimiento espontáneo de la clase) algo que desde sus postulados, esos que se olvidan de las relaciones dialécticas existentes entre vanguardia y masas, es bastante coherente. No obstante esto significa reconocer la importancia de la ideología para el movimiento revolucionario pero, eso sí,  mezclando churras y merinas pues a la vez que se habla de “desenmascarar al revisionismo” se nos espeta la siempre bien sonante “Unidad de Acción”. Y esto choca con el reconocimiento de la lucha de dos líneas, aunque este se haga de forma timorata. Porque la unidad de acción  de los revolucionarios se presupone como  aplicación práctica de los principios ideológicos, políticos y organizativos del proletariado, para lo cual se debe haber llegado previamente a una cohesión ideológica que transforme esa Unidad de fracciones en un solo cuerpo orgánico, o mejor expresado, en una suma de organizaciones desde la perspectiva leninista de actuar bajo una sola dirección centralizada, excluyendo de este modo cualquier concesión al fraccionalismo propio de esas “uniones” orgánicas que carecen de cohesión ideológica y que no son más que una coordinación de elementos diversos y sin una base sólida. Pero esto es lo que tiene fundamentar la constitución del Partido Comunista en la unificación de fracciones en vez de cimentar esa Unidad sobre la base científica del marxismo-leninismo,  pues esta unidad que proponen los revisionistas es la que hace desfilar al movimiento por el barranco del oportunismo hasta encontrarse más tarde o más temprano con ese espíritu de grupo  que acabará haciendo antes o después propaganda por la “libertad de crítica” dentro del “Partido Unificado” (que es lo que plantean, como veremos, algunos fundadores de la CUC).
El PCE (m-l) y la UP siguieron su idílica relación para unificar a los comunistas españoles emitiendo un comunicado conjunto en julio de 2008 en el que expresaban que:
“Los marxistas-leninistas, al tiempo que combatimos la influencia burguesa sobre el proletariado y sus organizaciones, apoyamos sin reservas a todas las fuerzas que luchan por el socialismo, la democracia, la paz y la soberanía nacional frente al imperialismo y a la reacción.”
Y más adelante: “Frente a la oligarquía y su régimen, es necesaria la unidad política de la izquierda sobre bases consecuentemente democráticas y antioligárquicas, para impulsar la lucha en torno a un programa mínimo de carácter popular,  de defensa de los derechos sociales, laborales y políticos de la mayoría trabajadora, hacia la conquista de un nuevo marco político más favorable para el desarrollo del combate general por el socialismo: la III República.” [9]
Siguen los popes de la unidad dejando caer ante el resto de la vanguardia la idea de que hay que combatir las influencias burguesas dentro del movimiento obrero y esto mientras ese movimiento se fusiona con la burguesía en torno a un programa mínimo de carácter popular y de bases “consecuentemente democráticas”. Es complicado combatir a la burguesía enarbolando su bandera. Y es más difícil lograr la unidad comunista en base a la unidad popular, porque ¿con quién quieren unirse estos señores, con el proletariado revolucionario o con la burguesía antioligárquica?  Por el programa pacifista y democrático-burgués que plantean está bastante claro. Son los más acérrimos defensores del interclasismo, de la reforma bajo el régimen burgués y son por ello enemigos del proletariado al que quieren condenar a ser eterna comparsa de la burguesía. (Más adelante, a propósito del 29-S, ellos mismos se van a desenmascarar)
La UP como una de las máximas abanderadas de la táctica oportunista de unificación comunista, que pasa por la inmediata unidad “práctica” de los distintos destacamentos “comunistas”, es lógicamente la primera en renegar de la lucha ideológica en cuanto se le presenta oportuna ocasión. Por si a alguien le quedaba alguna duda sobre el oportunismo de estos elementos, veamos lo que dicen sobre la lucha de dos líneas cuando su plan de Unidad empieza a tomar tierra:
“Debemos unirnos para reclamar la preparación de la Huelga General. No debemos seguir dividiendo nuestras fuerzas en manifestaciones confrontadas que reflejan la debilidad actual del movimiento obrero y que, además, producen un efecto muy negativo sobre la mayoría de la clase obrera que no alcanza a entender los motivos de tal dispersión, contribuyendo a su desmovilización” [10]
Pero ¿no iban a desarrollar la lucha contra las influencias burguesas en el mismo movimiento de las masas? He aquí la lucha de estos señores, he aquí toda su palabrería hecha realidad. A la clase obrera, a la que adulan por sí misma, la tratan ahora como estúpida porque “no alcanzan a entender los motivos de tal dispersión”. Pues si ustedes son vanguardia, suyo es el deber de hacer que esas masas alcancen a entender los motivos de la división del movimiento comunista. Pero ni siquiera se plantean esta tarea  porque entonces esas masas verían que el mensaje de la unidad comunista de la CUC , de la UP y cía. es la versión “roja” de la refundación de la izquierda que propone esa coordinadora de burócratas electos que es Izquierda Unida. Porque para estos señores el ejemplo de Partido Comunista revolucionario es el del KKE y el del PC de Portugal. El espejo en el que mirarse para la CUC es del revisionismo que pretende la reforma del Estado imperialista, el del oportunismo que se dedica a encauzar la rabia del proletariado por vía electoral ocultando el carácter de clase del Estado burgués y sus instituciones.
Algunas lecciones políticas de la CUC.
Y es que los postulados ideológicos y políticos de la CUC parecen sacados de una película de Berlanga. Tras unas cuantas frases sobre la lucha ideológica, luego la niegan porque, como recogíamos más arriba, dicen que “compartimos nuestra filosofía”.  Pues bien, veamos cual es el resultado programático de lo que “compartimos” para el resurgido PTE-ORT:
 “Qué duda cabe que el planteamiento, de cómo llegar al Comunismo, que en su día tenían tanto Lenin como Mao, no tendría el respaldo del pueblo en el momento que vivimos, por las diferencias sociales que había entonces y las que hay ahora. El pueblo hoy, está inmerso en opciones de mejora social y disfrute que la sociedad capitalista le da y está más alejado de los deseos de lucha revolucionaria y de militancias en organizaciones y partidos políticos, de lo que estaba entonces, lo que hace necesaria una estrategia muy diferente de la que en aquellos tiempos de movimientos sociales repartidos por el mundo, inspiraron las tesis comunistas tal como las conocíamos de la mano de Lenin y de Mao Tsetung principalmente, ya que los fundamentos del marxismo-leninismo, siguen estando vigentes hoy en día, y son necesarios para una mejora real de las clases trabajadoras, pero no así, el camino para llegar a ellos.
Hablar hoy en día a la mayor parte de la sociedad de luchar por ejemplo, por la “dictadura del proletariado”, solo haría alejarnos de las masas, que mayoritariamente están acomodadas y más aún si les decimos que la alternativa para llegar a ello, sería la lucha armada.” (…)“Es necesario, que de ese Encuentro Estatal de Organizaciones Comunistas, salga la creación de un Movimiento político común de la vanguardia comunista, que conduzca nuestro trabajo Al Socialismo, adaptado a la nueva situación social que vivimos, que reconociendo los logros y beneficios con los que cuenta la mayoría de la sociedad, defienda y coordine, por un lado la solidaridad y la acción entre los partidos comunistas involucrados en este movimiento y por otro lado prepare la condiciones oportunas para que ese futuro Congreso Constituyente de Unificación de todos los Comunistas pueda celebrarse, promulgando ante la sociedad actual, la defensa de la transformación de la sociedad capitalista, en una sociedad socialista, por el propio convencimiento de las masas y no por el “fusil”, como preconizaban Lenin y Mao Tse-tung y como recogen, aún hoy en día, algunos “manifiestos comunistas actuales” (…) “Por todo esto, se hace cada día más necesario, la creación en España de un nuevo “Partido Comunista” adaptado a los cambios vividos en el siglo XX, con un funcionamiento interno alejado del rígido “centralismo democrático”, de otros tiempos, y que bajo la Democracia Participativa Interna, se fundamente principalmente en las bases comunes a la mayoría de los comunistas, del Marxismo- Leninismo, que nos guíe al socialismo, como paso previo al comunismo y la sociedad sin clases, pero modificando “el modo y forma” de cómo conseguirlo.” [11]
¡Nos hemos vuelto locos y hemos tirado la casa por la ventana! ¡Fuera fusiles y dictadura del proletariado! ¡Abajo la lucha ideológica y el centralismo democrático! Las lumbreras del nuevo PTE  tienen la poca vergüenza de autoproclamarse comunistas cuando son el mayor atajo de voceros anti-marxistas que hemos padecido dentro de nuestro movimiento desde que salieron a la palestra los socialfascistas de la UCE , ahora socios de la ultra Rosa Díez. La amplia cita traída hasta aquí, ejemplifica a la perfección quiénes son los promotores de la Unidad Comunista.
Según el PTE-ORT “el pueblo” está inmerso hoy día en opciones de mejora social y disfrute que le ofrece la sociedad capitalista. Pero ¿qué entienden por “el pueblo” en el PTE? ¿Les suena, aunque solo sea de oídas, el concepto de imperialismo? Con razón estos señores, socios de honor de la Coordinación de Unidad Comunista, han convertido en su caballo de batalla la reforma del Estado imperialista.
Vivimos en la época del imperialismo, fase superior del capitalismo. La división social del trabajo se ha desarrollado hasta tal punto que el mundo se ha unificado como mercado único y dividido conforme a la división internacional del trabajo que reproduce a las clases sociales en una escala global. Así han surgido unos cuantos países opresores y una mayoría de países oprimidos. La posición de los países opresores en este entramado mundial de relaciones capitalistas permite que en ellos surjan capas de la población que se benefician del expolio que comete su burguesía. Ya no hace falta ser explotador de trabajo ajeno ni tan siquiera ser propietario de los medios de producción, para gozar y “disfrutar” en la sociedad parasitaria capitalista. Pero incluir alegremente a todo “el pueblo” en este saco de clases privilegiadas es pura y dura propaganda burguesa. Es obvio que en el concepto de  “pueblo” que tiene el PTE-ORT lo que se incluye es la pequeña burguesía, la aristocracia obrera, la guardia civil o los futbolistas de la liga BBVA. Porque el pueblo que trabaja y está sometido, el proletariado, no está inmerso en ninguna bondadosa mejora social. Millones de trabajadores sin trabajo, millones de masas excluidas  por el sistema, millones de obreros inmigrantes, dan fe en las oficinas del INEM, en los extrarradios de las ciudades o en los campos de Andalucía del rostro verdadero del capitalismo: el de la miseria creciente de las masas explotadas que ven en los programas anti-crisis del comunismo republicano, véanse las 20 medidas anti-crisis elaboradas por la CUC [12], otra forma de perpetuar su subordinación económica y social al sistema imperialista. Algo que por otra parte, no debe preocupar mucho a quienes hacen propaganda del imperialismo chino. [13]
En cuanto a la dictadura del proletariado y la lucha armada, para el PTE son un pasado que debemos ocultar so pena de “alejarnos de las masas”. ¡Menudos cantamañanas! Según el PTE-ORT la dictadura del proletariado, y por ende el marxismo-leninismo en su conjunto, son producto de las inspiraciones infundadas por los movimientos sociales de otros tiempos a Lenin y Mao. Esto significa relegar a la vanguardia  a la categoría de retaguardia. Para estos revisionistas de la CUC la conciencia revolucionaria del proletariado es tan solo un subproducto de su movimiento espontáneo. Que es como decir que el “descubrimiento” de la dictadura del proletariado como organización de la violencia revolucionaria del proletariado convertido en clase dominante no se debe al estudio de las formas de Estado habidas hasta el momento, , ni parte de una concepción científica de la sociedad de clases que le dé validez universal. Para los socios de la unidad comunista la dictadura del proletariado es solo una consigna más de esas que caen del cielo y que ahora ya no sirve, como lo puede ser su consigna, hoy muy “revolucionaria”, de pedir al Estado imperialista ayudas para las sufridas PYMES. ¡Pues adelante señores! pero no mezclen la Revolución Proletaria Mundial con sus patrañas de retaguardia del movimiento de la aristocracia obrera.
Los revisionistas reniegan de la dictadura del proletariado porque reniegan del marxismo y del concepto de Estado como instrumento de la clase dominante que ejerce su control y violencia contra las clases dominadas. No son marxistas y por ello no quieren resaltar que el aspecto principal de todo Estado es su aspecto dictatorial por cuanto que es la organización política de la clase dominante imponiendo unos intereses determinados. Por eso los marxistas-leninistas, como vanguardia de la clase obrera, hablamos sin ningún temor de la dictadura del proletariado, porque nuestro objetivo como clase es imponer nuestra dictadura para acabar extinguiendo toda forma de Estado, mientras que los oportunistas no quieren acabar con el Estado, y como se destila de sus programas reformistas tan solo aspiran a defender  ad eternum el podrido Estado del bienestar. Y de aquí que odien  la violencia revolucionaria representada en los fusiles portados por las masas explotadas ejerciendo su papel en la historia. Porque los revisionistas son los más abnegados defensores de la paz bajo las bayonetas del imperialismo. Pero nada nuevo bajo el sol, pues contra este tipo de  elementos,  enemigos confesos de nuestra clase, ya apuntó firmemente Lenin en numerosas ocasiones:
“La dictadura es un Poder que se apoya directamente en la violencia y no está sometido a ley alguna. La dictadura revolucionaria del proletariado es un Poder conquistado y mantenido mediante la violencia ejercida por el proletariado sobre la burguesía, un Poder no sujeto a ley alguna. (…) Que la dictadura supone y significa una “situación” de violencia revolucionaria de una clase sobre otra, cosa desagradable para los renegados, es algo imposible de ocultar. (…) La revolución proletaria es imposible sin destruir violentamente la máquina del Estado burgués y sin sustituirla por otra nueva, que según palabras de Engels, “no es ya un Estado en el sentido propio de la palabra”. Kautsky tiene que encubrir y tergiversar todo esto, lo exige su posición de renegado.” [14]
Esencia de la dictadura del proletariado y poder soviético La victoria del socialismo (como primera fase del comunismo) sobre el capitalismo exige que el proletariado, en su calidad de única clase verdaderamente revolucionaria, cumpla las tres tareas siguientes. Primera: derrocar a los explotadores y, ante todo, a la burguesía, como principal representante económico y político de aquéllos; derrotarlos en toda la línea; sofocar su resistencia; hacer imposibles sus intentos de restaurar el yugo del capital y la esclavitud asalariada. Segunda: atraer y llevar tras la vanguardia revolucionaria del proletariado, tras su Partido Comunista, no sólo a todo el proletariado o a la inmensa y aplastante mayoría del mismo, sino a todas las masas de trabajadores y explotados por el capital; instruirlos, organizarlos, educarlos y disciplinarlos en el curso de una lucha irreductible, audaz, firme y despiadada contra los explotadores; arrancar de la dependencia de la burguesía a esta mayoría abrumadora de la población de todos los países capitalistas e infundirle, a través de la experiencia práctica, confianza en el papel dirigente del proletariado y de su vanguardia revolucionaria. Tercera: neutralizar o hacer inocuas las inevitables vacilaciones entre la burguesía y el proletariado, entre la democracia burguesa y el Poder soviético, por parte de la clase de los pequeños propietarios en la agricultura, la industria y el comercio –todavía bastante numerosas en casi todos los países avanzados, pero que constituye una minoría de la población- y por parte del sector de intelectuales, empleados, etc., que corresponde a dicha clase.” [15]
Kautsky como buen revisionista del marxismo, relegó el concepto de “dictadura del proletariado” a  palabreja  empleada por  Marx que había sido “sacada de contexto” por el bolchevismo. Kautsky hablaba de la democracia en general cuando se refería a la dictadura de la burguesía. Kautsky  planteaba como objetivo del socialismo la democracia pura, y por ello se hacía necesario para él y los suyos ocultar el carácter clasista de toda forma de Estado. Hoy para los que siguen sus pasos, los comunistas unificadores de la CUC , también se hace necesario ocultar que cualquier Estado es una dictadura de una clase sobre otra. A ellos, como al revisionista germano, se lo exige su posición de renegados anti-comunistas.
Con su filosofía,  que dicen compartir con el resto de comunistas (léase arrepublicanados), es normal que en el PTE, parte integrante de la CUC ,  defiendan sandeces idealistas como esta:
“… promulgando ante la sociedad actual, la defensa de la transformación de la sociedad capitalista, en una sociedad socialista, por el propio convencimiento de las masas y no por el “fusil”, como preconizaban Lenin y Mao Tse-tung y como recogen, aún hoy en día, algunos “manifiestos comunistas actuales
Al negar la dictadura del proletariado, los revisionistas unificadores, han liquidado el movimiento práctico del proletariado revolucionario encaminado a transformar la materia social, las relaciones y  fuerzas productivas, elevando a las posiciones de su vanguardia a toda la clase obrera. Un trabajo en que se ven implicados millones de trabajadores y el cual es imposible realizar solo con las ideas como armas, pues las ideas per se  no pueden transformar la materia. Es un absurdo idealista propagar la idea de que bajo las condiciones de la dictadura burguesa todo el proletariado  puede adquirir la conciencia de que debe transformar la sociedad y máxime cuando se hace apología, como hacen desde el PTE-ORT y la CUC , del sistema capitalista.  En palabras de Marx:
“[…] para engendrar en masa esta conciencia comunista como para llevar adelante la cosa misma, es necesaria una transformación en masa de los hombres, que sólo podrá conseguirse mediante un movimiento práctico, mediante una revolución.” * [16]
Y expresado más claramente por Lenin:
“Bajo la dictadura del proletariado, habrá que reeducar a millones de campesinos y de pequeños propietarios, a centenares de miles de empleados, de funcionarios, de intelectuales burgueses, subordinándolos a todos al Estado proletario y a la dirección proletaria; habrá que vencer en ellos los hábitos burgueses y las tradiciones burguesas”; habrá también que “. . . reeducar . . . en lucha prolongada, sobre la base de la dictadura del proletariado, a los proletarios mismos, que no se desembarazan de sus prejuicios pequeñoburgueses de golpe, por un milagro, por obra y gracia del Espíritu Santo o por el efecto mágico de una consigna, de una resolución o un decreto, sino únicamente en una lucha de masas prolongada y difícil contra la influencia de las ideas pequeñoburguesas entre las masas” [17]
Estas concesiones al idealismo que realizan los revisionistas de la CUC,  tienen mucha miga porque dejan entrever lo que será la III República española, popular, democrática, laica, anti-oligárquica… pues todo el comunismo republicano defiende la necesidad de una III república en el Estado español como etapa intermedia de acumulación de fuerzas para llegar al Socialismo. Dan por sentado que en un Estado republicano (aunque eso sí con tintes anti-monopolistas) el proletariado estará capacitado para adquirir conciencia de la necesidad que tiene de  tomar el Poder. El proletariado podrá cogestionar con otras clases ese Estado anti-oligárquico en aras de la armonía social y democrática, pero no ejercerá aún su dictadura política en la futurible república intermedia. En otras palabras, será la burguesía quien siga imponiendo su dictadura. Entonces ¿Cómo va adquirir para nuestros arrepublicanados conciencia revolucionaria el proletariado si está implicado en la gestión republicana del aparato estatal de la burguesía? Pues necesariamente, tras su renuncia a la violencia revolucionaria y la dictadura del proletariado, a través de la propaganda y de las ideas que su vanguardia emitirá en un ambiente de libertad “infinitamente superior” al que concede la burguesía bajo la fachada monárquica.  ¿En qué se diferencia entonces el proyecto idealista del PTE-ORT del resto de organizaciones del comunismo republicano? En nada, pues todos sustentan que a través de la propaganda las amplias masas se convencerán de que el socialismo es mejor que el capitalismo.
Sin embargo la experiencia de la lucha de clases no demuestra nada de esto. En Rusia las masas hondas y profundas se adhirieron a la dictadura del proletariado tras experimentar por sí mismas qué era ejercer el Poder revolucionario. Los Soviets en cuanto eran controlados por bolcheviques, puesto que estos organismos sin dirección bolchevique no tenían nada de revolucionarios,  actuaban  como  doble poder, como Poder proletario contra el Poder  burgués que estaban ya destruyendo mediante la violencia revolucionaria de la clase obrera erigida en clase dominante, desde esos mismos Soviets. E incluso en el campo fue necesaria la alternancia de ambos poderes hasta que finalmente los campesinos optaron definitivamente por apoyar la dictadura del proletariado.
En Perú las masas campesinas se convertían en Bases de Apoyo de la Revolución cuando la vanguardia, desarrollando Guerra Popular, realizaba acciones armadas contra la estructura política y económica de la burguesía, generando vacíos de Poder que eran ocupados por esas masas armadas con fusiles y con la ideología revolucionaria de la mano de su Partido. Es decir, que las amplias masas oprimidas entran, como forma general, en el movimiento revolucionario cuando este ya ha dado un salto cualitativo y desarrolla praxis revolucionaria (como unidad de esas masas con el comunismo a través de la Guerra Popular ). Por lo que mientras que el socialismo científico no logre fusionarse con el movimiento para convertir nuestra actividad subjetiva en praxis revolucionaria;  mediante la propaganda y los postulados teóricos a cerca de la transformación social,  solo algunos sectores de la clase, la vanguardia, pueden “convencerse” de la necesidad del Socialismo y la dictadura del proletariado. Y es solo desde la actividad consciente de esa vanguardia revolucionaria desde donde se puede generar un movimiento político de las masas hacia el socialismo, cuando este toma cuerpo en programa político de transformación real y material (es decir creando vacíos de Poder destruyendo el orden social burgués y construyendo esas Bases de Apoyo o Soviets como forma del Nuevo Poder del Proletariado) y no como programa parlamentario de reformas (Republicano-popular, etc.) que no atentan contra la estructura clasista de la sociedad.
Como colofón, y justo correlato a todo lo anterior, estos militantes de la CUC reniegan del organigrama básico de todo Partido Comunista alegando que el Centralismo Democrático es rigidez de otros tiempos y ha de dar paso a la “Democracia Participativa Interna”. Como no son comunistas no quieren un Partido de disciplina férrea y una sola dirección. Como han renegado de la Revolución Proletaria les es imposible comprender que el Partido Comunista es el instrumento del que se dota la clase obrera para aniquilar a su antagonista, la clase capitalista, que cuenta con numerosos organismos, empezando por el Estado, para defenderse de cualquier agresión y eliminar a cuantos quieran poner fin a su régimen social. No son más que un grupo de republicanos y por tanto les basta con publicitar un “frente popular” interclasista, en el que quepan todas las ideas, en donde nadie pierda su identidad, etc., muy al estilo de los movimientos nacionales y populares de Latinoamérica que están reformando los Estados burgueses bajo la consigna de “democracia participativa” o “socialismo del s. XXI”. Si en nuestro caso los comunistas republicanos del PTE-ORT han optado por llamar Partido a su ente interclasista (aunque dejan caer el nombre de Movimiento al Socialismo en el documento ya citado) debe ser más por cuestiones de oportunidad (al fin y al cabo no quedan hoy comunistas republicanos que no breguen porque su propio chiringuito interclasista se haga un hueco entre las masas) que por convicciones ideológicas. No obstante esto está en plena coherencia con su visión del Partido como unidad de fracciones que han de mantener la libertad de crítica dentro de la “unidad de acción”. Pero para no restarles meritos las notas contradictorias, la ambigüedad y el espacio de confusión que dejan estos oportunistas entre el Partido y el Frente Interclasista mejor las dejamos para que las expliquen, si es que saben, o bien a quienes estuvieron en la fiesta de cumpleaños de reconstrucción del PTE o a quienes son sus aliados y camaradas en la Coordinación de Unidad Comunista.
El caso de la tercera pata de la CUC , el Colectivo Comunista 27 de Septiembre, no es muy distinto al de sus compañeros de viaje. A pesar de proclamar a los cuatro vientos el Socialismo, este colectivo es fiel defensor del reformismo burgués. Y como tal se ha adscrito a un programa electoralista para las elecciones municipales del 2011 firmado por la  “Plataforma de Ciudadanos por la República ” que presenta unos cuantos cambios administrativos en el Estado imperialista como un gran paso en el camino al Socialismo. El cómo defienden esta estrategia es de lo más coherente con los ideales republicanos:
“…el movimiento popular que se había fortalecido en la lucha contra el franquismo, quedó anulado: innumerables experiencias de cooperación y unidad antifascista, de cultura popular y trabajo colectivo, fueron arrinconadas; se separó la vida en los barrios, pueblos y ciudades, de la lucha política, quedando limitada la participación de los ciudadanos a la elección de representantes en base a un sistema electoral perverso que ha terminado por colocar a los aparatos de los principales partidos bajo el control de camarillas internas, cuando no de grupos mafiosos y de especuladores.”(…) “Llegados a este punto, va quedando claro que la protesta no basta, pues cualquier manifestación de oposición se convierte en un simple desahogo si no se lucha por llevarla allí donde se deciden las cuestiones que afectan a los ciudadanos; va quedando claro que cada vez es más necesario expresar políticamente nuestras reivindicaciones. Por separado, las luchas son muy limitadas o están abocadas al fracaso; por separado no queda más que institucionalizar la protesta.  Lo que nos reclama ahora la ciudadanía, es redoblar los esfuerzos para llevar las reclamaciones populares a los foros e instituciones donde se deciden las grandes cuestiones que nos afectan como ciudadanos. Y para hacerlo es precisa la unidad. La unidad nos hace fuertes.” [18]
Parece que es la maldad intrínseca del actual sistema electoral burgués el que convierte a los principales partidos de la burguesía en aparatos al servicio de la burguesía. ¡Qué cosas más raras pasan en este país! La democracia atenazada por grupos de mafiosos y las pobrecitas bases de los partidos políticos, como las de CIU, PSOE, ERC, PP, PNV, IU… sometidas a los designios de sus malvadas camarillas internas. Es como si estos republicanos, con los que van de la mano el comunismo arrepublicanado (CUC, PCE M-L…) intentasen ocultar los límites de la democracia burguesa tras su denuncia a estos perniciosos grupos de especuladores que desde la oscuridad confabulan contra la democracia. Pero es que esta es la verdadera democracia que ofrece el régimen social capitalista. Los límites democráticos de este régimen no vienen determinados  por cuatro leyes más o menos condesciendes con los  trabajadores o con los que de mayores quieren ser diputados del parlamento. Los límites de esta democracia están en su carácter de clase. Y frente a ella los comunistas no podemos  plantear más que la dictadura del proletariado. Pero sigan ustedes, los arrepublicanados, hablando de “la ciudadanía”, sigan  haciendo propaganda de la democracia en general, sigan hurtando al proletariado los conceptos científicos que cuando haga suyos lo elevarán al Poder. La burguesía les estará agradecida por muchos años y tal vez más de uno vea sus esfuerzos recompensados siendo nombrado concejal en algún ayuntamiento de la III República Española. Y será desde esa institución burguesa desde donde nos traerán estos concejales la revolución, pues como el “movimiento popular” fue confinado a las instituciones durante la transición del corporativismo fascista al parlamentarismo imperialista lo que hay que hacer ahora es institucionalizar aquella parte del “movimiento popular” que todavía no esté institucionalizado. Porque para esta gente el lugar en donde se unen las luchas parciales de ¿la clase obrera? (realmente no sabemos de que clase social hablan, como la ciudadanía lo abarca “todo”) es en las instituciones de poder creadas por la burguesía. Que esto lo defiendan los seguidores de Manuel Azaña nos parece comprensible. Que lo hagan quienes dicen seguir la estela de Lenin y Stalin ya se torna en un grave problema porque reproduce la ideología burguesa dentro del maltrecho movimiento obrero. Aunque al menos  pone de relieve, una vez más, que el marxismo-leninismo fue liquidado como teoría de vanguardia y es necesaria su reconstitución.
Estos son los ingredientes para el cóctel de la unidad comunista: la negación de la ideología proletaria a las masas, el cretinismo parlamentario, el reformismo y el seguidismo a las luchas espontáneas de la clase obrera operando como retaguardia del movimiento y como base de apoyo de la cada vez más burocratizada aristocracia obrera.
Frente al oportunismo, reconstituir el Comunismo.
Unidos todos estos grupos en la CUC han enderezado el rumbo, pero hacia el oportunismo sin complejos. Siguen ahondando en todos los males del reformismo burgués ya que su fin no es unir a los comunistas sino agrupar a todos los revisionistas del Estado español para que hagan lo que hacen hoy día por separado pero juntos y de buen rollo. El mejor ejemplo de lo que criticamos ha sido la puesta en escena del revisionismo ante la huelga general del 29-S convocada por la aristocracia obrera en un contexto de lucha interna entre las clases dominantes, en donde la clase obrera, al estar desprovista de sus organismos de clase para sí, es tan solo carne cañón para engrosar las filas de las procesiones convocadas por CCOO-UGT  y demás mafias sindicales o para depositar una papeleta en una urna en favor del PSOE, de IU o del último chiringuito electoral montado a su izquierda.
Ante la huelga de funcionarios del 8 de junio en la CUC tuvieron la valentía de plantear sus reclamaciones a un sector del Estado burgués:
“… exigimos a las cúpulas de CCOO y UGT, principalmente, que convoquen lo antes posible la HUELGA GENERAL y movilizaciones continuadas hasta la derogación de las medidas de recorte y como freno a la reforma laboral.”  [19]
Sin duda debieron asustar a los sindicatos vendeobreros porque para finales de septiembre se convocó la tan ansiada Huelga General (2 años llevaban reclamándola los revisionistas). La fecha del 29-S se tornaba así en la perfecta oportunidad de estrechar lazos con los sindicatos verticales, algo que la CUC no podía desaprovechar. Por ello lanzaban este aviso a navegantes   ¡dos meses antes de la huelga!, quienes hace un par de años se iban a comer el mundo desarrollando  la lucha contra el revisionismo “dentro del mismo movimiento de las masas”:
“La unidad sindical nos hará fuertes. En el momento actual, la crítica destructiva hacia los sindicatos mayoritarios y la renuncia a la participación en las movilizaciones planteadas, con la honrada pretensión de dar más profundidad a dichas movilizaciones, puede causar el efecto contrario, puede provocar la desmovilización, la desunión y la desorganización de los trabajadores, haciendo sin quererlo un trabajo paralelo a los medios de comunicación del capital que buscan el fracaso de la huelga general y la destrucción de todo sindicalismo reivindicativo.”  [20]
Es decir que para no confluir con el gran capital lo que tiene que hacer el proletariado es confluir con la aristocracia obrera. ¡Genial ofensiva táctica!,  la planteada por la CUC. Como el proletariado está más que capacitado para hegemonizar la lucha sindical (que sea  la aristocracia obrera la única con capacidad de movilización y convocatoria es poco más que una anécdota  sin importancia). Como está comprobado que el proletariado tiene ya un firme programa revolucionario anclado en los principios del marxismo-leninismo (lo de tomar el reformismo por bandera es algo puntual) puede permitirse el lujo de desfilar codo con codo con un sector de la democracia imperialista, los Toxo, Méndez… e incluso puede ampliar su alianza democrática y anti-monopolista, sin miedo a perder un ápice de su “carácter revolucionario”, a capas más altas de las clases dirigentes. Pasen y vean:
“Los intereses de las PYMES están objetivamente enfrentados a los de los bancos de cuyos préstamos dependen, a los del Estado a quien deben tributar y a los de las grandes empresas que les imponen sus condiciones y las explotan. A pesar de que los obreros asalariados sufrimos la explotación laboral de estos empresarios y hemos de defendernos contra ella, nuestras organizaciones sindicales y políticas deben desarrollar la contradicción entre ellos y el gran capital, deben defenderlos frente a éstos, deben ofrecerles una alianza antimonopolista y antioligárquica. Debemos conseguir que las próximas huelgas generales sean apoyadas efectivamente por un número creciente de pequeños y medianos empresarios: deben cerrar sus negocios en las jornadas de huelga para escenificar el aislamiento de la oligarquía financiera y la hostilidad del pueblo hacia ella. Son ejemplos que debemos divulgar y extender los apoyos a la pasada Huelga General por parte de las asociaciones de comerciantes chinos, de varios sindicatos policiales y de la guardia civil, de intelectuales y artistas, de asociaciones de vecinos, culturales, etc. Y debemos seguir luchando por convertir al movimiento republicano en la expresión política más elevada de esta alianza democrática de lucha de las clases populares contra la oligarquía financiera.”  [21]
Las PYMES, los comerciantes chinos, los Bardem, la guardia civil, la policía nacional… si los camaradas de los sindicatos se hubiesen dignado a convocar un par de huelgas generales más hasta el Ejército español obligado trágicamente y contra su voluntad democrática a tomar los aeropuertos, garantizar la unidad de la patria y bombardear a la insurgencia afgana, todo por los exclusivistas intereses  del gran capital español y la clase terrateniente, se habría adscrito a la alianza democrática del movimiento republicano. Tan solo faltaría algún Sanjurjo moderno que pudiese ser nombrado director general de la guardia civil republicana. Quizás el coronel Martínez Inglés, buen republicano, patriota y con reconocida experiencia de guerra en las viejas colonias de Sidi Ifni y Sáhara, esté presto a ocupar ese cargo.
Volviendo a los revisionistas, y dejando de lado su querida e interesante política ficción, se puede decir que han abandonado cualquier tipo de complejo. Y han perdido la poca vergüenza que les pudiese quedar. Ya no les importa absolutamente nada. Les da igual una Bandera Roja con la Hoz y el Martillo que una blanca adornada con las iniciales del Sindicato Unificado de Policía. En toda su propaganda ocultan qué es el imperialismo y cuáles son las relaciones de poder que ha generado en el Estado español. El pequeño comerciante, el liberado sindical, el picoleto o el txakurra, el dueño de una PYME… ¿qué opresión sufren bajo la actual composición clasista del Estado? Todos ellos están representados de uno u otro modo en la democracia burguesa: En el diálogo social, en los parlamentos y ayuntamientos, en la estructura jurídico-policial del Estado, en las Cajas de Ahorro, en las Cámaras de Comercio, etc. Se benefician de la actual situación como lo hacen los accionistas del IBEX-35, pues son sus socios en la gestión de la dictadura burguesa contra el proletariado y las masas trabajadoras. Es el imperialismo, del que forman parte, el que les permite tener una posición privilegiada respecto a los proletarios asalariados y harán, y hacen, todo lo posible por perpetuar el mundo en que viven porque para todos estos que hoy ejercen su dictadura contra los obreros, este es en verdad el mejor de los mundos posibles, como parece también lo es para la CUC.
Caracterizando a toda clase social que no sea la de los banqueros y los terratenientes como aliada del proletariado en una potencia imperialista como es el Estado español, demuestran que la III República de unidad comunista, de unidad sindical y de unidad popular no es más que maquillaje para el imperialismo y el Estado burgués. Para la democracia de la policía, de los sindicatos, de los empresarios y de los banqueros.
El revisionismo implementa la línea oportunista a la hora de reconstituir el Partido Comunista. Se relega la ideología comunista a mero anecdotario del pasado con la excusa de estar pegados a la realidad concreta. Se aplazan las cuestiones referentes al objetivo del Poder proletario y se convierte cada lucha espontánea en un frente de vital importancia en el camino al Socialismo en el que cada vez hay más y más estaciones interclasistas. Pero lo que ocurre es que el revisionismo se desliga por completo de la realidad material. Por arte de magia desaparecen las tareas objetivas a resolver por la vanguardia para reconstituir el P.C., no hay contradicciones en el seno mismo de la vanguardia (entre la m-l y la no m-l; entre la teórica y la práctica…) y acaban por esfumarse  hasta las relaciones objetivas existentes entre las clases sociales. Se obvia que en la democracia burguesa las contradicciones de las clases dominantes se dirimen democráticamente en el Parlamento y en los órganos de poder, de viejo poder, generados para ello. Y se representa una república idealizada en que libres de los malvados banqueros, los obreros junto a la pequeña y no tan pequeña  burguesía y sus policías, vivirán en perfecta armonía y adquirirán, no se sabe cómo, conciencia revolucionaria. El oportunismo y el idealismo son el precio a pagar por olvidar que los principios proletarios son objetivos y radican en la ciencia de la materia social. Éste es el impuesto político que los revisionistas pagan por haber abandonado el marxismo-leninismo.
El revisionismo moderno, el del comunismo republicano, ha apostado todo por la unidad directa de los comunistas, renegando del combate ideológico y tomando la reconstitución del Partido como un bonito pacto entre caballeros, que desemboque en la  inserción de los comunistas en todas las luchas espontáneas y reformistas que se dan en la sociedad imperialista. Y con esta apuesta han certificando su bancarrota.
Porque  para poder converger con el movimiento espontáneo de las masas y transformarlo en movimiento revolucionario se torna indispensable haber reconstituido el Partido Comunista, sobre las bases científicas del marxismo-leninismo que le permitan ser el organismo social de vanguardia que enlace con el movimiento social práctico  de la clase obrera de un modo revolucionario. Porque la vanguardia no puede limitarse a adaptarse al movimiento y formas del espontaneísmo popular que se dirigen al Estado como fuerza de presión, como grupo reivindicativo tendente a la reforma del Estado, que espera que  la clase dirigente conceda algún derecho o lleve a cabo tal acción. Clamoroso ejemplo es que toda la “Izquierda”, desde los más ortodoxos marxistas-leninistas arrepublicanados hasta los neotrotskistas postmodernos, lleva más de dos años mendigando ante los sindicatos, aliados de la burguesía monopolista, la convocatoria de una huelga general. Más siguiendo el ejemplo del pope ortodoxo que encabezó a la muchedumbre para mendigar al zar en enero de 1905, que el del bolchevismo, del que todos dicen ser fieles seguidores, que derribó en Octubre, y sin pedir permiso, el Estado de los republicanos rusos.
El P.C. una vez que se ha reconstituido debe transformar y elevar las reivindicaciones espontáneas de las masas a praxis revolucionaria, a violencia revolucionaria que destruya, y no reforme, el viejo orden de las cosas en función de la Guerra Popular que la historia ha certificado como estrategia universal de la Revolución Proletaria Mundial. Porque la Guerra Popular es el máximo exponente de cómo las masas explotadas son convertidas por su vanguardia en masas armadas revolucionarias. Entregándoles el poder para que adquieran experiencia propia y puedan valorar por sí mismas que dictadura política es mejor, si la suya o la de los burgueses.
La Guerra Popular como Praxis Revolucionaria es la plasmación en la vida real de cómo la vanguardia debe elevar a las masas y como estas se transforman a sí mismas, transcienden  su posición objetiva en la sociedad y se convierten de forma efectiva en sujeto y objeto de la transformación social, en masas revolucionarias, en las parteras de esa nueva sociedad que la clase obrera lleva dentro pero que es imposible que salga a la luz si la vanguardia no aporta al resto de la clase la conciencia necesaria, la conciencia de que hay que destruir para construir.
Pero para que la Guerra Popular transforme a las masas en masas revolucionarias armadas, el movimiento social exige que la ideología comunista dirija el proceso revolucionario, pues sin marxismo la revolución es imposible pero con marxismo todo es posible. Por eso es imprescindible reconstituir al comunismo como ideología de vanguardia. Por eso la  lucha de dos líneas debe ser hoy la base de la reconstitución para conquistar una Unidad cimentada en el marxismo-leninismo y en la lucha de clases frente a los enemigos que predican y prometen la falsa y oportunista unidad agarrada con pinzas a un pacto entre caballeros.
Movimiento Anti-Imperialista
Junio 2011

http://www.nodo50.org/mai/Documentos/MAI/CUC/CUC.html
Notas

[1] C.U.C, Comunicado sobre la unidad de los comunistas, 29 de marzo de 2010.
[2] Ver “Boletín de Unidad Comunista”, nº 1, pg. 3, abril 2009. Unión Proletaria.
[3] Unión Proletaria, “Boletín de Unidad Comunista”, nº 1, pg. 3, abril 2009.
[4] C.U.C., “Comunicado sobre la unidad de los comunistas”, 29 de marzo de 2010.
[5] C.U.C.,  “Comunicado sobre la Unidad de los Comunistas”, 29 de marzo de 2010.
[6] V.I. Lenin. “¿Qué Hacer?” Capítulo II, La espontaneidad de las masas y la conciencia socialdemócrata, Ed. Progreso, Moscú, pg. 31.
[7] Partido Comunista de Perú, “Línea Militar”,  Ed. Bandera Roja, 1988.
[8] PCE (m-l) y U.P, “Diez Compromisos de los comunistas españoles”.
[9] “Comunicado conjunto del Partido Comunista de España (marxista-leninista) y de Unión Proletaria ¡Por la unidad de los marxistas-leninistas, por el Partido Comunista!”, Madrid 22 Julio de 2008.
[10] Unión Proletaria, “Boletín de Unidad Comunista” nº 1, abril 2009.
[11] Secretaría política del PTE, “La Unidad de los comunistas en el s.XXI”, 1 de Junio de 2009.
[12] ”Contra el des-ajuste del plan del gobierno” es un panfleto firmado por PTE-ORT y UP, en junio de 2010,  en el que además de dar ideas al ejecutivo del PSOE de cómo ahorrar en sus presupuestos, se recogen las “20 medidas para salir de la  Crisis” que estos señores de la CUC exponen ante la sociedad capitalista para sacarla del embrollo económico en que se ha metido.  Estas medidas no pasan de ser un homenaje a J. M.  Keynes. Por citar algunas de ellas: “1.Nacionalización de la Banca, Financieras y Empresas estratégicas: Telecomunicaciones, energéticas, astilleros, altos hornos, autopistas, etc. (…) 8.Recuperación del Impuesto de Sucesiones para fortunas medias y grandes fortunas a partir de 300.000 € (…) 11. Eliminación de ayudas y financiación a la Iglesia católica (…) 12. Apoyo a la pequeña y mediana empresa. 13. Créditos blandos personales y mejora de los créditos ICO. (…) 19. Ayudas a la inversión I+D. tecnológica y medio ambiental.” Tras el recital de reformas proteccionistas del régimen, los firmantes afirman que esto solo es viable “Mediante la proclamación de la III República, que haga posible el control y desarrollo de todas estas medidas, que desarrolle la concienciación política, de democracia popular”. Este es el programa de acción de la CUC. Diseñado para los que cotizan a la seguridad social por el RETA o para el sufrido empresario dueño de una PYME. Pero no para la emancipación del proletariado.
[13] En Noviembre de 2010 la Unión Proletaria se alineó descaradamente con el imperialismo chino publicando un artículo titulado “Cómo China ayuda al movimiento obrero”. En esta obra, que el día se conozca en Pekín seguro será recompensada, se refieren a China como un país dirigido por un Partido m-l, que trabaja por el avance del movimiento comunista internacional, cuyas relaciones económicas con los países oprimidos carecen de expolio. Comparan la política de Deng Xiaoping, implementada  27 años después del triunfo de la Revolución  y 10 después del inicio de la Gran Revolución Cultural Proletaria, con la NEP de la URSS. Y hasta aplauden la restauración total de las relaciones capitalistas porque estas, dicen, facilitarán el paso a las relaciones socialistas. Por supuesto no faltan referencias a Marx y a Lenin.
[14] V.I. Lenin, “La Revolución Proletaria y el renegado Kautsky”. Obras escogidas, Tomo IX, p. 5, Progreso, Moscú 1973.
[15] V. I. Lenin, “Tesis para el II Congreso de la Internacional Comunista”. Obras escogidas, Tomo XI, p. 61-62, Progreso, Moscú 1973.
[16] C. Marx, “La cuestión judía (y otros escritos)”. p. 214, Barcelona, 1992.
[17] V.I. Lenin, citado por J. Stalin en “Los fundamentos del leninismo”, págs. 46, 47; Ed. Lenguas Extranjeras Pekín, 1972.
[18] “Llamamiento de la Plataforma de ciudadanos por la República a la participación unitaria en las elecciones municipales del 2011”, 5 de septiembre de 2009.
[19] PTE-ORT y UP, “Contra el Des-ajuste del plan del Gobierno”, 4 junio de 2010.
[20] C.U.C. “Por la unidad de los trabajadores, preparemos la Huelga General”, junio de 2010.
[21] Unión Proletaria, “Desarrollar el movimiento obrero a partir de la Huelga General del 29-S”, 28 de Octubre de 2010.

El mito de la democracia: una interpretación marxista de la dictadura y la democracia

 El mito de la democracia: una interpretación marxista de la dictadura y la democracia

Mensaje por Araka la kana el Lun Jul 02, 2012 7:16 pm
El mito de la democracia:


una interpretación marxista de la dictadura y la democracia



Lázaro Carpentier , proletario por la reconstitución del Partido Comunista 





Junio de 2012




El presente texto, que gira en torno a una cuestión de vital importancia para el Movimiento Comunista Internacional y de rabiosa actualidad para todos aquellos explotados conscientes de la necesidad de la Revolución, está  escrito  nutriéndose,  en  gran  parte,  del  texto  sintetizador  de  Lenin,  la  impecable  Tesis  e  informe  sobre  la democracia burguesa y la dictadura del proletariado (presentado al I Congreso de la III Internacional Comunista el 4 de marzo de 1919 y publicado, posteriormente, por la Editorial Progreso de Moscú).



Para complementar el estudio de la democracia burguesa, he utilizado la Crítica de la concepción burguesa de la lucha de clases en la política revisionista, de los compañeros de la Unión de Comunistas para la Construcción del Partido.



En cuanto al 15-M, además de trabajar con documentos de Democracia Real Ya y de Juventud Sin Futuro, me ha servido como referente fundamental el texto de los compañeros del MAI, El 15-M y el esquematismo revisionista.



En relación a la crítica de los postulados de Julio Anguita, he utilizado su última y notoria comparecencia en Sabadell: www.youtube.com/watch?v=ts-zH3QU9eg.



Por último, para tratar el asunto de la forma política que adopta el nuevo poder de la clase explotada, me he servido del texto La Guerra Civil en Francia (Karl Marx).



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La situación en que se halla el sistema capitalistaMartes, 10 Septiembre 2013 09:04

El mito de la democracia: una interpretación marxista de la dictadura y la democracia

 Escrito por  Mario Soler Enríquez
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A proposito del proceso en Chile 1970-1973 y de nuestra "democracia protagónica y participativa"
El presente texto, que gira en torno a una cuestión de vital importancia para el Movimiento Comunista Internacional y de rabiosa actualidad para todos aquellos explotados conscientes de la necesidad de la Revolución, está escrito nutriéndose, en gran parte, del texto sintetizador de Lenin, la impecable Tesis e informe sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado (presentado al I Congreso de la III Internacional Comunista el 4 de marzo de 1919 y publicado, posteriormente, por la Editorial Progreso de Moscú).
Para complementar el estudio de la democracia burguesa, he utilizado la Crítica de la concepción burguesa de la lucha de clases en la política revisionista, de los compañeros de la Unión de Comunistas para la Construcción del Partido.
En cuanto al 15-M, además de trabajar con documentos de Democracia Real Ya y de Juventud Sin Futuro, me ha servido como referente fundamental el texto de los compañeros del MAI, El 15-M y el esquematismo revisionista.
En relación a la crítica de los postulados de Julio Anguita, he utilizado su última y notoria comparecencia en Sabadell: www.youtube.com/watch?v=ts-zH3QU9eg.
Por último, para tratar el asunto de la forma política que adopta el nuevo poder de la clase explotada, me he servido del texto La Guerra Civil en Francia (Karl Marx).
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La situación en que se halla el sistema capitalista a nivel internacional es de sobra conocido. Ya ni siquiera los explotadores, esas criaturas de la sociedad burguesa que se enriquecen parasitando a las distintas clases oprimidas a escala planetaria, se atreven a negar que la crisis sistémica de la falsamente llamada "economía de libre mercado" tenga visos de solucionarse en un periodo de tiempo corto. Los comunistas sabemos que las crisis capitalistas son cíclicas y que nada tienen que ver en su causa subyacente las turbulencias financieras o los "excesos" de determinados capitalistas. Las crisis del capital son siempre crisis de sobreacumulación de capital y de descenso relativo de la tasa de ganancia del capital, y son manifestaciones inevitables de la naturaleza de un sistema económico que se basa en la explotación creciente de la fuerza de trabajo para la extracción de plusvalía.
Pero los que somos conscientes de la naturaleza de este sistema de explotación también sabemos que no hay, para el capitalismo, absolutamente ninguna crisis económica que le aboque a su desaparición. El capitalismo siempre se repone de todas las crisis económicas, por mucho que cada crisis sea peor que la anterior por la masa de capital acumulado y concentrado en cada vez menos manos. El sistema capitalista logra superar sus propias crisis de la única manera que sabe: destruyendo capital sobrante (fuerza de trabajo, medios de producción, insumos, etc.) mediante la expulsión del sistema económico del capital poco rentable y, además, a través de las guerras de rapiña, destrucción y ocupación de países que den vía libre para la generación de nuevas inversiones y que den paso a nuevos ciclos de acumulación de capital.
La única crisis que es incapaz de superar el sistema de dominación capitalista es la crisis social y política a la que llega cuando las criaturas a las que sojuzga y explota, el proletariado y el conjunto de las masas oprimidas, son conscientes del papel de nuevos esclavos que ocupan en la pirámide social y, guiados por la teoría revolucionaria, deciden ocupar el lugar protagónico que les corresponde. Solo entonces el sistema entra en una fase de caída libre y el nuevo poder es capaz de sustituir el caduco poder de la burguesía.
Es muy importante entender esta cuestión, ya que no son pocos los que creen, desde un marxismo determinista y economicista, que la propia crisis económica del capital acerca a este sistema al borde del precipicio, haciendo solo falta que la clase explotada le dé un empujoncito para que caiga. Nada más lejos de la realidad, el capitalismo solo puede ser derrocado mediante la acción política y consciente de los explotados organizados en su Partido de nuevo tipo, la fusión más elevada del movimiento obrero y los sectores más avanzados que se reclaman del comunismo.
Hecha esta introducción necesaria para entender la situación económica actual y la actitud de los revolucionarios y de los oprimidos ante la crisis económica, pasaremos a analizar detenidamente la cuestión de la democracia y la dictadura, una cuestión que es fundamental por dos motivos:
1. Porque sin comprenderla debidamente es imposible poder armarnos de praxis revolucionaria (de hecho, aún sigue sin entenderse completamente esta cuestión por muchos elementos que se proclaman a sí mismos comunistas o revolucionarios).
2. Porque es una cuestión de candente actualidad en el Estado español gracias, en buena medida, al movimiento interclasista de los indignados y a nuevos proyectos de reformistas recalcitrantes, como el de Julio Anguita, que los oportunistas de distinto signo articulan cuando más necesario es hablar claramente a los explotados de la necesidad y la posibilidad de la Revolución Proletaria, de la construcción del nuevo poder de los trabajadores organizados que lleve al comunismo.
Clases sociales, Estado, democracia y dictadura para el marxismo
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Las clases sociales, siguiendo a Lenin en su trabajo Una gran iniciativa, son grandes grupos que se diferencian entre sí por el lugar que ocupan en un sistema de producción social históricamente determinado por las relaciones en que se encuentran con respecto a los medios de producción (relaciones que las leyes refrendan y formulan en gran parte), por el papel que desempeñan en la organización social del trabajo y, consiguientemente, por el modo y la proporción en que perciben la parte de la riqueza social de que disponen. Las clases son grupos humanos en los que uno de ellos se apropia del trabajo de otros por ocupar puestos diferentes en un régimen determinado de economía social.
Al contrario de lo que sostienen las diversas escuelas de sociología de la clase dominante, en la sociedad burguesa existen fundamentalmente dos grandes clases sociales (las cuales, debido a los procesos de concentración de capitales y la proletarización de las capas sociales intermedias, cada vez son más importantes tanto desde el punto de vista cuantitativo como cualitativo): la burguesía y el proletariado; los que disponen de medios de producción y explotan fuerza de trabajo, por un lado, y los que se ven obligados a vender dicha fuerza de trabajo a cambio de un salario, por otro lado.
Dentro de estas clases hay capas y grupos diferenciados parcialmente. Así, la burguesía la componen tres estratos fundamentales: el capital monopolista (o capital financiero, que es la fusión del capital industrial y el bancario), las empresas no monopolistas (en España, representadas por las PYMES) y la aristocracia asalariada (elementos dirigentes de los aparatos políticos, sindicales, policiales, judiciales; mandos intermedios, gerentes, responsables de Recursos Humanos, altos ejecutivos, etc.). Asimismo, entre el proletariado y la burguesía nos encontramos con una clase intermedia: la pequeña burguesía. Esta se caracteriza por disponer de medios de producción sin explotar fuerza de trabajo (autónomos, pequeños comerciantes, pequeños agricultores y ganaderos, etc.).
Entender el concepto de clases sociales desde el punto de vista marxista es determinante para entender y transformar la organización de la sociedad capitalista (uno de los grandes méritos de Marx y Engels fue el de demostrar que la desigualdad social no responde a la «naturaleza humana», sino a una estructura social en la que los individuos ocupan, en base a las leyes sociales que rigen el funcionamiento del sistema, posiciones antagónicas en el acceso a los medios de producción). Así, comprender la cuestión de las clases sociales es fundamental para poder entender la naturaleza del Estado. Marx, Engels y, posteriormente, Lenin fueron los autores que sistematizaron el concepto de Estado en relación a las clases sociales. Así, para el comunismo, a diferencia de lo que postula el anarquismo, el Estado se caracteriza por los siguientes elementos:
1. El Estado es el instrumento político-militar que surge históricamente cuando las contradicciones y los antagonismos entre las clases sociales son insalvables de modo pacífico. Por tanto, donde existe el Estado existe la violencia institucionalizada.
2. El Estado es siempre un Estado de clase, es decir, es un organismo para la representación, la gestión y la defensa de los intereses de la clase dominante. Por tanto, es una falacia burguesa -sostenida por muchos falsos «comunistas» y por toda la socialdemocracia- plantear que el Estado representa a todos los ciudadanos, que es posible la existencia de un Estado de todas las clases. No existe el Estado en abstracto, sino el Estado esclavista, el Estado feudal, el Estado capitalista o el Estado proletario (este último, luego veremos por qué, es sustancialmente diferente al resto de Estados).
3. El Estado del capital es una construcción política, jurídica e ideológica para la legitimación del sistema (dos puntales determinantes son el sistema de enseñanza y la legislación), pero es, sobre todo y en última instancia, la organización armada y coercitiva (con su burocracia, su ejército, su policía y su judicatura) para la defensa violenta de las posiciones de privilegio de la clase dominante.
4. El Estado proletario es la organización de la clase explotada necesaria para aplastar cualquier intento de la clase explotadora de restaurar su caduco orden social. Ahora bien, siguiendo a Engels, el Estado proletario es un semi-Estado, en el sentido de que es el primer Estado de la historia humana en el que el poder no lo ejerce una minoría social, sino la abrumadora mayoría de la sociedad. Por último, es el único Estado que sienta las bases de su propia extinción, al posibilitar que la sociedad de clases desaparezca y la necesidad del poder político se extinga por sí misma.
5. El Estado, en abstracto, no puede ser abolido, ya que no se pueden suprimir por decreto las relaciones de poder que emanan de una estructura clasista larvada durante milenios. El único Estado que puede -y debe- liquidarse es el Estado burgués. Forma parte del ABC del comunismo entender que el Estado burgués se destruye, mientras que el Estado obrero se extingue.
Una vez entendidas las categorías de clases sociales y Estado desde la única manera en que pueden asimilarse con toda su complejidad (desde la óptica revolucionaria), estamos en condiciones de pasar por el rodillo de la crítica marxista los manidos conceptos de democracia y dictadura. Para el comunismo, al contrario de lo que defienden los hooligans intelectuales del sistema de explotación capitalista, no existen la «democracia en general» y la «dictadura en general», pues la democracia y la dictadura dependen de la clase social que detenta el poder. Como sostiene Lenin:
«Ese planteamiento de la cuestión al margen de las clases o por encima de ellas, ese planteamiento de la cuestión desde el punto de vista -como dicen falsamente- de todo el pueblo, es una descarada mofa de la teoría principal del socialismo, a saber, de la teoría de la lucha de clases [...] Porque en ningún país capitalista civilizado existe la «democracia en general», pues lo que existe en ellos es únicamente la democracia burguesa, y de lo que se trata no es de la «democracia en general», sino de la dictadura de la clase, es decir, del proletariado, sobre los opresores y los explotadores, es decir, sobre la burguesía, con el fin de vencer la resistencia que los explotadores oponen en la lucha por su dominación».
Siguiendo el fino hilo de la historia, llegamos a la conclusión de que ninguna clase se ha mantenido en el poder sin un periodo de dictadura, lo que significa que ninguna lo ha conseguido sin conquistar el poder político y aplastar, de manera violenta, «la resistencia más desesperada, más rabiosa, esa resistencia que no se detiene ante ningún crimen, que siempre han opuesto los explotadores».
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Esto puede resultar extraño para todo aquel que vea el mundo a través de las gafas que la burguesía coloca ante sus ojos, pero es la única visión que se corresponde con la realidad social y política. La democracia y la dictadura no son formas políticas abstractas o situadas por encima de las clases sociales, por eso no existen ni la democracia a secas ni la dictadura a secas. El modo de producción capitalista es siempre dictadura del capital sobre el conjunto de la población explotada, pero es democracia para el capital. Las formas que ha adoptado históricamente la democracia han ido variando inevitablemente desde hace milenios, empezando por la democracia esclavista implantada por las repúblicas de la Antigua Grecia y terminando por la democracia burguesa de los distintos Estados capitalistas en la actualidad.
Por tanto, es necesario entender que cualquier forma de democracia burguesa, incluso la de la República más democrática del planeta, es al final una dictadura encubierta de la oligarquía financiera contra las amplias masas explotadas (proletarios y capas populares oprimidas). ¿Por qué es una dictadura? La clave está en que, al existir un Estado de clase (redundancia obvia, pues recordemos que no puede existir un Estado que no sea de clase), un Estado burgués, los mecanismos de decisión política y de organización económica y social están reservados exclusivamente a la minoría burguesa, por mucho que esta disfrace su sistema de «representación política» como un andamiaje social que implica a «todo el pueblo».
A nivel de organización económica, los proletarios no tienen ninguna capacidad decisoria sobre cómo van a producir, cuánto ni por qué. Y, sobre todo, no son poseedores de los medios de producción (medios para producir riquezas), sino que están a merced de los designios dictatoriales del patrón.
A nivel político, la democracia burguesa construye un edificio que vende como «democrático», sabiendo claramente que su democracia es democracia para la burguesía. Para empezar, su Estado (con su aparato represivo, su legislación y su maquinaria propagandística) es una construcción política y militar creada por y para los intereses de la clase dominante, el capital. Y en lo que respecta a la farsa de las elecciones a las distintas cámaras legislativas de la burguesía, lo único «democrático» para la clase explotada es que puede elegir, cada cuatro o cinco años, a los gestores del capital que van a legislar para promover y defender a capa y espada los intereses de la oligarquía financiera.
Esto no significa, evidentemente, que la burguesía solo utilice su democracia como régimen político, sino que, en determinados países y momentos, encuentra un mejor acomodo institucional para su sistema de explotación en el hecho de acudir a regímenes de tipo fascista o ultra-autoritario. Los marxistas, que entendemos que el sistema de producción capitalista es siempre dictadura del capital más o menos encubierta sobre la población explotada, somos conscientes también de que un régimen fascista suele traer consigo el alejamiento de la Revolución Proletaria, ya que (como sucedió en países tan diferentes como Chile, España, Argentina, Italia o Alemania), con un Estado fascista, la burguesía liquida por completo la lucha de clases del proletariado manu militari. Pero no hay que confundir esto con la engañifa que ha supuesto, durante demasiado tiempo, un antifascismo mal entendido, reformista, que ha supeditado la lucha revolucionaria a una política de conciliación con la burguesía democrática (como sucedió, trágicamente, con la línea del PCE durante la Guerra Civil española).
En todo caso, independientemente de que el régimen político de la burguesía sea democrático o fascista, esta siempre tratará de impedir por todos los medios (violentos) el derrocamiento revolucionario de su orden social explotador y asesino. Por último, todas las Constituciones burguesas del mundo recogen, en alguno de sus artículos más importantes, la implantación de estados de emergencia, de sitio y de excepción, lo que implica que la burguesía reconoce, incluso en su propia Carta Magna democrática, la posibilidad de suspender militarmente todas sus «libertades y derechos» (como la libertad de expresión, de opinión y de manifestación). Es decir, tenemos que, lo que la burguesía sistematiza bajo sus regímenes fascistas, lo implanta bajo el marco de la democracia burguesa, en última instancia, cuando ve amenazado su poder dictatorial.
Como afirman los camaradas de Unión de Comunistas para la Construcción del Partido (UCCP):
«No se puede olvidar, a la hora de establecer la crítica teórica y lucha política contra el revisionismo, que la democracia burguesa, como una forma de expresión política específica de la producción capitalista, tiene por objetivo el establecimiento de un pacto social, un acuerdo entre las clases sociales enfrentadas para que el Estado se haga cargo de la "administración" de la sociedad. En virtud de dicho acuerdo, el Estado se convierte en el aparato aceptado y legitimado para que se reproduzca la división en clases de la sociedad que presupone la producción capitalista».
Es decir, el Estado democrático-burgués es vendido por la clase dominante como el árbitro legitimado para «reconciliar» las contradicciones entre los diferentes «sectores de la sociedad». Esto, desde el punto de vista de la realidad política, es una auténtica falacia (imprescindible, eso sí, para legitimar el orden explotador y opresivo de la burguesía), puesto que esconde deliberadamente que la maquinaria del Estado actual es una maquinaria completamente al servicio de los intereses del capital. La oligarquía financiera, que ha creado su propia criatura política y militar para defender su organización social, le vende al proletariado la idea de que el Estado «es de todos», de que «todos somos iguales ante la ley», de que «lo público nos iguala a todos», etc.
Más adelante, los compañeros de UCCP afirman:
«A la clase obrera se le permite la participación en la política, como hemos dicho, pero siempre y cuando actúe para legitimar la actividad del Estado en su función general de velar por la reproducción de las condiciones de producción capitalista... aunque ello se vista con el manto de la redistribución de la riqueza y el mantenimiento de los servicios públicos. En este sentido, la actividad política de la clase obrera se la encorseta en la lucha por mejorar sus condiciones de vida y trabajo como premio por aceptar el ordenamiento jurídico burgués, desplazando del enfrentamiento la lucha de clases, la lucha por destruir las condiciones de su explotación económica y su opresión política. Toda acción encaminada a participar en las instituciones burguesas para, desde allí, cambiar el rumbo de la sociedad capitalista y superar el carácter de clase del Estado burgués es una actividad que embellece la democracia burguesa como instrumento político para ejercer la dictadura de la burguesía sobre el proletariado».
En definitiva, plantear los términos de democracia y dictadura en general es un sinsentido político. Allí donde hay poder político (es decir, allí donde persiste una estructura de clases sociales con intereses antagónicos), hay Estado y hay, al mismo tiempo, democracia y dictadura. Así, el Estado del capital es democracia para el capital y dictadura para la mayoría explotada; el Estado de la clase obrera es democracia para la amplia mayoría social y dictadura para la clase explotadora. Aquí radican el sentido y la necesidad de la dictadura del proletariado, tal como la ha defendido históricamente el Movimiento Comunista Internacional. Por supuesto, no hay posibilidad de «fórmulas intermedias»: o es la clase explotadora la que detenta el poder, o es el proletariado y las capas populares oprimidas. La libertad, la igualdad y la democracia son categorías vacías de contenido social y abstractas si no se analizan en función de la clase social que hace uso de ellas. Solamente llegaremos al reino de la libertad, cuando desaparezca toda forma de explotación y opresión (económica, política, sexual, étnica, nacional, etc.) de unos seres humanos sobre otros. Es entonces cuando, en palabras de Engels, «el gobierno de las personas será sustituido por la administración de las cosas».
Dos ejemplos actuales de la incomprensión de la naturaleza de la
democracia y la dictadura: el 15-M y el «referente» de Julio Anguita
Los comunistas que apostamos por reconstituir la teoría revolucionaria como paso previo e imprescindible para volver a erigir la alternativa del comunismo (la única existente al capitalismo decadente), entendemos que la batalla ideológica es hoy determinante para ganar a los sectores teóricos más avanzados de nuestra clase para el comunismo. Es fundamental entender que, mientras no se constituya una nueva vanguardia forjada en los principios revolucionarios del comunismo, será imposible insuflar al resto de la clase obrera la necesidad y la posibilidad de la Revolución Proletaria. Por mucho movimiento de masas que haya, por muy contundente que este sea, si los comunistas no se han constituido como vanguardia sólida, unificada y depurada de toda forma de reformismo, el movimiento de resistencia de nuestra clase no podrá convertirse en un movimiento político revolucionario.
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Dicho esto, es algo perentorio entrar a debatir a fondo cuestiones (como la de la democracia y la dictadura) que aún no han sido suficientemente entendidas por la mayoría de los sectores más avanzados de la clase obrera.
Con respecto al 15-M, en primer lugar hay que entender que este movimiento es el fiel reflejo de la decadencia de una parte muy importante de las capas intermedias y pequeño-burguesas que, en el Estado español, han visto seriamente deterioradas sus condiciones de vida como consecuencia de la crisis económica, de las políticas de Estado impuestas por la patronal europea y española y, por último, de la naturaleza intrínseca del capitalismo, que tiende a proletarizar a cada vez más sectores de la población. La carencia de una nítida conciencia de clase, proletaria (una conciencia de clase clara que, por ejemplo, sí se está pudiendo ver en las ejemplares luchas de los mineros en España), es el resultado inevitable de la composición social de un movimiento que, dirigido por estratos en franca decadencia (pequeña burguesía y aristocracia asalariada, fundamentalmente), no representa a las capas hondas del proletariado, por mucho que haya proletarios dentro de este movimiento.
También aquí ha habido sectores (capitaneados por el PCPE), que reivindican la línea del comunismo en lo teórico, que han pretendido reprocharle al 15-M que no sea un «movimiento revolucionario». ¡Menudo espontaneísmo el de estos comunistas! Como si el comunismo cayera de las nubes, como si las personas que militan en el 15-M, por arte de magia, fueran a blandir las banderas rojas de la Revolución Socialista. ¿Cómo pretenden estos señores que un movimiento interclasista pueda ser revolucionario? Y, lo que es más importante, ¿cómo pretenden que los indignados puedan entender la necesidad del comunismo, si ni siquiera hemos sido capaces, en el Estado español, de entablar una victoriosa lucha de dos líneas en el seno de la vanguardia comunista?
Si bien el 15-M se ha convertido en un cajón de sastre en el que se da cabida a diversas tendencias y grupos, en el fondo sus postulados no difieren de los que han defendido, históricamente, las organizaciones de la socialdemocracia de izquierda y de derecha. Tanto Democracia Real Ya como Juventud Sin Futuro (dos colectivos muy representativos del movimiento de los indignados) evidencian claramente la incapacidad del movimiento por entender la naturaleza del actual sistema de explotación y, como consecuencia, la cuestión del poder político. Veamos por qué.
Para empezar, todas las tendencias que se identifican con el 15-M entienden que la transformación social puede producirse dejando intactos dos elementos: la propiedad privada de los medios de producción (que conduce a la explotación de clase) y la naturaleza de clase del actual Estado. Así, el 15-M entiende, por un lado, que es posible legislar en favor de la clase obrera (o de «la ciudadanía», por usar su lenguaje interclasista y difuso). Además, las posiciones del 15-M giran en torno a la defensa de un Estado interclasista (una construcción ideológica absolutamente irreal, pues sabemos que el Estado, o es de los explotados, o es de los explotadores), un Estado que salvaguarde los «servicios públicos», que incluso tome parte en la marcha de la economía y «nacionalice sectores estratégicos».
Todo esto no es, en el fondo, mera confusión e ignorancia (en la confrontación entre clases no existe tal cosa), sino la manifestación más clara de la naturaleza pequeño-burguesa del movimiento, de un movimiento que intenta nadar entre dos aguas y que trata de mantener intacta la estructura de clases del sistema capitalista, dulcificando y embelleciendo los grilletes de la esclavitud asalariada. Estamos, aunque con formas adaptadas a las nuevas circunstancias, ante los vanos intentos por construir un «capitalismo con rostro humano», variante ideológica, aunque sin discurso de clase, de esa vertiente que propugna un «socialismo para el siglo XXI», es decir, más capitalismo pero gestionado de forma humana.
Centrándonos en la cuestión fundamental que nos atañe en este trabajo, el debate en torno a los conceptos de democracia y dictadura, el 15-M expresa el mismo tutti frutti ideológico que tiene en su propia base material, que es la que da soporte a sus posiciones políticas. «Lo llaman democracia y no lo es», suelen corear muchos indignados en sus manifestaciones. Como no podía ser de otra manera, el 15-M interpreta la naturaleza del poder político vigente, del Estado actual, desde un punto de vista abstracto, idealista y pequeño-burgués. ¿Para quién no es democracia? ¿Para las amplias masas de explotados, precarios y desahuciados, o para los Botín, Alierta y Cía.?
Esta visión confusa y errónea de la democracia es la consecuencia de no haber entendido la naturaleza de clase del Estado capitalista. «Vivimos en una dictadura de los mercados», nos dicen muchos indignados y hasta descarados representantes de aparatos del Estado burgués, como los Toxo, Méndez y los Cayo Lara. Para empezar, ¿qué entienden estos señores por «los mercados»? Porque el problema no son solamente los fondos o los bancos de inversión que especulan con la deuda soberana de determinados países, el problema de fondo es el capitalismo como modo de producción y la burguesía, al completo, como criatura explotadora y opresora. Por otro lado, para el marxismo siempre estuvo claro que la oligarquía financiera está compuesta por el capital monopolista, esto es, por las grandes empresas industriales, de servicios, la banca y los grupos financieros. Estamos en la era del imperialismo, del capitalismo monopolista, de la dictadura del capital financiero entendido como la fusión de la industria y la banca. Quien se queja de las imposiciones en materia de recortes por parte del capital financiero, sin entender que no hay otra forma posible de capitalismo, o es un elemento pequeño-burgués interesado en mantener este orden explotador, o es un ignorante que aún no ha entendido cómo funciona el sistema. En cualquiera de los dos casos, ambas posturas están sosteniendo un sistema reaccionario que sobrevive rumiando su propia decadencia.
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El manifiesto fundacional de Democracia Real Ya dice:
«La democracia parte del pueblo (demos=pueblo; cracia=gobierno), así que el gobierno debe ser del pueblo». Curiosa manera de asumir, cual indignado pequeño-burgués, el corpus ideológico que la burguesía nos sirve cada día. En primer lugar, ¿qué es eso de «el pueblo»? ¿Qué clases sociales conforman esa categoría abstracta? ¿El pueblo lo forman, además de los proletarios, los gerentes de empresas, los altos mandos de las fuerzas represivas o los empresarios medianos que explotan a sus asalariados tanto o más que los grandes empresarios? ¿El gobierno debe ser del pueblo? El gobierno (mejor dicho: el poder político, el Estado) debe ser de la clase explotada, de la inmensa mayoría de asalariados y proletarios. Si no es así, el gobierno es del capital.
Más arriba, los autores de este manifiesto (todo un canto de sirenas para tratar de embellecer un edificio social, el del capitalismo, que debe ser destruido desde sus cimientos) aseguran que:
«Existen unos derechos básicos que deberían estar cubiertos en estas sociedades: derecho a la vivienda, al trabajo, a la cultura, a la salud, a la educación, a la participación política, al libre desarrollo personal, y derecho al consumo de los bienes necesarios para una vida sana y feliz».
Estamos ante una nueva mistificación por parte de los indignados demócratas. Ahora resulta que los derechos que la burguesía recoge en su Constitución (los cuales, por cierto, la mayoría de los proletarios saben que es papel mojado, solo por un mínimo instinto de clase) «deberían estar cubiertos en estas sociedades». Pues hay que decirlo bien claro: mientras el capital detente el poder, ni la vivienda, ni el trabajo, ni la cultura, ni la salud, ni la educación, ni la participación política van a ser más que derechos abstractos, es decir, una farsa que no se puede cumplir bajo el marco de esta organización social. Decía el economista Diego Guerrero que el derecho al trabajo, bajo el prisma de las Constituciones burguesas, es un derecho condicionado, lo que significa que este solo puede hacerse efectivo parcialmente si las condiciones económicas lo permiten. Lo mismo se podría decir de la vivienda, la sanidad o la educación, derechos básicos que no son cubiertos por la naturaleza intrínseca de un sistema que empobrece progresivamente a la inmensa mayoría a costa, siempre, de enriquecer a la poderosa e ínfima oligarquía financiera.
Un poco más situado a la izquierda (burguesa), nos encontramos estos días con la figura del ínclito JulioAnguita, antiguo secretario general del PCE y ex coordinador general de IU, que asume «ser el referente de unaoperación política que intente cambiar el país» (¡!). Dejando a un lado las altas dosis de megalomanía de este señor (¿alguien se imagina a un Lenin o a una Rosa Luxemburg, que sí eran referentes políticos revolucionarios en su época, haciendo tal ejercicio de narcisismo político?), el discurso tramposo de Anguita no postula nada nuevo: es más edulcorante reformista. Y es sencillo entender por qué.
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El propio Anguita ha esbozado que su proyecto tendría un carácter «interclasista» (sic). El objetivo es construir un «bloque cívico, un bloque ciudadano, que eche su peso de poder en la balanza del poder». Bien, antes de entrar al trapo sobre las viejas propuestas del oportunista Anguita -disfrazadas de innovadoras y revolucionarias-, hay que tener en cuenta que, a la hora de analizar las posiciones políticas de cualquier militante o dirigente de una determinada organización, hay que dejar a un lado las simpatías o las animadversiones personales, pues aquí no estamos hablando de la «honradez» de unos o de otros, sino de si defienden en realidad posiciones revolucionarias.
Julio Anguita comienza aclarando que su movimiento tendrá un carácter interclasista, algo que ya excluye la posibilidad de la Revolución Proletaria. Porque, evidentemente, el proletariado puede y debe formar un bloque de alianza con otras capas oprimidas de la sociedad, pero a condición de que la hegemonía del proceso de alianza la ostente el proletariado. ¿La razón? El proletariado es la única clase social que, además de ser abrumadoramente mayoritaria, está objetivamente interesada en destruir el capitalismo por la posición que ocupa en la pirámide social: está desposeído de los medios de producción, pero al mismo tiempo es el creador de la riqueza y el motor del desarrollo social y económico. ¿Olvida Anguita que la revolución, para triunfar, debe tener un carácter eminentemente proletario? Para nada. No existe la ingenuidad en política. Anguita olvida este aspecto porque no está por destruir el decrépito poder de la burguesía y por generar nuevo poder proletario y popular, sino que su apuesta se centra en reformar y humanizar la dictadura del capital.
Por otro lado, Anguita esconde deliberadamente una cuestión que es crucial para el triunfo de cualquier proceso revolucionario. Nos referimos a la cuestión del poder. El ex líder de IU ha declarado recientemente que «la ciudadanía es un poder que puede ganar. Ahí está SYRIZA. Ahí está Islandia». El propio Anguita se delata y se define a sí mismo.
1. En primer lugar, redunda una y otra vez en la categoría posmoderna y falaz de la «ciudadanía», una construcción ideológica de la burguesía democrática que intenta engañar a los explotados haciéndoles pensar que, bajo el dominio del capital, los ciudadanos pueden ser iguales en derechos y deberes.
2. En segundo lugar, Anguita alude repetidas veces a que nos encontramos en un «Estado de excepción», como si la dominación sistemática de la burguesía sobre los explotados no fuera un constante Estado de excepción.
3. En tercer lugar, el conocido revisionista (que ha defendido en numerosas ocasiones la Constitución monárquica, mantra de todas las fracciones de la burguesía con el que se ha obnubilado a una buena parte del proletariado del Estado español durante varias décadas) difunde la ilusión de que se puede cambiar la sociedad sin que la clase explotada, organizada en su Partido de nuevo tipo, tome el poder de forma necesariamente violenta. En lugar de decirles a los explotados: «si no organizáis vuestro propio poder enfrentado al de la burguesía, si no os preparáis progresivamente para la destrucción del Estado burgués, no conseguiréis liberaros del yugo del capital», el ex secretario general del PCE prefiere alimentar ilusiones vanas y suicidas en los proletarios, diciéndoles: «podéis transformaros en un poder que al principio no gobierne, pero que determine».
4. Por último, viendo cuáles son los referentes políticos para este sujeto (SYRIZA, el nuevo repuesto de la burguesía democrática para que el proletariado griego no se adhiera al proyecto de Revolución Socialista; Islandia, un país en que la dictadura del capital sigue imperando y en el que lo más revolucionario que se ha hecho ha sido enjuiciar a varios banqueros y políticos), se puede barruntar claramente cuál es la propuesta de individuos como Anguita: reformar el capitalismo, hacerlo más humano, es decir, hacer algo que esmaterialmente imposible de llevar a la práctica. Obviamente, no va a decir que su referente actual está en la Guerra Popular que libran las masas explotadas de la India (por poner solo un ejemplo), ya que eso sería hablar claramente de la necesidad de destruir de abajo arriba un sistema en fase terminal.
El poder proletario: el Estado, la democracia y la dictadura en el periodo
de transición del capitalismo al comunismo
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Una vez explicada y desmontada, desde un punto de vista revolucionario, la simplificación que la clase dominante ha construido en torno a la cuestión de la democracia y la dictadura, estamos en condiciones de exponer la propuesta del comunismo sobre la construcción del poder proletario y la extinción progresiva de toda forma de poder.
El comunismo entiende que es materialmente imposible eliminar cualquier forma de opresión de unos seres humanos sobre otros (superestructura), si antes no ha desaparecido la base material (infraestructura) que sirve como sedimento de las distintas formas de poder político; es decir, si antes no han desaparecido las clases sociales.
Ahora bien, como atestigua la historia, el proletariado no puede limitarse a tomar el mando del aparato del Estado burgués y «reconvertirlo» para que sirva a sus intereses, sino que debe destruir el Estado del capital, desde su aparato represivo y judicial hasta su entramado burocrático. En palabras de Karl Marx en La Guerra Civil en Francia:
«La primera condición para la posesión del poder político, es transformar [la] maquinaria de funcionamiento y destruirla -un instrumento de la dominación de clase-. Esa enorme maquinaria gubernamental, estrujando como una boa constrictor el verdadero cuerpo social en las redes ubicuas de un ejército permanente, una burocracia jerárquica, una policía obediente, un clero y una magistratura servil, fuera forjada primero en los días de la monarquía absoluta como un arma de la naciente sociedad de la clase media en sus luchas de emancipación del feudalismo. La primera Revolución francesa, con su tarea para dar pleno alcance al desarrollo libre de la moderna sociedad de la clase media tenía que barrer todas las fortalezas locales, territoriales, municipales y provinciales del feudalismo, preparó la base social para la superestructura de un poder estatal centralizado, con órganos omnipresentes ramificados según el plan de una división sistemática y jerárquica del trabajo. Pero la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la maquinaria del Estado ya lista y manejarla para su propio propósito. El instrumento político de su esclavitud no puede servir como el instrumento político de su emancipación».
Es muy importante rescatar este texto de Marx -sin duda, uno de los más importantes desde el punto de vista de la forma que adopta el nuevo poder proletario, el único poder que aspira a acabar con todas las formas de poder-, ya que no son pocos (hemos hablado profusamente del 15-M o de elementos oportunistas como Anguita, pero son muchos más los que se ubican bajo el arco del reformismo) los que hoy pervierten las tesis revolucionarias del marxismo en lo relativo al Estado, el poder, la democracia y la dictadura.
¿Cuál es entonces el formato político que expresa la necesidad de la clase explotada de construir su nuevo orden social? ¿Qué formas concretas adoptan la democracia y la dictadura bajo el manto del Estado obrero? Volviendo al padre de la teoría comunista, Marx defiende la Comuna de París como el primer Estado de la clase explotada. Pero
¿cuál era, para Marx, la naturaleza de clase y el funcionamiento de la Comuna de París?:
«La Comuna estaba formada por los consejeros municipales elegidos por sufragio universal en los diversos distritos de la ciudad. Eran responsables y revocables en todo momento. La mayoría de sus miembros eran, naturalmente, obreros o representantes conocidos de la clase obrera.
En vez de continuar siendo un instrumento del gobierno central, la policía fue despojada inmediatamente de sus atributos políticos y convertida en instrumento de la Comuna, responsable ante ella y revocable en todo momento... Y lo mismo se hizo con los funcionarios de las demás ramas de la administración... Desde los miembros de la Comuna para abajo, todos los que desempeñaban cargos públicos debían desempeñarlos con salarios de obreros. Los intereses creados y los gastos de representación de los altos dignatarios del Estado desaparecieron con los altos dignatarios mismos... Una vez suprimidos el ejército permanente y la policía, que eran los elementos de la fuerza física del antiguo gobierno, la Comuna estaba impaciente por destruir la fuerza espiritual de la represión, el poder de los curas... Los funcionarios judiciales debían perder aquella fingida independencia... En el futuro habían de ser funcionarios electivos, responsables y revocables...» (extraído de El Estado y la revolución, Lenin).
Ya tenemos aquí, resumidos, los puntos cardinales de la alternativa política que el proletariado erige tras destruir el aparato del Estado capitalista en el periodo de transición del capitalismo al comunismo:
1. Liquidación de las fuerzas represivas (policía y ejército).
2. Creación del Ejército Rojo, necesario para vencer la resistencia de los explotadores.
3. Implantación de la democracia (proletaria) más directa, siendo los representantes del proletariado revocables en todo momento.
4. Igualación de los salarios de los cargos públicos a los de los obreros.
Con respecto al parlamentarismo, el nuevo poder obrero elimina de manera fulminante el Parlamento como instrumento de gestión de la dictadura del capital, formando, en lugar de una «corporación parlamentaria», «una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo». La falaz «división de poderes» que plantea la burguesía (falaz porque los tres poderes, tanto el ejecutivo como el legislativo y el judicial, son instrumentos de un Estado que está al servicio de la burguesía) es sustituida por los trabajadores organizados, los cuales, en lugar de elegir cada cuatro años al gestor político que es correa de transmisión de la clase explotadora, establecen el sufragio universal «organizado en comunas, para encontrar obreros, inspectores y contables con destino a su empresa, de igual modo que el sufragio individual sirve a cualquier patrono para el mismo fin».
Como vemos, la democracia y la dictadura siguen coexistiendo en la Comuna, con la diferencia radical de que en esta forma de Estado es el proletariado el que se beneficia de su democracia y el que ejerce la dictadura contra la clase explotadora. Además, al fusionarse de forma efectiva el poder ejecutivo y el legislativo en manos de la clase obrera organizada, esta puede legislar soberanamente en provecho de sus condiciones de vida y de trabajo (y de las de la inmensa mayoría de la sociedad). La clase explotada, además, descubre con su Estado obrero la democracia proletaria más completa que puede existir, ya que son los Soviets o consejos de trabajadores y soldados rojos los que ahora administran la economía, legislan y ejecutan las nuevas leyes aprobadas por la nueva «corporación de trabajo».
Bajo el capitalismo, los proletarios no deciden nada sobre la organización social de la economía y, en lo político, su poder se reduce a volcar una papeleta de voto sobre la urna en unas elecciones en las que se elige al Consejo de Administración de la burguesía. Bajo el periodo de la dictadura revolucionaria del proletariado, por el contrario, son los antiguos desheredados los que organizan y planifican la economía y los que conforman el poder político que se vertebra desde los Soviets hasta el conjunto del Estado obrero. Así, el nuevo poder de los explotados sustituye el pútrido parlamentarismo por nuevas instituciones en las que sí son reales la libertad de opinión y de discusión, ya que, al ser los proletarios los elementos integrantes de dicha estructura, son los primeros interesados en trabajar ellos mismos y, sobre todo, porque deben responder de manera directa ante sus representados, que pueden revocarlos en cualquier momento (algo impensable bajo la dictadura del capital, que se jacta cotidianamente de que su democracia es «la mejor posible»).
De esta manera, por primera vez en la historia humana se puede hablar de una democracia de las masas explotadas (una democracia que, para la reaccionaria burguesía -que será tan violenta como esa fiera que se halla desesperada a pesar de ser consciente de su inminente muerte-, seguirá siendo una dictadura). Estamos ante una democracia que sentará las bases de su propia extinción; una democracia, en definitiva, que hará posible acabar con toda forma de poder y, por tanto, también con la misma democracia. Esta es, para los comunistas, la auténtica verdad sobre la democracia y la dictadura en la época en que vivimos.

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